[Thu Jan 31 13:45:38 CET 2008]

El grado de estulticia que se está alcanzando en esta larga precampaña electoral da vergüenza ajena. Los dos partidos mayoritarios parecen haberse lanzado a una descerebrada carrera de promesas que denota una concepción de la política como tómbola o lotería bastante desafortunada. Tómese como ejemplo, sin ir más lejos, el artículo que pudimos leer ayer en Público sobre la reciente oferta electoral de Zapatero prometiendo 400 euros a cada contribuyente:

... Empezó como devolución inmediata para incentivar el consumo y, por el momento, es una reducción de poco más de 30 euros en todas las retenciones mensuales.

El Gobierno trabaja desde el domingo para modificar la propuesta hasta hacerla viable, aunque sea a costa de diluir los efectos beneficiosos que pueda tener para la economía.

La última versión es la del vicepresidente económico, Pedro Solbes, que explicó ayer que la intención del PSOE es aplicarla desde enero del 2008, pero aseguró que, previsiblemente, no entrará en vigor hasta el mes de junio. Así, ese mes se reducirá la retención en unos 200 euros (la cuantía correspondiente a los seis primeros meses del año) y los 200 euros restantes se irán descontando de las retenciones mensuales entre julio y diciembre. O sea, poco más de 30 euros mensuales.

En otras palabras, la improvisación como norma. No se trata de analizar la situación política, social y económica y hacer propuestas para solucionar los problemas, sino más bien de lo contrario: se sabe que hay que hacer una promesa para convencer a un determinado sector del electorado y después se busca la forma de compaginar la promesa con la realidad, aunque sea con calzador. Más claro, agua. Y lo más preocupante es que por parte del PP sólo aciertan a responder con contra-promesas del mismo estilo. De momento, los únicos que han sabido mantener su integridad incólume son CiU e IU, aunque —todo hay que decirlo— ni uno ni otro aspiran a gobernar, lo cual facilita siempre las cosas en este sentido. Después de todo, ¿qué credibilidad tendría la promesa electoral de un partido que no figura como favorito en ninguna de las quinielas? {enlace a esta historia}

[Mon Jan 28 10:02:46 CET 2008]

Acabo de leer una interesante entrevista con Luis Rojas Marcos en el diario Público que incluye algunas reflexiones que merece la pena destacar aquí:

— Como experto en los problemas mentales que afectan a las personas que viven en grandes urbes, ¿cree que vivir en una ciudad es un factor de riesgo en sí mismo?

— En realidad, el mundo está urbanizándose progresivamente. Aunque las ciudadaes puedan ser fuente de estrés, en el fondo a todos nos gusta vivir en ellas. Nos vamos fuera de las ciudades a descansar en el verano, pero en el fondo las ciudadaes son como son porque nos gusta vivir en ellas. Todos los inventos han tenido lugar en ciudades, todas las revoluciones a nivel social y político han ocurrido en urbes. Yo soy muy partidario de vivir en ciudades, siempre que haya espacios libres, ya que son una fuente de estímulos, de ideas, de tolerancia.

— ¿Habría que tomar medidas como habilitar más espacios de esparcimiento para evitar el estrés en las ciudades?

Las buenas ciudades tienen variedad de espacios. La gente mayor vive mejor en una ciudad porque tienen compañía, está conectada con los demás, y ayuda a superar la adversidad en la vida. En cuanto al estrés, un poco de estrés es saludable porque estimula las hormonas, pero mucho o un estrés continuado dañ nuestra capacidad para funcionar.

— El proceso de urbanización y el estrés, ¿están causando la aparición de nuevos trastornos en las sociedades modernas?

— No, lo que ocurre es que cada vez vivimos más. Cuando nos moríamos con 50 años no había alzhéimer. También hay trastornos nuevos, como el citado déficit de atención o la anorexia. Son tres ejemplos de enfermedades que hace 100 años no se conocían prácticamente. En el caso de la anorexia, salía de vez en cuando una mujer que no comía y sobrevivía, y al final a veces se convertía en una santa. De hecho, si se estudia la historia de las santas en la religión católica, una de sus características es que en su mayoría comían muy poco y seguían viviendo. Hoy, sin embargo, la anorexia es una enfermedad, como la bulimia o la obesidad. La idealización de la percepción física hace que aparezcan estas enfermedades, que también son consecuencia de los avances en la esperanza de vida.

(...)

— ¿Cree que la sanidad pública española ofrece una adecuada asistencia a los enfermos mentales?

En todas las sociedades avanzadas, incluida España y EEUU, la asistencia a los enfermos mentales es inferior a la que se da a los enfermos con problemas físicos, y no digamos ya lo que ocurre en países con menos recursos. El problema es que hay mucho prejuicio en contra del engermo mental, y se confunde con la debilidad del carácter y el fracaso, lo que hace que mucha gente no vaya a buscar ayuda. También es cierto que la sociedad ve mucho más claro invertir en una persona que necesita un by-pass en el corazón o una prótesis por haberse roto la cadera que no en un paciente cuyo problema es la depresión, la esquizofrenia o una adicción. Al final, los recursos son limitados, vemos cómo los hospitales presumen de tener el aparato más avanzado para hacer pruebas diagnósticas o de microcirugía, mientras que prefieren no hablar de cómo tratan al enfermo mental.

Sobre el primer punto (la idoneidad o no de la vida en la ciudad) creo haber escrito con anterioridad, y subscribo por completo el punto de vista de Rojas Marcos. No son pocas las críticas que lanzamos aquí y allá sobre la vida urbana, pero cuando hay que tomar una decisión sobre dónde queremos vivir todos nos decidimos por la ciudad o, cuando mucho, el extrarradio, el área metropolitana. Y no se trata de hipocresía. Sencillamente, observamos cuáles son los problemas de la vida urbana y querríamos solucionarlos, pero somos perfectamente conscientes en todo momento de que no queremos vivir en el campo. El chalé en la playa o la casita en la sierra están muy bien para marcharse allí durante un par de semanas o, a lo sumo, un mes, pero nadie quiere trasladar su residencia permanentemente. La mayoría de nosotros somos urbanitas y echamos de menos la multiplicidad de estímulos, la creatividad, el intercambio de información y muchos otros aspectos que van intrínsecamente unidos a la vida en la ciudad. No es casulidad que tanta gente quiera marcharse a vivir al extrarradio, donde la propiedad es más asequible, el estilo de vida más relajado y, sin embargo, todo lo que tiene que ofrecer la gran urbe (puestos de trabajo bien remunerados para los profesionales, oferta de ocio, actividades culturales, aeropuertos internacionales, infraestructura sanitaria...) queda a mano. Es más, como bien indica Rojas Marcos, buena parte de las conquistas sociales y políticas que consideramos parte integral de la vida moderna (la democracia, el concepto mismo de ciudadano, le emancipación de la mujer, la educación, la cultura...) se las debemos a la ciudad. En definitiva, que la clave está en cómo construir una ciudad mejor, no en marcharse de ella, por más que nos tienten los cantos de sirena del ecologismo neorrural.

