Quien me conoce sabe que no soy muy dado al uso de términos exagerados cuando discuto sobre asuntos políticos. En líneas generales, prefiero mantener cierta objetividad e imparcialidad. Por supuesto, por más que nos esforcemos, nunca logramos ser completamente objetivos. Pero, en mi opinión, eso no es razón para hacer el esfuerzo. En este sentido, he de reconocer que no comparto para nada el calificativo de "fascista" que tanta gente aplica a Donald Trump, al menos no hasta el momento. Pero sí que creo acertado calificarle de populista y autoritario. O, para explicarlo de una manera algo más gráfica, no creo que Trump sea la copia estadounidense de Mussolini, ni mucho menos de Hitler, como algunos afirman alegramente. Pero sí que le veo como la contrarréplica estadounidense a un Orbán o un Kaczynski. Por desgracia, lo que percibo en la atmósfera política, social y cultural aquí en los EEUU ahora mismo me recuerda, salvando las distancias, a los últimos años del régimen de Franco cuando, para ser honestos, más que fascismo lo que sufríamos era un autoritarismo ultraconservador. Por ejemplo, llama la atención ver publicados en la web de la agencia Reuters los resultados de una encuesta en la que la mayoría de los ciudadanos expresan que el Presidente debiera obedecer las decisiones judiciales. Y digo que llama la atención porque, hasta hace bien poco, no creo que nadie se plantease siquiera la pregunta. Pero el caso es que Trump es distinto en ese sentido. Él sí que ha desobedecido órdenes judiciales de manera clara y abierta. Sin siquiera hacer esfuerzo alguno en ocultarlo. Como también ha hecho llamamientos a censurar a algunos jueces cuyas decisiones no son de su agrado, ha lanzado amenazas contra bufetes de abogados que han defendido casos legales en su contra, o ha despedido a funcionarios que participaron en comisiones de investigación sobre actividades supuestamente delictivas en las que él se vio implicado. Finalmente, hace bien poco leíamos en la prensa que Trump ha aprobado un decreto reformando el proceso electoral en los EEUU o retirando el apoyo monetario a un museo reputado internacionalmente por sostener un museo de historia centrado en el pasado esclavista de los EEUU. Como digo, todo ello me parece más propio de un dirigente autoritario como Franco que de un presidente democrático. Aún no creo que sea correcto denominarlo fascismo. Pero democrático sí que tengo claro que no es. {enlace a esta entrada}

De manera algo accidental me he topado con una entrevista con el filósofo Ferran Sáez sobre el postmodernismo publicada en la web de El Diario que merece la pena destacar aquí porque expresa bastante bien un punto de vista que, por lo general, hace tiempo que comparto. Así, por ejemplo, a la hora de contraponer el PSOE a los otros partidos a su izquierda a propósito de asuntos como la llamada teoría queer:

El PSOE es un partido de tradición progresista moderna, no postmoderna como Podemos o parte de Sumar, y de ahí nace el conflicto.

Me parece cierto. En líneas generales, se ve aquí una diferencia clara, creo, entre el PSOE e IU, que engarzan claramente con la tradición de la izquierda moderna por un lado, y partidos como Podemos o la mayor parte de Sumar, que es mucho más proclive a ver asuntos identitarios como algo central en su proyecto.

Con respecto al asunto de la llamada guerra cultural reflexiona:

El concepto de guerra cultural es una forma de querer rehuir debates serios. ¡Tenemos que hablar de lo que nos incomoda como sociedad, no hacer ver que no pasa nada! Cuando Mitterrand era presidente de la República francesa, apareció una fotografía suya en un acto antisemita. Y la sociedad francesa habló de su antisemitismo, y sirvió de catarsis. Fue un debate muy incómodo, pero lo tuvieron. Más allá de la situación actual de Francia, no corrieron un tupido velo con una cuestión tan central como el antisemitismo.

Estoy de acuerdo, una vez más. Independientemente de la opinión que tengamos sobre estos asuntos, el mero hecho de rehuir el debate me parece intelectualmente deshonesto. Y eso es lo que está haciendo la extrema derecha. El ejemplo de Mitterrand y el antisemitismo puede ser más o menos acertado, pero eso no lo importante. El asunto aquí es la importancia (necesidad, incluso) de debatir estos asuntos abiertamente, en lugar de ocultarlos y hacer como que no pasa nada.

Pero mucho más interesante me parece su reacción cuando habla del postmodernismo como una forma extrema de individualismo:

El postmodernismo nace como un ejemplo de individualismo extremo. ‘Mi identidad acaba donde termina mi abrigo’, y por lo tanto desde el inicio está asociado al individualismo. Si se renuncia a referentes colectivos, ya sea políticos, religiosos o lingüísticos, y se interpreta que solo hay que cuidar nuestra subjetividad, crear vínculos se convierte en un imposible.

(...)

El individualismo extremo nos lleva no solo a la pérdida del sentido colectivo sino también a sentirnos disociados. Hemos perdido el sentido de la colectividad. Desde un punto de vista individual, la ausencia de identidades colectivas nos ha afectado de forma negativa, ya sea en cuestiones sociales o culturales. La lengua es una cuestión colectiva e individual a la vez: si perdemos el sentido de la colectividad como hablantes terminará afectándonos a nivel individual.

El postmodernismo exacerbado, el individualismo y el subjetivismo nos han conducido a un callejón sin salida en el que cualquier proyecto auténticamente emancipador (esto es, por necesidad un proyecto colectivo) se hace prácticamente imposible. En este sentido, a mí lo que me parece verdaderamente paradójico es que lo que hoy pasa por progresista en realidad apuntala el sistema vigente {enlace a esta entrada}