[Sat Nov 26 20:14:57 CST 2005]

Si hace apenas unas horas, esta misma mañana, escribía una líneas sobre la estrategia de la división que parece guiar a los dirigentes del PP desde que perdieran has elecciones hace poco más de un año, ahora me encuentro con la noticia de que la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) ha enviado una misiva a las embajadas extranjeras en nuestro país solicitando que sus Gobiernos presionen al Ejecutivo español para que abandone "todos los organismos internacionales" a los que pertenece (en concreto, la ONU y la UE) por ser incompatibles con el "estado de excepción" y el "recorte de libertades" que ha impuesto Jose Luis Rodríguez Zapatero. El Presidente de la AVT, Francisco José Alcaraz, se ha apresurado a aclarar que todo ha sido "un lamentable error" producido cuando dictaba el contenido de la carta por teléfono móvil a uno de sus colaboradores, quien al parecer no entendió bien lo que quería decir. Claro que, por otro lado, ésta es precisamente la misma organización que ha hecho gala de una hipocresía sin precedentes a la hora de aprovechar el sufrimiento de las víctimas del terrorismo con fines exclusivamente partidistas. Como dec&icute;a, me parece enormemente preocupante que el PP se haya entregado en cuerpo y alma a una estrategia de agresiva desgaste del Gobierno sin atender a razones y, lo que es sin duda mucho peor, sin considerar siquiera las posibles consecuencias que ello pueda tener en la estabilidad del sistema democrático o el futuro de España. Y es que a cambio del plato de lentejas del poder, parecen estar dispuestos a entregar en bandeja lo que sea, desde la convivencia pacífica de los españoles hasta el carácter aconfesional del Estado, desde el respeto a la mayoría de catalanes hasta el civismo y la integridad más esenciales a la hora de hablar de los inmigrantes que arriesgan sus vidas para cruzar nuestras fronteras, por no hablar del derecho de vascos, catalanes o quien sea a votar en las urnas a favor de ciertas posiciones políticas que a ellos les parecen indefensibles. El problema, me temo, es que una vez demostrado que la estrategia de la tensión funcionó eficazmente para acabar con el Gobierno de Felipe González y llevarles al poder durante dos legislaturas, Aznar y los suyos se muestran incapaces de ejercer una oposición íntegra y leal. Únicamente parecen entender el lenguaje de la crispación, la judicialización de la actividad política y el mesianismo simplista de buenos y malos. Hoy, más que nunca, echo de menos la presencia de una formación política de centro que venga a moderar el discurso. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 26 10:30:11 CST 2005]

La retórica desbocada de los dirigentes del PP en sus manifestaciones de oposición a la reforma del Estatuto catalán está alcanzando ya unos niveles de irresponsabilidad difíciles de justificar. Hoy mismo, José Montilla ha tenido que exigir a Rajoy y Acebes que pidan perdón a los catalanes por afirmar que ETA tutela la reforma del documento estutario. Tal y como se explica en El País:

En su discurso, se ha referido a las palabras del secretario general del PP, Ángel Acebes, que ayer dijo que el último comunicado de ETA "apoya la reforma del Estatut e impone que tanto Cataluña como el País Vasco sean una nación".

En primer lugar, y esto viene a confirmar la convicción que muchos tienen no ya sólo dentro de la izquierda democrática sino también entre las filas del nacionalismo moderado, queda claro una vez más que la simple presencia del terrorismo etarra no hace sino enrarecer el ambiente y dificultar la profundización del proceso descentralizador, teniendo así un efecto contraproducente incluso para quienes dicen apoyar los mismos objetivos que ETA. Uno se pregunta cuánto tiempo llevará antes de que la izquierda abertzale se dé cuenta de una ver por todas de este hecho. Ahora bien, lo que me parece más importante de estas declaraciones es la prueba de que los dirigentes populares están dispuestos a recurrir a los métodos más deshonestos y divisivos para salirse con la suya y hacer fracasar el proyecto de reforma del Estatuto. Uno se pregunta, en este otro caso, si los ciudadanos les dejarán salirse con la suya sin pasarles factura en las próximas elecciones. Un partido cuyos dirigentes recurren a golpes tan bajos, que no se lo piensan dos veces antes de dividir a la sociedad crispando el ambiente a diario con sus incendiarias declaraciones, y todo ello únicamente por beneficio propio, intentando desesperadamente recuperar el poder que piensan les pertenece legítimamente, sin duda no ha de merecer la confianza de los ciudadanos.

El peligro, sin embargo, es que, como afirma Suso de Toro en un artículo publicado en El País hoy mismo, el daño ya está hecho:

La derecha española, que es marginal en Cataluña y eso hace que no sienta responsabilidad alguna con ella, ha ofendido gravemente a la ciudadanía catalana, ese mal ya está hecho. Pero si en esta ocasión falla el entendimiento, la mayoría de los catalanes concluirán que a Cataluña no se le permite hacer nada en España ni Cataluña tiene nada que hacer en España. La sociedad catalana es prudente, calculará todo, reflexionará, eso en la superficie, pero por debajo nadie podrá evitar que la amargura se apodere de ella. No sé qué podrá salir de ahí, pero cuando alguien se siente acorralado, sólo le queda la parálisis y la autodestrucción nihilista o la ruptura desesperada. Ambas partes tendrán que hacer el esfuerzo de la responsabilidad.

¿Y España? ¿Qué será de España? Si repudian a los catalanes y su Gobierno, si boicotean sus productos, es que quieren echar a Cataluña de España. Pero una España sin Cataluña sólo es "su" España, la de aquellos generales que quisieron hacer "de Bilbao una fábrica, de Madrid una cpital y de Barcelona un solar". La nuestra es otra, la de todos.

Seguramente, no está de más recordar precisamente ahora que, en nuestro pasado reciente, la España próspera, moderna, tolerante y democrática, la España europeísta, siempre vino de la mano de una colaboración íntima y honesta con los catalanistas, mientras que el triunfo del casticismo, de la derecha de siempre, jamás trajo sino rémoras y conflictos civiles. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 25 18:24:57 CST 2005]

Leo en El País un artículo de Soledad Gallego-Díaz sobre el tratamiento de la religión en la escuela que merece la pena resaltar aquí por la anécdota con la que comienza sus reflexiones:

Criticar a alguien por su raza es manifiestamente irracional, pero criticar su religión es perfectamente lícito. La religión es una idea e igual que se pueden ridiculizar y criticar las ideas políticas o estéticas de cualquier persona también se pueden criticar y ridiculizar sus ideas religionsas. Ésta fue la línea de argumentación del actor británico Rowan Atkinson (Mr. Bean) cuando compareció, a finales del pasado mes de octubre, ante la Cámara de los Lores británica para pedirles que votaran en contra de un proyecto de ley, aprobado ya en la Cámara de los Comunes, que penalizaba tanto la incitación al odio racial como la "incitación al odio religioso".

(...)

La discusión que planteó y alentó Mr. Atkinson por todos los medios a su alcance fue muy interesante. Odio puede significar desear el mal a alguien, algo, sin duda, rechazable, pero también una aversión, rechazo o antipatía extrema hacia algo. ¿Qué tiene de malo sentir rechazo o antipatía por una religión, especialmente si las enseñanzas de esa religión son irracionales o abusivas respecto a los derechos humanos?, se preguntaba el actor. Uno no puede elegir su raza, pero sí las ideas que defiende y no basta creer en ellas muy sinceramente para quedar por eso protegido contra la crítica o, incluso, contra la burla. Lo que pueden exigir las personas religiosas o los representantes de la religiones es respeto a su propia libertad de expresión, algo que no se atribuye a grupos, mayorías o minorías, sino simplemente a cada uno de los individuos. Para demostrar que no se persigue a la Iglesia católica o al islam no hace falta blindarlos contra la aversión que pueden producir algunas de sus enseñanzas; basta con respetar el derecho a la libre expresión de cada uno de los católicos o de cada uno de los musulmanes, defendía Atkinson.

Parece increíble que tenga que venir un comediante a darnos lecciones de Derecho Constitucional, pero eso es precisamente lo que sucedió en este caso, y por ello es bueno contar con un sistema liberal democrático que permita la libre expresión de todos los individuos, porque nunca sabe uno cuando el ciudadano más insospechado va a venir a aclararnos las cosas. Y es que la verdad es la verdad, aunque la diga el porquerizo. Por fortuna, la Cámara de los Lores vio la luz con la ayuda del señor Atkinson, y rechazó la propuesta por 260 votos contra 111, devolviendo el texto al Gobierno de Tony Blair.

