[Fri Jan 30 16:22:39 CET 2009]

Si ayer mismo escribía unas cuantas líneas sobre el problema de la falta de preparación de la mano de obra y las consecuencias que ello pueda tener para la competitividad de nuestra economía, hoy leemos en Público que España fue el país de la UE donde más subió el paro en 2008:

España fue el país de la UE donde más subió el desempleo el año pasado, al pasar del 8,7% al 14,4% de la población activa, muy por encima de la media de la zona del euro (8%) y de la UE (7,4%).

España lidera la clasificación europea en paro juvenil (con el 29,5%), femenino (15,3%) y masculino (13,7%).

(...)

Tras España, los Estados miembros con más desempleo son Letonia (10,4%), Eslovaquia (9,4%), Estonia (9,2%), Hungría (8,5%) e Irlanda (8,2%).

Holanda, con sólo el 2,7% de la población activa sin trabajo, es el Estado miembro con menos paro, seguido de Austria (3,9%), Chipre (4,2%), Eslovenia (4,3%) y Dinarmarca (4,5%).

En fin, historias para no dormir. Por cierto, que se pregunta uno sobre la relación que todo esto pueda tener con el hecho de que España tenga por primera vez más de ters millones de funcionarios y las comunidades autónomas donde más crezca el empleo público sean precisamente las menos dinámicas económicamente hablando. A lo mejor se trata de algo meramente accidental, pero lo dudo. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 29 17:39:29 CET 2009]

Con la que está cayendo con esto de la crisis, hace unos días tuvimos la ocasión de leer en Público que un 43% de los españoles sólo ha cursado la enseñanza obligatoria:

Todos los indicadores reflejan que España no ha hecho los deberes en Formación Profesional (FP) y ahora, en plena crisis económica, lo está pagando. Un 43% de los españoles sólo ha estudiado lo básico frente al 23% de Europa. Esa diferencia se explica por los pocos titulados en FP que han generado una mano de obra demasiado poco cualificada, que no tiene trabajo ni consigue encontrarlo. Esa es la conclusión del estudio La formación profesional en España, hacia la sociedad del conocimiento, presentado ayer por la Fundación La Caixa.

¿Las causas? Como siempre, una combinación de cosas: la tardía industrialización el país, los años perdidos de la Dictadura, la falta de prestigio de la FP, etc. Eso por lo que hace a las causas sociológicas e históricas. En cuanto a las causas políticas, lo tengo bien claro: la falta de una verdadera política de Estado consensuada entre las grandes fuerzas políticas de nuestro país que, cuando menos, eviten el continuo zigzagueo a que nos hemos visto sometidos durante las últimas dos décadas.

Sea como fuere, el caso es que tenemos una economía escasamente productiva, la sociedad no parece estar preparada para los desafíos que traerán la globalización y la sociedad de la información (ni en lo que respecta a conocimientos y preparación, ni tampoco en la propia mentalidad) y, para colmo, tenemos serios problemas estructurales. Y que nadie me venga apuntando el dedo acusador al PP o al PSOE. A estas alturas ambos partidos han estado en el Gobierno durante el suficiente tiempo como para marcar la diferencia y llevar a cabo las reformas que creyeran necesarias en cualquier campo. Convendría que se dejasen de partidismos ombliguistas y arrimaran el hombro, aunque me temo que eso es mucho pedir. Esas cosas quedan solamente para Barack Obama y para otros países, por desgracia (¿es que alguien se imagina aquí una Gran Coalición al estilo alemán o austriaco?). No sé cómo verán la situación otros, pero no me queda más remedio que estar de acuerdo con el editorial de El País publicado hoy mismo sobre las expectativas de nuestra economía en los próximos años:

El Gobierno debería reconocer por fin que la recesión española puede estar muy cerca del peor de los escenarios y complementar su plana actual de creación temporal de empleo con otros orientados a mejorar la competitividad del sistema económico —energía, nuevas tecnologías, educación— que aumenten el empleo estable a medio plazo. Para ello, debe demostrar iniciativa y convicción. Justo lo que hasta ahora no ha tenido.

Y es que uno tiene la sensación de que las medidas anunciadas por el Gobierno hasta ahora no son sino parches para salir al paso. Medidas tomadas con las mejores de las intenciones, sin lugar a dudas, pero que solamente implican gasto público sin ton ni son —destinado principalmente a la construcción, para más inri, sector que precisamente todos los analistas están de acuerdo en señalar como demasiado preponderante en nuestra economía—, sin que parezcan entrar en lo que realmente importa: las reformas estructurales, los cambios en la educación, el incremento de la productividad, etc. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 29 15:51:24 CET 2009]

Leíamos ayer en Público que según el cardenal Cañizares, "si España dejase de ser católica, dejaría de ser España". Es el problema con las interpretaciones esencialistas de lo que pueda ser un país, claro. Uno prefiere pensar que España será lo que consideren los españoles en cada momento histórico, pero claro es que uno tiene una visión un poco más flexible de lo que pueda significar España. De todos modos, me parece bastante significativo que el PP andaba hasta hace bien poco promoviendo la idea (que, por cierto, me parece bastante aceptable) de extender un "patriotismo constitucional" que, si no me equivoco, estaría reñido con el Santiago y cierra España del cardenal. Sería conveniente construir un nuevo concepto de nación que admita la pluralidad de identidades (y de ideas, y de religiones) en su seno, algo más en la línea de lo que propone Habermas que de lo que habla la Iglesia, la verdad. Éstos no parecen estar interesados ni en España ni en los españoles, sino tan sólo en sus prebendas y en su capacidad de influencia. Como decía hace unos días con respecto a otro tema: si la Iglesia española no cambia de actitud y se pone al día, van a acabar con bien pocos seguidores, no tanto debido a la existencia de ningún proyecto militante de secularización por parte de las instituciones del Estado ni tampoco de una reconquista musulmana de la península, sino tan sólo de su propia estulticia y cerrazón. Allá ellos, pero a mí me parece que una Iglesia Católica seria y coherente, constructiva y sólidamente establecida en la sociedad acaba teniendo un efecto positivo. Depende de ellos. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 29 15:36:02 CET 2009]

La noticia de hoy, sin lugar a dudas, es la decisión del Tribunal Supremo de negar el derecho a la objeción a la clase de Educación para la Ciudadanía. No me extraña nada la decisión. Me parece de lo más lógica. Puede debatirse todo lo que se quiera sobre el contenido en sí de la asignatura, así como sobre la necesidad de ofrecer garantías para asegurar la neutralidad de la persona encargada de impartirla, aceptando la pluralidad de puntos de vista sobre cualquier tema que se discuta en clase. Ahora bien, la facultad intrínseca que asiste al Estado como representante de la comunidad política para esforzarse en transmitir unos valores que se consideran esenciales para la supervivencia del sistema democrático me parece bien obvia. Sencillamente, si cada padre tuviera el derecho a exigir una educación según la cual sus hijos nunca tuvieran siquiera la posibilidad de ser expuestos a unas ideas o creencias que no son las suyas particulares lo que tendríamos es mera impartición de doctrina y fomento del dogma en nuestra aulas. No me parece lo más acertado en este mundo en que vivimos. En el fondo, quienes se han opuesto a esta asignatura con de forma tan desesparada demuestran bien poca estima por la coherencia de sus propios argumentos, pues si tan seguros están de sus creencias nada hay que temer en conocer las del prójimo. Vamos, que por el mero hecho de que yo lea sobre las ideas de Hitler o Stalin no creo que haya mucho peligro de que me vaya a convertir mañana en nazi o comunista. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 29 11:24:35 CET 2009]

La viñeta de Romeu publicada hoy en El País nos plantea un tema que, sin lugar a dudas, ha estado bien presente en muchas mentes durante las últimas semanas. Aunque no admito las simplistas acusaciones que se hacen contra Israel echando mano de términos tan cargados de connotaciones negativas como los de "genocidio" o "holocausto" porque, en mi opinión, no tienen en cuenta las acciones igualmente abusivas (o más) de los terroristas de Hamás, ello no quita para que esté en desacuerdo con el uso abusivo que las autoridades israelíes hacen del adjetivo "antisemita" o "antisionista" para catalogar a cualquier individuo que critique sus políticas. Se trata en ambos casos, me parece, de abdicar del deber a la reflexión que nos incumbe a todos cuando hablamos de estos temas para echar mano en su lugar de unos cuantos tópicos más propios de la propaganda que del debate serio. En este sentido, son demasiadas las organizaciones judías que se escudan en el victimismo para justificar cualquier comportamiento que provenga de sus filas.

