Hace poco más de una hora escribía sobre el respeto que me
merecían las palabras de Zapatero reconociendo un par de errores que
cometió durante la legislatura que acaba de concluir y hacía
hincapié en el hecho de que parecía ser una autocrítica
sincera, en lugar de limitarse a simularla echando balones fuera y culpando
realmente al adversario de todos los males. Pues bien, ahora leo que también Rajoy ha hecho un reconocimiento público de errores y ha
caído, precisamente, en la vileza a la que me refería. El
líder de la oposición ha tenido la desfachatez de reconocer
como único error propio en estos cuatro años el no haber sido
capaz de convencer a Zapatero de que estaba equivocado. En otras palabras,
como advertía, que en lugar de reconocer error alguno, se limita a
lanzar otro dardo envenenado a su oponente. Lo siento, pero no demuestra
ni clase, ni sinceridad, ni honestidad intelectual. O eso o ha llegado a
tales niveles de mesianismo y sectarismo que, simplemente, es incapaz de
concebir que haya podido equivocarse en nada. No quiero creer esto
último. Rajoy me parece demasiado sensato para ello.
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[Fri Dec 28 17:00:23 CET 2007]
Leo en La Vanguardia que Miquel Iceta, portavoz del PSC, ha afirmado que dentro
del PSOE "no hay demasiados federalistas" y no puedo evitar la
sensación de que quizá el problema no sea tanto la ausencia de
federalistas dentro del PSOE como el concepto que cada uno tenga de lo que
pueda ser federalismo. Me explico: ¿sabemos si Iceta está
hablando de federalismo simétrico, que es el único que
yo conozco en la práctica?. Hasta el momento, nacionalistas
catalanes de diverso pelaje (es decir, tanto los simpatizantes de CiU como
los de ERC) parecen haber apostado por lo que ellos denominan federalismo
asimétrico, que no consiste sino en certificar (y ocultar) el
tan manido hecho diferencial bajo el manto (supuestamente progresista)
del federalismo. Y es que en este asunto uno siempre tiene la sensación
de que le están intentando dar gato por liebre, la verdad sea dicha.
Basta que alguien declare su fe en el federalismo para que alguien alce
la voz desde las filas del catalanismo político o cultural intentando
cerciorarse de que dicho federalismo implica un trato de favor hacia el
terruño de sus amores. En consecuencia, no creo justo que nadie nos
pueda culpar al sospechar que tras estos llamamientos al federalismo
supuestamente "puro" o "verdadero" realmente se esconde la intención de
vendernos la moto de un tratamiento discriminatorio a favor de ciertas
nacionalidades históricas. Con ello, volvemos a lo que ya
he comentado en estas páginas en alguna que otra ocasión: los
nacionalistas parecen estar más preocupados por superar al vecino en
el número de competencias que por el contenido positivo de las mismas.
El caso es hacerle la puñeta al vecino.
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[Fri Dec 28 16:15:56 CET 2007]
Volvemos al tema del anti-tecnologismo hispano. Esta mañana, repasando
las noticias, me encuentro con un breve
artículo titulado Aute, una vida sin móvil ni ordenador
cuyo objetivo final no acierto a descrifrar del todo. A lo mejor es mi
naturaleza algo sospechosa, pero creo notar en el texto, como suele suceder
casi siempre en estos casos, un cierto tono romántico y humanista en
el viejo sentido del término (esto es, cuasi medieval, más
propio de la realidad social de hace cuatro siglos que de la que vivimos hoy
en día), una idealización idiótica del buen salvaje a la
que somos muy dados por estos pagos. La tecnología no es,
ciertamente, de uso obligatorio. Pero tampoco alcanzo a ver por qué
extraña regla de tres pueden pensar algunos que negarse a usarla,
reconocer que uno no toca ningún aparato "porque me asustan", pueda
representar un mayor apego por "lo natural" o "lo auténticamente
humano". A lo mejor es que soy un poco denso, pero es que no entiendo
la ecuación. Y, sin embargo, uno la ve constantemente reflejada en los
medios de comunicación. Después nos preguntaremos por qué
hay tan poca innovación tecnológica en España,
por qué tenemos unos índices tan bajos de productividad o por
qué
nuestros
científicos más jóvenes se marchan al extranjero.
Sueño con el día en que, en lugar de ver a Aute o Ronaldinho
como modelos, nuestros niños admiren a científicos y
programadores.
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[Fri Dec 28 15:49:04 CET 2007]
Resulta refrescante leer que todo
un Presidente del Gobierno es capaz de reconocer algunos errores en su
gestión. Desde luego, si mal no recuerdo,
debe tratarse de algo inédito en nuestro país. Y tampoco se
trata del consabido reconocimiento de errores simulado del tipo "mi mayor
error fue no darme cuenta de las malas intenciones del adversario" o "me
equivoqué al calcular la enorme resistencia al progreso entre los
ciudadanos" que tan a menudo se oyen. En este caso Zapatero ha reconocido
sin tapujos dos errores claros y contundentes: ponerle fecha a la llegada del
AVE a Barcelona y, mucho más importante si cabe, pronosticar el fin de
ETA mediante la afirmación de que la paz estaba más cerca.
Como es obvio, reconocidos esos dos errores, el Presidente pasó a hacer
un largo listado de lo que considera como logros de su gestión: el
compromiso cumplido de retirar las tropas de Irak, los avances en las
políticas sociales, el incremento de las pensiones y el salario
mínimo, las mayores inversiones en educación e innovación,
etc. En fin, que todo esto ya se puede discutir, pero al menos hay que
reconocerle el mérito de haber reconocido públicamente algunos
errores. ¡A lo mejor resulta que de verdad somos parte de Europa!
