[Mon Feb 26 10:27:35 CET 2007]

La semana pasada me topé en El País con una entrevista al reputado sociólogo Salvador Giner de la que me gustaría dejar constancia aquí. No se trata tanto de que esté de acuerdo con todo lo que dice Giner como de que sus palabras me parecen, al menos, dignas de ser escuchadas:

La transformación de España de un país semirural a urbanizado en tan poco tiempo. Lo que en el norte de Europa se tardó 120 años, aquí se hizo en 30. Todo el mundo habla de la transición política, pero la cultural ha sido la más extraordinaria. España era un país que quemaba iglesias y los católicos mataban masones. Pues 40 años después, las iglesias están vacías. Se ha sustituido quemar las iglesias por la indiferencia a ellas. Un salto brutal. En cambio, el salto étnico-cultural ha sido pequeño: el catalanismo, el andalucismo... se han reafirmado. Las identidades colectivas hispánicas se han intensificado. Quizá sea fruto de un proceso compensatorio de pérdida de esa personalidad.

(...)

A mí me ha interesado mucho siempre el altruismo cívico, de qué manera los ciudadanos se organizan para los otros... Lo que ocurre es que no estamos bien educados. Vienen inmigrantes en masa, hay muchos españoles que han crecido con el televisivo Gran Hermano como referente, que no saben qué son, aparte de mileuristas. Hay una descomposición social gravísia. No tienen referentes. Se da en las sociedades occidentales un alto grado de falta de orientación, a lo que nos ha llevado el capitalismo concurrencial, una máquina de crear frustrados. Y si no tienes una religión, cualquiera, te vuelves agresivo. A esta gente la frustras y mañana muerden.

(...)

Se piensa que la escuela es un lugar para aparcar el niño y que allí ya le enseñarán lo que no les esneñan los padres. Se le pide mucho a la escuela y nosotros no le damos lo que necesita. Si queremos una sociedad moderna necesitamos capital social y capital humano. Y eso se consigue con grandes escuelas. Además, antes había un respeto por el que sabía más que tú que se ha perdido. Somos una sociedad muy insolente. Hemos dado tantas cosas a nuestros niños que ahora les damos hasta insolencia. Insolencia y caos. Hay un problema de anomía o falta de ley. No tenemos creencias: somos indiferentes a la iglesia y al partido comunista, por simplificar asía las ideologías. Estamos perdiendo referentes. Se disgregan los valores.

Empecemos por esto último. Suena un poco hipócrita el quejarse de la falta de respeto hacia "los que saben más", sobre todo porque estas palabras suelen salir de la boca de quienes, por supuesto, consideran que saben más y que, por consiguiente, el resto tenemos que limitarnos a escuchar. Sin embargo, ello no quita para que Giner tenga parte de razón al menos. Más que en la sociedad de la información vivimos en la sociedad de la opinión, donde todo hijo de vecino se siente con derecho a expresar su opinión, tenga o no tenga idea sobre la materia que se discute, se haya o no molestado en aprender e investigar sobre el tema y en oír los diferentes puntos de vista enfrentados. La libertad de expresión se ha convertido en logorrea, y como prueba aquí tienen bitácoras como ésta misma que tienen ante sus ojos. La insolencia es, como señala Giner, un problema al que tenemos que hacer frente. Sin embargo, aún más importante que la insolencia o los excesos cometidos en nombre de la sacrosanta libertad de expresión me parece que es el otro punto que destaca el entrevistado: la anomia social, la desorientación generalizada. No se trata de sustituir la permisividad occidental por fundamentalismos y rigorismos varios, pero sí de afirmar sin complejos un conjunto mínimo de valores que nos caracterizan como sociedad. Se han cometido muchos crímenes en nombre del universalismo occidental, de eso no cabe duda. Pero tampoco podemos caer ahora en un paralizante complejo de inferioridad que nos impida restañar las heridas que causamos. Aún más importante, si cabe, me parece la afirmación de Giner de que la falta de referentes actual es consecuencia directa del capitalismo desbocado, auténtico moloch que pisotea todos los valores que no sean cotizables en Bolsa. Claro que esto no es muy políticamente correcto en una era neoliberal como la nuestra.

