[Sun Nov 22 15:34:23 CET 2009]

Leo en El País la noticia del respaldo a la gestión de Rosa Díez al frente de UPyD durante la celebración del primer congreso de dicha fuerza política, y no me queda más remedio que retractarme públicamente con respecto a las afirmaciones que he hecho en el pasado sobre la falta de democracia interna en UPyD. Me mantengo en el análisis de que, al menos de momento, continúa siendo una fuerza demasiado centrada en el liderazgo fuertemente personalista de Rosa Díez (por cierto, que a lo mejor convendría plantearse cómo es que los partidos centristas españoles suelen pecar siempre de un personalismo excesivo, pues se trataba también de un problema que afectaba al CDS y acabó por llevarlo a su desaparición después del retiro de Adolfo Suárez), pero ya no tengo tan claro que la dirección esté aplicando métodos autoritarios. Los comentarios del periodista de El País me parecen bien elocuentes:

La jornada inaugural dio dos pistas para calcular el peso de ese sector crítico: en la votación de la Mesa ganó la lista oficial por 287 votos (79%) frente a 80 de la lista alternativa (21%). Y el informe de gestión presentado por Díez recibió 341 papeletas a favor (77,3%), 57 en contra (13%) y 43 abstenciones (9,7%).

Pero la votación definitiva es la que se cierra esta noche [por la noche del sábado, 21]: 4,781 afiliados —de un total de 6.000— elegirán el nuevo Consejo de Dirección. Lo harán por voto electrónico y secreto y deberán optar entre dos listas: la oficial de Díez y la del empresario Valia Merino, que acusa a la diputada de gestionar UPyD con modos "totalitarios".

Me duele decir esto, pero parece evidente que el nivel de democracia interna en UPyD supera el existente tanto en el PP como en el PSOE, donde lo más normal es votar una lista única, como en los antiguos congresos de los partidos comunistas del Este de Europa. Es más, ni en el PP ni en el PSOE pueden votar todos los militantes de forma individual y secreta a la nueva dirección del partido, sino que se hace siempre a través de métodos indirectos. De hecho, ignoro cómo funcione el PP a este respecto, pero en el caso del PSOE se establecen dos niveles de "filtro", pues en las Agrupaciones Locales se deben elegir primero los delegados para el Congreso Provincial, donde después se elegirán los que irán al Congreso Regional donde, a su vez, elegirán a los delegados del Congreso Federal. O, lo que es lo mismo, que la democracia es bastante indirecta y pasa por numerosos filtros en los que pueden "depurarse" posiciones y actitudes fácilmente. Podremos pensar lo que queramos de UPyD, pero al menos en este aspecto son consecuentes con sus discursos sobre la democracia interna en los partidos políticos. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 20 18:19:41 CET 2009]

No me gusta nada la ligereza con que nuestros medios de comunicación tratan las noticias sobre conflictos en los centros escolares. Suelen hacerlo desde una perspectiva simplificadora, populista y demagoga. Por ejemplo, el diario Público nos informa hoy sobre un profesor contra el que han interpuesto una denuncia "por castigar a una alumna que no hizo los deberes". Si uno se queda ahí y sólo lee el titular, no queda más remedio que llevarse las manos a la cabeza, por supuesto. Parece, a simple vista, desproporcionado llevar a un profesor a juicio por algo tan simple. "¿Cuál es la alternativa, dejar que los alumnos hagan lo que quieran y ni siquiera esforzarse porque entiendan el concepto de disciplina y trabajo?", pensarán algunos. Y tienen toda la razón del mundo, por supuesto. Después tenemos el punto de vista del padre de la alumna, quien afirma que el castigo "le produjo tal humillación que terminó vomitando y fue obligada a recogerlo". Esto ya cambia las cosas un poco. Cuesta trabajo creer, la verdad sea dicha, que una chica vomite porque ha sido castigada. Pero, se piense lo que se piense al respecto, el hecho de que el profesor la obligara a recoger el vómito (se supone que, también, como castigo) cambia las cosas un poco. Eso sí que suena ya a un abuso de autoridad (abuso, por cierto, al que el titular ni siquiera hace mención, dejando entrever que se lleva al profesor a juicio por el mero hecho de "castigar a una alumna que no hizo los deberes", lo cual no es completamente cierto). Pero, en cualquier caso, más importante aún me parece plantearse en qué consistía el castigo y si de verdad se piensa que va a contribuir a mejorar el comportamiento de la chica. Según se explica en la noticia, consistía en "hacerle copiar cien veces una frase". Y ahí sí que tengo algo que decir, pues me apena que a estas alturas del siglo XXI se sigan aplicando en nuestro país los mismos castigos que en el siglo XIX, siguiendo al pie de la letra la máxima aquella de que "la letra con sangre entra". Parece que no hemos avanzado mucho en más de cien años, por lo menos en lo que respecta a este asunto. Son demasiados los profesores que continúan teniendo un concepto autoritario de su rol en la clase. Para ellos, el respeto consiste en obedecer las órdenes del profesor sin rechistar. En otras palabras, que el respeto solamente se aplica en un sentido: el alumno ha de respetar al profesor, y no a la inversa. Aunque cueste trabajo creer, no son pocos los profesores que todavía insultan a sus alumnos frente al resto de la clase, les ofendern e injurian, se mofan de ellos, les gritan y... a continuación les exigen "respeto". En fin, que entre esto y el uso y abuso del dichoso libro de texto para organizar las clases, aún parece que nos encontramos en pleno siglo XIX. Una auténtica pena, sobre todo porquue el mundo sigue avanzando... aunque sea sin nosotros. Más vale que nos vayamos poniendo las pilas. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 20 16:37:23 CET 2009]

