[Wed Jun 27 13:26:52 CEST 2007]

Al final de la entrada de ayer en la bitácora de Alejandro Gándara me encuentro con el siguiente comentario:

¿De verdad está bien eso de las emociones? Creía que había que distinguir entre sentimientos (sentir con el sentido) y emociones (pathos y desbordamiento). En fin, no sé. Pero ya que estamos un poco citones, les entresaco un asunto de doña Zambrano, por comprobar si pega con el asunto de la emoción: "Cuando la realidad excede a la conciencia y detiene su tiempo sucesivo, el sujeto se queda solo (...). Es excesivo y no basta, ha de suceder algo más, algo que saque de esta situación estática".

Efectivamente, la Real Academia de la Lengua define el término emoción de la siguiente manera:

Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.

En otras palabras, que la emoción, tal y como apunta Gándara, está asociada con el desbordamiento, con lo excesivo. A lo mejor la confusión es debida a la mercadotecnia de la inteligencia emocional que se hiciera hace unos años, o quizás a la necesidad de los medios de comunicación de masas —por no hablar de la industria cinematográfica— de exagerar los sentimientos. En cualquier caso, no conviene confundir los términos, y no sólo por amor a la lengua propia, sino también porque, de lo contrario, llegará un momento en que no seremos capaces de entendernos unos a otros a fuer de distorsionarlo todo. No hace mucho leí en algún sitio que la la labor principal de la filosofía consiste en clarificar términos y conceptos. Como puede verse, vivimos en una época muy poco filosófica. {enlace a esta historia}

[Mon Jun 25 13:29:54 CEST 2007]

¡Hay que ver cómo está el patio! En cuanto sale a relucir el tema de las lenguas minoritarias (catalán, gallego...), son demasiados los que se echan al monte. Entiéndaseme bien, no estoy, ni mucho menos, por eliminar el castellano en aquellas comunidades autónomas donde existe la cooficialidad, pero no por ello he de estar a favor de aquellos que, usando el nacionalismo como excusa, sólo hacen gala de una intolerancia nacionalista de otro signo. Por ejemplo, me acabo de encontrar con el siguiente intercambio de pareceres al principio de una entrevista con César Vidal publicada en el sitio web de Libertad Digital:

— ¿Qué es lo que le pasa a El Mundo en Valencia? Ahora les ha dado por promocionar el valenciá con libros de autores catalanistas como Joan Fuster o Vicent Andrés Estellés. No se qué clase de consejeros tendrá Pedro Jota, pero sus lectores no son precisamente catalanistas, y sólo consiguen que, como en mi casa, se deje de comprar su periódico. Qué lastima.
— Pues si lo que sucede es como usted me lo cuenta, lo comprendo perfectamente porque yo haría exactamente lo mismo. También es verdad que sería mejor que esto se lo contara a Pedro J.

Pues sí, la verdad, ¡qué lástima! Qué lástima que dos individuos que se suponen cultos y educados estén dispuestos a dejar de comprar un periódico como represalia porque éste haya publicado "libros de autores catalanistas", como si se tratara de un pecado capital, como si la honestidad intelectual no implicara mayor apertura de miras, por no hablar del respeto y la tolerancia hacia quienes no piensan como uno. Lo más increíble de todo es que tipos de esta calaña tengan todavía la cachaza de llamarse a sí mismos "liberales" y quejarse de que el historiador Ricardo de la Cierva sufra como un "proscrito" mientras ellos mismos añaden a tal o cual autor a la lista de escritores a quienes no hemos de leer por miedo al contagio de las ideas. Puede que, con el paso del tiempo, la caída del muro de Berlín y el fin de la Historia, el liberalismo haya cambiado por completo de naturaleza, y a lo mejor yo ando equivocado, pero siempre le había tenido mucho respeto a dicha ideología precisamente como contraposición al dogmatismo de que hacen gala César Vidal y su entrevistador. ¡Ya está bien de entender Cataluña como anti-españolismo y España como anti-catalanismo! ¡Ya está bien de usar catecismos y credos ideológicos como excusas para no pensar! Pero, sobre todo, ¡ya está bien de verlo todo con las anteojeras partidistas! {enlace a esta historia}

[Mon Jun 25 10:04:35 CEST 2007]

Salvo en mis años mozos, cuando cualquier adolescente se cree con derecho a despotricar contra medio mundo, creo poder afirmar objetivamente que, al menos en líneas generales, mis textos no están inspirados por la actitud del pepito grillo tan común en esta España de nuestros amores. La cultura del quejío, tan española, tan nuestra, me cansa, me aburre y, sobre todo, me parece enormemente inútil y propia de pueblos subyugados, de súbditos, de mentes inmaduras e incapaces de arremangarse y tomar el toro por los cuernos. No hay más que preguntar a cualquier hijo de vecino para oír mil y una protestas contra el Gobierno de turno, afirmaciones tajantes sobre lo que tal o cual presidente debería hacer y, por encima de todo, quejas y más quejas sobre lo que las administraciones debieran hacer y no hacen. Ahora, lo que es mucho más raro es encontrar individuos que se implican en la vida social y aportan su granito de arena desde la sociedad civil para contribuir a la solución de nuestros problemas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¿Trabajar yo? ¿Y sin cobrar? Ése es precisamente el momento en el que los mismos espíritus quejumbrosos que malgastan hora tras hora frente a la dichosa pantalla de la televisión siguiendo programas descerebrados y partidos de fútbol manifiestan bien a las claras que, si por ellos fuera, participarían, pero es que no les queda tiempo para nada. En fin, viene todo esto a cuento de la presentación en España del ensayo El Estado cultural, del francés Marc Fumaroli, que se me aparece a mí, precisamente, como un buen ejemplo de este pepitogrillismo del que hablo. El gran descubrimiento de Fumaroli, al parecer, es que las políticas culturales de los gobiernos europeos desde Malraux han sido claramente intervencionistas y, en último término, negativas para el mundo de la creación:

Siempre me han interesado las relaciones entre los poetas, los escritores, los artistas, los músicos con el poder real en el antiguo régimen. En la monarquía, el rey delegaba la función del mecenazgo en académicos, es decir, en gente de la progesión. Y ante mis ojos, en la V República, nació un fenómeno totalmente diferente: una burocracia inventada para ocupar el lugar de mecenas colectivo. Y en la que los artistas, los poetas, los escritores, los hombres de letras no tenían voz ni voto. El Estado se presentaba no sólo como responsable del patrimonio de la conservación de los museos y de las actividades fundamentales de la educación, sino que él mismo pretendía ser una vanguardia literaria, artística, teatral, pictórica y patrocinar a sus propios artistas. (...) Es evidente el contraste entre todo sistema de mecenazgo operativo —o sea, donde son los mismos artistas los que deciden quién tiene talento, quién tiene la fuerza creativa, quién aporta una novedad— y un sistema burocrático en que los funcionario deciden si tal artista está de moda, está en la línea. Eso es evidente cuando analizamos regímenes como el fascismo o el comunismo, pero también es peligroso en un sistema que se dice liberal, porque esta forma de protección sistemática de la cultura por el Estado no es precisamente liberal.

Como ya se veía venir en todo discurso neoliberal que se precie, Fumaroli mira hacia los EEUU como auténtico ejemplo a seguir:

Mire, la forma de los americanos de resolver las relaciones entre el Estado, mejor dicho, los estados, y la cultura, es totalmente diferente de la nuestra. He querido comparar un sistema caricatural del sistema monárquico —el nuestro— con un sistema extremadamente flexible, diversificado, difícil de resumir: el de Estados Unidos, donde las artes, la danza, la ópera, y en gran parte la educación están financiados por el dinero privado y no por el Estado, y donde el Estado está relativamente ausente. Creo que ese sistema no podría implantarse en Europa. Pero el lado dirigista de ese mecenazgo cultural tal como los socialistas y los gaullistas lo establecieron podría ser revisado en profundidad, ya que ha producido resultados más bien nefastos.

