[Fri Nov 28 15:48:08 CST 2014]

Leo una entrevista con el escritor Antonio Muñoz Molina publicada en El Cultural y me llama la atención el siguiente comentario que hace sobre el nivel general del discurso público en España:

En España decir lo que se piensa se confunde con hablar con grosería. Sale uno insultando y gritando por tv y se dice "este tío es auténtico, este dice la verdad". Creo que en este aspecto otras sociedades son más avanzadas que nosotros. Vivimos en una sociedad democrática y no pasa nada por decir lo que se piensa.

Creo haber escrito sobre este mismo tema en otras ocasiones. Como Muñoz Molina, no comparto para nada la admiración que algunos sienten por la grosería, el insulto y la mala educación, que ellos prefieren presentar de manera positiva como "hablar sin pelos en la lengua". Sin embargo, no tengo tan claro como Muñoz Molina que se trate de una característica fundamentalmente española. Ignoro si habrá sociedades lo suficientemente cultas como para que ese tipo de comportamiento no se vea como algo positivo, pero desde luego sí que sé que por aquí por los EEUU, por desgracia, el discurso faltón, agresivo e insultante también está bien extendido entre los medios de comunicación más populares. De hecho, se pregunta uno si alguna vez fue de otra forma, o quizá no es sino una visión romántica del pasado y de lo que, suponemos, sucede en otros países en cuya realidad no estamos tan inmersos. Al fin y al cabo, no hay más que echarle un vistazo a los resultados de las recientes elecciones europeas para observar que el discurso facilón, populista y xenófobo está bien extendido hasta por los tan admirados países nórdicos. {enlace a esta entrada}

[Mon Nov 24 08:59:51 CST 2014]

A principios de este mismo mes, con motivo de la celebración de la consulta del 9-N, escribí una entrada en esta bitácora en la que arremetía contra todo dios en lo que respecta al asunto del soberanismo catalán. En aquel momento comentaba que lo único intelectualmente honesto cuando alguien critica a los demás es proponer una solución constructiva, pero que entonces no tenía tiempo para poneral por escrito. Pues bien, quizá haya llegado ese momento.

Veamos. Tenemos, en primer lugar, el asunto del derecho a la autodeterminación en general, algo que, me parece, está más o menos comúnmente aceptado a estas alturas. El problema, como siempre, no es aceptar el derecho, sino aceptarlo cuando no nos conviene. Así, lo que parece completamente normal en otros países (el derecho de Quebec o Escocia a independizarse, o el derecho de numerosos países del Este de Europa a ir por su cuenta aunque sea a costa de dividir estados) ya no lo parece tanto cuando se da en nuestras propias puertas (el independentismo catalán o vasco, o el derecho de los gibraltareños a decidir su propio futuro). Se trata quizá de la vieja actitud de ver la paja en ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Habría que añadir, además, que en estos debates sobre la independencia suele darse una reacción interesante: quienes defienden la autodeterminación casi siempre lo hacen, cierto, en nombre de unas esencias nacionales con una amplia trayectoria histórica que quienes se oponen tienden a ridiculizar como meramente inventadas o, a lo sumo, relativas en el tiempo. Lo simpático del asunto es que quienes se oponen a la apuesta independentista lo hacen... pues eso, en nombre de una esencias nacionales con una amplia trayectoria histórica en sentido opuesto. O, para explicarlo de otra manera, que casi siempre asistimos a un choque de nacionalismos por uno y otro lado, aunque uno de ellos pretenda presentarse como universalista y cosmopolita. Nada más lejos de la verdad.

Tampoco faltan, por supuesto, quienes recurren al simplista argumento de que, si permitiéramos a catalanes o vascos (escoceses o quebequeses) alcanzar la independencia, ¿por qué no iban a tener los vecinos de Villaborrico de Abajo el derecho a la autodeterminación igualmente? La respuesta obvia es que, por supuesto, el sentido de la identidad nacional que vemos en Cataluña, País Vasco, Escocia o Quebec no se ve en Villaborrico de Abajo. Y miren que esto lo escribe alguien que no tiene demasiado aprecio por lo sentimientos nacionales ni la mística patriótica. En lo que respecta al asunto éste de las identidades nacionales, me parece que, como en tantos otros ámbitos, lo mejor es encontrar el justo medio, dejando de lado aspectos míticos, legendarios y cuasi-religiosos: no hay "esencias nacionales" y nunca las ha habido. Pero eso afecta tanto a Cataluña como a España misma. No existen, como las escuelas franquistas nos enseñaran antaño, "unidades de destino en lo universal". Y, sin embargo, eso no quiere decir que no exista una identidad nacional. Un español no es lo mismo que un francés, un italiano o un ruso. Eso parece una verdad de perogrullo. Pero, cuando uno se pregunta si esto ha sido siempre así (o, incluso, si seguirá siendo siempre así hasta el final de los tiempos), parece obvio también que no es el caso. O sea, que más vale dar de lado a esencialismos abstractos sin relación alguna con la realidad que nos rodea. Olvidemos las patrañas, dejemos de manipular la Historia con fines partidistas y centrémonos en el aquí y ahora. Las realidades nacionales las construyen los propios individuos en su realidad cotidiana. Por consiguiente, deben ser éstos quienes tengan la última palabra al respecto. Es más, nos pongamos como nos pongamos, no hay más que echarle un somero vistazo a la Historia para darse cuenta de que esto ha sido casi siempre así. Tarde o temprano, si la mayoría de habitantes de una determinada región lucha denodadamente por la independencia, la consigue, aunque solo sea por unas décadas. Pero es que, además, no acierta uno a entender qué pueda ganarse con imponer una identidad a nadie. Sencillamente, las cosas no funcionan así. Ni yo ni nadie puede imponerle a alguien que se sienta más español que catalán. Las cosas son como son, gusten o no.

En conclusión, que con respecto a este primer asunto, creo en el llamado derecho a decidir de los catalanes, independientemente de lo que pensemos el resto de españoles, de la misma manera que creo en el derecho a deciri de los gibraltareños con respecto a su futuro. Y digo esto a pesar de que preferiría ver a Cataluña dentro de una España plural, que es como yo concibo mi país. Si acaso, permítanme un último comentario sobre otro argumento que he oído demasiado a menudo y que me parece excesivamente simplista y ridículo como para no traerlo a colación aquí. Se dice que los catalanes no tienen derecho a decidir sin que el resto de españoles también decidan, pues la decisión catalana tendría un impacto en todos los españoles. Cierto. Y, sin embargo, no creo que nadie preguntara a los británicos si deseaban la independencia de los Estados Unidos o la India, ni tampoco a los españoles si deseábamos la independencia de México o Argentina. Ni tampoco me parece lógico esperarlo. El argumento, me temo, tiene más bien poco peso. Los españoles podemos expresar nuestra opinión. Podemos tratar de convencer a los catalanes de que se queden dentro de España, pero no veo cómo pueda tener sentido alguno el que todos vayamos a tomar una decisión que les corresponde a ellos. Usando un símil familiar, si la esposa quiere el divorcio, no veo cómo pueda ser posible que el resto de la familia se proponga votar al respecto para ver si sucederá o no. Se le puede intentar convencer, pero si desea el divorcio eso es lo que hay. Guste o no guste. Es más, obligarle a mantenerse dentro del matrimonio sería probablemente más contraproducente que acceder al divorcio.