Tan ensimismados hemos estado de un tiempo a esta parte con el redescubrimiento del nacionalismo, los derechos colectivos y las memorias históricas que estamos verdaderamente en peligro de olvidar lo que el señor Atkinson apuntaba en su intervención: en un Estado democrático de Derecho, los derechos y libertades no pertenecen sino a los individuos. Todos los demás derechos y libertades, tan respetable como nos puedan parecer, no pasan de ser puras entelequias, algo que la sociedad en su conjunto puede o no compartir. Si algo debiéramos haber aprendido de las batallas del siglo XX es precisamente que la libertad y los derechos humanos sólo pueden construirse desde el más absoluto respeto por la integridad humana de todos y cada uno de los individuos sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, lengua, edad o ideas. Pero la clave aquí no es lo colectivo, sino más bien lo individual. No debemos respetar la integridad de los católicos, los musulmanes, las mujeres, los homosexuales o los hebreos por el hecho de ser miembros de un determinado grupo, sino tan sólo (y nada menos) que por ser ellos, por ser quienes son, los individuos de carne y hueso que toman una u otra opción en su vida. Hasta que no seamos capaces de ver esto (y, lo que es más importante, de enseñárselo a nuestros hijos en casa y en la escuela), no podremos garantizar la tolerancia en nuestras calles. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 23 13:04:55 CST 2005]

El País publicó ayer un artículo de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, sobre La Europa intercultural en el que se planteaba qué políticas debemos adoptar en Europa sobre el fenómeno migratorio. Hace tan sólo un par de días estuve discutiendo el tema con un buen amigo español que reside en Canadá, y su posición era que no tenemos más remedio que cerrar las fronteras a lo que él considera casi una invasión foránea que corre el riesgo de cambiar para siempre la naturaleza misma de nuestras sociedades. Me parece a mí que, en verdad, hemos de reconocer el hecho de que la llegada masiva de inmigrantes del Magreb y el África subsahariana a nuestras costas dejará sin lugar a dudas huellas en nuestra sociedad tarde o temprano, pero he de mostrar mi desacuerdo en el sentido de que no veo por qué ello haya de ser necesariamente negativo. Todo depende de cómo afrontemos el problema, y estoy convencido de que aún estamos a tiempo de trabajar en pos de la integración. En todo caso, creo obvio que debemos partir de una premisa realista e incontrovertible: por más empeño que pongamos en cerrar las fronteras no conseguiremos disuadir a quienes arriesgan la vida por llegar a nuestros países en busca de una vida mejor. Y no son sólo los europeos quienes tienen que aprender esta lección, sino que más o menos lo mismo puede decirse de los elementos más conservadores en los EEUU que también proponen medidas desesperadas para erigir una fortaleza en la frontera con México o proteger al inglés frente al imparable avance del español. Lo cierto es que ni el progreso del español va a erradicar a la lengua inglesa de los EEUU, ni tampoco el envío de más y más tropas al sur del país va a detener a quienes van al norte rico en busca de un tabajo y un nivel de vida decentes.

Así pues, no queda más remedio que partir del hecho real e indudable de que contamos hoy en día con una enorme presencia de elementos foráneos en los grandes países industrializados, y que ésta no va a hacer sino crecer en las décadas por venir. Una vez reconocida esa realidad, podemos comenzar a discutir políticas y soluciones a los problemas que tenemos planteados, en lugar de soñar con lo que podría haber sido un mundo diferente y más homogéneo. Hay ciertas tendencias sociales e históricas que son imparables, y la de la globalización y la interculturalidad que ésta acarrea es una de ellas. De nada vale cerrar los ojos o mirar hacia otro lado. Habría que añadir que el reto que tenemos que afrontar en Europa es si cabe mucho mayor que el que hayan tenido que afrontar tradicionalmente los EEUU, pues si bien éstos recibieron inmigrantes de casi todos los lugares del mundo en verdad la mayor parte provinieron siempre de otros países de cultura occidental. De hecho, los sectores ultraconservadores en EEUU que de cuando en cuando plantean cuestiones sobre la amenaza de los inmigrantes lo hacen siempre apuntando con dedo acusador a los latinos, más que cualquier otro grupo, y aunque haya ahí algunas diferencias importantes de carácter lingüístico e incluso cultural, tampoco es menos cierto que cualquier latinoamericano siempre tendrá algo más en común con un estadounidense de lo que sucedería en el caso de un marroquí, un argelino, un ghanés o un indio. Ambas culturas pertenecen al tronco común de la civilización occidental, se mire como se mire. En Europa, por el contrario, las diferencias entre los recién llegados y los pueblos ya asentados en el continente son mucho mayores, como claramente reconoce Cortina:

¿Qué hacer cuando la diversidad no es simplemente de comida, vestido, entretenimiento, ni siquiera de lengua, sino de forma de entender la vida y la muerte, las normas que regulan las relaciones entre varones y mujeres o la educación de los hijos? ¿Qué hacer cuando lo que entra en conflicto son cosmovisiones de justicia? Cuando una cultura entiende que la mujer carece de libertad para organizar su vida, a diferencia del varón, o cuando una comunidad rechaza la educación pública para sus jóvenes, o cuando asigna a algunos de sus miembros el derecho a juzgar y castigar, y se niega a aceptar la legitimidad de jueces externos. El asunto del velo islámico será un problema de justicia si el velo expresa inferioridad de la mujer, no si se trata sólo de un símbolo, porque prohibir símbolos religiosos en lugares públicos, si no son expresivos de relaciones injustas, no es propio de sociedades pluralistas.

Los estadounidenses siempre han estado muy orgullosos de su melting pot y su diversidad, cuando en realidad siempre se ha limitado a lo que Cortina describe arriba, a meras diferencias en asuntos de comida, vestido, entretenimiento y similares. En otras palabras, la diversidad dentro de la sociedad estadounidense siempre fue algo más aparente que real, por más que duela a muchos de sus defensores, quienes demasiado a menudo prefieren propagar los mitos oficiales de la Historia de EEUU antes que sentarse a reflexionar seriamente sobre su carácter, su presente y su futuro.

¿Pero qué hacer entonces? ¿Cómo podemos organizar la convivencia de distintas comunidades culturales en el seno de una misma sociedad auténticamente multicultural? ¿Cómo articular una sociedad donde los individuos pueden sostener concepciones contrapuestas de la justicia? Aquí la tentación suele ser mirar al pasado con ojos nostálgicos y defender a ultranza el clásico modelo liberal o, a lo sumo, el melting pot estadounidense donde los grupos de recién llegados no tienen más remedio que integrarse en la sociedad previamente existente que les recibe sin que ésta llegue a más que adaptarse superficialmente a las costumbres de los inmigrantes en asuntos como la comida, el vestido o la música. Y, sin embargo, como venía diciendo, esta no es siquiera una opción, ni para Europa ni tampoco para los EEUU. El mundo ha cambiado demasiado. Los medios de transporte y de comunicación, así como las irrenunciables áreas de libertad personal, tienden a fragmentar nuestras sociedades y permitir a los individuos muchas más facilidades a la hora de llevar adelante la vida que les parece más oportuna, se corresponda o no con aquello que el resto de la sociedad considera correcto. El marroquí que viene a vivir a nuestro país (o el mejicano que vive en los EEUU) tiene hoy la oportunidad de mantenerse en contacto con los familiares y amigos que dejó atrás en su día, así como la posibilidad de visitar su tierra con cierta asiduidad. El inmigrante del siglo XXI no tiene por qué abandonar su relación con la tierra donde nació, como ocurría en el pasado. La única solución posible, como apunta Adela Cortina, parece ser lo que ella denomina el liberalismo multicultural:

El liberalismo multicultural, por su parte, apuesta por la integración de los distintos grupos, es decir, por reconocer que tienen derecho a mantener sus diferencias participando de la vida común. El multiculturalismo se plantea entonces, no sólo como un hecho, sino también como un proyecto, según la fórmula del Gobierno canadiense, en 1970, de fomentar la polietnicidad, y no la asimilación de los inmigrantes. ¿Razones a favor?

Una sociedad liberal, que debe tratar a todos con igual consideración y respeto, no puede permitir que haya ciudadanos de primera (los de la cultura dominante) y de segunda (los de las culturas relegadas). Si la autoestima es esencial para las personas, y si el liberalismo reconocer su igual dignidad, tiene que diseñar políticas que permitan a los ciudadanos percibirse como iguales y, por tanto, estimarse a sí mismos, como apunta Charles Taylor. Por otra parte, ninguna cultura es rechazable totalmente, al menos a priori, porque si ha dado sentido a la vida de personas durante siglos difícilmente no tiene nada positivo que ofrecer; y como para hacer frente a la vida conviene contar con la mayor cantidad de recursos culturales posible, importa optimizarlos y no renunciar a priori a ninguno de ellos.

No obstante, Cortina es bien consciente de que no es posible defender el todo vale cuando se trata de postular la mejor forma de organizar nuestras sociedades:

Sin embargo, el proyecto multicultural tiene sus límites, como reconoce el propio Kymlica: el reconocimiento de derechos colectivos puede llevar a formar ghetos que favorecen de nuevo la segregación y crean situaciones de injusticia al primar a unos grupos sobre otros; y, por otra parte, el núcleo del liberalismo viene constituido por la defensa de los derechos individuales y el reconocimiento de derechos colectivos puede llevar a limitar los individuales. Un grupo no puede valerse de sus derechos para dominar a otro, ni tampoco para oprimir a sus propios miembros. Es preciso asegurar igualdad entre los grupos, y libertad e igualdad en los grupos. Los grupos no pueden utilizar sus derechos como "restricciones internas" para limitar la libertad de sus miembros a revisar las autoridades y las prácticas tradicionales.

La propuesta de Cortina es, me parece, la única viable en el mundo que se nos perfila en este siglo que apenas acabamos de empezar, lo que no quiere decir que sea fácil de llevar a cabo o que esté libre de riesgos. Se trata, simplemente, de la única propuesta que he oído hasta el momento que acierta a combinar el irrenunciable principio de la libertad individual con el reconocimiento de la importancia de los valores culturales. {enlace a esta historia}

[Sun Nov 20 17:59:25 CST 2005]

El País publicó hoy un reportaje sobre el trigésimo aniversario de la muerte de Franco que deja cierto sabor agridulce en el paladar. Por un lado, debería estar bien claro a estas alturas que la democracia está perfectamente consolidada, y de hecho las encuestas del CIS no hacen sino apuntar a un apoyo cada vez menor a lo que suele denominarse como franquismo sociológico. Por el otro lado, sin embargo, da algo de vergüenza encontrarse con la nostalgia fascista aún imperante entre algunos grupos del PP en ciertas ciudades. Sencillamente, no es de recibo que en pleno año 2005 todavía se encuentre uno con una publicación de la Diputación Provincial de Toledo donde se habla de "la Cruzada Española de 1936-39", por no hablar del clarísimo uso propagandístico que los grupos fascistas hacen de monumentos públicos como el Alcázar de Toledo o el Valle de los Caídos ante la pasividad de las autoridades locales. {enlace a esta historia}

[Sun Nov 20 16:44:10 CST 2005]

El Cultural publica el epílogo de Contra Natura, la última novela de Álvaro Pombo, de la cual entresaco el siguiente párrafo:

Contra natura era el modo global para referirse a nuestros pensamientos, palabras y obras. Recuerdo que de joven me refugiaba ya en una célebre idea de Ortega y Gasset: el hombre no tiene naturaleza sino que tiene historia. Yo interpretaba esta frase, creo que correctamente, en el sentido, en parte sartreano también, de que el hombre es una existencia abierta que se da a sí mismo libremente una configuración a lo largo de la vida. La naturaleza única que yo estaba dispuesto a aceptar era aquella construida por cada uno de nosotros. Esta imagen de una existencia creadora, abierta al futuro, en trance de darse a sí misma sy propia configuración esencial, me parecía también una fecunda ocurrencia cristiana que ha encontrado, supongo, un eco en estas páginas.

