[Sun Jan 26 12:46:46 CST 2014]

Anoche estuve leyendo una serie de artículos que el diario El País había publicado el pasado mes de noviembre para conmemorar el centenario del nacimiento del filósofo francés Albert Camus. Aunque había oído hablar de él en numerosas ocasiones, la verdad es que no le leí por primera vez hasta allá por 1987 ó 1988. Si recuerdo bien, el primer libro suyo que leí fue la afamada novela de corte existencialista, El extranjero. Después, con el paso de los años, también leí otras cosas suyas, como El mito de Sísifo, La caída, La peste o Moral y política. Ésta última, si mal no recuerdo, estaba entre las lecturas que tuve que hacer para un seminario sobre la corrupción política cuando comencé mis estudios de doctorado en Ciencias Políticas (que, por cierto, jamás finalicé), allá por 1993 ó 1994. Sea como fuere, la impresión que tuve de Camus a través de esas lecturas fue la de un autor crítico con el poder, ya sea político, económico o cultural, es decir, comprometido hasta la médula pero, al mismo tiempo, sólidamente independiente. Militar, que yo sepa, militó, pero siempre sin abdicar de su derecho (y, como intelectual que era, yo diría que hasta su obligación) de reflexionar de manera autónoma y libre sobre el mundo que le rodeaba. Estaba, pues, muy lejos de la figura del intelectual orgánico, el que sigue a pies juntillas la disciplina del Partido y ejerce de mera correa de transmisión entre éste y la sociedad. Su militancia fue siempre militancia crítica, no mero seguidismo ni arribismo. Por todo ello, Camus me pareció admirable y, sin duda, un ejemplo a seguir en este sentido.

Pero, ¿a qué artículos publicados en El País me estaba refiriendo? Tenemos, por ejemplo, un artículo de Winston Manrique Sabogal sobre el Breviario de la dignidad humana en el que se recogen bastantes citas de Camus. Una que me llamó la atención fue ésta:

"El error (...) consiste en creer (...) que existen condiciones para la felicidad. Lo único que cuenta es la voluntad de ser feliz".

Ciertamente. Nos pasamos la vida entera soñando con tal o cual condición, tal o cual mejora material que venga a hacernos más felices. Sin embargo, la verdad es que la realidad externa no importa tanto como nuestra propia voluntad de ser felices. De ahí que incluso en países donde la presencia de la pobreza es mas bien apabullante haya mucha gente que sea perfectamente feliz. En realidad, todo depende de las expectativas y, fundamentalmente, de nuestra actitud. Lo demás es completamente secundario. Por supuesto, hay un mínimo de condiciones materiales sin las cuales se hace bien difícil ser feliz. Estoy pensando, por ejemplo, en la tríada de costumbre, esto es, abrigo, comida y techo. La salud, sin duda, ayuda, pero tampoco es requisito para la felicidad, como prueba la existencia de numerosas personas que, aun estando enfermas, son bien felices. El caso es que, en verdad, la felicidad no requiere tantas cosas como pensamos. Somos nosotros quienes, equivocándonos, hacemos las cosas mucho más difíciles de lo que en realidad son.

Todo esto, por supuesto, está relacionado con un concepto muy caro a los filósofos existencialistas, el del absurdo. Otros quizá prefieran hablar del sinsentido (o, incluso, el no-sentido) de la existencia. Se trata de algo que preocupa principalmente a la rama atea o agnóstica del existencialismo, como es lógico. Aquellos que tienen fe sí que entienden que sus vidas tengan un sentido (lo que, como es obvio, tampoco les libra de la angustia existencial que aparezca en momentos de duda religiosa). Así, en el artículo titulado Albert Camus, filosofía de un espontáneo, Fernando Savater comienza explicando que no pocos se burlaban de Camus en su día, considerándole "un filósofo para alumnos de bachillerato". Después, entra a hablar de su filosofía del absurdo:

Entonces ¿era o no era filósofo? Digamos que fue un espontáneo que saltó al ruedo de la filosofía sin llevar nada más que su hambre vital de voyou argelino y la vergüenza torera de no aceptar una existencia irreflexiva. El capote con que dio sus primeros pases en esa faena improvisada ("El mito de Sísifo") fue el absurdo, mucho más que una palabra y algo menos que un concepto. El absurdo no es el sinsentido del mundo, sino la falta de sentido en un mundo que nosotros —los inventores y huérfanos del sentido— reclamamos que lo tenga: "El hombre se encuentra ante lo irracional. Siente en sí mismo su deseo de felicidad y de razón. El absurdo nace de esa confrontación entre la llamada humana y el silencio sin razones del mundo". El absurdo no es un dato elemental sino un divorcio: la demanda de los hombres y la callada por respuesta del universo, un amor imposible. La peculiaridad del absurdo es que deja de serlo si lo aceptamos como tal: es un pensamiento inaceptable y sólo si no lo aceptamos, si nos sublevamos contra él, podemos pensarlo. No es una idea, ni mucho menos una doctrina, ni siquiera algo que pueda explicarse en el aula, como las categorías de Aristóteles o la dialéctica trascendental de Kant. El absurdo... ¡eso hay que vivirlo! Tal como decimos de otros padecimientos. Por eso se presta mejor a la narracion que al tratado. Pero se equivocan quienes expulsan a Camus del jardín de la filosofía, porque sin la filosofía no se entienden ni se justifican sus ficciones, que son el modo que utiliza para hacerla comprensible. "¿Por qué escribes novelas o dramas teatrales?", pregunta la filosofía; y Camus responde: "Para vivirte mejor...".

Nótese la íntima conexión entre la filosofía del absurdo tal y como la describe aquí Savater, y el budismo zen. El budista no cree que la realidad tenga sentido alguno. Más bien al contrario, piensa que somos nosotros quienes damos sentido al mundo que nos rodea en un desesperado intento de comprender y, sobre todo, de controlar. La realidad, sin embargo, no es sino un constante fluir de acontecimientos, un eterno presente sin sentido alguno. Y, pese a todo, el budista, como el existencialista al estilo Camus, aprende a vivir con esa realidad sin mayor problema. O, como explica Savater, "la peculiaridad del absurdo es que deja de serlo si lo aceptamos como tal". El concepto (porque, al contrario que Savater, sí que creo que es un concepto) no esconde solamente toda una filosofía, sino hasta una actitud ante la vida misma.

Por último, quizá convenga sacar a colación otro artículo, éste de Pepe Gutiérrez-Álvarez, que encontré en la web de Público, donde se critica el, según su autor, retrato interesado que los medios de comunicación han ido haciendo de Camus con motivo del aniversario de su nacimiento. El autor, en este caso, se queja del Camus edulcorado que nos intentan vender los voceros del sistema:

No se puede afirmar que Albert Camus —finalmente— haya triunfado sobre sus críticos, las cosas son más complicadas. Sobre todo cuando se trata a estos como hace un plumífero de El País, de revolucionarios y estalinistas que no creían en la democracia. Como si la democracia en Francia o Italia no tuviese una deuda con unos y otros, como si lo que decía Camus cupiera en esta democracia de ahora que se evoca como un modelo por encima de toda duda. A Camus como a Sartre, hay que situarlos en los tiempos malditos de la "guerra fría", pese a que ahora Sartre, por ejemplo, sea retratado como un vulgar Suslov, como el malo de la película al lado de intelectuales buenos como Vargas Llosa o Bernard-Henri Lévy, que más que intelectuales parecen guardaespaldas del reino de las multinacionales. Seguro que Sartre torció demasiado su bastón hacia el realismo, pero también lo es que Camus fue a veces un "alma bella" (como lo calificó Daniel Bensaïd), que no medía el contraste existente entre lo ideal y lo concreto. Todo esto comenzó a cambiar a final de los sesenta, no fue por casualidad que las barricadas del mayo apuntaran por igual contra el capitalismo y contra la burocracia.

En fin, el asunto que comenta Gutiérrez-Álvarez es mucho más político y menos filosófico. No es un asunto en que me interese entrar en estos momentos. Lo comento solamente para ofrecer un cierto contraste. {enlace a esta entrada}

[Sat Jan 25 10:14:47 CST 2014]

El País publicó hace un par de días una entrevista con Alan Moore, autor de los cómics de Watchmen y V for Vendetta, en la que carga contra el culto a los superhéroes que parece haberse apoderado de las sociedades ricas últimamente. Viniendo como viene de uno de los artistas del género más conocidos, no son pocos quienes se han escandalizado al respecto, pero la verdad es que me parece que lo que dice es de lo más sensato:

"Para mí, abrazar lo que son sin ambages personajes infantiles de mediados del siglo XX indica una retirada de las abrumadoras complejidades de la existencia moderna", ha afirmado Moore en el blog de Pádraig Ó Méalóid, escritor y uno de los líders entre el fandom del cómic irlandés. "Me parece que una parte muy significativa del público, renunciando a comprender el mundo en el que viven, ha razonado que sí puede entender los vastos, vacuos, pero al menos 'finitos' universos presentes en Marvel o DC Comics. Me gustaría indicar también que esto es potencialmente catastrófico, pues nos encontramos con la nostalgia del siglo pasado dominando posesivamente el ámbito cultural y negándose a permitir que esta era sin precedentes desarrolle una cultura propia, relevante y suficiente para los tiempos que corren".

