[Wed Oct 31 13:10:34 CET 2007]

Releyendo una entrevista con Fernando Savater publicada este domingo pasado por el Diario de Sevilla, me encuentro con una interesante reflexión del conocido filósofo vasco contraponiendo la figura de Casanova a la de Don Juan:

Su visión crítica del mundo que nos rodea aparece siempre en el momento justo, como un soplo de aire fresco. Esta semana, estuvo en la Fundación Lara polemizando con Félix de Azúa en torno a la figura de Don Juan, "un inquisidor del erotismo", malvado, gris y antipático, "porque utiliza la capacidad de seducción para hacer sufrir". Frente al tétrico Don Juan, Savater defendió al alegre Casanova veneciano, que glosó recurriendo a las palabras de Zweig: "Hace felices a muchas mujeres y a ninguna histérica".

La verdad es que nunca había caído en la diferencia tan enorme entre uno y otro mito, en buena parte debido a la confusión contemporánea sobre lo que realmente representa el personaje de Don Juan —confusión que, por cierto, puede alcanzar cotas inimaginables en la película Don Juan DeMarco, que nos lo presenta como un simpático carácter empeñado en hacer feliz a toda mujer que se encuentra. El hecho es que tanto el Don Juan de Tirso como el de Zorrilla se nos aparece como un personaje egoísta, malévolo y truhán, casi un inquisidor, como afirma Savater. Algo, en definitiva, muy distinto del personaje alegre y cachondón representado por Casanova, éste sí que embarcado en una misión por extender el placer y la felicidad terrena entre las mujeres. En fin, a lo peor no se trata sino de un reflejo de nuestra secular tradición cultural católica, tan amante ella del sufrimiento de la carne. Si fuera así, no estaría de más reivindicar la figura hedonista y desvergonzada de Casanova, como sugiere Savater. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 26 10:03:11 CEST 2007]

El penoso espectáculo al que nos están sometiendo PP y PSOE a cuenta de las recusaciones de miembros del Tribunal Constitucional debería dar algún susto en las elecciones de marzo. No voy a entrar en el infantil juego de discernir a quién corresponde la responsabilidad última o quién fue el primero en tirar la piedra. El hecho es que tenemos un Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en funciones desde hace casi un año porque los partidos políticos no se ponen de acuerdo en renovarlo, y ahora un Tribunal Constitucional que, por culpa de las recusaciones con clara motivación política promovidas tanto por socialistas como populares, no cuenta siquiera con el quorum necesario para decidir sobre los importantísimos casos que tiene sobre la mesa. En otras palabras, que tanto PSOE como PP son responsables de la paralización de nuestras principales instituciones judiciales (de momento, sólo el Tribunal Supremo ha quedado al margen de disputas partidistas). Cuando el nivel de crispación llega a tal punto que ni siquiera las instituciones fundamentales del Estado funcionan correctamente, puede decirse bien a las claras que hemos franqueado con mucho los límites de lo que puede considerarse como un desacuerdo civilizado y nos hemos entregado más bien a la destructiva estrategia del todo vale. Es en momentos como éste cuando uno echa de menos la presencia de una fuerza política de centro que venga a obligar a los grandes partidos a moderar sus discursos y estrategias. Y, por supuesto, es en momentos como éste cuando uno también se da cuenta de los peligros de un bipartidismo exacerbado que corre el peligro de deshacer lo que los españoles habíamos construido con décadas de esfuerzo, paciencia y tolerancia. Quizás haya llegado el momento de reformar de una vez por todas los métodos de elección del CGPJ y el Tribunal Constitucional para minimizar el papel que desempeñan los partidos políticos y las afilicaciones partidistas.

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[Thu Oct 25 14:03:54 CEST 2007]

Ya he escrito aquí varias veces que no comparto para nada la penalización del negacionismo que se ha ido extendiendo poco a poco entre nosotros, por muy progresista que pueda parecer a primera vista. Hoy, leyendo El País, me encuentro con una entrevista con Avner Shalev, director del Museo del Holocausto de Jerusalén, en la que manifiesta que le parece legítimo castigar a los negacionistas:

La negación del Holocausto es un intento por reconstruir el nazismo y el fascismo. No es fruto de un interés histórico honesto. La libertad de expresión ha de tener límites, porque la negación es un ataque brutal a los valores democráticos. No puedo ser tolerante con quienes utilizan la libertad de expresión para destruir las sociedades democráticas. Por tanto, es legítimo castigar a los negacionistas del Holocausto. Hay mucha hipocresía cuando se dice que la libertad de expresión es más importante que la conservación de nuestros valores.

Aun pareciéndome que los argumentos de Shalev son ciertamente dignos de consideración (dejando de lado el hecho de que, por supuesto, todo aquello que está conforme a la ley es legítimo por pura definición), continúo pensando que penalizar el negacionismo es erróneo. Y ello por varias razones. En primer lugar, si decidimos penalizar la negación del Holocausto, ¿por qué no castigamos también la negación de los crímenes del comunismo, por ejemplo? ¿No tendríamos también que perseguir a quienes aún defienden y excusan las brutales actuaciones de Stalin, Pol Pot, Mao, Mussolini, Pinochet y Franco, por ejemplo? ¿Y hasta dónde llegamos en esta nueva cruzada? ¿Nos extendemos también a los crímenes de la Iglesia? ¿Y por qué no? No puede alegarse, de ninguna de las maneras, que el Holocausto afectó a muchas más personas, primero por que no es cierto, pero segundo porque el número de víctimas tiene bien poco que ver con la afrenta moral que pueda suponer el crimen. Pero es que, en segundo lugar, tenemos el delicado problema de establecer una clara delimitación para definir qué puede considerarse un "ataque brutal a los valores democráticos". Una vez entramos a discutir ese asunto, el consenso fundamental sobre el que siempre deben asentarse las sociedades democráticas comienza a hacerse añicos. Flaco favor le haríamos, entonces, a la misma democracia que decimos querer defender. Y, finalmente, no estoy para nada de acuerdo con Shalev en que el uso y abuso de la libertad de expresión deba llevar necesariamente a la destrucción de nuestros valores democráticos. Más bien al contrario, creo que los consolidan. Otra cosa bien distinta es que, al mismo tiempo, tengan un impacto negativo en las normas de comportamiento o, sobre todo, los niveles generales de civismo. Por ejemplo, que el señor Jiménez Losantos suelte los improperios que suelta a diario por las ondas de la COPE no creo que destruya los valores democráticos, pero sí que creo que afecta al nivel general de civismo y educación en el que se desarrollan nuestras vidas cotidianas. Me parecería maravilloso que el mismo señor Jiménez Losantos (o la empresa que contrata sus servicios) cambiara de actitud y fuera capaz de continuar su labor crítica de una forma más decente y educada, pero estoy convencido de que lo último que debemos hacer es legislar al respecto. {enlace a esta historia}

[Thu Oct 25 09:15:13 CEST 2007]