Es una pena que el maravilloso mundo estadounidense que describe Fumaroli, como suele suceder con todos estos neoliberales de tres al cuarto, no existe más que en su mente calenturienta de sueños utópicos... utopías liberales, eso sí. Y es que estos individuos se diferencian bien poco, después de todo, de aquéllos intelectuales comprometidos con el comunismo que tanto desprecian: unos y otros se empeñan en que la realidad se adecúe a sus maravillosos sueños de intelectual, y no al revés. Quitando toda la propaganda sobre el tema a la que tan aficionados son los estadounidenses, cualquiera que haya vivido en EEUU (y yo he vivido allí durante nada menos que doce años) sabe que no es verdad que "en gran parte la educación esté financiada por el dinero privado", salvo en las instituciones de enseñanza superior. Por lo que hace a la educación primaria y secundaria en los EEUU, como en Europa, lo que prima es el Estado. Y otro tanto cabe decir de esta idealizada situación del mecenazgo privado en los EEUU. Al parecer, Fumaroli y sus amigos jamás han oído hablar del National Endowment for the Arts, la National Science Foundation o el mero hecho de que, al menos en los estados más alejados de los grandes centros urbanos mayormente conocidos en el extranjero (Nueva York, Chicago, San Francisco y Los Ángeles), no hay un teatro ni una ópera que se construya y salga adelante sin dinero público. De hecho, las continuas protestas de los conservadores estadounidenses contra el gasto público invertido en estos asuntos no está dirigido tanto contra los gobiernos de los distintos estados como contra el Gobierno federal. En otras palabras, que la polémica no es tanto sobre la política cultural como sobre distintas concepciones del reparto de competencias entre los distintos niveles de poder. El mecenazgo privado es de mayor importancia por allá que a este lado del Atlántico, cierto. Y estoy de acuerdo con Fumaroli en que merecería la pena aprender de los estadounidenses en ese sentido. Sin embargo, con idealizaciones que falsean la realidad no vamos a ningún sitio. El dirigismo cultural tan enraizado en la tradición francesa (y, me temo, extendido a este lado de los Pirineos) ha de ser abandonado, pero ello no quiere decir que el Estado haya de desaparecer de la escena. Ni eso ha sucedido jamás en los EEUU, ni es bueno que suceda por aquí. Por cierto, que descripciones como las que Fumaroli hace de la relación entre artistas y Estado durante el Antiguo Régimen dejan entrever a la perfección por dónde van los tiros con este tipo de críticas tan nostálgicas de un pasado tan idealizado como el presente estadounidense. Me temo que Fumaroli tiene más de conservador elitista que de auténtico liberal, por más que intente disfrazar su discurso con referencias a la sociedad civil. El Antiguo Régimen en que artistas e intelectuales gozaban de autonomía no es sino un figmento de su calenturienta imaginación, una falsificación del pasado diseñada para justificar un discurso ideológico basado en la nostalgia por un pasado supuestamente mejor. {enlace a esta historia}

[Wed Jun 20 10:05:27 CEST 2007]

No va con mi estilo eso de escribir siempre a la contra, por más que se imponga en lo que algunos denominan la blogosfera. Sin embargo, hay ocasiones en las que no me queda más remedio que mencionar ciertas cosas. Hoy, por ejemplo, mientras leía acerca del rifirrafe que se traen entre manos los negociadores que están preparando la cumbre europea de mañana, me encuentro con el siguiente párrafo que debería causar vergüenza ajena en cualquier bien nacido:

Los polacos han llegado a recordar a Alemania, en las negociaciones de estos días, que su país perdió en la última guerra seis millones de habitantes y que no se le puede imponer ahora un reparto de poder proporcional a la población.

De todos es bien sabido que la incorrectamente llamada Segunda Guerra Mundial habría de haberse denominado Gran Guerra Civil Polaca, por supuesto. ¡Parece mentira la desfachatez de estos tipos! {enlace a esta historia}

[Tue Jun 19 11:50:11 CEST 2007]

El País publica hoy un interesantísimo artículo escrito por Gema Martín Muñoz, directora de la Casa Árabe, sobre la naturaleza última del laicismo kemalista turco que merece la pena resaltar. Comienza Martín Muñoz afirmando que el uso del término islámico para describir ciertas realidades sociales y políticas tiene a veces el efecto de complicar y distorsionar las cosas. El laicismo, como tal, ha tenido diversos modos de aplicación, dependiendo de cada país, y lo que en un lugar puede considerarse positivo en otro puede resultar más bien nefasto. Y éste puede haber sido el caso precisamente de Turquía, según la autora del artículo:

El modelo histórico del laicismo kemalista se ha aplicado de una manera tan radical que, de hecho, cuestiona la propia neutralidad confesional del Estado, cuando es el fundamento que lo sustenta. La particular versión del laicismo turco no se construyó como un modelo de neutralidad, sino como un rodillo erradicador de la identidad religiosa islámica, al servicio de la conservación del poder por las elites autoproclamadas "laicas", luego "antiislámicas". Los defensores actuales de esta concepción del lacisimo van más allá de lo que es un principio para considerarlo "una forma de vida" que el Estado debe imponer a sus ciudadanos (en palabras del ex embajador Faruk Logoglu en el Turkish Daily News del 23 de mayo), exigiéndoles renunciar a todos los demá,s valores e identidades. Pero, como escribía el director adjunto del mismo periódico, Mustafa Akyol, en el International Herald Tribune (4-5-2007), la verdadera cuestión está en que "el resultado de este pensamiento es una estrategia autoritaria: el poder político debe permanecer en manos de la élite laica. Así, la república laica equivale a la república de los laicos, no a la república de todos los ciudadanos". Sin embargo, se da la circunstancia de que las elecciones democráticas del 2002 dieron la victoria al PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo) que dirige Tayyip Erdogan.

Tanto la elite laica-kemalista como una buena parte del imaginario occidental, han recreado la visión de que los sectores islámicos turcos son masas retrógadas y que la modernización, e incluso la democracia, han sido prerrogativas del universo laico en Turquía. La Historia y la experiencia política de los últimos años interpelan esta convicción. (...) En realidad, el PJD y los ciudadanos turcos que le apoyan y votan son los más europeístas y entusiastas de la entrada en la UE; el Gobierno del PJD se ha dedicado a liberalizar el país en términos políticos y económicos (lo que les ha valido que sectores liberales no-islamistas hayan dejado de considerarlos el "enemigo interior"); y, aunque algunos lo llaman "islamización", lo que han hecho ha sido garantizar el derecho individual de las prácticas religiosas (no sólo musulmanas sino también cristianas), lo cual, no lo olvidemos, forma parte del Estado laico y democrático.

En definitiva, que si la descripción de Martín Muñoz fuera correcta, los países occidentales hemos cometido, una vez más, el mismo error de siempre: apoyar a aquéllos que mejor se venden como "pro-occidentales", independientemente de que tengan una auténtica fe democrática o no. No tendría mucho de extrañar, la verdad, sobre todo teniendo en cuenta la facilidad con que la izquierda europea cae una y otra vez en el engaño del laicismo anti-clerical. Aconfesionalidad, sí; laicismo bien entendido, también; pero no hay necesidad alguna de entrar en discursos anticlericales ni en demagogias ateístas para confirmar nuestra propia identidad progresista. Aquí en España, sobre todo, se ha pecado mucho de esto. {enlace a esta historia}

[Mon Jun 18 13:03:16 CEST 2007]

Alejandro Gándara escribe unas cuantas reflexiones en su bitácora sobre La guerra del fin del mundo, del historiador británico Niall Ferguson entre las que llaman la atención varias preguntas que se hace el historiador después de haber estudiado las vicisitudes del siglo XX, y que no tienen desperdicio:

¿El rápido crecimiento económico no ha resultado en ocasiones tan desestabilizador como las propias crisis económicas? ¿Acaso las divisiones étnicas no fueron en realidad más importantes que la supuesta lucha entre el proletariado y la burguesía? ¿Qué hay del papel de los sistemas tradicionales como las religiones, y de otras ideas y presupuestos aparentemente de índole no política y que, sin embargo, tuvieron implicaciones violentas? ¿No es cierto que las entidades políticas comprometidas en las guerras tenían un carácter multinacional antes que nacional; es decir, que de hecho eran imperios antes que estados? ¿De verdad Occidente ha ganado esa guerra de cien años que ha sido el siglo XX?