Con respecto al segundo tema, nunca se me había ocurrido pensar en la anorexia como una de las características definitorias de la santidad, aunque tiene mucho sentido. De hecho, Aldous Huxley ya investigó en su momento cómo ciertas drogas psicotrópicas pueden explicar bastantes de las visiones místicas del pasado. No tiene tanto de extraño, pues, que también la anorexia desempeñara un papel importante en la vida de algunos santos, si bien en estos casos la excesiva preocupación por al aspecto físico tiene que ser sustituida por una obsesión radical sobre lo pecaminoso del placer de la buena mesa.

Finalmente, me parece que también tiene razón Rojas Marcos en lo que respecta al tratamiento de enfermedades mentales en los países desarrollados. No se les concede la suficiente importancia, aunque como bien indica los recursos siempre son limitados y parece normal aplicarlos a casos como las operaciones de corazón antes que a estos otros temas, a pesar de que seguramente merezca más la pena prestar atención a las dolencias psicológicas para evitar males mayores. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 28 09:41:10 CET 2008]

Echándole un vistazo a la prensa diaria, me encuentro con una noticias publicada por El País titulada Fidel Castro confiesa su nostalgia por la Unión Soviética que viene a ser un claro ejemplo de obstinación intelectual. Hablando del colapso de la economía cubana como consecuencia de la caída del comunismo soaviético, Castro salta con reflexiones del siguiente tipo:

"No sumaríamos las [voces] nuestras al coro de los apologistas del capitalismo haciendo leña del árbol caído. Ninguna estatua de los creadores o abanderados del marxismo fue demolida en Cuba. Ninguna escuela o fábrica cambió de nombre".

(...)

"Lo peor fue la falta de escrúpulos y los métodos que exhibió el imperio para imponer su dominio sobre el mundo. Introdujeron virus en el país y liquidaron las mejores cañas [de azúcar]; atacaron el café, atacaron la papa, atacaron también los porcinos", asegura.

Destaca que, en cambio, los dirigente soviéticos, cuando Cuba no podía cumplir por esas causas los envíos de azúcar, nunca dejaban de mandar las mercancías que se habían acordado.

Como decía, parece mentira que un estadista más o menos inteligente (a Castro se le puede tildar, con razón, de autoritario y dogmático) llegue a tal grado de obcecación y renuncia a aceptar los hechos. Al parecer, ni siquiera se le pasa por la cabeza que la Unión Soviética pudiera continuar enviando mercancías porque tenía un claro interés geoestratégico en contar con un aliado a unas cuantas millas de las costas de Florida, un auténtico grano en la nariz de EEUU; ni tampoco parece caer en la cuenta de que a lo mejor sus funcionarios recurrían al fantasma de la conspiración imperialista para destrozar las cosechas cubanas como simple excusa ante los pobres resultados de un sistema económico ineficiente e improductivo; ni que tampoco se trataba de hacer "apología del capitalismo" ni "leña del árbol caído", sino simplemente de reconocer la incapacidad del sistema socialista para proporcionar siquiera unos mínimos niveles de bienestar. En fin, que las declaraciones de Castro no hacen sino reenforzar la idea que uno ya tenía de que el pobre hombre está más para allá que para acá y que, pase lo que pase, jamás va a aceptar los errores cometidos en el pasado. Lo que sí que me apena bastante más es el hecho de que tantos simpatizantes de la Cuba comunista mucho más jóvenes y con menos capital emocional invertido en el conflicto aún mantengan posiciones similares. Se trata de negar la evidencia porque sí, sin más. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 24 11:56:35 CET 2008]

La Razón publica hoy una reseña de El Estado cultural, de Marc Fumaroli, recién publicado en nuestro país. Las críticas de Fumaroli hacia el excesivo intervencionismo estatal en el ámbito cultural se aplican tanto a Francia como a otros muchos países, incluyendo el nuestro. Teniendo en cuenta lo que escribíamos hace tan sólo unos días acerca de la actitud de José Vidal-Beneyto, me llamó especialmente la atención el primer párrafo de la reseña:

¿Qué es lo que define la idiosincracia del intelectual francés moderno frente a otras actitudes? En una sutil conversación entre Peter Sloterdijk y alain Finkielkraut (Les battements du monde, próxima traducción en Amorrortu), el primero se pregunta si la mentalidad de la izquierda francesa contemporánea no está marcada por una apresurada inclinación a la autoamnistía: en el fondo todo se le tendría que perdonar, ésta sería su pretensión, por su buena voluntad de cambiar el mundo. El análisis de esa "buena conciencia", típica de esta "intelligentsia", no pocas veces acompañada históricamente por un radicalismo estético antiburgués genuinamente francés —"La Revolution, c'est moi", dice con sorna Sloterdijk— es objeto de análisis en Pasado imperfecto, libro de Tony Judt, Profesor de Estudios Europeos de la Universidad de New York. Para llevar a cabo esta tarea Judt analiza, entre otros autores no tan conocidos, el jacobinismo político de Sartre, el "cinismo" de Merleau Ponty o el "vanguardismo" de Emmanuel Mounier, pero también se detiene en las actitudes, más "responsables" según el autor, de otras lumbreras de este momento histórico crítico como Raymond Aron, François Mauriac o Albert Camus. Aunque, ciertamente, Judt no aporta puntos de vista originales, la historia de las actitudes políticas de los intelectuales franceses respecto al totalitarismo estalinista es lo suficientemente instructiva para volver una vez más a ella, sobre todo si se hace con el trabajo de documentación del que hace gala el autor.