La semana pasada me senté finalmente a ver por primera vez el programa Tengo una pregunta para usted, de TVE. La razón por la cual esperé tanto tiempo es, simplemente, que no veo absolutamente nada de televisión, pero ahora que mis padres están de visita sí que la encienden a menudo, así que terminé sentándome a ver el programa junto a mi padre. Pues bien, me llamó bastante la atención el incidente ocurrido entre Josep Lluís Carod Rovira y dos de los ciudadanos que hacían preguntas a cuentas de la forma apropiada de dirigirse al líder de ERC. Vaya por delante que el señor Carod Rovira mostró muy malas formas en sus respuestas a estos dos individuos, sin lugar a dudas, pero es que ambos (sobre todo la señora que se dirigió a él llamándole José Luis, pues ya llovía sobre mojado) mostraron muy poco respeto también al entrevistado. En este sentido, me parece evidente la intención agresiva y de mofa adoptada por estos dos ciudadanos al dirigirse al político catalán como José Luis, en lugar de hacerlo como Josep Lluís. Nadie me va a convencer que su intención no era sonsacarle e irritarle, por más que se escuden en una aparente inocencia que no engaña a nadie. Por desgracia, esta actitud se alinea perfectamente con el ambiente general de crispación y falta de respeto que impera en nuestra sociedad. Especialmente ridícula me parece la excusa usada por ambos individuos en el sentido de que no hablan catalán, por lo que no podían dirigirse a él usando su nombre esta lengua. Seguramente, tampoco hablan francés, y sin embargo no van por ahí hablando de Francisco Mitterrand o Jacobo Delors, ni hablan inglés y tampoco sacan a colación los nombres de Margarita Thatcher, Ronaldo Reagan o Jorge Bush, por ejemplo. El caso es que los nombres son lo que son, y no deberían traducirse. Durante los cerca de dieciséis años que he vivido en el extranjero (primero en Irlanda, después en los EEUU) nadie siquiera intentó dirigirse a mi usando el nombre en inglés. Todo el mundo era consciente de que mi nombre era extranjero y se esforzaba en pronunciarlo correctamente con mayor o menor acierto, supiera o no castellano. Pues bien, me avergüenza que mis propios compatriotas no tengan la decencia ni la buena educación de proceder de la misma manera con sus compatriotas catalanes (aunque, eso sí, intenten pronunciar el nombre de un alemán en alemán, el de un francés en francés y el de un inglés en inglés). Por desgracia, nos encontramos, una vez más, ante una muestra del secular cainismo español. Por cierto, que tres cuartos de lo mismo puedo decir de la supina ignorancia del profesor que tan sólo ayer quería obligar a mi hija a que escribiera su nombre Sofía en lugar de Sophia, usando el poderoso argumento de que "ahora estás en España". Muchas gracias; pero no, gracias. No nos hacen falta estas muestras de patriotismo descerebrado que le hacen un flaco favor a la convivencia entre españoles. {enlace a esta historia}

[Wed Oct 24 11:48:36 CEST 2007]

Parece que Aznar ha vuelto a hacer de las suyas, en este caso arremetiendo contra todo y contra todos en su recién publicado opúsculo Cartas a un joven español (joven ficticio que, curiosamente, responde al nombre de Santiago). La verdad es que el de Aznar debe ser el caso de un ex-presidente democrático que ha llevado con menos estilo su alejamiento del poder. Desde luego, puedo afirmar sin ningún lugar a dudas, que se trata del ex-presidente español (al menos de la transición democrática a esta parte) que peor lo lleva, y ello no es óbice para que uno le reconozca también el mérito de haber cumplido con su palabra de no eternizarse en el Gobierno y abandonar el liderazgo después de su segundo mandato, lo cual le honra. Pero he de reconocer que me preocupan las formas de Aznar. Su petulancia, su arrogancia, el dogmatismo exacerbado, la cerrazón concebida como sumo ejemplo de convicción personal y firme creencia en unos valores y, sobre todo, la falta de respeto hacia el adversario, el mesianismo descontrolado que parece haber calcado de los neoconservadores estadounidenses. Todo eso me preocupa, sobre todo cuando proviene de un ex-presidente del Gobierno que todavía cuenta con muchísimo apoyo en las filas de su partido (un partido de gobierno, como es el PP) y que, además, cuenta en su haber con el innegable servicio a la democracia española de haber sabido renovar a una derecha que, hasta hace bien poco, parecía completamente incapaz de alcanzar el poder por las urnas. Y, sin embargo, como decía, se trata de la misma persona que es capaz de escribir palabras como las siguientes acerca de la izquierda española y europea:

La izquierda se alía con el islamismo radical. La pérdida de referentes intelectuales e históricos tras el derrumbamiento del muro y el 11-S ha sumido a la izquierda en una profunda crisis. Observo con preocupación la alianza que una parte de la izquierda mantiene con el fundamentalismo islámico radical, con el extremismo antisistema, con la cultura relativista.

Hay que tener muy poca clase para meter en un mismo cajón a socialistas e islamistas radicales. Se trata, de hecho, de la misma táctica intolerante que están aplicando los elementos más radicalizados de la derecha estadounidense y que no me gustaría ver extendida a nuestro país. Más le valdría a la derecha española aprender de la madurez y el sentido de la responsabilidad de los conservadores británicos que de la gritona y mesiánica derecha estadounidense.

Por cierto que, aun conveniendo con Aznar (y, dicho sea de paso, con buena parte de sus correligionarios) en que cierta recuperación de lo español es hoy más necesaria que nunca y que conviene dar de lado a la mala conciencia que se apoderó de nuestra izquierda durante los años de la transición y que equiparaba a la nación y sus símbolos con la leyenda negra de marras, ello no quita para que la reafirmación del nacionalismo que hace Aznar me cause cierto temor. Y es que la verborrea nacionalista, ya sea un lado o de otro, no suele conducir a nada bueno.

No se es español a tiempo parcial. España, además de un deber, es una pasión y un sentimiento hondo. No se es español por horas o a tiempo parcial, aunque no siempre estemos pensando en España. (Bien es verdad, Santiago, que lo solemos hacer menos de lo necesario). El ser español lo impregna todo, así de poderosa es nuestra nación. Si llegase a estar en peligro, sería tu propia entidad individual la que estaría en riesgo. [...] Hay, Santiago, un cierto esnobismo muy propio de la izquierda española que le lleva a negar el hecho nacional. Han interiorizado la leyenda negra sobre nuestra historia y la han propagado irresponsablemente. Hasta el extremo de unir los esfuerzos con quienes niegan la nación española. Eso supone una doble disolución: la desintegración nacional y la degeneración democrática.

Esto son palabras mayores. Palabras, además, no muy diferentes de las que se usaran en el pasado para justificar golpes de Estado y ejecuciones sumarias, por desgracia. Palabras, por cierto, que vienen a confirmar las advertencias que se nos hacen desde CiU, PNV, ERC, BNG y demás de que no sólo hay nacionalismos periféricos, sino que también existe un nacionalismo español del que nunca se habla. Ideas como la de que "el ser español lo impregna todo" y si la integridad de la nación "llegase a estar en peligro, sería tu propia identidad individual la que estaría en peligro" tienen bien poco de liberales y un mucho de conservadoras, con lo que Aznar viene a desequilibrar la balanza nuevamente hacia aquella vieja Alianza Popular nostálgica de otros tiempos, deshaciendo precisamente lo que él mismo vino a construir desde finales de los ochenta y que, como decía algo más arriba, considero su principal aportación a nuestra democracia.

Pero como no todo van a ser críticas, y en nombre de una imparcialidad política en la que creo firmemente, he de reconocer también que Aznar da la señal de alarma en unos cuantos puntos que merecen alguna reflexión:

Mayo del 68 fue una tragicomedia pero tuvo efectos duraderos. Creó una forma de pensar que se ha extendido hasta hoy mismo: la creencia de que se haga lo que se haga, nada tendrá consecuencias. Es el "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Aquello está en la base de la extensión de lo que llaman "derechos".

[...]

En España, el rechazo legítimo a la dictadura se extendió hacia todo lo que significara la costumbre y la tradición. Aunque fuera anterior a la dictadura. En la facultad, tú has oído cómo se mezclan el desprecio al matrimonio entre el hombre y la mujer con alusiones al franquismo y la dictadura. Me dices que califican tu postura de facha. Tú tranquilo.

[...]

El pensamiento único, la dictadura de lo políticamente correcto que impide a los hombres libres expresarse, es otro peligro para la libertad. El relativismo es otro de los enemigos de la libertad. Impide el diálogo e instaura un falso pluralismo, en el que acaba venciendo el que más grita.