Se refiere Pombo a la actitud tradicional hacia la homosexualidad, a menudo considerada no ya pecaminosa sino aborrecible, odiosa, contra natura, es decir, frontalmente opuesta a la esencia misma de la naturaleza humana. Precisamente hoy se ha publicado en El País la noticia de que el diccionario de ideas afines de Corripio, publicado por la editorial Herder, contiene una definición del término homosexual claramente insultante:

Pervertido, vicioso, depravado, anormal, desviado, corrompido, degenerado, pedófilo, puto...

Habría que advertir, en su defensa, que el volumen de marras fue escrito originalmente en el año 1983, cuando las cosas eran bien distintas y todavía pintaban bastos para la comunidad gay (cuidado, discriminación también la hay hoy en día, pero qué duda cabe que se ha mejorado bastante en este respecto). Y es que en este tema, como en tantos otros, podemos distinguir nítidamente dos posiciones bien definidas: de un lado, los esencialistas, los portadores de la llama eterna de la naturaleza intrínseca y absoluta de las cosas, que se creen por tanto con el derecho a lanzar cruzadas morales y quemar herejes en las hogueras; y, del otro, los pragmáticos, más dubitativos y escépticos, menos seguros de sí mismos y sus verdades, y por tanto más receptivos hacia un concepto abierto, en permanente construcción, de la naturaleza humana y de nuestras sociedades. Yo, sin lugar a dudas, me adscribo al segundo grupo, aunque no por ello haya de condenar necesariamente excesos como los del diccionario de Corripio, por más que esté en desacuerdo con sus ideas. En primer lugar, hay que andarse con mucho cuidado a la hora de censurar las ideas de los demás, aunque sea en nombre de lo políticamente correcto y el respeto universal. Bien está que se muestre el desacuerdo con una actitud determinada, pero exigir que se retiren libros de los estantes es otra cuestión bien distinta. Pero es que, en segundo lugar, también habría que considerar si, después de todo, un diccionario no es sino la expresión del uso que una sociedad determinada le da al lenguaje (o, al menos, eso es lo que debiera ser). Así pues, poco tiene de extraño que en la España de 1983 el término homosexual fuera usado como sinónimo de pervertido o desviado. De nada sirve que miremos para otro lado, en lugar de reconocernos a nosotros mismos en ese pasado tan reciente. Las cosas como son. {enlace a esta historia}

[Sun Nov 20 12:55:55 CST 2005]

El periodista Raúl del Pozo acaba de publicar Los cautivos de La Moncloa, donde retrata a Aznar y Zapatero con lo que parece un serio esfuerzo en pos de la objetividad. Según nos cuenta Juan Avilés en la reseña que escribe para El Cultural:

Su tesis básica es la que da título al libro: Los cautivos de La Moncloa. Tres de los cinco presidentes de la democracia española (los otros son Calvo Sotelo, que allí estuvo muy poco, y Zapatero, que allí sigue) terminaron cayendo en un narcisismo y una megalomanía que les condujeron a un poco glorioso final, incluso en el caso de aquél a quien Raúl del Pozo considera el mejor, el propio Aznar. A través de las citas de conversaciones entre ambos y de comentarios de sus colaboradores, la imagen que de Aznar se va formando en Los cautivos de La Moncloa resulta convincente en sus luces y sombras. Un político patriota, a quien le gustaría que en España, como en Francia, la bandera estuviera en las escuelas y hasta en las bodas, convencido de que la libertad económica es el camino del progreso, que de hecho presidió un período de notable desarrollo para España, y que decidió respaldar a Bush en Irak porque estaba convencido de la importancia que para Europa tiene el vínculo transatlántico y porque quería situar a España en la cumbre de la política mundial. Pero también un político a quien no le importa resultar antipático y ha dejado pocos amigos al dejer el poder, que al final de su mandato se vio afectado por delirios de grandeza y cometió el gran error de dejarse arrastrar a una guerra contra las fuerzas del mal, predicada en América por una secta de cristianos nuevos "a los que se les había subido la Biblia a la cabeza".

Parece, en líneas generales, un análisis más o menos neutral del período de gobierno de Aznar. Si, por un lado, debemos reconocer la honestidad de un político que prometió servir tan sólo dos mandatos en La Moncloa y cumplió su palabra, siempre mantuvo en el horizonte una fe patriótica en España y que sin lugar a dudas supo liberalizar la economía española al menos hasta cierto punto (yo, al contrario que Raúl del Pozo, veo bien difícil aclarar si el desarrollo de los noventa se debió solamente a la labor del PP en el Gobierno, o también se debió, al menos en parte, al esfuerzo de saneamiento que llevaron a cabo los socialistas durante la década anterior), tampoco es menos ciertoe, por el otro lado, que su segundo mandato (el de la mayoría absoluta) estuvo ciertamente caracterizado por una actitud megalomaníaca que vino como al guante a su alianza internacional con el no menos mesiánico George W. Bush. El Aznar del segundo mandato pasó de ser el político honesto y trabajador, sin gran carisma ni algarabías pero eficaz, a convertirse en el estadista de un país modesto pero que iba a más con enormes delirios de grandeza. En otras palabras, que pasó de la labor callada pero esforzada, constante y eficiente, a la florida retórica de la cruzada contra el Imperio del Mal que ha venido a caracterizar al Presidente norteamericano quien, por otro lado, bien poco tiene que mostrar en su tarea de gobierno tras pasar cerca de seis años en la Casa Blanca. A todo esto, yo añadiría que Aznar ha tirado por la borda durante los últimos dos años todo el respeto que se ganó durante los primeros cuatro o cinco años de su labor de gobierno, y resulta bastante mal parado cuando comparamos su agresivo milenarismo apocalíptico, su constante estrategia de la tensión, su afán de protagonismo, con la actitud mucho más caballerosa y responsable que tomaron tanto Adolfo Suárez como Felipe González en su momento. Claro que no sé si Raúl del Pozo estaría dispuesto a reconocer esto, pues si no recuerdo mal su anti-felipismo era bastante marcado allá a principios de los noventa cuando yo leía sus columnas en la revista Tiempo. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 19 15:20:02 CST 2005]

Treinta años después de su muerte los historiadores todavía debaten sobre el legado de Franco enmedio de la controversia. Ayuda a ello, por supuesto, el hecho de que últimamente se hayan publicado varias proclamas o manifiestos (la verdad, cuesta trabajo llamarlos estudios cuando su intención es claramente polémica) que se empeñan en presentar al viejo dictador bien como el paradigma de todos los males patrios, bien como el salvador del cristianismo frente a las hordas comunistas. De este modo, y como nos advierte Carlos Blanco en su repaso de los libros más recientes sobre la figura de Franco:

El escaparate de novedades se llena así de obras que aspiran —en gran parte de los casos— a compensar o encubrir su escasa aportación de fondo con una forma agresiva y ese susodicho tono controvertido y engagé. Y en consonancia con la opinión imperante, la mayoría traza un Franco de una pieza, brutal y desalmado, y una negra España asfixiada por el sable y la sotana. De los seis libros que aquí se reseñan, solamente el del polémico Pío Moa es favorable al Caudillo, sin que por ello se salve del apriorismo que se acaba de señalar. Otro de ellos no adopta una posición nítida o explícita (Palacios). Dos más trazan un balance frontalmente negativo de su persona y su sistema político (Fernández Santander y Rodríguez Jiménez). Y, en fin, otros dos prodigan las más negras tintas para retratar un personaje odioso, sin excelencia alguna, tan sanguinario como en el fondo mezquino y torpe (Blanco y Reig).

Habrá que reconocer, eso sí, que la opinión negativa imperante entre los historiadores en este tema refleja fielmente el rechazo general de los españoles a lo que representaron Franco y su régimen, al menos en líneas generales, pues si bien es cierto que cerca de un 46% de los españoles, de acuerdos a los datos del CIS, entienden que hubos cosas buenas y malas en el franquismo, tampoco hay que olvidar que un buen 37% lo califica sin medias tintas de período nefasto, mientras que tan sólo un 10% (lo que habitualmente se denomina el franquismo sociológico, imagino) lo ve como algo positivo. Es decir, que el veredicto general de los españoles no es muy favorable al Caudillo desde luego, por más que individuos como Pío Moa se esfuercen por cambiar las cosas.

