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[Mon Sep 29 16:51:27 CDT 2014]Tan exageradamente mal han manejado nuestros dirigentes (unos y otros) la crisis catalana que no deja uno de encontrarse claras muestras de sectarismo malintencionado hasta en los sitios más insospechados. Tradicionalmente, El País siempre fue un diario más bien razonable y moderado. Cierto, de simpatías progresistas y tirando al centro-izquierda, pero razonable y moderado. Y hoy, en su mayor parte, sigue siendo así. No obstante, se encuentra uno con algunas actitudes que llaman algo la atención. Así, por ejemplo, en el editorial sobre la convocatoria del referéndum por la independencia de Cataluña publicado ayer por el diario se acusa a Mas de insensato al fomentar las divisiones (algo que es opinable, pero desde luego no irracional) al tiempo que se hace un llamamiento al Gobierno de Rajoy a hacer propuestas constructivas basadas en el diálogo, algo que me parece de una lógica aplastante. Y, sin embargo, al mismo tiempo se encuentra uno con perlas como la siguiente: El problema, creo, no es tanto la crítica que se lanza (algo, por supuesto, perfectamente aceptable) como la conexión que se hace entre los postulados independentistas de Mas y compañía con "la quiebra de la legalidad fiscal propiciada por su antecesor y padrino, Jordi Pujol". Lo siento mucho, pero el editorialista de El País debiera mostrar algo más de sentido común y tolerancia. Precisamente por lo delicado del asunto conviene no mezclar churras con merinas. El independentismo y el escándalo sobre el fraude fiscal de Pujol son dos cosas bien distintas y conviene no confundirlas. Un poco de sensatez, tolerancia, diálogo y actitud democrática, por favor. ¡Ya está bien de sandeces por ambos lados! {enlace a esta entrada} [Mon Sep 29 16:45:30 CDT 2014]Luego dirán que si la gente hace demagogia con los políticos o que Podemos se aprovecha de ello para ganar puntos con el populismo anti-casta, pero ya me dirán qué diantres puede uno pensar cuando lee que el recién dimitido Gallardón ha entrado directamente en el Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid ganando más de 80.000 euros anuales. Vamos, que pasa del cargo de ministro a este otro de manera inmediata. De oca a oca y tiro porque me toca. Ya digo, luego se quejarán del populismo y la demagogia, pero es que lo ponen a huevo. Y, que conste, cuando se hizo pública la dimisión de Gallardón me pareció bien coherente y hasta le alabé en Facebook. Sin embargo, está visto que se trata de hecho de una casta. {enlace a esta entrada} [Mon Sep 29 16:07:23 CDT 2014]Hoy nos hemos enterado del fallecimiento de Miguel Boyer, Ministro de Economía y Hacienda del primer Gobierno de Felipe González allá por los años ochenta. Obviamente, no es una noticia buena, independientemente de lo que cada cual piense sobre el papel que desempeñara en aquel Gobierno. Lo que llama la atención, creo, es que Miguel Ángel Noceda, corresponsal económico de El País le alabe porque "huyó de los clichés socialistas". Según parece, solo los socialistas tienen clichés. No existen los clichés neoliberales. Esos son, como todo el mundo sabe, opiniones con base científica y objetiva. Así son las cosas. Por otro lado, creo que conviene también hacerse algunas preguntas con respecto al otro aspecto de la política económica aplicada por Boyer que alaba el analista económico de El País. Decir que Boyer fue el "modernizador de la economía" española se antoja un poco ambiguo, pues no queda nada claro lo que pueda significar eso de "modernizador". Imagino que se refiere a la reconversión industrial que se llevara a cabo durante los años ochenta, que en buena parte contribuyó a desindustrializar nuestro país y, en cierto modo, podemos ver, creo que razonablemente, como antecedente de los problemas por los que pasamos en estos momentos. De todos modos, admito que todo esto ya no está tan claro y debiera ser objeto de mayor reflexión y debate. Pero eso sí, lo de los "clichés socialistas" me parece de premio, sobre todo viniendo de quien al menos en teoría debiera ser algo más objetivo y neutral. {enlace a esta entrada} [Fri Sep 26 16:51:43 CDT 2014]Un conocido de nacionalidad británica