[Fri Apr 24 08:19:55 CDT 2015]

Echándole un vistazo a la edición semanal de El Cultural, me encuentro con un artículo de Gonzalo Torné titulado Insultos y descalificaciones que incluye, entre otras, la siguiente cita de Samuel Johnson que me ha hecho sonreír por su ingenio:

Debemos valorar con generosidad su idiotez, pues al ser inimaginable en estado natural, sin duda debe ser fruto de un gran esfuerzo.

Quien me conoce sabe que no soy muy partidario del uso y abuso del insulto y la descalificación, sobre todo en el ámbito de lo público. No obstante, hay que concederle al Doctor Johnson que la ocurrencia tiene su gracia. Se trata, además, de un insulto más bien sutil e inteligente, algo que, por desgracia, no se estila mucho hoy en día. {enlace a esta entrada}

[Tue Apr 21 16:49:53 CDT 2015]

El oscuro pasado del holocausto sigue apareciendo en escena de cuando en cuando obligándonos a meditar, querámoslo o no, sobre asuntos bien escabrosos que, sin duda, muchos preferirían olvidar. En este caso, se trata del juicio a Oskar Groening, el "contable de Auschwitz", a sus noventa y tres años de edad:

"En términos morales, mis acciones me hacen culpable", ha declarado este martes Oskar Gröning, acusado de colaborar como miembro de las SS en el asesinato de unos 300.000 presos en Auschwitz-Birkenau. "Me presento ante las víctimas con remordimiento y humildad", ha dicho. "Sobre mi responsabilidad a nivel legal, ustedes deben decidir", ha añadido ante la audiencia de la localidad alemana de Lüneburg. Gröning, el hombre al que la revista Der Spiegel bautizó como el contable de Auschwitz, se ocupó entre septiembre de 1942 y octubre de 1944 de registrar las pertenencias de los deportados que llegaban al campo.

También un antiguo nazi, parece, es capaz de mostrar un mínimo de integridad ética, aunque cueste trabajo creerlo. De hecho, según leemos en la noticia, Groening nunca cayó en la facilona trampa de negar los hechos. Al contrario, se ha destacado por haber hablado sin tapujos del tema en revistas alemanas de tirada nacional, pero siempre sin justificar sus acciones, sino reconociendo su responsabilidad moral hacia las víctimas. Aunque cueste trabajo entenderlo, y a pesar de las circunstancias, cosas así llenan mi corazón de esperanza sobre la capacidad del ser humano para hacer el bien o, cuando menos, para arrepentirse y perdonar, que no es poco. {enlace a esta entrada}

[Tue Apr 21 11:29:39 CDT 2015]

La gente de Rebelión publicó recientemente una entrevista con Andrés de Francisco, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, sobre Republicanismo, liberalismo y democracia que merece la pena leer, sobre todo si queremos descubrir la otra cara (algo más amable) del liberalismo, además de aprender algo sobre los principios de la tradición republicana con que estuvo a menudo íntimamente ligada aquella ideología política. Pero quizá sea su reflexión sobre la democracia y algunos mecanismos que posiblemente pudieran ser aplicados para profundizar en ella lo que más me llamó la atención. Así, por ejemplo, con respecto a la remuneración de los cargos políticos y los funcionarios en general, explica:

En cualquier caso, la división de poderes no resuelve el problema político de fondo de esos mismos poderes. Por ejemplo, si el poder judicial –como tantas veces ha ocurrido en la historia– se convierte en refugio de las fuerzas más conservadoras de la sociedad, no es un problema de la división de poderes. El problema es que no es un poder independiente sino que está sesgado, y esto tiene causas extrajudiciales y extraconstitucionales, es decir, se debe a factores sociales, psicosociales y económicos, a la socialización de los propios jueces, a su educación moral. A Jefferson le preocupaba el exceso de independencia del poder judicial, y sabía que los jueces eran hombres de carne y hueso y, por tanto, influenciables, corruptibles y dados al prejuicio y al sesgo ideológico. Por eso me parece muy importante la audaz medida de la Comuna de París, que tanto elogia Marx: la austera remuneración de los funcionarios. La Comuna, en efecto, decidió igualar el sueldo de los funcionarios, magistrados y jueces con el de los trabajadores y fijar un salario máximo de 6.000 francos para todo funcionario. Si, por vía de los salarios y las prebendas y el estatus, una sociedad consiente en que sus jueces, altos funcionarios y cargos públicos consideren que pertenecen a la élite, su administración de la cosa pública –también de la justicia– sufrirá un sesgo clasista. Se codearán con la élite y serán seducidos por ella. Si yo fuera un gran industrial o un gran empresario o un gran financiero, me gustaría tener a jueces entre los invitados a mi mesa, quisiera que estuvieran bien pagados y vivieran en barrios distinguidos de la ciudad. Quisiera sentirlos lejos del pueblo, física, psicológica y emocionalmente. Sería una buena forma de que no fueran independientes. Y lo mismo diría del alto funcionariado y de los representantes políticos.

Imagino que no se trata de una idea que cuente precisamente con el apoyo de los sindicatos de funcionarios, pero me da la impresión de que tampoco conviene echarla en saco roto, sobre todo en lo que hace a los cargos políticos, más que a los funcionarios de carrera. De hecho, quizá la solución más acertada sería profundizar en la profesionalización del funcionariado español, al tiempo que se aplica la medida que indica de Francisco en lo que respecta a los cargos políticos. Eso o, cuando menos, reducir su salario al mismo que tenían antes de llegar a sus cargos. Tal y como explica de Francisco, cuando funcionarios y políticos se ven a sí mismos como miembros de la élite, se codearán con ella, lo que evidentemente llevará a la inevitable colusión de intereses y, por otro lado, las consabidas "puertas giratorias". Y, sin embargo, tampoco conviene perder de vista otra consideración: si reducimos la remuneración de cargos políticos y funcionarios demasiado, ¿no estaremos con ello fomentando la corrupción política, al menos indirectamente? Este tipo de medidas, que tan maravillosas suenan a primera vista, quizá no lo sean tanto cuando uno reflexiona sobre ellas algo más detenidamente. No obstante, se mire como se mire, estoy convencido de que la democracia necesita aire fresco. Merecería la pena experimentar un poco con algunas medidas, incluyendo quizá ésta de la que habla el catedrático de Francisco, pero también otras (revocabilidad de los representantes, rotación, limitación de mandato, elección por sorteo...). Tan agotadas están las instituciones de nuestra democracia representativa que, me parece, el peligro de no tocar nada es mucho mayor que el de atreverse a experimentar. En cualquier caso, ahi queda la entrevista, que, aunque larga, merece la pena leer. {enlace a esta entrada}

[Mon Apr 20 15:40:28 CDT 2015]

Según publican hoy en El País, un reciente artículo del director del FBI en el que se comentaba la responsabilidad de Polonia en el holocausto judío ha causado indignación en Polonia. Si bien me parece comprensible la reacción oficial de las autoridades polacas al sentirse ofendidas por una afirmación que parece acusar a la nación polaca en su conjunto, ello no quita para que me siga sorprendiendo el hecho de que muchos siguen empeñados en culpar únicamente a los alemanes de un crimen que, aunque obviamente fue planeado por su Gobierno, contó con el beneplácito, la complicidad y hasta la participación de individuos de muchas nacionalidades. O, para decirlo de otra forma, no me gusta nada que, tantos años después, aún estemos apuntando con el dedo acusador única y exclusivamente a los alemanes (también en su conjunto, lo cual me parece igualmente injusto, todo hay que decirlo), en tanto que el resto de naciones aprovechan para escabullir su parte de responsabilidad en tan triste historia. No hace falta ser demasiado conocedor de los vericuetos históricos para estar al tanto de los siglos de prácticas racistas contra la minoría judía (o la gitana) prácticamente en todos sitios. Y, sin embargo, preferimos mirar a otro lado y pensar que todo ello se debió a una especie de pecado original de la nación alemana que para nada afecta a ningún otro pueblo. O, lo que es lo mismo, que hemos aprendido bien poco de aquella terrible historia. {enlace a esta entrada}

[Fri Apr 17 12:04:37 CDT 2015]

Leo en las páginas de El Cultural una reseña de Lo más de la Historia de aquí, de Forges y, aparte de la frase del conocido humorista que se usa para el titular ("Si este país se llamara Españas, nos ahorraríamos un montón de problemas"), me parece destacable la siguiente cita entresacada de la entrevista:

Colectivamente, pensamos como los griegos, casi todos hablamos como los romanos, contamos como los fenicios, rezamos como los judíos, cantamos como los musulmanes y nos regañamos como los amerindios.

