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[Sun Mar 15 15:28:14 CDT 2015]Tan sólo un par de comentarios sobre la actualidad política española que se me han ocurrido mientras leía las noticias aquí y allá. Hace ya unos días que nos enterábamos de la reacción del delegado del Gobierno en Andalucía ante el auge que ha ido cobrando Ciudadanos últimamente. Ni corto ni perezoso, se le ocurre afirmar que no quisiera "que mande un partido que se llama Ciutadans y que tiene un presidente que se llama Albert", añadiendo, por si eso fuera poco, que no le gustaría que a Andalucía se la mande "desde fuera". ¡Ahí es nada! Ésta es la misma gente que no para de llenarse la boca de afirmaciones sobre la unidad nacional y contra el independentismo catalán. Flaco favor le hace, creo, a quienes defendemos que Cataluña permanezca dentro de España. Es precisamente en momentos como estos en los que se distingue perfectamente entre quienes tenemos una idea plural de España y quienes no hacen en realidad sino usarla como mera herramienta electoral y, por supuesto, para azuzar los malos sentimientos entre los ciudadanos. Lo del delegado del Gobierno en Andalucía (por cierto, resulta bien paradójico que sea precisamente el delegado de un Gobierno más allá de las fronteras andaluzas quien se oponga a que la comunidad autónoma sea gobernada "desde fuera") no es, me parece obvio, orgullo español ni defensa de la nación, sino mero oportunismo político. En fin, que también la gente del PP muestra ahora bien a las claras un cierto nerviosismo. Hasta hace poco, eran solamente los socialistas quienes veían temblar su chiringuito ante la amenaza electoral que representaba Podemos. Pero ahora les llega el turno a los populares debido al auge de Ciudadanos. Desde mi punto de vista, todo ello debiera resultar en un sistema de partidos más flexible y dinámico. Por otro lado, El País publica hoy mismo una entrevista con Felipe González en la que se despacha a gusto. Su afirmación de que "es un error excluir a todos los imputados de las listas", recogida en el titular mismo, es altamente discutible. Es fácil de entender su argumento de que no todo imputado acaba siendo declarado culpable y condenado en los tribunales y, sin embargo, si se aplicara dicha norma todo representante, por el mero hecho de ser acusado e imputado, pagaría un precio político. González está siendo intencionadamente ingenuo en este caso, me temo. Él sabe perfectamente que no es lo mismo ser acusado que imputado, pues lo segundo implica que el juez ha estudiado la evidencia y considera que hay suficientes razones como para que se proceda a un juicio. Pero es que, además, no parece entender la idea de que los representantes políticos debieran estar limpios de polvo y paja. En otras palabras, que la mera sospecha de comportamiento es ya una mancha no ya sólo para la honorabilidad del político en cuestión, sino también (y esto es mucho más importante) para el sistema mismo. Eso lo sabe González perfectamente. Es la razón, además, por la que en las democracias avanzadas de nuestro entorno los políticos suelen dimitir en cuanto se les imputa (y, a menudo, sin que medie siquiera acusación penal alguna, mucho menos imputación). Pero hay otra afirmación de González que me parece un buen indicador de interpretación tergiversada de la realidad. Preguntado sobre la actual situación política en España, responde: Perdone, señor González, pero una distribución similar de escaños se da en el parlamento holandés o el danés desde hace ya décadas, y yo dudo mucho que nadie lo vea como causa de inestabilidad o crisis alguna. Peor aún, el ejemplo italiano no viene siquiera a cuento. Lo que indican las encuestas que se han venido publicando estos días es un arco parlamentario ciertamente muy abierto con cuatro formaciones políticas bien igualadas. Eso no se dio nunca en Italia. Lo que se dio allí fue un sistema con un partido hegemónico (la Democracia Cristiana) que gobernó de manera indiscutida durante décadas, un Partido Comunista condenado permanentemente a la oposición y, por último, una miríada de partidos que ofrecían sus servicios a los cristiano-demócratas para gobernar. Pero allí jamás se vio una situación como la que apuntan las encuestas por aquí. Ni entonces, ni tampoco cuando cayó el régimen de postguerra, en el que los votos se han ido concentrando más bien en torno a un bipartidismo "a la americana". En definitiva, que ni siquiera la comparación es correcta. Son ganas de tergiversar y manipular o, cuando menos, de arrimar las ascuas a su sardina de manera bien interesada. {enlace a esta entrada} [Thu Mar 12 12:41:30 CDT 2015]Hace ya unos días que, echándole un vistazo a la página de Rebelión, me encontré con una viñeta que me hizo reflexionar un poco: Aunque en principio el dibujante parece apuntar lo obvio, tras reflexionar un poco me di cuenta de que en realidad no lo es tanto. De hecho, me parece bien probable que se trate de uno de esos casos en los que llevar la contraria se interpreta como "actitud crítica" cuando, en realidad, la cosa dista de estar tan clara, creo. Veamos. Ciertamente, no parece razonable tildar a todos los que se oponen al sistema capitalista (ni tampoco a quienes se manifiestan en contra de las políticas de austeridad que se han venido implantando en nuestro país de un tiempo a esta parte) de "terroristas", "perroflautas" o "radicales". Y, sin embargo, se hace. No obstante, la comparación que el autor de la viñeta hace con Cuba y Venezuela no es del todo correcta. Primero, porque quien se opone al régimen comunista en Cuba sí que es un disidente, puesto que no cuenta con la libertad necesaria para expresar su oposición por los cauces regulares. Y, segundo, porque en el caso venezolano, donde sí que cuentan con esos cauces, se hace precisamente a través de la labor de oposición, por lo que parece lógico que se les llame "opositores". Si acaso, lo que llama la atención aquí es que se use el término "régimen" en unos casos y no en otros. O sea, que habría que llamar la atención sobre el uso del término "régimen", más que sobre el uso de los calificativos de "disidente" u "opositor". {enlace a esta entrada} |