Cierto, Mayo del 68 fue mucho más que la tragicomedia descrita por Aznar (fue, entre otras cosas, el inicio del fin de la segregación racial y del machismo), pero el hecho es que también tuvo las consecuencias negativas de las que él habla. Y lo mismo puede decirse de los peligros de lo políticamente correcto o la descalificación de todas las ideas conservadoras como fachas. Sin respeto por las ideas de los demás no puede haber diálogo, y sin diálogo no puede haber democracia. {enlace a esta historia}

[Mon Oct 22 11:21:11 CEST 2007]

Este pasado fin de semana decidimos embarcarnos en un más o menos improvisado viaje familiar a Extremadura (digo lo de más o menos improvisado porque sabíamos la dirección general en la que queríamos conducir, pero no teníamos ni idea de dónde dormiríamos ni en qué ciudades o pueblos pararíamos), que acabó incluyendo una visita a las localidades de Plasencia y Mérida. Pues bien, saco esto a colación porque alquilamos un apartahotel en el centro de Plasencia en el que, pese a nuestros esfuerzos, fuimos incapaces de pegar ojo durante toda la noche. El caso es que desde nuestra tercera planta podían oírse desde las diez de la noche hasta aproximadamente las seis de la mañana los cantos de la gente que pasaba por allí, las discusiones a voz en grito, los insultos, las motos y los coches pasando a toda velocidad calle arriba o abajo, la música discotequera a un volumen ensordecedor, el sonido de las botellas de vidrio estrelladas contra el pavimento o los muros de las casas a modo de pasatiempo vandálico... en fin, todos los elementos ya de sobra conocidos por todos que han venido a formar parte de lo que algunos denominan movida juvenil y que a mí me parece más bien abuso de unos desaprensivos entregados a un comportamiento incívico y egoísta al que nadie se atreve a poner fin. Para más inri, ahí no acabaron los problemas, sino que a las ocho y media de la mañana llegaron unos empleados de Herbalife a la primera planta del edificio a prepararlo todo para una conferencia de agentes de venta y, ni cortos ni perezosos, comenzaron a arrastrar sillas y mesas por la oficina, iniciando una cadena de temblores que se extendió por todo el edificio, para pasar a continuación a tocar música electrónica a toda pastilla en un equipo de alta fidelidad (uno se pregunta hasta qué punto este tipo de música va bien con un producto que, al menos en teoría, subraya la conexión con la naturaleza, pero ése es otro tema) y fumar a todo trapo en las mismas escaleras por las que debíamos transitar el resto de vecinos. Vamos, que lo que comenzó como un viaje familiar a un pueblo extremeño que convirtió de buenas a primeras en una pesadilla colectiva, si no fuera por el hecho de que aquí en España ya estamos resignados a vivir este tipo de cosas.

Pues bien, en ésas estamos. No pasa una sola semana en la que no tenga que explicar a mi esposa, mis hijos o cualquiera de los amigos que nos visitan desde EEUU, que todo este comportamiento egoísta y falto de civismo es, por desgracia, bastante normal por aquí, y que más vale que se vayan acostumbrando a él. Es una auténtica pena, la verdad. Lo es porque implica resignarse con un estado de cosas ciertamente inaceptable, y lo es también porque no es de recibo que permitamos a unos cuantos dictadorzuelos del tres al cuarto imponer su ley al resto de la sociedad sin ningún tipo de consecuencias. En eso no consiste la democracia. En eso no consiste el Estado de Derecho. Parece mentira que tantos años después de la muerte de Franco aún nos dejemos avasallar (sobre todo aquellos que nos identificamos con la izquierda, todo hay que decirlo) por el comportamiento insolidario y egocéntrico de unos cuantos golfillos siempre dispuestos a acusarnos de "autoritarismo" y "comportamiento dictatorial" si nos negamos a permitirles que impongan la ley de la jungla sobre el conjunto de los ciudadanos. Espero que alguien, algún día, tenga finalmente la valentía cívica de pararles los pies y dejar las cosas bien claras: aquél que vive en sociedad ha de aceptar algunas limitaciones en su libertad personal en pos del interés colectivo y, sobre todo, para no limitar los derechos de los demás. La democracia se construye y fortalece no sólo fomentando derechos y libertades, sino también respetando (y haciendo respetar) la ley que nos damos a nosotros mismos mediante nuestros representantes democráticamente elegidos. {enlace a esta historia}

[Thu Oct 18 11:16:24 CEST 2007]

Volvemos a las andadas con la falta de capacidad para relativizar las cosas. Hoy leo en El País que el 25% de los alemanes encuentra aspectos positivos al nazismo. Según se nos informa:

Una encuesta que publica mañana el prestigioso semanario Stern ha activado todas las alarmas en Alemania al concluir que una cuarta parte de los ciudadanos de ese país sigue opinando, seis décadas después del fin de la II Guerra Mundial, que el nacionalsocialismo tenía aspectos positivos.

Un 70% respondió que "no" a la pregunta de si creía que el nacionalsocialismo tuvo también partes positivas, como, por ejemplo, la construcción de autopistas o el fomento de la familia. Pero un inquietante 25% respondió que "sí".

Pues, la verdad, no sé a qué viene la "inquietud". Si la construcción de autopistas no fue positiva, ¿qué fue entonces? ¿Cómo podríamos denominar, por ejemplo, ciertos aspectos del franquismo en España, como la estabilidad política y social o el indudable desarrollo y crecimiento de una clase media que posteriormente apoyaría la transición a la democracia? ¿Debemos oponernos a esos aspectos del franquismo también? ¿Por qué debemos considerar los avances de la revolución cubana en educación y sanidad como negativos por el simple hecho de que estemos de acuerdo en que el régimen castrista es dictatorial? ¿Es que no somos capaces de distinguir entre el apoyo o no a un régimen o a un Gobierno en líneas generales de lo que podamos pensar de tal o cual política puntual? ¿De verdad hemos llegado a unos niveles tan bajos de madurez intelectual (y, por ende, unos niveles tan bajos de honestidad e integridad) que somos incapaces de analizar las circunstancias sociales y políticas sin tintes partidistas? Artículos como éste me preocupan. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 16 12:12:15 CEST 2007]

Si hay algo que a uno le llama la atención con respecto a la sociedad española después de vivir tantos años en los EEUU es la falta general de civismo de la que incluso hacen alarde algunos en nombre de no sé qué mal entendido concepto de la claridad. Vaya uno a donde vaya, se encuentra a diario numerosos casos de mala educación, exabruptos, conductas indecorosas y faltas al respeto continuas, y lo más interesante, como decía es que a menudo se intenta vender lo meramente grosero como una virtud, como si insultar al prójimo fuera lo mismo que "hablar claro" o "no tener pelos en la lengua" (dos expresiones, por cierto, que cada vez que oigo me ponen los pelos de punta, pues ya me imagino la sarta de obscenidades y ofensas que vendrá a continuación). Pues bien, viene todo esto a cuenta de una noticia que oí en la radio esta mañana y que no hace sino confirmar y fomentar este tipo de comporamiento incívico, pero viene para más inri avalado por el poder judicial. Se trata de la resolución judicial de la Audiencia Provincial de Sevilla por la que se absuelve a la duquesa de Alba de una falta de injurias. Los hechos se sucedieron hace ya casi dos años, cuando la duquesa recibió de manos del Presidente de la Junta de Andalucía la medalla de Hija Predilecta de la comunidad autónoma (éste es otro tema, el de las medallas especiales al hijo predilecto o al mérito en el trabajo que acaban concediéndose siempre a los amigotes o a personajes famosos, y que habré de discutir algún día). Resulta que a las puertas del lugar donde se celebró la ceremonia se reunieron unos jornaleros del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) que abuchearon a la duquesa para demostrar su oposición a la idea de que la Junta de Andalucía le concediera la medalla. Pues bien, ni corta ni perezosa, la señora duquesa hizo unas declaraciones a la prensa en las que se refirió a los jornaleros en cuestión como "delincuentes" y "locos". Que la Audiencia Provincial de Sevilla hubiera argumentado que la duquesa estaba haciendo uso de su libertad de expresión a lo mejor lo hubiera aceptado (al menos desde un punto de vista legal, que no ético o moral), pero que los citados magistrados fallen a su favor con la excusa de que no había "ánimo de injuriar" y que a la duquesa simplemente tuvo una "reacción de cortocircuito" (imagino que la intención aquí es expresar que "se le cruzaron los cables") me parece, en cambio, una tomadura de pelo. Si llamar a alguien "delincuente" y "loco" sin que ni lo uno ni lo otro sea verdad no demuestra un "ánimo de injuriar", entonces ¿qué es lo que demuestra? ¿Un ánimo de constructivo diálogo, quizás?. Como decía al principio, bastante tenemos ya con la intrínseca tendencia en nuestra sociedad a injuriar para que ahora también vengan nuestros jueces a defender tan incivilizado comportamiento. {enlace a esta historia}

