Octubre
Cuaderno de Bitácora (Julio 2015)

[Sun Jul 5 15:26:21 CDT 2015]

En tiempos como éstos en los que el fundamentalismo islámico campa a sus anchas y el integrismo evangelista impone su doctrina en las primarias republicanas en EEUU a golpe de intolerancia y sectarismo, parece normal culpar a la religión de muchos de nuestros males. Sin embargo, he de reconocer que yo, agnóstico convencido desde prácticamente siempre, no lo tengo tan claro. Hace ya un mes leí una entrevista con la escritora Karen Armstrong, especialista en historia de las religiones, publicada en el suplemento El Cultural que, creo merece la pena hojear cuando se consideran estos temas. No es que esté de acuerdo con todo lo que afirma Armstrong pero, en líneas generales, sí que me parece importante subrayar algo que a menudo solemos olvidar, sobre todo quienes provenimos de la tradición política de izquierdas: parece probable que la violencia y la guerra, en lugar de ser consecuencia directa de las creencias religiosas, se deban más bien a la necesidad que a menudo sentimos los humanos de arroparnos en una identidad colectiva que llene nuestra existencia de sentido. Esta identidad colectiva puede expresarse en términos religiosos, ciertamente, pero también puede hacerlo en términos políticos, nacionales o de cualquier otro tipo. Si esto fuera cierto, el problema, pues, no sería tanto la religión como la actitud general que adoptamos ante los acontecimientos sociales. La raíz del problema sería la intención de separar la identidad propia de la de los demás. La distinción entre "los nuestros" y "los otros" sería, por tanto, el fundamento mismo del conflicto bélico, siendo todo lo demás algo más bien secundario. La religión, la raza, la política, la nacionalidad... no serían sino excusas, "banderas" que nos ayudan fácilmente a separar a los amigos de los enemigos, pero no la razón última que conduce al conflicto.

Y, sin embargo, tampoco estoy del todo de acuerdo con la perspectiva algo inocente que adopta Armstrong acerca de la religión, llegando a afirmar que "siempre existieron profetas, sabios y místicos que clamaron contra la violencia inherente a la civilización agraria" y que "el testimonio de la compasión siempre latió en la vida religiosa". Lo que dice es cierto, pero sólo parcialmente. Está prestando atención únicamente a las manifestaciones más místicas y poéticas de la religión, y no a las más intolerantes y dogmáticas, que también han existido. Igual de peligroso que culpar a la religión de todo me parece el afirmar que no tiene culpa de nada. La raíz última de la violencia, cierto, es mucho más compleja de lo que las voces más antirreligiosas quisieran hacernos creer, pero eso no equivale a manifestar que no hay que preocuparse porque las creencias religiosas son siempre puras e inocentes. Para nada. A menudo (igual que sucede con las ideologías políticas o las banderas nacionales) han servido de coartada para los crímenes más horrendos. Conviene, pues, estar al tanto y andarse con pies de plomo a la hora de tratar estos asuntos. {enlace a esta entrada}

[Sat Jul 4 13:30:44 CDT 2015]

De un tiempo a esta parte hemos comenzado a ver noticias aquí y allá que hacen referencia a la recuperación económica en España. Ciertamente, se trata de una recuperación bien timorata, con un alto nivel de desempleo y con miles de desahucios y familias desamparadas, pero recuperación al fin y al cabo. No se trata sólo de una operación de propaganda orquestrada por el Gobierno, sino que las grandes cifras macroeconómicas verdaderamente han ido mejorando en los últimos meses, sobre todo de la mano de un sector exportador en expansión y una demanda doméstica que ha comenzado a subir ligeramente. Y, sin embargo, como suele decirse, no es oro todo lo que reluce. En este sentido, de lo mejorcito que me he encontrado es el artículo de Albert Recio titulado ¿Una recuperación sólida? publicado por la revista Mientras tanto:

En resumen estamos ante un período de crecimiento sin que se hayan efectuado cambios que permitan pensar que se han atacado las debilidades estructurales de nuestra economía. No ha habido ningún atisbo de política industrial que promueva un cambio de modelo productivo. En parte no la podía haber porque las políticas industriales clásicas están proscritas por la Unión Europea y han dejado de formar parte del arsenal de propuestas que tienen en mente la mayor parte de economistas que asesoran a los gobiernos. He intentado rastrear estas políticas y sólo he sabido ver los planes renove tan del agrado del sector automovilístico pero cuyo impacto local es discutible (los planes renove priman la compra de nuevos vehículos con independencia del lugar en que han sido producidos, y en un país donde gran parte de los coches que compran los locales son de importación equivale a primar a la industria alemana y de otros países, algo que agrada a los grandes grupos multinacionales pero que tiene un dudoso efecto local). He sabido encontrar otra, pero de impacto negativo: la reforma energética, que ha puesto en crisis a la emergente industria local de las energías renovables. Es posible que los sistemas de primas anteriores propiciarán una nueva burbuja especulativa con la instalación de plantas solares y parques eólicos, pero es indudable que el frenazo se puede entender más como un nuevo peaje a favor de los grandes grupos energéticos tradicionales que como una política bien diseñada de largo plazo. Fuera de estas medidas todo se reduce a las clásicas políticas transversales y la promoción de los emprendedores que puede convertirse fácilmente en otro pozo de despilfarro e ineficiencia.

