[Mon Jan 29 10:28:42 CET 2007]

Se mire como se mire, el ser humano suele ser reacio a los cambios, lo que quiere decir que, después de oponerse frontalmente a un determinado avance social, científico o incluso artístico, también es perfectamente capaz de defenderlo a capa y espada contra cualquier nuevo cambio, eso sí, una vez convertido en aleccionadora tradición. Aquí, en Sevilla, podemos ser testigos de este comportamiento casi a diario, cuando los adalides de la Sevilla de siempre alzan la voz contra los supuestamente arrogantes ataques de la imparable modernidad, reivindicando el deber a no construir jamás edifico alguno que supere a la Giralda en altitud de acuerdo a no sí qué tradición no escrita. En este sentido, somos expertos en zaherir a políticos, pensadores y arquitectos con alma modernizadora, mofándonos de su altanería y esparciendo comentarios satíricos sobre sus intenciones a los cuatro vientos, para cambiar de rumbo tan sólo unos años después y reivindicar hasta la muerte lo que no hacía tanto habíamos considerado poco menos que un pecado mortal. Pues bien, viene todo esto a cuento de un breve artículo publicado hoy en El País sobre el trigésimo aniversario de la inauguración del Centro Pompidou, más conocido como el Beaubourg, y que también desatara la polémica en la Francia de finales de los setenta. Algunos, como el diario izquierdista Libération, lo consideraban incluso "el último transatlántico de una cultura oficial a la deriva". Y no se crea que únicamente escandalizó el aspecto de refinería del edificio, sino que incluso se alzaron voces contra el carácter pluridisciplinar de su oferta museística o el hecho de que representara una clara aproximación al arte como ocio y consumo, permitiendo el libre acceso a sus tiendas o al restaurante sin necesidad de visitar las exposiciones. Como venía diciendo, que lo que ayer todos consideraban revolucionario hoy se ve más bien como tradición. Eso sí, no podemos decir que hayamos aprendido nada de la experiencia, y todavía atacamos sin pudor cualquier intento de cambiar las cosas. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 26 18:39:56 CET 2007]

El País publicó este pasado domingo una entrevista con el periodista Manu Leguineche que no me llamó tanto la atención por la entrevista en sí como por unas reflexiones al final del todo acerca de lo que algunos podrían considerar inexplicables predicciones de individuos como Jack Kerouac, Thomas Merton o Rafael Alberti sobre los atentados del 11 de septiembre. Así, al parecer, Kerouac escribió en su momento sobre "esos árabes que volarán Nueva York", y Alberti espetó en 1982, tras visitar las Torres Gemelas, que "algún día caerán abatidas por su misma vanidad". Pero, sin lugar a dudas, son las siguientes líneas escritas por Thomas Merton las que nos pueden parecer más intrigantes:

Cómo se han destruido,
cómo se han derrumbado
las grandes, imponentes torres de hielo y acero.
Fundidas por el terror,
luces y fuegos han desmembrado
las torres de plata y acero,
alcanzadas por el cielo vengador.
Las cenizas de las tres destruidas
se mezclan aún con las volutas de humoe
velando tus exequias en su bruma
y escriben su epitafio: "Ésta era una ciudad
que se vestía de billetes de banco".

Sorprendente, sobre todo para aquellas crédulas almas propensas a interpretarlo todo en clave de inspiraciones místicas y misterios. Tampoco se trata, la verdad sea dicha, de algo tan distinto a los famosos presagios de Nostradamus, tan oscuros y líricos como los que pueden leerse sobre estas líneas y, por consiguiente, tan vagos y abiertos a cualquier tipo de interpretación. En fin, que en un mundo tan inundado de textos y mensajes de todo tipo, tiene poco de extraño que siempre seamos capaces de encontrar algunos que parecen predecir el futuro. Se trata de un simple cálculo de probabilidades. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 26 13:07:29 CET 2007]

