[Tue Jun 30 11:39:35 CDT 2015]

Hace ya unos días, mientras echaba un vistazo a la web de El País, me encontré con una noticia explicando cómo el Presidente Obama había conminado a un activista que interrumpió uno de sus discursos en la Casa Blanca pidiéndole "más respeto" porque estaba en "su casa" (la de Obama). Lo que en un principio no me pareció sino una noticia curiosa como tantas otras, después, al reflexionar un poco sobre el asunto, desveló unas ramificaciones más o menos interesantes que, creo, merece la pena compartir aquí. Así, en primer lugar, y sin poner en duda la afirmación de Obama de que interrumpirle en mitad de un discurso es, sin duda, descortés, lo que sí que me parece mucho más discutible es la afirmación del Presidente de que el activista en cuestión estaba en la "casa" del Presidente. De hecho, el activista, como ciudadano estadounidense, estaba en "su" casa. Quien en realidad está viviendo como quien dice "de prestado" en esa casa es precisamente el Presidente. La Casa Blanca como tal no es propiedad del Presidente, sino del Estado y, por tanto, de todos los ciudadanos estadounidenses. Por supuesto, esto no quiere decir que cualquiera puede aparecer por allí como Pedro por su casa y quedarse a dormir sin previo aviso. No se trata de eso. Pero creo que conviene no perder de vista que tanto el Presidente Obama como cualquier otro presidente de una nación democrática vive en el palacio presidencial de forma temporal. No es sino un inquilino transitorio.

Por tanto, en segundo lugar, el incidente me hizo darme cuenta de cómo los presidentes (y aquí los presidentes estadounidenses no son la excepción) tienden a ver el cargo que desempeñan después de un buen periodo de tiempo de una forma algo patrimonial, como si se tratase de algo que les pertenece a ellos. En este sentido, no hay más que recordar la actitud que acabaron por desarrollar tanto Felipe González como José María Aznar en nuestro caso. Llegó un momento en que ambos parecieron creerse el centro del mundo. Se trata, parece, de una tendencia muy humana que vemos también en los países democráticos, aunque sea sin duda con menor frecuencia que en aquellos que tienen regímenes autoritarios. Recuerda a aquella famosa máxima según la cual el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Algo que siempre conviene tener bien presente.

Y, por último, hay otro elemento para la reflexión que me sugirió esta noticia en apariencia tan nimia. El sistema presidencialista parece potenciar aún más el solipsismo típico del gobernante. Quizá porque no tienen que soportar el debate parlamentario de forma asidua. Tal vez porque están más acostumbrados al discurso unidireccional que al debate público. Sea como fuere, el caso es que el sistema presidencialista parece fomentar más el discurso sin cortapisas que el debate o el diálogo. De ahí que Obama se crea con el derecho a lanzar su perorata sin que nadie le interrumpa, ofreciendo con ello un único punto de vista (el suyo) sin que sea posible contraponer sus opiniones con las de los demás. Para decir la verdad, después de ver el sistema presidencial en la práctica tras tantos años de residencia en los EEUU, no me atrae nada. {enlace a esta entrada}

[Sun Jun 21 19:22:06 CDT 2015]

He de reconocer que me causa algo de hastío el recurso continuo a la consigna y los argumentos ramplones a que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación y buena parte de los representantes políticos y cargos públicos no ya solo en España, sino también en los EEUU. Por ejemplo, recientemente saltó a la luz que el director de un instituto de Colorado (EEUU) no había permitido a un estudiante dar un discurso en la ceremonia de graduación que incluía unos párrafos en los que el joven "salía del armario" y, como era de prever, las huestes del movimiento políticamente correcto automáticamente se cebaron con el director, a quien acusaron de censura y de homofobia. Así, sin más. Sin siquiera prestarse a oír la opinión del director ni conocer los detalles de la noticia. El caso es que, según parece, no queda más remedio que permitir discursos a favor de ciertos grupos sociales (los homosexuales, las minorías raciales...) sin importar el dónde ni el cómo. El sentido del discurso parece ser excusa suficiente. Y que conste que soy un firme defensor del matrimonio de personas del mismo sexo y de los derechos de gays y lesbianas. Y, por lo que sé, es perfectamente posible que el director en cuestión fuera realmente un homófobo. No lo sé ni me importa. Porque, sencillamente, no viene a cuento. Ya sé que vivimos en una sociedad consumista y narcisisa, pero no está de más recordar que la persona elegida para dar el discurso en la ceremonia de graduación de los institutos de secundaria está ahí en representación de toda su clase. Su función no es "salir del armario" ni convertir la ocasión en excusa para convertir aquello en una sesión de psicoterapia personal o colectiva. No habla en nombre propio, sino de todos sus compañeros y compañeras. Ahí está la clave del asunto, y ésa (y no otra) es la razón principal que cabe esgrimir para que el alumno no diera el discurso que había preparado. No sabe uno qué esperar de una civilización cada día más confundida. Hace ya tiempo que perdimos la brújula. {enlace a esta entrada}