En fin, pasemos ya de lo general al contexto español. A nadie se le escapa que España, como proyecto nacional, ha sido y sigue siendo un proyecto algo inacabado (o, al menos, no tan claramente configurado como otros proyectos nacionales). Aunque surgió del matrimonio de los Reyes Católicos, las diferencias nacionales persistieron durante un buen tiempo mientras gobernaban los Austrias. El liderazgo castellano era más bien claro (lo cual, por cierto, introduce otro elemento de desigualdad), pero las diferencias siguieron respetándose... hasta que aparecieron los Borbones. Parece que hay un consenso entre los historiadores de que ahí fue cuando comenzaron los problemas sobre la articulación del Estado. A esto se le ha venido llamando el hecho diferencial en las últimas décadas. Pues bien, habrá que convenir en que aunque la Constitución de 1978 distingue entre "nacionalidades" y "regiones" (lo cual, como es obvio, implica el reconocimiento de una diferencia entre unas y otras), la forma administrativa que después tomó este nuevo Estado democrático fue la del conocido "café para todos", en el que se construyeron diecisiete autonomías con más bien poco reconocimiento de ningún hecho diferencial entre ellas. Quizá fuera un mal entendido igualitarismo el que condujo a esta situación, pero el hecho es que es así. Aunque la Constitución diferenciara claramente entre unos y otros, después los metimos a todos en el mismo cajón. Cataluña y País Vasco están clasificados en la misma categoría que Murcia o la Comunidad Autónoma Madrileña (entidad artificiosa done las haya). Y, sin embargo, se mire como se mire, la verdad es que tenemos en España un claro hecho diferencial en Cataluña y País Vasco que quizá pueda extenderse a Galicia y poco más (¿quizá Andalucía, Canarias y Baleares, aunque esto parece que cuesta más trabajo entenderlo?), pero ese hecho no tiene expresión alguna en la realidad político-administrativa que hemos construido entre todos desde la Transición para acá. Eso ha sido, creo, un tremendo error. Nuestro Estado debiera ser asimétrico porque así es la realidad sobre la que se asienta. Y ello no tiene por qué conllevar una desigualdad material en cuanto a derechos sociales, por cierto.

O sea, que para bajar a la arena de las propuestas concretas, me parece que la única salida posible al impasse consiste en proceder al reconocimiento oficial del hecho diferencial a que nos estamos refiriendo, reconociendo asimismo que afecta únicamente a un puñado de nacionalidades (y no a todos los territorios que conforman el país). Esto bien pudiera encarnarse en un nuevo acuerdo constitucional (ya sea reformando el existente o mediante la apertura de un nuevo proceso constituyente que dé lugar a una nueva Constitución) que estableciese un Estado federal para dichas nacionalidades y cualquier otra forma administrativa que se convenga para el resto. Y, una vez elaborado dicho texto, los catalanes (y cualesquiera otros) tendrían la posibilidad de manifestar su opinión al respecto en referendo. Por cierto, que yo aprovecharía las circunstancias para abandonar el diseño provincial que nos ha venido acompañando desde el siglo XIX y, de camino, poner punto final a las diputaciones provinciales y racionalizar la organización territorial del país para acomodarla a las necesidades del presente.

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[Sun Nov 23 10:02:32 CST 2014]

Creo recordar que hace ya unas cuantas semanas escribí una entrada en esta bitácora a cuenta de una entrevista con Eugenio del Río, antiguo dirigente del Movimiento Comunista, partido de la ultraizquierda española bien conocido durante la Transición y los años ochenta. Y ya comentaba en esa entrada que me habían atraído la sensatez y madurez con la que hablaba de los acontecimientos políticos y sociales que nos afectan en estos momentos. Pues bien, hoy mismo he leído una nueva entrevista con Eugenio del Río publicada por la web de Rebelión en la que se habla sobre el movimiento de los indignados y en la que, una vez más, se nos muestra como un extraordinario librepensador. Nada que ver, desde luego, con lo que uno asociaría a la ideología comunista en su conjunto. Por ejemplo, sus comentarios sobre las prácticas de la democracia directa, la tradición asamblearia y las críticas a la democracia liberal me parecen dignas de reflexión. Una muestra clarísima son sus comentarios sobre el eslogan "lo llaman democracia y no lo es":

Son cosas que se dicen. No es infrecuente que se carguen las tintas, que se cultive un verbalismo aparatoso, como si de esa forma cobraran más fuerza las críticas.

De hecho, si lo que hay no fuera democracia en absoluto, habría que proponer otra democracia radicalmente diferente, y ahí nos encontramos con la ausencia de referencias históricas y también de proyectos explicitados.

Si dejamos a un lado la propuesta de sustituir enteramente el sistema político por una red de asambleas, cosa que no me parece una alternativa real, de lo que se estaba hablando era de modificar parcialmente lo existente, de quitar y poner cosas, de corregir aspectos del sistema político para que las personas estén mejor informadas y puedan intervenir más, que se arbitren medios eficaces para combatir la corrupción...

Se trata, me parece, del reconocimiento explícito de que no se tienen en realidad propuestas alternativas. Criticar lo existente está muy bien, pero no es demasiado honesto hacerlo desde una perspectiva de confrontación, como si uno tuviera en mano una alternativa que en realidad no tiene. Se mire como se mire, lo único verdaderamente constructivo que podemos hacer es proponer reformas a lo existente. Quizá hagan faltas reformas profundas, pero seguirán siendo reformas, al fin y al cabo. Por más que reflexiono sobre el tema, por más que leo o escucho, no acierto a ver ninguna alternativa ya claramente definida y estructurada que podamos aplicar para solucionar los problemas que tenemos entre manos. Sencillamente, no creo que haya una respuesta clara y completa ya creada. Antaño quizá se pensara esto con respecto al socialismo, pero ya sabemos en qué quedó todo aquello. Ahora, me parece, es bien evidente que el sistema dominante solo nos lleva al suicidio colectivo, pero no hay ninguna propuesta alternativa ya lista para reemplazarlo. No queda otro remedio que ir haciendo reformas aquí allá, mejorando las cosas, experimentando, hasta que encontremos poco a poco algo mejor.

Pero añade del Río algo más sobre la democracia directa y las propuestas asamblearias que me parece de suma importancia:

Las asambleas valen para fomentar el debate y para tomar decisiones de carácter local y de pequeña escala. Cuando hablamos de realidades de gran escala, que afectan a millones de personas, de una vasta organización social, de una gestión compleja de lo público, las mediaciones son imprescindibles.