Sea como fuere, parece evidente que aún no hemos sido capaces de cerrar la herida de la Guerra Civil y los cerca de cuarenta años de dictadura franquista. Si, por un lado, tenemos el revisionismo ramplón de Moa, César Vidal y el infame Ricardo de la Cierva, de los cuales podemos no obstante aprender algunos de los aspectos más positivos del régimen y su legado, por el otro lado también tenemos a izquierdistas acérrimos como Alberto Reig que pretenden manipular sus análisis del franquismo para condenar lo que ven como el peligro de un neofranquismo emergente a punto de comenzar una nueva ola de represión. La realidad, como suele suceder casi siempre, se encuentra en algún punto medio que pocos se atreven a frecuentar, quizás por miedo a recibir sopapos de un lado y otro en este peculiar campo de batalla intelectual. Nadie puede ser tan deshonesto como para negar la sanguinaria represión franquista que tuvo lugar apenas concluida la guerra, ni los desvaríos del chato nacionalcatolicismo que impregnó a la sociedad española hasta casi finales de los setenta, pero tampoco hay lugar para dejar de reconocer que Franco no fue un Hitler ni un Mussolini, ni que su apoyo a los tecnócratas frente a los sectores más ideologizados del régimen no fuera determinante para el desarrollo económico que, después de todo, sentaría las bases de nuestra transición a la democracia apenas una década después. Como claramente afirma Stanley Payne:

De todos los dictadores del siglo, fue el que dejaba a su país en las mejores condiciones en la hora de su muerte.

A lo mejor duele a muchos, pero se trata de una verdad de las de cajón. ¿Para qué engañarse? ¿Para qué negarlo?

Habrá que esperar unos años más, supongo, antes de que podamos leer análisis algo más objetivos de aquella larga dictadura que, sin lugar a dudas, marcó nuestra Historia contemporánea y sin la cual es difícil entender la España de hoy. Mientras tanto, Paul Preston, Stanley Payne y Enrique Moradiellos comparten con nosotros unas interesantes reflexiones sobre cuál pueda ser el más importante enigma aún en pie sobre la política interior y exterior de Franco. Para Paul Preston:

En realidad, en lo que concierne tanto a la política interior como a la política exterior, el misterio central del general Franco es cómo una persona mediocre a primera vista, como por otra parte los testimonios directos de quienes le trataron más de cerca y sus propios discursos y escritos no dejan de demostrar, pudo conservar el poder tanto tiempo, y salir impunemente de asociaciones como las que mantuvo con Mussolinio Hitler durante la Seguda Guerra Mundial. Si se tratara de un equipo de fútbol escribiría que Franco tenía mucha "potra", pero desde un punto de vista historiográfico riguroso resulta imposible negar que si a la hora de resolver los grandes problemas de política interior a quienes le rodeaban les convino que Franco siguiera, también los grandes estadistas mundiales prefirieron la presencia del dictador en un punto neurálgico como España.

Stanley Payne, por su lado, se centra en un par de cuestiones principalmente:

Distingamos primero entre la guerra civil y la historia del régimen. En aquélla, es sobre todo la cuestión de su estrategia militar, ante Madrid y en 1938. ¿Por qué no sentía más prisa para acabar la guerra? En 1938 los factores internacionales pueden haber sido determinantes, pero Franco no lo explicó nunca. En cuanto al régimen, se debate todavía la política exterior de la guerra mundial. ¿Hasta qué punto negociaba en serio con Hitler? Otra vez no tenemos documentación absolutamente conclusiva. En política doméstica, ¿exactamente qué se esperaba de Juan Carlos y hasta qué punto cambió su opinión en los últimos años? ¿Por qué no se reaccionó cuando Juan Carlos indicaba que intentaría un cambio democrático? Podemos contestar a la primera parte de esta pregunta, pero no completamente a la segunda parte.

Y Enrique Moradiellos también apunta algo similar:

Hay tres cuestiones referentes a su conducta política como Jefe del Estado que no dejan de ofrecer terreno para la especulación interpretativa por falta de un hipotético documento autógrafo de Franco que aclare sus razones y juicios: 1. Hasta qué punto estuvo decidido a entrar en la guerra mundial al lado de Alemania en junio de 1940 y julio de 1941, y quién o qué le convenció decisivamente de lo contrario; 2. En qué momento entre 1943 y 1948 decidió realmente que D. Juan de Borbón no podía ser su sucesor a título de rey en virtud de sus intenciones liberalizadoras; y 3. En qué medida abrigó recelos hondos sobre los propósitos democratizadores de D. Juan Carlos tras su nombramiento como sucesor en 1969 y hasta qué punto se arrepintió de su elección.

Por cierto, que El País también publicó esta semana un reportaje sobre el trigésimo aniversario de la muerte de Franco en el que se incluyen unos interesantes comentarios acerca del libro Franco contra Churchill, de Moradiellos:

Churchill defendió la democracia frente al totalitarismo. Y, ¿cómo se situó frente a la dictadura franquista? "Durante la guerra, Churchill temía una España soviética y abominaba de los crímenes contra la nobleza y la Iglesia, por lo que estuvo a favor de la no intervención", explica Moradiellos. "Cuando HItler invade Polonia, lo que le interesa es que la España de Franco permanezca neutral. La dictadura y los excesos del régimen son cuestiones secundarias. Así que no pone trabas para que lleguen productos extranjeros a España (petróleo y alimentos, de los que dependía y Gran Bretaña controlaba el comercio marítimo), pero limita su número (no fuera a acumular medios para entrar en la guerra). Fue la política del palo y la zanahoria. Cuando Franco exalta al Eje en un discurso de 1941, Churchill decide ocupar las Canarias sin declaración de guerra. No lo hizo, porque los rusos resistieron la embestida nazi. Pese al apoyo dado a Alemania con la División Azul, al final Franco aplicó su pragmatismo y no intervino de forma activa en la guerra".

Ni que decir tiene que todo esto recuerda, sin lugar a dudas, al pragmatismo que tan bien aplicaran los EEUU durante la Guerra Fría, cuando quizás en demasiadas ocasiones se defendieron y promovieron numerosas dictaduras parafascistas alrededor del mundo con el objetivo de erradicar el comunismo y ganar el conflicto a largo plazo, aunque fuera a costa de los inevitables crímenes y desmanes de monstruos como Pinochet o los militares argentinos al corto plazo. No soy yo nadie para criticar las opciones políticas tomadas por los líderes de las democracias occidentales durante tan difíciles años, pero sí que puedo al menos exigir que se baje un poco el tono en los comentarios hagiográficos que de cuando en cuando oímos en los medios de comunicación sobre todo británicos y estadounidenses. La Segunda Guerra Mundial se acerca bastante, qué duda cabe, al ideal de una auténtica guerra justa y, sin embargo, ello no quita para que también tenga sus claroscuros que todavía hoy, sesenta años después, no parecemos asumir por completo. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 18 11:46:40 CST 2005]

Por lo que leo, han sido ya varios los informes de organismos internacionales que nos han advertido de los problemas en el sistema educativo español. La cuestión va más allá de asuntos polémicos como el del estatus de la enseñanza religiosa o la política hacia los colegios concertados, sino que al parecer afecta también a asuntos fundamentales como el índice de abandono de estudios, el fracaso escolar o los niveles de satisfacción de padres y profesores. Tiene poco de extraño si tenemos en cuenta que en cuestión de un par de décadas hemos contado ya con al menos tres leyes orgánicas de educación, lo cual no hace sino subrayar los vaivenes a los que se ven expuestos padres, alumnos y profesores cada pocos años, dependiendo siempre de quién se encuentre en el Gobierno en ese momento. Como bien indica El País en su editorial de hoy, ha llegado la hora de un pacto amplio sobre materias de polícia educativa que venga a proporcionar la estabilidad que necesitamos para poder construir un futuro próspero. Dudo mucho que haya alguien ahí fuera que no sea consciente de la importancia del conocimiento en la sociedad global en la que nos movemos. ¿Cómo podremos potenciar el gasto en investigación y desarrollo de aplicación civil o atraer empresas que ofrezcan puestos de trabajo de calidad sin antes construir un sólido sistema educativo que proporcione la mano de obra que éstas necesitan? Aún más importante me parece la advertencia con la que se cierra el editorial de El País:

... no hay que olvidar que la brecha educativa es el germen de la brecha social y que se juega en ello, además, la integración de los hijos de los inmigrantes.

Ha llegado la hora de que PP y PSOE abandonen la actitud infantil de culparse mutuamente por los fracasos en el área educativa, algo que llevan practicando ya más de veinte años, y se sienten a negociar de una vez por todas las bases de nuestro sistema educativo. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 18 11:21:13 CST 2005]

El País publica hoy una viñeta de Forges que parece reflejar a la perfección, aunque en clave de humor, por supuesto, el ambiente que se respira en España estos días.