{enlace a esta historia}
[Wed Dec 26 10:44:23 CET 2007]
Aunque no estemos acostumbrados a la idea por estos pagos (¿acaso lo
están en cualquier otro sitio?), no es posible contar con una democracia
sólida y sana si nunca mostramos la disposición a oír los
razonamientos de quienes no piensan como nosotros. Creo haber escrito ya
en algún otro sitio que una de las tendencias que más me
preocupa de este mundo hiper-mediatizado en que vivimos no es tanto el
individualismo exacerbado que algunos creen ver tras todos los problemas
sociales, sino más bien la progresiva tendencia a aislarnos mediante
el recurso consciente de recurrir únicamente a los medios de
comunicación y opiniones que nos son afines. Sencillamente, hemos
llegado al punto en que no nos informamos sobre los asuntos públicos
o sobre política, sino que nos limitamos a consumirlas como si se
tratara de un entretenimiento más. Como es obvio, este proceso de
simplificación de lo político y su reducción a mero
espectáculo lleva aparejado algunas consecuencias que me parecen
nefastas: en primer lugar, el hecho de que cada vez más ciudadanos se
sientan alejados del gran debate político, convertido meramente en un
pim-pam-pum partidista, en un mero combate de boxeo entre dos púgiles
en el que nos va bien poco (salvo que uno haya hecho apuestas, por supuesto);
en segundo lugar, la ausencia de retroalimentación en el sistema, pues
con el paso del ciudadano a mero espectador no hay forma de que la tan
denostada clase política llegue jamás a conocer
cuáles son las necesidades y preocupaciones a pie de calle; y,
finalmente, como decía, el hecho de que el debate sobre la cosa
pública se empobrece y queda limitado a meras campañas de
marketing, eslóganes, monólogos y votaciones del
candidato con mejor imagen. ¿Pero a cuento de qué viene todo
esto? Pues bien, se trata únicamente de unas cuantas reflexiones que
se me ocurrieron tras la lectura de una columna antiabortista escrita por
Juan Manuel de Prada y recientemente publicada por ABC que, se
piense lo que se piense sobre el asunto, debiera tenerse en cuenta antes de
llegar a conclusión alguna:
En su afán por no mirar el rostro del otro, el progre ha desarrollado
una suerte de antropología bizantina que hace depender la
condición humana de una vida gestante de su tamaño, de su
viabilidad, de las semanas de gestación, etcétera. El progre
nos quiere hacer creer que un feto de diez semanas no merece protección
jurídica porque no puede desarrollar una vida independiente de su
madre. Pero la inviolabilidad de la vida humana en modo alguno depende de
que sea viable por sí misma; más bien al contrario, una vida se
torna más valiosa cuando más desvalida se halla, cuando
más reclama nuestra ayuda para seguir existiendo, cuando carece de poder
y de voz para defenderse. La inviolabilidad de la vida depende, en fin, de
nuestra decisión de mirarla de frente, reconociendo en ella una
dignidad inalienable. La vida humana no es intangible por el mero hecho
de que pueda desarrollar una existencia autónoma: un anciano aquejado
de demencia senil o un paralítico amarrado a su silla de ruedas
tampoco pueden vivir por sí mismos; y, sin embargo, no se nos
ocurriría pensar que por ello carecen de dignidad (aunque la
filantropía progre ya se relame con la idea de darles matarile).
Naturalmente, para alcanzar a ver la dignidad de una vida gestante, hay que
mirarla a través de los ojos del corazón, allá donde
reside nuestra libertad para elegir el bien o el mal. Y como el progre
rehúye las decisiones morales, como ni siquiera acepta que existan
bien y mal, recurre al fisiologismo más mostrenco y dictamina: una
vida gestante no es vida, puesto que no tiene rostro. Y puesto que no tiene
rostro, no puede ser sujeto, sino objeto del que puedo disponer libremente,
objeto que puedo destruir llegado el caso.
Pero el progre, decíamos antes, necesita disfrazas su cinismo de
filantropía. Y para justificar la matanza de vidas gestantes necesita
invocar derechos. El progresismo es una máquina de hacer derechos
como hurros; basta con girar el manubrio y arrimar la sartén. Y
así, el progre se saca de su manga de filántropo el "derecho
al aborto": la mujer tiene derecho a decidir sobre su calidad de vida; la
sociedad tiene derecho a desembarazarse de niños indeseados para
garantizar a los ciudadanos altas cotas de bienestar, etcétera.
El progre disfraza de derechos lo que no son sino expresiones del
interés más descarnado y egoísta; y, en esta labor de
camuflaje, no tiene empacho en negarle la dignidad a la vida, mientras esa
vida no tenga rostro. Pero de la mirada que dirigimos a esas vidas sin
rostro depende nuestra propia dignidad: cuando las tratamos como objetos de
los que podemos disponer a nuestro libre antojo, estamos negando su dignidad,
pero también la nuestra. Estamos, sencillamente, dejando de ser
humanos.
Dejemos a un lado, por el momento, el hecho de que De Prada únicamente
lanza dardos contra "el progre" (así de genérico y ambiguo; no
tal o cual "progre", sino "el progre"), con todo lo que ello suele conllevar
de simplificaciones y extrapolaciones interesadas. Se trata de un recurso
retórico de sobras conocido: simplifiquemos el punto de vista del
oponente, construyamos un espantapájaros que malamente sintetice sus
ideas para, a continuación, pasar a criticar no sus opiniones, sino el
ridículo oponente imaginario que nos hemos construido nosotros mismos.
Nótese, además, que todo parece indicar que De Prada cae en el
maniqueísmo simplificador de señalar siempre los errores del
adversario pero nunca los propios (subrayo lo de "parece" porque solamente
llevo leyendo sus columnas unas cuantas semanas, pero cualquier observador
mínimamente imparcial habrá de concederme que mientras no
desperdicia oportunidad alguna para lanzar dardos contra "el progre" la
verdad es que no parece tan preocupado en señalar los excesos verbales
y de comportamiento de "el facha", que parecen brillar por ausencia en su
columna). Asimismo, ignoremos afirmaciones rallanas en lo insultante, como
la que establece que "el progre" está deseando "dar matarile" a los
parapléjicos sentados en sus sillas de ruedas. No me parece que sea
la mejor forma de fomentar un debate profundo, respetuoso y responsable sobre
el tema del aborto. Sea como fuere, y como indicaba al principio, creo que
De Prada usa unos argumentos sólidos que merece la pena considerar,
independientemente de la opinión que cada cual tenga al respecto. Yo,
quede claro, soy partidario de una ley de plazos que venga a clarificar el
asunto y a acabar con el agujero legal que representa la admisión del
aborto por razones psíquicas sin por ello dejar sin efecto lo que ha
venido en llamarse derecho al aborto.
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Como se puede observar, la climatología de Minnesota en esta
época del año no se anda con chiquitas. La imagen inicial, en
la que un libro se suicida tirándose al río helado desde el
puente no tiene desperdicio.
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Cuando oigo decir a alguien con convicción de alma salvadora que
nunca la educación había ido tan mal en España
(¡entonces sí que estudiábamos... y qué bien
sabían los huevos fritos!) sacaría la pistola, pero no puedo.