Como ya aclaré en su momento, ese "radicalismo estético antiburgués" al que hace referencia Germán Cano, autor de la reseña, no es tan genuinamente francés, como él afirma, sino que puede observarse igualmente entre los cuadros de intelectuales del resto del mundo desarrollado —no sólo de la Europa continental, por cierto, sino también del mundo anglosajón, por más que en aquél caso no se trate de un fenómeno tan avasallador. Además, yo subrayaría lo de "estético", pues el componente antiburgués no pasa de ser puramente formal. Se trata, pues, de un "radicalismo" —no merece ni siquiera ser catalogado como auténticamente radical, sin el uso de comillas— de cara a la galería, de mirarse al espejo y ver lo bien que queda uno, de poster del Che en el dormitorio y firmita en algún que otro manifiesto políticamente correcto. En este sentido, y a pesar de mi simpatía ideológica con el centro-izquierda, no me engaño ni trato de engañar a nadie. Las cosas son como son, y la intelectualidad progre huele a rancio, casi tanto como las reaccionarias huestes clericales y nostálgicas del franquismo que se echan a las calles de cuando en cuando en nuestro país.

Pero vayamos al quid de la cuestión. Fumaroli critica el excesivo intervencionismo estatal en la política cultural francesa, algo que achaca con buena razón a la gestión de André Malraux bajo el general De Gaulle. Del mismo modo, achaca a este excesivo intervencionismo el hecho de que la actividad cultural, en líneas generales, se haya supeditado demasiado a menudo a los intereses del Gobierno de turno, que suele poner buen cuidado en promocionar a aquellos artistas e intelectuales cercanos a su línea ideológica. Se trata, en definitiva, de lo que por estos pagos solemos denominar con un nombre bien expresivo: el pesebre. Hasta ahí, estamos de acuerdo. Ahora bien, donde comienzan las discrepancias es cuando Fumaroli acusa a dichas políticas intervencionistas de haber echado por tierra el antiguo concepto humanista de la cultura y haber reemplazado la jerarquía por el todo vale —lo que él denomina cultura-pizza. En este aspecto, me parece que Fumaroli peca de sectario. Como liberal convencido que es, prefiere quedarse únicamente en un análisis superficial del problema que, de paso, culpe de todo a las tendencias socializantes de los gobiernos de la izquierda. La verdad, me temo, es mucho más compliacada que todo esto. De hecho, Fumaroli solamente tiene que preguntarse si su tan denostada cultura-pizza es menos potente en aquellos países donde el intervencionismo estatal en el mundo de la cultura es casi inexistente (esto es, en los países anglosajones). Bastaría que se planteara dicha cuestión para darse cuenta de que no sólo es la cultura del todo vale tan potente en esos países como en los de la Europa continental, sino que de hecho se han ido extendiendo precisamente de aquéllos hacia éstos. Cuidado, porque esto no quiere decir que, en mi opinión, el intervencionismo cultural sea la solución al problema ni mucho menos. Pero sí que quería subrayar que la cuestión es mucho más compleja de lo que Fumaroli da a entender, y me parece bien posible que la democratización de la cultura —algo que va parejo con su desmitificación, popularización y conversión en mero objeto de consumo— está directamente unida no tanto a lo que Fumaroli denomina el Estado cultural como a las propias pautas marcadas por el capitalismo globalizador. A ver quién le pone el cascabel a ese otro gato. {enlace a esta historia}

[Tue Jan 22 09:10:56 CET 2008]

Hoy es la viñeta de Peridis la que mejor refleja cómo veo las últimas noticias provenientes del PP:

La verdad es que no acierto a entender cómo es posible que un partido con tanta gente capaz como el PP puede cometer tantos errores uno detrás de otro. Desde luego, no me cabe duda alguna de que si las elecciones tuvieran lugar ahora mismo, perderían por unos cinco o seis puntos porcentuales de diferencia, más por sus propios errores que por aciertos del contrario. Se lo habrían ganado a pulso. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 21 14:13:36 CET 2008]

El País publicó ayer un artículo de Joaquín Leguina sobre la renuncia de Rajoy a aceptar la presencia de Gallardón en las listas al Congreso que merece la pena destacarse aquí por sus reflexiones acerca de nuestro sistema electoral (por cierto, que vaya descaro el de El País a la hora de aprovechar la noticia para sacarle partido político criticando al PP cuando tampoco hace mucho que los socialistas le dieron un vergonzoso sopapo público a Manuel Marín, por ejemplo):

Pero de este maldito embrollo pueden sacarse también algunas consecuencias de carácter general, pues esta "solución" en el PP deja meridianamente claro que todos los aparatos partidarios, con sus líderes a la cabeza, amparados en un sistema electoral cerrado y falto de oxígeno, han dejado ver hace ya mucho tiempo las costuras de un traje que, democráticamente, resulta impresentable. Caracterizado por una lucha a muerte de los aparatos contra el mérito y la capacidad de los que habla el artículo 103 de la Constitución, y también contra el artículo 6, que obliga a los partidos a ser democráticos "en su estructura y en su funcionamiento".

Se trata, una vez más, del asunto de la reforma de nuestro sistema electoral, del que ya he hablado en diversas ocasiones. A estas alturas, me parece evidente que sin dicha reforma no hay regeneración democrática posible, por más que a algunos líderes se les llene la boca con el dichoso concepto. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 21 13:35:57 CET 2008]

El País publica hoy un artículo de Aurelio Arteta titulado Añoranza de Babel en el que manifiesta su oposición a la política lingüística que se viene aplicando en algunas de nuestras Comunidades Autónomas de un tiempo a esta parte. Se trata, obviamente, de un tema bastante delicado que no hace sino levantar ampollas constantemente en nuestro debate político, en buena parte porque desde un lado y desde otro se insiste en abordarlo desde una perspectiva partidista o identitaria (o ambas a la vez) que no hace sino teñirlo todo de dogmatismo y cerrazón. Aprovecharé el texto de Arteta para clarificar mi posición al respecto.

Pues bien, varias comunidades españolas, y por mentar tan sólo el acceso al empleo público, llevan largos años discriminando ilegítimamente a los ciudadanos en razón de su lengua. No los discriminan porque establezcan condiciones lingüísticas específicas a los canddiatos, que tal es su derecho y su deber como comunidades bilingües que son. Los discriminan sin derecho porque tratándose de territorios donde su lengua particular sólo es hablada por una parte pequeña o grande de su población, exigen a todos los aspirantes como requisito (o como mérito decisivo) acreditar el conocimiento oral y escrito de esa lengua. Así se destroza el principio de igualdad, mérito y capacidad para seleccionar a los concursantes. Así se rompe también el principio de adecuación a las funciones previstas que, en esas comunidades bilingües, se desempeñan de hecho hoy bastante más en castellano que en catalán, gallego o euskera. En la época de la sentencia 46/1991 del Tribunal Constitucional su infortunado presidente Tomás y Valiente todavía podía considerar una hipótesis que "se utilice la exigencia de conocimiento del catalán de manera irrazonable y desproporcionada, impidiendo el acceso a su función pública de determinados ciudadanos españoles". Es hora de que la jurisprudencia constitucional sea menos "prudente". Porque hace ya tiempo que muchos ciudadanos sufren en ésa y otras autonomías aquella manera irrazonable y desproporcionada de tal exigencia, pero en general callan y se pliegan a la injusticia cotidiana.