Según leo en El País, se está celebrando en Madrid la Semana Marañón, dedicada a la figura de Gregorio marañón, conocido y reputado doctor e intelectual español de clara adscripción humanista y liberal (liberal de la tradición de Azaña y Ortega, que no del liberalismo dogmático y evangelizador que pusieran de moda Margaret Thatcher, Ronald Reagan y la Escuela de Chicago). Pero si saco esta noticia a colación es porque me ha gustado mucho la siguiente cita suya:

Ser liberal consiste en, primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios.

Como decía, tiene bien poco que ver con Thatcher, Reagan y demás visionarios del liberalismo que surgieron a finales de los setenta, por no hablar de la hornada de neoconservadores que aparecieron bajo el protector manto de George W. Bush y que únicamente se han aprovechado de la buena imagen de que gozaba el liberalismo nuevamente para justificar sus desmanes neocolonialistas. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 18 13:16:27 CET 2009]

Pocas cosas hay tan tristes como acercarse por la sede central de uno de nuestros partidos políticos mayoritarios y observar la presencia de individuos pululando por sus alrededores como cuervos a la espera de que caigan las migajas del poder. Quien esté involucrado políticamente sabrá a qué me refiero. No se trata de la actividad lógica y normal en una sede, con personas entrando y saliendo, conversaciones antes de la despedida, etc. No, no se trata de eso. Me estoy refiriendo a la presencia, si no constante sí que desde luego regular, de oportunistas sin oficio ni beneficio conocido que se limitan a hacer acto de presencia para mostrar bien a las claras su apoyo a quienquiera que se encuentre en la dirección en esos momentos y, por supuesto, esperan obtener algún beneficio (un carguito aquí, un puesto de trabajo allá) a cambio de su "fidelidad". Se trata de un comportamiento que no he visto en Irlanda, ni tampoco en los EEUU. No se trata de que en ninguno de estos dos países haya personas que hayan hecho carrera de la política, por supuesto. Pero sí que parece claro que en esos otros países la condición sine qua non para labrarse un futuro en la política no consiste en mendigar por los alrededores del poder, como sucede aquí. La diferencia, en realidad, está en la naturaleza bien distinta de lo que denomina como "carrera política" en un país y otro. La amplia mayoría de los políticos irlandeses o estadounidenses han desempeñado una profesión con anterioridad a incorporarse al mundo de la política. Tienen historia y carrera, al margen de lo que deparen las urnas. Por el contrario, en España tenemos demasiadas personas que vienen trabajando en esto desde que eran bastante jóvenes y, sencillamente, no tienen currículum más allá de la militancia en un partido político determinado, por lo que no pueden permitirse el lujo de sostener posiciones auténticamente independientes. Y así nos va, claro. La democracia interna en nuestros partidos políticos brilla por su ausencia. En lugar de corrientes de opinión, tenemos "clanes" y "familias" (esto es, grupos de interés). Poco tiene de extraño, a la vista de todo esto, que la amplia mayoría de ciudadanos sienta bien poco respeto por nuestros políticos. La profesionalización ha pasado a interpretarse no como cobrar un salario decente a cambio de la dedicación a tiempo completo, sino más bien como la oportunidad de empezar a trabajar en algo relacionado con el partido en que uno milita y continuar ahí hasta que llegue la hora de la jubilación, sin jamás haber tenido la experiencia de lanzarse al mismo mercado laboral que el resto de ciudadanos. ¿Cómo puede sorprendernos que los medios de comunicación hablen de la clase política (y hasta de la casta política) y los ciudadanos lo acepten como una etiqueta acertada?