Y, ¿qué vamos a decir por lo que respecta al primer párrafo destacado aquí? Es cierto, España ha cambiado tanto en los últimos treinta años que está casi irreconocible, y eso tiene un precio. Nos damos palmaditas en la espalda por el enorme desarrollo político, social y económico, pero no acertamos a darnos cuenta de los grandes cambios estructurales que dicha evolución ha traído a nuestra sociedad. Cualquier intento de reforma, cualquier pretensión de solucionar los problemas que tenemos planteados, ha de pasar precisamente por ahí. Y, sin embargo, se trata de algo a lo que tampoco hemos dedicado mucho tiempo de reflexión. {enlace a esta historia}

[Tue Feb 20 08:39:49 CET 2007]

La polvareda que se ha levantado como consecuencia de los resultados del referéndum sobre la reforma del Estatuto andaluz va a ser difícil de apaciguar. Y esto es así, fundamentalmente, por motivos de estrategia política y cálculos electorales. La participación ha sido, sin lugar a dudas, decepcionantemente baja (poco más del 36%). Caben, no obstante, varias interpretaciones de la misma: desde la que afirma que los andaluces nunca sintieron la necesidad de reformar el Estatuto como una prioridad hasta la que justifica la baja participación por la falta de tensión política en una consulta donde estaba bien claro que el sí ganaría abrumadoramente. Las dos teorías me parecen razonables, a decir verdad, y no me sorprende tampoco que mientras Chaves se haya apuntado a la segunda, Javier Arenas prefiera claramente la primera. Soy consciente de que la posición de Chaves puede sonar a justificación más o menos vergonzante lo que sin duda puede considerarse como un fracaso al menos parcial de su Partido, que apostó firmemente por esta reforma. Sin embargo, a mí me parece más honesta esa posición que la de Arenas, quien se sumó al carro de la reforma tarde y de mala gana para después llevar a cabo una campaña más bien desmotivada y ahora criticar al Gobierno andaluz por los resultados. En otras palabras, que el PP de Andlaucía ha querido apostar por todos los caballos: "si gana el sí con una participación alta, decimos que hemos pedido el voto afirmativo en las urnas; si gana el sí con poca participación ciudadana, decimos que a los andaluces realmente no les interesaba la reforma; y, por lo que respecta al no, sabemos que no va a obtener siquiera un porcentaje que merezca la pena". Se trata de una posición que a lo mejor rinde réditos electorales y desgasta a los socialistas, pero que uno no se espera de quienes aspiran a gobernar la comunidad autónoma tras las próximas elecciones. De un partido de gobierno uno espera, cuando menos, la capacidad de tomar decisiones difíciles, y no el arte de la finta para escaquearse de responsabilidad ante los ciudadanos y ganar las apuestas pase lo que pase.

Pese a todo, la posición más simpática ha sido la mantenida por los andalucistas, quienes después de apuntarse el voto del no como propio dando a entender que su partido ha incrementado así el apoyo entre los ciudadanos, ha exigido la dimisión inmediata del Presidente de la Junta. Digo simpática por lo descabellada y fuera de lugar que resulta, pero al menos tiene la virtud de presentar las cosas bien a las claras y sin ocultar las intenciones claramente electoralistas de los líderes del PA. Y es que, como decía, estoy convencido de que tanto PP como PA interpretan los resultados del referéndum en clave partidista, lo que les lleva al convencimiento de que si se convocaran elecciones autonómicas en estos momentos quizá tendrían posibilidades de desbancar a los socialistas por primera vez en más de veinticinco años. Disiento de tales interpretaciones, pero mucho me temo que populares y andalucistas se van a lanzar ahora a por todas en un intento de provocar elecciones anticipadas, y de ahí mi convicción de que la polvareda que se ha levantado no se va a apaciguar fácilmente al menos hasta pasadas las elecciones municipales de mayo. {enlace a esta historia}

[Thu Feb 8 15:14:49 CET 2007]

Me pareció interesante la viñeta de El Roto publicada hoy por El País en la que se muestra una imagen de Franco afirmando que la idea de España es una patente suya.