[Mon Oct 15 16:55:14 CEST 2007]

Hace ya varios días que leí en El País que habían concedido el Premio Lázaro Carreter a Emilio Lledó y el artículo en cuestión contenía un par de frases del filósofo de las que quería dejar constancia en estas páginas:

La verdad es el resultado de la democracia.

Dentro de cada no hay un pequeño sí, y dentro de todo sí hay un pequeño no.

La primera frase, sobre todo, me parece muy importante, especialmente en estos atribulados tiempos que corren en los que, en nombre de la siempre presente y global guerra contra el terrorismo no son pocos quienes prefieren imponer sus verdades a medio mundo, como si la verdad fuera algo a priori, previo a la indagación y el diálogo. {enlace a esta historia}

[Mon Oct 15 15:41:00 CEST 2007]

Quien lee mi bitácora sabe que no siento simpatía alguna por la revolución bolivariana de Chávez aunque, como por desgracia suele suceder con este tipo de populista marxistizante, tenga embelesado a buena parte de la izquierda europea. Sin embargo, ello no quita para que intente siempre mantener un mínimo de objetividad en estos asuntos. Es por esto que no pudo dejar de llamarme la atención leer ayer en las páginas de El País que el nuevo proyecto constitucional de Chávez recorta garantías legales que se consideran fundamentales para la vida en democracia. Según nos advierte el periodista que firma la noticia:

Las garantías judiciales en las detenciones y el derecho a la libertad de información podrían correr serios riesgos en la nueva Constitución que prepara el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. El nuevo texto señala que podrán ser restringidos en situaciones de estado de excepción, si finalmente se aprueba la reforma de la Constitución.

Nótese bien la diferencia entre lo afirmado en la primera frase (y que sirve, además para el titular de la noticia) y lo que se nos aclara en la segunda. ¿Acaso no proceden así todas las democracias que conocemos? ¿Qué democracia no limita ciertos derechos (entre ellos el de la libertad de información) en caso de que se declare el estado de excepción? Piense lo que piense uno de las políticas del señor Chávez, creo que estamos ante un claro caso de intoxicación periodística. Y, como decía, no me gustaría que se interpretaran mis palabras como ningún tipo de apoyo (siquiera implícito) a la improvisada revolución bolivariana en la que se ha embarcado Chávez. No hay más que ver cómo ha reaccionado el Gobierno venezolano a las críticas del cantante Alejandro Sanz, prohibiéndole el acceso al Poliedro de Caracas para un concieto, para convencerse de los peligrosos sentimientos megalomaníacos que invaden al Presidente Chávez, incapaz por completo de distinguir entre su persona y el cargo que desempeña o, peor aún, entre sí mismo y el Estado. No cabe duda alguna de las tendencias autoritarias del individuo. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 12 18:01:59 CEST 2007]

Que la lengua no es algo muerto sino en constante evolución es, desde luego, una verdad de perogrullo. Todo el mundo lo sabe. Ahora bien, lo que ya no estaba tan claro es que sean precisamente las palabras que menos se usan las que más evolucionen, como acaban de demostrar unos investigadores del Reino Unido y EEUU mediante un proceso de cuantificación que mide la frecuencia de uso de los vocabos y sus variaciones a través del tiempo. Claro que, bien pensado, tiene mucho sentido: son precisamente las palabras menos usadas las que tienen un significado más desconocido y, por consiguiente, podemos distorsionar con mayor libertad. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 12 17:13:48 CEST 2007]

Tanto se ha exagerado últimamente sobre los incidentes de la quema de fotos del Rey, tanta importancia se le ha dado a lo que en realidad no es sino un comportamiento francamente minoritario en nuestra sociedad, que hay quien se piensa que quizás se haya puesto en marcha un arrollador movimiento republicano que vendrá a derribar la Monarquía de aquí a unos años. Parece ser, desde lugo, el caso de Julio Anguita, quién publicó ayer un artículo titulado ¿Qué República? en el diario Público soñando con las características principales de esa república que debe estar a punto de caernos del cielo:

De unos años acá crecen las actividades políticas y culturales ligadas a difundir y recuperar el ideal republicano. [...] Pero no nos engañemos, si el proyecto de la Transición que Juan Carlos corona recibe crecientes y paulatinos disensos, es como consecuencia de que está agotado, su Constitución varada y víctima del veneno retardado de las contradicciones, anacronismos, apaños, ambigüedades e incumplimientos que jalonan su existencia formal. La restauración borbónica de 1978 es casi un calco de aquella otra Restauración que muñó Cánovas, benefició a los poderes oligárquicos y tuvo como pináculo a Alfonso XII. Desde 1994 los que han aprendido las lecciones de la Historia trabajan para ponerse al frente de los cambios impostergables. La República puede ser un recambio para las elites, siempre y cuando ésta nazca ya cocinada, sazonada y presta para ser servida por ella misma. Y es aquí, en esta coyuntura, donde la propuesta de III República tiene que ser concebida, organizada y difundida como modelo alternativo de sociedad plenamente democrática. ¿Qué República?

Anguita procede, entonces, a desbrozar las características esenciales que debería tener, en su opinión, esa III República que nos depara el porvenir: incorporación de la Declaración de Derechos Humanos, con el añadido de unos nuevos "derechos medioambientales" que se inventa el propio Anguita; democracia plena, que él mismo llega a definir vagamente —mas con un adjetivo sin duda peligroso— como "radical"; la paz, "entendida como el conjunto de valores, normas y actuaciones dirigidas no sólo a erradicar del horizonte político y cultural el hecho de la guerra sino básicamente el marco de seguridad colectiva desde una estricta lógica civil; la laicidad, entendida desde un punto de vista ético y también como mera separación de Iglesia y Estado; la austeridad entendida "como Justicia Fiscal, control de los usos del dinero público y administración transparente"; y, finalmente, un Estado federal que venga a solucionar de una vez por todas los problemas territoriales.

