Judicialización de la política y espectáculo mediático
[Fri Jan 24 11:37:13 CST 2020]

Esto de seguir la actualidad política y social de España desde la distancia tiene sus desventajas, pero también sus ventajas. Por ejemplo, me permite ver con claridad cómo ciertas tendencias van viajando lenta pero inexorablemente desde EEUU hacia allá. Una de esas tendencias es, me temo, la judicialización de la vida política. Y no me refiero únicamente al asunto catalán, que también, sino prácticamente a cualquier debate que aparece en la escena pública. De un tiempo a esta parte, en lugar de discutir y debatir, da la impresión de que nuestros políticos prefieren limitarse a llevar asuntos a los juzgados plantando denuncias contra sus oponentes cada vez que oyen algo que nos les gusta o les indigna (lo cual, dicho sea de paso, sucede cada vez con mayor frecuencia, pues al igual que el resto de la sociedad parecen mostrar bien poca capacidad para aceptar opiniones críticas y divergentes; todo se ve como una ofensa y un insulto). Viene todo esto a cuento de la noticia que leemos hoy en El País informándonos de que IU y Podemos se han querellado contra el eurodiputado de Vox, Hermann Tertsch, por "instigar un golpe de Estado"...desde Twitter. Si se tratase del Rey, del Presidente del Gobierno, o un militar destacado, pues a lo mejor tendría algo de sentido. Pero lo cierto es que no se trata de eso. Al contrario, se trata de un tertuliano metido a político que se hizo conocido durante años precisamente por su capacidad para iniciar polémicas. O, para explicarlo de otra manera, Tertsch vivía, como tantos otros "opinadores profesionales", de dar el espectáculo. Y ahora IU y Podemos le hacen el juego llevando el asunto a los juzgados. Pero que no se piense nadie que esto es patrimonio de la izquierda, no. Ni mucho menos. Vox, PP y Ciudadanos, cuando les parece bien, hacen precisamente lo mismo. Se trata, me temo, de otra de las características definitorias de esta cultura superficial e intranscendente que nos ha tocado vivir. {enlace a esta entrada}

Estoicismo contemporáneo
[Thu Jan 23 15:19:41 CST 2020]

Hace unos días me encontré en la web de El País con la transcripción de una charla con Massimo Pigliucci, conocido por sus libros sobre el estoicismo. Por aquí por los EEUU, al menos de un tiempo a esta parte (desde hace unos diez años, aproximadamente), parece que se está viviendo un resurgir de la antigua filosofía estoica entre ciertos sectores de la población. Se trata, por supuesto, de una versión puesta al día de aquella filosofía y, sobre todo, centrada en los aspectos éticos. Yo, por mi parte, también comencé a sentir atracción por el estoicismo (y, todo hay que decirlo, el budismo) hace unos ocho o nueve años cuando atravesé un momento de crisis personal devido a un divorcio tras casi veinte años de matrimonio, algo similar a lo que vivió el propio Pigliucci, parece. La verdad es que, como explica el italiano, el estoicismo tiene mucho que ofrecer en una cultura como la nuestra, caracterizada por cambios vertiginosos, inestabilidad y, sobre todo, una falta de referencias claras y sólidas. O, como dice Pigliucci en un momento dado, el estoicismo es algo así como un budismo mejor adaptado a nuestra civilización occidental. Tanto sus principios éticos fundamentales como sus prácticas pueden ayudarnos bastante en estos tiempos.

A continuación, el video con los momentos más destacados de la charla:

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Rescatar la palabra: política y lenguaje en la era de la posverdad
[Wed Jan 22 14:38:29 CST 2020]

El País publica hoy un artículo de opinión de Adela Cortina titulado Rescatar la palabra que merece la pena comentar aquí. La Catedrática de Ética y Filosofía Política (aún recuerdo con cariño un libro suyo sobre la Escuela de Frankfurt publicado por la editorial Cincel dentro de su colección de Historia de la Filosofía que leí cuando tenía unos 17 años) aprovecha la tribuna del principal diario del país para reivindicar el lenguaje y la comunicación como herramientas fundamentales para construir y sostener la democracia. Algo muy en la línea del filósofo alemán Habermas, a quien tanto admira.