Precisamente Unamuno, que tenía la virtud de obligar a desenfundar el
arma al mismísimo Millán Astray cada vez que abría la
boca, se había lamentado a finales del siglo XIX de que la frase "el
saber no ocupa lugar" sólo ha encubierto ignorantes. "Sí, el
saber ocupa lugar, ¡vaya si lo ocupa!", escribió. Así,
con ese candor de desconocer que un siglo más tarde el saber
seguiría sin ocupar lugar alguno, se expresaba el viejo profesor.
Acabo de leerlo por casualidad en el tomo VIII de sus Obras Completas
(editadas por la Biblioteca Castro) que han llegado a esta redacción.
Después de muchas páginas, Unamuno llega a una conclusión:
"La base de todo radica en esto: no se cree en la enseñanza", ni
siquiera los que más la preconizan. "Es un tópico, un lugar
común de nuestra retórica, más o menos regeneradora",
añade. "Hambre de cultura la sienten muy pocos", continuará.
Propondrá, hace nada más y nada menos que un siglo, combatir el
"fetichismo progresista y el escolástico". ¿Pero qué
nos pasa, doctor?, preguntaría Woody Allen. Responde Unamuno:
"Aquí, donde ha habido tanto comentarista de teología, no
hemos tenido ni un solo teólogo genial".
Lo de combatir el "fetichismo progresista y el escolástico" no tiene
precio. Como bien dice Calderón, se aplica a nuestra realidad
contemporánea un siglo después de que lo escribiera Unamuno,
que ya es decir. Por cierto, que también comparto la afirmación
que hace al principio de su columna: nuestro sistema educativo tiene problemas,
desde luego, pero afirmar que la educación nunca había estado
tan mal en España sólo demuestra mala fe o ignorancia. Las
collejas, insultos y falta de respeto por el prójimo que hoy aparecen
en los medios de comunicación existían igualmente entonces,
aunque nadie las llamaba "acoso escolar" ni se preocupaba de ellas; las
clases de música e inglés no las conocí yo hasta sexto
de EGB, a pesar de estar enrolado en una escuela privada; y la Educación
Física se limitaba a echarse al campo y pegar patadas a un
balón. Por favor, seamos mínimamente honestos.
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[Tue Dec 18 13:14:59 CET 2007]
Vaya, vaya, vaya. Como ya he comentado al menos en un par de ocasiones este
mes, parece que estamos cerrando el año con una buena cantidad de
tropelías, inconsistencias y estupideces varias. No me queda
más remedio que calificar la última que —por el momento,
sólo por el momento— ha llamado mi atención como
sarcasmo involuntario. Y es que hay que tener cachazas para llamarse
Fidel
Castro y afirmar que uno no se "aferra" a sus cargos. El buen mozo lleva
ya en el gran sillón cubano la friolera de 48 años. ¡Menos
mal que no le tiene apego!
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No he podido evitar una sonrisa al leer la noticia, publicada por La Vanguardia, de
que Manuel Fraga está a punto de sacar a la luz un diccionario
político donde repasa a las figuras políticas españolas
de los últimos tiempos. Lo que me pareció simpático
no fue, por supuesto, que un político con la experiencia y la
inteligencia de Fraga publicara un libro de esta naturaleza, sino más
bien el inconsistente sectarismo conservador que deja entrever en algunos de
sus juicios. En concreto, que afirme que Zapatero, al que aún quedan
unos meses para que termine sus cuatro años en La Moncloa y que
todavía tiene la posibilidad de ser reelegido en marzo, "no
pasará a la historia" al tiempo que deja caer, con respecto a Franco,
que "no es todavía el momento de opinar con madurez histórica
sobre su figura", me parece una tomadura de pelo. ¿Cómo es
posible que podamos hacer un análisis con perspectiva histórica
de un político que aún no ha terminado su periodo de gobierno
mientras que, según afirma el señor Fraga, aún no
tenemos la distancia suficiente para juzgar las décadas de gobierno
de alguien que murió hace más de treinta años? Hay que
tener, desde luego, bien poco aprecio por la imparcialidad para hacer
afirmaciones de este tipo, sobre todo si se hacen de manera tajante, como
siempre ha preferido expresarse Fraga.
En todo caso, y ya que estamos hablando de la relevancia histórica de
nuestros gobernantes, yo sí que me atrevería a hacer las
siguientes afirmaciones, dejando bien claro, eso sí, que la
cercanía en el tiempo siempre dificulta el análisis objetivo de
una labor de gobierno, y todos estos presidentes lo han sido durante
épocas bien recientes: Suárez pasará a la Historia
—merecidamente— como el protagonista principal, junto al Rey, del
proceso de transición a la democracia, demostrando una habilidad sin
par en el momento de desmontar las estructuras políticas del
régimen franquista sin que el edificio entero se viniera abajo y al
tiempo que se ponían los sólidos cimientos del periodo
democrático más sólido que hemos vivido en España;
Leopoldo Calvo Sotelo, simplemente, no pasará a la Historia, justa o
injustamente, entre otras cosas debido al hecho de que no ejerció la
Presidencia durante el tiempo suficiente para que su labor pudiera tener un
mínimo alcance; Felipe Gonzánlez pasará a la Historia
como el político que logró modernizar tanto al socialismo
español como a la sociedad española en su conjunto,
insertándonos de una vez por todas en el ámbito político,
económico y cultural que nos corresponde (esto es, Europa); José
María Aznar, mal que le pese, pasará a la Historia como el
estadista que nos llevó a Irak de la mano del Presidente Bush a pesar
de la oposición frontal del 90% de los ciudadanos, pero también
como el político que supo moderar al PP lo suficiente para convertirse
en alternativa de poder, romper el famoso "techo electoral" de Fraga y
demostrar —al menos durante sus primeros cuatro años de
gobierno— que la derecha también puede gobernar de acuerdo a
unos parámetros modernos y democráticos; y, finalmente, por lo
que hace a Zapatero, la verdad es que me parece demasiado temprano para hacer
juicios globales. Así pues, de todos los presidentes que hemos
tenido, me parece que sólo Adolfo Suárez y Felipe González
tienen cierta garantía de figurar en los libros de Historia de momento.
Todo lo demás es propaganda electoral con la mirada puesta en marzo,
como parece hacer Fraga en este diccionario. En este sentido, sí que
me apena ver a un hombre de la categoría intelectual de Fraga firmando
libretos propagandísticos de esta calaña.
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[Mon Dec 17 09:37:43 CET 2007]
La viñeta de El
Roto publicada hoy por El País ilustra bien la naturaleza
del milagro económico español de estos últimos
años. La tendencia ha ido cambiando ligeramente en tiempos más
recientes, pero aún nos queda demasiado camino por recorrer.