Es cierto, la derecha española se cree en posesión de la patente de la idea de España, y se nota sobre todo en la ostentación permanente que hacen de nuestra bandera, por no hablar de los argumentos que usan en el transcurso del debate político y con los que dejan bien claro que la única forma de entender España es, por supuesto, la suya. Ahora bien, ello no es óbice para que reconozcamos que, al menos en parte, la responsabilidad recae en la izquierda por haber renunciado a la idea misma de España durante las últimas décadas. Cuando son tantos los progresistas que se sienten avergonzados de nuestra bandera y símbolos nacionales, y quienes al parecer se muestran incapaces de afirmar y defender una idea de España distinta, quizás multinacional, más abierta, moderna o lo que sea, pero distinta, tiene poco de extraño que sea el oponente político quien se adueñe de los símbolos. Como digo, en buena parte no es sino consecuencia directa de nuestra dejación, y de nada valen quejas como las de El Roto. Para observar cómo es bien posible tener una idea distinta de España, mucho más acorde con nuestros valores y sentimientos, no tenemos más que releer las palabras de los líderes republicanos de los años treinta. Vemos ahí, sin lugar a dudas, un patriotismo sin complejos y, al mismo tiempo, moderno y progresista. {enlace a esta historia}

[Tue Feb 6 10:06:59 CET 2007]

Hace unos días, El País publicó un artículo sobre los "buenos tiempos" del arte flamenco en el que, con motivo de la reedición por la Fundación José Manuel Lara de Luces y sombras del flamenco, el clásico de Caballero Bonald y la fotógrafa Colita, se hacía un breve repaso a lo que, según muchos, fueron los días de gloria del flamenco. La fotógrafa, por ejemplo, rememora la cercanía de los artistas, la facilidad para entablar conversación con ellos, sacarle unas fotos e incluso pasar la noche entera de jarana en su casa (las casas de la gauche divine, por supuesto, pues imagino que la de los artistas no contaban ni con el espacio ni las amenidades para montar una fiesta "de bien"):

"Es curioso cómo han cambiado las cosas en estos años. Yo me pasaba todo el día con Carmen Amaya. En su casa, comiendo, bebiendo y haciendo el animal. Ahora, para hacer una foto a un flamenco te dan 10 minutos en un ensayo y te tienes que conformar. Son estrellas de rock. Ha entrado el marketing.

Caballero Bonald, por su parte, confirma las palabras de Colita:

En su casa de Madrid se celebraban esas fiestas hasta el alba. Aquella intimidad favorecía la cercanía con el arte. "El escenario siempre le fue mal al flamenco", sentencia el escritor, quien reconocer haber perdido el interés por la música actual, la de la fusión y los grandes focos. [...] Caballero Bonald ahonda en sus textos sobre la evolución del flamenco. Profundiza en sus orígenes, en la intimidad del hogar gitano, su paso por los cafés cantantes hasta su explosión fuera ya de la marginalidad. "Yo no ataco al flamenco actual. Para mí es otra cosa. Puede ser interesante pero me llega menos". En un texto escrito para esta reedición, el autor alude al neoflamenco, la nueva fase en la que ha entrado esta música para conquistar amplios sectores del público. Sostiene que actualmente siguen conviviendo dos parcelas: la del flamenco tradicional, a salvo de la modernización y heredero de las herencias gitanas y andaluzas, y la del cúmulo de fusiones que constituyen lo que denomina "otro flamenco". Caballero Bonald no se atreve a prever qué ocurrirá en un futuro inmediato.