¿Qué podemos hacer, pues? De nada valen, creo yo, los periódicos llamamientos a la renovación de las estructuras partidarias si nunca se llega más allá de las palabras en tal o cual congreso. Pero es que, además, estoy convencido de que hacemos mal en confiarlo todo a la inspiración ética de la dirección de turno, la que supuestamente vendrá a limpiarlo todo. No se trata de eso, me parece. Urge una reforma estructural impuesta desde los poderes del Estado que, por tanto, no dependa de las decisiones de las cúpulas de los partidos. Sencillamente, se hace bien difícil reformar nuestros partidos si, para conseguirlo, es necesario primero llegar a su dirección usando precisamente los mismos métodos que se quieren erradicar. De hecho, se me antoja poco menos que imposible. Por consiguiente, no se me ocurre otra salida que la reforma profunda de nuestro sistema electoral para evitar la vergonzosa compraventa de puestos en las listas al tiempo que la imposición de unas prácticas auténticamente democráticas por parte del poder judicial. Asimismo, podemos llevar a cabo estas reformas desde ahora mismo, desde dentro de las instituciones y en forma compatible con el marco constitucional presente, o, por el contrario, podemos esperar a que el sistema se pudra del todo, comience a venirse abajo y no tengamos entonces más remedio que proceder a su reparación, como sucediera en Italia a mediados de los noventa. Y ya sabemos todos en qué ha quedado aquella operación de renovación a la italiana: siguiendo la máxima de Lampedusa, todo cambió para que todo siguiera igual. A mí, desde luego, no me cabe duda alguna de que el descontento se está generalizando entre la ciudadanía. Me parece mucho más sabio actuar ahora que esperar a que se derrumbe todo el edificio. Nos ahorraría más de un disgusto, por no hablar de las improvisaciones que veríamos si optamos por sentarnos y esperar. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 16 13:10:30 CET 2009]

Quienes me conocen saben que no me atrae nada la perspectiva de un sistema político bipartidista. Me parece demasiado empobrecedor y simplista. Sencillamente, no proporciona los mecanismos para llevar la diversidad de la sociedad española a las instituciones democráticas, por lo que me temo que a la larga no conduciría sino a un mayor grado de indiferencia hacia la democracia y sus mecanismos. Por el contrario, he manifestado en diversas ocasiones mi convenicmiento de que en nuestro sistema de partidos es necesario contar, al menos, con dos partidos más de implantación nacional que tengan cierta presencia en el Parlamento: un partido de centro, que pueda ejercer de bisagra en aquellas ocasiones en las que sea necesario sin que los partidos mayoritarios tengan la obligación de venderse al mejor postor nacionalista (de hecho, la presencia de un partido de centro capaz de llegar a acuerdos con el partido del Gobierno para alcanzar mayorías suficientes en el Congreso podría acabar por moderar las tentaciones centrífugas de PNV y CiU) y un partido a la izquierda de los socialistas. Éste último, sencillamente, porque no queda más remedio que aceptar la evidencia de que la sociedad española, al contrario que otras de nuestro contexto, está levemente escorada hacia la izquierda, lo que significa que los sectores que se encuentran a la izquierda del PSOE aún cuentan con cierta fortaleza y, en consecuencia, debieran también estar representados en el Parlamento en su medida justa. Que quede bien claro: no se trata de hacer justicia, sino de asegurarse de que el arco parlamentario refleje lo mejor posible la realidad social y política que se vive de puertas afuera, lo cual debiera ser, me parece, la prioridad de cualquier demócrata.