Echándole un vistazo a uno de los números recientes de la
revistance estadounidense Time me encuentro con una corta entrevista con
Umberto Eco de la que destaco su respuesta a la última pregunta:
— You once wrote that humor was the only way to preserve truth. How
accurate is that today
— Humor is a way to survive. It can be a weapon, a shield against
fundamentalism and fanaticism, and it can settle intellectual debates. But
it can't solve life's problems.
Cierto. Jamás he conocido un fanático, ya sea religioso o
político, que tuviera el más mínimo sentido del
humor. Si algo caracteriza a los extremistas es, precisamente, el hecho de
que se lo toman todo (hasta lo más nimio) demasiado en serio. No
he sido nunca un extremista, pero sí que hubo una época, durante
mis primeros años en la Universidad, en que me moví en ciertos
círculos donde prevalecía la extrema izquierda (cuidado, yo no
era militante trotskista ni nada por el estilo, sino que estaba afiliado a Los
Verdes en aquel momento, pero por casualidades de la vida o lo que fuera
acabé compartiendo cerca de un par de años con elementos del MC).
Pues bien, esos son, precisamente, los años en los que menos sentido
del humor tuve y en los que más cargante podía resultar para
todos aquellos que tuvieron la desdicha de soportarme. No me cabe duda
alguna. ¿Que el humor no puede solucionar los grandes problemas, como
bien dice Eco? Pues sí, pero mientras sea capaz de distender y
facilitar el diálogo entre individuos enfrentados, ya hace bastante
por contribuir a su solución.
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[Wed Dec 12 16:51:31 CET 2007]
La política nacional parece estar llena de despropósitos
últimamente. Hace un par de días, Zapatero retó a
Rajoy a que mantuvieran un debate antes de las elecciones generales de marzo.
Pues bien, después de que éste aceptara el embite, se descuelga
ayer con unas nuevas declaraciones en las que afirma que TVE no garantiza la
pluralidad y se niega a entablar debate alguno en la televisión
pública. Me temo que los asesores del PP han cometido con esto
un fallo garrafal. En primer lugar, si tan manipulada está la
televisión pública, nadie entiende que el mismo Rajoy aceptara
aparecer hace tan sólo unos meses en el programa Tengo una pregunta
para usted... ¿O es que está ahora mucho más
manipulada que entonces? Peor aún me parece el hecho de que Javier
Arenas aparezca esta misma mañana en Los Desayunos de TVE
repitiendo la misma historia. ¡Hay que tener morro para aparecer en
un programa de TVE con representantes de varios medios de comunicación
(incluido un representante de ABC, poco sospechoso de simpatías
hacia el Gobierno socialista) y echarles en cara que están siendo
parciales! Pero la mayor contradicción de todas, sin lugar a dudas,
consiste en que Rajoy presente como condición innegociable que los
debates (tres, según propone) tengan lugar en tres cadenas privadas
(Telecinco, Antena 3 y la Cuatro) consideradas "neutrales" cuando hace bien
poco su partido hizo un llamamiento a todos los cargos para que boicotearan a
cualquier medio de comunicación adscrito al Grupo PRISA, incluyendo a
la Cuatro. ¿En qué quedamos entonces? ¿Son imparciales
en la Cuatro o no? ¿O quizás es que Rajoy vaya bailando al son
que le tocan, que parece lo más probable a juzgar por sus
contradicciones en este tema? En fin que, como decía, me temo que
los asesores del PP han cometido un fallo garrafal. Pensaban estar
lanzándole la pelota a Zapatero cuando, en realidad, no han hecho sino
darle un balón de oxígeno y aparecer como los malos de la
película, como quienes son capaces de sacar cualquier excusa con tal
de no debatir.
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No he podido evitar una sonrisa al leer un artículo
en Cinco Días sobre Los salarios que vienen y
encontrarme con el palabro magnatario, referido a los estadistas. Que
yo sepa, no existe tal término, y el diccionario de la Real Academia
desde luego no lo muestra (sí que contiene, por supuesto, el vocablo
mandatario, que seguramente es el que llevó a la
confusión al autor del artículo, quien problabemente
pensaría que tamaña palabra se quedaba demasiado corta para la
dignidad de nuestros mandamases). En todo caso, no pude evitar mi sorpresa
al hacer una búsqueda en Google y encontrarme con 194 documentos en los que alguien usaba el
dichoso (e inexistente) término.
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[Tue Dec 11 11:45:47 CET 2007]
Arturo Pérez-Reverte acaba de publicar Un día de
cólera con Alfaguara, y la prensa diaria le dedica un par de
artículos (vid., Público
y La
Vanguardia, por ejemplo). Fiel a su tradición de escribir
narrativa histórica para divulgar nuestro pasado, esta vez se ha
decidido a acometer otro mito nacional: el 2 de mayo de 1808. La entrevista
de La Vanguardia me parece la más interesante de las dos:
— ¿Ha cambiado la idea que tenía sobre lo ocurrido?
— Mi generación fue educada en un 2 de mayo más
épico, el de un pueblo que luchaba por la libertad y la independencia.
La realidad fue que la gente de orden se quedó en sus casas y los
militares más representativos fueron dos capitanes [Daoiz y Velarde].
Quien salió a la calle fueron cuatro gatos marginales, aunque, sin
esta revuelta, no hubiera sido posible el resto. Recorrer ese día
con la limpieza que te dan las fuentes originales es muy ilustrativo, casi
higiénico.
— ¿Qué le diría a quien ve la conmemoración
como algo políticamente incorrecto?
— Que se trata de una fecha importantísima. Es nuestro
Álamo. Un combate de gente desarmada, humilde, que se enfrenta al
ejército más poderoso del mundo, que dará lugar a un
movimiento que tiene consecuencias imprevisibles y gravísimas para
Europa y para Napoleón. Un ejercicio de heroísmo y coraje
donde se adivina por primera vez el germen sutil de esas dos Españas:
la oscura y reaccionaria y la que mira a la modernidad. El drama terrible
de la inteligencia, del lúcido, desde Moratín a Goya, que
se pregunta dónde están los suyos; que se debate entre la
modernidad que quiere para su país y el sentimiento que le une a los
que luchan en la calle. Es una jornada importantísima,
completamente asumible por la derecha y por la izquierda, una salsa en la
que han mojado todas las ideologías. No se trata de celebrarla
sino de conocerla y estudiarla.
— ¿Qué perdimos aquel día?