Resulta curioso observar la actitud algo elitista y condescendiente con que la progresía culta trata el fenómeno del flamenco, pues tampoco hace tanto que en Andalucía muchos lo metían en el mismo saco que al terrateniente, las fuerzas vivas del pueblo, la mayoría natural de Fraga y el rancio tradicionalismo inmovilista. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Pues, fundamentalmente, que las autoridades autonómicas han potenciado el conocimiento del flamenco y han conseguido revestirlo de una pátina de cultura profunda. A mí, personalmente, el flamenco ni me va ni me viene. Ni creo que se trate de una forma artística cutre y reaccionaria, ni tampoco me gustan las exageradas loas convirtiéndolo en pieza central de la identidad andaluza que hemos visto de un tiempo a esta parte. No me parece nada mal que se fomente (me parece, incluso, necesario, como se recoge en el nuevo Estatuto, si bien no tengo nada claro que un texto estatutario haya de incluir detalles como éste), pero sí que se exageren las cosas y ahora se nos pretenda vender como elemento imprescindible del carácter andaluz. Ni hace veinte años ni ahora me convencen los caracteres nacionales tallados en piedra, estáticos, perfectamente definidos en su redondez ideal. De hecho, nada hay tan peligroso como la definición de identidades colectivas. Esto es lo que me preocupa del apego al flamenco, el discurso político identitario que conlleva, y no el aprecio por un determinado estilo musical que, al fin y al cabo, no tiene por qué ser ni más ni menos peligroso que cualquier otro. {enlace a esta historia}

[Tue Feb 6 08:42:10 CET 2007]

La viñeta de El Roto publicada hoy en El País refleja bien el triste estado de la cuestión en lo que afecta a los medios de comunicación en buena parte del mundo desarrollado. Vivimos, desgraciadamente, en una época en la que cualquier comportamiento, incluso el más incivilizado, se justifica sin problemas con el beneficio crematístico. A lo mejor, después de todo, no mereció la pena disolver las normas de comportamiento cívico que constreñían nuestras acciones en público hasta casi finales de la década de los sesenta. A lo mejor en esto tienen razón los conservadores.

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[Sun Feb 4 20:15:06 CET 2007]

Por cierto, que en el repaso que hice ayer de la prensa de los últimos días se me quedó algo importante en el tintero. El filósofo francés André Glucksmann escribió un artículo titulado Un despertar en el que justifica su apoyo a la canidatura de Sarkozy en las elecciones presidenciales de su país, y me llamaron la atención las siguientes palabras:

Mi decisión, producto de antiguos dolores y de nuevas perspectivas, ha sido bien meditada. No comparto todas las propuestas del candidato de la UMP. Por ejemplo, en lo que toca a los sin papeler, deseo una regularización más amplia, basada en criterios humanitarios mejor entendidos. Pero votar no es abrazar una religión, sino optar por el proyecto más cercano a las propias convicciones.

¡Ya me gustaría a mí que tantos cantamañanas como abundan por estos pagos siguieran el ejemplo de Glucksmann!. Seguramente, si todos hiciéramos un esfuerzo por abandonar la crispación y nos comportáramos como si la política no fuera el fin último de toda vida humana, sino tan sólo una expresión más, una faceta más de lo que debiera ser una experiencia vital rica y variada, otro gallo nos cantaría. Y estoy convencido de que, accidentalmente, también lograríamos matar así dos pájaros de un tiro, y conseguir que buena parte de la juventud que tanto reniega de la actividad política, que se siente tan asqueada por el nivel medio de nuestro tan traído y llevado debate público, lo mismo hasta se atrevería a acercarse a las urnas de cuando en cuando. Y es que el estado actual de nuestro pesebre político asusta a cualquiera. {enlace a esta historia}

[Sat Feb 3 19:50:32 CET 2007]

