Sobre ideología política y felicidad en los EEUU
[Fri Mar 31 13:45:48 CDT 2023]
Hace un par de días leí un artículo titulado How the Right Turned Radical and the Left Became Depressed y firmado por Ross Douthat en el New York Times en el que se reflexiona sobre la progresiva radicalización de demócratas y republicanos en los EEUU, así como sobre el efecto que esto pueda estar teniendo sobre la felicidad de ambos, según las últimas encuestas. Douthat comienza introduciendo el asunto de la siguiente manera:
One of the notable dynamics of American life today is that conservatives report being personally happier than liberals but also seem more politically discontented. The political left has become more institutionalist, more invested in experts and establishments, even as progressive culture seems more shadowed by unhappiness and even mental illness. Meanwhile conservatives claim greater contentment in their private lives — and then go out and vote for paranoid outsiders and burn-it-down populists.
Se trata de algo que se viene viendo en bastantes estudios sociológicos últimamente. Parece que la ideología política se correlaciona altamente con el grado de felicidad reportado por los individuos, de tal manera que los conservadores parecen ser más felices que los liberales (por usar las etiquetas que se usan habitualmente aquí en los EEUU para referirse, respectivamente, a republicanos y demócratas). Y, sin embargo, como explica Douthat, el mismo éxito electoral de un populismo conservador más bien enfurecido permanentemente no es precisamente un indicador de felicidad. ¿Cómo lo explica el autor?
(...) Whether or not the pandemic hit the accelerator, even before Covid it was clear that values that conservatives consider fundamental to society — and in the Journal polling, it is Republicans who continue to value religion, patriotism and having kids the most — were experiencing a generational retreat.
In a way, just this trend alone suffices to explain how personal stability can coexist with intensified political alienation on the right. If you yourself feel secure in your own values, confident that yours is a life well lived, but the society around seems to swinging rapidly away from those values, it’s natural to be baffled by the shift, to feel that something is badly out of joint, to decide that the entire system needs some sort of hard reboot. And it’s easy even to fall into paranoia and conspiracy theory, because it seems so unfathomable that so many of your fellow Americans would be abandoning the tried-and-true; there must be more to it than just a national change of mind.
Then consider, too, that the entire organizing premise of post-1960s American conservatism was that the country as whole shared its values — hence the rhetoric of the “silent majority” and the “moral majority” — and that the problem was just an elite class of liberals, irreligious and unpatriotic but also out of touch with the breadth and depth of American society. Remove the weight of ineffective bureaucracy, end the rule of liberal judges, and watch the country flourish: That was the effective message of Republican politicians and quite a few conservative intellectuals for a very long time.
Fewer and fewer conservatives seriously believe that it’s this simple anymore. But where does conservative politics go without a traditional cultural foundation to conserve? To subcultural retreat, maybe — but if you don’t think the walls will hold, if you want a politics of restoration, it will be inescapably radical in a way that the conservatism of thirty years ago was not. And since nobody — not the policy wonks trying to grope their way to some new form of right-wing political economy, not the online influencers selling traditionalism as a lifestyle brand — really knows how to do a restoration, how to roll back alienation and disaffiliation and atomization, it isn’t surprising that conservative politics would often be a car-wreck, a flinging of ripe fruit against a wall, no matter how happy individual conservatives claim to be.
Eso por lo que hace a los conservadores. ¿Y los liberales? Douthat continúa su análisis:
For liberals the problem is somewhat different. An organizing premise of progressivism for generations has been that the toxic side of conservative values is responsible for much of what ails American society — a cruel nationalism throttling a healthy patriotism, a fundamentalist bigotry overshadowing the enlightened forms of religion, patriarchy and misogyny poisoning the nuclear family. Thus in many ways the transformations of the last few decades are ones that liberals sought: The America of today is more socially-liberal on almost every issue than the America of George W. Bush, more secular, less heteronormative, more diverse in terms of both race and personal identity, more influenced by radical ideas that once belonged to the fringe of academia.
Unfortunately in finding its heart’s desire the left also seems to have found a certain kind of despair. It turns out that there isn’t some obvious ground for purpose and solidarity and ultimate meaning once you’ve deconstructed all the sources you consider tainted. And it’s at the vanguard of that deconstruction, among the very-liberal young, that you find the greatest unhappiness — the very success of the progressive project devouring contentment.
But that project is now entrenched in so many American institutions that there’s no natural anti-institutional form for these discontents to take. Instead you get the progressive two-step we observed during the pandemic: A doubling down on faith in official expertise and the expansion of existing bureaucratic forms of power, joined to a push for further ideological purification inside those institutions, a quest for a psychological revolution that will finally uproot the white-male-patriarchal forces that must still be responsible for any persistent discontents.