No existe una democracia directa, asamblearia. Es una entidad de ficción. Ni la hay ni la ha habido en ningún país. Lo que existen son vías de democracia directa, o semi-directa, como son los referendos, combinados con los procedimientos de representación y delegación. Todo esto es lo que debe ser corregido, mejorado.

No hay oposición entre la democracia de la calle y la democracia de las urnas. En sentido estricto, la calle, por su propia naturaleza, no puede ser una democracia, lo que requiere un entramado institucional y jurídico. La calle es irreductible a ese entramado. Pero las instituciones, por su parte, tienen el deber de atender las demandas de la calle, escuchar su voz, respetarla y representarla. Esto está fallando estrepitosamente en España.

Se me ocurren dos comentarios con respecto a esas reflexiones. En primer lugar, y con respecto a los dos primeros párrafos, se trata de algo que ya debiéramos haber aceptado a estas alturas del debate sobre la democracia. Las formas de democracia directa funcionan medianamente bien a pequeña escala, pero no pueden extenderse a organizaciones políticas de mayor tamaño. Cierto, podemos hacer uso de algunos mecanismos de democracia directa para acercar las instituciones a la calle, pero eso no es lo mismo que implantar una auténtica democracia directa, que es imposible (sí, por más que algunos echen mano ahora de la utopía tecnológica para rescatar aquella idea y proponer una democracia directa virtual que no tiene por dónde cogerla). Pero es que lo que indica del Río en el tercer párrafo que cito ahi arriba me parece, si cabe, mucho más importante: "en sentido estricto, la calle, por su propia naturaleza, no puede ser una democracia". Yo añadiría que no solamente no puede serlo, sino que tampoco conviene que lo sea. La politización completa y constante del espacio público, sin dejar resquicio alguno para que respiren los individuos, conduce directamente a prácticas totalitarias, me temo. Esa es precisamente ota lección que debiéramos haber aprendido del convulso siglo XX.

Y. finalmente, también hace del Río unos cuantos comentarios sobre el fenómeno político que tanto está dando que hablar últimamente: Podemos. Para empezar, no comparte el gusto por el término "casta", y ofrece razones bien de peso para evitarlo:

En su uso tradicional, la palabra casta ha venido designando a colectivos humanos delimitados por el nacimiento y enmarcados en un sistema de estratificación social estricto y estático.

Su utilización alegórica para referirse a las élites políticas es problemática puesto que no se está hablando de un grupo determinado por la cuna ni de personas que pertenecen de por vida a ese grupo.

Además, veo que se suele utilizar como si fuera algo bastante preciso cuando está lejos de serlo, lo que da lugar a esas discusiones un tanto chuscas sobre si Izquierda Unida forma parte o no de la casta. Élites es un término más apropiado, siempre y cuando no se pretenda entenderlo con una exactitud aritmética, y tiene la ventaja de que no quema el empleo tradicional del vocablo casta, tan presente en la historiografía y la antropología.

En otras palabras, si lo que se quiere decir es "élite", y no "casta", entonces ¿por qué no se dice élite? Llamemos a las cosas por su nombre y dejemos de marear la perdiz, pues usando los términos de manera equivocada no hacemos sino introducir más confusión en el discurso, que es precisamente de lo que debemos huir en unas circunstancias de crisis como las que atravesamos.

Por último, reflexiona del Río sobre el movimiento del 15-M, Podemos y la elaboración de un programa político:

La elaboración por agregación consiste en yuxtaponer demandas de distintos movimientos o sectores sociales y acumularlas en una suerte de depósito programático, sin mayor preocupación por la coherencia del conjunto, por las prioridades y por los costes.

No digo que esa elaboración no sea útil para atender a unas necesidades ideológicas de los sectores más enterados, más organizados y más comprometidos. Existen demandas de ese tipo, aunque el conjunto sea incoherente y esté lejos de poder realizarse. De acuerdo.

Pero hay un problema cuando los programas, de los que se espera que definan los objetivos que se desea alcanzar, son esgrimidos al margen de la perspectiva de su realización. Los programas, cuando se emplean así, no son metas reales sino referencias identitarias para marcar territorio, para diferenciarse de otras opciones, para satisfacer a los propios seguidores. Que eso adopte la forma de un programa, la apariencia de un programa de objetivos, resulta engañosa. Eso es lo que quiero decir.

Se trata, me parece, de una crítica que puede hacerse a las propuestas que se han hecho desde Podemos en los últimos meses. Debido a la evolución social de estas dos o tres décadas, corremos el riesgo de abandonar los programas más o menos coherentes de antaño en favor de meras "listas de la compra" entendidas más bien como productos para vender en el mercado electoral y, por supuesto, proporcionar una identidad colectiva a quienes creen necesitarla. Sin embargo, me parece que eso es jugar con fuego. {enlace a esta entrada}

[Fri Nov 21 10:42:43 CST 2014]

Ya son varios los artículos (e incluso editoriales) que ha publicado The New York Times haciendo un llamamiento a cambiar la política de la Casa Blanca hacia Cuba, pero el artículo de opinión firmado por el consejo editorial del diario y titulado A Cuban Brain Drain, Courtesy of the U.S. publicado hace tan solo unos días debe ser quizá la acusación con mayor peso que se han hecho desde esas páginas en un buen tiempo:

Secretary of State John Kerry and the American ambassador to the United Nations, Samantha Power, have praised the work of Cuban doctors dispatched to treat Ebola patients in West Africa. The Centers for Disease Control and Prevention recently sent an official to a regional meeting the Cuban government convened in Havana to coordinate efforts to fight the disease. In Africa, Cuban doctors are working in American-built facilities. The epidemic has had the unexpected effect of injecting common sense into an unnecessarily poisonous relationship.

And yet, Cuban doctors serving in West Africa today could easily abandon their posts, take a taxi to the nearest American Embassy and apply for a little-known immigration program that has allowed thousands of them to defect. Those who are accepted can be on American soil within weeks, on track to becoming United States citizens.

There is much to criticize about Washington’s failed policies toward Cuba and the embargo it has imposed on the island for decades. But the Cuban Medical Professional Parole Program, which in the last fiscal year enabled 1,278 Cubans to defect while on overseas assignments, a record number, is particularly hard to justify.