Hoy ha hecho un auténtico día de perros en Sevilla: frío, viento, lluvia... así que me he pasado una buen parte del día leyendo periódicos atrasados, fundamentalmente El País. Seguramente habré mencionado ya esto en algún otro sitio,pero lo cierto es que en España tenemos una prensa de bastante calidad. Se trata fundamentalmente, me parece a mí, de diarios como El País, ABC y La Vanguardia, que se encuentran sin lugar a dudas al mismo nivel que la mejor prensa internacional. Soy capaz de coger cualquiera de ellos y pasarme horas enteras leyendo artículos de política general, economía, sociedad, cultura, arte, moda o cualquier otra cosa, lo que en los EEUU sólo podía hacer con The New York Times, y pare usted de contar. Me da la impresión de que se trata de uno de esos tantos ejemplos donde nuestro tan hispano complejo de inferioridad no está para nada justificado. En fin, que con tantas horas como he pasado hoy leyendo y releyendo la prensa de los últimos días, he tenido la oportunidad de hacer un buen acopio de citas que me parecen interesantes, casi todas ellas relacionadas con asuntos culturales.

Tenemos, en primer lugar, el artículo dedicado por El País el domingo pasado al artista Miquel Barceló con motivo de la inauguración de su obra más reciente, la capilla del Santísimo de la catedral de Palma de Mallorca, y en la que reflexiona sobre el concepto de Europa:

Barceló se llama "pintor europeo antes que pintor español. Más bien soy un tipo de ultramar. Marca mucho, de verdad, la europeidad. Soy catalán de Mallorca y sureuropeo, es evidente. Europa debió ser de la cultura y no sólo de los Estados. Cultura era la primera palabra para definir la UE, no el tráfico económico. Europa es una de las mejores ideas que peor aplicación han tenido. Es una lástima, la desarrollan los mercaderes y se emplea para la exclusión del otro".

No me queda nada claro en qué pueda consistir esa Europa cultural, por contraposición a la Europa de los mercaderes que critica Barceló, al menos por lo que hace a su concreción real, es decir, más allá de un concepto puramente retórico, pero tampoco puedo evitar la sensación de que algo de verdad tienen sus palabras. Imagino que se trata de la misma sensación de desilusión que llevó a franceses y holandeses a rechazar el Tratado de la UE en sus respectivos referenda. Merecería la pena reflexionar más a fondo sobre el tema.

Tenemos, por otro lado, una entrevista con el arquitecto Santiago Calatrava publicada por el mismo diario ayer, en la que comparte con nosotros algunas ideas sobre el sentido de la arquitectura en la sociedad contemporánea:

— ¿Qué investiga?
— Una cosa que me ha interesado siempre: el cuerpo humano, la columna vertebral, el reparto del peso y la fuerza. Como estas cosas se ajustan bien a un modelo de rascacielos, en la torre Truning Torso que levanté en Malmoe, puedo explotarlas. Ahora, ¿qué tiene de modélico ese rascacielos? Nada. Es todo anécdota pura.
— ¿Su arquitectura es anecdótica?
— Digo que no he inventado nada. La torre gira, sí. Y puede ocurrir que a partir de ahora otros arquitectos se pongan a hacer torres que giran y pretendan haber descubierto la helicoidal. Bien. Yo no la he descubierto. La descubrió Pere Compte, en las columnas de la lonja de Valencia, la descubrió Borromini.
— ¿Y usted la quiere actualizar?
— Lo que yo quiero es saber por qué. La razón primogénita por la que estamos de pie, por la que somos animales de dos patas. Yo veía que mis hijos, tengo cuatro, tardaban más de un año en ponerse de pie. Hay que aprender a estar de pie. No es fácil. Por eso es interesante investigarlo desde esa perspectiva elemental. Después de hacer el doctorado empecé a trabajar con los juguetes de mis hijos para investigar cuestiones dramáticas, como la expresión de las fuerzas.

(...)