Preguntas, todas ellas, muy pertinentes aún. {enlace a esta historia}

[Sun Jun 17 20:10:33 CEST 2007]

Se ha levantado un buen revuelo con eso de la participación de Ferran Adriá en la exposición de arte contemporáneo Documenta 12 (revuelo algo relativo, por supuesto, como todo lo que tiene que ver con el mundo de la cultura, tema al que el común de los mortales presta mucha menos atención que a los pectorales de la Pamela Anderson o el último chismorreo de la Pantoja). Todo comenzó cuando se tomó la decisión de incluir al renombrado chef catalán en el programa de este año, convirtiendo El Bulli, su restaurante, en un pabellón más de la muestra de arte alemana. Cada día, por lo que leo, se sortean entre artistas y visitantes un par de premios que consisten en una visita con todos los gastos pagados al innovador restaurante de Cala Montjoi (Gerona). El debate está servido: ¿podemos considerar la cocina, incluso en su expresión más rompedora y creativa, como un auténtico arte? El País publica hoy una carta al director en la que un tal Xavier Hughet, jefe de cocina, se plantea el tema con bastante sensatez:

El arte es básicamente una forma de expresar y comunicar sentimientos. Podemos expresar nuestras emociones pintando un cuadro, haciendo una escultura, cantando, bailando, escribiendo, etcétera. Hay multitud de formas de manifestarnos artísticamente. Pero a veces también pintamos, cantamos, bailamos, sin deseo de exteriorizar nada, en esas cosas ocasiones no hay expresión artística. Por ejemplo: cuando cantamos en un karaoke.

Un cocinero puede elaborar un plato o un menú muy atractivo en cuanto a presentación, colorido y aroma. Puede combinar y contrastar las texturas de los alimentos. Puede divertir al comensal sorprendiéndole con distintas temperaturas, con contrastes, con productos extraños o con formas extravagantes. En la cocina innovadora, cada vez hay más técnicas para maravillar al comensal. Pero todo eso no son elaboraciones artísticas, sino elaboraciones artesanas.

Una elaboración culinaria no permite la expresión artística porque sólo permite elaboraciones saludables y positivas gastronómicamente. Si el cocinero fuera un verdadero artista podría crear platos inverosímiles, llenos de mensaje, pero éstos a menudo no serían comestibles y este artista dejaría de ser un auténtico cocinero.

El argumento, como decía, es claro y contundente, sensato a más no poder: hay una diferencia entre arte y artesanía. Y, sin embargo, las razones de Xavier Hughet no me convencen del todo. Me parecen y no me parecen correctas, dependiendo de muchos condicionantes. Y es que, conforme uno se va haciendo mayor, no deja de descubrir campos en los que las cosas no son ni blancas ni negras, sino todo lo contrario.

Veamos. En primer lugar, no parece nada claro qué pueda ser el arte. Hughet se acerca a lo que casi todos podríamos considerar una buena definición de compromiso: "el arte es básicamente una forma de expresar y comunicar sentimientos". Sin embargo, él mismo reconoce que muchas de las formas de manifestación artística más comúnmente aceptadas (pintura, escultura, música, danza...) también pueden darse de una forma "no artística" de acuerdo a su propia descripción. Él usa el ejemplo del karaoke, pero hoy en día asistimos también a otra manifestación igualmente artística en su forma que nos plantea unos problemas similares: se trata del arte usado con fines terapéuticos. El problema aquí es, si cabe, aún más peliagudo, pues la finalidad del arte terapéutico es, de hecho, "expresar y comunicar sentimientos". ¿Significa eso que debiéramos considerarlo arte entonces? Nos encontramos, una vez más, con una actividad que pudiéramos llamar de frontera, difícilmente clasificable en las nítidas categorías mentales que algunos adoran. Cierto, el arte con finalidades terapéuticas expresa y comunica sentimientos, pero, sostienen algunos, falla en un asunto primordial: su objetivo último no es la obra de arte como tal, sino más bien una finalidad que le es extraña por completo (la terapéutica). Volveríamos, así, si por estos individuos fuera, al arte por el arte orteguiano. Ahora bien, a estas alturas de la película ya sabemos a qué conducen las aventuras esteticistas que describiera Ortega: cuando el arte se convierte en un fin en sí mismo, acaba por perder la brújula y convertirlo todo en una experiencia estética. Se trata del mundo que nos han legado las vanguardias artísticas, el todo vale postmoderno que, a su vez, es el inspirador directo del experimento de Ferran Adriá en la Documenta 12, con lo que el círculo se cierra.

Pero hay un detalle en la argumentación de Huguet que me parece aún más interesante. Según él, "un cocinero puede elaborar un plato o un menú muy atractivo en cuanto a presentación, colorido y aroma" e incluso "combinar y contrastar las texturas de los alimentos" para sorprender al comensal. Sin embargo, para él, esto no son sino "elaboraciones artesanas", más que auténtico arte. Habría que preguntarse, pues, si no son precisamente "elaboraciones artesanas" (esto es, técnica) lo que también usa el artista en cualquier otro ámbito. Cierto, las experimentaciones culinarias de Adriá tienen una clara limitación, como bien señala Hughet (esto es, el producto final tiene que ser comestible), pero otro tanto puede decirse de diversas formas artísticas universalmente aceptadas como tales y que también tienen que vérselas con sus respectivas limitaciones: la arquitectura y sus materiales de construcción, por no hablar de las mismísimas leyes de la física; la pintura y la paleta de colores; la música y la escala de sonidos audible por los órganos humanos; la danza y la versatilidad limitada del cuerpo de los bailarines; etc. Como mucho, habríamos de reconocer que la cocina de Adriá es, en este sentido, una excepción dentro del mundo de la alta gastronomía, pues se trata del primer cocinero renombrado que ha acertado a romper moldes en nombre de la susodicha experiencia esté,tica. Pero esto, a lo sumo, no sería un argumento en contra de considerar la cocina de Adriá como arte, sino más bien al contrario, me parece a mí.

Volvemos, por tanto, a la pregunta original: ¿qué, es el arte? Mucho me temo que, como en el caso de otras grandes cuestiones filosóficas, no podamos responder con total certidumbre. Podemos ensayar respuestas, y la definición de Hughet me parece de las más dignas. Pero, como hemos visto, también tiene sus problemas. A lo mejor resulta que ni siquiera debiéramos plantearnos la pregunta en primer lugar. A lo mejor el arte es algo que debemos, simplemente, sentir y disfrutar... o incluso —¿por qué no?— degustar. {enlace a esta historia}

[Sat Jun 16 22:03:03 CEST 2007]

Mientras leo en Babelia la breve reseña de una antología de autores clásicos del género infantil editada por Harold Bloom, me encuentro con un comentario sobre la supuesta estética gay del programa televisivo de los Teletubbies que debería hacer reflexionar a tanto torquemada aficionado como hay por ahí todavía:

Pongan un teletubbie en manos de un semiólogo y sacará petróleo. Pónganlo en manos de un ministro de Educación polaco y sacará el crucifijo. Si lo ponen en manos de un niño verá un muñeco azul que lleva un bolso con la misma naturalidad con que sus compaeñeros llevan un gorro, una pelota y un patinete. ¿Natural? Para un niño todo es natural. De ahí que jamás pregunte por qué habla el ciervo en la fábula de Esopo o la tortuga en el relato de Lewis Carroll.

En otras palabras, que, una vez más, los niños parecen tener la sensatez que nos falta a los mayores. {enlace a esta historia}

[Sat Jun 16 19:25:17 CEST 2007]

Vicente Verdú escribe en El Boomerang sobre el concepto de felicidad:

Nadie es absolutamente feliz ni nadie es absolutamente desgraciado. Lo único que puede desequilibrar la balanza entre unos y otros es la capacidad para acercarse a comprender el sentido de la desgracia. O, simplemente, para concederle un sentido. Efectivamente lo que más desdichado hace sentir al desdichado es el sinsentido. Bastaría que hallara finalidad a esa emoción negativa para amortiguarla. Entender es empezar a convertir lo malo en menos insoportable, puesto que lo radicalmente malo del mal es su carácter absurdo o arbitrario.

¿A lo mejor de ahí, me pregunto, el profundo malestar del agnóstico (cuando no meramente indiferente, al menos en asuntos religiosos) hombre contemporáneo? {enlace a esta historia}

[Sat Jun 16 16:32:06 CEST 2007]

El País publica hoy un artículo de Enrique Gil Calvo titulado La americanización de Madrid en el que el reconocido sociólogo trata de analizar las posibles causas del estrepitoso fracaso electoral de los socialistas en la capital el 27-M. No estoy del todo de acuerdo con las tesis de Gil Calvo (me detendré en ello más abajo) pero sí que me ha parecido interesante la contraposición que hace del modelo de ciudad europeo y estadounidense:

Cuando Gallardón empezó a competir con Maragall por la primacía en el ranking español, pronto se vio la oposición entre el modelo de ciudad de Barcelona, identificado con las viejas capitales europeas con arraigo popular, patriciado urbano y tradición histórica, frente al tipo de ciudad que Gallardón impulsó para Madrid, inspirado en un modelo a la americana como el de Los Ángeles, con yuxtaposición de barrios segregados y urbanizaciones periféricas conectados por mallas de autopistas y megacentros comerciales. Un modelo de ciudad a la americana que quizá sólo era posible en Madrid, la más reciente capital europea que, por razones históricas, siempre ha sido un cruce de caminos atractor de inmigrantes, antaño rurales y hoy extrapeninsulares. Una ciudad de paso y alta movilidad social que, por ello mismo, y también como las grandes urbes estadounidenses,posee escasa identidad propia, débil arraigo popular y nulo patriciado urbano. Aquí todos los extraños nos sentimos bien acogidos, pero nadie, ni el pueblo ni la élite, se siente dueño y señor de la ciudad: de ahí que tampoco se identifique con ella ni la defienda como cosa suya, prefiriendo dejarla bajo el poder del que más pague.