Teniendo todo esto en cuenta, entra dentro de lo lógico asumir que la aparición de UPyD en nuestro sistema de partidos debiera haberme alegrado, independientemente de mi mayor o menor grado de aceptación de sus programas y propuestas. Después de todo, milito en el PSOE, partido del que he sido bien simpatizante o bien militante durante la mayor parte de mi vida. Sin embargo, aunque en un principio me pareció positiva la presencia de UPyD en el arco parlamentario, ahora no me queda más remedio que repetir las famosas palabras que Ortega y Gasset, firme defensor de la instauración de una república en nuestro país, dijera allá por 1931 ante el cariz que estaba tomando la situación durante la Segunda República: "no era esto, no era esto". Y es que, como bien indica el diario Público en su edición de hoy, UPyD parece estar apostando por el españolismo como seña de identidad. Ni siquiera voy a entrar en los modales ciertamente autoritarios de su líder, Rosa Díez, ni tampoco en las claras contradicciones en las que cae al predicar una democratización de los partidos políticos que es, sin lugar a dudas, necesaria, pero que ella no se atreve a aplicar en su propio partido, no vaya a ser que se le vayan las cosas de las manos. Rosa Díez, parece bien claro, pertenence a la vieja guardia de nuestra clase política, por más que se haya cambiado de partido y use un discurso en teoría transparente, abierto y democratizador. Pero no es eso lo que me preocupa ahora, sino la deriva populista e incluso parcialmente anti-constitucional en la que ha ido entrando UPyD de un tiempo a esta parte con su discurso sobre el Estado de las Autonomías. Se puede pensar lo que se quiera sobre el tema de las autonomías, pero culparlas de todo lo que no funciona y apostar sin pensárselo dos veces por el recorte de sus competencias me parece de lo más irresponsable que uno pueda echarse en cara. De los tres graves problemas que tenía planteados nuestro país desde principios del siglo XX (el problema militar, el religioso y el de la vertebración del Estado), nuestra democracia actual parece que ha solucionado el primero, ha parcheado el segundo y, en líneas generales, ha ofrecido una respuesta nueva y original al tercero. Pues bien, la UPyD de Rosa Díez parece empeñada en reabrir las heridas y volver a crear un problema mayor del que viene a solucionar. Porque, ¿es que alguien duda que el recorte de competencias de las autonomías que exigen desde UPyD no haría sino desatar las iras de los nacionalismos moderados y volver a plantear un problema que, al menos en parte, estaba ya bajo control? Por supuesto que el Estado de las Autonomías tiene sus más y sus menos. ¿Es que hay alguna otra forma de vertebración estatal que no lo tenga? ¿Es que acaso los líderes de UPyD son tan inocentes que de verdad piensan que re-centralizando el Estado van a poner fin a los conflictos con los nacionalismos? ¿Pero en qué país viven estos señores?

Como decía más arriba: no era esto, no era esto. Lo que hacía falta en nuestro sistema de partidos era una fuerza similar al CDS de antaño, no una amalgama de españolistas gritones lanzando soflamas populistas contra todo lo que se mueve. Mucho me temo que si, como todo parece indicar, UPyD va ganando adeptos, acabe por remover las aguas tanto con su populismo barato que dé pie al surgimiento de una extrema derecha potente en nuestro país. Y cuidado, porque no estoy diciendo con esto que considere a UPyD como una fuerza de la extrema derecha, como afirman algunos. Nada de eso. Pero sí estoy diciendo que el populismo españolista que ellos está alimentando bien puede acabar haciéndole el juego a la extrema derecha. Esperemos que me equivoque. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 11 16:54:17 CET 2009]