Una de cal y otra de arena. Con una mano se acaricia al perro y con la otra se le da un palo. La hipocresía que supone la política de los EEUU hacia Cuba es difícilmente justificable y solamente puede entenderse por la presión ejercida desde ciertos sectores cubanos exiliados en el país, que cuentan con el suficiente poder económico y político como para marcar la agenda de la Casa Blanca en estas cuestiones. Sencillamente, no puede uno acertar a ver otra razón que pueda explicar la obcecación que viene caracterizando dichas políticas desde hace ya varias décadas. Para darse cuenta de lo hipócrita y contradictoria que es esa política basta observar que, mientras se mantiene el embargo a Cuba y, como acertadamente señalan desde The New York Times, hasta se promueve el saqueo de los grupos más preparados de la isla, en nombre de la defensa de la libertad y la democracia, las relaciones comerciales con un país infinitamente más represivo como China se mantienen intactas. Hay ocasiones (demasiadas, la verdad sea dicha) en que la retórica estadounidense de defensa de la libertad da asco. No hace falta casi escarbar para descubrir, bajo las palabras bonitas, el estiércol de los intereses económicos. Cuba es, que no se engañe nadie, una dictadura. Pero cuesta trabajo pensar que estrechar las relaciones comerciales con una sangrienta dictadura represiva como la china sea correcto mientras se mantiene el cruel embargo sobre la isla caribeña desde hace ya décadas. No hacen falta muchas luces para darse cuenta de que un cambio de política podría incluso facilitar la apertura del régimen y la transición hacia una democracia. Después de todo, no fue precisamente el embargo lo que acabó con la dictadura franquista, por poner un ejemplo. El dictador, qué duda cabe, murió apaciblemente en la cama de un hospital. Pero, para entonces, ya se habían producido los suficientes cambios sociales como para que cualquiera pudiera darse cuenta de que la supervivencia de su régimen autoritario tenía los días contados. Algo parecido podría ocurrir en Cuba, si los estadounidenses se dan cuenta de su inconsistencia e hipocresía. {enlace a esta entrada}

[Tue Nov 18 12:34:56 CST 2014]

Desde luego que hay veces que me parece que sacamos las cosas de su contexto con demasiada facilidad. Hoy, por ejemplo, se ha montado una buena cuando la prensa ha publicado que el general Buj, jefe del Ejército de Tierra, ha atribuido el separatismo a la debilidad del poder central. El PSOE ha exigido una rectificación de manera casi inmediata y las redes sociales bullen por la indignación de numerosos internautas. Y, sin embargo, cuando uno va más allá de los titulares, la verdad es que las palabras del general suenan bien razonables. Se ha limitado a decir que el Ejército está a las órdenes del Gobierno de la nación (eso no aparece en los titulares, claro), que le duelen España, Cataluña y los casos de corrupción (es decir, como al resto de ciudadanos, pues al fin y al cabo los militares también son ciudadanos normales), que "es habitual que en tiempos de crisis algunos puedan pensar que es mejor estar separados que juntos" y, finalmente, que cuando el poder central está debilitado es cuando suelen aparecer los separatismos de distinto tipo. ¿Es que acaso ha dicho algo que no sea cierto? No sé. Podrá gustar más o menos, pero no acierto a ver a qué viene el escándalo. Todo me parece bien lógico y razonable. Es más, estoy convencido de que un buen número de españoles (quizá hasta la mayoría) comparte su punto de vista. Tampoco entiendo que nada de esto pueda interpretarse como "ruido de sables". Le han hecho unas preguntas en un coloquio organizado por el Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (INCIPE) y ha respondido. ¿Qué se supone que debiera haber hecho? ¿Callarse? Repito: no acierto a ver extralimitación alguna en sus palabras. Como decía, hay veces que uno tiene la impresión de que estamos todos demasiado hipersensibilizados. {enlace a esta entrada}

[Mon Nov 17 12:21:19 CST 2014]

Seguimos dándole vueltas al asunto de Podemos. El País publica hoy un editorial titulado Paisajes calcinados en el que arremete una vez más contra dicha fuerza política y, de paso, aprovecha para lanzarle un capote al PSOE en su último párrafo. El meollo del argumento, que ya venimos oyendo desde otras tribunas hace un tiempo, es el siguiente:

Pablo Iglesias hace del desprecio a los demás una de sus armas políticas, sea hacia “la casta” o los “viejos de corazón”. Parece deseoso de tirar a la papelera el sistema construido tras la dictadura, precisamente el que reconoció y protegió las libertades y el que trasladó la soberanía desde las manos de un caudillo a las del pueblo, que desde entonces la ha ejercido de forma continuada en elecciones libres. Podemos intenta atacar los fundamentos de este sistema sin explicar lo que pretende construir en su lugar o con qué quiere reemplazarlo. Y esto plantea un interrogante bastante serio acerca de los dirigentes de una fuerza que, según los sondeos de opinión, cuenta con expectativas de ocupar un espacio considerable en el futuro tablero político.

Sencillamente, como ya he afirmado antes, esta crítica no me parece intelectualmente honesta. Y digo esto por una razón que debiera ser bien fácil de entender: ¿acaso planteó El País la misma cuestión con respecto a Juan Carlos I y Suárez cuando lanzaron el proceso de transición a la democracia que culminó en la Constitución de 1978? ¿O es que cuando comenzó aquel proceso alguien sabía exactamente dónde íbamos a acabar? ¿No es ésa precisamente la característica fundamental de un proceso constituyente, sobre todo si es verdaderamente abierto y democrático? Claro que a lo mejor el editorialista de El País se está refiriendo a un proceso "bajo control" (bajo control de los de siempre, por supuesto). Y, vuelvo a señalar una vez más, cuando se hacen afirmaciones como las siguientes:

Hay ansias evidentes de cambio en amplias capas de la sociedad, porque la crisis deja la impresión de que muchas personas se han quedado sin capacidad de influencia sobre las decisiones políticas. Lo que era una crisis económica y social se ha trasladado de lleno a la política al verse afectada por una corrupción sistémica: el combustible para el incendio. Pero no hay que confundir los deseos de reformar el sistema con los de destruirlo, ni convocar al electorado a tender una suerte de cordón sanitario sobre todo el sistema político.

¿Alguien puede reconocer ahí una propuesta clara, concreta y detallada? Yo desde luego no la veo. Se habla de "reformar el sistema" y se habla de "ansias evidentes de cambio", pero uno aún está por oír propuestas claras, concretas y detalladas por parte del editorialista de El País. ¿Qué es lo que quiere cambiar? ¿Y en qué sentido? ¿Cuáles son sus propuestas? ¿Está dispuesto a apoyar dichos cambios sin el apoyo unánime de las fuerzas del arco parlamentario? Y, si ese fuera el caso, ¿qué consideraría un apoyo suficiente? ¿Dónde colocamos el límite entre una reforma del texto constitucional actual y la necesidad de reescribirlo por completo? Que yo sepa, nadie en El País ha respondido ninguna de estas preguntas todavía. ¿A qué viene entonces la crítica continuada a Podemos usando precisamente este argumento? ¿A qué viene entonces el apoyo continuado al PSOE sin que tampoco los socialistas hayan aclarado aún qué diantres quieren cambiar y cómo? No me queda más remedio que asumir que se trata del tema de siempre: cuando "los míos" dicen algo, les apoyo; cuando "los otros" dicen exactamente lo mismo, les critico. Lo siento mucho, pero no me parece honesto.