[Tue Jun 16 07:16:12 CDT 2015]

Me temo que no me queda mucho tiempo para escribir en estas páginas últimamente, lo que significa que quizá demasiado a menudo trataré temas ya bien alejados de la atención pública del momento. Supongo que, como dice el proverbio, no hay que por bien no venga pues, después de todo, tiene uno algo más de tiempo para reflexionar sobre los asuntos con un poco de distancia. Y así es cómo precisamente ahora, unas dos semanas después de los hechos, me da por escribir unas cuantas líneas sobre la pitada al himno nacional durante la final de la Copa del Rey que, como viene siendo habitual en los últimos años, ha levantado bastante polvareda en los medios de comunicación, las redes sociales y, por supuesto, las charlas de bar.

Veamos. Quizá convenga comenzar por afirmar que, tal y como esta el patio, temas como éste son, en realidad, más bien poco relevantes. Estamos atravesando una de las mayores crisis económicas que hemos visto en dos o tres generaciones. El sistema político mismo está en cuestión. Y, sin embargo, parece que una simple pitada en una competición deportiva sea el asunto más grave que tenemos entre manos. Como de costumbre, el fútbol ocupa un lugar central en el discurso público, adquiriendo una imporancia claramente desproporcionada. Como recientemente afirmaba alguien en las redes sociales, vivimos en un país en el que el récord mundial de Mireia Belmonte o las hazañas deportivas de nuestras campeonas de bádminton o del equipo de gimnasia rítmica (ambas consiguiendo el campeonato mundial) parecen importar menos que el nuevo peinado de Sergio Ramos. ¡Ay, el fúrgol!

En cualquier caso, lo que me parece curioso es que, incluso cuando nos tomamos tan en serio un tema que quizá no merezca ni siquiera la atención, no acertamos a emplear un mínimo de rigor intelectual. Al contrario, como casi con todo lo demás, preferimos entregarnos a una orgía de insultos, atropellos y cruce de acusaciones sin escuchar a nadie ni, por supuesto, reflexionar con un poco de sosiego sobre el tema en cuestión. Y esto va por unos y por otros. Peor aún, aunque siempre nos ha gustado aprovechar estos temas para afirmar que somos el hazmerreír del mundo, me temo que la cosa no está mucho mejor por otros lugares. Por aquí por EEUU, desde luego, está más o menos igual. El nivel medio de los debates políticos es bastante pobre. Lo que se lleva es el desplante, la exageración, la simplificación infantil, las acusaciones ad hominem y demás elementos del arsenal demagógico que algunos creíamos en vías de desaparición conforme el nivel educativo de las masas iba en aumento. Imagino que habrá excepciones a la regla, pero yo no las conozco.

En fin, que tenemos, en primer lugar, la contradicción de aquellos que se suman a la pitada contra el himno en cuanto tienen oportunidad. Como si alguien les obligara a asistir (o a participar, en el caso de los clubs) a la final de la Copa del Rey, un torneo que obviamente fue creado para honrar a la figura del Jefe del Estado, que en nuestro caso, al tratarse de una monarquía constitucional, es un rey. ¿Que usted es republicano? ¿Que usted es independentista y no quiere que su comunidad autónoma forme parte de España? ¿Que no es ni lo uno ni lo otro pero no está de acuerdo con el sistema político, económico o, simplemente, la figura del Rey le da tres patadas en la barriga? Pues nada. No asista al partido. Es más, ni siquiera lo vea por la televisión. Pero, la verdad, parece bien normal tocar el himno nacional en la final de un torneo deportivo dedicado precisamente a la figura del Jefe del Estado. Vamos, sería algo así como el que un ateo convencido se apunte a una hermandad de Semana Santa de su ciudad y después proteste de que están sacando a un paso de la Virgen en procesión precisamente en "su" hermandad. Pues hombre, si no cree en la Virgen, no se apunte a la hermandad y santas pascuas. Pero no, claro, parece que nos gusta, con perdón, tocar los cojones. Casi se diría que el objetivo hoy en día es hacer el mayor ruido posible. Somos incapaces de permitir que cada hijo de vecino haga lo que le plazca en su vida privada (siempre y cuando, por supuesto, no cometa ningún delito ni afecte a la libertad de los demás). Para nada. Lo que se lleva es imponer mis valores a todo dios o, cuando menos, hacer mucho ruido al respecto. El narcisismo contemporáneo no parece tener límites.

