[Fri Jan 28 20:25:34 CET 2011]

Según nos informa hoy El País, Europa pincha en ciencia:

Europa corre el riesgo de perder el tren del avance científico. La UE avanza demasiado lentamente en el terreno de la ciencia para acortar terreno al liderazgo de EEUU y Japón, y ve como China reduce aceleradamente su ancestral retraso. Los objetivos del fracasado proceso de Lisboa fueron pospuestos nada menos que una década, desde 2010 hasta 2020. En este contexto, crece la inquietud de que los ajustes presupuestarios terminen de frenar una actividad investigadora muy dependiente todavía de la inversión estatal.

(...)

En Europa, la inversión pública en I+D tiene más peso que en otros polos económicos. De ahí la importancia de las políticas gubernamentales en este ámbito. El 45% de la inversión en I+D es pública en la Unión Europea. No pasa lo mismo en Estados Unidos donde es solo el 33%; ni en Japón o Corea del Sur, donde el procentaje de aportación pública no llega al 30%.

(...)

La Comisión mantiene que una I+D+i efectiva es la única salida que tiene Europa para lograr un crecimiento que genere empleo de calidad no sometido a los vaivenes de la globalización. Fracasada la ensoñación de la Agenda de Lisboa de convertir en 2010 a la UE en líder global en la economía del conocimiento, la Comisión y los Veintisiete han creado ahora una nueva etiqueta: Unión de la Innovación, como integrante de una llamada Estrategia 2020 orientada a lograr una economía inteligente, sostenible e incluyente. El enfoque de esta Unión de la Innovación apunta a cuestiones que en teoría interesan a los europeos, como el cambio climático, la eficiencia energética y la vida sana.

De hecho, Bruselas se propone lanzar próximamente un programa piloto sobre el envejecimiento saludable. "Se trata de que para 2020 los europeos puedan vivir más tiempo con independencia y buena salud e incrementar en dos años los de vida saludable", señala la Comisión. No lo plantea como el obligatorio alargamiento en dos años de la vida laboral para acceder a la pensión plena. "Alcanzar ese objetivo mejorará la sostenibilidad y la eficiencia de nuestros sistemas sociales y sanitarios y creará un mercado comunitario y global para nuevos productos y servicios, con nuevas oportunidades para las empresas de la UE".

No sé. Todo esto suena bien, por supuesto. Pero es que ése es precisamente el problema eterno de la UE: son buenos con la retórica y las estrategias de marketing, pero fallan desastrosamente en el momento de ejecutar los proyectos e ideas. De ahí que no hagamos sino posponer los objetivos ya marcados en la Agenda de Lisboa. El problema no es la idea como tal (esto es, el proyecto, los objetivos), sino nuestra incapacidad para llevarlos a cabo aunque sea mínimamente. Ahí está la madre del cordero. Eso es lo que debieran estar debatiendo nuestros líderes europeos. Sin embargo, todo parece indicar que prefieren perderse en campañas y estrategias, en lugar de analizar qué está fallando en la gestión.

Para que nadie me acuse de criticar sin proponer soluciones, ahí van un par de sugerencias. En primer lugar, no queda más remedio que fortalecer el ámbito de competencias de la UE para evitar una excesiva fragmentación de las políticas (y, lo que es peor, de la forma de aplicarlas). Si algo debiera haber clarificado la reciente crisis es precisamente eso. Una UE que necesita coordinar a sus veintisiete estados-miembros cada vez que sea necesario responder a las maniobras de los especuladores en los mercados financieros no es operativa para nada. Así de claro. Pero es que, en segundo lugar, se imperioso que construyamos realmente un mercado laboral único en la UE. Cierto, los ciudadanos de la UE pueden viajar libremente dentro de sus fronteras, pero siguen existiendo obstáculos lingüísticos y culturales que dificultan dicho movimiento. Seamos serios, cojamos el toro por los cuernos y fomentemos de una vez por todas el inglés como idioma común en toda la UE. Esta medida no va a cambiar las cosas de la noche a la mañana, pero al menos sí que puede poner la primera piedra para un mercado laboral auténticamente único. Finalmente, en tercer lugar, pongamos en práctica programas europeos de fomento de la ciencia y la tecnología en nuestras escuelas al tiempo que producimos documentales y programas de televisión a nivel europeo para fomentar el conocimiento científico. Tampoco estaría de más el apostar a bombo y platillo por un proyecto (algo parecido a los trabajos de la NASA en los años cincuenta y sesenta) que sirva de estandarte al que engancharse e inspiración para los chavales. Lo que no podemos hacer, desde luego, es quedarnos parados mientras vemos la brecha entre nosotros y EEUU o Japón crecer más y más mientras China ya nos pisa los talones. Europa no puede convertirse en el museo del mundo, ni tampoco en el parque de atracciones de otros países que sí hicieron sus deberes a tiempo. Me consta que sentimos un hondo aprecio por el mundo de las artes y el humanismo (que, cuidado, tampoco conviene echar por la borda), pero convendría dejar de prestar tanta atención al folklore y sentarnos a trabajar en los conocimientos básicos de ciencia y tecnología. Por cierto, que nadie confunda con respecto a esto último el uso de la tecnología con su conocimiento. Nos gusta repetir mucho aquello de que los jóvenes se sienten bien cómodos usando sus teléfonos móviles para enviar mensajes y hacer de todo, pero eso no quiere decir que tengan ni la más remota idea de cómo funciona la tecnología. Si fuera así, seguramente tendríamos menos virus y troyanos campando a sus anchas por nuestras redes. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 28 12:17:44 CET 2011]