Veo dos problemas fundamentales con este republicanismo de nuevo cuño que quieren vendernos desde IU y otros grupos situados a la izquierda del espectro político: en primer lugar, el cambio de la forma de gobierno no responde en realidad a las preocupaciones de la ciudadanía; y, en segundo lugar —y esto se nota bien claro en los valores que Anguita usa para sintetizar la naturaleza de esa III República que tanto ansía—, se nos quiere empujar hacia la república de la misma forma que se hizo en las dos ocasiones anteriores, esto es, imponiendo unos valores que sólo representan a una parte de los españoles. Vayamos por partes. Como decía al principio, salvo en casos muy minoritarios como los de ciertos grupos independentistas, el entorno de IU, las fuerzas de la izquierda extraparlamentaria y, en el otro extremo del espectro político, los grupos nostálgicos del franquismo que no se sienten representados por el PP, la verdad es que a la amplia mayoría de los ciudadanos españoles no les preocupa la disyuntiva entre monarquía y república. Cuidado, no digo que los españoles sean monárquicos, ni mucho menos, sino tan sólo que no les preocupa la forma de gobierno particular que podamos tener, siempre y cuando se trate de un régimen de libertades y haya garantías de estabilidad y prosperidad. Y aquí habría que hacer hincapié en el hecho de que mientras que la Monarquía actual ya ha demostrado de sobras su capacidad para garantizar tanto la estabilidad como la prosperidad, la República de la que tanto gusta Anguita dejaría estas conquistas en el aire. Pero, y este es el segundo punto de mi argumento, lo más preocupante es que nuestros republicanos no parecen haber aprendido nada de la propia experiencia histórica, pues la principal causa de los dos fracasos previos no fue otra sino la imposición de los valores de media España sobre la otra media bajo la guisa de valores republicanos, y eso es precisamente lo que vuelve a hacer Anguita en su artículo. A lo mejor haríamos bien en dejar de lado nuestras veleidades republicanas y centrarnos en solucionar otros problemas más apremiantes. {enlace a esta historia}

[Thu Oct 11 17:04:05 CEST 2007]

En lo que respecta al debate político nacional, no cabe duda de que el plato fuerte del día ha sido el discurso de Mariano Rajoy pidiendo a los ciudadanos que celebren la Fiesta Nacional mañana "con orgullo". El PP tiene preparados unos cuantos eventos de afirmación de la bandera en diversas ciudades españolas que coincidirán con la Fiesta Nacional del 12 de octubre. La respuesta de los otros partidos no se ha hecho esperar, criticando el hecho de que Rajoy se apropie de las formas que habitualmente usa el Jefe del Estado. La crítica me parece razonable, pero también me parece que merecería la pena ir un poco más allá del mero debate partidista (esto es, la pura crítica cruzada sin ánimo alguno de escuchar al oponente ni conceder nada) y reflexionar sobre el mensaje que quiere lanzar el PP. Así, por ejemplo, teniendo en cuenta los continuos embates de los nacionalismos periféricos, no creo que esté fuera de lugar el reflexionar sobre la actualidad del concepto de España y cómo definirla en estos tiempos que corren, evitando el dogmatismo de unos y de otros. No me parece conveniente ni necesario embadurnarnos con los colores patrios y lanzar proclamas nacionalistas, como parece querer hacer el PP. Pero tampoco comparto para nada el continuo esfuerzo que se hace desde la izquierda por evitar hablar de España, y que sin lugar a dudas incluye una cierta e inexplicable vergüenza con respecto a los símbolos que compartimos entre todos. Ha llegado la hora de recuperar la bandera y los otros símbolos para todos los españoles sin distinción de clase social, sexo, raza o lugar de nacimiento. Y, en este sentido, debemos dejar atrás la timidez tradicional de la izquierda española a la hora de sentir los colores nacionales como propios, tal y como propone Rajoy. Sin embargo, el uso abiertamente partidista que hace el PP de la bandera no es precisamente la mejor forma de extender su uso. Si de algo hemos huido siempre los progresistas como de la peste es de unos símbolos nacionales que suelen identificarse con una opción ideológica determinada, así que flaco favor le está haciendo Rajoy a la bandera que con tanto ahínco dice defender. Claro que dudo mucho que nadie se crea que su auténtica intención sea defender la bandera o la concienca patriótica, sino más bien sacar unos cuantos votos más en las elecciones de marzo. En otras palabras, que mientras Zapatero hace electoralismo con las políticas sociales y los dineros del superávit fiscal, Rajoy lo hace con la bandera y la fiesta patria. ¡Menudo papelón!

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[Thu Oct 11 12:48:26 CEST 2007]

Todos aquellos que suelen pensar que el nivel del debate político en España está muy por debajo del que se da en otros países de nuestro entorno haría bien en ponerse al día sobre la trifulca entre el pensador francés, Bernard-Henri Lévy, y Henri Guaino, asesor del Presidente Sarkozy, a cuenta de unas acusaciones de racismo. Al parecer, Guaino incluyó unos comentarios sobre el "hombre africano" como el principal freno del desarrollo en aquel continente en un discurso que Sarkozy leyó durante una reciente visita a Senegal. En concreto, el texto decía:

... el drama de África es que el hombre africano no ha entrado en la Historia (...), nunca se lanza hacia el futuro.

Eso fue suficiente para que Lévy acusara a Guaino de "racista" y éste respondiera llamándole "cretino" y "pequeño idiota". Todo muy edificante, como se puede ver. ¡Menos mal que se trata de intelectuales! ¡Anda que si llegan a ser verduleras!

Por cierto que, como no tengo la información suficiente para entrar a juzgar sobre la polémica como tal, no puedo en buena conciencia darle la razón a uno u a otro. Sin embargo, sí que he de reconocer que siento poco aprecio por aquellos que, como hace Lévy en este caso, automáticamente reaccionan a cualquier crítica hacia los judíos, árabes o africanos con acusaciones de racismo. De igual manera que podemos hacer comentarios genéricos sobre el pasado colonial europeo o la política exterior estadounidense, no veo por qué no podamos hacerlos sobre el papel que haya representado África en la Historia y la carga de responsabilidad que pueda corresponder a los nacidos en aquel continente. ¡Ya está bien de andarse con censuras e imposiciones políticamente correctas! Una cosa es tratar los asuntos con tacto y diplomacia, y otra bien distinta evitarlos por miedo a críticas y represalias. {enlace a esta historia}

[Wed Oct 10 13:35:55 CEST 2007]

El País publicó hace un par de días un excelente artículo de Antón Costas, catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, titulado El hiperactivismo de Zapatero en el que hace un análisis crítico y objetivo —y, al mismo tiempo, respetuoso hacia la figura del Presidente del Gobierno— que, por desgracia, no suele menudear en nuestro debate político. Después de criticar, como hemos hecho tantos otros, el claro electoralismo de las medidas anunciadas por el Gobierno de un tiempo a esta parte, Costas va bastante más allá en su análisis:

Pero el hiperactivismo y la precipitación que muestran las medidas de Zapatero no tienen que ver, a mi juicio, tanto con el horizonte electoal como con un rasgo de su personalidad que tiene un fuerte impacto en su estilo de hacer políticas.

Al contrario que Aznar, que era moralista y dogmático, la personalidad de Rodríguez Zapatero no es la de un reformista, sino la de un ayudador. Un reformista tiene en su cabeza un proyecto social o económico para cambiar la sociedad y no busca que le quieran. El ayudador, por el contrario, pretende resolver problemas concretos de gentes concretas, llegar a todos, ser reconocido y querido

El político ayudador considera que su empatía y capacidad para conectar con la gente y con sus problemas es su mayor capital político. No necesita un proyecto articulado de política social, basado en una filosofía política acerca de cómo ha de organizarse la solidaridad dentro de la sociedad, sino que se vale de medidas sociales concretas y específicas para cada grupo social o territorio que compone el país.

El líder ayudador acostumbra a manifeastar una gran impaciencia por resolver todos los problemas de la sociedad en la que vive. Está animado por lo que Flaubert llamó la "rage de vouloir conclure", la rabia o manía de querer concluir, de resolver todo.

Esa impaciencia genera un estilo de hacer política en el que la motivación para resolver problemas se adelanta a la comprensión de su compleja naturaleza, y a que se den los requisitos necesarios para afrontar la solución con éxito. El ayudador se ve a sí mismo como un fermento del cambio, pero dado que no hay un proyecto detrás que conduzca el proceso, acostumbra después a dejar que las cosas sigan su curso, confiando en la máxima de que el universo por sí mismo tiende al orden. A eso algunos le llaman optimismo.