Habrá que hacer, como siempre, las salvedades oportunas cuando nos referimos a temas tan complejos como éstos, pues de la misma manera que puede haber ciudades americanizadas en Europa, también es cierto que las hay europeizadas en los EEUU (San Francisco, por ejemplo). No obstante, la clasificación que hace Gil Calvo es, en líneas generales, acertada: tenemos, por un lado, la ciudad europea, con su patriciado urbano, sus tradiciones firmemente arraigadas, sus edificios históricos, sus fiestas y sus lugares públicos de encuentro; y, por otro lado, tenemos las ciudades americanas, con sus suburbios, unas redes de transporte público a menudo raquíticas, el uso y abuso del vehículo privado, los megacentros comerciales y la ausencia casi completa de auténticas plazas y lugares de reunión al margen de los intereses comerciales. Todo esto es muy cierto, al menos si lo analizamos desde un punto de vista abierto a las excepciones y algo relativizador. Ahora bien, lo que ya no me queda tan claro es que la americacnización de Madrid se deba a la gestión de Ruiz Gallardón en el Ayuntamiento. Y esto por una razón muy sencilla: la descripción de la ciudad que hace Gil Calvo se aplica igualmente al Madrid de Álvarez del Manzano, Barranco y, si me apuran, hasta del viejo profesor, don Enrique Tierno Galván. Podemos potenciar la cultura más o menos, podemos convertir la famosa movida en estandarte y tarjeta de presentación de la capital, y podemos fomentar las fiestas de barrio todo lo que queramos, pero se mire como se mire Madrid continúa siendo, en buena parte, una ciudad sin una identidad claramente definida. Eso es, precisamente, lo que muchos adoramos de Madrid. Su identidad no está definida de antemano por nosotros. Allí no hay élite alguna que pueda arrogarse el derecho de conceder cartas de buen madrileño a unos y retirárselas a otros, como sí sucede en otros lugares (vése, por ejemplo, lo que escribí aquí mismo hace tan sólo unos días acerca de Sevilla). No hay, pues, mal que por bien no venga.

Pero, como advertía más arriba, no es ésta mi única crítica al artículo de Gil Calvo. Su tesis fundamental es que las raíces últimas del fracaso electoral de los socialistas el 27-M han de encontrarse en esta supuesta americanización de la ciudad, así como en un cierto fenómeno más o menos único en el caso de Madrid: el hecho de que, conforme llegan nuevos inmigrantes a la ciudad, los anteriores suben un nuevo peldaño en la escala social, pasando ahora a considerarse miembros de la clase media, por así decirlo, que es tanto como decir del grupo de individuos fervientemente interesados en defender sus recién encontrados privilegios (entre los que se encuentra, por supuesto, el valor de la propiedad) con uñas y dientes. De ahí que finalice su reflexión con el siguiente párrafo:

En suma, Madrid parece haberse americanizado sin posible retorno, y ello tanto para bien como para mal. Una americanización que el PSM debería tener en cuenta, pues las señas de identidad socialista a la europea, fundadas en la solidaridad de clase, ya no parecen base suficiente para recuperar algún día el poder. Lo cual quizás exija la americanización del propio PSM, si es que esto pudiera darse.

No sólo pudiera darse, sino que además se dio hace ya muchísimo tiempo. Esa identidad socialista, supuestamente fundada en la "solidaridad de clase", de la que habla Gil Calvo hace ya bastante tiempo que desapareció o, cuando menos, pasó a un segundo plano de la estrategia electoral y política de los socialistas. Sencillamente, si no hubiera sido así, no se hubieran convertido en la principal fuerza política de la izquierda durante la Transición. ¿Es que tan pronto hemos olvidado lo que supuso Suresnes para el PSOE? La modernización de los socialistas, liderada en aquel entonces por Felipe González y el clan de los sevillanos, llevó a cabo precisamente esa actualización del socialismo español a las nuevas realidades sociales de finales del siglo XX. La "solidaridad de clase", aunque no fuera removida de las siglas del Partido, pasó claramente a un segundo plano y fue sustituida por otros elementos más relevantes en un país desarrollado como ya comenzaba a ser el nuestro: integración en Europa, modernización de nuestro tejido productivo, democratización a fondo de las instituciones, descentralización administrativa, etc. El obrerismo hace ya mucho tiempo que dejó de ser un elemento definitorio central del PSOE que hoy conocemos, afortunadamente.

Por cierto, que aún habría que hacer otra puntualización a las palabras de Gil Calvo, sobre todo teniendo en cuenta la fuerte carga de prejuicios que existen en nuestra sociedad contra los EEUU. Siempre me queda la sensación de que cuando alguien propone la necesidad de americanizar a nuestra izquierda, quienes postulan esta estrategia como solución a la crisis de la socialdemocracia creen ver de alguna forma unas diferencias esenciales entre las posiciones de los partidos socialdemócratas europeos y los puntos programáticos fundamentales del Partido Demócrata estadounidense, cuando en realidad éstas son casi inexistentes. Me explico: los demócratas estadounidenses hoy en día mantienen unas posiciones bastante viradas hacia la derecha del espectro político, pero no tanto porque éstas sean sus preferencias políticas personales como debido al hecho de que el electorado estadounidense en su mayoría favorece dichas posiciones en líneas más o menos generales, mientras que en Europa no sucede así. Aparte de esto, yo veo más similitudes que diferencias entre ambos. Tanto los demócratas estadounidenses como los socialdemócratas europeos defienden unas políticas económicas liberales al tiempo que pretenden poner cotos a la expansión de la lógica de mercado en ciertas esferas, al tiempo que ven al Gobierno como un útil instrumento de pedagogía democrática capaz de fomentar ciertos valores que redundarán en beneficio de todos y se esfuerzan en ampliar las libertades y derechos individuales en los aspectos más puramente morales y sociales. Como digo, yo no veo aquí una gran diferencia entre unos y otros. Lo que sí veo, por supuesto, es que tanto unos como otros se tienen que mover en un contexto social y político bastante distinto. Así, mientras que los demócratas estadounidenses se las tienen que ver con una ofensiva neoconservadora que ya viene durando casi treinta años, la mayoría de la población europea es, al menos de momento, claramente progresista. {enlace a esta historia}

[Thu Jun 14 11:31:20 CEST 2007]

Por extraño que nos parezca visto desde Europa, los conservadores norteamericanos suelen guardar bastante inquina contra el concepto de impuesto progresivo, proponiendo por lo general una forma u otra de lo que denominan flat tax. Pues bien, me acabo de encontrar un documento publicado por el Rockridge Institute, un think-tank californiano de ideología progresista, defendiendo precisamente la idea de la fiscalidad progresiva con una lógica que me parece aplastante:

Consider Bill Gates. He started Microsoft as a college dropout and has become the world's richest person. Though he has undoubtedly benefited from his unusual intelligence and business acumen, he could not have created or sustained his personal wealth without the common wealth. The legal system protected Microsoft's intellectual property and contracts. The tax-supported financial infrastructure enabled him to access capital markets and trade his stock in a market in which investors have confidence. He built his company with many employees educated in public schools and universities. Tax-funded research helped develop computer science and the internet. Trade laws negotiated and enforced by the government protect his ability to sell his products abroad. These are but a few of the ways in which Mr. Gates' accumulation of wealth was empowered by the common wealth and by taxation.

As Warren Buffet famously observed, he likely couldn't have achieved his financial success had he been born in Bangladesh instead of the United States, because Bangladesh had no banking system and no stock market.

Ordinary people just drive on the highways; corporations send fleets of trucks. Ordinary people may get a bank loan for their mortgage; corporations borrow money to buy whole companies. Ordinary people rarely use the courts; most of the courts are used for corporate law and contract disputes. Corporations and their investors —those who have accumulated enough money beyond basic needs so they can invest— make much more use, compound use, of the empowering infrastructure provided by everybody's tax money.