Como era de esperar, entre los comentarios de los lectores del diario no faltan quienes señalan que hay bastantes obras dirigidas al público infantil que pueden leerse por adultos perfectamente (al menos uno de ellos menciona El Principito). Tampoco faltan quienes hablan de la necesidad de "conectar con el niño que todos llevamos dentro", algo sin duda muy propio de nuestra época. Pero me parece que ni unos ni otros aciertan a entender la carga en profundidad que implican los comentarios de Moore. A mí me parece evidente que está en lo cierto al señalar que los superhéroes del cómic pertenecen a otra época histórica. De hecho, no se entienden sin el contexto de la guerra contra el nazismo y, después, la Guerra Fría. Pertenecen, sin duda, a una época en la que había una necesidad social, política y cultural de ver las cosas en términos de blanco y negro, buenos y malos. En ese sentido, no están nada mal para entender y estudiar aquella época, pero malamente responden a las necesidades de este siglo XXI en que vivimos. Las referencias culturales hoy en día debieran ser bien distintas, y aún están por construir. El éxito de los superhéroes y su visión simplificada de la realidad solamente puede explicarse, creo, desde una nostalgia por un pasado que se piensa que fue más simple (aunque, en realidad, como me parece haber escrito en otras ocasiones, jamás fue así). {enlace a esta entrada}

[Sat Jan 25 10:02:26 CST 2014]

Echándole un vistazo a las noticias del día me encuentro con una entrada en un blog cultural de El País sobre lecturas gratis en la Red (por cierto, que el artículo hace varias referencias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, magnífico recurso para quienes aman los libros, aunque parece que los publican únicamente en formato HTML) que transcribe, al final del todo, unos cuantos aforismos que me parecen bastante buenos:

"Picasso era tan millonario que tenía cuadros suyos" (Juan Villoro).

"No sólo la luz se propaga en línea recta, también la oscuridad" (Andrés Trapiello).

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[Sun Jan 19 10:18:22 CST 2014]

El País publica hoy una interesante entrevista con Luis Garicano, catedrático de la London School of Economics. Algunas de las opiniones que comparte me parecen discutibles pero, en líneas generales, apunta varias cosas que son de suma importancia.

— Alerta contra el capitalismo castizo, de amigos, del palco del Bernabéu. ¿Qué denuncia?

El capitalismo que funciona es el que sirve a las necesidades de los demas. Si inventas un teléfono que mucha gente quiere, te irá bien, y si inventas uno que nadie quiere, te irá mal. Steve Jobs y Bill Gates no pasaban el tiempo llamando al político de turno para conseguir permisos, estaban en su oficina de Seattle pensando programas, productos... En España el peligro de deriva es hacia una situación en la que los que salen adelante no son los que mejores ideas tienen, sino los mejor conectados. Preocupa que un chico de 20 años vea que el camino no es formarse y tener ideas, sino conocer al concejal del pueblo y lograr permisos para forrarse. Si el sistema le dice que lo importante son los contactos, toda la energía se irá ahí y no a generar ideas. España tiene el menor grado de aceptación del capitalismo entre los países de nuestro entorno porque la gente tiene la percepción de que las cosas funcionan a base de chanchullos.

Corrección: no es que la gente tenga "la percepción" de que las cosas funcionan "a base de chanchullos", sino que en realidad funciona así. Se trata de una descripción objetiva de cómo funcionan las cosas. Cualquiera que haya estado medianamente implicado en política local lo sabe. Ahora, ¿que hay otras formas de desarrollar el capitalismo? Sin duda. ¿Que el capitalismo no tiene que consistir necesariamente en chanchullos, como sucede en nuestro país? Pues sí. Por supuesto que hay empresarios que no han hecho su fortuna así. Pero, tarde o temprano, teniendo en cuenta cómo funcionan las cosas, duda mucho uno que no se vean obligados a pasar por el aro. Ahí, creo, llevan razón los liberales que despotrican contra el excesivo intervencionismo estatal, algo que en España viene de lejos y que el franquismo no hizo sino profundizar. Sencillamente, ni me parece correcto aceptar el catecismo liberal, según el cual la iniciativa privada es siempre la mejor para cualquier ámbito, ni tampoco el catecismo socialista, según el cual sucede todo lo contrario. Como sucede con tantas otras cosas, depende del asunto en concreto y de las circunstancias. Pero son muchos los ámbitos económicos en los que el Estado debiera mantenerse más bien al margen y no lo hace. Y repito: esto se ve sobre todo en la economía local. No me estoy refiriendo aquí a la regulación de sectores como la electricidad, ni tampoco defiendo la privatización de la sanidad o la educación. No estamos hablando de eso.