[...]

Una consecuencia perversa de este estilo de hacer políticas es que presta más atención a identificar problemas que a buscar apoyos sociales y consensos políticos amplios, incluida en algunos casos la propia oposición, que hagan que las nuevas políticas sean estables y duraderas en el tiempo, como ocurrió con la ley de dependencia.

Es decir, se trata de evitar que las políticas sociales y de otro tipo estén sometidas al zig-zag del ciclo político, de tal forma que cada nuevo Gobierno comience por querer cambiar las políticas del Gobierno anterior. De ser así, se reproduciría la funesta manía del trágala y vuelta a comenzar de cero, que tantas energías sociales y políticas consume y que tanto daño hizo a nuestro progreso social y económico desde el siglo XIX.

Touché. Felipe González era un reformista, en tanto que Zapatero es simplemente un ayudador. De ahí que las reformas del primero aún estén con nosotros y fueran respetadas por el oponente, mientras que las del segundo no tienen garantizada la permanencia más allá de las elecciones, en el caso de que perdiera. Como decía, Costa ha acertado en el análisis y en la forma de criticar de forma constructiva, sin aspavientos, demagogias ni dogmas partidistas. Precisamente por ello se merece que le escuchemos. {enlace a esta historia}

[Wed Oct 10 10:49:45 CEST 2007]

Si ayer escribíamos sobre el mito del Che y el lastre que supuso para la izquierda latinoamericana durante tanto tiempo, hoy nos encontramos con un editorial de El País titulado Caudillo Guevara que me parece de lo más oportuno:

El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pertendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible.

En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de la Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.

El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que beb&icute;an de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, dede el Confo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al "hombre nuevo".

[...]

Por el contexto en el que apareció, la figura de Ernesto Guevara representó una puesta al día del caudillismo latinoamericano, una suerte de aventurero armado que apuntaba hacia nuevos ideales sociales para el continente, no hacia ideales de liberación colonial, pero a través de los mismos medios que sus predecesores. En las cuatro décadas que han transcurrido desde su muerte, la izquierda latinoamericana y, por supuesto, la europea, se ha desembarazado por completo de sus objetivos y métodos fanáticos. Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas.

Por cierto, que el mismo diario nos informa hoy de la propuesta que han hecho unos empresarios cubanos en el exilio de facilitar la transición económica en Cuba hacia una prosperidad que ayude a sentar las bases de una posterior transición política. Se trata,en definitiva, de lo mismo que ya sucediera en el Sur de Europa en los setenta o Chile en los ochenta: la prosperidad económica trae consigo unos niveles de renta y de apertura al exterior que terminan por mostrarse incompatibles con los rigores de un sistema autoritario y cerrado. Y, por lo que hace a la política seguida durante tantas décadas por las administraciones estadounidenses, parece bien obvio que no conducen a ningún sitio. A lo mejor sirven para demostrar algún grado de pureza ideológica en quienes la defienden, pero hacen bien poco por solucionar el problema de fondo: la falta de democracia en la isla y la necesidad urgente de transitar hacia la democracia. Acabo con una cita del codirector del Cuba Study Group (CSG), Carlos Saladrigas, que merece la pena tener bien presente cuando se hable del exilio cubano, mucho más diverso de lo que a menudo se nos cuenta:

Hay tres exilios cubanos en Miami: el de los sesenta, minoritario y apasionado; el de los ochenta, que son la mayoría —tienen familia en la isla, envían dinero, son apolíticos—, y lo que nacidos y educados en el exterior, digamos los pragmáticos, como yo mismo, queremos un cambio en sí, pero no traumático.

Esperemos que sea el pragmatismo de ese tercer grupo el que acabe imponiéndose por el bien de todos los cubanos. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 9 11:36:35 CEST 2007]

El País publica hoy un artículo de Jorge Castañeda sobre el aniversario de la muerte del Che que, de paso, muestra bien a las claras la naturaleza última del Gobierno de Chávez:

En un decreto expedido el 26 de agosto de este año, el presidente Hugo Chávez, de Venezuela, creó una Comisión Presidencial para la Formación Ideológica y Política y la Transformación de la Economía Capitalista en un modelo de Economía Socialista que tendrá las siguientes atribuciones:

  1. Formular el plan extraordinario Misión Che Guevara, el cual debe contener como mínimo: criterios y mecanismos para asegurar su efectiva aplicación a nivel nacional; criterios y mecanismos para incentivar la participación de la comunidad organizada en la implementación del plan.
  2. Formular y coordinar los lineamientos que regirán la aplicación del plan entre los diferentes entes, órganos y organizaciones involucrados, destinado a obtener formación, capacitación y organización laboral sustentable, apoyo técnico, tecnológico, financiero y logístico desarrollando la conciencia ética y moral como factores determinantes en la formación de hombre y la mujer... con prioridad en las comunidades más desasistidas.
  3. [...]
  4. Realizar la evaluación y seguimiento al plan extraordinario Misión Che Guevara...

En fin, uno ya se puede imaginar el resto. Como ya dejado escrito en otras ocasiones, yo no iría tan lejos como para catalogar a Chávez de dictador, pero modales autoritarios y mesiánicos sí que los tiene, sin lugar a dudas. No hay más que considerar la aberración que supone que un Presidente decrete la creación de una comisión presidencial para la formación ideológica de sus conciudadanos. Pero, en fin, lo más importante del artículo de Castañeda no me parece que sea la crítica contra Chávez, sino el repaso que hace del mito del Che, tan querido de la izquierda revolucionaria (y, añadiría yo, dogmática y romanticona, cuando no meramente asesina) de todo el mundo. El autor desgrana, además, sus argumentos:

Primero, miles de jóvenes latinoamericanos murieron inútilmente por querer "ser como el Che": con dos excepciones (Nicaragua y El Salvador), todas las tentativas de crear "focos" guerrilleros en los años sesenta, setenta y ochenta fueron aniquiladas sin dejar un trazo. El saldo es rojo, no por el triunfo de la revolución, sino por la sangre derramada, de unos y de otros.

En segundo lugar, esos intentos contribuyeron —unos más que otros— en buena medida al surgimiento o a la radicalización de las dictaduras militares o regímenes de "seguridad nacional" en muchos países de la región. Las guerrillas no produjeron los golpes militares (quizás en Uruguay, Perú y Argentina sí, por cierto), pero los aceleraron, o provocaron una mayor represión que la que de cualquier manera se hubiera ejercido, de no haber existido los focos. [...]

Y tercero, el legado del Che incluye también la demora innecesaria e injustificada en el surgimiento de una izquierda democrática y moderada, globalizada y moderna, en América Latina. Tan era posible esa izquierda, que hoy existe: en Chile, en Brasil, en Uruguay, entre otros. Tan era viable, que gobierna, y gobierna bien. Tan pudo haber emergido antes, que a lo lejos se vislumbraban atisbos desde hace un cuarto de siglo. Pero no prosperaron, como hoy siguen sin materializarse, en Venezuela, en Bolivia, en Argentina, en Nicaragua, en Ecuador y en México, entre otros. Por muchas razones, sin duda; pero una de ellas consiste en la fascinación que la revolución, el socialismo, la lucha armada y el anti-imperialismo aún ejercen sobre amplios territorios de la izquierda latinoamericana. El símbolo de todo eso es, justamente, el Che Guevara.