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[Mon Jan 26 21:14:24 CET 2009]

El País ha publicado hoy un artículo del diputado del PP José María Lassalle dedicado al centenario del nacimiento de Iasiah Berlin que merece la pena mencionar aquí. Leí por primera vez al gran pensador liberal algo tarde, la verdad. Aunque le conocía por algún que otro texto aislado, no le leí más extensamente hasta que viví mi primer año en Irlanda y descubrí algunos de sus volúmenes en una librería de viejo dublinesa, y lo cierto es que me quedé prendado de su sentido común, su tolerancia y su honestidad intelectual casi inmediatamente. Como indica Lassalle:

La defensa cerrada que Berlin hizo a lo largo de toda su vida de la decencia de la democracia es una vía de aproximación idónea para entender su liberalismo. Por eso mismo, la importancia de sus ideas adquiere en estos momentos una dimensión pública de enorme trascendencia. De hecho, la gravedad de la crisis económica y sus crecientes y dramáticos efectos sociales, exigirá de los defensores políticos de la Modernidad ilustrada una estrategia compartida que refuerce los vínculos de respeto, moderación y responsabilidad recíprocos que deben darse entre los demócratas.

El liberalismo igualitario de Berlin es, en este sentido, un antídoto de enorme fuerza antitotalitaria y un punto en común sobre el que fortalecer nuesta convivencia democrática. Su descripción de la libertad como una dualidad positiva y negativa permite hacer de ella el soporte programático de las sociedades abiertas. No hay que olvidar que el juego combinado de esta dualidad trata de desactivar las tensiones sociales y las fracturas que generan las exigencias igualitarias de una convivencia democrática con la defensa de un ámbito de no interferencia personal.

La importancia del pensamiento berliniano radica en haber alcanzado una síntesis que se basa en la necesidad epistemológica de explorar adecuadamente la complejidad de los valores en pigna dentro de un entorno pluralista. De este modo, la propensión al conflicto no sería nunca una disfunción, sino la característica intrínseca a la estructura de una democracia liberal que obliga a elegir entre fines que son cambiantes según las circunstancias, pues, en determinados momentos hay que elegir entre la igualdad y la libertad, y otras veces entre la justicia y la compasión. El desenlace, en cualquier caso, siempre es el mismo: forzar acuerdos que eviten lo peor y hacerlo, además, sin dañar las bases morales que institucionalmente salvaguardan la decencia que posibilita la tolerancia y la paz cívica.

En otras palabras, que Isaiah Berlin estaba más cerca de lo que pudiéramos considerar un liberalismo social al estilo de don Manuel Azaña que al dogma neoliberal que tan en boga ha estado hasta hace bien poco. Conviene no olvidar esto, por cierto: el liberalismo es tan proclive a dogmatismos y ortodoxias como cualquier otra ideología política. Al igual que sucede con el socialismo, por poner otro ejemplo, no faltan quienes lo han convertido en mero catecismo, sucesión de verdades cuasi sagradas a las que asirse para no tener que pensar y repensar la realidad en todo su dinamismo. O, lo que es lo mismo, mero oráculo en el que apoyarse para llevar a cabo sus inconfesables designios personales sin dar cuentas a nadie. Pero esto de lo que habla Lassalle aquí me parece sumamente importante. La democracia no aspira a poner fin al conflicto social. Eso queda para los nostálgicos del autoritarismo, los aprendices de brujo de la utopía totalitaria empeñados en imponer su perfección idealizada al confuso mundo real. La democracia, por su parte, no aspira sino a encauzar el conflicto, pero no a ponerle fin. A algunos les puede parecer poco ambicioso, pero después de haber vivido tantas ambiciones reovlucionarias durante los últimos dos siglos, bien haríamos en recortar un poco nuestras expectativas y conformarnos con cambiar el aquí y el ahora. El pragmatismo reformista me ha parecido siempre, en ese sentido, mucho más ambicioso en realidad que la retórica revolucionaria que se gastan los de siempre. {enlace a esta historia}

[Sun Jan 25 14:55:52 CET 2009]

Cuando era niño mi padre solía repetir aquello de "justicia, señor, pero por mi casa no" mientras comentábamos algunas de las noticias, sobre todo aquellas que implicaban a los poderosos en escándalos financieros. Pues bien, ayer no pude evitar la misma sensación cuando leía en las páginas de ABC la noticia titulada Los obispos tildan de "lesiva y blasfema" la campaña del bus ateo en la que nos informaba de la reacción de la Conferencia Episcopal ante la campaña de la Unión de Ateos y Librepensadores (UAL) recientemente iniciada en algunas capitales españolas:

A menos de tres días de la llegada de la peculiar campaña del autobús a Madrid —el próximo martes—, la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha decidido salir a la palestra para advertir que la iniciativa de la Unión de Ateos y Librepensadores (UAL) atenta contra la libertad religiosa. En una concisa nota, hecha pública ayer, los obispos aseguran que "insinuar que Dios probablemente sea una invención de los creyentes y afirmar además que no les deja vivir en paz ni disfrutar de la vida, es objetivamente una blasfemia y una ofensa a los que creen".

Además, recuerdan que los espacios públicos "que deben ser utilizados de modo obligado por los ciudadanos no deben ser empleados para publicitar mensajes que ofenden las convicciones religiosas de muchos de ellos". "Si se hace así, se lesiona el derecho al ejercicio de la religión, que debe ser posible sin que nadie se vea necesariamente menospreciado o atacado", señalan.

Parece mentira que a estas alturas la Iglesia española salga con este tipo de comentarios premodernos y predemocráticos. No obstante, los comentarios de la Conferencia Episcopal tienen la virtud de subrayar la diferencia entre la posición del librepensador y la del creyente con tendencias integristas: mientras que el anterior no tiene problema alguno entrando en el debate del tema de fondo (esto es, la existencia o no de Dios), éstos otros prefieren considerar cualquier afirmación contra sus creencias como algo "blasfemo", "lesivo" e injurioso. O, lo que es lo mismo, que prefieren blindarse ante cualquier crítica, negando siquiera el derecho de los ciudadanos a oír a todas las partes implicadas en el debate con la ridícula excusa de que oponerse a sus ideas equivale a ofenderles. ¿Acaso no afirma la Iglesia públicamente sus opiniones en favor de un determinado concepto de la familia o de la educación, llegando incluso a organizar manifestaciones en Madrid con gentes provenientes de toda la península sin que nadie se considere insultado? ¿Por qué no habríamos de conceder el mismo derecho a la otra parte en una sociedad abierta, plural y democrática? ¿O es que la Conferencia Episcopal está más bien defendiendo su derecho a exponer sus creencias sin oposición alguna y, por consiguiente, sin posibilidad de debate? No sé cómo lo verán otros, pero a mí me da la sensación de que los tiros van precisamente por ahí. Tan acostumbrados están a sus privilegios que no están dispuestos a ceder ni un ápice. Los obispos españoles, por desgracia, sienten nostalgia de otros tiempos en los que tenían el monopolio de los medios de comunicación y del discurso público sobre estos temas. Y, sin embargo, la sociedad española no va por ahí. Es más, buena parte de sus seguidores tampoco van por ahí y hace ya tiempo que abandonaron la senda integrista que los obispos defiendes estos días. Si aún continúan preguntándose porqué han ido perdiendo apoyo social, harían bien en mirarse al espejo, en lugar de lanzar balones afuera y culpar siempre a las supuestas políticas anticlericales del Gobierno. Dudo mucho que la amplia mayoría de católicos españoles (por no hablar de quienes han ido separándose de la Iglesia poco a poco, a pesar de ser creyentes) compartan este tipo de posicionamientos claramente preconciliar y, sobre todo, intolerante y cerrado al debate. Acallar las opiniones de quienes están en desacuerdo con nosotros no es nunca el camino correcto, aunque los obispos parecen no haberse dado cuenta aún después de más de treinta años de democracia en nuestro país. No sabe uno si echarse a llorar.