— Se perdió una posibilidad. Había cabezas
lúcidas que querían salir del atraso, de la incultura, del
fanatismo cerril de unos curas y reyes incapaces y corruptos. Ese día
y esa guerra hicieron que eso estuviese en el bando del enemigo, cerró
una puerta al progreso y a la libertad. Paradójicamente, una
jornada admirable en sí nos dejó inútiles para una
modernidad, la frenó; luego tardó muchísimo en llegar.
[...]
— ¿Personajes todos cabreados?
— El cabreo, un cabreo muy español, fue el origen de todo. Ese
día la gente no se echó a la calle para luchar por la patria,
por la independencia, sino porque estaba cabreada con unos extranjeros que
actuaban con chulería, que no pagaban en las tabernas, que molestaban
a sus mujeres. Los franceses fueron los primeros sorprendidos por esa
capacidad para el motín y la sublevación. No hubiera sido igual
en París, Londres o Berlín. Esa individualización tan
española de la violencia, esa locura, esa rabia, se manifestó
el 2 de mayo. Tras Madrid, siete mil pueblos cabreados se echaron a la calle
en un día en el que los españoles fuimos plenamente solidarios,
actuando cada uno con su propio cabreo, pero al unísono.
[...]
— ¿Quiénes son los malos?
— No hay malos en la novela. Los franceses también tienen sus
motivos cuando se enfrentan a esa chusma despreciable que los mata. El
único malo fue Fernando VII, el rey que está en Bayona
adulando a Napoleón y que al volver lo primero que hace es enterrar
las libertades que se empezaban a tener. Fue una rata de cloaca, no se
merecía a esos súbditos.
— ¿Y los afrancesados?
— Yo prefiero llamarlos lúcidos. Fueron las verdaderas
víctimas. Los inteligentes, los cultos, vivieron en sus carnes la
verdadera tragedia de no saber con quién estar, con los que
representaban la modernidad o con el vecino que caía bajo las
bayonetas.
Efectivamente, creo recordar que ya Raymond Carr vio el 2 de mayo como el
punto inicial de la división entre las dos Españas que, por
desgracia, aún parece estar con nosotros en cierto modo. Como
decíamos hace unos días a propósito de una columna del
periodista Manuel Hidalgo publicada en El Mundo, a pesar de todos los
pesares, despu´s de tres décadas de Monarquía
constitucional, la alternancia de derechas e izquierdas en el Gobierno, nuestra
inserción definitiva en la Europa moderna y tolerante, y la envidiable
riqueza económica de que gozamos, aún quedan rescoldos de las
dos Españas entre nosotros, tanto en un bando como en el otro. Por
desgracia, todavía son bastantes quienes desde la derecha se creen
dueños y señores de los símbolos nacionales y hacen todo
lo posible por dificultar cualquier reforma o modernización, mientras
que tampoco escasean en la izquierda quienes vuelven a plantear el dilema
entre Monarquía y República en un afán evidente de
dividir a sus conciudadanos, al tiempo que lanzan dardos contra las Fuerzas
de Seguridad del Estado (a las que consideran autoritarias) y se enrocan ante
cualquier reforma laboral o económica (curiosamente, igual que sus
oponentes de la derecha dura, aunque en otro ámbito, pues lo que les
une a ambos es su afán por defender el status quo). No me
cabe duda alguna de que se ha avanzado mucho en las tres últimas
décadas, pero lo que tenemos por delante también se las trae.
{enlace a esta historia}
[Tue Dec 11 09:23:54 CET 2007]
Leo en El Periódico de Catalunya que el tráiler de Mortadelo y Filemón ya ha llegado a
los cines y me recuerda la profunda desilusión (acompañada
de rabia y vergüenza ajena, todo hay que decirlo) que sentí
cuando vi la película anterior junto a mis niños en casa. Ni
a los niños, ni a mi esposa, ni a mí nos hizo gracia alguna. Y
eso que me la habían recomendado fervientemente algunos vecinos como,
al menos, "simpática" y "entretenida". A nosotros, por el contrario,
nos pareció burda, zafia y ramplona. No se trata, pues, de un problema
meramente técnico a la hora de transplantar el mundo del cómic
al de la gran pantalla, que hubiera sido mucho más justificable. Se
trata de la preeminencia del humor sin gracia, basado en tacos e insultos al
prójimo, por no hablar del infantiloide recurso al pedo, caca,
pis que tantos creíamos ya superado y más propio de las
cavernas del franquismo que de la España moderna y pujante en la que
vivimos. ¿Y por qué hablo de desilusión? Sencillamente,
porque después de pasar tanto tiempo en el extranjero, volver a mi
país y ver que se habían producido tantas mejoras, uno pensaba
que también nos habíamos despedido del humor hortera. Lo dicho:
¡qué desilusión!
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[Mon Dec 10 13:52:19 CET 2007]
Tanto se ha escrito estos últimos días sobre los resultados del
Informe PISA, para bien y para mal, para elogiar y para
(principalmente) criticar, para echarse flores y para lanzar dardos
envenenados contra el Gobierno, que parece bien lógico que nos hayamos
perdido, como viene siendo la costumbre, entre todo el ruido de sables.
Empecemos, pues, por afirmar que la política educativa es algo que
tan sólo surte efecto a medio y largo plazo, por lo que cuesta trabajo
entender que tanto PP como PSOE se tiren los trastos a la cabeza como
consecuencia de los resultados del informe. La realidad es que tanto uno como
otro son responsables de la parte de culpa que les pueda caber. ¿O
es que alguien puede imaginar que los gobiernos del PP no tengan nada que ver
con los resultados de unas pruebas que, a fin de cuentas, se hicieron apenas
dos años después de que Zapatero llegara a La Moncloa? Y lo
mismo cabe argumentar con respecto a los socialistas, por supuesto:
¿acaso no estuvieron en el poder durante toda la década de los
ochenta y la mitad de la de los noventa? Propongo, por consiguiente, que
en lugar de usar el informe como pim-pam-pum partidista de cara a las
elecciones de marzo, nos concentremos en primer lugar en un análisis
amplio de su contenido, para después pasar a considerar posibles
soluciones o propuestas para mejorar nuestro sistema educativo. Ni la
culpa de todo la tiene siempre el adversario político, ni vamos a
solucionar nada apuntando el dedo acusador y cambiando el morador del Palacio
de La Moncloa, sin más ni más, pero uno tiene por desgracia la
impresión de que la política española se limita demasiado
a menudo a un quítate tú para ponerme yo de lo más
infantil, como si el simple cambio de caras vaya a solucionar nuestros
problemas. Y es que todavía son demasiados quienes se plantean
estos temas como quien ve un partido de fútbol, pensando que no hay
más que cambiar al Míster para que las cosas tomen otro
cariz. Penoso.