O sea, que en el caso de los liberales tenemos lo que Douthat, recurriendo a un término de Dustin Guastella, califica de un "socialismo antisocialista" para, a continuación, hablar de Bernie Sanders y la posibilidad de construir un socialismo "as a defense of normal things, ordinary working people, traditional loyalties". O, para explicarlo de otra manera, un regreso al socialismo de corte clásico.
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Alfonso Guerra sobre la esencia del PSOE y sus errores históricos
[Fri Mar 31 11:46:35 CDT 2023]
Ayer, echando un vistazo a las noticias, me encontré con unas declaraciones de Alfonso Guerra sobre la actualidad política española que merece la pena considerar. Quede algo bien claro: igual que en el caso de Felipe González, unas veces estoy más de acuerdo con ellos que otras, pero siempre conviene oír lo que tienen que decir personas de la talla de Felipe y Alfonso, sobre todo teniendo en cuenta la enorme experiencia de gobierno que tienen ambos. En fin, que uno puede estar en desacuerdo con ellos, pero creo que raramente dicen estupideces lo cual, tal y como está el patio, es de agradecer.
Entre otras cosas, la noticia comparte lo siguiente:
(...) el exdirigente ha enumerado entre los mayores "errores" del PSOE haber, primero, participado en la dictadura de Primo de Rivera en el Consejo de Estado junto a su sindicato, UGT. Segundo, haber tenido un "comportamiento extraño", y no sabe si "errático", en la revolución de octubre de 1934, durante la Segunda República. Y, en tercer lugar y en la actualidad, ha apuntado a "aliarse con sectores que no representan lo que el PSOE es".
"El PSOE es un partido socialista, pero que fundamenta sus raíces en la libertad y en la igualdad. Esa alianza coloca al PSOE en otro ámbito del que tiene que volver al propio, que es un liberalismo que es propio del socialismo. El socialismo tiene como divisas la libertad y la igualdad. En cuanto una de las dos cosas no funcione, el socialismo digamos que descarrila", ha sostenido.
Se alegra uno de ver el reconocimiento público del error que supuso el apoyo a la revolución de Asturias de 1934 por parte de buena parte de la militancia y los dirigentes del PSOE, sobre todo en su sector más izquierdista (los "caballeristas" en aquella época). Lo digo porque escuchando las cosas que se afirman hoy en día sobre la Segunda República (y quiénes las dicen), casi pensaría uno que el PCE y los sectores más izquierdistas dentro del PSOE y la UGT eran firmes defensores de la república cuando, en realidad, hicieron todo lo posible, junto con los anarquistas, para hundirla y forzar una revolución.
La Segunda República murió por la falta de apoyo de unas derechas demasiado tradicionalistas y dependientes de las antiguas estructuras de poder que ya no se adaptaban para nada a la nueva situación del mundo, pero también debido a la traición de una izquierda que jamás creyó en ella sino como transición "a lo Kerenski" para forzar una revolución. Y, por desgracia, el PSOE tuvo ahí su parte de responsabilidad histórica.
No voy a entrar a comentar sus aseveraciones acerca de los acuerdos políticos del PSOE con los partidos a su izquierda, aunque debo reconocer que a mí también me incomoda no tanto la presencia de Unidas Podemos en el Consejo de Ministros (quizá había llegado ya la hora de que se regularizasen en España los Gobiernos de coalición) como la excesiva dependencia (o así me lo parece a mí) de partidos como ERC o Bildu que guardan más bien poca lealtad al sistema constitucional.
En cualquier caso, más interesante me parece la reflexión de Guerra sobre el feminismo contemporáneo:
Hoy día todo el mundo está empeñado en que la hija del albañil tenga los mismos derechos que el hijo del albañil. Y está empeñado en que la hija del contratista tenga los mismos derechos que el hijo del contratista. Pero yo quiero que el hijo y la hija del albañil tengan los mismos derechos que el hijo y la hija del contratista. Esa es la igualdad que hoy ha desaparecido", ha desarrollado.
O, para explicarlo de otra manera, lo que quizá haya desaparecido (o, cuando menos, debilitado) es la conciencia de clase que siempre estuvo unida a la ideología socialista. Tanta atención prestamos a los asuntos de género que quizá estemos ignorando la importancia de estos otros asuntos. Y, cuidado, porque tampoco estoy defendiendo que se dé de lado a los asuntos relacionados con la igualdad de sexos. Pero en ocasiones tiene uno la impresión de que, como afirma Guerra, se le hace el juego a los poderosos con este tipo de luchas.
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