Pero lo más interesante de todo esto sea que el lema elegido por la UAL para lanzar el debate no sea quizás el más adecuado. Han decidido limitarse a traducirse el mismo eslógan empleado en Londres ("Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida"), que parece apostar por un "todo vale" a todas luces inaceptable en cualquier sociedad que aprecie valores tan importantes como la tolerancia o la solidaridad. Y, sin embargo, la Iglesia española, en su infinita cerrazón ideológica no ha sabido aprovecharse de las circunstancias para ponerles contra las cuerdas subrayando precisamente el peligro de caer en un chato relativismo absoluto sin la figura de Dios. Por el contrario, con su dogmatismo anticuado no han hecho sino favorecer precisamente el mensaje que la organización de ateos y librepensadores pretendía hacer llegar a la gente: la idea de Dios puede convertirse a veces en algo sumamente peligroso y hasta opresor. Con ello, los prebostes de la Iglesia han demostrado, una vez más, bien poca inteligencia y un mucho de dogmatismo. {enlace a esta historia}

[Sat Jan 24 16:43:47 CET 2009]

Tan acostumbrados estamos a que nuestros políticos se lancen siempre a la yugular del contrario que, la verdad sea dicha, su discurso se ha convertido en algo excesivamente predecible. Ve uno en la pantalla de televisión una imagen mostrando a Pepe Blanco, Javier Arenas o María Dolores de Cospedal y ni tan siquiera es necesario oír lo que dicen. Ya lo sabemos de sobra. Van a lanzarle puyas al contrario. Van a entregarse al vergonzoso pim-pam-pum en que hace ya tiempo se convirtió la política española. Y que no me digan, por favor, que todo esto se debe únicamente al bipartidismo que predomina en nuestro sistema. Llamazares mostraba algo más de reflexión y tenía un discurso un poco mejor trabado, pero no me digan que Julio Anguita no era (y es) predecible. Se le ve venir a la legua: la responsabilidad de todo la tiene el sucio capitalismo, y lo único que hay que hacer para solventar todos nuestros problemas es acabar con él. Cayo Lara, por cierto, parece ir por el mismo camino. Que no le pasa nada a IU. ¿Y qué decir de individuos como Carod-Rovira o Ibarretxe, por no hablar de la gente de la izquierda abertzale? En todos los casos, parece que más que individuos pensantes son meros portavoces de un catecismo ideológico. En los últimos años, la única excepción que he visto a esta regla es Rosa Díez, lo cual explica sin lugar a dudas la creciente popularidad de su partido entre el electorado. Finalmente, por lo que hace a Zapatero y Rajoy, me da la impresión de que tienen más cintura que sus segundos espadas, aunque también se entreguen en demasía al mero enfrentamiento pugilístico.

En todo caso, no menciono aquí todo esto para quejarme de nuestra clase política, queja que ya se escucha lo suficiente por todos sitios, sino más bien para todo lo contrario. Tanto se ha escrito estos últimos días sobre las fotos de Soraya Sáenz de Santamaría que publicara el diario El Mundo el pasado domingo en una pose sexy que casi pudiera decirse que dicho asunto se había convertido, de buenas a primeras, en tema de Estado. No voy a entrar aquí a discutir sobre ello, pues soy de los que piensan que la portavoz parlamentaria del PP está muy en su derecho de aparecer en las páginas de la prensa como le venga en gana sin necesidad de que se convierta automáticamente en pasto del debate político. No faltan quienes la acusan de frivolidad, pero es que los políticos (sí, hasta el mismísimo Obama) son, al fin y al cabo, seres humanos como cualquier otro. Tienen su lado frívolo como también tienen otros miles de características. En fin, que son, como cualquiera de nosotros, multifacéticos, por más que a menudo se empeñen en representar el mismo papel una y otra vez, como decíamos más arriba. De todos modos, como quiera que los populares criticaron despiadadamente hace unos años la presencia de las ministras socialistas en las páginas de la revista Vogue y ahora su propia portavoz se destapa con estas otras fotos no menos frívolas, Mariano Rajoy, ni corto ni perezoso, ha reconocido públicamente el error de su partido al acusar a las ministras del PSOE por aquél otro reportaje, lo cual me parece que le honra bastante. No sucede a menudo que uno oiga a un líder político reconociendo sus errores. Seguramente si lo hicieran más a menudo el ciudadano aprendería incluso a respetarlos más. Así pues, enhorabuena a Rajoy por pedir disculpas. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 23 14:28:51 CET 2009]

Me ha parecido simpática la viñeta de Erlich publicada hoy por El País:

{enlace a esta historia}

[Fri Jan 23 13:51:11 CET 2009]

Leo hoy en Público que el PP va a presentar una Proposición No de Ley en el Congreso de los Diputados para que España "se solidarice y reconozca los derechos de los negros en la historia" y se me ocurren varias cosas al respecto. En primer lugar, me parece correcto y necesario que aprobemos oficialmente dicha moción, por más que se trate de una mera declaración formal sin consecuencia material alguna (es decir, que, por lo que entiendo, la propuesta del PP no incluye el pago de ningún tipo de reparación). En este sentido, espero que los otros partidos políticos (sobre todo el PSOE) no se opongan a la proposición simplemente porque la han redactado los populares. Sencillamente, me parecería inaceptable y estoy convencido de que la amplia mayoría de los ciudadanos comparten conmigo esta opinión. El partidismo exacerbado de nuestro sistema político no hace sino exacerbar el cinismo de la calle con respecto a nuestras instituciones democráticas. Segundo, me planteo si acaso no mereciera la pena aprobar también una moción en similares términos en referencia al tratamiento que dimos a las poblaciones indígenas de América durante cientos de años. A lo mejor se ha hecho ya, pero lo ignoro. Pero es que, en tercer lugar, no puedo evitar plantearme lo paradójico del hecho de que el PP se opusiera a la Ley de la Memoria Histórica con el poderosísimo argumento de que no se trataba de un asunto que preocupara especialmente a los españoles en su momento y ahora sale con esta propuesta, como si de buenas a primeras los españoles de a pie hubieran decidido tal vez que no les importa un bledo que sus antepasados estén enterrados en fosas comunes en las cunetas de los caminos pero, en cambio, les parece importantísimo que sus diputados aprueben una declaración de condena de la esclavitud. No sé, son cosas interesantes. Al parecer, cada uno cuenta la fiesta según le va.

