[Sat Jan 26 16:09:36 CST 2019]

Esta mañana, mientras leía un breve artículo de Juan Cruz explicando cómo algunos madrileños están redescubriendo el metro gracias a la huelga de taxistas, me encuentro con una reflexión que merece la pena destacar:

La huelga ha durado demasiado, se empezó a decir el segundo día; al menos, escribió Javier Solana en su red social, tendrían que haber arbitrado servicios mínimos. Al cuarto día de la huelga le escuché decir al escritor Jorge Díaz: "Imagínate que los enciclopedistas cortaran la M40 para protestar contra la Wikipedia". Preocupada por este oficio, una catalana de nombre Mónica me dijo: "¿Y si se manifestaran los periodistas porque lo digital los sacó del trabajo? ¡O los libreros!" Joan Gaspart, hombre muy pudiente que fue presidente del Barça, dejó dicho esta semana, agarrado a su maletita como si se la fueran a robar los habitantes del subterráneo, que viajar en metro "no es tan trágico".

Ya se sabe cómo son estas cosas. Cada cual cuenta la feria como le va. Y, desde luego, pasar por el trance de ver que la profesión de uno está a punto de desaparecer no es fácil. Sin embargo, tampoco está de más hacer un esfuerzo por ver las cosas con un poco de distancia. Se mire como se mire, ciertas tendencias sociales están aquí para quedarse. Parece obvio que la progresiva digitalización de nuestras vidas es una de estas tendencias y, por más que nos empeñemos, dudo mucho que logremos detenerla. Pero es que, además, hay que reconocer que a menudo debatimos sobre estos asuntos desde una perspectiva exageradamente corporativa, cada cual arrimando el ascua a su sardina profesional, por así decirlo. {enlace a esta entrada}

[Fri Jan 18 15:12:15 CST 2019]

Diario de Sevilla publica hoy un artículo de opinión firmado por Julián Aguilar García provocadoramente titulado Las puertas giratorias son buenas que definitivamente va a contracorriente de la opinión mayoritaria en la sociedad española, pero que no obstante (y precisamente por ello) merece la pena leer. Así, tras explicar rápidamente los argumentos esgrimidos contra el fenómeno, el autor escribe:

De otro lado, a nadie lo contratan para un puesto en que no pueda aportar nada. Sea conocimientos o contactos. Es una obviedad. Si un señor es un experto en nuevas tecnologías aplicadas a la agricultura, es nombrado alto cargo de la consejería para que ayude a modernizar el tejido agrícola andaluz, y tiempo después deja la consejería, ¿va montar una tienda de recuerdos para turistas o tiene sentido que trabajase en aquello en lo que es experto?

Debe impedirse que los políticos quieran "monetizar" su paso por la política de una manera espuria, ilegítima. O que un juez que ejerció función política quiera regresar a la judicatura, que debiera ser y parecer neutral. Pero es preferible que puedan los políticos ir a la vida civil a que se perpetúen al calor de la ubre pública por imposibilidad de hacer otra cosa. Si no, nadie que tenga una profesión razonablemente interesante y medianamente bien pagada va a querer ejercer una función pública, por temor a un imposible regreso a la normalidad y al estigma del paso por la política. Es una de las causas del bajo nivel medio de los políticos que padecemos.

Los presuntos damnificados del cambio deGobierno andaluz deben poder buscar un acomodo profesional por necesidad propia y por puro interés de la sociedad. La alternativa es que esos cesantes (releamos Miau, de Galdós) se resistan aún más a abandonar sus posiciones, impidiendo la hercúlea e imprescindible tarea de abrir ventanas, aligerar estructuras y auditar recorridos.

Suena razonable, pero nada popular. {enlace a esta entrada}

[Fri Jan 18 09:40:38 CST 2019]

Publica hoy El País un editorial sobre la encrucijada en que se encuentra la UE del que merece la pena subrayar, creo, el último párrafo:

Que los eslóganes de nuestros líderes políticos consistan en la preservación de las conquistas continentales antes que en la búsqueda de medidas realmente ambiciosas que apunten a un estadio mejor, dice mucho del momento que vivimos, una época líquida donde la percepción ciudadana vuelve a estar fuertemente marcada por el miedo y la inseguridad. Pero habla también de una falta de determinación a la hora de imaginar e inventar nuevos horizontes en la construcción del proyecto comunitario, que siempre se caracterizó por asumir riesgos con valentía. “Proteger” empieza a parecer una palabra fetiche, y de ella se sirven nuestros líderes para sus juegos retóricos, con el ánimo de preservar, dicen, aquello que constituye el núcleo duro de unos valores que merece la pena defender. No les falta razón y bien está que se diga, pero el duelo verbal con las fuerzas ultranacionalistas sigue revelando un ánimo puramente defensivo que difícilmente encaja con esa otra idea esgrimida por el presidente Sánchez: Europa fue siempre creadora de tendencias, y no una seguidora de modas. Y quizás sea tiempo de volver a nuestros clásicos, a la línea marcada por los padres fundadores, esa en la que la práctica del europeísmo era indesligable de una cultura intrínsecamente abierta y expansiva, y no una mera estrategia electoral que empieza a correr el riesgo de solidificarse en un estereotipo, sin más recorrido que la pura y nostálgica ensoñación retórica. No tiene por qué ser así, pero para evitarlo será necesario algo más de determinación.

El mismo editorial señala ya, creo, por dónde deben ir las líneas generales de una política de revitalización del proyecto de integración europea: el ejército europeo de que hablara Angela Merkel, las medidas para profundizar los mecanismos de integración fiscal que acompañen a la política monetaria común propuestas por Emmanuel Macron y, ahora, la reivindicación del antiguamente llamado pilar social por Pedro Sánchez. El problema, claro está, es saber (o poder) vender ese mensaje en un entorno nada propicio a la política en positivo. De un tiempo a esta parte, parece que lo único que un buen sector de la población está dispuesta a oír son propuestas aventuristas que vienen a socavar los cimientos mismos del sistema de libertades que construimos tras la Segunda Guerra Mundial. {enlace a esta entrada}

[Fri Jan 18 09:28:32 CST 2019]

El diario El País publicó ayer una breve noticia sobre Josef Perjell, el judío perteneciente a las Juventudes Hitlerianas que inspiró la película Europa, Europa en 1990. El texto contiene pasajes interesantísimos, como éste en el que explica lo peculiar de su posición entre las víctimas judías del nazismo:

Cuando terminó la guerra, el regreso a Salomón fue natural. Pasó dos años en Alemania hasta que en 1948 decidió emigrar a Israel, donde vive. “Oculté mi historia durante 40 años. No se lo conté a mi mujer ni a mis dos hijos. Pero tuvieron que operarme del corazón y antes decidí contarlo”. Pocos se lo echaron en cara: “Ni moderados ni ortodoxos”, dice. Le comprendieron y aún hoy le conocen bien en su país. “Alguno salió diciendo que antes se dejaba matar a llevar una cruz gamada. Es muy fácil pensar así cuando no corres peligro, pero si se hubieran puesto en mi lugar, ¿qué habrían hecho?”. Aun así, de alguna manera se siente extraño: “Cuando acudo a reuniones de supervivientes, me veo como un outsider. Yo no puedo compartir recuerdos de un campo de concentración con nadie, ninguna experiencia similar. Tampoco conozco a nadie que haya pasado por algo parecido, ni me invade el sentido de culpa del superviviente de los hornos que relataba Primo Levi. Creo que soy el único”.

Pero mucho más importante me parecen, sin lugar a dudas, sus palabras de advertencia sobre la actual ola de populismos de derecha radical en el mundo:

Hoy se considera libre de aquel delirio, aunque a veces su adiestramiento hitleriano le pese por dentro. “Incluso hoy, muy al fondo, noto restos de aquellos años. Escucho ecos del joven Josef”. Los suficientes como para preocuparse de las señales alarmantes que nota en Europa y por el mundo. “Existen muchas similitudes con aquella época. Los populismos apelan a la desesperación de la gente. También, al principio, la mayoría pensó que los seguidores de aquel excéntrico llamado Hitler nunca alcanzarían el poder. Lo consideraban como vemos a muchos líderes de extrema derecha hoy en el mundo, un loco. Y mire…”. Tampoco cree que la receta para combatirlo sea la ambigüedad. “Ni el centro. ¿Qué es el centro? Nada. Solo se puede combatir el fascismo desde un compromiso de izquierdas. Pero sin violencia".