Y, por cierto, que nadie me mainterprete: no exijo que El País responda ahora mismo las preguntas que arriba indico. Pero, precisamente porque no me parece normal hacer dicha exigencia en estos momentos (ni de ellos, ni tampoco del PP o del PSOE), pues tampoco la hago de la gente de Podemos. Estoy completamente de acuerdo con las afirmaciones que oigo desde las filas del PSOE que la Transición tampoco fue el ogro que algunos quieren pintar. Como todo, tuvo sus aciertos y sus errores. No se trata de demonizar aquel proceso, que se produjo en un contexto histórico muy concreto y, desde luego, no facilitaba que se tomaran decisiones de ruptura profunda con el pasado autoritario del que veníamos, mucho menos que se pudieran exigir cuentas a quienes cometieron tantas tropelías en el pasado más reciente (por un lado y por otro, por cierto). Lo que sí conviene preguntarse ahora es si aquel acuerdo todavía responde a las necesidades de la España de hoy. Nada más. Quizá podamos salir adelante retocando mínimamente el documento constitucional que tenemos en estos momentos (como parecen creer los socialistas), pero uno tiene sus dudas. Y, sin dudas, me parece más bien claro que lo que no podemos hacer es seguir adelante como si aquí no hubiera pasado nada, que es lo que parecen creer los dirigentes del PP. Al contrario que el editorialista de El País, no me parece mal que nos planteemos estos asuntos. ¿En qué podría consistir, si no, la democracia? Otro asunto bien distinto es que también la gente que dirige El País tenga miedo de perder ciertos privilegios. {enlace a esta entrada}

[Sun Nov 16 17:14:47 CST 2014]

Leo en El País que según Rajoy, tiene que explicar mejor sus razones sobre Cataluña. El topicazo es de aúpa. Ni entro ni salgo en que lleve o no razón en cuanto a su opinión sobre el asunto en cuestión (tendré que ver si puedo escribir unas palabras al respecto uno de estos días), pero sí que tengo bien claro que las declaraciones de los estadistas afirmando que no han sabido explicarse cuando se hace evidente que han comenzado a perder al apoyo popular están bien manidas. Yo, que tengo 46 años y he vivido en tres países diferentes, las he oído numerosas veces en boca de gobernantes de distintos colores políticos. Tanto que suena a excusa fácil si no fuera porque uno cree sinceramente que piensan lo que dicen. ¿Y por qué digo esto? Porque me parece claro que, al contrario de lo que piensa la mayoría de la gente, las intenciones del gobernante son en realidad buenas. De ahí que, cuando la mayoría no acepta sus posicionamientos, la única explicación a la que pueden agarrarse es que no se les ha entendido bien, es decir, que no han logrado explicarse correctamente. No se trata, creo, de ensimismamiento ni dogmatismo. Tampoco de egocentrismo. Lo que sucede en realidad no es sino el hecho de que, a pesar de sus buenas intenciones, la amplia mayoría de los ciudadanos no comparten su opinión, se ponga como se ponga. No es que no se haya explicado bien, sino que no la comparten, o incluso que no le creen porque ha perdido toda credibilidad. De ahí que se trate de un comportamiento tan recurrente en los finales de ciclo. Sucedió con Felipe González, sucedió con Aznar, Zapatero, Clinton, George W. Bush y hasta Obama. No veo porqué no vaya a suceder también con Rajoy. Eso sí, si lo que aquí digo es cierto, convendría que Rajoy extrajera las conclusiones pertinentes, es decir, que se encuentra ya en el tramo final de su mandato y parece bien difícil que los ciudadanos le revaliden en las próximas elecciones. El problema no es de acertar a explicarse, sino de credibilidad. {enlace a esta entrada}

[Sat Nov 15 08:36:36 CST 2014]

Leo hoy en la web de El País acerca de la "guerra de los pobres" en los suburbios de las ciudades italianas de Roma y Milán y me llena de preocupación por las implicaciones que todo esto pueda tener en el inmediato futuro. A la enorme crisis económica, política, social y hasta cultural que nos asola prácticamente en todo el mundo desarrollado (y no, me temo que los EEUU no son una excepción, a pesar de que no son pocos los europeos más o menos progresistas que creen ver en Obama a un mal menor que haya encontrado la solución para evitar el hundimiento de su sociedad en una crisis sin final que se está cebando con Europa) habría que sumar, me parece, la desaparición de lo que antaño se llamaba conciencia de clase, con lo que se incrementan las posibilidades de que la gente más humilde, golpeada con saña, se vea seducida por los cantos de sirena de las propuestas más populistas, demagógicas, extremas y xenófobas. Corremos un serio riesgo de repetir los errores de los años treinta del siglo pasado. Ante la falta de perspectivas de futuro, cada son más quienes, en lugar de concentrarse en lanzar un serio proyecto de reforma profunda de las estructuras de poder anquilosadas que heredamos, prefieren dejarse llevar por el odio a quienes en realidad son tan víctimas como ellos. La caída de los regímenes del socialismo real y el descrédito consiguiente del proyecto utópico socialista sumieron a las clases populares en todos sitios en una confusión tal que las élites económicas disfrutan del dominio aplastante en nuestras sociedades. Hacen y deshacen como quieren, apenas sin resistencia de ningún tipo. Hoy, por desgracia, parece que el dinero, la explotación de recursos naturales y el beneficio como medida de todas las cosas son los únicos valores que cuentan. Y, ante la apisonadora neoliberal, las gentes más humildes se dedican a lanzarse las unas contra las otras para ver quién se hace con las sobras de la mesa del poderoso. Y lo peor es que, tal y como están las cosas, nada parece indicar que esté naciendo un movimiento alternativo, otra forma de ver las cosas que pueda quizá ofrecer una solución más humana a nuestros problemas. De ahí que, por desgracia, el fascismo y la xenofobia vuelvan a mostrar sus horrendas caras. Ya veremos a dónde acaba todo esto. {enlace a esta entrada}

[Thu Nov 13 19:56:51 CST 2014]

Hace ya un par de días que leí Virtudes y peligros del populismo, un artículo de José Álvarez Junco publicado en El País, pero hasta ahora no habia encontrado el momento de escribir unas líneas sobre él. Comienza el autor por reconocer que no hay en realidad una definición clara comúnmente aceptada del término porque "el populismo no es, la verdad, fácil de definir". Y, sin embargo, Álvarez Junco acierta a describir bastante bien unos cuantos rasgos definitorios del populismo: el uso de la dicotomía pueblo/anti-pueblo, la ausencia de programas concretos, la predominancia de los llamamientos emocionales sobre los planteamientos racoinales, un concepto de la democracia que no admite cortapisas ni contrapesos al "poder del pueblo" (que, por supuesto, identifican consigo mismos), el caudillismo centrado en un líder redentor y, por último, el hecho de que suelen florecer "en un contexto institucional muy deteriorado, en el que los partidos tradicionales y los cauces legales de participación política, por corrupción o por falta de representativas, están desprestigiados hasta niveles escandalosos. A partir de ahí, Álvarez Junco añade unas cuantas reflexiones sobre dichas características:

Esta enumeración de rasgos —no todos aplicables al caso español actual, pero sí algunos— nos lleva a ciertas conclusiones. La primera sería que los populistas tienen la virtud de denunciar sistemas políticos anquilosados, lo cual es de agradecer y obliga a abrir, a flexibilizar, a modernizar las instituciones democráticas. Al ser capaces de movilizar a los hasta hoy apáticos, abren cauces institucionales a los antes excluidos, les permiten intervenir en la toma de decisiones colectivas. Son, desde este punto de vista, revitalizadores de la política; y suscitan simpatía: difícilmente serán tan malos como los que tenemos, piensa uno instintivamente.