La industria española que ha funcionado es la poca que ya se había modernizado, la que llevaba una cierta experiencia de internacionalización. Y que ahora ha visto mejorada su situación con la devaluación de facto del Euro provocada por el cambio en la política del Banco Central Europeo. Un cambio que pone a las claras la responsabilidad de esta misma política a la hora de propiciar la desindustrialización del Sur de Europa. El problema está que cuando se ha destruido tanto aparato productivo y ha emigrado tanta industria posiblemente la mejora en el plano del tipo de cambio no baste para reactivar la actividad. Cerrar empresas y eliminar líneas de producción es siempre más fácil que crear nuevas. Y sin políticas industriales bien diseñadas va a ser difícil que el Sur de Europa recupere parte de la actividad perdida. Ni la estructura productiva ni el sector público se han reorganizado para alterar crucialmente las debilidades del modelo anterior. En la mente de los gobernantes actuales sigue flotando la ilusión de que es posible generar una vuelta al viejo modelo anterior basado en lo inmobiliario. Y ahí sí se han aplicado con ahínco, tanto con reformas legales (como la que concede permiso de residencia a quien compra un inmueble, o la mayor permisividad constructiva que incluye la ley de costas) como en el apoyo de cualquier proyecto especulativo que ha tenido a bien proponerse (Eurovegas, Barcelona World, grandes proyectos hoteleros urbanos....).

O sea que, por desgracia, y a pesar de los parabienes que se oyen por parte de las autoridades económicas de la Unión Europea, reformas ha habido más bien pocas. La leve recuperación se debe al ímpetu del sector exportador como consecuencia de la bajada del euro, la pequeña mejoría del consumo interno y, en parte también, al limitado aumento del gasto público debido a la presión electoral. Poco más. Por lo demás, seguimos como estábamos. El Gobierno habla mucho de reformas, pero sería bien difícil que nadie pudiera mencionar una reforma de calado que se haya llevado a cabo desde la llegada al poder de Rajoy. Como bien explica Recio en su artículo, la reforma energética es prácticamente la única, y cuesta trabajo verla como algo positivo. En realidad, no ha hecho nada para solucionar el problema de fondo que venimos arrastrando desde hace décadas en ese ámbito, que es el llamado "déficit energético". Por lo demás, se habla mucho de la importancia del emprendedor, pero uno no acierta a ver qué medidas se hayan tomado para favorecer la creación de negocios en nuestro país. Se mire como se mire, nuestra estructura económica sigue siendo un problema. Nada ha cambiado. El turismo y la construcción siguen siendo los únicos sectores que pueden tirar del resto de la economía. No es que no despuntemos en otros ámbitos (la industria automovilística española, por ejemplo, sigue siendo bien potente, aunque muchos lo ignoren), pero no tienen la fuerza suficiente como para arrastrar al resto de la economía del país. Los grandes desequilibrios siguen ahí y no hemos aprovechado la reciente crisis económica para introducir grandes cambios. Algo que, por cierto, sucede igualmente en otros países. Uno sólo acierta a ver parcheos aquí y allá. Soluciones improvisadas para seguir tirando como buenamente se pueda. Pero la raíz de los problemas continúa ahí. Ahora sólo queda esperar a que vuelva a estallar la próxima crisis. {enlace a esta entrada}

[Sat Jul 4 11:44:07 CDT 2015]

Hace ya un par de semanas que se monto un buen revuelo en España a cuentas del acto de presentación de la candidatura de Pedro Sánchez, líder del PSOE, a la Presidencia del Gobierno. El escándalo y posterior debate no se debió, por desgracia, al contenido de su discurso, ni tampoco a sus propuestas. Lo que más llamó la atención, al parecer, fue que el líder de un partido de izquierdas hiciera un uso obvio y sin complejos de la bandera constitucional, lo cual no deja de sorprender. Especialmente hipócritas fueron las críticas que le lanzaron desde la derecha, que no para de usar la bandera (y, si me apuran, hasta la Constitución misma) como símbolo propio, en lugar de algo compartido con españoles de todas las creencias e ideologías. Yo, por el contrario, pienso que el hecho de que el líder de la oposición vea la bandera constitucional como un símbolo de unidad y se arrope en ella durante un discurso oficial en el que lanza su candidatura a la Presidencia no es ni mucho menos razón para escandalizarse. Dejemos algo bien claro. En realidad, no soy muy dado a ondear banderas, como tampoco me gusta darme golpes de pecho pregonando a los cuatro vientos mi amor por la patria. No se trata de eso. Por lo que hace al nacionalismo, soy de los que piensan que mientras menos mejor. Y esto lo aplico no solamente a los nacionalismos llamados periféricos, como parecen hacer algunos, sino a los centralistas también. Si hay algo que me produce sarpullidos es el uso y abuso de la bandera estadounidenses por todos sitios en este país donde resido. Más que muestra de amor por la patria, me temo que suele ilustrar un ensimismamiento más bien narcisista. Pero, sea como fuere, no entiendo la actitud que defiende que es perfectamente legítimo el uso de dichas enseñas por parte de la derecha mientras que la derecha debe mantenerse al marge. No, no y no. Si estos son símbolos nacionales, entonces representan a todos los españoles, tanto a los de derechas como a los de izquierdas. Y, por tanto, nada hay de reprobable en que el líder del PSOE use la bandera en uno de sus actos, sobre todo si su intención es enviar el mensaje de que quiere recuperar la unidad nacional.