Por cierto, que hoy Público también tiene una entrevista con Donato Ngongo, profesor de la Universidad de Columbia, sobre el tema de la esclavitud en el que éste hace una interesante reflexión:

— ¿Han de compensar económicamente los estados a África?
— Es necesario. Otros grupos humanos, como los judíos tras la II Guerra Mundial, han sido compensados por su holocausto, pero los afroamericanos no. Las grandes potencias siguen mirando hacia otro lado.

Y es que no todos somos iguales, a pesar de la retórica universalista. No estoy seguro del todo de que este tipo de hechos históricos puedan explicar en su totalidad el subdesarrollo económico y político de la mayoría de países africanos, pero son sin duda elementos a tomar en consideración. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 19 15:52:33 CET 2009]

El País publica hoy un artículo de la escritora Monika Zgustova titulado Europeos de primera, europeos de segunda que debiera hacernos reflexionar sobre las diferencias entre los países de la Europa del Este y los del Oeste:

La visión que los checos tienen de su historia —que en parte coincide con la de otros antiguos satélites soviéticos de Europa central— se puede resumir en el hecho de que a lo largo del siglo XX, en distintas ocasiones y de diversas maneras, Europa occidental les dio la espalda, mientras que en tantas ocasiones, Estados Unidos les brindó su amparo. Así, después de que el presidente norteamericano Wilson diera su apoyo a que de las ruinas del Imperio Ausotrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial se levantara una Checoslovaquia independiente, próspera y democrática, en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia no movieron un dedo cuando Hitler invadió Checoslovaquia, a pesar del convenio de ayuda militar.

Luego, durante las cuatro décadas de la lamada dictadura del proletariado, cuando el miedo impreganab la atmósfera como una nube tóxica, la sociedad checa, necesitada de comprensión, topó con los oídos sordos del Occidente europeo intelectual, que, salvo honrosas excepciones, estaba demasiado ocupado en cantar las virtudes de aquella ideología que los checos rechazaban. Y entonces, otra vez América, menos ideológica que Europa, les demostró la comprensión que necesitaban.

Tras el desplome del totalitarismo, los antiguos satélites soviéticos volvieron a sentirse humillados, esta vez por una Europa que —así les parecía— les dejó esperar 15 años largos a la intemperie en la cola para entrar en su club, vigilándoles con una altiva y paternalista mirada de amo rico y poderoso mientras las empresas occidentales compraban a precio de saldo las industrias de su país. Sentían que había unos europeos de primera que los trataban como europeos de segunda. ¿Y, en el fondo, no es así? ¿Cuenta lo mismo un húngaro que un italiano, un polaco que un francés, un checo que un holandés, para no hablar de letones o búlgaros? De aquí, pues, deriva su mirada desconfiada hacia Europa y su política proamericana.

Zgustova plantea varios temas que debemos tratar por separado para no causar demasiada confusión. En primer lugar, no las tengo todas conmigo en lo que respecta a sus acusaciones contra las potencias occidentales poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, ¿acaso no pueden quejarse los españoles precisamente de lo mismo? También en nuestro caso Francia y Gran Bretaña nos abandonaron al totalitarismo nazi-fascista sin pensárselo demasiado debido al temor a plantarle cara a Hitler. Y, sin embargo, en nuestro caso ello no derivó en una reacción contra la Europa occidental, sino más bien todo lo contrario: ya desde los primeros años de la posguerra nuestra oposición democrática aspiraba a insertarse en el movimiento de integración europea que comenzaba a perfilarse lentamente allende nuestras fronteras. Dichas aspiraciones, de hecho, arraigaron tan hondo que los primeros gobiernos de la UCD iniciaron inmediatamente las negociaciones de adhesión tan pronto como tuvieron ocasión, contando para ello con la aprobación tanto de socialistas como de comunistas en la oposición, algo que no puede decirse tan fácilmente de la izquierda europea de aquellos años.

Mucho más importante me parece, sin embargo, el segundo argumento que usa Zgustova para justificar el hecho de que estos países apoyen una política más claramente proamericana que los países de la Europa Occidental: se mire como se mire, lo cierto es que la intelligentsia progresista de nuestros países siempre mantuvo una actitud demasiado ambivalente hacia el comunismo soviético y falló miserablemente a la hora de proporcionar a los movimientos de oposición democrática que se organizaban al otro lado del telón de acero siquiera el más mínimo apoyo. Seguramente nos dolerá en lo más profundo de nuestros corazones, pero la verdad es que mientras que los EEUU sí que les brindaban su apoyo moral y, sobre todo, material, por aquí preferíamos mirar para otro lado y tratar a la nomenklatura soviética como a unos hermanos descarriados. De aquellos polvos vinieron estos lodos, sin lugar a dudas. Tiene bien poco de extraño, pues, que quienes ayer no recibían siquiera una palabra de aliento de nuestras cancillerías mientras estaban sometidos al yugo soviético hoy prefieran mirar hacia Washington, quien entonces les proveía de apoyo material y ánimo para continuar en la lucha contra el totalitarismo de Moscú. Por cierto, que ésta es una lección de la que también debiéramos aprender en lo que respecta a Cuba, por poner tan sólo un ejemplo. ¿Puede extrañar a alguien que el día que Cuba vuelva a ser democrática los cubanos sientan más aprecio por unos EEUU que pueden haber caído en la terquedad pero que al menos tienen las ideas claras antes que por una Unión Europea que no para de aplicar virajes bruscos a sus política hacia la isla caribeña? Dejemos las cosas claras, por si acaso: no defiendo el bloqueo estadounidense. Me parece que se trata de una política errónea, que afecta sobre todo a la gente de la calle y no a la élite dirigente. Sin embargo, he de reconocer que al menos se trata de una clarísima declaración de intenciones mucho más contundente que el continuo zigzagueo europeo. En esto, como en tantas otras cosas, no tenemos las ideas claras en la Unión Europea. Nos andamos con medias tintas, con demasiado temor al qué dirán o al qué pensarán. Parecemos eternamente cautivos de nuestra progresía más descerebrada, de la izquierda caviar más preocupada por la estética revolucionaria y rebelde que de los verdaderos efectos de sus políticas.

Finalmente, tampoco estoy de acuerdo del todo con el análisis que hace Zgustova sobre los europeos de primera y de segunda, que viene a dar el título al artículo entero. En primer lugar, no me parece que la Unión Europea hubiera tenido realmente ninguna alternativa una vez caído el muro. ¿Qué podía haber hecho? ¿Admitir a todos los países de la Europa del Este en su seno sin más, sin exigir ningún tipo de contraprestación aunque fuera en términos de estabilidad política y económica? ¿Y qué decir del euro? Si ni siquiera se permitió el acceso a la zona euro a los países occidentales que no pudieran demostrar haber alcanzado unas mínimas condiciones de estabilidad económica y monetaria, ¿con qué derecho exigen los países de la Europa del Este ser admitidos en "el club"? Simplemente, no me parece que se trate de una acusación justa, como tampoco me parece justo que se eche en cara que no cuenta lo mismo un polaco que un francés, un húngaro que un italiano? ¿Es que tiene algo de extraño? ¿Acaso no se aplica el mismo principio a la diferencia entre un luxemburgués y un español, un irlandés de un alemán? Seamos cautelosos con nuestras quejas. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 16 18:03:03 CET 2009]

Me ha parecido interesante la entrevista con Leo Bassi que he leído hoy en el diario Público. Para ser sinceros, el cómico ítalo-americano me parece también demasiado crudo y hasta predecible en sus críticas contra algunas instituciones (su afirmación de que "la derecha es neolítica", que ha sido aprovechada por el periodista para titular la entrevista, está ya demasiado trillada, además de ser simplista e intolerante). Pese a ello, se muestra capaz de lanzar algunas ideas ciertamente sugerentes:

— ¿Y qué pasó [con respecto al fracaso de la utopía]?
— Fue una conspiración para joder las utopías. Y lo consiguieron. El nacionalismo destrozó el internacionalismo. Los poderes tenían miedo al internacionalismo obrero. Y consiguieron que Austria, un pilar del catolicismo, luchase contra Italia. Benedicto XV, el Papa de la paz, empujó a los dos lados a la guerra. Bastaba con decir "yo excomulgo a cualquier católico que mate a otro católico" y la guerra se paraba al instante. El mundo musulmán, por cierto, nunca ha tenido una guerra mundial.
— ¿Qué pasó, pues, con las utopías del siglo XIX?
— Sí, se deformó. Toda una generación aprendió a matar. Los socialistas utópicos se convirtieron en nacionalistas. Se perdieron la inocencia y las utopías. La izquierda no ha hecho su trabajo después del muro de Berlín y de la caída del bloque soviético. La izquierda dogmática no se ha reformado.
— ¿Y dónde está la izquierda ahora, en plena crisis capitalista?
— ¡Dando dinero a los bancos! La crisis no es pajaera. Es estructural, profunda y filosófica. La crisis toca el dogma del mercado libre. Estamos viviendo la decadencia de los dogmas de la derecha y en lugar de aprovechar la oportunidad, la izquierda tiene pudor, miedo. En Utopía [el título de su último espectáculo] abro champán para celebrar la caída de los dogmas, del capitalismo salvaje. Hay que romper dogmas, de verdad.
— ¿Y cuál es la fórmula?
Creo en una izquierda con mercado libre, pero con ideales comunitarios. Necesitamos una responsabilidad en el mercado libre. No se puede ver un partido de fútbol sin árbitro. ¡Se matarían en cinco minutos! Por otro lado, la derecha española no es una derecha capitalista. Todos los obstáculos que he vivido lo demuestran.

Es decir, que según Bassi, la izquierda tiene pudor y miedo, por un lado, pero por otra parte él deja bien claro que cree en un sistema de libre mercado, aunque se trate de un mercado responsable. ¿Y en qué se diferencia esto, se pregunta uno, de la socialdemocracia entonces?. Lo digo porque, obviamente, su retórica parece ser muy crítica con la izquierda que tenemos, a la que parece considerar más o menos domesticada. Y no digamos ya lo que podría pasar si tuviéramos la oportunidad de obligar al bueno de Bassi a adoptar políticas concretas y tomar decisiones desde una posición de gobierno. Todo parece indicar que el "fuerte espíritu crítico" se difuminaría entonces hasta hacerse irreconocible, deshaciéndose como un azucarillo de la misma forma que el reformismo socialdemócrata que tanto parece disgustarle. En fin, son los problemas de verse obligado a dar soluciones y aplicar políticas, en lugar de ver los toros desde el burladero, como hasta ahora siempre hacen Bassi y tantos y tantos otros "intelectuales críticos".

Por cierto, que me parece que Bassi también comete un grave error al culpar al nacionalismo de la derrota del pensamiento utópico. La cosas es mucho más complicada que eso. Sencillamente, la utopía ha caído en desgracia desde que hemos ganado conciencia de la enorme cantidad de crímenes contra la Humanidad que se cometieron durante el siglo XX tratando de ponerla en práctica. Baste recordar que los últimos utópicos que hemos conocido en el mundo occidental son precisamente aquellos que se decidieron a tomar las armas en los años setenta, plantando bombas en las calles de nuestras grandes ciudades y asesinando sin ton ni son. Si no acertamos a reconocer ese error, nos veremos abocados a caer en él nuevamente. Cuidadito. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 15 17:06:34 CET 2009]

Es una pena el desconocimiento general que incluso personas más o menos cultas (incluyéndome a mí, por supuesto, culto o no) tienen de otras civilizaciones debido al excesivo eurocentrismo de nuestra educación y medios de comunicación. Por cierto, que lo mismo suele aplicarse también a la concepción errónea que tenemos de una persona culta (o, como suele decirse a menudo, de un humanista) como aquella persona que tiene un amplio conocimiento de asuntos de Historia, Filosofía y Literatura, aunque ignore hasta los conceptos más básicos del campo científico, matemático o tecnológico. Viene esto a cuento de un artículo que me encontré en El Periódico de Cataluña hace un par de semanas sobre Ibn Khalaf al Muradi, el llamado Leonardo islámico:

El Leonardo da Vinci islámico vivión en Córdoba o Granada en el siglo XI. Inventó relojes de agua, máquinas de guerra y otros artilugios que debieron priducir asombro en aquel tiempo brumoso donde dominaba la superstición. El ingeniero andalusí se llamaba Ibn Khalaf al Muradi y, por primera vez, sus juguetes han sido interpretados en tres dimensiones por un equipo de especialistas italianos bajo el mecenazgo del emir de Qatar.

Según se nos cuenta en el artículo, incluso las Cantigas de nuestro Alfonso X El Sabio incluyen una descripción de uno de sus proyectos: un gran reloj de madera que funcionaba con mercurio. Pero es en El Libro de los secretos, un manuscrito árabe del año 1000 que ha llegado hasta nosotros a través de una copia realizada en Toledo en 1266 que conocemos casi toda la obra de este extraordinario inventor:

El libro de los secretos, redactado en árabe, contiene diseños de más de 30 dispositivos. De ellos, Leonardo 3 [el equipo de especialistas italianos] abordó la reconstrucción de una máquina de guerra para destruir fortalezas y de un reloj de agua con tres personajes, una mujer y dos hombres. El equipo creó mopdelos tridimensionales animados de todas las piezas de ambos artilugios, que se van ensamblando en un touch screen holográfico. La máquina de guerra consiste en un ariete que asciende mediante un sistema de elevación horizontal para destruir una fortificación enemiga. El reloj con autómatas funciona con un sistema mecánico a base de poleas y tornos que transporta el agua hasta que mana de la boca de la mujer, que se desplaza para arrojarla en una jarra.

Hay además una máquina inquietante, una fábula amorosa con animales, pequeñas gacelas, serpientes que brotan de un pozo y una princesa cautiva. Todos estos personajes debían moverse mecánicamente mediante mercurio y agua y con la ayuda de poleas. Este sofisticado artilugio forma parte de la más genuina tradición islámica. Aunque la arquitectura no religiosa del mundo árabe fue destruida y se conservan pocos indicios, sí se sabe que los grandes palacios de Samarra y Madinat al-Zahara (el palacio cordobés de los Abderramanes) poseían jardines de ensueño, con estanques de mercurio y plomo donde se reflejaba la luz. Y flanqueando las principales puertas y los tronos de los soberanos, había autómatas de bronce que se movían o emitían extraños ruidos. A los autómatas se les equipaba con un sistema neumático. El cuerpo de metal actuaba como caja de resonancia de un saco de piel guardado en su interior, una especie de fuelle conectado por un tubo a la boca del animal. La vibración originaba un ruido, una especie de rugido que debía causar miedo y sorpresa entre los invitados o enemigos del señor andalusí al que pertenecían y que, nos permitimos sospechar, debía disfrutar de lo lindo con los sobresaltos.

En fin, una idea bien distinta del típico estereotipo que tenemos sobre la cultura islámica estos días como monstruo que únicamente ha parido criaturas fanáticas y sedientas de sangre. Khalaf al Muradi suena, sin duda, como una figura bien parecida a la del Leonardo occidental, si bien mucho menos conocida porque tuvo la mala fortuna de nacer en la civilización equivocada. {enlace a esta historia}

[Wed Jan 14 15:20:35 CET 2009]

El País publica hoy un interesantísimo artículo de José Ignacio Wert donde se pregunta por el futuro de Izquierda Unida:

No es normal que, en dos ocasiones, una formación política pierda la mitad de su espacio electoral. No es normal, porque lo normal en esos casos es que no se recupere del primer golpe y desaparezca o se subsuma en otra. Sin embargo, IU remontó la casi desaparición del PCE en 1982 y, de hecho, en 1996 casi iguala el techo electoral que estableció en 1979.