Salvador Pániker publica hoy en El País un artículo sobre laicismo y transcendencia del que muchos debieran tomar buena nota. Y, cuidado, porque al referirme a "muchos" estoy incluyendo tanto a dogmáticos de la fe empeñados en vendernos a todos la moto de la claridad moral como a laicistas intolerantes e incapaces de entender el concepto de transcendencia como algo más que un Dios de cartón-piedra. Son muchos, por desgracia, quienes aún no aciertan a ver en la experiencia religiosa más allá de los desmanes inquisitoriales y el fundamentalismo obcecado. Pániker nada sin duda contra corriente cuando comienza el artículo de la siguiente forma:

La tesis de este artículo es sencilla: en la actualidad, donde mejor puede prosperar el sentido de la transcendencia es en una sociedad plenamente secularizada. La idea es que si se alcanza realmente la libertad secular civilizada, surge espontáneamente la sacralidad del origen, que es también la transcendencia, lo "místico". Y atención, ya sé que hay personas —y de las intelectualmente más respetables— que en cuanto escuchan palabras como transcendencia y mística echan a correr. Pero ello se debe, ante todo, a un malentendido. Ha habido demasiada cantidad de charlatanes en este territorio. Digamos así que cuando hablo de transcendencia, para que nos hagamos una primera idea, me refiero, por ejemplo, a lo que uno siente escuchando una sonata de Bach, o perdiéndose en una noche de luna llena. Y cuando hablo de mística lo hago, ante todo, con un alcance experimental a la vez transpersonal y cotidiano. Para mí, la mística arranca de la capacidad de vivir aquí y ahora, de transcender el tiempo, de volcarse en algo que a uno le importe más que sí mismo, de sentir el mundo como la prolongación del propio cuerpo, y, en el límite, de vislumbrar la no-dualidad originaria previa a cualquier concepto.

La posición de Pániker es bastante similar a la que adoptaran en su momento los constitucionalistas norteamericanos: declarar una religión oficial del Estado no contribuye sino al descrédito de la Iglesia así oficializada, pues nada hay más nefasto que mezclar religión y poder, por lo que conviene que el Estado mantenga una posición neutral respecto al tema para que sea así la sociedad civil (es decir, todos y cada uno de los ciudadanos) quienes decidan cuáles son las creencias que mejor se ajustan a sus respectivas realidades. En definitiva, y al igual que sucede con el asunto de los derechos fundamentales, conviene adoptar una posición de respeto al individuo y sano escepticismo ante las reivindicaciones colectivas.

Los trogloditas de siempre, por supuesto, confundirán esto con ateísmo, o incluso indiferencia respecto al tema religioso. Y tampoco les falta parte de razón, pues son muchos hoy día quienes se parapetan tras un disfraz de laicismo para ocultar la más atroz indiferencia hacia la vieja cuestión sobre la existencia de Dios y, lo que me parece mucho peor, hacia todo lo relacionado con las facultades espirituales que forman parte de nuestra naturaleza. En este sentido, me parece evidente que lo que necesitan nuestros futuros ciudadanos no es tanto educación religiosa impartida por quienes la Iglesia tenga a bien escoger a dedo (quienes, por descontado, ejercerán más de propagandistas y voceros que como auténticos educadores) como una seria y rigurosa aproximación al fenómeno religioso en toda su complejidad (esto es, incluyendo el estudio no de ya de otras religiones con las que nuestros hijos no estén familiarizados, sino también de las posiciones ateas y agnósticas que hoy son raramente tratadas en las aulas con la seriedad que se merecen).

Cierra Pániker su artículo con las siguientes palabras:

Pienso, pues, que se avecinan unos tiempos en que la indispensable laicidad de la sociedad va a servir, entre otras cosas, como marco para una nueva creatividad numinosa que conduzca a una renovada vivencia de lo transcendente. Se descubrirá que el relativismo es resacralizador —despeja el inmenso hueco de la transcendencia—, y que no hace falta ninguna autoridad religiosa para preservar ese ámbito transcendente. Liberado el espacio de dogmas absolutos, queda franco el camino. Conduciendo las opciones hasta el límite, surge la paradoja de que Ciudad Secular y Ciudad Sagrada son el haz y el envés de la misma realidad. Quiere decirse que si la modernidad nos convirtió a todos en eunucos místicos, hoy, desde "la noche oscura" del relativismo postmoderno, podríamos estar recuperando la potencia perdida.