El País publica hoy una noticia sobre el teólogo Hans Küng que, me parece, debiera darnos qué pensar. Aparte del llamativo titular elegido por el diario ("Creo en Dios, pero no en la Iglesia"), lo que me parece interesante no es el historial de sus desencuentros con la jerarquía eclesiástica (de sobra conocido por quienes saben algo, aunque sea poco, de este teólogo suizo), sino el hecho de que ciertos detalles de la noticia plantean bien a las claras los paralelimos entre la Iglesia y cualquier Estado-nación donde lo que prima de verdad no es la fe, ni tampoco las ideas, sino el poder más descarnado y la capacidad de cada cual para adaptarse a las circunstancias y subir peldaños. Así, al hablar de la relación entre Küng y Ratzinger, que se conocieron cuando aún era bastante jóvenes e incluso trabajaron juntos en el Concilio Vaticano II, el periodista resume:

Deslumbrantes por igual, al parecer, Küng y Ratzinger han seguido caminos muy distintos, el primero culminando una obra teológica impresionante, el segundo renunciando a ella por una carrera eclesiástica en el Vaticano que le condujo finalmente al Pontificado.

(...)

Küng hace ahora memoria de su larga vida, a punto de terminar un nuevo libro y mientras avanza en la redacción del tercer tomo de memorias. En España acaba de publicar la editorial Trotta Lo que yo creo, donde contesta en 250 páginas hermosísimas a una pregunta que le hacen de continuo los admiradores: "Con toda sinceridad, señor Küng, ¿en qué cree usted personalmente?".

Esta es una de sus conclusiones: "Durante toda una vida de teólogo me he comprometido a favor de la renovación de la Iglesia y la teología católicas, así como en favor del entendimiento entre las Iglesias cristianas. He podido ser testigo de algunos éxitos, sobre todo bajo Juan XXIII y durante el concilio Vaticano II. Pero también he tenido que encarar reveses, en especial bajo los papas posconciliares. Ellos y su aparato curial del poder traicionaron el concilio reformista y pusieron de nuevo en pie, a fin de bloquear cualquier reforma, el sistema romano, antirreformado y antimoderno, propio de la Edad Media, con un colegio episcopal por entero demesticado".

Me temo que tiene razón Küng. Al menos desde la llegada de Juan Pablo II al Papado (si no incluso antes), la Iglesia ha experimentado un claro retroceso a las posturas doctrinarias y prácticas previas al Concilio Vaticano II. En lugar de esforzarse por adaptarse a un mundo en transformación, apostando firmemente por la Modernidad, ha preferido parar las manecillas del reloj e incluso probar a darle marcha atrás a la Historia. Evidentemente, quienes nos consideramos progresistas y herederos de la tradición ilustrada no tenemos más remedio que preocuparnos por esta clara tendencia hacia posiciones reaccionarias, pero al mismo tiempo debemos reconocer que, en cierto modo, Juan Pablo II no hizo sino adelantarse a los tiempos. No nos engañemos, desde finales de los setenta aproximadamente se ha visto un regreso al nacionalismo, el pensamiento conservador y el fundamentalismo religioso que se extiende mucho más allás de las fronteras de la Iglesia o de tal o cual país. En otras palabras, que a lo mejor (¿a lo peor?) Juan Pablo II no fue sino un integrista avant la lettre, un indicador de lo que estaba por venir. Algo similar puede decirse de personajes como Margaret Thatcher o Ronald Reagan, por más que nos duela a quienes nos identificamos con una ideología progresista. ¿Quiere esto decir que nos esperan tiempos muy duros? Pues a lo peor. Puede que me equivoque, pero me encuentro entre quienes piensan que la cosa va a empeorar mucho antes de mejorar. Y que nadie me tache de pesimista porque, al fin y al cabo, pienso que la situación mejorará a largo plazo. Lo único que sucede es que, a corto plazo, estoy convencido de que va a empeorar bastante. Todavía no hemos visto nada de esta tendencia a regresar a posiciones fundamentalistas y reaccionarias, me temo. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 13 21:43:51 CET 2011]