{enlace a esta historia}

[Thu Nov 17 10:37:54 CST 2005]

Las cosas no podían ir peor para la Casa Blanca. Si hace unos días descubrimos la existencia de cárceles secretas en Irak donde las nuevas autoridades torturaban a decenas de presos suníes, ayer mismo el Pentágono se vio obligado a reconocer que sus tropas han usado un arma química prohibida por la ONU, el fósforo blanco, contra los insurgentes, después de haberlo negado reiteradamente durante las últimas semanas una vez que un documental de la RAI destapara los hechos. A todo ello habría que añadir, por supuesto, el escándalo político a raíz de la delación de Valery Plame como represalia por las posiciones políticas de su marido respecto a la guerra en Irak y que de momento ha llevado al enjuiciamiento de un alto consejero del Vicepresidente Cheney, así como el hecho de que la lista de bajas estadounidenses en Irak continúe en aumento, los atentados terroristas se sucedan sin visos de mejorar en el inmediato futuro, la deuda del Estado esté fuera de control, el déficit comercial de los EEUU vaya de mal en peor y, en fin, la popularidad del Presidente Bush se encuentre por los suelos. El famoso liderazgo americano del que tan orgullosamente alardeara Bush no hace más que un par de años se está disolviendo a marchas forzadas junto a la poca credibilidad que les pueda quedar en el resto del mundo. No sólo no encontraron armas de destrucción masiva después de invadir el país, sino que todavía no hemos oído ni siquiera un modesto reconocimiento del error, por no hablar de pedirle disculpas a Hans Blix y la ONU por los insultos con que les regalaron muchísimos republicanos en su día. Sin embargo, lo que a mí me parece mucho más preocupante es que los EEUU se hayan dejado llevar por la paranoia y hayan caído en posiciones colindantes con el autoritarismo más burdo. En cierto modo, me recuerda a las declaraciones de Manuel Fraga a principios de los ochenta reclamando que el Gobierno sacara los tanques a la calle en el País Vasco para acabar con el terrorismo etarra. Afortunadamente, los inquilinos de La Moncloa demostraron tener en aquél entonces la madurez, sensatez y responsabilidad que la situación requería, pero desafortunadamente el Presidente Bush no mostrado ninguna de esas cualidades. Más bien al contrario, se ha dejado llevar por una paranoia patriotera de lo más ramplona y simplista, y parece empeñado en cavar su propia fosa y arrastrarnos a todos con él. Bien poco queda de la América de las libertades, que ha sido sustituida sin transición alguna por la nueva América belicista, patriotera, unilateral, empecinada y abusona. La siguiente frase, pronunciada por Dick Cheney el 16 de septiembre de 2001, pocos días después de los ataques contra las Torres Gemelas, es una buena ilustración de la actitud a la que me refiero:

Tenemos que adentrarnos un poco en el lado oscuro, por decirlo así (...), tendremos que hacerlo en silencio, sin discusión, usando fuentes y métodos al alcance de nuestros organismos de inteligencia, si queremos tener éxito. Éste es el mundo en el que esa gente actúa, así que va a ser vital emplear cualquier medio a nuestra disposición para, básicamente, conseguir los objetivos.

Si alguien necesitaba un buen ejemplo de actitud maquiavélica, ahí lo tiene. Éste es el mismo individuo que gusta hablar de claridad moral cuando le conviene, con lo que se refiere sin lugar a dudas no a ningún concepto claro o absoluto de lo que es bueno o malo, sino más bien a la completa identificación de lo moral con sus propias posiciones. Así, lo que comenzó como una cruzada moral para difundir la democracia y la libertad por el mundo parece que está acabando en una letanía de excusas para justificar los errores de una Administración incapaz de reconocer que se ha equivocado en nada. Es el problema que tiene creerse elegido por Dios para liderar al mundo hacia el Bien absoluto. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 15 20:29:03 CST 2005]

La noticia de que el Congreso haya rechazado una propuesta de Izquierda Unida para modificar la financiación pública de la Iglesia ha levantado bastante revuelo hoy. Y es que era de esperar. Al fin y al cabo, no parece que sea éste el momento más adecuado para sacar el tema a la palestra, sobre todo teniendo en cuenta lo caldeado que está el ambiente como consecuencia del debate sobre la reforma del Estatuto catalán y la reforma educativa. Claro que, por otro lado, tampoco es que IU se haya caracterizado nunca por su atención al detalle y su capacidad para moderar el talante. En todo caso, y aun reconociendo que no debemos entrar ahora en el debate sobre la financiación de la Iglesia (la responsabilidad corresponde, en realidad, a la propia Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, quién advirtió ayer mismo que las aportaciones del Estado a la Iglesia "tendrán que ir a menos"), ello no quita para que cualquier individuo con una mínima concepción de lo que es una sociedad democrática moderna muestre su desacuerdo con el actual estado de cosas a este respecto. En este sentido, la postura oficial de la Iglesia, tal y como ha sido expresada por el portavoz y secretario general de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, resulta cuando menos hipócrita:

Afirmó (...) que la aportación que reciben actualmente "no es una concesión graciosa del Gobieno, sino algo acordado que se basa en la asignación libre y voluntaria de los ciudadanos que quieren aportar a la Iglesia detrayendo de su declaración personal de la Renta".

En este sentido, recalcó que los fieles son sus "directos aportadores" y que el Estado lo único que hace es "articular" las cantidades. Afirmó además que el complemento que aporta el Estado tiene la finalidad de reajustar los cálculos de los porcentajes que en su día estableció el Gobierno socialista "unilateralmente".

Rehusó responder sobre cuáles van a ser sus peticiones en las conversaciones con el Gobierno pero aseguró que ellos acuden con una postura abierta a la negociación. Por último, preguntado sobre si se han planteado la posibilidad de recibir el dinero directamente de los fieles, contestó que "no hay razón para ello en este momento" y defendió que los acuerdos con el Gobierno "no están en prórroga" y que el ejecutivo "ha dicho siempre que no piensa modificarlo".

Las claves aquí son, me parece, el uso del término detraer cuando se está refiriendo a las aportaciones que los ciudadanos deciden dedicar a la Iglesia como parte de su declaración de la renta y el comentario que hace Martínez Camino dando largas a la idea de que sean los fieles quienes contribuyan directamente, como sucede en otros países. En primer lugar, si la mediación del Estado en todo este asunto es tan puramente formal, cuesta trabajo entender que incluso el portavoz de la Conferencia Episcopal se refiera a ello como detraer una determinada cantidad de dinero de la declaración personal de la renta. Todo tiene mucho más sentido, por supuesto, cuando uno se da cuenta de que no es sino un mecanismo como cualquier otro para que lleguen fondos públicos a la Iglesia Católica. Eso sí, mejor que el mecanismo antiguo, pero que no por ello deja de ser lo que es: una forma de financiación pública de la Iglesia. Por si quedara alguna duda, el mismo señor Martínez Camino lo aclara cuando se opone de entrada a la idea misma de que los fieles contribuyan a financiar su Iglesia directamente, sin mediación alguna del malévolo Estado laico. No me cabe duda alguna de que también en este tema, como en muchos otros, no tendremos más remedio que cambiar las cosas tarde o temprano. Pese a todo, dudo mucho que haya de tratarse de una prioridad en la acción política del Gobierno, sobre todo cuando éste tiene ya tantos frentes abiertos al mismo tiempo. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 14 18:04:08 CST 2005]

Una de las muchísimas rémoras del populismo es su retórica vana y grandilocuente pero, a fin de cuentas, completamente vacua. Eso sí, sus partidarios prefieren disfrazarlo de verdades como puños o hablar sin pelos en la lengua. Viene todo esto a cuenta de la última ocurrencia de Hugo Chávez acusando al Presidente mejicano, Vicente Fox, de ser un "cachorro del imperio" y un "entreguista a Estados Unidos". No me cabe duda de que los seguidores del Presidente venezolano y su nueva vía al Socialismo estarán encantados de la vida, pero uno no puede evitar preguntarse qué es exactamente lo que consigue Chávez con estos ataques, aparte de hacer el ridículo y, por supuesto, hacer muecas de cara a la galería. Y es que ni la economía de su país mejora gracias a estas afirmaciones, ni Latinoamérica recobra independencia alguna con respecto al gigante del Norte, ni los graves problemas sociales y políticos de su región avanzan para nada debido a este tipo de declaraciones extemporáneas que no hacen sino alimentar aún más el inmaduro egotismo de un político que se cree el centro del Universo y se muestra incapaz de mirarse a un espejo sin subrayar lo maravillosamente izquierdista que luce. Bien está que uno caiga en esta trampa cuando todavía no es lo suficientemente mayor para contar con experiencia, pero a estas alturas de la película es imperdonable que aún haya descerebrados ahí fuera que jaleen las ocurrencias del señor Chávez. Estoy seguro de que sus paisanos podrían usar menos retórica y más trabajo serio, pero eso no es algo que pueda vender como hablar sin pelos en la lengua, claro, y al Presidente Chávez le tiran mucho más las machadas que darle al callo. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 14 11:41:54 CST 2005]

Algo que se me quedó en el tintero hace unos días: las 22 academias de la lengua española sacaron a la luz la semana pasada el tan esperado Diccionario panhispánico de dudas. Con un total de 880 páginas y 7,250 entradas que explican en un lenguaje fácilmente comprensible las dudas más comunes entre quienes desean hablar y escribir correctamente español, la obra se ha puesto a la venta a un precio bastante asequible: 29,90 euros en España y entre 24 y 25 dólares en Latinoamérica. Según se nos explica en El País:

Quien consulte el diccionario podrá saber que puede decirse gay (gais en plural), imprimido y también impreso, chatear y chequear; que se puede hablar del aparato DVD como deuvedé o devedé, y que es innecesario recurrir a e-mail cuando disponemos en castellano de correo electrónico o a overbooking cuando tenemos sobreventa o sobrecontratación.

Las academias muestran manga ancha y toleran espónsor como sinónimo de patrocinador y sugieren adaptaciones de otros idiomas como fuagrás para el francés foie-gras.

Con la consulta del diccionario también podrú salirse de dudas respecto al uso de palabras controvertidas como imán para referirse a un guía espiritual entre los musulmanes (recomienda esta grafía en lugar de imam), jueza, México y Méjico, o tener claro que se deben acentuar siempre las mayúsculas.