El problema, para mí, no tiene nada que ver con banderas ni identidades nacionales, sino con el uso de una escenografía hueca muy de inspiración estadounidense (no se trata sólo de la bandera, sino también de la aparición en el escenario de su esposa y otras muchas cosas) centrada más en la imagen que en el contenido. En vez de propuestas, oímos simplemente palabras vacías. Sánchez presentó un "cambio valiente", pero no explicó en qué consistiría. También defendió el "bien gobierno desde la moderación", dijo amparar los intereses de "la inmensa mayoría" y subrayó la unidad. Todo eso está muy bien. Pero, ¿cómo piensa llevarlo a la práctica? De eso no dijo nada de nada. En realidad, teníamos que haber estado hablando todos de la falta de propuestas concretas de que hizo gala Sánchez en su presentación y no del asunto de la bandera, que en viene a ser, visto con perspectiva, bastante secundario. {enlace a esta entrada}

[Sat Jul 4 08:07:07 CDT 2015]

Ciertas tendencias potencialmente negativas de las nuevas tecnologías y la cultura digital debieran llevarnos a la reflexión, me parece. Y, sin embargo, la actitud que solemos adoptar ante ellas es más bien de un provincianismo atroz. En lugar de considerar sus efectos detenida y desapasionadamente, sopesando los pros y los contras, esforzándonos por alcanzar una conclusión mínimamente objetiva, preferimos plantearnos el asunto como quien se presta a ver un derbi histórico de fútbol en el que no cabe más remedio que tomar partido por uno u otro contendiente. O sea, poco más o menos como nos planteamos la política. Los míos son los buenos y nos conducen al paraíso terrenal, y los otros son los malos y se limitan a llevar a cabo el plan diseñado por Satán para conducirnos a todos al infierno.

Viene todo esto a cuento de una noticia que saltó a la luz a principios de esta misma semana en el barrio sevillano donde crecía y que, por cierto, a estas alturas ya casi está olvidada. Lo que hace tan sólo unos días parecía el asunto más importante del mundo mundial y demandaba un posicionamiento claro por parte de todo dios, ahora ya no hace acto de presencia por ningún lado. Ningún medio de comunicación publica nada sobre el asunto. Ningún vecino hace proclama alguna en las redes sociales. Es lo que tiene la tiranía de la inmediatez a que vivimos en buena parte sometidos hoy en día. Lo único que parece importar es "lo último". Las "últimas noticias", la "última moda" y hasta, como podemos leer de cuando en cuando en algún que otro titular, "lo ultimísimo". Nos falta, por supuesto, perspectiva.

La noticia en sí tampoco es nada del otro mundo. Se trataba de que la web oficial de la parroquia de Bellavista, en Sevilla, incluía un anuncio aconsejando terapias para "sanar" a los homosexuales. Según leemos, el sacerdote rechazó su autoría, pidió que se retirase de la web y ha pedido perdón públicamente. Pero todo eso sirve de poco. Una vez desatadas las hordas virtuales de las redes sociales, esto no hay quien lo pare. Las cosas se sacan de su contexto, la letra pequeña ni se lee, se actúa de forma automática y seguidista (uno simplemente "se suma" a la condena), se descalifica, se denigra, se insulta, se exigen medidas drásticas (en este caso, se ha llegado a demandar que el arzobispo destituya al párroco, jugando así con la vida de los demás con una facilidad que da algo de miedo) y, por supuesto, sobre todo, se hacen poses de cara a la galería para demostrar que uno está en sintonía con los tiempos. Es para dar arcadas. Lo que en apariencia se hace debido a la honda preocupación por un asunto o un grupo social determinado al que se considera víctima de agravios particulares, en realidad esconde un solipsismo aterrador. Bajo la fina capa de un profundo interés por los problemas ajenos lo que en realidad subyace es el ansia de definirse a uno mismo lanzando cruzadas contra molinos de viento. La piedra se lanza únicamente cuando se sabe que el resto de la turba va a estar detrás nuestra para defendernos. En realidad se trata de un auténtico linchamiento público de la respetabilidad y el honor ajenos, conceptos ambos que comercian a la baja en un mundo tan centrado en el espectáculo y la pose como éste en que vivimos. Y, que conste, el anuncio en cuestión que generó toda esta polémica me parece que denota una tremenda ignorancia. Por si esto fuera poco, defiendo el matrimonio de personas del mismo sexo y, desde luego, la homosexualidad no me parece ninguna enfermedad. Pero lo uno no quita lo otro. {enlace a esta entrada}