The wealthy have made greater use of the common good —they have been empowered by it in creating their wealth— and thus they have a greater moral obligation to sustain it. They are merely paying their debt to society in arrears and investing in future empowerment.

This is the fundamental truth that motivates progressive taxation.

It is a truth that undercuts conservative arguments about taxation. Taxes provide and maintain the protecting and empowering infrastructure that makes our income possible.

Our tax forms hide this truth. They do not indicate the extent to which taxes have created and sustained the common wealth so you could earn what you have. They make it look like the empowering infrastructure was just put there by magic and that the government is taking money out of your pocket. The most likely truth is that, through the common wealth, America put more money in your pocket than it took out —by far.

Claro que nada de esto tiene mucho sentido si, como suelen hacer los neoconservadores americanos, se parte de la base de que sólo el individuo es capaz de crear riqueza, independientemente de las circunstancias sociales, políticas y económicas en que se desarrolle su vida. En este sentido, quienes se oponen al concepto de fiscalidad progresiva en los EEUU son herederos directos de quienes propagan el mito del self-made man, al que tanto aprecio se tiene por allá. Cuesta trabajo de entender desde nuestra perspectiva europea, mucho más socializante, pero no son pocos los estadounidenses que afirman convencidos que cualquiera que sea el nivel de riqueza que hayan podido alcanzar se debe únicamente a su propio esfuerzo y, con mucho, el de su familia. Por tanto, nadie más que el individuo tiene derecho a decidir qué hacer con el fruto de ese esfuerzo puramente individual. La filosofía, a mí, desde luego, me parece equivocada, pero hay que reconocer no obstante que también ha demostrado históricamente tener algunas consecuencias bastante positivas para la economía y la sociedad americanas, sobre todo en lo que hace a su capacidad de innovación y adaptación a los cambios. {enlace a esta historia}

[Tue Jun 12 15:01:48 CEST 2007]

El País Semanal publicó este domingo una entrevista con Thomas Buergenthal, juez en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya y protagonista de una terrible historia de sufrimiento a mano de los nazis durante la Segunda Guerra Mundia debido a su origen judío. La entrevista, a decir verdad, no me parece nada del otro mundo, a pesar del material en bruto con que se contaba, quizás con la excepción de la siguiente y sabia reflexión que hace el juez estadounidense:

Uno tiene que darse cuenta de que no puede hacer grandes cosas; que lo importante es hacer pequeñas cosas, y que si todos las hacemos, tendremos gran influencia. Pretender hacer grandezas puede ser hasta peligroso.

Un judío que fue víctima del holocausto ha de saber lo suyo sobre los peligros de la grandeza. {enlace a esta historia}

[Tue Jun 12 11:44:20 CEST 2007]

No cabe duda de que asistimos a un renacer de lo religioso o, cuando menos, de lo que muchos prefieren denominar espiritualidad en un intento de marcar distancias con antiguas concepciones dogmáticas. Importa bien poco cómo lo llamemos, lo cierto es que cualquiera que esté atento a la realidad social puede palpar en el ambiente una necesidad de explicaciones últimas que nos ofrezcan algún asidero en medio de tanta incertidumbre. Sin ir más lejos, El País publica hoy una corta entrevista con el filósofo francés Luc Ferry en la que éste afirma:

Nuestra sociedad es muy moral y muy poco espiritual. No hay respuestas para cuestiones como la muerte, el amor o el aburrimiento. Antes se ocupaba de ellas la religión, ahora no se ocupa nadie. (...) La filosofía habla siempre de la salvación, pero por la razón, no por la fe. No basta con dejar de ser creyente, y yo no lo soy, para que las grandes cuestiones dejen de plantearse.

Cierto, las grandes cuestiones de la Humanidad no desaparecen porque dejemos de planteárnoslas abiertamente, y en este sentido la pérdida de influencia de las religiones en la sociedad civil (al menos en nuestros países occidentales) nos hace un flaco favor. La filosofía podría venir al rescate para, como dice Ferry, buscar la salvación por la razón y el diálogo, por difícil que esto parezca, pero ¿quién se preocupa por la filosofía en estos acelerados tiempos de globalización e imperio de la lógica de mercado? Y así nos va, deambulando de un lado para otro sin saber hacia dónde vamos, sin planos y sin brújula. Habría que preguntarse por qué se oye tan a menudo de un tiempo a esta parte aquél comentario según el cual "lo importante es el camino, no la meta". Nos puede parecer un postulado acertado y efectivo para estos tiempos que corren, pero no por ello deja de ser algo patético comparado con la seguridad de tiempos pasados (o, al menos, lo que creemos que fueron los tiempos pasados, que esa es otra historia).

En definitiva, que si quiere hacer dinero en el mundo de la consultoría, asegúrese de que vende de una forma u otra algo de espiritualidad. Este mismo domingo, El País Semanal nos informaba de la necesidad de buscar "el alma en el trabajo" y de los esfuerzos que están haciendo los ejecutivos de las compañías de medio mundo por "buscar respuestas más profundas" y llenar nuestro "anhelo o vací espiritual". Habrá quien se alegre de esta discutible humanización de las empresas, felicitándose de que no todo sea apreciación por el dinero contante y sonante en los grandes corredores enmoquetados de las multinacionales, y supongo que tienen al menos parte de razón. Más vale una empresa preocupada por el bien de sus empleados que otra que presta atención únicamente a los fríos números cada tres meses, aunque a lo peor lo uno no quita lo otro. En todo caso, me parece que hay que preocuparse cuando las susodichas cuestiones fundamentales se convierten en producto de mercadeo, adquiere de buenas a primeras el nombre tan seductor de espiritualidad y pasa de ser un elemento fundamental del debate público a convertirse en una moda más o un servicio con el que atraer trabajadores bien educados y remunerados. Y es que, me parece, nos topamos aquí con la raíz de todo el asunto: el proceso de secularización moderno, a fuerza de separar la religión del Estado y desterrar las creencias de este tipo a la vida privada, ha logrado contribuir al éxito de la vida descerebrada e inconsecuente que tanto nos preocupa estos días. Y no es que proponga yo un retorno a los Estados confesionales, no. Pero tampoco veo porqué hayamos de erradicar la religión del debate público, evitándola como si fuera un apestado. A lo mejor así lograríamos poner las bases de un auténtico diálogo sobre estos temas que fuera más allá del dogma eclesiástico por un lado y el dogma secularizador por el otro. A lo mejor resulta que devolver lo religioso al centro del debate es precisamente la mejor forma de apostar por un auténtico diálogo de civilizaciones. Claro que esto requeriría, de una vez por todas, una seria apuesta por la completa separación de Estado e Iglesia en nuestro país, siguiendo aquí (¡miren ustedes por dónde!) el modelo estadounidense. No hay forma de trasladar el debate religioso al ágora sin garantizar que el juego pueda ser mínimamente limpio y ninguno de los actores (en nuestro caso, la Iglesia Católica) vaya a poder jugar con ventaja.

Por cierto, que también en este tema tendremos que partir una lanza en honor del cristianismo y su capacidad para permitir el nacimiento de la sociedad democrática moderna, como leemos en las palabras de Fernando Savater en un diálogo con José María Castillo en una entrevista recientemente publicada en Babelia:

De hecho, la propia expresión de religión no existe en todas partes: hay muchos pueblos que tienen culto, pero no saben que ellos tienen una religión. En el paganismo las tradiciones religiosas estaban ligadas a cosas, instituciones, lugares, árboles, fuentes, a la familia... a cosas concretas que tenían como una dimensión simbólica. La religión, por ejemplo, de los romanos, que era de tipo cívico, un refuerzo espiritual de las instituciones. Los emperadores que perseguían el cristianismo lo hacían escandalizados porque los cristianos, en vez de limitarse a tener un Dios como todo el mundo, y a no dar la lata, negaban los dioses de los demás, y sobre todo los aspectos divinos de las instituciones, y eso era lo intolerable. El gran mérito, por decirlo así, del cristianismo fue separar definitivamente el mundo de lo objetivo, de lo cívico, del mundo de lo espiritual y lo religioso. De ahí que uno no entienda muy bien cuando hoy en la UE hay algunos que en la Constitución quieren mencionar las raíces cristianas de Europa... es que precisamente las raíces cristianas de Europa son la desaparición de la religión del espacio público: ése fue el mérito del cristianismo. Reintroducir la religión como justificación del espacio público sería paganizar el cristianismo.