En todo caso, lo más importante de esta aventura editorial no es tanto que se clarifique el correcto uso de nuestra lengua, ni tampoco que el precio del libro sea asequible, sino, me parece, el hecho de que por primera vez en nuestra Historia se hayan puesto de acuerdo todas las academias de la lengua del mundo hispanohablante para elaborar la obra en primer lugar. Por cierto, que por lo que tengo entendido, se trata de algo sin precedentes en cualquier otra lengua del mundo. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 12 22:13:49 CST 2005]

El Cultural publica una reseña de El imperio británico. Cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial, de Niall Ferguson, de la que he de dejar constancia aquí. Son muchos quienes consideran a Niall Ferguson como un ejemplo más de neoconservadurismo extremo al estilo de Paul Wolfowitz y Richard Pearl, pero tal caracterización me parece enormemente injusta pues, aunque en líneas generales no cabe duda alguna de que Ferguson comparte con aquellos los postulados conservadores y pro-americanos, se trata sin lugar a dudas de un intelectual de mucho mayor peso, mucho más inteligente, y a quien merece la pena prestar atención. La autora de la reseña, Magdalena Chocano, nos resume las tesis del historiador británico:

El imperio británico no tiene un historial intachable, pero sus principales efectos a largo plazo no son desdeñables: la difusión mundial del capitalismo liberal, de las instituciones democráticas y de la lengua inglesa. Con ello contribuyó a una globalización en conjunto benigna que impulsó extraordinariamente la economía mundial y promovió el tipo de instituciones liberales que más favorables al bienestar humano han mostrado ser. No menos glorios fue su final. En 1940 los británicos se enfrentaron a la diabólica oferta hitleriana de sacrificar a Europa para preservar su imperio pero, bajo el liderazgo de Churchill, la rechazaron. Consumieron todos sus recursos en la lucha contra unos imperios mucho más brutales, incluido el japonés, capaz de perpetrar en Nankin una orgía de atrocidades sin parangón en los más oscuros episodios del imperialismo británico.

El mensaje de Ferguson es que debemos valorar las alternativas antes de condenar a un imperio. En el mundo de hoy es partidario de que los Estados Unidos asuman con claridad su función imperial, una tesis que ha desarrollado extensamente en su otro libro, Coloso, también publicado en España y ya comentado en las páginas de El Cultural. Respecto al imperio británico, el lector de Ferguson encontrará muchos elementos sórdidos, desde la rapacidad de sus inicios hasta el detestable racismo de fines del siglo XIX. Y a pesar de ello es muy probable que su balance global haya sido positivo. En mi opinión la India, esa gran nación democrática que será sin duda una de las grandes potencias del siglo XXI, es el gran testimonio vivo del mejor legado de aquel imperio.

Se trata, hay que reconocerlo, de verdades como puños, por más que nos cueste aceptarlo. Pese al griterío de las masas anti-imperialistas, no queda más remedio que reconocer que, en líneas generales, ni el imperialismo británico ni la expansión estadounidense han sido tan negativas como la intelectualidad progresista nos quiere hacer creer. Y que conste que quien dice esto no siente simpatía alguna por el unilateralismo mesiánico de la Administración Bush. No veo por qué el rechazo de éste haya de llevar al anti-americanismo primario que tan de moda parece estar en Europa. Seamos honestos. Sin la claridad mental de Churchill para hacer frente al totalitarismo nazi en un momento en que buena parte de la izquierda le hacía el juego a Hitler siguiendo las consignas estalinistas ninguno de nosotros estaría aquí para contarlo. Y lo mismo cabe decir de la generosidad de Roosevelt para combatir al enemigo en suelo europeo, y al apoyo material y financiero que después nos proporcionara Truman mediante el Plan Marshall. Las cosas como son, y aunque la verdad duela. De la misma manera, solamente una mente bastante confusa puede llegar a la conclusión de que británicos y estadounidenses, por más desmanes que cometieran (y que, de hecho, cometieron, pese al silencio que se suele mantener en sus países, sobre todo en el caso estadounidense), son moralmente equivalentes a los imperialismos ruso, japonés o chino. Si a estas alturas de la película aún no tenemos eso bien claro, la verdad es que se le quitan a uno las ganas siquiera de abrir la boca. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 12 21:50:43 CST 2005]

Leyendo en las páginas de El Cultural, una reseña de Enciclopedia Espasa. Historia de una aventura editorial, de Philippe Castellano, me encuentro con la descripción del mundo cultural de la España del primer cuarto del siglo XX que, visto desde nuestro histriónico presente caracterizado por los patéticos esfuerzos de unos por reafirmar su identidad nacional y el tremendismo apocalíptico de los otros al advertirnos del fin del mundo tal y como lo conocemos, parece como sacada de otra galaxia:

Los datos son abrumadores, para una obra que nacía en 1906 impulsada por un editor autodidacta, José Espasa Anguera, y que fue continuada por sus hijos; pero lo más importante de ella es su profunda significación social en muy variados campos: editorial, político, científico, económico, empresarial, artístico, publicitario, distribución y ventas, etc. Esta influencia tiene su origen en lo que supuso el crecimiento y desarrollo de las Ediciones Espasa, muy ligadas al desarrollo de la sociedad catalana de su tiempo, pero que con la fusión con Calpe, en 1926, diversificaría y enriquecería el inicial proyecto editorial. En esta refundación participa también una empresa vasca, La Papelera Española, de Juan Churruca y del conde de Aresti. Es curioso cómo estos sucesivos proyectos confluyen siempre hacia su españolidad y hacia lo hispanoamericano. A ello contribuyen el esfuerzo complementario de los colaboradores de Barcelona y de Madrid, pertenecientes en su mayoría a las academias, ateneos, periodistas y profesorado de ambas ciudades. Se trataba, pues, de un tan valiente como arriesgado proyecto que pronto daría excelentes resultados y que, inicialmente, se había lanzado en fascículos y al amparo de un logotipo de factura modernista: el de la diosa Atenea, debido a Miguel Utrillo. La presencia simbólica de la diosa Atenea resume de manera ideal ese panorama que Castellano nos describe en su libro de manera extremadamente clara y completa. Aquel proyecto inicial parecía abocado al fracaso, pero su amplitud de miras, el trabajo esforzado y en equipo, dieron sus frutos. Y los lectores supieron apreciarlo entonces y todavía lo apreciamos hoy.

Pero, ¿por qué afirmo que la descripción parece como sacada de otra galaxia? Pues precisamente porque supone la antítesis de lo que parecen defender tirios y troyanos en estos momentos. Frente a aquella España de principios del siglo XX, frente a aquella burguesía humanista dispuesta a comenzar el proyecto que años después culminaría con la publicación de nuestra famosa enciclopedia, tenemos hoy a los defensores a ultranza del localismo empequeñecedor y a los agoreros del españolismo más rancio. Haríamos bien en olvidar nuestras estúpidas rencillas y ponernos manos a la obra a trabajar en lo que de verdad importa. ¿De qué sirven tantas esencias nacionales sin una sociedad próspera, libre y creadora? {enlace a esta historia}

[Sat Nov 12 21:31:05 CST 2005]

Se acaba de publicar en España Los 68. París, Praga, México, de Carlos Fuentes, donde el escritor mejicano reflexiona sobre los acontecimientos revolucionarios del 68 en esos tres lugares. Sin negar del todo la validez de algunas críticas que se oyen desde los cuarteles neoconservadores sobre el supuesto nihilismo de los sesenta y la corrosiva influencia de su credo fervientemente anti-autoritario hasta el extremo, estoy de acuerdo con el análisis general de Fuentes:

El mayo francés fue una "crítica a la autosatisfacción del orden establecido y de afirmación radical, es decir, de retorno a las raíces de la promesa social, cultural y humana de una modernidad pervertida". La llamada "primavera de Praga": "no combatía al sistema comunista. Lo humanizaba, lo democratizaba y lo socializaba. Todo ello, capítulo por capítulo en su conjunto era anatema para los gobernantes del Kremlin". La represeión en México, analizada desde el mito por Octavio Paz, "representa una ruptura flagrante entre la legitimidad revolucionaria reclamada como fundamento por todos los gobiernos a partir de Carranza, y la evidencia contrarrevolucionaria de las prácticas represivas, antidemocráticas y antipopulares cada vez más acentuadas de los gobiernos emanados de la revolución".

Así, como suele suceder con todo fenómeno histórico y social, la realidad no es ni toda blanca ni toda negra. Si bien hay que reconocer algunos de los efectos negativos de las revueltas sesentaiochistas (relativismo exagerado, cinismo corrosivo y un individualismo consumista exacerbado por la constante búsqueda de la gratificación instantánea, por no hablar de la locura terrorista disfrazada de guerrilla urbana), tampoco es menos cierto que le debemos a la misma década una buena parte de las conquistas sociales de los últimos treinta años (igualdad de la mujer, derechos civiles para las minorías raciales, triunfo moral del credo de la no violencia, sólida implantación de la sociedad civil, expansión del área de las libertades personales...). Sencillamente, no sería posible reconocer nuestra sociedad sin la contribución de aquella loca generación de los sesenta, por más que dé la impresión de que todo terminara en desilusión y traición a los ideales. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 12 20:38:18 CST 2005]

Hace unos días escribía sobre la ola de violencia que se ha desatado en Francia, y cómo se trata de un fenómeno que, en mi opinión, está relacionado con la crisis sociopolítica y de identidad que se está viviendo en la Unión Europea en estos momentos. Hoy, estuve leyendo una entrevista con José Borrell, Presidente del Parlamento Europeo, en la revista socialista Temas para el Debate donde se le pregunta, precisamente sobre ese tema. La respuesta de Borrell ofrece unos cuantos elementos para la reflexión:

...reconozcamos que sí hay crisis, lo que por otra parte no es nada nuevo en la historia europea, que se ha hecho a base de crisis, pero creo que vive una crisis de identidad. Este es un proyecto que consigue los objetivos que se planteó en la preparación de lo que hay, pero que al haber hecho realidad su sueño se ha quedado hoy huérfano de proyecto y tardaremos algún tiempo en definir los nuevos objetivos de ese proyecto. (...) Invirtamos, pues, ese tiempo de obligada pausa en una reflexión profunda, con la mayor participación ciudadana posible, sobre el futuro de Europa, porque Europa ya no se hará sin los ciudadanos. (...) Como decía que a partir de ahora Europa no se hará sin los ciudadanos, quiero decir que hasta ahora Europa ha sido fundamentalmente obra de los Gobiernos. Es un proyecto de un cierto despotismo ilustrado, un grupo de hombres visionarios que se ponen en marcha a través de acuerdos entre Gobiernos, que poco a poco van adquiriendo una dimensión política, creando entre otras cosas un Parlamento, pero donde la ciudadanía ha participado desde una especie de consenso implícito o asentimiento tácito, pero sin una involucración como la que se daría en la vida política nacional, y eso es lo que explica, entre otras cosas, la baja participación en las elecciones europeas. A partir de ahora ya no podrá seguir siendo así, ahora habrá que definir objetivos explícitos y someterlos a un debate democrático y, por lo tanto, será más difícil avanzar, porque, mientras tanto, Europa se ha hecho mucho más grande, más diversa, más heterogénea, con puntos de vista muy diferentes sobre lo que puede ser su papel en el mundo, con opciones políticas mucho más divergentes que las que había entre los seis o siete países del núcleo carolingio. Ahora Europa es un mundo en miniatura, con diferencias de renta mucho mayores que antes entre países y también con diferencias muy grandes entre las opciones ideológicas que están en el poder.