Veamos. Es bien posible que esté de acuerdo con Arteta, pero todo depende de lo que realmente quiera decir con sus palabras, y la verdad es que no me queda del todo claro. Por ejemplo, ¿sostiene Arteta que las comunidades autónomas no tienen (o no deberían tener) la capacidad legal de exigir el conocimiento de las lenguas cooficiales en sus respectivos territorios para pasar a ejercer de funcionario público en sus administraciones o quizás que ni siquiera pueden (ni deberían) ser capaces de conceder puntos extras a los individuos que sí tengan dominio oral y escrito de dichas lenguas? La diferencia no me parece baladí, ni mucho menos. De hecho, me parece que se trata del origen de muchas confusiones respecto a este tema en particular. No me parece correcto ni aceptable que las comunidades autónomas puedan exigir el conocimiento de las lenguas cooficiales para opositar a una plaza de funcionario en sus respectivos territorios, pero sí que me parece lógico y normal que se puedan conceder puntos extraordinarios por ello (otra cosa bien distinta, por supuesto, sería pararse a discutir cuántos puntos podrían concederse por dicho conocimiento). ¿Por qué? En primer lugar, porque si bien el castellano es la lengua oficial de todo el Estado, en algunas comunidades autónomas hay también otras lenguas que tienen un claro estatus legal de cooficialidad. En segundo lugar porque, se mire como se mire, no deja de ser cierto que hay un número (mayor o menor, más o menos importante) de individuos en algunos territorios cuya primera lengua es, de hecho, la lengua cooficial y prefieren expresarse en ella. Me parece lógico, entonces, que sea la Administración la que haga un esfuerzo por acercarse a los ciudadanos y facilitar así sus gestiones burocráticas. No olvidemos que es (o debería ser) la Administración la que está al servicio de los ciudadanos, y no a la inversa. Pero es que, finalmente, no son pocos los casos en los que se concede algún que otro punto extra a los opositores por hablar una lengua extranjera o tener un carnet de conducir. No veo por qué razón pueda considerarse aceptable conceder puntos extra por hablar inglés y no seamos capaces de hacer lo propio por dominar la que, al fin y al cabo, es lengua cooficial en el territorio donde el candidato a opositor va a ejercer, sobre todo teniendo en cuenta que se va a encontrar con bastantes ciudadanos que prefieren comunicarse en dicha lengua. Hay que tener cuidado de no caer en un provincianismo ramplón en este asunto (no siempre es provincianismo defender lo propio, sino que también es perfectamente provinciano considerar siempre lo de fuera mejor que lo propio porque sí, sin atender a razones). En definitiva, que puede que esté de acuerdo con Arteta, siempre y cuando su oposición a la exigencia del conocimiento de las lenguas cooficiales se limite al hecho de que se consideren como requisitos sine qua non, y no simplemente como conocimientos adicionales que pueden ser premiados con puntos extras. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 14 22:04:16 CET 2008]

Hace ya varios días que leí un artículo de José Vidal-Beneyto titulado Resistencia crítica, publicado en El País. Vidal-Beneyto es uno de esos intelectuales de izquierdas que no para de repetir la misma historia una y otra vez, seguramente con la convicción de que alguien se termine por creer lo que cuenta —la otra posibilidad, mucho menos considerada hacia su persona, sería asumir que no para de repetir siempre lo mismo porque es incapaz de salirse del nicho en que ha acabado encasillándose dentro del mercado periodístico: el de supuesta mosca cojonera del poder. ¿Por qué digo lo de "supuesta"? Sencillamente, porque uno ya sabe de lo que va a hablar y cuál va a ser su posición incluso antes de leer la primera línea de cualquiera de sus artículos, lo cual ya es bastante triste. Así comienza, por poner un ejemplo, el artículo mencionado:

Los juegos de poder en que se ha convertido hoy la política y la reducción de la democracia a contiendas electorales ha hecho de la búsqueda del máximo común denominador, más allá de partidos y de programas, la regla de oro de la vida pública. Se trata de ensanchar cuanto se pueda el espectro de votantes potenciales, olvidándose de tradiciones políticas y saltándose antagonismos ideológicos, para asegurar el triunfo en las urnas de la posición en la que se milita. Su propósito no es el de imponer nuestras ideas ni reforzar nuestra opción doctrinal, sino directamente el de conquistar el poder para nuestro partido y dentro de él para nuestro grupo, es decir, para que nosotros mandemos.

Para ello hay que teñir el socialismo de liberalismo y los liberales tienen que condimentar su ideario de siempre con especias sociales con las que cocinar un guiso común, el social-liberalismo del que todos puedan servirse. Este pandemónium de credos y confusiones, dignificado con la irrechazable designación de pensamiento único y bendecido por la práctica curalotodo del consenso disuelve la derecha y la izquierda y produce el milagro del centro, que todos aceptan aunque sirva de bien poco.

A partir de ahí, Vidal-Beneyto se lanza a una disparatada reivindicación de Olivier Besancenot, el joven líder trotskista francés y candidato de la Liga Comunista Revolucionaria durante las últimas elecciones presidenciales. ¿Por qué digo lo de disparatada? Porque si el simple hecho de oponerse al social-liberalismo del "pensamiento único dominante" y aborrecer de la idea misma del consenso fuera prueba de algo, imagino que Vidal-Beneyto también debiera alabar a Le Pen y su Frente Nacional, pero no lo hace. Y es que el discurso contra el consenso solamente parece ser de una vía en su caso. Le parece increíble, vergonzoso y antidemocrático que la izquierda se aproxime al centro, pero no que la derecha haga lo mismo. Eso, según le parece, no es sino reconocer los errores propios, dejarse iluminar por la sagrada verdad que poseen los intelectuales progres como él mismo. En definitiva, que el señor Vidal-Beneyto no parece ser sino un nostálgico de aquellos años de lucha en los que la revolución nos iba a sacar las castañas del fuego y, de paso, traería la paz perpetua a la Tierra, donde todos viviríamos como buenos hermanos. A lo mejor alguien debería recordarle las purgas estalinistas y la sanguinaria represión que el Che llevara a cabo en La Habana. La verdad, a lo mejor es que uno se está volviendo ya viejo, pero la idea de unos políticos alejados de la verborrea ideológica y centrados en cómo solucionar los problemas de los ciudadanos no me disgusta nada de nada. Ya sé que no queda igual de resultona que un guerrillero con boina y melena al viento, pero yo es que soy de los que están convencidos de todo corazón de que Felipe González y Willy Brandt han hecho mucho más por mejorar las vidas de millones de personas que Fidel Castro o Ho Chi Min, así que lo que perdemos en romanticismo lo ganamos en avances sociales duraderos. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 14 21:37:13 CET 2008]

