Reflexiones sobre la carta apostólica Patris Corde sobre San José
[Fri Mar 25 13:17:36 CDT 2022]

Mi hijo mayor, que se convirtió hace un par de años al catolicismo, compartió recientemente conmigo el enlace a la carta apostólica Patris Corde, que versa sobre la figura y la significación de San José en la tradición cristiana. El texto contiene, me parece, buenas reflexiones sobre virtudes como la ternura, el sentido de acogida, la vulnerabilidad (el Papa Francisco prefiere hablar de "debilidad", pero viene a ser más o menos lo mismo, creo), el amor y, sobre todo, como no podía ser menos en el caso de San José, la paternidad. En este sentido, son precisamente los últimos párrafos de la carta los que me parecen más relevantes:

Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.

La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración.

La paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos está siempre abierta a nuevos espacios. Cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad. Un padre que es consciente de que completa su acción educativa y de que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado. Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).

Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.

Creo que, independientemente de las creencias religiosas de cada cual, esas palabras son relevantes, correctas y sabias. De hecho, se aplican lo mismo al amor paternal que al filial o, por supuesto, al amor de pareja. De hecho, me recuerda bastante a la tesis principal de Erich Fromm en El arte de amar. {enlace a esta entrada}

Aprendiendo lo correcto de la persona incorrecta (o imperfecta)
[Tue Mar 15 11:31:04 CDT 2022]

Vivimos unos tiempos algo extraños, me parece. Promovemos una tolerancia amplísima pero, al mismo tiempo, exigimos una perfección moral casi perfecta. De ahí, creo, el éxito de lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación. Y, sin embargo, creo que haríamos bien en adoptar una actitud algo más humilde, menos exigente con los demás y con nosotros mismos, sin que por ello sea necesario abandonar el ímpetu de automejora. O, para explicarme quizá un poco mejor, como suelo defender: ni un extremo, ni el otro. Estoy convencido (y, si acaso, la edad no ha hecho sino afirmarme más en la convicción) de que casi siempre el camino correcto es el que evita los extremismos y apuesta por una posición intermedia. Me ha gustado, en este sentido, el artículo de Margaret Renkl titulado It’s Possible to Learn the Right Thing From the Wrong Person que publicara The New York Times ayer. Ahí van algunos párrafos que me parecen interesantes:

We don’t give robber barons like Henry Clay Frick a pass because they used their wealth to create important collections that live on beyond them, any more than we give Thomas More a pass for persecuting Protestants. But part of living comfortably in a complicated world means recognizing the complexity of human beings — their inscrutability, their ever-changing priorities, above all their capacity for self-contradiction. Much as we might prefer it to be otherwise, it is possible for a person to do unforgivable things and also things that are remarkably beautiful and good. We do human wisdom a great disservice when we expect it to be perfectly embodied in a flawed human being.

Perhaps even more important, we profoundly misunderstand the very nature of art when we think we know in advance what readers —or audience members or gallery visitors— will derive from it. Or, worse, when we presume to tell them what they should derive from it.

Whether it’s a painting or a film or a play or a dance or a poem or a novel or a sculpture or a symphony or any other artifact of creativity made by a restless, curious, questing human mind, a great work of art finds its completion in the restless, curious, questing mind of the person who encounters it. And there is no predicting how that act of transformation, that experience of utter intimacy, might unfold.

Great art of every kind allows people to place themselves, safely, into the larger world. It is transformative precisely because it is one way we come to understand our own part in the expansive, miraculous human story. A great work of art reminds us that our own lives, which too often feel small and insignificant, are part of a story that can be full of cruelty and suffering, yes, but that can also be astonishing. Very often it is magnificent.

When someone tells me that a book should no longer be read — or a film should no longer be screened or a painting hung or a play performed — because of some problematic history attached to the work or its creator, I think of the girl I was in 1980, discovering a truth I desperately needed to find, in just that moment, from a story that might or might not be true about a human being who might or might not be good. A human being who, I know now, was almost certainly both.

Nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos y a la sociedad en su conjunto exigiendo la perfección, exigiendo el comportamiento intachable. Como humanos, somos falibles y débiles. Sin embargo, parece que hemos sustituido el espíritu cruzado de las religiones de antaño por un nuevo espíritu guerrero basado en una fe secular. Me temo que ni lo uno ni lo otro acaban bien. {enlace a esta entrada}

¿Funcionan las precauciones para el COVID?
[Fri Mar 11 14:21:55 CST 2022]

Hace ya un par de días leí en la web del New York Times un artículo titulado Do Covid Precautions Work? que me pareció interesante por lo que supone de plantearse unos cuantos interrogantes sobre el asunto más allá del intercambio de eslóganes partidistas en que este asunto se ha convertido, al menos aquí en los EEUU. En particular, el autor se pregunta si la adopción de medidas sociales de precaución (esto es, el cierre de restaurantes y bares, la regulación del uso de mascarillas en lugares cerrados, etc.) tiene en realidad claros efectos positivos cuando estudiamos las estadísticas. Y, para sorpresa de muchos, la verdad es que no está nada claro. O, para explicarlo de otra manera, no hay evidencia empírica suficiente como para apoyar la afirmación de que dichas medidas hayan contribuido a mejorar la situación, aunque cueste trabajo creerlo. O, como reconoce el autor del artículo:

No single statistic offers a definitive answer. When I look at all the evidence, I emerge thinking that liberal areas probably had slightly lower Omicron infection rates than conservative areas. But it is difficult to be sure...

The lack of a clear pattern is itself striking. Remember, not only have Democratic voters been avoiding restaurants and wearing masks; they are also much more likely to be vaccinated and boosted (and vaccines substantially reduce the chances of infection). Combined, these factors seem as if they should have caused large differences in case rates.

They have not. And that they haven’t offers some clarity about the relative effectiveness of different Covid interventions.

Ahora bien, lo que sí parece probado que haya contribuido a aminorar el problema es la vacuna, aunque tampoco en el sentido de que haya eliminado la epidemia o que quienes se vacunaron hayan logrado evitar la enfermedad, sino algo mucho más humilde y prosaico: aunque hayan enfermado, los efectos han sido mucho menos graves en líneas generales (nótese el subrayado mío, pues también aquí hay numerosas excepciones individuales, cuidado). En definitiva, que, a pesar de tanto como hemos oído a unos y a otros apoderarse de "la ciencia" y "el pensamiento científico" para apoyar sus argumentos, lo cierto es que la evidencia empírica es bien modesta. ¡Qué lejos queda todo esto de la retórica grandilocuente y los agresivos discursos que venimos oyendo desde el principio de la pandemia! {enlace a esta entrada}