Pero sigamos con la entrevista:

— ¿Y no hay un palco del Yankee Stadium o del Emirates?

Los enchufes y cosas por el estilo ocurrirán en todas partes, pero hay más peligro cuando eso llega a dominar segmentos amplios de la economía y las reglas del juego no lo corrigen. Por ejemplo, en el problema que tenemos en el sector eléctrico parece que todo funciona a golpe de telefonazo y decretazo. Cuando el sistema no funciona, dejas resquicios para el politiqueo en la oscuridad. Las cosas funcionan si se hacen de forma transparente, con reguladores independientes, a prueba de influencias.

— Ha sido muy crítico con los miembros escogidos para la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia (CNMC).

En un partido de fútbol necesitas que el árbitro sea independiente y la gente crea en él, si no, la gente no querrá ver el fútbol. Y en una economía de mercado necesitas legitimidad para que, cuando haya una subida de la luz, haya un organismo en el que la gente crea y entienda. Como los que toman las decisiones no creen esto, se buscan organismos que obedezcan al poder político. Tendrían que ser expertos de reconocido prestigio en el campo preciso. Y en el caso de la CNMC y otros, como en la autoridad fiscal independiente, sucede con demasiada frecuencia que, en lugar de buscar la legitimidad con figuras claras, buscan a personas a las que puedan llamar a las dos de la mañana para que a las cuatro tengan listo un informe que diga lo que tú quieras.

Claro que seamos honestos, en España ni los miembros del Tribunal Constitucional son elegidos tanto de acuerdo a sus méritos profesionales como a sus contactos políticos. Casi pareciera que no es tanto el Estado el que lo controla todo como los partidos políticos y, principalmente, sus direcciones. Estamos acostumbrados a que se decida todo en torno a la mesa camilla.

Continúa Garicano hablando de las dichosas oposiciones, elemento fundamental en la sociedad española:

— Dice en su libro algo duro: "¿Es alguien dispuesto a cambiar España, quien, con 22 años, decide pasar una parte considerable de su juventud encerrada en su cuarto preparando unos temas para cantarlos mejor que nadie delante de un tribunal?"

Necesitas gente con creatividad, dinámica, que piense en cambiar el mundo y te encuentras con gente que quiere un trabajo de absoluta seguridad sin ver mundo. Es, sin duda, gente inteligente, con espíritu de sacrificio... El otro día estuve en un debate con Jaime Pérez de Renovales, abogado del Estado, y me pareció brillante, a Soraya Sáenz de Santamaría claramente le sobra capacidad intelectual... No significa que no deba haber altos funcionarios en el Gobierno, pero sorprende que en el Congreso, entre docentes y opositores tienes quizá al 95% de los parlamentraios. Si, por ejemplo, todos procediran de consultoras, también sería raro.

Aquí me parece importante puntualizar algo. Cierto, en España la gente joven está soñando con ganar unas oposiciones que le garantice un trabajo de por vida, pero es que, al contrario que en otros países, se hace bien difícil llevar adelante una vida más o menos normal sin un trabajo en la Administración. O, para decirlo de otra manera, hay que tener en cuenta el contexto. Soy de los que piensan que el problema de fondo aquí no es la mentalidad, ni mucho menos. Probablemente, si fuésemos capaces de transplantar a un buen número de estadounidenses, escandinavos y alemanes a nuestro país, acabarían comportándose de la misma manera. Es, guste o no, lo razonable en ese contexto económico y social. En cualquier caso, se mire como se mire, es cierto que la hegemonía de funcionarios entre nuestros políticos es aplastante, pero creo que también eso tiene una explicación bien parecida: se trata de la profesión que mejor garantiza que se pueda regresar al puesto laboral una vez finalizada la carrera política. En otras palabras, en un contexto en el que se hace bien difícil encontrar un trabajo que pague bien, no es nada fácil que alguien abandone su bien remunerado trabajo en el sector privado para dedicarse a la política, sobre todo si también pedimos que su dedicación sea solamente temporal y regrese a la vida normal tras un periodo de tiempo. Sencillamente, esa flexibilidad no existe en el caso español salvo, como decía, para los funcionarios.

Y tenemos, por último, sus comentarios sobre el mercado laboral, algo directamente relacionado con el asunto que acabamos de comentar:

— Nadie ha solucionado el problema del mercado laboral en España, pero ustedes desde la Fundación Fedea lograron una hazaña: una propuesta que no quieren ni Gobierno, ni sindicatos ni patronal: el contrato único (elimina todos los temporales salvo el interino y establece indemnizaciones por despido progresivas por antigüedad). ¿Qué pasa?