Esta semana estoy en Londres atendiendo unas clases relacionadas con mi trabajo. En España nos sorprende la omnipresencia de inmigrantes en las grandes ciudades e incluso leemos que la Delegación del Gobierno autoriza una manifestación de Democracia Nacional contra "la escoria venida de tierras lejanas". No me opongo a que se celebre dicha manifestación, siempre y cuando transcurra dentro de la más estricta legalidad, pues soy de los que piensan que las libertades deben defenderse sobre todo cuando son nuestros oponentes quienes las disfrutan. Pese a ello, no puedo evitar la sensación de que no nos vendría nada mal aprender de sociedades como la británica o la estadounidense, fuertes y dinámicas no a pesar de la inmigración sino precisamente gracias a ella. Da gusto encontrarse gentes de casi todo el mundo por las calles londinenses: indios, chinos, tailandeses, nigerianos, sudafricanos, estadounidenses, suecos, franceses, alemanes, españoles, polacos... Me encantó aparecer por el hotel ayer por la noche y ser recibido en la recepción por una polaca de Gdansk y una española de Asturias, haber almorzado con un compañero italiano y otro alemán, compartir las clases con un par de alemanes y un holandés o haber cenado hace menos de una hora en un restaurante tailandés atendido por auténticos tailandeses. Me parece que esta diversidad acerca a un país a los anhelos y necesidades de un mundo globalizado, y sueño con una España que no haga distingos de raza o religión a la hora de decidir quién puede ser considerado ciudadano, sino que se defina a sí misma en términos políticos y constitucionales, de proyecto. Esa sí que sería, parafraseando a Alfosno Guerra, una España que no la reconocería ni la madre que la parió. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 11 14:02:22 CET 2008]

Aunque no comparto mucho de lo que dice —ni su estilo tampoco—, el artículo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra que publica hoy El País, La religión "verdadera", nos plantea una interesante hipótesis:

¿Cuál hubiera sido la respuesta de políticos, gobernantes y periodistas si, en lugar de juntarse dos cientos de miles de adeptos y jefes de la Iglesia verdadera, se hubieran reunido cinco millones de fieles y jefes de otras religiones —falsas, por supuesto—, reclamando al poder institucional que se legisle para despenalizar la ablación de clítoris o que se impida a los profesionales de nuestro sistema sanitario transfusiones de sangre a engermos que no lo autoricen por sus creencias religiosas —falsas, evidentemente—? El Gobierno hubiera sonreído, la prensa los hubiera ignorado o minimizado y los legisladores se hubieran aprestado a llenar más la mochila de nuestros escolares con otra asignatura alternativa a la de la religión verdadera. Lo dicho, o todas falsas o todas verdaderas; pero mientras sigamos considerando verdadera a una sola de ellas, los que la acepten como tal que apechuguen con las consecuencias.

Como ya he dicho en otras ocasiones, pese a la mala fama que tienen los estadounidenses con respecto a estos temas, yo preferiría la estricta separación de Iglesia y Estado que se da por aquellos lares a la situación de semi-oficialidad que se da por aquí. Que quede bien claro: no me gusta tampoco el modelo francés, que parece sustentarse en demasía en una laicismo rabioso y anticlerical con el que tampoco comulgo. El modelo estadounidense, por el contrario, me parece identificarse con el justo medio aristotélico: la más estricta separación entre las esferas del Estado y las de las distintas iglesias, manteniendo aquél siempre una actitud neutral frente a la multitud de comunidades religiosas existentes en el país y capaces de operar con completa autonomía, pero sin que por ello se caiga en la chabacanería anti-religiosa ni el secularismo militante. Si bien es cierto que las creencias religiosas deberían afectar únicamente a la esfera privada, ello no quiere decir que los individuos no tengan derecho a manifestarla públicamente. Como digo, el justo medio. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 11 11:32:10 CET 2008]

¡Ah, las delicias de echarle un vistazo de cuando en cuando a la prensa extranjera! Mientras nuestros padres de la patria se dan de tortas a cuenta de la inflación echándole la culpa de todo, como de costumbre, al Gobierno (merecería la pena reflexionar algún día sobre este hábito tan español que seguramente estará presente también en Italia, pero que jamás me encontré en los EEUU, donde la gente es mucho más conocedora de las limitaciones del Gobierno), The Wall Street Journal publica hoy mismo un artículo advirtiendo sobre los peligros de recesión que se ciernen sobre la economía estadounidense, donde se encuentra uno con la siguiente perla:

Economists surveyed by The Wall Street Journal see increasing odds of a recession this year along with mounting inflationary presures, an uncomfortable mix that could play a role in shaping the 2008 presidential campaign and life for the Federal Reserve.

(...)

The economists expect the unemployment rate to be 5.1% by June and 5.2% by December; both predictions exceeded earlier forecasts. They also expect the economy to add just 74,000 jobs a month during the next year, the fewest since the question was added to the survey in 2004.

Price pressures are expected to increase this year. The average forecast for the year-to-year rise in the consumer-price index was 2.7% by June, up from 2.5% in the prior survey. That would make the Fed's job harder. Consumer prices were 4.3% higher in November 2007 compared with a year earlier, a figure pushed up by a surge in oil prices.