ha compartido el siguiente recorte de prensa en Facebook hoy: ¿Da en el clavo o no? Aquí en los EEUU los medios de comunicación y los políticos van de oca en oca y tiran porque les toca. De un "enemigo de la libertad y la democracia" pasan a otro sin solución de continuidad. Eso sí, todos ellos representan siempre "la peor amenaza a los valores occidentales desde Hitler". Por un lado se hace cansino, la verdad. Pero por el otro da rabia cuando uno observa que pueden manipular a la opinión pública con total impunidad. La gente se deja llevar y habla siempre del "último tema" que les mencionan una y otra vez en los mass media. Y, por si fuera poco, también muestran su "preocupación" por una amenaza que les queda a miles de kilómetros y cuesta trabajo de creer que les implique directamente jamás. La obsesión por el control y el miedo que caracterizan a la sociedad estadounidense contemporánea dan mucho que pensar. Tiene algo de enfermizo. Pero es que, además, no parecen aprender jamás de los errores del pasado. No sabe uno si por ignorancia o por vivir en un eterno presente, se mueven espasmódicamente de una "crisis" a otra sin tan siquiera pararse a reflexionar sobre el pasado. Así, no tiene nada de extraño, pues, que el estadounidense medio no sepa que ninguna de estas amenazas, tan peligrosas ellas para la libertad y la democracia, tenían presencia en la región antes de que ellos lanzasen la invasión militar de la mano de su Presidente George W. Bush. En fin, que da algo de asco comprobar la ignorancia, la manipulación y el militarismo machista de que se hace gala por estos lares. No es la mayoría de la población, cuidado, pero sí que se trata de un buen número. Desde luego se trata de un número de gente que costaría trabajo convencer en otros países avanzados, al menos en unas circunstancias generales de paz como se viven en los EEUU. Le hace preguntarse a uno qué enfermedad puede haberse apoderado de la sociedad estadounidense. {enlace a esta entrada} [Thu Sep 25 16:53:24 CDT 2014]Ayer leí una entrada en la bitácora cultural de Juan Cruz publicada por el diario El País acerca del famoso incidente de Francisco Umbral con Mercedes Milá allá por 1993 sobre la que merece la pena reflexionar, me parece. Si recuerdan, Milá había invitado al escritor a charlar en su programa televisivo de variedades haciéndole pensar que iba a hacerle una entrevista sobre un libro que acababa de publicar, La década roja. Sin embargo, ante la desesperación de Umbral, pasaba el tiempo, el programa estaba a punto de terminar, y aún no le habían hecho pregunta alguna sobre su libro. Ahí es cuando se dio el famoso incidente, que puede verse en YouTube: En fin, el caso es que, tanto entonces como ahora, vemos las imaǵenes y automáticamente pensamos que Umbral era más bien borde, con lo que acaba siendo el malo de la película a ojos de la mayoría. Pues bien, esto es precisamente lo que pone en duda Juan Cruz. Y lo hace, creo, desde una perspectiva interesante: Ni que decir tiene que, con el paso de los años, la cosa ha ido a peor. De hecho, ahora se lleva incluso a los políticos a los platós de televisión para hacerles entrevistas simpáticas y que ganen puntos entre la audiencia con vistas a las próximas elecciones. Lo llaman "acercarse al ciudadano de la calle", como si el ciudadano de la calle fuera un imbécil incapaz de entender un discurso serio y coherente. El entretenimiento es el rey. O sea, que sí, Umbral se comportó como un arrogante. Nadie duda eso. Pero, guste o no, llevaba razón en lo que decía. Se le había invitado a un programa de televisión con la treta de que se le iba a entrevistas sobre su recién publicado libro cuando, en realidad, solamente se quería rellenar la mesa con gente colorida que fuera capaz de entretener a la audiencia y, por supuesto, subir unos cuantos puestos en los ránkings para conseguir más publicidad. Lo de menos, claro, era el dichoso libro. {enlace a esta entrada} [Sat Sep 20 16:30:56 CDT 2014]Esta mañana acudí a una reunión en la escuela de mis hijos en la que funcionarios del distrito escolar iban a informarnos sobre una propuesta para cambiar el horario escolar el próximo curso académico en la ciudad de Saint Paul (Minnesota). Debiera