— ¿Está habituado a la polémica? En Venecia tiene oposición al puente que levantará sobre el Gran Canal, la polémica rodeó también la torre de Montjuïch, en Barcelona. ¿A qué lo atribuye?
— Construir en Venecia es difícil. Hace 125 años que no se levanta ningún puente. Hacerlo sobre el Gran Canal, que sólo tiene dos (Rialto y el de los Descalzos, porque el de la Academia es provisional) es más difícil. Pero las críticas son marginales. De hecho, el puente no ha dejado de hacerse. Lo vamos a montar estos días. La polémica de Montjuïch era muy local: discrepancias sobre si un elemento icónico funcionaba en un contexto que cambiaba. Mi criterio era señalar el lugar, otros pensaba otra cosa. Pero lo interesante era que, a pesar del rechazo de una élite local, la gente abrazó la torre. Apareció hasta en los billetes de autobús. Que haya polémica forma parte del contexto democrático en el que vivimos. Son cosas que uno tiene que pasar y que denotan la novedad de lo que se está haciendo. [...] Cuando uno tansgrede convenciones se hace difícil de entender. Pero no busco ser entendido. Busco ser libre. Si todas las flores fueran iguales, el mundo sería aburrido.

Una última reflexión, comparando la arquitectura con la pintura:

...la arquitectura, como la pintura, permite a la persona proyectarse en ella. Uno podría decir que El entierro del conde de Orgaz no es sincero. Porque no enseña la gloria arriba, y eso no existe. Pero ahí está el cuadro de El Greco. Que uno se proyecte en su obra es un derecho.

Y, por fin, tenemos la entrevista con la escritora británica Zadie Smith publicada por El País Semanal el pasado domingo, y donde leemos lo siguiente acerca del perenne tema del compromiso del escritor:

Sí, hay escritores en todo el mundo que viven bajo la censura, y yo tengo la suerte de no ser uno, de manera que la pregunta siempre es la misma: ya que tienes la libertad de hacerlo, ¿por qué no escribes sobre política? Es una trampa. Mientras Nabokov escribía Lolita, sus colegas en Rusia se jugaban la vida, y aun así prefirió escribir esa novela. Lolita le ha enseñado más al mundo sobre la libertad que lo que Pasternak pudo hacer en toda su existencia. Mereció la pena. Nabokov simboliza la libertad, y seguirá haciéndolo. No importa cuánto te presione la gente; de un modo y otro, cualquier persona siempre podrá escribir lo que quiera. No digo que no se escriba sobre política; hay gente que sí debería hacerlo. Pero lo que no lo sientan como algo natural, no deberían hacerlo.

Uno se pregunta dónde están tantos escritores que dedicaron sus mejores días a la Causa, como algunos la llamaban. A lo mejor, como dice Smith, hubiera merecido más la pena que hubieran escrito una Lolita, mejor que esos petardazos de catequesis marxista. {enlace a esta historia}

[Fri Feb 2 15:57:20 CET 2007]

Echándole un vistazo a algunas de mis publicaciones gastronómicas en línea favoritas, me encuentro con un párrafo de Manuel Vicent en publicado en Glotonia que resulta bastante simpático en su exageración:

A partir de los años sesenta el frigorífico disolvió la escena familiar. Uno abría la nevera y tomaba un vaso de leche de pie, o se servía en un plato cualquier resto de comida y se iba a un rincón y se lo comía a solas viendo la televisión en silencio. La nevera ha sido la responsable de que la familia cristiana se haya destruido.

Ni la tele, ni los videojuegos, ni el divorcio, ni Rita la Cantaora. Lo que ha destruido a la familia cristiana ha sido el refrigerador. ¡Vade retro, Satanás!

Mucho más sugerente me parece a siguiente reflexión de Voltaire, entresacada de su Dictionnaire philosophique, y que también me encontré en Glotonia:

El gusto, ese sentido, ese don de discernir nuestros alimentos, produjo en todas las lenguas conocidas la metáfora que exresa, con la palabra gusto, el sentimiento de las bellezas y de los defectos en todas las artes: es un discernimiento inmediato, como el de la lengua y el del paladar, y que precede, como él, a la reflexión; es como él, sensible y voluptuoso hacia lo bueno; rechaza, como él, lo malo con tesón [...]. Como el mal gusto en lo físico consiste en preferir siempre los condimentos demasiado picantes y demasiado rebuscados, así el mal gusto en las artes es apreciar únicamente los adornos complicados y no sentir la bella naturaleza.

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