En otras palabras, que la Unión Europea se ha convertido en una forma política cuasi-federal de alcance continental y con enormes diferencias internas por lo que hace a los indicadores económicos, sociales y políticos de sus estados miembros, lo cual la asemeja más a los EEUU de lo que nos gustaría creer. También en nuestro caso, como en el estadounidense, a los tradicionales temas que dividen a izquierda y derecha, al tradicional eje ideológico, hay que añadir ahora también el eje que enfrenta a centralismo y descentralización (o, si se prefiere, federalismo y confederalismo), todo ello en un contexto de mucha mayor heterogeneidad e intereses contrapuestos.

En cualquier caso, como señala Borrell, me parece que la principal lección que debemos extraer del rechazo a la propuesta de Constitución para la UE en Francia y Holanda es precisamente la corrección del llamado déficit democrático que ha venido afectando a las instituciones comunitarias desde el principio. Aunque el despotismo ilustrado del que habla Borrell fue sin duda necesario durante las primeras décadas, sobre todo teniendo en cuenta el pasado de enfrentamientos y divisiones que había caracerizado a nuestro continente durante los últimos siglos, ha llegado ahora el momento de que mostremos la visión de futuro necesaria para dar el definitivo salto adelante que nos hace falta. Los ciudadanos europeos no han cambiado de opinión de buenas a primeras, pasando a oponerse frontalmente al proceso de integración que tantas ilusiones había despertado, sino que se niegan a dejarlo en las manos de los dirigentes políticos y los grupos de interés. Es precisamente debido al convencimiento de que lo que nos traemos entre manos es demasiado importante para nuestro futuro que se aprovecha la primera oportunidad para mostrar bien a las claras el resentimiento por un borrador de Constitución elaborado por las élites gobernantes, en lugar de haber sido negociado por los representantes legítimos de los ciudadanos. Ha pasado el momento de los despotismos, y no tenemos más remedio que insuflar democracia en el proyecto europeo. Si se hace, no me queda duda alguna de que también saldremos de esta crisis, como anteriormente salvamos muchas otras. El proceso de integración europea tiene sus altibajos, sin lugar a dudas, pero eso es precisamente lo que me llena de esperanza: por primera vez en muchísimas décadas, los europeos estamos construyendo algo nuevo, creativo y dinámico, y en este contexto las crisis no son sino una oportunidad más para dar el salto adelante. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 8 11:56:58 CST 2005]

El País publicaba ayer una entrevista con el escritor paquistaní Tariq Ali, autor de Un sultán en Palermo, que forma parte de su Quinteto del Islam, un conjunto narrativo en el que trata de las relaciones entre Oriente y Occidente en diferentes períodos históricos. Creo haber escrito sobre este tema en estas mismas páginas hace ya algún tiempo, pero no por ello deja de admirarme la idealización que demasiado a menudo se hace de la vieja Al-Andalus y la supuesta convivencia pacífica de las tres culturas durante su época dorada.

Ali señala que lo que parecía interesante del siglo XII es "la buena convivencia entre las tres culturas, la árabe, la judía y la cristiana. En el momento álgido del Al-Andalus convivían las tres culturas, que fueron divididas y barridas por dos tipos de fundamentalismos: la Inquisición, es decir, la Iglesia católica, y los fundamentalismos del núcleo duro del islam".

A ver si me explico. El hecho de que las tres culturas convivieron más o menos pacíficamente durante la época de Al-Andalus es incontrovertible, así como lo es el hecho de que el triunfo de la Reconquista puso fin al mismo. Sin embargo, donde esta interpretación edulcorada del pasado hace aguas es en el momento en que no comparamos al Islam de entonces con el cristianismo que le es coetáneo, sino con el mundo occidental tal y como lo conocemos desde la llegada de la Ilustración. Esto puede parecer, a simple vista, injusto, pero piénsese que cuando intelectuales como Ali comparan el mito del Islam tolerante con el Occidente agresivo y dogmático, se están refiriendo una y otra vez al Occidente cristiano del siglo XV y no a la moderna sociedad secularizada que nosotros conocemos. Siempre y cuando entendamos que están hablando en términos históricos, no queda más remedio que darles la razón. Ahora bien, cuando comparamos la mera tolerancia de las otras religiones del Libro que caracterizó al Islam en ese momento (tolerancia, todo hay que decirlo, bastante limitada desde nuestra perspectiva contemporánea, pues tanto judíos como cristianos se veían obligados a relegar sus creencias al ámbito puramente privado, evitando cualquier tipo de manifestación pública de su fe, y no tenían más remedio que aceptar las normas de convivencia establecidas e impuestas por los musulmanes de acuerdo a los textos del Corán) con los baremos de tolerancia que hemos alcanzado en el Occidente ilustrado se nos presenta como lo que es, como algo enormemente limitado, pues ni la tradición islámica contiene precepto alguno que tolere la práctica de religiones que no pertenezcan a la tradición abrahámica (es decir, las religiones del Libro) ni, mucho menos, que lleven a aceptar la convivencia con agnósticos o ateos. En otras palabras, que la verdad comúnmente aceptada de que el Islam de Al-Andalus puede tomarse como expresión paradigmática de tolerancia hacia otras culturas es, en realidad, bastante más relativa de lo que se nos quiere hacer creer. Mucho más acertada me parece otra afirmación que Ali hace en la misma entrevista:

...para tratar de evitar los fundamentalismos, "los árabes tienen que aprenden a establecer la separación entre religión y Estado, algo que no es fácil y que ha costado mucho en Europa".

He ahí, me parece, la auténtica raíz del problema que, por desgracia, sólo pueden solucionar los musulmanes mismos. Cualquier intento externo de fomentar el proceso secularizador en el seno del Islam está condenado a encontrarse con la oposición firme de quienes lo conciben como intromisión inaceptable en sus propios asuntos. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 5 17:52:37 CST 2005]

Mal haríamos en interpretar la reciente ola de violencia que se ha apoderado de la periferia de París como un problema limitado a la sociedad francesa, pues la realidad es que se trata más bien de todo el continente europeo que está afectado de una cierta esclerotización en estos momentos. Y, cuidado, porque no me estoy refiriendo tan sólo a las consecuencias políticas del triunfo del "no" en Francia y Holanda durante las consultas sobre la nueva Constitución de la Unión Europea. Si únicamente se tratara de eso, el problema no sería ni mucho menos tan serio como es. Aunque no falte quien achaque las revuletas callejeras en las afueras de París al fracaso de las políticas de integración de las minorías puestas en práctica por los distintos gobiernos franceses durante las últimas dos décadas, el mero hecho de que estas protestas se produzcan al poco tiempo del mazazo del "no" debería, me parece a mí, hacernos reflexionar seriamente sobre sus causas últimas. Sigo siendo tan optimista sobre el futuro del proyecto de unificación europea como lo era hace veinte años, o aún más si cabe. Sin embargo, no se va a tratar de un camino de rosas precisamente. Tenemos planteados en estos momentos varios problemas que hemos de afrontar con celeridad y decisión: en primer lugar, las estructuras de la UE deben ser reformadas en profundidad para introducir un elemento de control democrático que los ciudadanos están pidiendo a gritos desde hace ya bastante tiempo; segundo, los europeos debemos apostar decididamente por un modelo social que nos ha caracterizado tradicionalmente, sobre todo cuando nos comparamos con los estadounidenses, pero no por ello hemos de continuar aplicando una política agrícola común que tiene poco sentido en una economía liderada por las nuevas tecnologías y las inversiones en investigación y desarrollo; tercero, debemos mostrar la fortaleza necesaria para consensuar una política de inmigración común lo suficientemente progresista y generosa para insuflar vigor en nuestra sociedad con un firme laicismo humanista que promueva la convivencia de distintas culturas en nuestros países al tiempo que nos permita recuperar legítimamente un liderazgo en el mundo basado en los conceptos de tolerancia y diálogo entre civilizaciones; y, por último, debemos tener la valentía de una vez por todas de proponer una política de defensa y seguridad común que nos ayude a subrayar nuestra autonomía frente al unilateralismo estadounidense sin por ello entrar en el estúpido juego de un contraproducente anti-americanismo primario. Si logramos afrontar los retos que tenemos delante y marcar una línea política como la que aquí describo, no me queda duda alguna de que la UE puede convertirse en el actor político principal de este siglo en el que acabamos de entrar.

