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[Mon Nov 23 08:55:40 CST 2015]Interesante noticia la que leemos hoy en el diario El País: España no es lugar para casarse. No se refiere a las parejas españolas, no. Se refiere más bien al hecho de que, según se nos informa, aunque España es el tercer destino turístico mundial tras Francia y EEUU, no nos hemos sumado a la tendencia del "turismo matrimonial". Al parecer, una de las razones principales es el "factor administrativo", que solo permite casarse por lo civil en nuestro país cuando uno de los contrayentes ha estado residiendo en territorio español por un mínimo de dos años lo cual, nos da a entender el autor de la noticia, no es "competitivo" y hace muy difícil que entren las cuantiosas remesas de dinero que se gastan las parejas pudientes en esta nueva forma de turismo. En fin, todo muy en la línea de una actitud que hoy, por desgracia, es más bien normal. Tanto que ni siquiera llama la atención cuando lo leemos. Nos limitamos a pasar página, a menudo incluso asintiendo con la lógica de la sinrazón de que hace gala el autor. Y es que, por supuesto, la pela es la pela y, en estos tiempos que corren, lo único que parece importar es si una actividad determinada deja dinero. Porque el autor no parece preguntarse si quiera cuál pueda ser la función del matrimonio, ya sea civil o religioso. Si resulta que es un contrato entre dos adultos para llevar a cabo una unión legal (me estoy refiriendo aquí al matrimonio civil), no acierta uno a entender cómo pueda parecer siquiera razonable que se permitan matrimonios a personas que no residen en el país. Sencillamente, ¿qué validez legal, social o ética puede tener dicho contrato? Una vez más, descubrimos la capacidad del capitalismo para disolver todo aquello que toca y convertirlo todo en mero valor de cambio, mero producto en el mercado. {enlace a esta entrada} [Mon Nov 23 08:26:50 CST 2015]Hace ya aproximadamente una semana que leí una entrevista a Joaquín Estefanía publicada en infoLibre en la que el antiguo director del diario El País comenta su nuevo libro, Estos años bábaros. El diagnóstico que hace de la situación económica actual se corresponde poco más o menos con lo que vengo afirmando yo mismo desde hace tiempo. Primero, la crisis económica que comenzó en 2008 aún no ha pasado, por más que se nos repita que lo peor ya quedó atrás: Como decía. Esto ya sucedió en la Gran Depresión de los años treinta. Quien no sabe mucho de historia económica piensa que la crisis se desató con el pánico bursátil de 1929 y, a partir de ahí, empeoró durante varios años antes de mejorar y que diera comienzo la Segunda Guerra Mundial debido a las desmedidas ambiciones territoriales del lunático Hitler. Nada más lejos de la realidad. La Gran Depresión no fue simplemente el crack de 1929, sino una serie de recaídas que se sucedieron durante la década de los treinta del siglo pasado (cada una con su correspondiente, pero excesivamente débil, "recuperación") y que, finalmente, se "solucionó" con el conflicto bélico mundial. Y ahora, por desgracia, parece que llevamos más o menos el mismo camino. Segundo, la respuesta que se está dando a la crisis no está haciendo sino agravar el problema. Y esto se aplica no solamente a las políticas de austeridad que se están aplicando en Europa, sino también a las políticas expansivas que se están aplicando en los EEUU y Japón (y que, por cierto, el propio Banco Central Europeo decidió adoptar hace unos meses). Se mire como se mire, ni unas ni otras están funcionando. La economía mundial anda renqueante. Estefanía señala alguna de las razones cuando responde a la pregunta de cómo ha sido posible que los poderes políticos y económicos hayan ido aplicando una política tan regresiva en los últimos años: ¿El resultado? La cohesión social que sirvió de cimiento al capitalismo con rostro humano de la postguerra (redistribución de la riqueza, Estado del Bienestar, democracia liberal, consenso...) ha desaparecido y, en su lugar, nos encontramos con un capitalismo