Si acaso, yo añadiría tal vez que no se trata solamente de afrontar el nuevo peligro desde unos principios sólidos y claros evitando el recurso a la violencia, sino también haciendo uso de la tolerancia y el diálogo. Por desgracia, sucede demasiado a menudo que confundimos las convicciones profundas con los modales autoritarios, violentos e inmutables. Nada de ello, sin embargo, creo que contribuya a mejorar la situación. Tenemos que comprender, entre otras cosas, por qué tanta gente se siente atraída hacia este tipo de posiciones, y debemos hacerlo no desde la superioridad moral, sino desde la comprensión (sin que por ello debamos aceptar las posiciones). {enlace a esta entrada}

[Wed Jan 9 19:50:09 CST 2019]

El País publicó ayer un artículo de opinión firmado por Juan Jesús Aznarez titulado La atascada oposición venezolana que me gustó por su lucidez. Por desgracia, lo más común entre quienes escriben artículos de opinión política es decantarse por uno de los dos bandos en que suelen dividirlo todo, algo que jamás me ha gustado. Y el caso venezolano, justo es decirlo, se presta mucho a la simplificación, al trazo grueso que todo lo ve en blanco y negro. Si, en líneas generales, Chávez fue un demagogo, la verdad es que la oposición no ha sido mucho mejor. O, como comienza Aznarez su artículo:

"Qué culpa tiene el palo si salta el sapo y se ensarta", suele decirse en Venezuela cuando alguien es víctima de sus propios errores. La oposición arranca el nuevo año ensartada en su estrategia para derrocar a Maduro, que durante muchos años se basó en la violencia. Disipada la pólvora y el humo, se vio que detrás no había nada, ni un plan de gobierno alternativo, ni un programa para superar la crisis, ni nada que se parezca a una oferta política de largo alcance. Se ajustaron al manual insurreccional del teórico estadounidense Gene Sharp y creyeron que lo demás llegaría automáticamente.

Muchos no quieren verlo, pero la verdad es que, primero, la oposición venezolana no parece tener plan alguno más allá de derrocar al régimen chavista, cuya legitimidad nunca aceptó desde el primer día, quizá incluso por razones nada convincentes. En este sentido, uno no puede evitar la molesta sensación de que buena parte del anti-chavismo mantenía posiciones bien extremas debido más a un clasismo sin disimulo que a convicciones liberales y democráticas, como pretendían de cara a la galería. Pero es que, en segundo lugar, han recurrido con demasiada facilidad a tácticas de confrontación abiertamente violentas que difícilmente puede granjearles la etiqueta de demócratas. Y, por favor, que no se me malinterprete. De todo hay en la viña del Señor, por supuesto. La oposición, como el régimen mismo, es plural y aúna un buen número de corrientes, cada una con sus características propias. Me estoy limitando a señalar que, si bien es cierto que el chavismo tiene muchos elementos que debieran preocupar a cualquier espíritu democrático, lo mismo puede decirse, por desgracia, de la oposición.

Subscribo, por tanto, las palabras de Aznarez:

La insistencia opositora en presentar al Gobierno de Maduro como una tiranía ha tenido mucho más éxito fuera que dentro del país. Sin entrar en las causas de ese comportamiento, las clases populares se sienten agobiadas por las carencias económicas, pero no intimidadas o sometidas en el ámbito político. Así que arranca 2019 en Venezuela prácticamente sin oposición, con unos detractores del chavismo totalmente dispersos, incapaces de ceder en sus ambiciones particulares y unirse frente a un adversario común. Dependientes de las instrucciones que reciben de Washington y no cumplen, sin ideas claras, su credibilidad se agota incluso entre sus simpatizantes. No se vislumbra un futuro a corto plazo, ni quizás tampoco a medio, que les abra las puertas del Gobierno.

(...)

El maná petrolero permitió el masivo asistencialismo de Estado y los sucesivos triunfos electorales, pero cuando se hundieron los precios del crudo, la revolución bolivariana se apagó bajo la dirección de un hombre que ha demostrado más habilidad para sobrevivir que para gobernar.

La oposición deberá consensuar un programa capaz de convencer a las bases chavistas de que la alternancia en el palacio de Miraflores no llevará al revanchismo y a la relegación del pobre como sujeto de derecho, sino a la agrupación de fuerzas para crear riqueza y sacar a Venezuela del desgobierno, la usurpación de poderes, la corrupción y el éxodo.

La tarea no es fácil, desde luego. {enlace a esta entrada}