Pero no hay que equivocarse. Aunque los dirigentes populistas se proclamen anti-políticos y exijan que el poder —hoy en manos de políticos profesionales— retorne al pueblo, ellos también son políticos. Quieren gobernar, quieren el poder. Y cuando llegan a él, les molestan las cortapisas: no son de su agrado ni la división y el control mutuo entre poderes, propio de las democracias liberales, ni la existencia de una oposición crítica ni el que su mandato se termine a fecha fija. Su lógica es, la verdad, impecable: si el poder es ahora del pueblo, ¿por qué limitarlo? ¿quién y en nombre de qué puede oponerse a la voluntad del pueblo? Es decir, que su vínculo privilegiado con el pueblo exige eliminar todo límite a su capacidad de acción. Lo cual abre un peligroso camino hacia la tiranía. Por otra parte, al no establecer ni reconocer normas, tienden a recurrir a la acción directa, lo que suele significar prácticas coactivas contra los discrepantes. Movimientos políticos que carecen de programa y no cuidan las instituciones no son fiables.

Curiosamente, Álvarez Junco nunca llega a mencionar a "la bicha" (esto es, a Podemos) en este artículo, pero todos sabemos que se está refiriendo a ellos. Sin embargo, aunque parezca tratarse de uno más de los muchos artículos que el "diario indepediente de la mañana" viene publicando contra la nueva formación política, la verdad es que la diferencia cualitativa entre este escrito y los auténticos panfletos que firma Antonio Elorza me parece bien clara: mientras que a Elorza parece animarle un odio visceral hacia los dirigentes de Podemos (que casi con toda seguridad ha sido alimentado por un buen número de encontronazos tras las paredes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid) y no hace sino dejar correr la bilis sin freno alguno en sus artículos, Álvarez Junco nos ofrece una apreciación bastante más razonada y razonable del fenómeno Podemos que conviene no echar en saco rato. Los peligros que él menciona sobre el populismo están efectivamente ahí, creo yo. Justo al lado del potencial liberador y lleno de esperanza de un movimiento que también pudiera llevar a cabo con éxito la transformación social, política, económica y cultural que el país necesita. Solo el tiempo dirá cuál de los dos caminos (u otros muchos) acaban por tomar. {enlace a esta entrada}

[Mon Nov 10 20:00:04 CST 2014]

El asunto éste del derecho a decidir y la reivindicación de la independencia de Cataluña es tal suma de despropósitos que a estas alturas ya no sabemos por dónde puede salir la cosa. Y lo peor de todo es que, me temo, aquí no se libra nadie de la quema. Para empezar, la derecha española, organizada en torno al PP, pese a las apariencias de modernidad que nos dieron durante un tiempo, pese a la imagen de moderación y liberalismo, jamás ha sido capaz de abandonar el nacionalismo españolista primario que caracterizó al conservadurismo patrio más rancio y que, desde luego, les sigue garantizando el apoyo del llamado franquismo sociológico. Su tesitura, hay que reconocerlo, no era fácil. Debían modernizar a los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad y meterlos por el redil de una democracia avanzada, secular y moderna. Y, ha llegado el momento de reconocerlo, no lo lograron. No hay más que echarle un vistazo al patio para darse cuenta. De hecho, en las comunidades históricas, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, no pasaron jamás de representar a los sectores más españolistas y rancios. Y, cuidado, que sé lo que me digo. Al hablar de españolismo no quiero decir defensa de un proyecto nacional común, sino imposición de una homogeneidad centralista borbónica completamente incompatible con la realidad plural que dio nacimiento a España como proyecto colectivo.

El PSOE, por su parte, siempre ha dudado entre acercarse a un federalismo más retórico que real, por un lado, y lo que dio en llamarse el jacobinismo guerrista, por otro. Para más inri, el sentimiento federalista, hay que ser sinceros, siempre estuvo mas bien limitado al PSC y poco más. El resto del partido transigía con la idea más por oportunismo (o para conseguir callar a "los catalanes") que por verdadero convencimiento. En otras palabras, que se habla mucho de federalismo, pero sin saber muy bien de qué se trata. No hay más que ver la facilidad con la que se afirma (falsamente, por cierto) que el Estado de las Autonomías es tan descentralizado como un Estado federal. De eso, nanay de la China. ¿Acaso aceptarían tantos federalistas de boquilla que Cataluña (por poner un ejemplo) pudiera legalizar la pena de muerte, cambiar la ley del aborto, volver a prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo o legalizar la prostitución y la marijuana? Lo digo porque eso, precisamente eso, es lo que se ve en los Estados federados que componen los EEUU, un país auténticamente federal. ¿De verdad se cree alguien que la mayoría de socialistas aceptaría un Estado así? Peor aún, ¿es que hay alguna forma de construir un Estado federal dentro de los parámetros de la Constitución de 1978? Sencillamente, no lo veo. No habría más remedio que rehacerla por completo. Esa, y no otra, es la razón por la que algunos socialistas han repetido hasta la saciedad que el Estado de las Autonomías es, en realidad, un remedo de federalismo. No lo es. No. No lo es. Si de verdad quieren implantar el federalismo, sean honestos y propongan lo que habría que proponer, es decir, una nueva Constitución.

El caso de UPyD más vale ni tocarlo. Aparte de oponerse a cualquier tipo de descentralización sin dejar nunca claro qué diantres proponen en su lugar, la verdad es que hacen bien poco, al menos bien poco productivo. Ahora va a resultar que todos los males que nos aquejan provienen precisamente de la descentalización administrativa. O eso dicen. ¿Proponen un retorno al centralismo franquista? No. ¿Proponen un Estado federal? Menos. ¿Entonces, qué leches proponen? ¿Proponen algo? Pues no.

Izquierda Unida, por su parte, sí que dice apostar por un federalismo claro y contundente, y desde luego es consecuente con tal idea al proponer un nuevo proceso constituyente que dé lugar a una nueva Carta Magna con dicha forma administrativa. Hasta ahí, todo más o menos bien. El problema, claro está, es que en cuanto cualquier organización regional aquí o allá (¿hay que extenderse mucho sobre el caso extremeño?) se les va de las manos y toman decisiones que no gustan en Madrid... pues eso, que se los intentan comer con papas fritas. Interesante mentalidad federalista. Supongo que será porque defienden un "federalismo controlado". O, lo que es lo mismo, un federalismo que haga lo que se dice desde el centro. Creativos que son los muchachos.