Me parece interesante que también Luc Ferry haga unas declaraciones muy similares en la entrevista publicada hoy:

El cristianismo es la religión que, paradójicamente, ha permitido la salida de la religión porque, potencialmente, es democrático y laico. Además de que defiende la igualdad más allá de los talentos naturales, no impone leyes sobre la vida cotidiana, sobre la forma de comer o vestir. Las leyes que hay son recientes, no están en los Evangelios. Los musulmanes y los judíos aceptan peor la separación entre religión y Estado. Israel es un país democrático pero no laico.

Yo no propongo "reintroducir la religión como justificación del espacio público" al estilo romano, sino más bien aceptar su presencia en el espacio público sin problema alguno, sin rasgarse la camisa, sin llevarse las manos a la cabeza. No veo por qué el laicismo del siglo XXI haya de ser anticlerical ni antirreligioso. Ha llegado el momento de madurar tanto a un lado como a otro de la antigua trinchera.

Y, para terminar con quien empezamos, Ferry también hace unas interesantes reflexiones sobre el Mayo del 68 y sus desastrosos efectos en la educación (haber hay de todo, tanto positivo como negativo; a lo mejor algún día yo me atrevo a escribir sobre ello):

... junto a los valores tradicionales se destruyó también la autoridad. En los colegios se ha impuesto la ilusión pedagógica: primero hay que apasionar a los alumnos y después hacerlos trabajar. Es al revés. Uno sólo trabaja por obligación. No hay espontaneidad en el aprendizaje. A todos nos ha marcado algún profesor, y solía ser un gran carismático que nos hacía trabajar, no un animador cultural. La ilusión pedagógica nos dice que podemos reemplazar el trabajo por el juego. De ahí el desastre. Hay que inventar nuevas formas de autoridad sin volver atrás como reaccionarios. Los pilares de la educación europea son griegos (por la cultura), judíos (por la ley) y cristianos (por el amor). Si damos el amor sin la ley, no funciona.

Estoy de acuerdo con algunas de estas afirmaciones y en desacuerdo con otras, pero habremos de dejar el tema para otro día. {enlace a esta historia}

[Mon Jun 11 17:49:20 CEST 2007]

Ayer leí una entrevista con el escritor sevillano Daniel Pineda Novo publicada por El Mundo (lo siento, he buscado el enlace en la red, pero no lo he podido encontrar) en la que éste viene a confirmar lo que más me temía: la supervivencia del señoritismo andaluz después de tantos años de modernidad y normalidad democrática.

— ¿No es una paradoja que con la trayectoria vanguardista de Sevilla los escritores necesitaran salir de ella para no sentirse atrapados?
El localismo te sepulta y te arrincona. A mi maestro, Santiago Montoto, los hermanos Álvarez Quintero le decían continuamente que se fuera a Madrid, donde, al ser la capital del país y de la cultura, siempre ha habido más posibilidades para publicar, para hacer teatro, para todo. Claro hay personas que se quedan aquí y se pierden. Cernuda, por ejemplo, dio afortunadamente el vuelo, si no lo hubiera hecho hubiera acabado reducido a ser simplemente un poeta local.
— ¿El aburguesamiento que advierte en los escritores lo aprecia también el conjunto de la ciudad?
Sevilla es una ciudad burguesa y está marcada por la burguesía, sin embargo no ha tenido, como Barcelona, una clase burguesa que fundara empresas y creara empleo. La esencia del aburguesamiento sevillano la vemos en las casetas de la Feria y en las procesiones de Semana Santa, donde van todos esos señores estirados con sus medallas y sus cosas. El sevillano no quiere perder el espíritu de señoritismo que ha tenido siempre. A lo mejor es un señor que está trabajando en una oficina y gana cuatro euros, pero se pone su traje y su corbata y quiere aparentar lo que no tiene. Sevilla es una ciudad muy teatrera. Se advierte en su ambiente cotidiano.
— Entonces nuestros burgueses no son verdaderos burgueses.
— Lo son de cartón piedra. Ya le digo que Sevilla es muy teatral. A Sevilla le gusta mucho aparentar.

Y en ésas estamos. Uno vuelve después de más de veinte años fuera de la ciudad y se vuelve a encontrar con lo mismo de siempre: la Sevilla profunda, tradicionalista, fosilizada, cerrada en sí misma, incapaz de mirar al futuro sin aprehensión, perdida en su historia de siempre, su costumbrismo, con sus hermandades, su rocío, sus cruces de mayo, su Feria, sus casetas, sus señoritos, el flamenco, el Betis y el Sevilla, los bailes por sevillanas, las jacas lindas, las mujeres florero, sus churros con chocolate, los toros y el fino. Hay que rascar mucho para ver la Sevilla moderna, abierta al mundo, políglota, ansiosa de cambio, emprendedora, con mentalidad científica, usuaria de las nuevas tecnologías, dispuesta a moverse en la cresta de la ola. Esta Sevilla también existe, claro, pero cuesta más trabajo verla. Me extrañaría bien poco, entonces, que cualquier sevillano que sueñe con llegar a ser algo no siga todavía a estas alturas el consejo de los hermanos Álvarez Quintero. Y es que Sevilla parece encontrarse en un estado similar al de las culturas árabes: incapaz de progresar si no es a trancas y barrancas, porque la obligan, demasiado anclada en el pasado, en sus viejas glorias de un pasado que ya no es. {enlace a esta historia}

[Mon Jun 11 10:55:25 CEST 2007]

Leo en un número atrasado de Babelia un artículo de Chantal Maillard sobre un par de libros acerca de la milenaria cultura china recientemente publicados en Francia, uno escrito por François Jullien y el otro por Jean-François Billeter, y me llama la atención las opiniones de éste último, metafóricamente descrito por Maillard como el general rojo debido a su ira y sospecha:

¿Qué es lo que tanto le molesta al general rojo? Le molesta que se siga propagando un mito —el de la inconmensurabilidad del pensamiento chino frente al occidental— que obstaculiza la comprensión no sólo de los textos sino de la cultura china. Le molesta que autores que, por la influencia de la que gozan sus obras, tienen como Jullien una responsabilidad actúen acríticamente transmitiendo, sin revisarlas, ideas que fueron útiles a algunos en determinados momentos de la historia. Le molesta que, para reforzar el mito, se realicen traducciones que resultan incomprensibles pudiendo no serlo.

(...)

Billeter acusa a quienes propagaron el mito de la radical diferencia del pensamiento chino con respecto del europeo de haber seleccionado los elementos favorables a esta idea dejando de lado las analogías y los puntos de encuentro que hubiesen creado vías de acceso para la comprensión de un lector occidental. Según el sinólogo, que da por sentada la unidad de la experiencia humana, estos puntos de encuentro son innumerables. Sería más fácil, por ejemplo, si a la multifacética palabra tao, en vez de dejarla sin traducir o traducirla por un único término (proceso, vía) que la idealiza y la reduce a concepto metafísico, se la tradujera en cada caso de acuerdo con el contexto de la frase. "Técnica", "funcionamiento de las cosas", "acción", "naturaleza de las cosas" o "realidad" son unas cuantas de las acepciones que facilitarían la lectura de estos textos a los que, poniéndolos todos en un mismo saco, denominamos "taoístas". Así, la famosa frase de Lao-tsé, de traducirse tao por "realidad", daría: La realidad de la que puede hablarse no es la realidad permanente. Y no es que el chino sea más polisémico que los idiomas europeos: palabras como "tiempo", "materia", "naturaleza", dependen igualmente del contexto de la frase.

Estoy plenamente de acuerdo con Maillard. Una traducción más asequible de los textos tao&ioacute;stas serviría un doble propósito: por un lado, facilitaría su comprensión y asimilación en nuestro acervo cultural, contribuyendo así a la siempre necesaria universalización de las grandes obras de la Humanidad, independientemente de su procedencia geográfica; pero, por otro lado, también haría posible de una vez por todas el arrancar estos textos de las manos de sus actuales dueños en Occidente (esto es, los académicos orientalistas y la heterogénea comunidad de individuos inspirados por una New Age bastante espúrea y falsificada) y entregarlos a quienes siempre deberían haber sido sus legítimos poseedores, los individuos de carne y hueso que buscan la forma de vivir con más conocimiento y sabiduría. En definitiva, se trataría de hacer algo similar a lo que ya consiguiera la Reforma protestante con los textos sagrados cristianos: quitárselos de las manos a los expertos interpretadores y entregárselos al común de los mortales. Y, ya que estamos puestos, a lo mejor convendría hacer otro tanto con los textos budistas. {enlace a esta historia}

[Sun Jun 10 18:58:49 CEST 2007]

Babelia, el suplemento cultural del diario El País, dedicó recientemente un número a la Feria del Libro de Madrid, que tenía este año como tema principal la literatura africana. Pues bien, en dicho número nos encontramos con un artículo de Javier Valenzuela dedicado a la literatura magrebí en la que subraya la conexión entre la forma literaria de la novela y el auge del individuo en la sociedad:

El peso creciente de la novela en las letras magrebíes —y, en general, árabes— está directamente vinculado a la ardua y dolorosa emergencia del individuo en sociedades tradicionalmente muy comunitarias, en las que lo esencial ha sido —y todavías es— la familia, el clan, la tribu y la umma o colectividad religiosa. Europa vivió en los siglos XVII, XVIII y, sobre todo, XIX este fenómeno del ascenso del individuo y, en consecuencia, del género novelístico, pero en el norte arábigo-musulmán de África, desde Marruecos a Egipto, el mismo no comenzaría a manifestarse de modo significativo hasta la segunda mitad del siglo XX, una vez emancipada la zona del dominio colonial. Hasta entonces la poesía y el cuento dominaban la literatura de ficción en árabe.