Genial, Forges. {enlace a esta entrada}

[Wed Apr 15 16:41:33 CDT 2015]

Ayer, mientras leía una entrevista con Emilio Lledó y Manuel Cruz publicada en El País, me topé con unas palabras de Lledó sobre el asunto de la memoria histórica sobre las que me parece importante detenerme unos minutos:

Quisiera añadir algo sobre la memoria viva. Todos somos lo que hemos sido —por eso hay que seguir insistiendo en la memoria histórica, los defensores del olvido acaban en el alzhéimer colectivo más feroz e inaceptable—, la memoria es lo que hemos sido, lo que hemos aprendido, lo que consciente o inconscientemente ha ido posándose en nuestro ser, es lo que nos constituye. Estar siempre presente siendo desde lo que hemos sido, siendo en lo que hemos sido o siendo hasta para lo que hemos sido, la memoria viva, vivir esa memoria, revivir esa memoria.

No me parece nada mal eso de la "memoria histórica". Dudo también que le parezca mal a nadie, la verdad sea dicha. El problema surge cuando comenzamos a entenderlo como revanchismo o, cuando menos, como forma de ajustar cuentas con el pasado. He ahí, creo, el problema. Y no estoy seguro del todo de que Lledó (y otros muchos) acierten a ver eso.

Veamos. Dudo mucho que haya alguien que se niegue aceptar que es importante mantener una cierta memoria de nuestro propio pasado. No solo porque nos enseña de dónde venimos y explica, al menos parcialmente, el presente, sino porque nos ofrece un buen número de lecciones de las que conviene aprender. Como digo, si lo vemos de tal forma, no tengo problema alguno con el concepto de "memoria histórica". El problema, me temo, es que a menudo se interpreta más bien como oportunidad de oro para reescribir la Historia desde tal o cual ideología, afirmando así nuestra propia identidad a través de la contraposición frente al "enemigo" (o, cuando menos, frente al contrario), reabriendo así viejas heridas y, sobre todo, cayendo en una grosera manipulación del pasado para justificar las acciones del presente. Que el franquismo y buena parte de la derecha española haya hecho esto durante tanto tiempo no es, creo, excusa para caer en el mismo defecto por el otro lado. Y, sin embargo, uno no puede evitar tener la sensación de que eso es precisamente lo que se ha intentado hacer desde la izquierda en los último veinte años o así. Para ver un buen ejemplo no hay más que leer el artículo titulado Diez puntos que explican cómo el revisionismo manipula la historia de la II República, escrito por Ricardo Robledo en Público, donde se critica a un nutrido grupo de prestigiosos historiadores liderados por Stanley Payne y Ángel Viñas por pretender, precisamente, estudiar el episodio de la Segunda República y la Guerra Civil desde una perspectiva más o menos imparcial. La imparcialidad, parece defender el autor, no solo es imposible, sino que además ni siquiera merece la pena molestarse en acercarse a ella. Se pregunta uno si quizá el autor solo concibe la historiografía como mera propaganda, como toma de partido por uno u otro bando de manera abierta y militante. Esa es la impresión que tiene uno. Flaco favor le hace Robledo, me parece, no ya solo al estudio de la Historia, sino a la propia sociedad española. Está bien revisar lo que la historiografía franquista nos legó. Pero eso hace ya tiempo que se viene haciendo. Aún queda trabajo por hacer, claro. Como es lógico, la tarea nunca tiene fin. Es un proceso. Pero conviene abordar el trabajo con un poco de menos sectarismo y honestidad intelectual. {enlace a esta entrada}

[Thu Apr 9 11:41:33 CDT 2015]