A todo esto, la gente de Podemos, por cierto, ignora el tema y se comporta como si nada de esto fuera con ellos. Y esto pese a lo que indican las últimas encuestas y lo que ellos mismos no paran de repetir sobre la posibilidad real de que alcancen el Gobierno. Será porque en este tema no es tan fácil posicionarse sin cabrear a buena parte del personal, ya sea por un lado o por otro. A lo mejor van a tener razón quienes les acusan de populismo.

¿Y qué decir de los nacionalismos periféricos? La gente de CiU le ve las orejas al lobo con la crisis económica y los escándalos de corrupción que les acechan, y optan por hacer de su capa un sayo y lanzarse a una aventura independentista que nadie sabe bien dónde va a terminar. Peor aún, en su caso todo parece indicar que no va a hacer sino beneficiar a ERC (¿alguien recuerda que no hace mucho, hace tan solo un par de décadas o tres estaban a punto de desaparecer de la escena política?) porque, al fin y al cabo, si de apostar por el independentismo se trata, ¿para qué perder tiempo con la copia en lugar del original? El PNV, como de costumbre, prefiere verlas venir y, si acaso, prepararse para saltar en el momento oportuno, cuando otros les hayan hecho el trabajo sucio.

Y, mientras tanto, ¿qué tenemos? Pues nada. Tenemos una consulta popular en la que solamente votó aproximadamente un tercio de los ciudadanos censados, tenemos un Presidente del Gobierno desaparecido en combate como si la cosa no fuera con él y, por último, un Presidente de la Generalitat que amenaza con convocar unas elecciones plebiscitarias si no se negocia con él. Si no fuera porque todo esto bien pudiera terminar como el rosario de la aurora, casi habría que tomárselo a cachondeo.

En fin, ya veremos lo que pasa en los próximos meses, pero no estaría de más que unos y otros se sentaran a dialogar y a hacer propuestas serias y constructivas, en lugar de marear la perdiz y prometer que la independencia va a solucionar todos los problemas. Claro que para eso haría falta, entre otras cosas, un Presidente del Gobierno que siquiera se deje ver. El "liderazgo" de Rajoy es, sin duda, muy sui generis. Deja que los problemas se pudran hasta que apestan tanto que alguien comienza a hacer algo al respecto. Eso sí, nunca hay garantía alguna de que quien lleva la batuta (que, por lo visto, no es precisamente él) vaya a hacer lo que la mayoría de los ciudadanos apoyan. Es precisamente lo que nos ha conducido a esta crisis. Interesante concepto de la democracia representativa el que tiene este señor. {enlace a esta entrada}

[Sat Nov 8 10:23:52 CST 2014]

La irrupción de Podemos en la escena política española ha causado tanta confusión que prácticamente ninguna de las "cabezas pensantes" del establishment acierta a dar pie con bolo. Hoy, sin embargo, Juan Luis Cebrián se acerca bastante a un correcto (me parece) análisis del fenómeno Podemos en su artículo Las corrupciones:

Con ser muchos y sonados los casos de abuso, fraude, robo, blanqueo y conspiración para delinquir que, entre otras lindezas, parecen haber cometido cientos de políticos, empresarios y representantes sindicales en nuestro país, la peor de todas las corrupciones que enfrentamos me parece aún la del lenguaje a que nos tienen acostumbrados nuestros líderes cuando tratan de explicar y combatir tantos desmanes. La casi totalidad de la clase política, a la hora de pedir perdón y prometer reparaciones, coincide en asegurar que los delincuentes son una minoría entre los miembros de su tribu (¡faltaría más!) y en proponer códigos y leyes que persigan esas desviadas conductas individuales. Pero ninguno, o muy pocos, se aviene a reconocer que nos hallamos ante una auténtica tangentópolis a la española, en donde la corrupción es sistémica, por lo que solo podrá ser atajada con medidas que reformen en profundidad el sistema. El actual funcionamiento de nuestro régimen político favorece esos comportamientos punibles y si no se reacciona a tiempo (aunque en ocasiones parece ya tarde para hacerlo) amenaza implosionar, llevándose por delante lo que hasta ahora había sido el periodo de mayor libertad, estabilidad política y crecimiento económico de la historia de España.

O sea, para entendernos, precisamente lo mismo que vienen afirmando los dirigentes de Podemos desde hace ya tiempo, ¿o no? Y lo contrario, además, de lo que se mantiene desde la línea editorial de El País, el diario que dirigiese Cebrián, como recientemente comentábamos en estas mismas páginas. No se quiere ver así, sobre todo desde las esferas de poder, pero la verdad es que se hace bien evidente que la corrupción forma parte intrínseca del sistema que hemos tenido desde la Transición para acá. En ese sentido, lleva razón Cebrián (y la gente de Podemos) al señalar que el paralelismo con la tangentópolis italiana de los años noventa es completo. Así lo entiende, además, una buena parte de la sociedad española.

Por consiguiente, una vez aceptado el diagnóstico, ¿qué remedio podemos recetar? Una vez más, Cebrián parece coincidir con Podemos:

Como la corrupción es sistémica solo será posible combatirla con algún éxito adoptando medidas estructurales. Por muchas leyes de transparencia que se promulguen y muchos acuerdos que busquen, y hasta encuentren, los principales partidos del arco parlamentario, sin una nueva ley electoral, que elimine las listas cerradas y bloqueadas y las provincias como distritos; sin un cambio en la ley de partidos, que garantice su democracia interna y su financiación sin sobresueldos, coimas ni treses por ciento; sin una reforma de la Administración que elimine miles de municipios y cargos políticos, acabe con infraestructuras inútiles y costosas como las diputaciones, e incorpore criterios de productividad y servicio público; sin una lucha decidida contra el fraude fiscal en un país en el que dos recientes secretarios de estado de Hacienda aparecen como singulares defraudadores en el caso de las tarjetas negras; sin un reforzamiento de la justicia que garantice su independencia y equidad, amén de procedimientos rápidos y gratuitos, y la no vulneración de la presunción de inocencia; sin todo eso, a lo que es necesario incorporar a las escuelas una educación para la ciudadanía que instruya a las nuevas generaciones en los valores cívicos de la democracia, y en la libertad de pensamiento frente a todo fundamentalismo, la corrupción del sistema prevalecerá contra cualquier buena intención de nuestros gobernantes.