Resulta ser, en el cuarenta aniversario de su muerte, una magnífica prueba de ácido: donde lo celebran y recuerdan, prevalece una izquierda anacrónica, autoritaria, nacionalista y estatista. Y donde brillan por su ausencia los festejos y homenajes, impera una izquierda, dentro o fuera del, poder que se ha reconstruido. Allí, finalmente, descansa en paz el señor de las camisetas, con un epitafio que le corresponde: simbolizar una época —el 68— y un movimiento —el de la juventud sesentera— a los que tanto debemos, y no un ideario político obsoleto, que tantos rechazamos.

No está de más, por cierto, resaltar el papel que han desempeñado Ricardo Lagos y Lula en el surgimiento de esta izquierda latinoamericana reformista, democrática y moderna que tan necesaria era en un continente dividido. Se trata, por cierto, de los países latinoamericanos que más han avanzado en los últimos años en la resolución de lo que antaño se denominaba como la cuestión social. Y es que, como suele ser el caso, la política más eficaz no siempre es la más llamativa, ni tampoco la que más hace más aspavientos. Es una auténtica pena que en este cuadragésimo aniversario de la muerte del Che todavía haya entre nosotros —incluso en los países económicamente más desarrollados— individuos que se dejen arrastrar por el romanticismo de aquel barbado guerrillero que, ciertamente, demostró generosidad al entregar su vida por una causa, pero que sin lugar a dudas murió sin darse cuenta de que la causa por la que murió era la equivocada. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 9 08:28:56 CEST 2007]

Los soberanistas del PNV no parecen enterarse de la misa la media. Ayer, por ejemplo, leíamos las declaraciones de la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, sobre la detención de la cúpula de Batasuna. Entre otras lindezas, se le ocurrió sacar a colación el proceso de paz en Irlanda del Norte y cómo por allá el Gobierno británico no encarceló a los dirigentes del Sinn Fein, sino que se sentó a negociar con ellos. Y, a partir de ahí, se desbocó su pasión dialogante:

¿Qué delito es simplemente el intentar reunirse, encontrar una solución de futuro, mejor o peor, de forma equivocada o acertada? Estos señores y señoras estaban allí reunidos, no tenían pistolas, no tenían bombas... ¿vamos a cortar todos los puentes de diálogo cuando todos sabemos que la solución, en el momento en que llegue, va a necesitar, porque no hay otra salida, tenerlos a ellos de interlocutores y llegar a un acuerdo también con ellos?

Pese a todo lo que ha caído, estoy a fin de cuentas de acuerdo con la portavoz del Gobierno vasco en el hecho de que, tarde o temprano, habrá que sentarse a hablar con los energúmenos de Batasuna. No se trata de que nos guste más o menos, sino del hecho incontrovertible de que representan a un buen porcentaje de los ciudadanos vascos, y sin ellos no hay forma de solucionar el problema del terrorismo. Ésa es la realidad, guste o no guste, la quieran ver algunos o no. Ahora bien, parece bien obvio que uno no puede sentarse a dialogar con quien no muestra el más mínimo interés por respetar el voto democrático y prefiere imponer su voluntad mediante el uso de bombas y pistolas. Ya lo he escrito varias veces con anterioridad, pero habrá que hacerlo una vez más: no es posible la negociación con quienes nos amenazan con el asesinato y tienen hasta la desfachatez de poner la pistola encima de la mesa de diálogo. Eso debería estar bien claro. Pero es que además me parece preocupante que sean tantos los dirigentes del PNV que mencionan las similitudes entre el País Vasco e Irlanda del Norte (ETA y el IRA) sin, al mismo tiempo, darse cuenta de las diferencias. Si, en contra de lo que se mantiene desde el PP y buena parte del PSOE, estoy de acuerdo con la observación general de que los problemas del País Vasco e Irlanda del Norte son similares (terrorismo separatista de izquierdas, presencia de una rama política del movimiento independentista con representación política en las instituciones y un claro apoyo social que se manifiesta en las urnas elección tras elección, extensión del problema a través de las fronteras de dos Estados, la existencia de ciertos elementos identitarios como el lenguaje e incluso una historia de guerra sucia con oscuras conexiones de los cuerpos de seguridad del Estado), también me parece importante destacar las diferencias entre ambos fenómenos (existencia de un Gobierno autonómico con amplias competencias en el caso vasco que no tuvo contrapartida en Stormont durante la mayor parte del conflicto norirlandés; la evidente asimetría en el uso de métodos terroristas, puesto que en el caso norirlandés fueron ambas las comunidades que usaron el asesinato como metodología de acción política, mientras que en el caso vasco los atentados fueron casi todos firmados por ETA y su entorno con escasas excepciones; y, sobre todo, el hecho de que, llegado el momento de sentarse a negociar, fue el Sinn Fein quien lideró el proceso en Irlanda del Norte y arrastró al brazo armado a abandonar sus actividades terroristas, en tanto que en el País Vasco Batasuna está mostrando una clara supeditación a ETA de la que no parece ser capaz de deshacerse). La gente de Batasuna ha demostrado de sobra no estar a la altura de las circunstancias. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 5 15:19:38 CEST 2007]

No hace tanto que asistimos al triste espectáculo de ver a todo un Fiscal General del Estado tomándose las cosas tan a pecho como para iniciar una investigación a raíz de las viñetas satíricas de El Jueves en las que se mostraba al Príncipe Felipe y a su esposa en plena cópula, mostrando, no diría yo ya poco sentido del humor, sino además una clara ignorancia de cuáles puedan ser los métodos legales más efectivos en una sociedad tan mediática como la actual —recuérdese, por ejemplo, la inutilidad de ordenar el secuestro de la revista cuando la portada en cuestión estaba apareciendo ya en los sitios web de medio mundo, o incluso lo insensato de tomar unas medidas tan drásticas y obviamente desmesuradas que tuvo el efecto precisamente opuesto al que se pretendía: publicitar aún más el supuesto delito de injurias. Pues bien, aquí estamos apenas dos meses después enfrentándonos a otro tema parecido. Ahora resulta que a los independentistas catalanes les ha dado por quemar fotos del Rey y, en lugar de aprender del error de El Jueves, media España se escandaliza, patea, pone el grito en el cielo y comienza a desgañitrse por el "ultraje contra la nación" y la "amenaza separatista", haciéndole así el juego, una vez más, a una minoría de extremistas descerebrados que se creen muy rebeldes por quemar fotos. Da pena, la verdad. Da pena, por un lado, observar los niveles de estupidez que pueden alcanzar ciertos independentistas con tal de aparecer en los medios de comunicación, y da pena, por el otro, ver cómo monárquicos y conservadores no tienen la paciencia suficiente para estarse quietos e ignorar tan chulesca afrenta. Por cierto, que en EEUU —saco este país a colación ya que Aznar y compañía gustan de hacerlo cuando les conviene— esto se consideraría simplemente un ejemplo de libertad de expresión. Desconsiderado y maleducado, sí, pero libertad de expresión al fin y al cabo. A mí me parece que se trata de la mejor forma de hacer frente a este tipo de comportamientos inmaduros y adolescentoides como el referido. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 5 09:15:59 CEST 2007]