Peter Berger ha escrito que "si algo caracteriza a la modernidad es la pérdida del sentido de la transcendencia". Pues bien, aquí sostengo que la postmodernidad, precisamente desde la catarsis de su lúcido nihilismo, vuelve a abrirse a la transcendencia. Sostengo que, más allá de la pandemia de trivialidad que nos invade, el sentido de la transcendencia, lo mismo que el arte, no ha muerto, toda vez que se inscribe ya en nuestros genes. Sostengo que da un poco igual declararse ateo o creyente, que lo que cuenta es una buena paideia laica y, con ella, la recuperación de la potencia mística, el sentido de lo real. Consigamos que la sociedad genere ciudadanos responsables y solidarios, y ellos mismos descubrirán la transcendencia. O, mejor dicho, la transcendencia descenderá sobre ellos. De ahí que se me antojen inútiles las condenas al relativismo y a la religiosidad anárquica: precisamente la sociedad secularizada es la que mejor puede hacer brotar una transcendencia íntima, espontánea, experiemtnal. Donde cada cual sea el dueño y el autor de su propia música.

Cierto, Pániker lo pinta todo muy de color de rosa, pero creo que no le falta razón. Yo también soy optimista a largo plazo. Sin embargo, al contrario de lo que parece señ,alar Pániker, estoy convencido de que antes de que nazca lo nuevo tendremos que asistir a un doloroso parto en el que millones y millones de individuos se negarán a dejar ir las antiguas certidumbres, los antiguos dogmas que, al menos, dotaban a nuestras vidas de un significado simple y fácil de entender. Ése es, precisamente, el momento que estamos viviendo ahora. Ahí está precisamente, creo yo, la raíz última de los fundamentalismos de distinto pelaje, así como la reacción neoconservadora estadounidense o los llamamientos del Papa Benedicto XVI contra el relativismo moral. {enlace a esta historia}

[Tue Jan 16 12:23:37 CET 2007]

Hace apenas unos días escribía sobre la necesidad de autocrítica en el seno del Partido Socialista con respecto al fallido proceso de paz y, en ese mismo lugar, advertía que mis palabras se hacían extensivas también a la actitud de los dirigentes del PP respecto a la política antiterrorista. Pues bien, el debate parlamentario sobre el pacto contra ETA que tuvo lugar ayer ha dejado bien claro que, mientras Zapatero ha estado al menos dispuesto a reconocer algunos errores (como, por ejemplo, sus declaraciones abiertamente optimistas tan sólo menos de veinticuatro horas antes del atentado de Barajas), Rajoy continúa con su estrategia del sostenella y no enmendalla que viene aplicando hace ya tiempo. Como se indica en el editorial de El País hoy mismo:

El atentado de Barajas con el que ETA rompió el alto el fuego es un hecho que obliga a replantear teorías e hipótesis muy arraigadas en los partidos en materia antiterrorista, por razonables que en su momento las considerasen. Obliga al Gobierno a explicar no sólo que su optimismo era equivocado, como hizo Zapatero, sino las razones que le llevaron a no reaccionar frente a señales obvias que contradecían ese optimismo. Y obliga al principal partido de la oposición a reconocer que eran falsas sus acusaciones sobre las concesiones que el Gobierno ya había hecho a ETA.

No hubo ayer ni lo uno ni lo otro. Zapatero no dio una explicación de lo ocurrido, ni avanzó los criterios sobre los que, sobre la base de la experiencia, propone refundar la unidad contra ETA en el nuevo pacto multilateral que propuso. Y Rajoy no sólo no rectificó sus acusaciones, sino que las agravó con juicios de intenciones a voleo, incluyendo uno gravemente calumnioso que no rectificó cuando el presidente del Congreso le dio ocasión para hacerlo: que "si no hay bombas será porque ha cedido".