Hace ya un par de días que leímos las conclusiones de una encuesta encargada por el diario Público en el que los ciudadanos suspenden tanto a Zapatero como a Rajoy, entre otras cosas. La misma encuesta dejaba entrever un claro aumento de la abstención, una subida de UPyD gracias al tirón de Rosa Díaz (la única portavoz de un grupo político que se acerca siquiera al aprobado), el desacuerdo generalizado con la gestión del partido de Gobierno y del de la oposición, amén de otros detalles sumamente preocupantes para cualquiera que esté interesado en la estabilidad de nuestro sistema democrático. Cierto, todo esto tiene poco de extraño teniendo en cuenta la situación de severa crisis económica en que nos movemos. Basta echarle un simple vistazo a las crifras del paro. No obstante, a veces me temo que quienes estamos implicado en esto de la política (aunque no sea profesionalmente, al menos en mi caso) somos demasiado rápidos a la hora de achacárselo todo a la crisis. Se mire como se mire, sin los escándalos de corrupción, el constante tira y afloja entre los líderes de los partidos mayoritarios (casi siempre basado, eso sí, en argumentos ad hominem, meros insultos y reproches, críticas contradictorias y en ocasiones hasta manifiestas hipocresías) y, en general, la estulticia de quienes nos dirigen, la cosa seguiría estando mal, pero quizá no tan mal. De hecho, hace poco menos de un mes ya advertía en estas mismas páginas de la deriva que podían tomar las cosas si los dirigentes del PP no tomaban medida alguna para poner fin a la corrupción en sus propias filas y los socialistas no dejaban de aprovecharse de las malas noticias para lanzar puyas al contario. Es lo malo del bipartidismo, que no puede evitar hundirse en la simplista zafiedad del y tú peor. Lo viví durante muchos años en EEUU. No veo porqué la cosa deba ser diferente por estos lares.

En fin, el análisis de José Luis Zárraga en el mismo diario Público (no he podido encontarlo en su edición digital) pone el dedo en la llaga:

Esta situación expresa una censura generalizada y un distanciamiento de la política que se traduce también en una fuerte caída de las intenciones de voto declaradas. Hace un año, ya en cotas de participación política bastante bajas, la proporción de electores que declaraban intención de abstenerse (o votar en blanco) era del 15%; hoy esta proporción ha subido cuatro puntos, hasta casi el 20%. Hay que tener en cuenta que los abstencinistas declarados son siempre muchos menos que los efectivos, y en las encuestas la intención de abstención normalmente no supera el 10%, aunque luego la abstención real triplique esa cifra.

En las estimaciones sobre tendencias de voto, la participación baja y los votos huyen de los principales partidos. Aunque el PP conserve, e incluso supere, el porcentaje de voto que obtuvo en las pasadas Elecciones Generales, lo consigue con menos votos. Y, por su parte, el PSOE pierde diez puntos porcentuales y más de dos millones de votantes. Estos dos partidos que representan las dos alternativas reales de gobierno sumaban en las elecciones últimas casi un 84% del voto válido; en las tendencias actuales sus votos sólo representarían un 77%; el voto que no se queda en la abstención tiende a huir a los partidos minoritarios, no tanto por su atractivo —del que no hay indicios— como por la repulsión que sufre ante los partidos principales.

Por si fuera poco, la misma encuesta descubre también que la intención declarada de voto al PP en Andalucía se encuentra tres puntos porcentuales por encima de la del PSOE, lo cual, de llegar a confirmarse en las urnas, sin duda estremecería las bases mismas de nuestra sociología electoral. Los socialistas han podido contar con Andalucía como fiel granero electoral desde los inicios de la reciente andadura democrática, de la misma forma que el PP sabía que podía contar casi siempre con un mayor núero de votos en Galicia, Castilla-León o Navarra. El desgaste del PSOE en Andalucía tendría, sin embargo, un gran impacto político, puesto que en estos momentos los socialistas parecen estar perdiendo también el apoyo de la mayoría de los ciudadanos castellano-manchegos, lo cual les dejaría prácticamente sin granero alguno, con la salvedad quizá de Extremadura. Como digo, las consecuencias de esto podían hacerse sentir durante una década o más en nuestro sistema político. No hace falta ser un Merlín para darse cuenta de que la sociedad española ha ido virando lentamente hacia la derecha en los últimos quince años. De confirmarse una victoria del PP en as próximas elecciones generales (sobre todo si dicha victoria viene acompañada con un triunfo, aunque sólo sea limitado y con una duración de un mandato), me parece razonable plantearse la perspectiva de una década de hegemonía liberal-conservadora en la que nos tocaría a los socialistas reconstruir una alternativa seria de gobierno. Me gustaría equivocarme, pero me temo que el cuadro que aquí dibujo tiene bastantes probabilidades de tomar forma en los próximos años. Ya veremos. {enlace a esta historia}