Cierto, no se trata del descubrimiento de la pólvora, pero tampoco está de más recordar esta significativa conexión entre la novela como forma literaria y el surgimiento de la figura del individuo en su contexto social y político. Después de todo, si, como afirma Valenzuela, fuera verdad que las letras magrebíes están viviendo una emergencia de la novela, ello no dejaría de ser una buena noticia para todos aquellos que soñamos con un mundo árabe moderno y tolerante, pues la aparición del individuo en su escena cultural a costa de las identidades colectivas presagiaría otros cambios sociales, políticos y económicos de mayor calado. Habría, pues, motivos para ser optimistas... si Valenzuela está en lo cierto.

No faltarán quienes piensen que este tipo de análisis peca de un tanto de aquella ingenuidad modernista que animó a tantos colonizadores a lanzarse a la aventura civilizadora durante el siglo XIX, y he de reconocer que éste es un peligro evidente. Sin embargo, no comparto para nada la típica diagnosis postmoderna que, con su relativismo cuasi nihilista, cree ver el rastro de un imperialismo colonizador en cualquier intento de extender la libertad humana. A estas alturas de la Historia somos bastante escépticos ante conceptos como el de progreso, y está bien que asía sea, pero una cosa es reconocer que no siempre avanzamos (o progresamos) hacia un mundo mejor, y otra bien distinta negar de todas todas que haya un curso por así decir natural o casi preestablecido que las cosas sigan muy a nuestro pesar. Si no queremos llamarlo progreso, llamémoslo cualquier otra cosa, pero la verdad es que la evolución que toman nuestras sociedades no siempre responde a los deseos de todos y cada uno de los individuos que las componen. Sí, algún grado de influencia nos queda, sin lugar a dudas, pero tampoco puede negarse que la gran corriente de la Historia sigue a menudo su curso, independientemente de lo que nosotros queramos hacer o decidir. Que se lo pregunten si no a los norteamericanos, quienes se encontraban tan cómodamente entregados a su fin de la Historia cuando el fundamentalismo islámico les despertó de sopetón con los ataques terroristas del 11 de septiembre. {enlace a esta historia}

[Wed Jun 6 12:35:54 CEST 2007]

Si hace tan sólo unos cuantos días escribía sobre la visita de Condoleezza Rice a nuestro país y las desavenencias entre la Administración Bush y el Gobierno de Zapatero a cuenta de nuestra política sobre Cuba, hoy me encuentro un editorial de El País que viene a subrayar precisamente la doble moral que los EEUU están aplicando últimamente con respecto a los derechos humanos. Mientras el Presidente Bush lanza proclamas a favor de la libertad y el Estado de Derecho en Praga y su Secretaria de Estado acude a Madrid a echarnos en cara que nos sentemos a conversar con los representantes de un régimen dictatorial como el cubano, un par de jueces estadounidenses acaban de pasar una sentencia en la que estiman que no es posible juzgar a los presos de Guantánamo al haber sido clasificados como "combatientes enemigos" pero no "ilegales". En otras palabras, que nadie ha probado que estos individuos hayan violado el derecho de la guerra. La noticia nos obliga a recapitular. Resulta que los inviduos presos en Guantánamo no fueron catalogados simplemente como terroristas en su momento porque entonces podrían haberse acogido al habeas corpus y hubieran tenido derecho a un juicio imparcial con todas las garantías, así que el Gobierno estadounidense decidió catalogarlos como "combatientes enemigos" para así hacer legalmente posible su confinación indefinida hasta el "fin de las hostilidades". Pero héte aquí que ahora que se les quiere juzgar en tribunales militares con un acceso muy limitado a defensa legal de ningún tipo, las autoridades americanas tendrían que probar que estos individuos no solamente son "combatientes enemigos" (sobra decir que no hay delito alguno en ser un combatiente enemigo) sino que, además, debe también probarse que han participado en actividades que atentan contra el derecho a la guerra, y como eso es bastante difícil la Administración Bush está ahora considerando simplemente una re-catalogación masiva de todos los prisioneros al nuevo estatus de "enemigo combatiente ilegal" de forma completamente arbitraria y sin que los prisioneros tengan oportunidad alguna de argumentar en contra. Todo muy de acuerdo con el Estado de Derecho y sus garantías procesales para evitar las decisiones arbitrarias del poder. Éste es el mismo Gobierno, por cierto, que no tuvo objeción alguna a la hora de entregar a quien consideraban un sospechoso de terrorismo a los lobos de los servicios secretos sirios quienes, como todo el mundo sabe, cuentan con un historial de defensa de las libertades que haría enrojecer a Fidel Castro y sus esbirros. Y encima hay que aguantar que nos den lecciones de libertad y democracia.

Vaya por delante que no comparto la retórica radical que tan a menudo oímos entre las filas de la izquierda europea comparando el comportamiento de la Administración Bush con el de los nazis. Las diferencias, me parece, son algo más que formales. Los EEUU fueron víctima de un salvaje atentado que asesinó a más de tres mil inocentes y ahora no está internando de forma indiscriminada a cualquier árabe que se les ponga por delante (por no mencionar a tantos y tantos individuos que se manifiestan libremente por las calles de las ciudades norteamericanas y europeas en contra de la política de Bush), sino que está haciendo un esfuerzo por limitar sus acciones a aquellos individuos que llevan a cabo acciones terroristas contra el mundo occidental, les dan cobijo o, en cualquier caso, pertenecen a su entorno ideológico. Ahora bien, ello no quita para que dejemos de ser conscientes de lo que puede considerarse tal vez una de las mayores contribuciones de los padres de la Constitución estadounidense al mundo: el poder, independientemente de su origen y buenas intenciones, ha de mantenerse siempre bajo constante supervisión e inspección para evitar excesos. En otras palabras, creo que lo que podemos echar en cara de la Administración Bush es, precisamente, el que haya echado en saco roto las sabias recomendaciones de aquéllos filósofos políticos en quienes dicen inspirarse. Pero, por favor, no juguemos con el fuego del relativismo moral. Los excesos de poder de los EEUU no tienen ni punto de comparación con los de Hitler, Mussolini, Stalin, Pol-Pot, Mao o, si me apuran, Franco, Pinochet y Salazar. No por estar en desacuerdo con un determinado Gobierno debemos caer en la infantil e irresponsable estrategia de demonizarlo. {enlace a esta historia}

[Wed Jun 6 12:12:25 CEST 2007]

El País publica hoy un interesantísimo artículo detallando el proceso que dio lugar a Cien años de soledad. La lectura del breve resumen recupera las románticas fragrancias de una época en la que la actividad literaria era menos profesional y más aventurera y arriesgada. Baste pensar que, para poder marcharse a un lugar aislado a escribir su novela, García Márquez hubo de tirar de sus ahorros y acabar empeñando el humilde coche familiar. Claro que, como suele suceder con estas cosas, la idea romántica del artista-genio, del artista-creador, siempre parece más atractiva desde lejos, cuando son otros quienes han de pagar el precio (por cierto, que no puedo evitar este mismo pensamiento cuando oigo a alguien elogiar con nostalgia revoluciones pasadas y luchas en las barricadas; estas historias están muy bien siempre y cuando uno viva para contarlas y el país entero haya avanzado desde entonces... o, lo que casi siempre viene a ser lo mismo, siempre y cuando la susodicha revolución haya fracasado). En cualquier caso, recomiendo la lectura de esta breve pieza. {enlace a esta historia}