En otras palabras, que sigue el desencuentro de nuestros dos máximos líderes políticos, incapaces aún de mirarse a la cara y echarse una mano a pesar de todos los pesares. A tanto ha llegado la crispación (se trata, todo hay que decirlo, de una crispación más política que social, aunque poco a poco también parece que se vaya extendiendo por entre la ciudadanía de a pie) que Gobierno y opsición no aciertan a hacer causa común ni ante un atentado terrorista. No soy capaz de recordar otro desencuentro similar durante nuestros treinta años de democracia, y me niego a aceptar que la amplia mayoría de ciudadanos no reaccionen asqueados ante tamaño ejemplo de miopía política. Tal vez sea Juan Luis Cebrián quien mejor describa la situación ante la que nos encontramos en su artículo de opinión publicado hoy mismo en El País:

Al margen de logomaquias absurdas, como las que hemos conocido en torno al significado y pertinencia de las palabras "diálogo" o "libertad", lo que está planteado en estos momentos es el fracaso de la vía negociadora con ETA, aceptada por la mayoría de las fuerzas parlamentarias, para lograr que abandone las armas, y la existencia, o no, de una política alternativa que pueda obtener el mismo o parecido fin. También, y de paso, la lealtad de los partidos al marco constitucional y su voluntad de fortalecimiento de la democracia, por encima y al margen de las inevitables luchas de poder. El Gobierno y su presidente han transmitido, a lo largo de estas últimas semanas, una sensación de desconcierto muy perjudicial para el establecimiento de nuevas vías de acción en materia antiterrorista. El Partido Popular, por su parte, se ha visto enrocado en sus pronunciamientos a favor de una "política macho" sin matices, tendentes antes a desgastar a los socialistas que a solucionar el problema de fondo. No insistiré en el bochorno producido por la desunión de los demócratas frente a la amenaza etarra, exclusivamente imputable al PP en esta ocasión, ni en el regalo de Reyes que eso ha constituido para los integrantes de la banda. En ese sentido, el alcalde de Madrid va a tener que trabajar mucho para hacerse perdonar por sus electores moderados la ausencia en la manifestación del sábado pasado. Lo interesante ahora es saber si la derecha es capaz de sumarse a una estrategia antiterrorista común, aunque no sea exactamente la que ella propone, o prefiere encastillarse en su arrogancia perdedora. Pero también conviene que el Gobierno se apee de su política de aislar al PP, potenciando como hace sus perfiles extremistas, que le garantizarían una nueva derrota en las elecciones.

No puedo estar más de acuerdo con Cebrián. Gobierno y oposición debieran extraer las conclusiones pertinentes del fracaso del proceso que acabamos de vivir: primero, se pongan como se pongan los dirigentes populares, la empecinada realidad demuestra una y otra vez que cerca de 150.000 ciudadanos vascos simpatizan (por acción u omisión) con ETA, y no puede haber resolución alguna del conflicto sin su participación (en ese sentido, al menos, el problema vasco sí que tiene ciertas similitudes con el de Irlanda del Norte); segundo, tras el enorme error de cálculo cometido por ETA y que ha llevado a la ruptura de este último proceso de diálogo, ya no queda más remedio que exigir el abandono completo de la violencia a la izquierda abertzale (y esto incluye no sólo los atentados de ETA, sino también la llamada kale borroka) antes de aceptar sentarse a la mesa para discutir tema alguno; tercero, la resolución del conflicto solamente puede alcanzarse desde un amplio acuerdo que englobe a todas las fuerzas democráticas, incluyendo por supuesto a los nacionalistas vascos, lo cual apunta a un modelo algo alejado de la cruzada antinacionalista lanzada por Aznar con el último Pacto Antiterrorista, pero que también incluye por necesidad al PP como alternativa de gobierno que es; cuarto, un final dialogado implicará necesariamente en su momento que tengamos a asesinos caminando por las calles, pero es el precio a pagar para poner fin a décadas de sufrimiento; y, quinto, cualquier tipo de negociación política que se lleve a cabo no puede incluir de ninguna manera a la banda terrorista sentándose a la mesa en pie de igualdad con los legítimos representantes de los ciudadanos. No se me ocurre otra manera de salir de este atolladero. {enlace a esta historia}