Esta tarde, mientras conducía hacia el centro cívico de mi barrio donde se iba a celebrar el pleno de la Junta Municipal de Distrito, seguía en directo la tertulia del programa de la SER La Ventana sobre los acontecimientos del día. En general, parece que había un amplio consenso entre los invitados a la tertulia en el sentido de que los mismos políticos que están haciendo un llamamiento a la ciudadanía para apretarse el cinturón debiera dar ejemplo, mencionándose como ejemplos el hecho de que tanto Aznar como González compaginan un sueldo público como ex-presidentes con actividades en el consejo de administración de empresas del sector privado (lo cual, por cierto, puede considerarse fácilmente como algo rayano con el tráfico de influencias, pues se hace bien difícil para qué hubiera de contratar nadie a cualquiera de los dos como miembros de un consejo de administración si no es para hacer uso de sus contactos, habida cuenta que ninguno de los dos tuvo jamás experiencia alguna en la administración de empresas) o que nuestros representantes disfruten de un complemento para poder cobrar la pensión máxima si no llegan a ella según los baremos de costumbre. Subrayo aquí que los invitados no le estaban faltando a nadie al respeto y estaban limitando sus comentarios a lo que consideraban una necesidad imperiosa de dar ejemplo por parte de quienes nos gobiernan. En otras palabras, que los comentaristas evitaron adrede la demagogia de costumbre, reconociendo que un cambio como el que predicaban tendría en realidad más bien pocas consecuencias en los Presupuestos Generales del Estado. Como digo, lo proponían solamente como ejemplo a seguir, ya que desde todos sitios se están haciendo llamamientos a que nos apretemos el cinturón, defendiendo políticas de austeridad por aquí y por allá.

Pues bien, la conversación transcurría por esos derroteros cuando abren el micrófono precisamente a una representante política que acababa de llamar. Se trataba de Isabel López Chamosa, a quien presentaron como portavoz (quiera Dios que no sea cierto) del PSOE en el Pacto de Toledo. El archivo de audio recogiendo sus palabras puede encontrarse aquí, aunque también he podido encontrar otras maravillosas "perlas" de esta buena señora en este otro sitio. Lo primero que me llamó la atención fue el hecho de que toda una portavoz del partido del Gobierno no fuera capaz de expresarse con la fluidez de una persona culta y educada. Más cómico me pareció el hecho de que en un par de ocasiones se refiriera al "heraldo público", cuando debiera haber hablado del "erario público". Pero, sobre todo, lo que me pareció sumamente indignante fue la falta de empaque y preparación intelectual de que hizo gala en todo momento, por no hablar del desparpajo con el que en un momento determinado llegó a reconocer que ponía sus intereses corporativos por encima de los de los ciudadanos. Esto último sucedió cuando, preguntada si le parecía normal que los ex-presidentes compaginaran un sueldo público con el desempeño de un cargo en el consejo de administración de una empresa privada, no se le ocurrió otra cosa que contestar algo así como que "quizá convenga hacer algo al respecto". Como es lógico, los comentaristas le propusieron entre la hilaridad general que, puesto que ella misma es congresista, a lo mejor podía presentar una propuesta ante el pleno de la cámara. En ese momento, ni corta ni perezosa, y en perfecta consonancia con la línea de contradicciones varias que había estado soltando en los micrófonos, no se le ocurre otra cosa que argumentar que, al presentar dicha propuesta, se comportaría "de forma muy egoísta" porque "no tendría la situación de aquellos compañeros que cobran dos sueldos" (?!). Cuestra trabajo imaginar un ejemplo más claro de corporatismo y deformación de la actividad política entendida como mera práctica profesional. No hace falta siquiera entrar a considerar su repetitiva defensa de la práctica de aplicar complementos a congresistas y senadores para que puedan alcanzar la pensión máxima usando el argumento de que se trata de "un complemento" y no una pensión. Los otros participantes en la tertulia trataron de hacerle ver que ni a ellos (ni tampoco a los ciudadanos) les importaba si se trata de un complemento o no, sino el hecho comprobado de que usamos un baremo para los políticos y otro para el resto de ciudadanos.