Comienza Cortina por subrayar las características que debiera tener el lenguaje usado con una finalidad auténtica de comunicación:

Pero la palabra puesta en diálogo tiene por meta la comunicación entre las personas y para alcanzarla ha de tender un puente entre el hablante y el oyente, o los oyentes. Un puente que, según acreditadas teorías, exige aceptar cuatro pretensiones de validez que el hablante eleva en la dimensión pragmática del lenguaje, lo quiera o no. Son la inteligibilidad de lo que se dice, la veracidad del hablante, la verdad de lo afirmado y la justicia de las normas. Si esas pretensiones se adulteran, no hay palabra comunicativa ni auténtico diálogo, sino violencia por otros medios, violencia por medios verbales: discurso manipulador, discursos del odio, que dinamitan los puentes de la comunicación y hacen imposible la vida democrática.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, parece bien claro que el lenguaje ya no se ve como herramienta de comunicación, sino más bien como arma arrojadiza, como campo de batalla en el que combatir a los "enemigos". No tiene, pues, nada de extraño que se haya ido imponiendo, poco a poco, el reino de la llamada posverdad:

El mecanismo es sencillo. Se trata de diseñar un marco de valores, simple, esquemático, desde el que los oyentes puedan interpretar los acontecimientos y en el que sólo juegan dos equipos, nosotros y ellos. No importa si hay dos partidos políticos o 20.000 fragmentados, la ancestral contraposición amigo-enemigo sigue siendo rentable para dotar a la ciudadanía de una identidad, sea desde la presunta izquierda o desde la presunta derecha. La creciente polarización de la escena política y social hace que la competencia se exprese en emociones binarias de simpatía/antipatía ante discursos, conductas y símbolos, cuando el pluralismo político reclama, en palabras de Ignatieff, “respetar la diferencia entre un enemigo y un adversario. Un adversario es alguien al que quieres derrotar. Un enemigo es alguien al que tienes que destruir”. Concebir la política como el juego de la guerra entre enemigos irreconciliables, y con ello, a la polarización de la sociedad, es lo más contrario a la busca del bien común, que es la meta por la que la política cobra legitimidad.

A todo ello se añade desde hace algún tiempo la profusión de prácticas que defienden la legitimidad de utilizar en el debate público términos con significantes ambiguos o vacíos, pero con una connotación positiva para la ciudadanía; significantes que permiten construir identidades con narrativas emocionalmente atractivas, aunque nada tengan que ver con los hechos. Se apela entonces a palabras biensonantes como “democracia”, “progreso”, “patria” o “soberanía”, que despiertan sentimientos positivos, pero a las que se ha vaciado de contenido, por eso se pueden utilizar en un sentido u otro según convenga. ¿Qué relación guarda todo esto con la veracidad y la verdad, propias del buen diálogo?

Nótese —me interesa subrayar esto— cómo Cortina advierte que estas estrategias se están aplicando tanto desde la derecha como desde la izquierda. Lo digo porque a menudo da la impresión de que las críticas hacia la posverdad se han ido sumando al acerbo cultural de la izquierda, que viene a identificarlas de manera casi automática con Donald Trump y el populismo de derechas. Cierto, Trump y sus adláteres han sabido usar estos mecanismos para sacarle mucho rédito electoral, pero la izquierda lleva también mucho tiempo haciendo uso de este tipo de trucos que no hacen sino destruir el lenguaje mismo, es decir, como bien afirma Cortina, la misma herramienta que puede venir a solucionar los problemas que tenemos planteados. Ya que estamos hablando de filosofía, aunque no lo parezca, el problema de fondo nació con el abandono de la tradición ilustrada que puso los cimientos de la democracia liberal que todos disfrutamos. Primero, la izquierda postmoderna se revolvió contra la Ilustración y usó el lenguaje como arma de combate para todo tipo de movimientos políticamente correctos. Y, después, la derecha hizo lo propio imponiendo sus criterios de patria y tradición para desechar cualquier tipo de diálogo con los "traidores". Y en esas estamos. {enlace a esta entrada}

Cultura de la ofensa y lo políticamente correcto
[Mon Jan 13 13:22:06 CST 2020]

El País publica hoy un editorial sobre lo políticamente correcto que podría subscribir sin problemas:

(...) La vida pública se ha ido deteriorando en España. La polarización favorece la descalificación del adversario, los insultos son cada vez más frecuentes, el estilo bronco ha tomado de nuevo las instituciones. Las sesiones recientes en el Parlamento han dado la medida de ese tono agrio que puede marcar la política durante los próximos meses. La extraña paradoja es que unas maneras más propias de una banda de maleantes que de los llamados a discutir las leyes convive con una actitud de una parte de la sociedad extremadamente sensible ante la menor alusión a asuntos que tienen por intocables. Sentirse ofendido es una actitud que se está imponiendo, y crece el número de aspectos que no pueden ser sometidos a la menor crítica. Así, el estilo patibulario de algunos políticos coexiste con la piel fina de esos sectores que no toleran el menor cuestionamiento de sus principios, sus rasgos identitarios, sus cuestiones de fe. La vida pública se parece entonces a un patio de parvulario, donde junto al grupito de los matones hay un coro cada vez más amplio que musita quejas y se desgarra las vestiduras. Ambos extremos se alimentan mutuamente en una espiral creciente que amenaza con dejar fuera de juego actitudes menos exacerbadas.