[Mon Jan 15 12:37:23 CET 2007]

Leo hoy en la prensa que Alemania ha pedido que la negación del Holocausto sea castigada en toda la UE. Aún entendiendo las buenas intenciones de los representantes alemanes, me parece un error considerable. Las sociedades democráticas se caracterizan, precisamente, por su pulcro y absoluto respeto a las libertades de conciencia y expresión, y se fortalecen con un debate público vivo y diverso cuyos únicos límites han de estar situados en la apología directa de la violencia. A mi, como a mucha otra gente, el negacionismo me parece equivocado e incluso deshonesto. Sin embargo, sostengo inequívocamente que el lugar de combatirlo es el foro público de debate, y no las salas de justicia, que no harán sino hacer el juego a su falso victimismo. De la misma manera que la ejecución de Sadam seguramente no hará sino aumentar la división entre los iraquíes y hacer más difícil aún la consecución de una paz ya de por sí difícil, me temo que la consecuencia de medidas como la propuestas por Alemania no será sino precisamente el fortalecimiento de los mismos grupos extremistas que a casi todos nos gustaría ver desaparecer. Si a esto sumamos la tendencia cada vez más fuerte en ciertos países europeos a legislar sobre el pasado (el caso francés con su legislación recientemente aprobada por la Asamblea Nacional acerca del genocidio armenio es un buen ejemplo de esto), no tengo más remedio que verlo con cierta preocupación. Casi pareciera que los fundamentalistas vayan a salirse con la suya después de todo. Al menos, de momento, todo indica que son muchos quienes han dejado de tener fe en las bondades de la libertad y el concepto mismo de la sociedad abierta, lo cual me parece preocupante pues en este envite nos jugamos mucho más de lo que pensamos. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 12 11:23:36 CET 2007]

Leyendo un artículo de Félix de Azúa sobre los placeres de la música me encuentro con unas curiosas reflexiones acerca del estilo oratorio de algunos de nuestros políticos:

Que la música determina nuestras vidas incluso cuando creemos no estar oyendo nada, me parece evidente. Voy a permitirme un capricho melómano para celebrar el año nuevo y ya me perdonarán: hay algo arcaico, atávico, heroico, en el modo de hablar entrecortado, agujereado por silencios tensos, entonado perpetuamente en esdrújulas, del presidente del Gobierno. Es una música tan peculiar que se ha contagiado a la vicepresidenta, la cual habla cada vez de un modo más sincopado y espástico. El presidente, además, suele dar el compás con la mano derecha: arriba, abajo, arriba, abajo. También con la izquierda o con ambas, según sea la dinámica del discurso.

Ésta es una música que, como la de Wagner, carece de desarrollo lógico y aunque parece un flujo arrebatado es inmóvil. Su unidad no está construida según la armonía clásica sino mediante la técnica del leit motiv: la paz, la lí-bertad, la démo-cracia, la sóli-daridad. A veces el motivo se dobla: el pró-ceso depaz, la á-lianza de cí-vilizaciones. Entonces intervienen ambas manos, plum, plam, plim, plam. Como en los interminables monólogos de Wotan, el público escucha desconcertado tratando de encontrar un hilo racional, la consecuencia, la finalidad, pero no hay acción, no pasa nada, todo está detenido: los leitmotiv se suceden como una serie de carteles publicitarios sin evolución interna, como un conglomerado de imágenes, que era de lo que Adorno acusaba a Wagner.