En fin, el desvarío de la señora fue tal, hizo el ridículo de tal manera, que como militante del PSOE he de reconocer que me sentí abochornado. Por desgracia, no se trata de algo que encontremos únicamente en las filas del PSOE. Lo mismo puede decirse del PP. Nos equivocaríamos si tratáramos de afrontar esto como un problema de siglas, de tal o cual partido. Como vengo repitiendo en estas páginas, el problema no es ése. Lo que debemos solucionar es la forma de elegir a los representantes de los ciudadanos, de tal manera que, cuando menos, se vean obligados a conectar dos o tres razonamientos seguidos. Tal y como están las cosas, lo único que se exige es que se pague el peaje correspondiente al aparato que tiene el control del partido en un momento determinado. Se mire como se mire, el hecho es que la sociedad española ha progresado lo suficiente durante las últimas décadas como para contar con una amplia capa de clase media bastante educada. Parece lógico, pues, que oír a representantes políticos como la señora Isabel López Chamosa no haga sino levantar la ira de una ciudadanía Mucho me temo que, si no hacemos un esfuerzo por reformar el sistema político, tarde o temprano aparecerá un populismo demagógico y más o menos extremista que puede plantearnos más quebraderos de cabeza de los que pensamos en estos momentos. La gente cada vez tiene menos paciencia hacia una clase política tan mediocre. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 6 13:38:56 CET 2011]

El País nos informa hoy que la ejecutiva federal del PSOE ha decidido la suspensión cautelar de militancia del ex-ministro Antonio Asunción "por tildar de pucherazo las primarias de Valencia". Vaya por delante que, en realidad, todo parece indicar que Asunción ha sobrepasado la raya al lanzar acusaciones tan graves sin tener prueba alguna. Sin embargo, como la vida es tan compleja (no entremos a hablar ya de la vida política), raramente se encuentra uno con situaciones que puedan describirse únicamente con el blanco y el negro. Y éste caso, aunque que le pese a algunos, no es una excepción. En primer lugar, cualquiera que haya militado en un partido político por estos lares conoce de sobra a qué se puede estar refiriendo Asunción y no, no se trata solamente de las puñaladas por la espalda y el recurso a trucos sucios que (eso sí) caracteriza a la política en cualquier lugar. Lo cierto es que las decisiones arbitrarias, las imposiciones por parte de la dirección, la distorsión de lo establecido en los estatutos, la cooptación de la gente, la compraventa de votos a cambio de favores con el dinero público... todo eso es moneda común en nuestros partidos. No es que el ciudadano de a pie se imagine que las cosas son así porque haga gala de un excesivo cinismo. Es que las cosas son así. Dejémonos de medias tintas.

Pero es que, en segundo lugar, mientras a Asunción se le castiga por lanzar estas acusaciones las direcciones de los partidos miran para otro sitio cuando quien habla es uno de los suyos. Tan viciado está el discurso político de este país (cuidado, no niego que lo mismo suceda en otros países) que las acusaciones sin pruebas son moneda de uso corriente. De hecho, no hace mucho oíamos a toda una Cospedal (ni más ni menos que la Secretaria General del principal partido de la oposición, que aspira claramente a desempeñar funciones de gobierno y que de hecho es bien probable que lo consiga dentro de poco si las cosas no cambian mucho) acusar al Ministro del Interior y a la Policía de perseguir a los dirigentes del PP que se han visto involucrados en casos de corrupción sin molestarse siquiera en mostrar una sola prueba. El caso es acusar, vilipendiar, insultar, denigrar, manchar y difamar. Todo lo demás importa bien poco. Y, sin embargo, que yo sepa, no se han tomado medidas contra Cospedal. Está en su derecho, como representante de los ciudadanos que es. Se considera que está protegida por el derecho a la libertad de expresión y seguramente no faltarían comentaristas que nos recordaran que, con todas sus imperfecciones, el sistema democrático (sí, pese a este tipo de excesos) es el menos malo de los sistemas. Es más lo defenderían a capa y espada. Eso sí, que nadie ose aplicar la misma lógica a la vida interna de los partidos. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Eso sí que no se toca! ¿Por qué? Pues no es nada difícil de entender: porque es ahí precisamente (en el constante chalaneo entre tal o cual grupo, sin diferencia sustancial alguna entre ellos en cuanto a ideologías, programas o propuestas) donde se sustenta su privilegiada posición de poder. Cuando se trata de la vida interna de los partidos, ahí no hay democracia ni derecho a la libertad de expresión que valgan. Ahí lo único que cuenta es la disciplina cuasi-militar. El seguidismo acrítico para defender "lo nuestro", como si se tratara de un grupo mafioso.