Vamos, que en todos lados cuecen habas. No sólo nosotros estamos viendo un incremento de la inflación en los últimos meses, sino que lo mismo se está viendo en EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania... O todos los gobiernos lo están haciendo redomadamente mal o a lo mejor es que las causas de la inflación no tienen nada que ver con Zapatero. Dicho esto, a mí me da la sensación de que aún hay demasiadas rigideces en bastantes mercados en el caso de la economía española. No tengo prueba alguna de lo que estoy diciendo, ni tampoco le he dedicado el tiempo de investigación que requeriría hacer tal afirmación, pero es la sensación que tiene uno comparando la vida cotidiana por aquí con la de los EEUU, donde la competencia a todos los niveles suele ser feroz (y el servicio, por cierto, infinitamente mejor). {enlace a esta historia}

[Wed Jan 9 16:11:36 CET 2008]

Vuelvo a encontrarme otro ejemplo de tecnofobia de los muchos que uno puede ver en los medios de comunicación españoles. El País nos advierte que el 15% de los jóvenes madrileños es adicto a las nuevas tecnologías. Nótese la cifra: ¡el 15%! Seguramente podemos encontrar con mucha mayor facilidad el mismo número (o incluso superior) de jóvenes que le dan demasiado al alcohol, fuman porros, tienen relaciones sexuales sin condón, no leen un solo libro o ven demasiado la televisión, pero lo único que parece preocuparnos estos días es la subjetiva "adicción a las nuevas tecnologías". Digo lo de subjetivo porque estas cosas suelen ser bastante relativas. ¿Cómo observa uno la adicción? ¿Porque se hace mucho uso de ellas? ¿Podríamos decir entonces lo mismo de quienes tienen el aparato de radio encendido todo el día mientras hacen sus labores? ¿Y qué decir del omnipresente televisor? Solamente tenemos que asomarnos al balcón durante una calurosa noche de verano para ver centellear ventana tras ventana en el vecindario. Incluso más importante, ¿se le ha ocurrido a alguien quizá considerar la posibilidad de que las nuevas tecnologías se hayan convertido en una herramienta de trabajo, conocimiento e información fundamental, de la misma forma que antaño lo fueran el libro, el periódico o la revista? He ahí, me temo, el problema de fondo. Cabe la posibilidad de que muchos de estos expertos que nos advierten de los peligros de las nuevas tecnologías sean simplemente cuasi analfabetos en el sentido tecnológico del término. Hay que hacer un uso responsable de los nuevos aparatos, por supuesto, pero la frecuencia con la que leo este tipo de titulares sensacionalistas me conduce a la sospecha de que en el fondo de todo no se encuentra sino la incomprensión, el tradicionalismo y un humanismo mal entendido que, por lo que quiera que sea, tiene demasiado predicamento entre nuestros intelectuales. Visto todo esto, no me extraña que Felipe González muestre su preocupación sobre el retraso tecnológico en Europa (ver el último párrafo de la noticia, que ha sido hábilmente degradado por el periodista a la hora de, una vez más, elegir concentrarse en el tema al que se le puede sacar más punta desde el punto de vista puramente sensacionalista):

Se ha mostrado, por otro lado, preocupado por "la dulce decadencia europea", porque "no se está percibiendo la pérdida de relevancia de Europa en el mundo", en un momento en el que, por ejemplo, un "país fuerte" como Alemania está importando de la India "la ingeniería del siglo XXI que necesita".

Y en ésas estamos. Mientras estadistas como Felipe González se esfuerzan por hacernos ver que nos estamos quedando atrás en la carrera por afrontar los grandes retos de la ciencia y la tecnología del siglo XXI, nuestros medios de comunicación ensalzan la figura de deportistas, cantantes y escritores, ignoran a científicos, ingenieros e inventores y aprovechan cualquier oportunidad para advertirnos de los peligros de todo lo nuevo. Vamos por buen camino. {enlace a esta historia}

[Wed Jan 9 08:23:45 CET 2008]

Hoy me parece que es Peridis quien da en el clavo:

Justicia, Señor, pero por mi casa no. {enlace a esta historia}

[Tue Jan 8 11:47:32 CET 2008]

Leo en El Mundo que un 66% de los ciudadanos españoles está dispuesto a cambiar la Ley Electoral para que los nacionalistas no sean decisivos a la hora de formar Gobierno y la verdad es que, a pesar de haber escrito en estas mismas páginas a favor de dicha reforma, me preocupa leer la noticia. De hecho, lo que me preocupa sobremanera es la tendencia del poder legislativo desde hace un tiempo a esta parte a aprobar lo que podríamos llamar legislación ad hoc, es decir, leyes que tienen como objetivo ilegalizar o poner las cosas difíciles a un determinado grupo o partido político. Todo comenzó con la Ley de Partidos Políticos, obviamente dirigida a Batasuna y su entorno, por más que en su contenido se pretendiera hablar en términos más generales. Pero es que recientemente hemos oído también a Mariano Rajoy proponer cambios a la Ley Reguladora de las Bases del Régimen Local para facilitar que el candidato con más votos pase automáticamente a ser Alcalde por el simple hecho de que su Partido se ha visto superado por coaliciones de izquierda en muchas localidades. Me parece equivocado legislar tan al corto plazo. Casi pareciera que nuestros políticos están empeñados en jugar el juego del whack-a-mole, tan popular en las ferias rurales estadounidenses, donde uno espera a que un muñequito asome la cabeza por un agujero para sacudirle un zurriagazo antes de que vuelva a desaparecer. No se trata ya sólo de que este tipo de actitud no conduzca a ningún sitio por su naturaleza meramente cortoplacista, sino que además atenta contra uno de los fundamentos del Estado de Derecho, que garantiza la imparcialidad de la Justicia, actú contra la arbitrariedad del poder y garantiza la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Pues bien, ahora parece que esta mentalidad también se ha extendido al menos al 66% de nuestros conciudadanos y a ciertos medios de comunicación, quienes pretenden modificar la Ley Electoral no ya porque sea conveniente introducir aire fresco en nuestro sistema político, permitir un mayor margen de autonomía a los representantes de los ciudadanos, reducir el desmedido poder de los aparatos partidistas o favorecer el dinamismo de nuestras instituciones, sino sencillamente porque algunos quieren darle un sopapo a los nacionalistas. Quede claro: entiendo el punto de vista que afirma lo indeseable de que formaciones políticas nacionalistas (es decir, representativas únicamente de un interés parcial) tengan en su mano el Gobierno de la nación, y de hecho estoy de acuerdo con la crítica, pero me parece increíble que sea ese precisamente el único punto que se saque a colación cuando se discute algo tan importante como la modificación de toda una Ley Electoral. Parece mentira que el partidismo dogmático y el cortoplacismo chato hayan llegado a tal punto de preponderancia en nuestro sistema político.