En ocasiones, la política es bien desagradecida. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de UPyD, la niña de los ojos de ciertos medios de comunicación hasta hace bien poco, que ahora se ha convertido de repente en apestado. Quien hace apenas diez años representaba la regeneración del sistema político ahora entra en el mismo saco que PSOE y PP. No voy a entrar en disquisiciones sobre la personalidad de Rosa Díez o los errores que pudiera haber cometido, ni tampoco sobre su obvio afán de protagonismo. Los asuntos que me interesan con respecto a este tema son dos. Primero, me parece importante resaltar la facilidad con la que los medios de comunicación de masas hacen y deshacen a su gusto en esta era de lo superficial y la imagen. Ni entro ni salgo en los respectivos méritos y deméritos de UPyD y Ciudadanos, pero a estas alturas parece bien claro que ésta última organización es más una promesa que una realidad, más una operación de márketing político que algo con sustancia. Eso, por supuesto, bien pudiera cambiar en los próximos meses, pero me parece cierto hoy por hoy. Y, sin embargo, la imagen está a punto de echar al cubo de la basura a una organización que lleva ya unos cuantos años funcionando por toda la geografía española. Cosas de la "era del vacío", que diría Gilles Lipovetsky. La segunda reflexión que se me ocurre con respecto a este asunto es la fragilidad de los llamados partidos de electores o catch-all parties, que han venido a sustituir a los partidos de masas de antaño. Cuentan aquéllos, parece claro, con mayor flexibilidad y dinamismo, pero al precio de deshacerse de estructuras sólidas y, a fin de cuentas, auténtico apoyo social firmemente enraizado entre los ciudadanos. La política, parece obvio, casi ha finalizado ya su camino desde una fase en la que los partidos se encargaban de aglutinar, cohesionar y defender intereses a otra en la que todo se mueve de acuerdo a la etérea naturaleza de la publicidad. Con ello, me temo, perdemos en democracia. {enlace a esta entrada}

[Wed Apr 8 15:19:57 CDT 2015]

Leo hoy en El País que el Consejo Estatal del Pueblo Gitano ha lanzado una campaña para acabar con una definición supuestamente discriminatoria contenida en la más reciente edición del diccionario de la RAE. Se trata del vocablo gitano, que es definido en su quinta acepción del diccionario como equivalente a trapacero que, a su vez, se define en su entrada correspondiente como el "que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto". Seamos claros, ya de entrada: la definición es, sin duda, discriminatoria. Parece evidente. Se usa un término que debiera ser un mero calificativo racial para describir un comportamiento ético claramente negativo que, por supuesto, no se limita ni mucho menos a los miembros de un determinado grupo étnico. Sin embargo, dicho eso, me parece importante también aclarar otra cuestión: primero, la RAE, en su diccionario, se limita a documentar el uso del lenguaje en nuestra sociedad; y, segundo, quizá, en lugar de gastar energías tontamente en asuntos secundarios y superficiales, debiéramos centrarnos más en las razones materiales de la discriminación en sí, que son las que conducen precisamente a que se extienda el uso racista del vocablo. En otras palabras, y con respecto al primer asunto, quienes critican a la RAE no hacen, creo, sino disparar al mensajero cuando, en verdad, el problema de fondo no es el uso discriminatorio del término, sino la realidad material que subyace a dicho uso social. Mientras no solucionemos eso, de nada valdrá censurar tal o cual definición de una palabra. Por el contrario, lo único que lograremos será transferir la connotación negativa de ese término a cualquier otro. Se trata de algo que ya hemos podido observar en la sociedad estadounidense con respecto al uso de términos como nigger, colored o black. El problema de fondo sigue ahí, por más que los estadounidenses hayan evolucionado en el uso del lenguaje de un término a otro. En definitia, que la superficialidad postmoderna aplicada al lenguaje (lo que ha venido en llamarse el movimiento políticamente correcto) me produce un hastío inmenso no solo por su frivolidad, sino también porque en lugar de centrarse en el cambio real se pierde por las ramas de lo anecdótico y circunstancial. Hemos pasado de la transformación social al mero cambio de estilo. La banalidad al poder. {enlace a esta entrada}