Una vez más, ¿alguien duda que Cebrián está en lo cierto? Y, vuelvo a repetir, ¿alguien duda que esa es la precisamente la solución de la que habla Podemos? ¿Cuál es el problema, pues? Pues precisamente ése. Aunque Cebrián llega precisamente a las mismas conclusiones que Podemos (esto es, al mismo diagnóstico del problema y poco más o menos a las mismas recetas), no parece ser capaz de avenirse a darles la razón de ninguna de las maneras. Supongo que esto puede deberse en buena parte a la retórica anti-sistema o radical de los portavoces de Podemos, pero sea como fuere el caso es que resulta algo paradójico. Todo parece indicar que las diferencias son más de forma que de fondo, al menos en lo que respecta al discurso público. En este sentido, discrepo de quienes ven a Podemos como una fuerza comunista (o chavista) en ciernes, empeñada en ocultar sus verdaderas intenciones bajo un ropaje populista. Por el contrario, estoy convencido de que sus dirigentes aspiran de verdad a llevar a cabo una profunda reforma de nuestro sistema político y económico sin por ello conducir a una revolución socialista ni nada por el estilo. O, para decirlo de otra forma, Iglesias, Monedero y compañia me recuerdan más al Felipe González y el PSOE de finales de los setenta y principios de los ochenta que al Lenin y Trotsky de 1917 o al Fidel Castro de 1959. Si se me permite un poco de fraseología marxistoide, les veo más como radicales pequeñoburgueses que otra cosa. Ni creo que se acerquen a posturas fascistas, como veo que más de uno les acusa desde las filas socialistas, ni tampoco pienso que vayan a instaurar un régimen comunista de la noche a la mañana. Para nada. ¿Y su indefinición? ¿Qué decir de su indefinición? ¿Acaso no lleva razón Cebrián al acusar a Podemos de no ofrecer soluciones? Pero, ¿es que acaso las ofrece él? No lo veo. Él, como Podemos, como yo mismo, como todos nosotros, solo acierta de momento a ver que "la corrupción es sistémica" y "casi ninguna de las instituciones básicas de nuestra Constitución funciona hoy con normalidad", algo que parece más bien una verdad de perogrullo. Cierto, Cebrián (como Podemos, como la mayoría de la sociedad) hace un llamamiento a la regeneración profunda, pero no ofrece detalle alguno. Sencillamente, nadie puede hacer eso ahora. En estos momentos la prioridad es (debe ser) convencer a la mayoría de que lo viejo ya no funciona. Después nos pondremos a debatir sobre qué construir en su lugar. Conviene no olvidar, por cierto, que toda transformación se hace así. ¿O es que alguien sabía en 1976 qué líneas generales iba a tener el sistema constitucional que luego se montó en 1978? {enlace a esta entrada}

[Fri Nov 7 09:32:39 CST 2014]

Magnífica ilustración de lo que sucede ahora mismo en el país, en este caso firmada por Forges. Así es como se siente la amplia mayoría de la población.

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[Sat Nov 1 14:33:22 CDT 2014]

La web de Philosopher's Mail publicó hace ya unas cuantas semanas un artículo sobre Alexis de Tocqueville que merece la pena sacar a colación aquí, pues contiene unas cuantas reflexiones sobre el espíritu estadounidense que en buena parte siguen siendo acertadas, tanto para bien como para mal. Por ejemplo, de Tocqueville escribe:

"I doubt if one could extract from Americans the smallest truth unfavourable to their country. Most of them boast about it without discrimination, and with an impertinence disagreeable to strangers... Generally speaking there is a lot of small-town pettiness in their makeup... We have not yet met a really outstanding man."

¡Vaya, hombre! Precisamente esta mañana tuve un incidente con un empleado del Ayuntamiento en el centro local de compostaje que ilustra esta actitud bastante bien. En su caso, bastó que yo comenzara una frase intentando explicar lo que hacen en otros países con respecto al compostaje y reciclado para que el individuo en cuestión, sin siquiera permitirme explicar nada, afirmara sin tapujos que "aquí no tenemos nada que aprender de nadie, y si no te gusta ya te puedes ir" (?!). Evidentemente, la actitud no solo demuestra ignorancia, sino también arrogancia y un excesivo chauvinismo. Algo que, por otro lado, también existe en cualquier otro país, por supuesto (sobre todo entre las capas de población menos educadas). Parece que a menos cultura y menos conocimiento de otros lugares, más nacionalismo exacerbado. Aquí, como en otros sitios.

Otra cita que sigue teniendo plena vigencia, aunque en este caso me parece que para bien:

"This country illustrates the most complete external development of the middle classes, or rather that the whole of society seems to have turned into one middle class. No one seems to have the elegant manners and refined politeness of the upper classes in Europe. One is at once struck by something vulgar, and a disagreeable casualness of behaviour..."

Lo que a de Tocqueville le parecía un comportamiento vulgar a mí, en cambio, me parece una actitud desenfadada e informal con la que, en líneas generales, estoy de acuerdo. El estadounidense medio, al contrario de lo que sucede en otros países, no se preocupa tanto del qué dirán, ni tampoco de cómo vestir para aparentar esto o lo otro. Algo que, como digo, me gusta, independientemente de que demuestre poco "estilo" ("estilo" que, por otra parte, yo desde luego tampoco tengo ni he tenido jamás).

Más interesante aún son las observaciones que hace de Tocqueville sobre la centralidad de la democracia y el capitalismo en la sociedad estadounidense:

... the Americans de Tocqueville met all readily believed that through hard work, it was possible to make a fortune and that to do so was wholly admirable and right. There was hence no suspicion whatever of the rich, a certain moral judgement against the poor, and an immense respect for the capacity to make money. It seemed, quite simply, the only achievement that Americans thought worth respecting. For example, in America, observed de Tocqueville, a book that does not make money – because it does not sell well – cannot be good, because the test of all goodness is money. And anything that makes a profit must be admirable in every way. It was a flattened, unnuanced view that made de Tocqueville see the advantages of the relatively more subtle, multi-polar status systems of Europe, where one might (on a good day) be deemed good, but poor; or rich, but vulgar.

Democracy and Capitalism had created a relatively equitable, but also very flat and oppressive way for humans to judge each other.

Travelling around the United States, de Tocqueville discerned an unexpected ill corroding the souls of the citizens of the new republic. Americans had much, but this affluence did not stop them from wanting ever more and from suffering whenever they saw someone else with assets they lacked. In a chapter of Democracy in America entitled ‘Why the Americans are Often so Restless in the Midst of Their Prosperity’, he sketched an enduring analysis of the relationship between dissatisfaction and high expectation, between envy and equality

Me parece una análisis bastante perspicaz que, en buena parte, sigue siendo perfectamente válido hoy en día. De hecho, bien puede que explique, al menos en parte, ese espíritu permanentemente inquieto que caracteriza al estadounidense medio. No se trata tanto, como pudiera percibirse desde fuera, de un afán de superación constante como de una honda insatisfacción que parece apoderarse del espíritu de la mayoría de estadounidenses. El ritmo de la vida cotidiana es casi siempre frenético, pero sin llegar jamás a ninguna parte. La imagen de la cinta de andar típica de los gimnasios viene a reflejar bastante bien en qué consiste la vida cotidiana en los EEUU. Nunca se para de andar, pero nadie sabe muy bien hacia dónde nos digirimos. La acción se justifica por sí misma. El movimiento es continuo.

En fin, el artículo es bastante bueno y merece la pena dedicarle unos minutos. A los temas ya mencionados se añaden otros cuantos (la tiranía de la mayoría, la envidia fomentada precisamente por la posibilidad de alcanzar algún día la riqueza soñada, la erosión de la autoridad y, curiosamente, el sometimiento más o menos voluntario a la opinión de la mayoría presentada bajo la guisa del sentido común). {enlace a esta entrada}