[Mon Jun 4 12:43:33 CEST 2007]

Me encuentro en la bitácora de El Bibliómano con una breve entrada sobre Mingote en la que el autor, tras comprar un volumen antiguo con viñetas del humorista de hace medio siglo (1957), comprueba "con pena cómo el humor de entonces ha sido estropeado por el conservadurismo de ahora", y no me queda más remedio que darle la razón. A lo mejor es que las aceradas críticas de Mingote en el ABC me duelen más precisamente por identificarme con el socialismo moderado, pero dudo mucho que pueda acusárseme de falta de objetividad. Tan mordaces como Mingote (o quizás más) son Gallego & Rey, y su humor político me parece de mucha más calidad que el de Mingote estos días. Y es una pena, la verdad, porque yo también echo de menos aquellos chistes donde el dibujante exageraba hasta más no poder las sensuales redondeces de las turistas tomando el sol en nuestras playas o mostraba la campechana sabiduría de nuestra gente del campo. Casi pareciera como si, al igual que le está sucediendo a mucha otra gente, también Mingote se esté dejando llevar por esa exasperación generalizada que se está adueñando de nuestro espacio público de un tiempo a esta parte. En la política o en el periodismo, esa actitud me parece negativa, pero en el mundo del humor es sencillamente contraproducente. No puede haber buen humor sin una cierta ironía, sin un cierto distanciamiento. De la misma forma que a menudo parecemos confundir estos días el hacer política con el lanzar ataques contra el contrincante (y, que conste, esto va no sólo por el PP, sino también por el PSOE, pues no hay más que escuchar una de esas ruedas de prensa protagonizadas por el inefable José Blanco), me temo que algunos están confundiendo también el humor político con la sátira más vulgar. {enlace a esta historia}

[Sat Jun 2 15:55:07 CEST 2007]

La visita de la Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, ha servido para que la prensa liberal-conservadora se lance a la yugular del Gobierno con críticas hacia lo que consideran una política exterior que nos aleja de Washington y nos acerca a Chávez, Morales y Castro. He de reconocer, por mi parte, que el Gobierno socialista ha cometido varios errores de peso desde que llegara al poder en 2004: la retirada de tropas de Iraq podría haberse gestionado mucho mejor, alargando los plazos y permitiendo a los aliados estadounidenses y británicos ocupar el vacío abierto por nuestras tropas; el ímpetu europeísta con que se afrontó el referéndum sobre la Constitución Europea llegó en algunos momentos a rozar lo puramente propagandístico; se han hecho pocos esfuerzos por parar los pies a populistas peligrosos como Chávez, Morales o Correa, prefiriendo más bien hacerles el juego en la peor tradición del progresismo acartonado de antaño; y, finalmente, se ha caído demasiado a menudo en un anti-americanismo de lo más ramplón. En otras palabras, que me parece que la política exterior quizás represente el eslabón más débil de la gestión de Zapatero hasta el momento, por más que los populares prefieran centrar sus críticas en la política antiterrorista, mucho más rentable electoralmente. No obstante, habría que advertir también que, al menos en algunos de estos puntos, se han ido corrigiendo los errores poco a pocoi hasta llegar a un punto en que casi se han enderezado las cosas. De todos modos, se mire como se mire, mucho me temo que la política hacia Cuba no sea precisamente uno los errores de la política exterior del Gobierno, por más que el amigo americano nos tire de las orejas para regocijo general de la derecha patria. Y es que, de la misma forma que en España tenemos una izquierda demasiado proclive a lanzar proclamas contra EEUU para afianzarse en su propia identidad, me da la impresión de que también hemos acabado por construir una derecha tan atlantista que, de tanto como se esfuerza en representar el papel de firme aliada de Washington, se pasa por el otro lado. Me parece curioso, por cierto, este cambio relativamente reciente en el seno de nuestra derecha, pues tampoco hace tiempo que sus principales cabezas pensantes reivindicaban más bien una España volcada hacia sus relaciones de hermandad con Latinoamérica, el Magreb y la región mediterránea.

En todo caso, estábamos hablando de la política hacia Cuba. Según leo en ABC, Condoleezza Rice amonestó públicamente a nuestro Ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, afirmando:

"Tengo serias dudas con respecto a lo que se puede conseguir dialogando con un régimen antidemocrático, que lo único que quiere es perpetuarse en otro régimen antidemocrático".

Tal vez merezca la pena aclarar que, al hablar de "régimen antidemocrático", la buena de Condi no se refería a China, ni a Vietnam, ni a Burma, ni a Arabia Saudí, ni a Egipto, ni a Kazaijstán, ni a... en fin, que la Secretaria de Estado norteamericana (y, por extensión, sus entusiasmados voceros entre nosotros) parece aplicar estas recetas de firmeza contra regímenes dictatoriales con una pulcritud digna de envidia. Pero si el problema se limitara tan sólo a las evidentes contradicciones de una política que únicamente parece aplicarse al régimen castrista mientras que permiten a las distintintas administraciones americanas sentarse a negociar con cualquier otro tirano a lo largo y ancho de este mundo, la cosa no sería tan grave. Lo peor de todo es que la política anti-castrista de los EEUU ni siquiera ha sido capaz de mostrar logro alguno después de haber sido aplicada durante más de cuatro décadas y, como bien nos recordó el propio Moratinos, mientras la Casa Blanca se dedica sólo a sus discursos llenos de grandes palabras y le hacen el juego a lo peor del anti-castrismo residente en Florida (precisamente aquellos cubanos que bien poco se significaron en su defensa de las libertades hasta que perdieron sus privilegios en la isla), quienes se entrevistan a menudo con los opositores de dentro de Cuba son las tan criticadas autoridades españolas. En fin, que al igual que suele suceder con el tema del terrorismo islámico, los neoconservadores prefieren entregarse a la retórica más rabiosamente belicista antes que demostrar sus convicciones con los hechos y, sobre todo, con políticas coherentes y sensatas. Me parece intrigante, pues, que, habiendo como he dicho que hay sin lugar a dudas sus sombras en la política exterior del Gobierno de Zapatero, nuestra derecha se empecine en subrayar esos errores y haga la vista gorda ante las contradicciones y pifias comparativamente mucho más grandes de su amigo en la Casa Blanca. {enlace a esta historia}

[Fri Jun 1 11:54:51 CEST 2007]

La viñeta de Peridis publicada hoy en El País representa a la perfección el que ha sido mi punto de vista sobre el compromiso político y la profesionalización de la política desde hace ya bastante tiempo. Aquellos individuos que, tras hacerse un hueco profesional en uno u otro lugar, deciden dedicarse a la actividad política remunerada tienen much mayor libertad y capacidad de maniobra que quienes viven de la política y dependen de ello para su subsistencia sin tener ninguna otra actividad profesional a la que dedicarse en el caso de que hubieran de abandonar su cargo. Se trata, creo yo, de uno de los problemas más serios de nuestro sistema político y que es, además, de difícil solución. Hay quien piensa que limitando el mandato de nuestros representantes se puede poner coto a la excesiva profesionalización de la política pero resulta que, además de crear sus propios problemas (fundamentalmente, el imposibilitar que nuestros políticos nunca cuenten con la experiencia que les puede hacer falta y de la cual nos podemos beneficiar como ciudadanos en determinados momentos clave), también cabría preguntarse si no merece la pena permitir que los ciudadanos, si así lo creen conveniente, puedan seguir confiando su voto a un determinado político, por más tiempo que lleve dedicado a ello. En otras palabras, no debiéramos asumir así, de entrada, porque sí, que todo caso en el que un determinado individuo dedique su vida a la política haya de ser necesariamente negativo para la comunidad. El establecimiento de límites a los mandatos queda, pues, desechado como solución posible al problema que tenemos planteado. Y, sin embargo, urge encontrar alguna solución. ¿De dónde puede venir? No se me ocurre otra cosa que proponer un amplio ramillete de propuestas: mayor participación ciudadana en los partidos políticos, mayor democratización de éstos para que los militantes de base puedan forzar cambios en la dirección cuando lo estimen oportuno, la implantación de alguna modalidad de listas abiertas o, cuando menos, no cerradas y bloqueadas y, por supuesto, la liberalización y dinamización de un mercado laboral capaz de ofrecer una alternativa de trabajo bien remunerada a los más jóvenes, de tal manera que éstas les sean más atractivas en lo meramente pecuniario que la actividad política. Ni que decir tiene que ésta última medida, quizás la que más pudiera hacer por limpiar nuestro panorama político, es también la más difícil de llevar a cabo.

{enlace a esta historia}