— Lo primero que dijo la ministra es que no es constitucional. Pero hay motivos de economía política: el mercado de trabajo dual tiene para los fijos la ventaja de que, cuando en España se cae la actividad y la reacción es el despido (en lugar de reducir salario y horas), los temporales suponen un parachoques a los que se despide primero. Al núcleo duro del sindicato la temporalidad no le va mal y a los empresarios les da miedo que les dejes solo con los fijos, así que hay una alianza entre ambos para que los jóvenes sean el parachoques.

Si el contrato único es o no la respuesta a los problemas del mercado laboral español debiera ser objeto de un estudio más profundo. No obstante, llevo muchos años viviendo en EEUU, donde las cosas funcionan de esa manera, y no parece que suponga problema alguno. No estoy poniendo el model estadounidense como ejemplo, pues también tiene sus problemas y, además, responde a las necesidades de una sociedad bien distinta. Pero es cierto que por aquí no se observa la dualidad que caracteriza al mercado laboral español, algo a lo que parece claro que debiéramos poner fin por mera justicia. {enlace a esta entrada}

[Sat Jan 18 15:23:35 CST 2014]

A veces se pregunta uno a qué diantres juega el PP. Por si no tuviera suficiente ya con los estragos que está causando la crisis económica y los recortes presupuestarios para contentar a los intocables "mercados", ahora se mete en camisa de once varas al reformar una ley del aborto que en realidad no preocupa a la amplia mayoría de la población. Casi pareciera que sus dirigentes estuvieran completamente desquiciados. Tiene, por consiguiente, bien poco de extraño que, como titulaba El País hace casi una semana, el aborto haya debilitado el apoyo electoral al PP en las encuestas. Para ser honestos, uno comprende perfectamente que se trata de un punto recogido en su programa electoral y que, tras el fin de la doctrina Parot forzado por los tribunales europeos, tenían una necesidad imperiosa de contentar a su electorado más conservador. Sin embargo, todo parece indicar que lo poco que ganarían por ese flanco lo perderían por el centro. Además, ¿qué opción de voto medianamente seria tienen los ultraconservadores que apoyan al PP? Si acaso, un retoque para eliminar el aspecto de la reforma de Zapatero que en su momento fue más controvertido (el de permitir a las jóvenes menores de edad abortar sin permiso de sus padres) hubiera tendio bastante más sentido y hubiera sido aceptado seguramente por la mayoría de los ciudadanos. Eso otro entra dentro del juego de pequeños retoques a la legislación dentro de un cierto marco de estabilidad que caracteriza a las democracias avanzadas. En fin, que no acierta uno a ver a qué juegan. Se meten en asuntos como éste o la polémica sobre Gibraltar sin venir a cuento. {enlace a esta entrada}

[Sat Jan 18 15:06:53 CST 2014]

Hace ya varios días que leímos una noticia publicada por el diario El País en la que se nos cuenta que la brecha salarial ha ido aumentando estos últimos años, reflejando la disolución de la clase media. La verdad es que no debiera sorprender tanto. No se trata ya de que la recesión económica haya ido erosionando claramente el bienestar de la clase media española (por no hablar de la de otros países, como Grecia o Portugal), sino que en realidad la tendencia venía haciéndose notar hacía ya algo de tiempo, aunque el espejismo de la burbuja inmobiliaria lo ocultara durante unos años. En este sentido, viene a ser poco más o menos lo mismo que se ha venido observando en los EEUU desde mediada la década de los setenta, aproximadamente. Los salarios llevan estancados desde 1973, si recuerdo correctamente. Eso sí, los beneficios y los salarios más altos no han parado de crecer. O, lo que es lo mismo, no todos han visto erosionada su posición en el ránking de ingresos. Unos están sufriendo más que otros. Durante un tiempo se pudo salir adelante echando mano del endeudamiento, pero eso tiene un límite. Ahora nos damos cuenta de que el bienestar material de antaño, la "riqueza" creada, era en buena parte puro espejismo, simple engaño, pan para hoy y hambre para mañana. Por eso, al contrario que tantos conciudadanos, yo no estoy en desacuerdo con la idea de que haya que fomentar una nueva política de austeridad. Al contrario, me parece estrictamente necesaria para construir un nuevo modelo económico con unas bases realmente sólidas. El problema, eso sí, es que la austeridad debiera estar repartida de manera mucho más equitativa. Y, sin duda, no se está haciendo así. {enlace a esta entrada}