La corrección política llegó como una respuesta necesaria a las maneras de cuantos en el poder desprecian, humillan o señalan a las minorías y a los sectores postergados: por su género, el color de su piel, su lugar de origen, su condición sexual. Su beligerancia sirvió para desenmascarar las maniobras de dominio. Con el tiempo, sin embargo, la corrección política ha ido también radicalizándose hasta el punto de adquirir la consistencia de un fundamentalismo laico, que se acerca a posiciones de carácter religioso que no aceptan el menor desliz respecto de sus discursos monolíticos, y donde procuran encontrar también sitio los que se proclaman guardianes de la Constitución. La victimización se eleva ahí a categoría, y se reducen esas zonas porosas donde hay margen para el entendimiento, espacio para el diálogo y el debate con el otro, y que propician la ironía y la autocrítica.

Como tantas otras veces, lo que me parece correcto es mantener una posición de equilibrio, no necesariamente equidistante, pero sí centrada y razonable. {enlace a esta entrada}

Plagios... ¿el fin de una era, quizás?
[Thu Jan 9 15:25:54 CST 2020]

Leyendo un artículo en El País sobre canciones plagiadas se me occurre que quizá los pensadores postmodernos lleven algo de razón al afirmar que ya está todo inventado y, de un tiempo a esta parte, solo queda recomponer y recombinar lo ya inventado de distintas maneras. Entiéndaseme bien: hay, por supuesto, plagios obvios que saltan a la vista. No se trata de eso. Lo que me pregunto es si quizá hayamos llegado a tal nivel de riqueza material y de información que sea sencillamente imposible crear nada completamente nuevo y original. Mejor aún, me parece legítimo preguntarse si tal vez el concepto romántico de creación que continuamos manejando está completamente anticuado y debiéramos desecharlo en favor de un concepto bastante más relativizado. Bien pudiera ser que, en realidad, la creación no sea sino un proceso colectivo, en lugar de tratarse de la expresión individual que hemos asumido durante los últimos cuatro o cinco siglos. Son cuestiones, creo, que merece la pena plantearse. {enlace a esta entrada}

Primer gobierno de coalición desde la restauración de la democracia
[Tue Jan 7 10:02:18 CST 2020]

Bueno, parece que el larguísimo parto finalmente ha dado sus frutos y ya tenemos nuevo Gobierno. No solo eso sino que, además, se trata del primer Gobierno de coalición desde que se restauró la democracia en nuestro país. Aunque los gobiernos de coalición son bien normales en el resto de Europa, por nuestros lares no veíamos uno desde la Segunda República. Y éste, hay que reconocerlo, da la impresión de que es bien frágil y no durará mucho. En fin, el tiempo dirá. De los comentarios que se leen y se oyen me quedo, como de costumbre, con las sensatas reflexiones de Iñaki Gabilondo:

Para resumir: en primer lugar, un Gobierno parcheado con apoyos parlamentarios de lo más variopinto y elegido por una diferencia de tan solo dos votos no parece desde luego muy sólido (de hecho, me sorprendería si no volvemos a tener elecciones en un año o dos, a lo sumo); segundo, la actitud del PP y Ciudadanos (la de Vox era de esperar) sorprende precisamente por el populismo demagógico contra el que a menudo claman, al menos retóricamente, desde la tribuna; tercero, la situación en Cataluña se ha podrido hasta tal punto que cuesta trabajo pensar en una solución siquiera a medio plazo, pero parece obvio que, cuando menos, merece la pena dar una oportunidad a la salida negociada, por más que trinen los políticos de la derecha (por cierto, los mismos, precisamente, que hicieron bien poco para evitar el problema cuando estaban en el Gobierno, en primer lugar); y, por último, la dialéctica patriota-traidor en la que entró la derecha (PP, Ciudadanos y Vox, los tres) hace ya un tiempo no presagia nada bueno porque ese tipo de táctica divisiva nunca ha conducido históricamente a ningún buen puerto. En fin, habrá que conceder un periodo de gracia al nuevo Gobierno para ver qué va haciendo. {enlace a esta entrada}