salvaje, desregulado de hecho (si bien no todavía formalmente) debido a la globalización, que no promete sino sacrificio en beneficio no de la mayoría, sino de una minoría transnacional extremadamente rica. Por tanto, estoy de acuerdo con Estefanía, salvo en un asunto que me parece crucial. Cuando le preguntan si las políticas de austeridad van a desactivarse, él responde: He ahí precisamente la clave del asunto. ¿Acaso piensa Estefanía que el capitalismo es compatible con un mundo sostenible, mucho menos austero? Doy por sentado que, al hablar de esta austeridad progresista, se refiere a una austeridad igualitaria y con una calidad de vida mínima garantizada para todos. Él sabe, como sabemos todos, que el capitalismo necesita el crecimiento continuado para sobrevivir. En otras palabras, el asunto de fondo, el esqueleto en el armario del que nadie quiere hablar, es el reconocimiento claro y conciso de que el capitalismo nos conduce a todos hacia el abismo. {enlace a esta entrada} [Sun Nov 15 08:58:31 CST 2015]Esta mañana, echándole un vistazo a la prensa, me encuentro con una de esas noticias que habitualmente pasan desapercibidas: la desigualdad en Brasil siguió igual bajo los Gobiernos de Lula y Rousseff. Cuidado, nadie niega que se produjera una significativa reducción de los índices de pobreza. Se estima que unos 40 millones de brasileños salieron de la pobreza durante esos años —otra cuestión, por cierto, sería ver si dicha tendencia fue permanente o más bien temporal. Lo que este nuevo estudio revela es que, aunque se produjera una mejora relativa del nivel de vida entre millones de pobres en Brasil, el nivel de desigualdad (esto es, la diferencia entre la riqueza de quienes más tienen y quienes menos tienen) siguió aumentando. Una vez más, la imagen va por un lado y la realidad por otro, pues lo que los medios de comunicación de masas han dado a entender durante bastantes años es que lo contrario es cierto. En todo caso, lo que más me interesa de la noticia no es tanto el impacto que pueda tener en cuanto a la opinión que nos merezca el periodo de gobierno de Lula, sino las implicaciones que quizá tenga para las posibilidades reales de llevar a cabo un programa socialdemócrata en este siglo XXI. Si, tal y como nos cuentan en la noticia, el índice de Gini apenas se movió y, de hecho, la concentración de la riqueza en manos del 10% más rico no hizo sino crecer, cabe preguntarse cómo puede funcionar la idea de que "es necesario hacer crecer el pastel para luego distribuirlo" (esto es, el programa socialdemócrata resumido en una frase). El "pastel", de hecho, creció. Millones de brasileños salieron de la pobreza. Y, sin embargo, los ricos se hicieron más ricos. O lo que es lo mismo, que el pastel no se distribuyó. Mucho me temo que las estadísticas de cualquier otro país (avanzado o no) durante estas últimas décadas apuntarían en la misma dirección. Pero el problema con la filosofía socialdemócrata me parece incluso de mayor calado, pues incluso aceptando que sea posible distribuir el "pastel" gracias al hecho de que cada vez es más grande, parece probado que la reducción de las desigualdades se produce a un ritmo tan lento que sería necesario seguir creciendo durante cientos (quizá miles de años) antes de ver unos niveles de desigualdad más o menos justos. Parece evidente que el planeta no puede permitirse ese lujo. ¿Significa esto, pues, que debemos aceptar de una vez por todas que el programa socialdemócrata ha pasado a mejor vida y ya no responde a la realidad de nuestro siglo? Posiblemente. Lo preocupante, sin embargo, es que hoy en día los partidos socialdemócratas de antaño han abandonado casi por completo cualquier pretensión de socialdemocracia en favor de un liberalismo más o menos vergonzante, en tanto que los partidos a su izquierda se han agarrado al clavo ardiendo de la socialdemocracia tras el fracaso estrepitoso de la experiencia comunista. En otras palabras, que la izquierda, como de costumbre, anda confusa y sin programa. De ahí los bandazos. {enlace a esta entrada} |