El reproche es malévolo porque tanto Adorno como Nietzsche como Thomas Mann acusaron a Wagner de disfrazar mediante un discurso heroico de cartón piedra unas píldoras homeostáticas de voluptuosidad que sólo buscaban el escalofrío de las clases acomodadas. Este tipo de música no persigue el placer del entendimiento sino la pura emoción visceral. En consecuencia, los fieles se estremecen de gozo y los infieles se aburren como setas.

Muy distina era la música de Aznar, como es lógico. Aquel oratorio sacro cantado por un bajo profundo que proponía caminos de salvación en la lucha contra el paganismo y a favor del triunfo de Roma, se desarrollaba en un escenario barroco levemente tenebroso, sobre telones de oro con calaveras sonrientes y diversos comparsas llamados El Miércoles de Ceniza o La Venganza de Israel. El caso es que respondemos, lo queramos o no, a la música de los estadistas, a la opera buffa de Berlusconi, a la petite chanson de Ségolène, al Yellow submarine de Blair, a la estridente tenora de Carod, o al fastidioso solo de gaita, sin principio ni fin, de Fraga.

Tan a menudo he venido oyendo las críticas contra Zapatero acusándole de tener un discurso insustancial y puramente basado en la imagen, que no me queda más remedio que considerar la posibilidad de que pueda haber algo de razón en ello. Al fin y al cabo, tampoco parece sensato afirmar que dichas reflexiones provienen únicamente de la derecha de siempre, sobre todo cuando leemos argumentos similares en los escritos de personajes como Savater o Félix de Azúa, por no mencionar los continuos rumores de que incluso Felipe González y Alfonso Guerra comparten estas opiniones. Como decía, tal vez haya llegado el momento de hacer algo de autocrítica si no queremos que la derecha vuelva a ganar las próximas elecciones. Nada hay más descabellado que negarse a corregir los errores propios. {enlace a esta historia}

[Fri Jan 12 08:45:12 CET 2007]

Hacía tiempo que no reproducía aquí una viñeta de El Roto, pero no tengo más remedio que hacerlo con la publicada hoy por El País:

Me recuerda, por cierto, a una famosa cita de Ángel Ganivet en la que explicaba que el secular problema español no eran tanto las leyes, que se encontraban al mismo nivel que las de los otros países de nuestro entorno, sino el hecho de que no se cumplían. Nada más cierto, por desgracia, en esta España nuestra de principios del siglo XXI. Las leyes están ahí, e incluso bastante a menudo los reglamentos, disposiciones administrativas y hasta los presupuestos. Lo que suele faltar, por el contrario, es la colaboración ciudadana, el espíritu cívico. La culpa siempre es de los otros, sobre todo de las autoridades, de los políticos. Los españoles estamos acostumbrados a hacer al Gobierno de turno responsable último de todos los problemas, deshaciéndonos así de cualquier tipo de obligación moral por poner nada de nuestra parte. Del Estado providencial lo esperamos todo, del individuo nada. Algunos apuntan con el dedo acusador hacia las políticas de bienestar desarrolladas en Europa a partir de la Segunda Guerra Mundial. Yo, por el contrario, prefiero entender que ni socialdemócratas ni democristianos podrían haber desarrollado dichas políticas sin un sustrato cultural preexistente que se lo permitiera. La política, al fin y al cabo, es mucho menos poderosa de lo que pensamos y, lejos de los mitos heroicos sobre líderes de estatura cuasi bíblica capaces de guiar a sus pueblos hacia la tierra prometida, no puede llevar a cabo grandes obras sin la previa aquiescencia de súbditos o ciudadanos, sin una base cultural, económica y social sobre la que actuar. Así pues, en estos momentos la gran cuestión que se nos plantea es cómo lograr un mayor grado de responsabilidad individual sin socavar al mismo tiempo las bases mismas de nuestro Estado democrático y social de Derecho. Lo único que se me ocurre, en este sentido, es la actualización del espíritu cívico republicano de antaño. Ahora, otra cosa bien distinta es que éste pueda adaptarse sin problemas a las circunstancias sociales de una sociedad postindustrial, tecnológica y globalizada. Ahí está precisamente el reto. {enlace a esta historia}