Lo vengo diciendo hace ya mucho tiempo y no veo razón alguna para cambiar mi análisis y mi predicción: el ciudadano de a pie se siente cada vez más ajeno a los tejemanejes de una casta de políticos de carrera que no saben hacer otra cosa que medrar en la estructura de unos partidos completamente aislados de la realidad que les circunda, lo que quiere decir que, a menos que cambien las cosas, tarde o temprano tendremos que afrontar una seria crisis del sistema político. ¿Será acaso que no hay solución? ¿No se trata acaso de un problema que también existe en otros países? Por supuesto que se ve en otros lugares, pero hay siempre diferencias de grado. En algunos sitios la corrupción del sistema políico es tal que no hay por dónde cogerlo (Italia es un buen ejemplo de esto), mientras que en otro, con sus defectos aquí y allá, las cosas funcionan más o menos bien (los países escandinavos, por ejemplo). No hay solución mágica, por descontado. Pero sí que se pueden tomar algunas medidas para, al menos, mejorar las cosas dentro de lo posible. Veamos. El artículo sexto de nuestra Constitución establece lo siguiente:

Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.

Por lo general, quienes critican el estado actual de nuestros partidos políticos suelen subrayar la estipulación de que su funcionamiento debe ser democrático. A mí, sin embargo, me parece que es un error. La clave no estriba en que la Carta Magna defina esto o aquello sobre el funcionamiento interno de los partidos, sino más bien en el hecho de que los considera "instrumento fundamental para la participación política. Si tuviéramos el valor de llevar esto a sus últimas consecuencias, no podríamos sino concluir que el método de elaboración de las listas, la elección de candidatos y hasta la regulación de elecciones primarias puede legislarse por parte del Estado, de tal forma que los partidos se vean obligados a respetar estas nuevas reglas. Se trata, de hecho, del corolario lógico a la afirmación recogida en el artículo sexto. Por supuesto, habría que ver quién se atreve a ponerle este cascabel al gato. Como he escrito en otras ocasiones, mucho me temo que las cosas deberán emperorar mucho (quizá provocando la crisis definitiva del actual sistema político) antes de mejorar. Las reformas más profundas siempre suceden cuando no hay más remedio que adoptarlas porque nos vemos abocados al suicidio. De lo contrario, los intereses creados acaban imponiéndose siempre. {enlace a esta historia}

[Sun Jan 2 14:59:17 CET 2011]

La noticia del día, sin lugar a dudas, es el anuncio de que Francisco Álvarez-Cascos abandona el PP y decide presentar una candidatura independiente a las próximas elecciones autonómicas en Asturias. No voy a entrar en disquisiciones sobre la supuesta arrogancia del protagonista de la noticia, ni tampoco si puede verse como el indivio de una profunda fractura dentro del PP. En estos momentos, eso me parece lo de menos. Ahora bien, lo que sí me parece importante resaltar es el hecho de que cosas como éstas suceden precisamente debido a la calamitosa situación en que se encuentra la democracia interna en nuestros partidos políticos (y, cuidado, que me refiero a todos, no sólo al PP). Si hubieran sido los propios militantes del PP en Asturias quienes hubieran decidido quién sería su candidato, el resultado final podría haber gustado más o menos, y hasta es posible que hubiera desatado igualmente una crisis interna que acabara en escisión. Pero, cuando menos, se tendría la certeza de que la persona que encabezara la candidatura del PP no vendría impuesta por la dirección nacional, ni tampoco por conversaciones de mesa camilla ni oscuras operaciones entre cortinas, sino por la decisión soberana de todos los militantes. Pero como por estos lares se siguen nombrando los candidatos a dedo (esto es, dependiendo siempre no de su valía, sino más bien de los favores que les deban los demás o el número de conexiones que tengan), tenemos lo que tenemos. No hay que sorprenderse, pues. Estamos recogiendo lo que hemos venido sembrando durante bastante tiempo. Ah, y que nadie se sorprenda tampoco cuando el nivel de abstención se dispare y cada vez más ciudadanos de a pie pasen por completo del circo político. Al fin y al cabo, no son pocos quienes se preguntan para qué leches votar si todas las decisiones que importan vienen a ser impuestas por etéreos mercados. Como digo, que nadie se sorprenda cuando después pase lo que no tiene más remedio que pasar. {enlace a esta historia}