En fin, entremos en el análisis de los resultados. Yo no he
leído —ni creo que lea— el informe completo, pero sí
que he seguido con interés buena parte de lo que se ha publicado sobre
el tema estos días, y me temo que, una vez más, se ha
caído en el error de siempre: el catastrofismo. Los resultados
no son buenos, no, pero casi pareciera a juzgar por las afirmaciones de
algunos que el cielo se nos iba a caer encima cuando, en realidad, tanto en
conocimientos científicos como matemáticos nos encontramos al
mismo nivel que EEUU e Islandia, de acuerdo a los propios resultados de PISA.
A lo mejor hay alguien ahí fuera que piensa que esto es escandaloso,
pero a mí no me lo parece tanto, la verdad. No hace mucho
estábamos compitiendo con Italia, Grecia y Portugal, y ahora los
adelantamos a todos e incluso competimos con los estadounidenses y los
islandeses, que tampoco es moco de pavo. ¿Que se puede mejorar
aún más? ¿Que ahora debiéramos fijarnos como
objetivo alcanzar a los países que se encuentran en cabeza en el
ranking internacional? Pues sí, sin lugar a dudas. Pero ello
no es razón para que nos entreguemos a una orgía de
autoflagelación, que eso en España lo sabemos hacer muy bien.
Los resultados son mediocres, sí, pero no tan tremendamente malos
como algunos nos quieren hacer creer. Para empezar, hay comunidades
autónomas que han quedado bien por encima de la media de la OCDE
(esto es, de los países más desarrollados). Pero aún
hay más: tanto en conocimientos científicos como en
matemáticas, nuestros estudiantes quedan por encima de la media
internacional (esto es, de todos los países que accedieron a hacer
la prueba, tanto desarrollados como subdesarrollados) y prácticamente
en la media de la OCDE. Por lo que hace a las pruebas de comprensión
lectora, sí que se encuentran claramente por debajo de la media de la
OCDE, sin embargo. Pero es que, además, la curva de frecuencias
parece ser perfectamente normal: el 75% de los estudiantes se encuentran en
el grupo medio de conocimientos, el 5% en el grupo sobresaliente y el 20% en
el grupo bajo. Cierto, hay muchos más estudiantes en el grupo bajo
que en el alto (son éstos, precisamente, quienes hacen bajar la media
del grupo entero) pero, por lo general, la amplia mayoría se encuentra
en la media de la OCDE. En fin, que los resultados no son muy buenos, pero
tampoco el desastre que algunos creen ver. El cielo no se nos va a caer
encima.
Pasemos, entonces, a las propuestas para mejorar. Debemos tener bien
presente, en primer lugar, que la mejora de la educación de las nuevas
generaciones no depende únicamente de las escuelas y las
políticas educativas del Gobierno de turno, sino que también
están directamente relacionadas con los esfuerzos que los padres hagan
por fomentar ciertas prácticas y hábitos, y esto, como bien
puede entenderse, no es fácil de conseguir. No puede haber
mejora educativa alguna sin la participación activa de los padres, por
más dinero que logremos invertir en nuestras escuelas y más
cambios legislativos que hagamos. Esto, me parece, debiera ser evidente.
Ahora bien, si nos conformamos con no pasar de ahí, no habrá
jamás forma de salir del círculo vicioso en que nos
encontramos. No podemos dejarlo todo a las familias. No es aceptable que
desde las instituciones se limiten a encogerse de hombros y justificar los
mediocres (que no malos) resultados culpando a la falta de compromiso de
algunos padres. ¿Qué podemos, pues, hacer al respecto?
¿Qué medidas se proponen? Me parece que habría que
comenzar por profundizar en la autonomía de los centros educativos
(incluyendo aquí a los colegios públicos), lo cual implica
también proporcionar a los directores las herramientas legales que
necesitan para poner en práctica dicha autonomía. Se trata
de un tema que, al menos en principio, todo el mundo acepta sin rechistar.
Sin embargo, a la hora de la verdad, en el momento de poner en marcha la
normativa necesaria para que los directores de centro tengan en su mano
contratar al personal que les parezca más adecuado, marcar las
líneas generales por las que ha de regirse la escuela, sus normas
disciplinarias y su metodología pedagógica, cuando llega ese
momento nunca se da el paso necesario para garantizarles la autonomía
de la que tanto se habla. Habría que reformar, en segundo lugar,
la Ley de la Función Pública, que permite a tantos profesores
trabajar en el colegio o el curso equivocados, eternizándose en una
posición y unos derechos adquiridos que no están en consonancia
con los tiempos que vivimos. Habrá que ver quién es el
que se atreve a ponerle el cascabel a este gato. El problema viene de largo,
y además se extiende a otros muchos aspectos de la Administración
Pública que claman ya por una reforma profunda. Finalmente,
también habría que introducir cierta competitividad entre las
escuelas y el profesorado (¡oh, qué atrevimiento!) para fomentar
la innovación, la eficiencia y los buenos resultados por encima de los
derechos adquiridos y la inercia. Las escuelas han de ganar en
flexibilidad y autonomía, en capacidad de adaptarse a las necesidades
de sus estudiantes, en dinamismo, creatividad y sentido del riesgo. En
definitiva, han de regirse más como empresas, sin que ello signifique
echar por tierra ni dejar de lado el servicio público que prestan.
{enlace a esta historia}
La figura central no es Venus, como afirmó en 1893 Aby Warburg, el
padre de la iconología moderna, ni tampoco es Flora la muchcha que
mira al espectador y se dispone a lanzar un homenaje de pétalos a quien
se acerca a la escena, ni es Céfiro el personaje aéreo que
susurra a la chica de la derecha... En otras palabras, las interpretaciones
de Warburg y de sus seguidores como Ernst Gombrich en 1945, Erwin Panofsky en
1961 o Edgard Wind en 1985 han llevado a los iconólogos por pistas
falsas hasta que Claudia Villa centró las sospechas en la
Filología, tesis que ahora confirma Giovanni Reale.
Que el personaje de la izquierda fuese Mercurio estaba fuera de duda, pues
señala al cielo y lleva sandalias aladas. Pero el personaje central
no es Venus sino la Filología, la gran ciencia del lenguaje y la
literatura, que está a punto de esposar al dios del comercio, a quien
señala con la mano derecha.