Por cierto, que quien proponga modificaciones de la Ley Electoral sin pensárselo dos veces, simplemente porque le disgusta tener menos posibilidades de alcanzar el Gobierno, haría bien en echarle un vistazo al gráfico que usa Público para ilustrar el hipotético reparto de escaños en el Congreso tras las elecciones de marzo:

No sé lo que pensarán otros pero yo, desde luego, dudo mucho que la bipolarización de nuestro sistema político contribuya a solucionar problema alguno. {enlace a esta historia}

[Sun Jan 6 17:41:07 CET 2008]

Aunque uno oye a menudo que tenemos unos magníficos columnistas en la prensa española (afirmación con la que, por cierto, estoy de acuerdo en términos generales, como ya he manifestado en varias ocasiones), ello no quita para que también haya una buena dosis de tópicos y lugares comunes. Por ejemplo, hoy mismo leí una columna de Lucía Etxebarria titulada Un cuento de Reyes (lo siento, pero no he podido encontrar el enlace en el web de Magazine, el semanario que viene con el Diario de Sevilla todos los domingos) que desarrolla uno de los mayores topicazos que uno pueda echarse en cara: el de los niños que, en lugar de disfrutar los maravillosos juguetes que acaban de recibir, prefieren pasárselo en grande con un plástico de embalar (o una rama, o un trapo viejo, o unas canicas, o... en fin, la lista completa de variaciones del tópico es casi interminable, pero la moraleja de la historia siempre es la misma: que estamos perdiendo el tiempo al comprar juguetes tan modernos pero faltos de personalidad y que el ser es más importante que el tener). Y, sin embargo, lo cierto es que yo jamás he visto personalmente este tipo de reacción entre los chavales un día de Reyes, la verdad sea dicha. Cierto, es posible que se entreguen a jugar un par de horas al esconder o a la gallinita ciega (¿aún juegan a eso?), pero ello no quita para que se entreguen con el mismo ardor a los juguetes que acaban de recibir. En fin, que sí, que los niños lo mismo se entretienen a veces con unas pompas de jabón, pero que yo no tengo claro que de ahí haya que extraer toda una teoría metafísica de la infancia, ni mucho menos extrapolar sin ton ni son y largar una perorata moralizante de las de costumbre (esto es, el buen rollito sobre el exceso de cosas y el consumismo en el mundo desarrollado frente a la supuesta pureza de la "vida natural" de "otros pueblos", eso sí, discurso que casi siempre suele hacerse desde una magnífica casa, rodeado de todas las comodidades y "productos suprefluos", en uno de los trillones de textos que publicamos en nuestra civilización postindustrial gracias al tiempo de ocio que podemos permitirnos estos días y ponderando, además, cómo hacerse cargo del problema que supone que millones de seres humanos quieran abandonar su maravillosa "vida natural" para venirse a vivir a nuestro "decadente" mundo capitalista). ¡Ya está bien de moralina! {enlace a esta historia}

[Thu Jan 3 14:43:16 CET 2008]

La revista Wired publica un interesante artículo sobre las consecuencias psicológicas que parece estar causando el cambio climático en Australia:

Australia is suffering through its worst dry spell in a millenium. The outback has turned into a dust bowl, crops are dying off at fantastic rates, cities are rationing water, coral reefs are dying, and the agricultural base is evaporating.

But what really intrigues Glenn Albrecht —a philosopher by training— is how his fellow Australians are reacting.

They are getting sad.

In interviews Albrecth conducted over the past few years, scores of Australians described their deep, wrenching sense of loss as they watch the landscape around them change. Familiar plants don't grow any more. Gardens won't take. Birds are gone. "They no longer feel like they know the place they've lived for decades", he says.

Albrecht belives this is a new type of sadness. People are feeling displaced. They're suffering symptoms eerily similar to those of indigenous populations that are forcibly removed from their traditional homelands. But nobody is being relocated; they haven't moved anywhere. It's just that the familiar markers of their area, the physical and sensory signals that define home are vanishing. Their environment is moving away from them, and they miss it terribly.

(...)

It's also a fascinating new way to think about the impact of global warming. Everyone's worrying about resource management and the spooky, unpredictable changes in the ecosystem. We fret over which areas will get flooded as sea levels rise. We estimate the odds of wars over clean water, and we tally up the species —polar bears, whales, wading birds— that'll go extinct.

But we should also be concerned about the huge toll climate change will inflict on our mental health. In the modern, industrialized West, many of us have forgotten how deeply we rely on the stability of naturefor our psychic well-being. In a world of cheap airfares, laptops, and the Internet, we proudly regard mobility as a sign of how advanced we are. Hey. we're nomadic hipster capitalists! We love change. Only losers get attached to their hometowns.

This is a neat mythos, but in truth it's a pretty natural human urge to identify with a place and build one's sense of self around its comforts and permanence. I live in Manhattan, where the globe-hopping denizens tend to go berserk if their favorite coffee shop closes down. How will they react in 20 or 30 years if the native trees can't handle the 5-degree spike in average temperature? Or if weird new bugs infest the city in summer, fall shrinks to a single month, and snow becomes a distant memory? "We like to think that we're cool, 21st-century people, but the basic sense of a connection to the land is still big", Albrecht says. "We haven't evolved that much".

Se trata, ciertamente, de un punto de vista interesante. Oímos y leemos continuamente sobre las posibles consecuencias físicas y económicas del cambio climático, pero es la primera vez que leo sobre los efectos que todo esto puedan tener en la psicología humana. No obstante, me parece que el autor exagera la importancia de la raigambre. El nomadismo no es un mito del capitalismo avanzado ni una mentira piadosa que nos contamos unos a otros para justificar un mundo dominado por el cambio permanente, sino que la Humanidad de hecho no puede concebirse sin las migraciones, los encuentros interculturales y el comercio global. De hecho, aunque durante la Edad Media el habitante medio de cualquier poblado tuvo poco contacto con otras culturas, la realidad fue bien distinta durante la época del Imperio Romano, por no hablar de la era de los descubrimientos. En definitiva, que los hombres llevamos ya siglos de vida nómada. Como alguien que ha vivido ya en tres países y cuatro ciudades diferentes, puedo garantizar que uno siempre acaba acostumbrándose a ciertas cosas en cualquier lugar y echando otras de menos cuando se muda a otro sitio. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 3 12:01:49 CET 2008]

Me acabo de encontrar un breve artículo en Público sobre un interesantísimo libro titulado Un científico en la cocina, de Ramón Núñez. Junto a varios consejos de lo más sensato —cuidado, porque pese a su sensatez, ello no quiere decir que sean comúnmente aceptados con facilidad— como el que recomienda comer de todo con moderación o el que nos recuerda que para adelgazar sólo hay una verdadera solución —comer menos, por supuesto—, el libro también incluye algunas perlas de la divulgación científica, como la que nos explica por qué es necesario el consumo de sal a pesar del mal nombre que el ingrediente se ha ganado a pulso durante las últimas décadas, el proceso de ósmosis que explica por qué se rompe la cáscara de los huevos mientras los cocemos o el hecho de que lo que nos hace llorar cuando pelamos cebollas no es sino la formación de ácido sulfúrico en el ojo. En todo caso, para mí lo que no tiene precio son los comentarios incluidos al final del artículo para deshacer algunos de los mitos más extendidos entre nosotros: por ejemplo, que ciertos alimentos son cancerígenos ("en toda la vida no podríamos ingerir suficiente cantidad de esas sustancias a través de la alimentación como para que resultaran peligrosas"), que comer huevos aumenta al colesterol o que la hamburguesa no es un alimento equilibrado ("los complementos como las salsas o los aros de cebolla son mucho peores. La hamburguesa no es comida basura; suele ser carne de buena calidad"). Todo ello me parece muy necesario en un país como el nuestro, tan poco dado a interesarse sobre temas científicos y tan proclive a confiar en el genio, la improvisación y las supersticiosas historias de la abuela Marta. Un libro más a añadir a la lista de los Reyes Magos. {enlace a esta historia}