Esto nos alerta sobre una pista de importancia. ¿Hay tanta continuidad electoral como se da por supuesto entre el PCE e IU? A juzgar por los resultados de 1986, primera comparecencia electoral de IU, parecería que sí. A juzgar por lo que pasa más adelante, se diría que no. Recordemos que IU nace como un movimiento aglutinado por la heterogénea oposición a la OTAN con ocasión del referéndum de 1986, en el que se dan cita, claramente bajo la égida del PCE, izquierdismos de muy vario pelaje, un incipiente ecologismo, desencantados con la deriva socialdemócrata del PSOE y no pocos intelectuales y artistas (parte de los cuales habían apoyado al PSOE cuatro años atrás) especialmente activos en el movimiento anti-OTAN.

Pues bien, la aparente continuidad electoral con el PCE que los resultados globales de IU en 1986 parecen sugerir (IU prácticamente repite los mismos resultados del PCE, con una imperceptible mejora, inferior a 0,6 puntos porcentuales, respecto a aquéllos) resulta discutible tanto por la distribución territorial del voto, que muestra un patrón errático de subidas y bajadas, como, aún más claramente, por lo que los datos de las encuestas postelectorales apuntan. Asíl, de acuerdo con la encuesta postelectoral del CIS de 1986, menos de la mitad de los votantes de IU en 1986 habían votado al PCE en 1982. El 40% de los votantes del PCE de 1982 tenían menos de 35 años, frente al 61% de los votantes de IU de 1986. Es decir, hay un cambio de importancia en la composición del electorado de IU respecto al que en las tres elecciones en que concurrió como tal tenía el del PCE. IU atrae más voto joven, mejor insertado económica y culturalmente que el voto comunista tradicional, con menor peso de la base obrera y mayor de las clases medias emergentes. Ese cambio se hace más intenso a lo largo de las siguientes elecciones, de tal suerte que el electorado de IU en 1996 (su techo como tal) se parece ya bastante poco al electorado del PCE en 1979 (techo electoral del PCE).

Y, sin embargo, la dirección actual del PCE (y el sector mayoritario de IU, de acuerdo a los resultados de su reciente Asamblea Federal) no parece tener nada de esto en cuenta a la hora de elaborar sus opciones de estrategia política. Tanto una interpretación demasiado radical y pesimista de la actual crisis económica internacional como los malos resultados electorales cosechados en las últimas elecciones generales tras una etapa de cierta colaboración con los socialistas en el Congreso han fortalecido al sector duro de los comunistas españoles, es decir, aquellos militantes que se niegan a llegar a acuerdos con el PSOE, entienden la gestión desde el gobierno como una pura traición a la revolución y creen llegado el momento de tensar la cuerda para movilizar a los ciudadanos contra el mismísimo sistema capitalista. Con respecto al primer punto (el de la crisis económica), la ven como claro anuncio de la llegada de su particular Mesías, la revolución socialista. Creo que se equivocan. Y se equivocan, además, de la misma forma que se han equivocado en numerosas ocasiones anteriormente. De hecho, cada vez que el capitalismo (o, como muchos prefieren denominarlo hoy en día, el sistema de libre mercado) se encuentra en apuros, no faltan quienes se aprestan a hacer sonar las campanas en la torre de sus iglesias rojas llamando a la revolución. Como digo, estoy convencido de que se han equivocado antes y se volverán a equivocar en esta ocasión también. Crisis y recesiones, sencillamente, son intrínsecas al propio sistema capitalista, y ésta que tenemos ahora entre manos no me parece particularmente grave comparada con otras que tuvieron lugar en el pasado no tan remoto. Pero es que, en segundo lugar, también me parece que se equivocan quienes achacan los desastrosos resultados electotrales a la estrategia de colaboración con los socialistas seguida por Llamazares. Por el contrario, creo que las razones fundamentales que vienen a explicar los malos resultados de IU en las urnas vienen a ser, en primer lugar, el ambiente de crispación en que se desarrollaron y que casi obligaba a los ciudadanos a elegir entre PSOE y PP, y, en segundo lugar, el propio sistema electoral que tenemos en España de proporcionalidad imperfecta. O, para ponerlo en otros términos, IU ha sido víctima de una clara tendencia al bipartidismo férreo que se está dando últimamente en casi todos los países de nuestro entorno (no hay más que ver los ajustados resultados de casi todas las elecciones que se han venido celebrando desde hace unos cuantos años a esta parte), y no tanto como consecuencia de las estrategias políticas que hayan seguido sus líderes en determinado momento.

Pero, entrando en lo que nos importa, ¿cuá puede ser el futuro de una Izquierda Unida dominada por el sector duro del PCE? José Ignacio Wert también se atreve con una respuesta:

La cuestión es que, tras el gris liderazgo de Llamazares —como todos sus predecesores al frente de IU, miembro a su vez del PCE—, este partido, que ha encontrado en IU el mecanismo para no sufrir nunca un desgaste electoral mediante la técnica de no presentarse como tal a las elecciones, ha decidido optar por un comunista hardcore como es Lara para ponerlo al frente de IU. Pese a que las externalidades —crisis económica, elevado desempleo— le favorecerían y pese a que ese liderazgo se va a mostrar mucho más combativo respecto al PSOE, mi pronóstico es que el declive electoral de IU no se va a detener. La salida —o, más bien, el enroque— que la elección de Cayo Lara supone va a hacer de esta IU un vehículo aún menos apto para dar un cauce electoral atractivo a la izquierda volátil (en la expresión de César Molinas), dentro de la que el componente comunista es mucho más débil de lo que el predominio del PCE dentro de IU llevaría a imaginar.

Estoy completamente de acuerdo con el análisis de Wert. Si acaso, la única salida posible que veo para IU sería, tal y como está pidiendo Almudena Grandes, una refundación en toda regla que ponga fin a la coalición multicolor supeditada a los intereses del PCE y la sustituya por un nuevo partido político que represente a una nueva izquierda capaz de engarzar con el socialismo de viejo cuño. Pero no parecen ir por ahí las cosas. Y, por lo que hace al PSOE, habría que considerar las posibles consecuencias políticas de una Izquierda Unida con cada vez menos fuerza electoral. Seguramente no faltarán los socialistas que se alegren pensando solamente en ello, pero me da la impresión de que un análisis más riguroso de la realidad no tiene más remedio que descubrir las trampas y limitaciones de un panorama político con solamente dos partidos representándonos en las instituciones. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 12 14:29:19 CET 2009]

Aunque ayer no tuve tiempo de escribir sobre ello, no quiero dejar pasar la oportunidad de dejar constancia en esta bitácora del elogio de la amabilidad que hace Esther Tusquets en un artículo de opinión publicado en El País:

De joven —a mis 20, a mis 30, incluso a mis 40 años—, no se me hubiera ocurrido hacer un elogio de la amabilidad. Ni a mí, ni a los jóvenes de entonces, ni a los jóvenes de hoy.

En la primera etapa de la vida se aprecia el atractivo externo (¿con cuánta frecuencia, al hablar de alguien, es esta cualidad la primera que mencionamos?, ¿cuántas veces se añade entre las razones que hacen dolorosa una muerte, sobre todo si se trata de una muchacha o de un niño, lo guapo que era?), la habilidad en el deporte, enel baile, en hacer que las actividades sean divertidas, el valor físico, la simpatía, y también, es cierto, la inteligencia, un talento determinado para algo, la originalidad.