Sobre ella está Cupido, quien lanza sus flechas sobre las Tres Gracias,
o sea, la Voluptuosidad, la Castidad y la Belleza, esta última con el
rostro de Caterina Sforza, mientras que La Castidad, de espaldas, es
Semiarmide Appiani, la esposa de Lorenzo di Pierfrancesco de medici.
Si la Filología protagoniza el centro de la escena, y lo hace como una
joven encinta, las otras dos muchachas con vestidos semitransparentes y
también embarazadas forman parte de su séquito. La del vestido
floreal no es ni Flora ni una representación de la ciudad de Florencia,
sino nada menos que la Retórica, que se representaba
alegóricamente de ese modo, con un velo de "flores retorici" en la
Florencia del Quattrocento.
A su vez, la joven de la derecha es la Poesía, que recibe igualmente
la inspiración de Eros, representado espiritualmente, con tonos
fríos y el carácter "aéreo" de un personaje que no es el
Céfiro sino la personificación del "divin furore" que inspiraba
la Poesía.
Según la teoría del filósofo Giovanni Reale, la
escena transcurre en el Jardín de Zeus del "Simposio" platónico
y representa el triunfo del humanismo basado en la Filología, la
Retórica y la Poesía, que deja atrás el Trivium y el
Quadrivium de la época medieval. Si a eso se añade que
Cupido no es un amor cualquiera sino el amor por la Sabiduría, que a
Filología con Mercurio, el triunfo del nuevo universo mental y cultural
es visiblemente arrollador.
En esto de las interpretaciones de obras artísticas sucede como con
el gusto aplicado a los platos de cocina, que no hay forma de ponerse de
acuerdo en cuál sea la interpretación correcta. A lo mejor es
que, como sucede en otras esferas de la vida, la cuestión no consiste
en identificar la única visión correcta o verdadera, sino
más bien en contrastar puntos de vista distintos que nos faciliten
una aproximación más enriquecedora a la realidad. La verdad
sea dicha, la interpretación de Reale suena bastante sensata.
Hace un par de días leí en la columna de Manuel Hidalgo en el
diario El Mundo un análisis de la derecha española que
me pareció de lo más acertado (lo siento, pero no he podido
encontrar el artículo, titulado Lo de siempre, en la Red para
incluir un enlace aquí). A raíz de los incidentes acaecidos
durante el minuto de silencio que guardaron los concejales del Ayuntamiento
de Madrid en protesta por al asesinato del Guardia Civil Raúl Centeno
en Francia, y que se vio salpicado por las protestas de los bocazas de la
AVT, que aprovecharon la ocasión para insultar (tan delicados ellos,
tan respetuosos de la memoria de las víctimas del terrorismo) a Pedro
Zerolo con argumentos tan convincentes como el de llamarle "maricón",
Hidalgo argumenta que hay que andarse con cuidado cuando acusamos a estos
individuos de pertenecer a la "derecha extrema", pues con ello no hacemos
sino incurrir en un fatal error de apreciación que dificulta el que
nos hagamos una idea correcta de las circunstancias sociales y políticas
que vivimos. Como bien dice Hidalgo:
Ahora bien, si hablamos de esa otra España subyacente, transversal
al campo y la ciudad, al centro y las periferias nacionalistas y a todas las
clases sociales, entonces conseguiremos entender cómo todavía
hay aquí cosas que no se han tocado en las sucesivas reformas legales,
costumbres y protagonismos que perviven y áreas de progreso y
ventilación de ideas a las que todavía no hemos accedido.
Toda esta España, lo hemos visto en esta legislatura, condiciona los
pasos del PP, su estrategia política y su aplazado viaje al centro
liberal —tan poco español en el curso de la Historia—, pero
también condiciona al PSOE cuando no se atreve a tocar ciertas cosas
y retira y pospone reformas previstas. La modernidad avanza, pero
también es, todavía, un espejismo.
Y, por si cabía alguna duda, también hemos leído estos
días que el PSOE se ha embarcado en una
estrategia de la moderación para ganar las elecciones de marzo que
incluye, entre otras cosas, la renuncia a renegociar los acuerdos con la
Santa Sede sobre la financiación de la Iglesia, la ampliación
de la ley del aborto o la despenalización de la eutanasia. No se trata
aquí de simplificar el debate y caer en maniqueísmos
descerebrados que afirmen el progresismo de defender el aborto o la eutanasia,
pero sí que me parece evidente que no conseguimos nada con robarle el
debate a la ciudadanía, y todo ello debido al temor que nos inspira
la España casticista a la que se refiere Hidalgo en su artículo.
Y es que así no hay reformismo que valga.
{enlace a esta historia}
Dejando, pues, de lado, las acciones voluntaristas del actual Gobierno, si
tuviéramos que buscar las dos causas primigenias de la situación
que estamos viviendo en la actualidad, para poner así remedio a lo que
se nos viene encima, tendríamos que afirmar que han sido las
siguientes: la falta de concreción de nuestra Constitución
en lo que se refiere a la estructura territorial del Estado, pues como tantas
veces se ha repetido, dejaba fuera de ella la enumeración de
cuáles eran las comunidades autónomas, cuáles eran sus
competencias respectivas y, sobre todo, cuáles las competencias
indelegables del Estado.
[...]
Todo esto ya se ha explicado hasta la saciedad, pero hay que recordarlo
para que seamos conscientes de que, si hemos llegado a esta situación
ha sido por la inopia de todos los gobiernos nacionales habidos hasta ahora
que no han querido cambiar la otra causa del actual embrollo español.
Me refiero a la vigente legislación electoral que permite que se
hallen representados, por ejemplo hoy, en el Congreso de los Diputados siete
partidos nacionalistas (PNV, CiU, ERC, BNG, EA, Nafarroa Bai y Coalición
Canaria), los cuales, unos tras otros, han ido pasando de un nacionalismo
auotnomista a otro claramente soberanista o independentista. En otras
palabras, gracias a que nuestra legislación electoral permite que
estén representados en el Congreso de los Diputados los partidos que
hayan obtenido al menos un 3% de los votos en cada circunscripción
electoral, se hallan representados partidos localistas que, en conjunto, no
llegan al 10% de los votos emitidos en el conjunto nacional.
Esta estúpida clásula fue introducida en el Real Decreto de 18
de marzo de 1977, por el que se rigieron las primeras elecciones
democráticas después de la Dictadura, con el fin de que se
asegurase la presencia en las Cortes de CiU y del PNV principalmente, puesto
que se pensaba que con toda seguridad las Cortes elegidas se
convertirían en Constituyentes y no se quería que estas fuerzas
no participasen en la elaboración de la nueva Constitución.