Me desagrada el uso indiscriminado de ciertos términos que, debido a su naturaleza, todos deberíamos tomarnos en serio para lanzar críticas de trazo grueso. Y es que casi pareciera que hemos perdido la capacidad de expresar aspectos complicados y sutiles en el lenguaje contemporáneo. Se trata, por otro lado, de una tendencia que he observado en la sociedad americana tanto como en la española, por lo que difícilmente puede argumentarse que sea debido a tal o cual elemento particular de nuestro sistema educativo o al clima de exacerbada tensión política. Sea como fuere, como digo, me desagrada leer la noticia del descubrimiento de 34 esqueletos en un sótano de Moscú, muy probablemente restos de los muchos asesinatos que se cometieron durante la era del Gran Terror estalinista, acompañado de unas palabras sobre lo que el autor del texto considera un "genocida rehabilitado". El concepto mismo de genocidio hace referencia al exterminio de individuos por el mero hecho de pertenecer a una determinada raza o estirpe, independientemente de sus ideas y comportamiento. No es, por tanto, aplicable al asesinato político, por más que nos empeñemos de un tiempo a esta parte en aplicarlo a dichos casos en un intento desesperado de contaminar figuras como las de Stalin, Mao o Pinochet de la misma pátina de satanismo que rodea a la figura de Hitler. Y he ahí, me parece, al origen último del problema: nos estamos acercando peligrosamente a un punto en el que no somos capaces siquiera de argumentar con un mínimo de respeto y sutileza, y todo son crisis desgarradoras, apocalipsis bíblicos, traidores a la patria y genocidas confesos. Me preocupa esta tendencia por lo que tiene de abandono de las bases mismas de la democracia y, peor aún, de las raíces de nuestra propia civilización occidental contemporánea —cierto, demasiado a menudo no hemos estado a la altura de las circunstancias y hemos sido incapaces de cumplir con nuestro propio programa ilustrado, universalista, igualitario y dialogante, pero ello no quita para que reconozcamos el hecho de que para incumplir un programa hay que tenerlo antes, y, se mire como se mire, guste o no guste, la occidental ha sido la primera civilización que ha defendido estas ideas. {enlace a esta historia}

[Wed Oct 3 12:49:56 CEST 2007]

A tales niveles ha llegado el griterío político durante estos últimos años que ya casi no sé qué pensar sobre el asunto. Por un lado, me planteo que las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y no debe sorprendernos para nada que todas las fuerzas políticas comiencen a posicionarse más de cara a la galería que con vistas a pasar una legislación auténticamente relevante. Esto explicaría, entre otras muchas cosas, las famosas medidas anunciadas por el Gobierno que han sido catalogadas de meramente electoralistas por casi todo el mundo, la propuesta presentada por IU-ICV y ERC ayer en el Congreso para garantizar un salario social a todos los ciudadanos sin distingos de renta ni patrimonio o, por supuesto, el último —por el momento— órdago soberanista lanzado por el lehendakari Ibarretxe. Sin embargo, por otro lado, uno se da cuenta de que la tensión política que se respira en el ambiente viene de largo y comenzó, cuando menos, tras la derrota del PP en las urnas en el 2004, si es que no podemos remontarla incluso hasta el envío de tropas españolas a Irak, medida tomada por el Gobierno Aznar a pesar de la obvia oposición de la amplia mayoría de ciudadanos españoles, incluyendo a muchos votantes de su propio partido. En cualquier caso, el grado de enfrentamiento llega a tales niveles que no sólo parece estar poniendo en peligro el acuerdo tácito de respeto mutuo que naciera durante la famosa transición, sino que en ocasiones sobrepasa incluso lo que deberíamos considerar condiciones mínimas para que se produzca un diálogo razonable, y que se extiende a hacer uso de un cierto grado de tolerancia hacia las ideas de los demás. Por poner un ejemplo bien fácil. Se puede pensar lo que se quiera de la propuesta soberanista de Ibarretxe. Se la puede apoyar, se la puede criticar, se puede mantener también una cierta distancia escéptica respecto a ella, y se pueden hacer muchas otras cosas. Pero lo que no me parece de recibo es que el director del diario ABC mantenga esta misma mañana en televisión que el Presidente del Gobierno debe rechazar siquiera entrevistarse con quien, a fin de cuentas, es el máximo representante constitucional de los vascos. La intolerancia no puede llegar hasta tal punto que nuestro Presidente —esto es, no lo olvidemos, el Presidente de todos los españoles sin excepción— se niegue en redondo a recibir en La Moncloa a todo un presidente de un Gobierno autonómico que viene a hacerle una propuesta de la que discrepa. Lo que el director del ABC está exigiendo es, ni más ni menos, que nos neguemos a escuchar a aquellos representantes políticos que mantengan posiciones que no nos gusten, y no estoy muy seguro de que esa posición sea ni tolerante ni mínimamente democrática. De la misma manera que me parece excesivo que Zaplana compare la propuesta de Ibarretxe con el golpe de Estado del 23-F. Convendría que más de uno moderara la retórica hiperbólica, sobre todo cuando suele tratarse de los mismos que no paran de lanzar advertencias sobre los riesgos de división que trae siquiera el debate sobre la Ley de la Memoria Histórica. {enlace a esta historia}

[Mon Oct 1 16:50:12 CEST 2007]

Hace ya varios días tuve ocasión de leer un artículo de Fernando Savater publicado en El País sobre el nuevo partido político que acaban de lanzar él y Rosa Díez, entre otros. Algunos de los párrafos incluidos en el artículo merecen destacarse aquí:

No oigo más que lamentos por el desinterés reinante —en especial por parte de los jóvenes— en asuntos que a todos nos conciernen y resulta raro que cuando alguien se toma la indudable molestia de implicarse en ellos con mayor o menor acierto se le tiren al cuello. Por lo visto, lo que molesta es que vamos a "quitarle votos" a uno u otro de los grandes partidos. Confieso que no sabía que los votos son propiedad de los partidos: yo creí que eran del votante hasta que los deposita en la urna. Incluso diré que la mayoría de los votantes que conozco han optado a lo largo de los sucesivos comicios por una u otra opción, lo cual me parece revelador de su autonomía personal a la hora de elegir. Pero los grandes partidos se ven a sí mismos como rediles donde encierran borregos de su propiedad y el que ofrece nuevas propuestas políticas es un ladrón de ganado. Confían más en la resignación del electorado que en el atractivo de sus programas: saben que la mayoría de la gente tiene que optar entre un partido que no le gusta y otro al que odia, esperando cada preboste que el suyo sea el que sólo no les gusta. De modo que se indignan si alguien rompe el cómodo maniqueísmo vigente. Es significativo que la pregunta habitual que se nos hace es si vamos a hacer "daño" al PP o al PSOE, nunca si creemos que vamos a ser beneficiosos para los ciudadanos, al ampliar la oferta política..., sobre todo para los muchísimos que nunca han votado o que ya no votan, por insatisfacción o aburrimiento.

Por cierto, que el mismo artículo incluye una cita de Albert Camus que merecería la pena tener bien presente;

Habría que dejar de mirarse el ombligo. Eso les dará a los diputados y a los partidos un poco de esa modestia que distingue a las buenas y verdaderas democracias. El demócrata, al fin y al cabo, es alguien que admite que un adversario puede tener razón, lo deja expresarse y acepta reflexionar sobre sus argumentos.

Creo conveniente, pese a todo, recordar que cuando se trata de política, Camus solía pecar de un excesivo idealismo. No se trata tanto de que la actividad política real sea excesivamente sucia —como, sin lugar a dudas, asume la mayor parte de los ciudadanos— sino que tampoco es tan desinteresada como a muchos les gustaría que fuera. En este sentido —¿para qué engañarnos?— no creo que sea distinta de cualquier otra actividad humana, la verdad sea dicha. ¿Es que alguien piensa honestamente que la actividad empresarial tiene como fundamento principal el servir a la comunidad, por más que los eslóganes corporativos repitan esta idea? ¿De verdad alguien cree a estas alturas en la entrega desprendida de los altos jerarcas de la Iglesia? Y, sin embargo, ¿no deberíamos todos tener bien claro también que tanto unos como otros sirven una función social que es no sólo legítima sino esencial? En fin, nunca está de más mantener bien presente la imagen ideal hacia la que aspiramos en nuestra actividad cotidiana, siempre y cuando no queramos ser más papistas que el Papa. Cierto, en política no hay hermanitas de la Caridad, pero es que de éstas quedan cada día menos hasta entre las filas de la Iglesia, la verdad sea dicha. {enlace a esta historia}