Por cierto, que no me cabe duda alguna de que la responsabilidad fundamental en el renacer de la UE tiene que recaer en los hombros de los socialdemócratas, puesto que es precisamente nuestro modelo de sociedad el que, para bien o para mal, ha venido a caracterizar a Europa durante las últimas décadas. Tiene poco de extraño, pues, que estos espasmos de violencia se den al mismo tiempo que observamos una crisis de la socialdemocracia europea tras casi treinta años de ofensiva neoliberal. Las circunstancias nos obligan a encontrar lo antes posible la forma de reeditar un amplio pacto basado en el consenso de los distintos agentes sociales que nos permita reeditar una versión actualizada del modelo de crecimiento solidario que pusimos en práctica durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. La alternativa es una política neoliberal que no puede hacer sino profundizar la desigualdad no ya dentro de nuestras propias sociedades sino también entre unos países y otros y que, por consiguiente, no hará sino agudizar los actuales conflictos sociales e internacionales precisamente en un momento en el que cualquier loco iluminado puede causar una hecatombe sin precedentes en cualquier metrópolis superpoblada. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 5 16:28:46 CST 2005]

El País ha publicado hoy un maravilloso artículo de Fernando Savater titulado La laicidad explicada a los niños que no podía haber sido más oportuna, precisamente ahora que la Iglesia comenzó a hacer llamamientos a manifestarse contra la reforma educativa del Gobierno y los nacionalistas, tanto catalanes como españoles, andan erre que erre con sus historias de identidades culturales y esencias lingüísticas. Así, ante tanta tergiversación que pretende presentar el laicismo como ateísmo puro y duro, Savater afirma claramente:

¿Qué es la laicidad? Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual. La liberación es mutua, porque la política se sacude la tentación teocrática pero también las ilesias y los fieles dejan de estar manipulados por gobernantes que tratan de ponerlos a su servicio, cosa que desde Napoleón y su Concordato con la Santa Sede no ha dejado puntualmente de ocurrir, así como cesan de temer persecuciones contra su culto, tristemente conocidas en muchos países totalitarios. Por eso no tienen fundamento los temores de cierto prelado español que hace poco alertaba ante la amenza en nuestro país de un "Estado ateo". Que pueda darse en algún sitio un Estado ateo sería tan raro como que apareciese un Estado geómetra o melancólico: pero si lo que teme monseñor es que aparezcan gobernantes que se inmiscuyan en cuestiones estrictamente religiosas para prohibirlas u hostigar a los creyentes, hará bien en apoyar con estusiasmo la laicidad de nuestras instituciones, que excluye precisamente tales comportamientos no menos que la sumisión de las leyes a los dictados de la Conferencia Episcopal.

Aún más importante me parece la reflexión que hace Savater sobre la diferencia entre "laicismo" y "aconfesionalidad" en el sentido que tantos de nuestros conciudadanos parecen entenderlo:

En España, algunos tienen inquina al término "laicidad" (o, aún peor, "laicismo") y sostienen que nuestro país es constitucionalmente "aconfesional" —eso puede pasar— pero no laico. Como ocurre con otras disputas semánticas (la que ahora rodea al término "nación", por ejemplo) lo importante es lo que cada cual espera obtener mediante un nombre u otro. Según lo interpretan algunos, un Estado no confesional es un Estado que no tiene una única devoción religiosa sino que tiene muchas, todas las que le pidan. Es multiconfesional, partidario de una especie de teocracia politeista que apoya y favorece las creencias estadísticamente más representadas entre su población o más combativa en la calle. De modo que sostendrá en la escuela pública todo tipo de catecismos y santificará institucionalmente las fiestas de iglesias surtidas. Es una interpretación que resulta por lo menos abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza. (...) Debe recordarse que la enseñanza no es sólo un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos por muy privado que sea el centro en que se imparta. Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos siempre que no vaya contra las leyes y principios constitucionales, otra el contenido del temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes.

Se trata, en este sentido, de una actitud muy "estadounidense", al menos en el sentido que puede dársele al término desde la famosa ola reaganiana allá por los años ochenta. De la mano de una recuperación de una supuestamente idílica década de los cincuenta, se pretendió retornar entonces a unas raíces claramente cristianas como elemento principal de la identidad del pueblo norteamericano que, por consiguiente, debía verse reflejada también en sus instituciones políticas y sociales. Esta irrupción de lo religioso en la esfera pública estadounidense como un desesperado intento de revigorizar las ínfulas cuasi mesiánicas ya presentes en la sociedad norteamericana desde sus orígenes es precisamente la que ha llevado a concebir en los últimos años al Estado como "multiconfesional" cuando no ya abiertamente tomando partido por las interpretaciones más conservadoras del cristianismo al tiempo que lo que por aquí se denomina "secularismo" ha ido cayendo en desgracia hasta el punto de que sean bien pocos quienes no tengan problemas identificándose a sí mismos con dicha etiqueta. Pues bien, parece que la derecha tradicional española está decidida a seguir, también en este campo, los pasos de sus hermanos al otro lado del Atlántico, promoviendo una concepción del Estado aconfesional más cercana a lo que Savater denomina en su artículo "politeista" o "multiconfesional" que a lo que los padres de la Constitución pretendieron originalmente. Ante esta ofensiva, no queda más remedio que defender sin complejos el carácter laico y verdaderamente aconfesional de nuestro Estado para evitar males mayores en un futuro no muy lejano, pues si nefasta es la profundización de las diferencias lingüísticas y culturales que fomentan los nacionalismos periféricos, aún peor sería la defensa a ultranza del hecho religioso como elemento fundamental de la identidad colectiva. Y aquí es donde entra en escena otro elemento esencial del laicismo del que nos habla Savater:

... el laicismo va más allá de proponer una cierta solución a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia (o las iglesias) y el Estado. Es una determinada forma de entender la política democrática y también una doctrina de la libertad civil. Consiste en afirma la condición igual de todos los miembros de la sociedad, definidos exclusivamente por su capacidad similar de paricipar en la formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc...) no deben ser en principio tomadas en consideración por el Estado. De modo que, en puridad, el laicismo va unido a una visión republicana del gobierno: puede haber repúblicas teocráticas, como la iraní, pero no hay monarquías realmente laicas (aunque no todas conviertan al monarca en cabeza de la iglesia nacional, como la inglesa). Y por supuesto la perspectiva laica choca con la concepción nacionalista, porque desde su punto de vista no hay nación de naciones ni Estado de puelos sino nación de ciudadanos, iguales en derechos y obligaciones fundamentales más allá de cuál sea su lugar de nacimiento o residencia. La justificada oposición a las pretensiones de los nacionalistas que aspiran a disgregar el país o, más frecuentemente, a ocupar dentro de él una posición de privilegio asimétrico se basa —desde el punto de vista laico— no en la amenaza que suponen para la unidad de España como entidad transcendental, sino en que implican la ruptura de la unidad y homogeneidad legal del Estado de Derecho. No es lo mismo ser culturalmente distintos que políticamente desiguales.

Para terminar el artículo, Savater aprovecha la oportunidad para soltar una andanada contra el relativismo postmoderno tan caro a quienes claman constantemente contra la amenaza eurocéntrica:

Hace un par de años, coincidí en un debate en París con el ex secretario de la ONU Butros Galia. Sostuvo ante mi asombro la gran importancia de la astrología en el Egipto actual, que los europeos no valoramos suficientemente. Respetuosamente, señalé que la astrología es tan pintoresca como falsa en todas partes, igual en El Cairo que en Estocolmo o Caracas. Butros Gali me informó de que precisamente esa opinión constituye un prejuicio eurocéntrico. No pude por menos de compadecer a los africanos que dependen de la astrología mientras otros continentes apuestan por la nanotecnología o la biogenética. Quizá el primer mandamiento de la laicidad consista en romper la idolatría culturalista y fomentar el espíritu crítico respecto a las tradiciones propias y ajenas. Podría formularse con aquellas palabras de Santayana: "No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente".

Se trata, en este caso, de un problema al que aún no hemos podido encontrar una solución clara: cómo fomentar el respeto y el conocimiento por las otras culturas sin caer por ello en un paralizador (o incluso retrógrado) relativismo cultural. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 4 20:59:26 CST 2005]

Hace unos días leí en la prensa que se acababa de publicar un estudio sobre el proceso mental de elección que revela lo sencillo que resulta manipular al ser humano. Al parecer, un grupo de científicos llevó a cabo una serie de experimentos que subrayan la inconsistencia de las decisiones humanas. Así, por ejemplo, observaron que era bien fácil convencer a los participantes en los experimentos de que habían tomado una decisión que, en realidad, era precisamente la opuesta de la que manifestaron en su momento. Quizás más preocupante aún sea el hecho de que, una vez convencidos de que sus preferencias eran lo que pretendían los entrevistadores, los sujetos no encontraron gran problema en justificar por qué habían preferido la opción como tal, a pesar de que en realidad nunca se habían decantado por ella. En otras palabras, que los científicos descubrieron una enorme capacidad para racionalizar decisiones que ni siquiera se habían tomado. Ni que decir tiene que todo esto tiene implicaciones bastante negativas sobre el paradigma político moderno en el que se sustenta nuestro propio sistema de democracia representativa pues, al fin y al cabo, si los sujetos son en buena parte incapaces de tomar decisiones basadas en criterios objetivos, ¿hasta qué punto puede sostenerse la entelequia del debate democrático? Se trata, hay que reconocerlo, de uno de los tabúes de la ciencia política de nuestro tiempo, pues desaparecida la base del pensamiento humanista sobre la que se sustenta el edificio entero de la sociedad moderna, la fachada del Estado democrático y social de Derecho comienza a caerse en pedazos. He ahí, precisamente, la amenaza principal del postmodernismo a ultranza que hemos visto extenderse durante las últimas dos o tres décadas. Si no acertamos a recuperar el discurso humanista, moderado y progresista que inspiró a la izquierda europea desde los albores de la Modernidad, lo único que podemos esperar es la paulatina desintegración de la sociedad del bienestar que construimos desde 1945. Se trata, he de decirlo, de una perspectiva que no me atrae para nada. {enlace a esta historia}