Semejante argumento se podría aceptar, pero sólo para esa
ocasión. Sin embargo, esta cláusula del Real Decreto inicial
pasó también, cuando se elaboró años
después, la Ley del Régimen Electoral General, lo que ya no
tenía ninguna razón de ser puesto que se abría así
la puerta a pequeños partidos que no representan más que a
sectores muy minoritarios de la sociedad.
Vayamos por partes. Con respecto al primer tema que menciona De Esteban
—el de la falta de concreción de nuestra Carta Magna por lo que
hace a la estructura territorial del Estado—, me parece evidente que,
teniendo en cuenta las condiciones en las que se negoció nuestra
Constitución, era bien difícil llegar a un acuerdo para
concretar ni las competencias indelegables del Estado ni tampoco las que
correspondería a cada comunidad autónoma. Quien acuse a
nuestro documento constitucional de ser excesivamente vago en este aspecto
—y De Esteban ciertamente parece hacerlo— olvida, adrede o no,
que el hecho de que la Constitución del 78 fuera tan amplia y ambigua
ha sido identificadodo a menudo como la principal razón de su
éxito. No debemos olvidar, a este respecto, que en España
hemos tenido muchas otras constituciones más claras y detalladas
que la actual, pero que ninguna de ellas pudo garantizar los niveles de
convivencia y estabilidad social y política de que hemos disfrutado
con ésta otra. Por algo será. Por otra parte, como ya he
dejado escrito en algún otro sitio, no estoy de acuerdo con la
idea de que sea conveniente detallar todas y cada una de las competencias
exclusivas del Estado ni la lista completa de comunidades autónomas
para que la Constitución funcione. De hecho, no creo que haga sino
introducir mayor rigidez en un documento cuya principal virtud es, en mi
opinión, precisamente la flexibilidad con que aborda estos temas.
No sólo nos arriesgaríamos a poner fin al amplio consenso con
que ha contado hasta ahora nuestro documento fundamental, sino que
además lo convertiríamos en una Ley acartonada, rígida y,
por consiguiente, más propensa a quebrarse. En este sentido,
prefiero mil veces la indefinición de la Constitución
estadounidense, abierta a la interpretación del Tribunal Supremo del
país, antes que una ley demasiado específica e inflexible.
Pero también creo que De Esteban anda equivocado con respecto al
segundo tema que expone en su artículo. La Ley Electoral ha de
reformarse, sí, pero no con el espíritu vengativo que parece
inspirar sus propuestas. Estoy completamente de acuerdo con la idea de
que las fuerzas nacionalistas se encuentran sobrerrepresentadas en el
Congreso de los Diputados y que ello contribuye bien poco a la estabilidad
de nuestra política territorial, pues tanto el PP como el PSOE depende
de los grupos nacionalistas en la Cámara siempre que no logren
conseguir una mayoría absoluta en las elecciones, lo cual deja tanto a
uno como a otro expuestos a las críticas de vender los intereses
generales por un plato de lentejas. Sin embargo, estoy convencido de que
la prioridad de la reforma de la Ley Electoral no debiera ser garantizar
que los partidos nacionalistas obtuvieran menor representación, sino
más bien estrechar los lazos entre representantes y representados
mediante el desbloqueo de las listas y, quizá, la reducción del
tamaño de las circunscripciones, así como fomentar una mayor
proporcionalidad que pudiera permitir la aparición de un partido-bisagra
en el centro del espectro político. En otras palabras, que mi
propuesta tiene bien poco que ver con el bipartidismo por el que parece apostar
De Esteban. Por cierto, que su afirmación de que la clásula
que fue creada para garantizar la presencia de CiU y PNV en las Cortes
Constituyentes debería haber sido rescindida inmediatamente
después de que fuera aprobada la Constitución porque ya no
tenía "razón de ser" solamente puede hacerse desde la más
absoluta ignorancia o la más irresponsable ingenuidad. ¿Pero
es que de verdad piensa que la democracia española podía haberse
permitido despechar a los nacionalistas catalanes y vascos moderados justo
después de ganar el referéndum? ¿Es que el autor no
recuerda ya que nuestra democracia distaba mucho de estar garantizada hasta
bien entrados los años ochenta? ¿Y qué decir de un
nacionalismo vasco al que hubiéramos decidido retirar del Congreso de
los Diputados mediante un hachazo por decreto? ¿Es que acaso piensa
De Esteban que dicha medida hubiera contribuido a aislar a los extremistas?
En fin, que me preocupa que se escriban —y se digan— tantas
cosas sin pensar en las consecuencias, sacando todo de contexto, con vistas
a hacerle la puñeta a tal o cual adversario político y, sobre
todo, abandonando aquel espíritu de consenso que dominó las
negociaciones que dieron a luz nuestra Constitución actual. Flaco
favor le hacemos a las generaciones venideras con actitudes como la tomada
por De Esteban en el citado artículo.
{enlace a esta historia}
Los participantes en el ensayo observaron fotografías retocadas de dos
eventos que conocían con antelación: las protestas de la plaza
de Tiananmen en Pekín en 1989 y las manifestaciones contra la guerra
de Irak en Roma en 2003. En la foto de China, se añadió una
multitud alrededor de los tanques que avanzaban por una explanada vacía
y en la de Italia se introdujeron personajes encapuchados y policías
antidisturbios entre los manifestantes. Después, los voluntarios
respondieron preguntas sobre los eventos, desde el número de personas
que participó hasta los niveles de violencia.
"Con la adición de unos cuantos elementos desagradables en la protesta
de Roma, la gente la reocrdó como un evento mucho más violento
de lo que fue", indica la investigadora de la Universidad de California en
Irvine y coautora del estudio, Elizabeth Loftus.
Además del recuerdo de lo que había sucedido, también
cambió su disposición frente a las protestas. Los participantes
que vieron las imágenes manipuladas dijeron que se sentían menos
inclinados a participar en manifestaciones similares en el futuro.
No obstante, lo más curioso del experimento es que los individuos que
se prestaron a participar en el estudio —y que habían participado
en los acontecimientos en su momento— aceptaron de buen grado una
versión de los hechos completamente falsa, lo que evidentemente viene
a confirmar la posibilidad de alterar la memoria a través una
técnica tan común hoy en día como el retoque
gráfico. Inquietante, sin duda.
{enlace a esta historia}