[Wed Jan 10 18:56:16 CET 2007]

Saramago acaba de presentar su libro de memorias, y mientras leo la noticia me encuentro con un detalle sobre el escritor que desconocía por completo. Al parecer, y aunque empezó a publicar a los 25 años, estuvo casi veinte años sin escribir nada, y después entre 1966 y 1977 solamente publicó unos cuantos libros de poemas y algunas crónicas. Así pues, casi toda la obra de Saramago fue escrita cuando el autor contaba entre 60 y 84 años, lo cual viene a demostrar de forma fidedigna el tremendo error en que caemos a menudo al olvidar a quienes hoy preferimos llamar los mayores. Como bien afirma el propio Saramago:

¡Ojo con los viejos, que son capaces de hacer cosas que los jóvenes no hacen a veces!

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[Wed Jan 10 15:39:31 CET 2007]

Pocas cosas debe haber tan surrealistas como el reciente comunicado de ETA para justificar el atentado de Barajas. Si a alguien le hacían falta pruebas del grado de aislamiento y ombliguismo en el que se encuentra la izquierda abertzale, aquí las tiene. Que la banda terrorista haya decidido plantar la bomba en el aparcamiento del aeropuerto madrileño, culpe al Gobierno de la muerte de los dos ecuatorianos aplastados por los escombros y todavía tenga la desfachatez de reafirmar su deseo de continuar con el proceso de paz clama al cielo. Por si fuera poco, tienen además la desvergüenza de "denunciar" que no se desalojase el aparcamiento en el plazo de una hora y expresar su "más sincero pésame" a las víctimas (?) y sus familiares. En definitiva, que se trata de un texto salpicado de sandeces sobre las "cárceles de exterminio de España" (que yo sepa, son precisamente las víctimas de la particular justicia etarra quienes, tras sufrir interminables días de secuestro en un agujero en condiciones infrahumanas, son asesinados a sangre fría con un tiro en la nuca, por contraste con los presos etarras en las cárceles españolas) y llamamientos a que se reconozcan los "derechos de Euskal Herria" mientras ellos se pasan por la entrepierna los mucho más concretos derechos individuales de quienes desean vivir en un País Vasco en paz.

En este sentido, me parece bastante bueno el artículo de Fernando Savater publicado hoy en El País, titulado Los límites de la paz. De todos es sabido que Savater ha mantenido un claro escepticismo desde el mismísimo comienzo del proceso, lo cual es digno de encomio, habida cuenta su simpatía general por la izquierda moderada. Siempre conviene contar con analistas capaces de mantener un criterio independiente contra viento y marea, y Savater es claramente uno de ellos. Entre otras cosas, el filósofo afirma:

Y es que se está confundiendo desde comienzos del llamado "proceso" la paz con la tranquilidad. La paz es la Constitución, el Estado de derecho, los estatutos aprobados según las normas legales y los códigos penales y civiles que se aplican por igual a todos los ciudadnos españoles. Esa paz no pueden darla acuerdos subrepticios con los terroristas, ni con sus portavoces o servicios auxiliares ni con quienes se aprovechan del clima de intimidación para sacar adelante sus proyectos políticos presentados como derechos inamovibles e inalienables. Pero, en cambio, la tranquilidad (que viene de tranca, según nos decían de pequeños) sí es algo que los mafiosos pueden alterar o restituir. Lo que no tenemos desde hace décadas en el País Vasco es tranquilidad: y los más intranquilos de todos estamos quienes hemos luchado por mantener la paz y las libertades constitucionales. También en el resto de España el terrorismo ha sabido alterar criminalmente la tranquilidad de los ciudadanos, tomándoles como rehenes para conseguir sus objetivos en Euskadi. Y lo que ahora ETA y quienes la secundan han ofrecido desde un comienzo al Gobierno no es sino la restauración de la tranquilidad a cambio de modificar la paz constitucional al modo que a ellos les parezca más conveniente. Es decir, aumentando la hegemonía nacionalista y blindándola respecto a futuras intervenciones del Estado español, llámesele a eso independencia o de cualquier otra fórmula transitoria menos provocativa. Por ello tenía que haber una segunda mesa estrictamente política, en la cual figurarían los hasta ayer ilegales junto con los nacionalistas legales que han prosperado estos años bajo la sombra del terrorismo y también los no nacionaistas que allí firmarían su acatamiento al nuevo orden que les relegaba a un papel secundario... pero eso sí, mucho más tranquilo. Éste es el fondo del asunto y esto es lo que está en juego: sobre esto es sobre lo que se pretende que haya ese "diálogo" al cual los nacionalistas no quieren como es lógico renunciar (aunque bastantes de ellos deploren ahora los modos y al apresuramiento de los etarras, que pueden echarlo todo a perder con su exceso de celo: por eso dice Egibar que el ciclo de la violencia está "agotado").

