La progresiva desaparición de la clase media
[Mon Jul 18 17:02:04 CDT 2022]

No hace tanto tiempo, durante mi juventud, recuerdo haber oído numerosas voces señalando que la prueba más fehaciente del erróneo análisis del capitalismo realizado por Marx era el hecho de que su tan cacareada proletarización jamás tuvo lugar. Más bien al contrario, se nos decía, la clase media se había expandido y consolidado, trayendo consigo una clara estabilización de la democracia parlamentaria y moderando los sistemas de partido en los países desarrollados. Y, la verdad sea dicha, no les faltaba razón del todo, al menos mientras duró el llamado consenso de posguerra. El problema, claro, es que la derecha neoliberal, sintiéndose segura ante el retroceso del comunismo internacional que ya se observaba bien a las claras hacia mediados y finales de la década de los setenta, lanzó su ofensiva con Margaret Thatcher y Ronald Reagan aplicando las recetas de la Escuela de Chicago y, a partir de ahí, el resto es historia. El consenso que había dominado nuestra realidad política, social y económica durante varias decadas se hizo añicos de manera lenta pero inexorable entre la década de los ochenta y la crisis financiera de 2008. Y, a partir de ahí, el auge del poulismo erosionó la poca credibilidad que le quedaban a las fuerzas políticas de centro-derecha y centro-izquierda, además de afectar negativamente a la fe en las instituciones en general. El caso es que, de una u otra forma, al menos desde esa crisis del 2008, asistimos a la progresiva desaparición de la clase media en nuestras economías desarrolladas o, cuando menos, a una evidente crisis de identidad de la misma. ¿Las razones? No hay que esforzarse mucho para verlo. Pero, por si fuera necesario, Ezra Klein lo explica claramente con unas cuantas cifras en las páginas del New York Times en un artículo de opinión titulado Why a Middle-Class Lifestyle Remains Out of Reach for So Many:

The numbers are startling. The median home price in 1950 was 2.2 times the average annual income; by 2020, it was six times average annual income. Child care costs grew by about 2,000 percent — yes, you read that right — between 1972 and 2007. Family premiums for employer-based health insurance jumped by 47 percent between 2011 and 2021, and deductibles and out-of-pocket costs shot up by almost 70 percent. The average price for brand-name drugs on Medicare Part D rose by 236 percent between 2009 and 2018. Between 1980 and 2018, the average cost of an undergraduate education rose by 169 percent. I could keep going.

We papered over the affordability crisis with low prices for consumer goods, soaring asset values that kept richer Americans happy, subsidies for some Americans at certain times and mountains of debt: housing debt and student-loan debt and medical debt that kept the working class semi-afloat. But none of this addressed the core problem. For far too long, the prices of the things we need most have been growing far faster than inflation.

And so a weird economy emerged, in which a secure, middle-class lifestyle receded for many, but the material trappings of middle-class success became affordable to most. In the 1960s, it was possible to attend a four-year college debt-free, but impossible to purchase a flat-screen television. By the 2020s, the reality was close to the reverse.

La realidad en otros países no es tan distinta. Hace unos minutos leí en algún otro sitio que, en España, quien tenga un salario bruto (¡bruto!) de 20.000 euros al año pertenece al 50% más rico de la población. No hace falta reflexionar mucho para darse cuenta de que la situación no contribuye mucho a la estabilidad de ningún tipo. Y, si encima tenemos en cuenta que aparte de esta crisis, tenemos entre manos variadas crisis en todas y cada una de las otras áreas de la vida social y política, parece evidente que nos esperan años duros. {enlace a esta entrada}

Izquierda, instituciones, nueva política y nuevas tecnologías
[Tue Jul 5 10:53:42 CDT 2022]

Leí recientemente un artículo de Albert Recio sobre el movimiento vecinal y los problemas de la izquierda publica en la web de Mientras tanto que merece la pena traer a colación aquí por un par de reflexiones que me parecen importantes:

Para una fuerza política que aspire a transformaciones profundas, potenciar esta amplia base social es una tarea imprescindible, pero al mismo tiempo complicada. De entrada, la presencia en las instituciones requiere de un enorme esfuerzo orientado a conseguir representación institucional, a saber moverse en las propias instituciones y, muchas veces, a negociar o compartir poder con fuerzas con las que hay enormes diferencias. Es un trabajo que muchas veces agota las capacidades humanas y materiales de la propia organización. Además, lo que se puede conseguir en las instituciones casi siempre está lejos de las expectativas de las bases. Hay obstáculos de muchos tipos que frenan los cambios: limitaciones jurídicas, la presión de los lobbies capitalistas, las inercias de los empleados públicos y, también, las obsesiones de los políticos, que no siempre coinciden con la opinión de sus movimientos sociales afines (a veces también porque las reivindicaciones no tienen en cuenta las complicaciones del tema). Para un político que ha conseguido aprobar una reforma después de arduas negociaciones, en las que ha tenido que renunciar a bastantes cosas y superar obstáculos, el resultado es un triunfo. Pero su base social puede verlo como un fracaso parcial (y siempre hay candidatos dispuestos a explotar al máximo las diferencias entre la aspiración y el resultado). El político institucional que espera el aplauso se frustra cuando obtiene una respuesta tibia o cuando directamente es criticado. Que en estos contextos se generen dinámicas de desencuentro es bastante habitual. Si son puntuales tienen poco recorrido, pero por acumulación acaban generando numerosas tensiones y distanciamientos.

En la experiencia de la nueva izquierda hay además una cuestión nueva. La fascinación de los políticos jóvenes por las nuevas tecnologías de la comunicación, por los sistemas de votación plebiscitaria, combinada con desdén o ignorancia hacia los movimientos organizados, algo reforzado en parte por la buena fe de pensar que la participación organizada excluye a demasiada gente. Este ha sido un punto de fricción persistente entre las políticas municipales de participación y los movimientos vecinales tradicionales. Para mí este constituye uno de los peores errores de las nuevas políticas en un doble sentido. En primer lugar, el no entender la importancia de la organización, especialmente entre los grupos sociales más desfavorecidos, y pasar por alto que en muchos casos los grupos organizados tienen una larga experiencia de cooperación y trabajo conjunto que hace que sus propuestas ya hayan recogido muchos puntos de vista diferentes. La segunda es que un modelo plebiscitario, de voto en la red, es poco —por decirlo suavemente— reflexivo. No hay deliberación en el mero voto, sino simplemente la expresión de un punto de vista particular gestado no se sabe cómo. Y estos defectos, que no generan confianza ni buena elaboración política, se contradicen con la evidencia de la sobrerrepresentación de los intereses empresariales en numerosas instancias y con la patente actuación de los lobbies económicos mediante una y mil vías.

Estoy de acuerdo con ambas consideraciones. La primera porque subraya las dificultades de hacer política real en las instituciones, algo que va mucho más allá de la mera reivindicación. Guste o no, la acción política es siempre imperfecta. Requiere diálogo y compromiso. Ha de actuar sobre la realidad que tenemos, en lugar de la que nos gustaría tener. La segunda porque las nuevas generaciones, creo, pecan de un exceso de ingenuidad en el uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales que son, a mi parecer, incapaces de crear lazos profundos y duraderos además de estar, como explica Recio, claramente mediatizadas por los intereses empresariales de las grandes multinacionales. {enlace a esta entrada}