[Thu Jan 3 09:55:23 CET 2008]

La viñeta de El Roto publicada hoy por El País vuelve a dar en la diana, una vez más. La Iglesia tiene, sin lugar a dudas, derecho a manifestar sus opiniones públicamente. Ahora bien, no tengo constancia de que en ninguna otra democracia avanzada —con la más que posible excepción de Italia, que no sabría si calificar de democracia avanzada, la verdad sea dicha— la jerarquía eclesiástica llegue a inmiscuirse tan obviamente en asuntos políticos. Uno no puede evitar la molesta sensación de que aún tienen resabios del nacionalcatolicismo más apolillado y se sienten con el derecho de dictar al Gobierno qué políticas debe llevar a cabo.

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[Wed Jan 2 14:27:37 CET 2008]

Interesante artículo el que me he encontrado esta mañana sobre la biblioteca personal de Augusto Pinochet, que contaba con unos cincuenta y cinco mil libros:

Un gerente editorial de la época, que aún sigue ligado al negocio y pide reserva de su nombre, fue citado hasta los mismos salones de La Moneda para que expusiera colleciones y textos de línea, en especial sobre historia. Como era un proveedor nuevo, hubo que dejarle en claro que al general no le interesaba en lo más mínimo la ficción. Para qué decir la poesía. El único texto propiamente literario que conservó en la biblioteca de Los Boldos se titula El Rigor de la Corneta y es un clásico de la literatura militar chilena.

Cuando el librero llegó a la casa de gobierno, fue instruido para que dispusiera los textos en una sala contigua al despacho presodencial y se mantuviera en silencio en una esquina, dispuesto a responder las preguntas que pudiera formularle el general. Así lo hizo, pero cuando éste apareció, acompañado de un pequeño séquito, no le dirigió la palabra, siquiera una mirada. Revisó los textos —entre los que se contaban un libro de música con tapa de madera, varias enciclopedias y una historia taurina y otra de castillos españoles— y se limitó a hojearlos y a dictarle a un asistente sus preferencias.

La ceremonia no duró más que unos pocos minutos. El librero se retiró en silencio con sus cosas y al día siguiente, siguiendo instrucciones, regresó a La Moneda para dejar la factura y cobrar un cheque girado a nombre de la Presidencia de la República.

Mediante este conjunto de prácticas, Pinochet logró acumular una cantidad impresionante de libros de todo tipo. Incluido el manuscrito original del Diario Militar de José Miguel Carrera que hace un par de años fue devuelto al Museo Militar. Pero todo eso, a entender de la perito Berta Concha, no hace necesariamente una buena biblioteca.

"Aunque tiene muy buenas cosas, y se nota que tuvo una asesoría detrás, es una biblioteca muy poco organizada, sin un gran ordn, con un afán por atesorar por atesorar. Hay una cantidad de obras de referencia, eniclopedias casi escolares, que develan un escaso conocimiento y una escenografía del poder. Después de leer al personaje a través de su biblioteca, mi conclusión es que este señor miraba con mucha fascinación, temor y avidez el conocimiento ajeno a través de los libros. Quien mandó quemar libros forma la biblioteca más completa del país. Eso es interesante. De alguna forma conoce la dinámica y el poder de los libros".

Me parece curioso que el autor del artículo escriba que Pinochet "llegó a a cumular una cantidad impresionante de libros de todo tipo" cuando entre sus cincuenta y cinco mil volúmenes no puede encontrarse sino una única novela dedicada a temas militares y ningún libro de poesía. Esto no hace sino corroborar mi creencia de que los tipos dogmáticos sienten una aversión casi patológica por la ficción y la poesía. Imagino que habrá alguna que otra excepción a la regla, pero serán las menos. {enlace a esta historia}

[Wed Jan 2 09:44:55 CET 2008]

Soy de los que creen en la sensatez del punto medio como mejor solución a casi todos los problemas, prefiriendo esforzarme en combinar lo mejor de propuestas diferentes antes que desgañitarme en postular un dogma determinado. Pues bien, me gusta bien poco en este sentido la tendencia que noto entre los dirigentes del PP de un tiempo a esta parte consistente en repetir los modos e ideas provenientes de los EEUU como si fuera algún tipo de maná —como ya he indicado en alguna que otra ocasión, este amor por lo americano tiene sus límites claramente definidos, pues aún he de verles hacer la firme defensa de la separación entre Iglesia y Estado que se estila por aquellas tierras. Una de estas modas parece ser el halago del esfuerzo y la iniciativa como summum, como clave principal del desarrollo económico, que sin duda lo es, lo que sucede es que se dejan de lado mil y un factores más que también influyen en el bienestar de una sociedad, incluso si acordamos limitarlo a su aspecto más puramente económico. Viene todo esto a cuento de las recientes declaraciones de Esperanza Aguirre afirmando que la comunidad autónoma que preside es la comunidad líder de España. Y seguramente lo es. Ahora bien, es una cuestión bien distinta si las razones que llevan a la Comunidad Autónoma de Madrid a liderar la lista son únicamente las que señala su Presidenta. Según nos cuenta El País:

Madrid se ha convertido en la Comunidad Autónoma líder de toda España en lo económico, en lo social, en lo cultural y en lo científico, gracias al esfuerzo, trabajo, ganas de prosperar y espíritu de superación de los madrileños, ha dicho Aguirre.

Pasa por alto, obviamente, que se trata de la capital de España, lo cual también conlleva, junto a ciertos costes y problemas, unos clarísimos beneficios precisamente en los aspectos que resalta Aguirre: desarrollo económico, infraestructura cultural, avances en lo social y lo científico, etc. Por supuesto, siempre queda mucho mejor regalar el oído de los ciudadanos con piropos, aunque a mí no me parezca intelectualmente honesto. {enlace a esta historia}