(...)

Sí, hay que hacer algo, claro que hay que hacer algo. Por supuesto, recuperar el Pacto Antiterrorista, sobre todo en su preámbulo, que condenaba el nacionalismo obligatorio estilo Lizarra (luego plan Ibarretxe) como precio al cese del terror. Pero es hora de ir decididamente más allá. Del famoso "proceso" queda en pie una frease que Zapatero repitió varias veces: primero el final de la violencia, luego la política. A lo largo de todos estos años hemos intentado hacer política en el País Vasco a pesar de la violencia y de su permanente adulteración de la voluntad ciudadana intimidada. Pero puede que el Presidente tenga razón y que debamos tomar su fórmula al pie de la letra. Es hora de que los constitucionalistas nos neguemos a participar en el juego político mientras dure el terrorismo. No más elecciones, no más fingimiento de que se puede ser normal en plena anormalidad y de que quienes sacan ventaja de la situación la padecen tanto como sus víctimas directas. La autonomía no puede beneficiar sólo a unos, no es un derecho divino sin contrapartidas ni obligaciones con el Estado. Ya que tanto se invoca el caso irlandés en otras ocasiones, podemos recordar que Blair no ha vacilado en suspender la autonomía mientras no se daban las condiciones políticas y la aceptación de la legalidad necesarias para la convivencia. La pervivencia del terrorismo y de quienes no lo condenan (o lo apoyan) y lo rentabilizan crea una situación excepcional que es preciso encarar con medios políticos excepcionales si queremos alguna vez romper el círculo diabólico en el que estamos metidos. Me parece que todos los ciudadanos que no esperan ventajas directas o indirectas de la coacción etarra o de la subasta política de su liquidación condicional pueden comprender, aceptar y apoyar estas medidas clarificadoras.

Me parece excesiva (por no hablar de dudosamente constitucional) la sugerencia de que se suspenda la autonomía para el País Vasco hasta que se solucione el problema del terrorismo, por no hablar del hecho de que la consecuencia más probable de tal medida no fuera sino radicalizar aún más la situación y, casi con toda seguridad, volver a dividir a la población en los dos mismos campos irreconciliables en que los dividió la estrategia de Lizarra. Así pues, la sugerencia de Savater sería, me temo, un error colosal. No obstante, ello no quita para que tenga buena parte de razón en algunas de sus críticas a las posiciones mantenidas por el Gobierno de Zapatero sobre este tema. Parece evidente que ha llegado el momento de hacer algo de autocrítica. Pero cuidado con las acusaciones cruzadas en las que podemos caer. Autocrítica no equivale a humillación, y conviene no olvidar que el mismo comunicado de ETA acusa al Gobierno de establecer "como tope del proceso los límites de la Constitución española y de la legalidad", como no podía ser menos. A lo mejor también el PP tiene ciertos elementos aquí para ejercer la autocrítica. {enlace a esta historia}