Para que valoremos la bondad (la bondad real, la única válida, que, al igual que el auténtico amor, no cabe confundir con la tontería, sino que requiere, al menos en los humanos —el amor de los animales, para mí y para otras personas tan importante, discurre por cauces distintos—, una dosis importante de inteligencia) deben transcurrir unos años, tenemos que haber llegado a comprender que, sin la presencia de algunos "hombre buenos", la vida, en este inhóspito planeta que nos ha caído en suerte, sería insufrible, pues sólo ellos mantienen la mínima dosis de comprensión, de interés por los demás y de generosidad (vergüenza me da añadir "de solidaridad:, tan deteriorada ha quedado esta palabra por el abuso y el mal uso que se ha hecho de ella, pero no encuentro otra para sustituirla, ¡y era, es, de todos modos, tan hermosa!) que hace posible la convivencia humana y la supervivencia de los más débiles.

Me parece importante reivindicar el papel de la amabilidad en nuestra sociedad porque, en contra de lo que se piensa entre nosotros, se trata más bien de una virtud en peligro de extinción. No son pocos quienes repiten hasta la saciedad que como en España no se vive en ningún otro sitio —y, ¿para qué hablar de la facilidad con que se repite esto en mi Andalucía natal, donde todo hijo de vecino parece pensar que somos los más macanudos del mundo mundial?—, pero en este caso, como en muchos otros, la realidad dista mucho del tópico. Me da la impresión de que a menudo confundimos la alegría con el mero hacer ruido, por ejemplo. La triste realidad es que la vida cotidiana en España está plagada de exabruptos, insultos, riñas, falta de respeto al conciudadano, muestras del egoísmo más atroz —pocas sociedades hay en el mundo desarrollado más individualistas que la nuestra, quizá con la excepción de la italiana, a pesar de que sean los anglosajones quienes tengan que apechar con ese sambenito— y otras muchas muestras del escaso nivel de civismo que impera entre nosotros. De ahí que no me parezca del todo correcto lo que indica Tusquets sobre el poco aprecio que sentimos por la amabilidad cuando somos jóvenes. Disiento porque, al menos donde vivio, la amabilidad brilla más bien por su ausencia en líneas generales, ya sea entre los jóvenes o los ancianos. A lo mejor estamos tan acostumbrados a ello que ni lo notamos, pero quien ha vivido tanto tiempo en el extranjero como yo ciertamente se da cuenta. Es casi imposible oír a alguien darte las gracias o pedir las cosas por favor, por no hablar de ceder el paso al entrar o salir de un comercio. De hecho, hemos llegado al punto en el que hasta te piden la hora como si uno tuviera la obligación de darla. Y no creo que se trate del típico caso, tan caro a quienes sienten simpatía por el conservadurismo más tradicionalista, en el que dicho comportamiento socialmente tan extendido quepa achacarse a una decadencia de las formas. Para ser sinceros, cuando hago memoria no recuerdo que fuera muy distinto allá a principios de los años ochenta. Por el contrario, tanto en Irlanda como, sobre todo, en EEUU, me encontré unas formas bien distintas —en líneas generales, por supuesto, pues de todo hay en la viña del Señor. Sea como fuere, promover un cierto retorno a la amabilidad en nuestra sociedad me parece que debería ser una de nuestras prioridades si de verdad queremos construir un mundo mejor, más solidario, más humano. {enlace a esta historia}

[Sun Jan 11 19:03:24 CET 2009]

Las páginas culturales de El País incluían ayer un par de artículos que me parecieron dignos de mención. En primer lugar, el reportaje titulado Óleo, sangre y tinta china trataba sobre la afición a pintar de muchos autores de reconocido prestigio, como Doestoievski, Kafka, Faulkner, Proust, Jack Kerouac, Günter Grass, Sylvia Plath o John Updike. El texto de Javier Rodríguez Marcos surgió como consecuencia de la publicación en España de Y además saben pintar, el volumen del estadounidense Donald Friedman dedicado al tema. Como nos explican en el artículo:

Para Friedman, "es lícito preguntarse si, en un escritor, el impulso de crear obras visuales es el mismo que mueve sus expresiones literarias". Eso sí que el árbol de la escritura y el de la imagen puedan tener las mismas raíces no significa que el color de las hojas sea el mismo. "Al contemplar la obra plástica de un escritor", argumenta, "buscamos relaciones con lo que ya conocemos. Esperamos imágenes surrealistas de André Breton y el retrato informal de Dylan Thomas borracho; pero qué sorpresa ver a Flannery O'Connor, tan gótica ella, como dibujante humorística; a Joseph Conrad haciendo dibujos a pluma de chicas sexy, o a Charles Bukowski saliendo de su infierno para ofrecernos representaciones infantiles de aviones, coches y perros".

En fin, que el libro de Friedman nos permite aproximarnos a autores famosos desde un punto de vista ciertamente distinto al que estamos acostumbrados, y eso nunca está de más. Pero hay un punto del artículo que me llamó la atención:

...antes del estallido de subjetividad del siglo XX, pintar, incluso para un escritor, era una asignatura más en la formación de las clases altas. Como apunta Updike, "las habilidades del caballero a la antigua usanza solían incluir la capacidad de reproducir un paisaje, del mismo modo que un hombre de clase media sabe hoy en día manejar una cámara de fotos". De ahí la soltura de los dibujos de Victor Hugo, Goethe, Puskin o las hermanas Brönte.

A veces echa uno de menos ese tipo de amplia educación humanista que permitía a las clases medias escribir un digno poemita amoroso lo mismo que atreverse con el boceto de una escena urbana o apreciar los detalles de una pieza musical durante los momentos de asueto. Claro que, todo hay que reconocerlo, se trataba de otros tiempos en los que, para empezar, se tenían mucho más claras las cosas y todavía había una mínima escala de valores que proporcionaba la gradación necesaria para entender siquiera el concepto de superación personal. Pero es que, por otro lado, las clases medias de entonces contaban sin duda con más tiempo del que contamos hoy en día, al menos en apariencia. Permítaseme una aclaración con respecto a eso de la apariencia. Estoy firmemente convencido de que ahora contamos, de hecho, con mayor tiempo libre del que ha habido jamás. El problema, sin embargo, es que tendemos a malgastarlo en puro consumo pasivo de programas televisivos de baja estopa y peliculillas del tres al cuarto. En otras palabras, que nos falta educación para hacer uso de ese tiempo libre que tenemos entre manos. Nos quejamos de puro vicio.

Por otra parte, el suplemento Babelia publicó una columna escrita por el escritor Use Lahoz sobre los amores literarios de la que entresaco la siguiente reflexión:

El día después de cumplir los veintiséis, empecé mi primera novela. No debí hacerlo, aún quedaban rastros de la fiesta. Una primera novela es como una primera novia, pues más que nada enseña, corrige ímpetus, guía. Se disfruta más de las siguientes. Los primeros amores están sobrevalorados.