Pero es que, por el otro lado, nos encontramos, por desgracia, con algo bien parecido. ¿De verdad que es tan grave que la gente muestre su disconformidad con un pitido? Sí, de acuerdo, es un comportamiento descortés. Pero eso difícilmente justifica los aspavientos que se hacen al respecto. Comportamientos descorteses los vemos con frecuencia y no se montan estos pollos. El problema, como siempre, no es el comportamiento como tal, sino el hecho de que se haga para manifestar un punto de vista con el que no estoy de acuerdo. O sea, que lo que molesta no es tanto la pitada en sí como el hecho de que un alto número de personas puedan estar a favor de la independencia de Cataluña, por ejemplo. Se ve constantemente. Nuestra política está llena de ejemplos. Lo que criticamos en el oponente nos parece algo sin mayor importancia cuando proviene de nuestras propias filas. Así, quienes hace bien poco salían a la calle cantando Je suis Charlie para defender el derecho a publicar viñetas que algunos seguidores de la religión islámica consideran insultantes ahora se llevan las manos a la cabeza por una simple pitada. Los maravillosos discursos en favor de la libertad de expresión se tiran de pronto a la papelera y ya está. Todo depende, parece, de que yo dé o reciba. Y, como es de esperar, el resultado es que se extiende la intolerancia y falta el diálogo. En otras palabras, que ponemos i en cuestión las bases mismas de una sociedad civil sólida y una democracia consolidada. Todo esto cada vez tiene peor pinta. Y ya digo que no solamente en España, sino también en otros sitios. {enlace a esta entrada}

[Sat Jun 6 11:08:32 CDT 2015]

Hay ocasiones en que tiene uno la impresión de que los llamados nuevos movimientos sociales (que, por supuesto, ya no son tan nuevos) llevan las cosas a un extremo bastante paradójico. Por ejemplo, ayer leíamos en las páginas de El País que expertos aconsejan a EEUU aprobar la "viagra femenina" y, en el contenido de la noticia, se nos explica:

El grupo de expertos apoyó la medicación, siempre y cuando sea puesta a la venta con las consabidas advertencias sobre sus efectos secundarios, que en este caso son posibles desmayos y disminución de la presión arterial.

La FDA rechazó en otras dos ocasiones anteriores el compuesto después de que otros paneles de asesoramiento concluyeran que había dudas sobre su seguridad, y no consideraba que hubiera pruebas suficientes que demostraran que el fármaco es eficaz para las mujeres con poco apetito sexual.

(...)

El fármaco ha sido objeto de debate, ya que la Organización Nacional para la Mujer y otras asociaciones feministas acusaron a la FDA de estar sometiendo a mayores escrutinios esta medicación que las diseñadas para incrementar la libido masculina, como Viagra y Cialis.

Sin embargo, en la misma noticia se nos advierte de los efectos secundarios de la droga en cuestión, que incluye somnolencia y hasta la posbilidad de desmayos. En todo caso, a mí lo que me llama la atención es que, con la intención de reivindicar el mismo tratamiento para hombres y mujeres, las asociaciones feministas están en realidad reclamando el que las autoridades sanitarias estadounidenses aceleren la comercialización de un producto farmacéutico, en lugar de tomarse el tiempo que consideren necesario para comprobar que es seguro. En otras palabras, el mundo al revés. Lo que a uno le parece lógico, si acaso, es que la FDA haga su trabajo bien lleve el tiempo que lleve, independientemente de que la droga en cuestión vaya dirigida al mercado masculino o al femenino. Por el contrario, lo que estas organizaciones están demandando es que la FDA acelere el proceso en el caso de esta droga porque consideran que un proceso detenido de análisis es discriminatorio. Uno teme, por supuesto, que si la FDA procediera al contrario y aprobara el medicamento para mujeres mucho más rápidamente que el de hombres, seguramente se les acusaría de todo lo contrario, esto es, de poner en riesgo la salud de las mujeres acelerando el proceso de aprobación de una droga por motivos puramente comerciales. Vamos, que hagan lo que hagan las autoridades en este caso, me temo que siempre llevan las de perder. {enlace a esta entrada}