Pese a la ligereza con que al autor escribe esas palabras, a mí me parece que contienen bastante profundidad. {enlace a esta historia}

[Tue Jan 6 20:53:44 CET 2009]

Magnífico La hora de la razón, el artículo de Antonio Elorza publicado hoy en El País en el que se hace un llamamiento a la sensatez en lo que respecta al asunto de Gaza, oponiéndose a la retórica exacerbada de quienes atacan a Israel por sus acciones presentando siempre a Hamás y sus secuaces como víctimas inocentes de todo:

En los planteamientos que apoyan semejante visión de las cosas, como sucede en un vehemente artículo de Tariq Ramadan, los sujetos trágicamente pasivos son "los palestinos". A Hamás no se la menciona o se la incluye en el relato de pasada, sin intoducir para nada en la explicación su responsabilidad en el desencadenamiento de la crisis. Y el pequeño detalle es que fue el Gobierno de Hamás en Gaza el que decidió romper la tregua con Israel el 19 de diciembre, y el que ordenó desde ese momento lanzar decenas de misiles sobre las poblaciones israelíes cercanas. No entra aquí si esos misiles eran de alta o baja calidad. A eso se le llama declarar un estado de guerra, por el cual si alguien asume tal decisión ante un adversario superior, ya sabe lo que les espera a los ciudadanos situados bajo su administración.

Imaginemos una situación análoga. Marruecos tiene una reivindicación tal vez uy justa sobre Ceuta y Melilla. Su Gobierno decide entonces lanzar misiles sobre nuestro lado del estrecho. ¿Tiene el Gobierno español que aguantarlo estoicamente?

Otra cosa es que la respuesta sea claramente desproporcionada y, por tanto, digna de ser condenada. Pero una respuesta armada era inevitable si Hamás seguía atacando. Estamos en una de esas crisis internacionales en las que no hay un responsable, sino dos, y por consiguiente la acción pacificadora debe concernir a ambos. A no ser que disfrutemos con la idea de una destrucción de Israel a medio plazo, objetivo al que, en definitiva, responde la provocación de Hamás.

Mucho se ha escrito durante estos últimos días sobre este asunto, y la mayor parte han sido, por desgracia, insensateces. A nadie le gusta una guerra. Todas las partes implicadas sufren en ellas, aunque aparentemente muchos no lo crean así. Más penoso me parece el hecho de que haya tanta gente entre nosotros que se crea en la obligación de defender a Israel para ser un buen conservador o, por el contrario, defender a los palestinos a ultranza para demostrar sus credenciales de buen progre. Todo lo que sea abdicar de la razón y agarrarse a cualquier catecismo cual tabla salvadora me parece ridículo. Incluyo aquí, por cierto, al recientemente elegido coordinador general de IU, Cayo Lara, quien ha hecho un llamamiento a Zapatero para que expulse al embajador israelí después de calificar la invasión de la franja de Gaza como un "genocidio". Recordémosle al señor Lara que nuestro diccionario define el genocidio como el "exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad", y la población palestina en los territorios ocupados no ha hecho sino crecer durante las últimas décadas, por no hablar del hecho de que más de un millón de árabes son ciudadanos de Israel, cuenta con su propio partido político representado en el Parlamento y su lengua es cooficial en el Estado. Imagino que Lara y sus camaradas del PCE ignoran estos detalles, de lo contrario no entiendo cómo pueden afirmar tan tajantemente que Israel está llevando a cabo una política de exterminio (o genocidio, que viene a ser lo mismo) de la población árabe y palestina. Son las cosas que pasan cuando se les calienta la boca y sueltan demagógicas consignas propagandísticas.

Dicho esto, merece la pena transcribir también la conclusión del artículo de Elorza:

La experiencia de 2006 prueba que este tipo de conflicto le sienta mucho peor a Israel que los enfrentamientos clásicos de ejército a ejército. Hay, pues, que frenar a invasión, pero al mismo tiempo garantizar cueste lo que cueste, suspendiendo las ayudas que haya que suspender en caso de infracción, que Hamás dejará de atacar desde Gaza. La paz tiene dos caras.

No estoy seguro de que los gobernantes de Israel sean del todo conscientes de que con este tipo de intervenciones militares consiguen bien poco a medio y largo plazo. Cierto, al menos conceden un respiro a sus ciudadanos que hasta hace poco han visto caer explosivos de Hamás en sus barrios con total impunidad (para que se entienda bien en nuestro contexto: se trata de algo así como una kale borroka con esteroides), pero al mismo tiempo se alejan más y más de un definitivo acuerdo de paz que pueda venir a solucionar el conflicto. En otras palabras, que la estrategia que se viene aplicando por parte de Israel sólo asegura pan para hoy y hambre para mañana, como todos hemos podido comprobar durante los últimos veinte o treinta años. {enlace a esta historia}

[Tue Jan 6 10:51:01 CET 2009]

Me ha gustado el artículo de Fernando Savater sobre Ralph Waldo Emerson que publica hoy El País. Supone una magnífica introducción no sólo a la obra del pensador norteamericano, sino también a la tradición filosófica estadounidense, que sin duda existe, aunque por estos lares sea en buena parte desconocida:

En Hombres representativos, estudios sobre personajes tan dispares como Platón, Montaigne, Shakespeare o Napoleón, Emerson plantea el análisis y encomio de la grandeza humana. Cada una de las figuras geniales que considera no es ensalzada —sin omitir aspectos críticos— por su individualidad que abruma la colectividad mediocre que la rodea, sino precisamente como representantes de la magnitud de posibilidades que está en todos aunque sólo unos cuantos la realicen: "El hombre de genio nos informa no de su riqueza, sino de la riqueza común". El eminente puede ser único, pero nunca está solo ni expresa la inalcanzable soledad sino que marca caminos sociales de superación. Ésta es la voz genuina de América como tierra de oportunidades (un lema tantas veces pervertido), la mejor entraña democrática del gran país. Y la generosidad intelectual y humana de Emerson, tan fructífera, se refleja muy bien en una obra monumental pero apasionante, Emerson entre los excéntricos (Ariel) de Carlos Baker, crónica de la andaduda del sabio de Concord y de su estimulante relación con Thoreau, Hawthorne, Margaret Fuller, Melville, Whitman y tantos más. Un fresco divertido, conmovedor y sumamente significativo para quien quiera conocer a la generación que inventó los ideales de los Estados Unidos... desde Lincoln hasta, por fin, Obama.

Me parece importante esa visión de los hombres eminentes como quienes marcan el camino de la superación colectiva, en lugar de tratarse de meros genios caídos del cielo, individuos distantes, cuasi divinos. Nótese la diferente mentalidad a que conducen una y otra visión (la del genio, muy popular aquí en Europa, y la de la persona eminente como encarnación de las posibilidades de una sociedad): en tanto que una conduce al derrotismo fatalista y a abdicar de nuestra propia responsabilidad entregándola al líder carismático, la otra lleva directamente a la tradición tan americana del concepto de autorrealización y la literatura dedicada a la automejora de la que tanto nos reímos por estos lares.

Sea como fuere, Savater subraya indirectamente también la línea que separa la tradición filosófica norteamericana de la europea. Sencillamente, los pensadores estadounidenses no son tan dados a la mera especulación abstracta como los europeos. Por allá se prefiere un pensamiento con los pies en el suelo, pragmático y funcional, implicado en nuestro quehacer diario y que no se pierda en disquisiciones sobre el sexo de los ángeles. En otras palabras, se trata de un pensamiento que entronca más con el helenismo que con la escolástica medieval, a la que por aquí seguimos rindiendo pleitesía en forma de filosofías altamente complejas y alejadas de las preocupaciones de la calle. Es una pena, porque así nos hemos cargado a la filosofía entre todos, convirtiéndola en algo lejano, sin influencia alguna en nuestras vidas. La recuperación de la filosofía no tiene más remedio que venir de un retorno a esa conexión vital.

Por cierto, el mismo artículo menciona de pasada también a un personaje histórico sobre el que jamás había leído una palabra y que me parece, no obstante, extremadamente interesante: John Brown, el abolicionista americano que decidió hacer frente al esclavismo recurriendo a la lucha armada. Parece mentira que el cine de Hollywood, tan dado a los personajes pintorescos, haya desaprovechado este filón. {enlace a esta historia}