comenzar quizá con un comentario positivo sobre el proceso que han seguido las autoridades educativas locales antes de tomar una decisión definitiva (que, de hecho, aún no han tomado). Aparte de haber publicado muchísima información sobre el tema en la web del distrito (ver enlace algo más arriba), también se han asegurado de debatir todos los detalles en el correspondiente organismo representativo con la presencia de todos los agentes de la comunidad educativa y, ahora, están celebrando reuniones por las escuelas para discutirlo todos con padres, profesores y alumnos, preguntando en todo momento qué piensan sobre el asunto y si acaso tienen alguna propuesta alternativa que pueda llevarse a la comisión. Todo ello, creo, no solo es de agradecer, sino que bien debiera tomarse como ejemplo en nuestro país. Se trata de un proceso exquisitamente democrático, participativo, abierto y transparente. No me cabe duda alguna de que la decisión final no agradará a todo el mundo por igual, pero la manera en que han llevado a cabo el proceso es sin duda digna de alabanza. Dicho esto, me gustaría hacer también una observación no tan positiva y, a continuación, una reflexión originada a partir de un incidente particular del que, según me parece, podemos extraer una lección. En primer lugar, con respecto a la experiencia más bien negativa, me estoy refiriendo a la presencia de tres padres de alumnos que, con su actitud claramente maleducada, dogmática y egocéntrica no hicieron sino interrumpir constantemente el desarrollo de la reunión. Ninguno de ellos era un inmigrante, no por apariencia ni por acento, ni tampoco miembro de ninguna de las minorías más comunes en el país. Al contrario, los tres (un hombre y dos mujeres) eran claramente de raza blanca y nacidos en los EEUU. Digo esto para que nadie piense que quizá se tratase de personas acostumbradas a costumbres sociales bien distintas a las que se dan por aquí. Para nada. Eran estadounidenses de pura cepa, por así decir. Sin embargo, como explicaba, no hicieron más que interrumpir al funcionario que estaba haciendo la introducción inicial, faltar al respeto y, en general, comportarse con bastante chulería e intolerancia. Todo ello, por cierto, algo que solemos considerar más propio de la egocéntrica actitud española o italiana que de la estadounidense. Y, sin embargo, eso es lo que vi. Lo digo porque, a pesar de todo, los estereotipos están ahí. Si en lugar de ser estadounidenses blancos se hubiera tratado de personas de una minoría racial o inmigrantes de primera generación ya puede uno imaginarse los comentarios del resto de asistentes. Así son las cosas. Pero no escribo estas líneas para hacer referencia una vez más al problema de los estereotipos, sino más bien para dejar constancia brevemente de un incidente que observé. El único aplauso que se oyó durante la hora y media que duró la sesión (por cierto, que fueron los tres individuos mencionados en el párrafo anterior quienes aplaudieron) se produjo cuando alguien hizo una intervención más bien demagógica, emotiva y crítica en la que en ningún momento se hacía propuesta constructiva alguna y, por el contrario, se exigía a quienes gestionan el distrito escolar que hagan lo que sea para obtener 8 millones adicionales de financiación para así poder llevar a cabo una de las propuestas de que se habló durante la reunión. Curiosamente, el mismo individuo había afirmado apenas unos minutos antes que no era justo continuar subiendo los impuestos, aunque ahora exigía que las arcas del Estado contribuyeran esos 8 millones de dólares para permitir que uno de los muchos distritos escolares del estado de Minnesota pueda implementar la política que a él más le gusta. La lección que extrae uno del incidente es que, en líneas generales, cuando la gente aplaude a un orador, lo hace no porque éste haya compartido una idea interesante o constructiva (la reacción en ese caso suele ser la reflexión en silenci acerca de la idea que se acaba de oír), sino más bien porque se ha hecho una afirmación emotiva y demagógica que viene a expresar bien los sentimientos de quienes aplauden (aunque no sea a lo mejor una posición razonable ni racional). En definitiva, que a lo mejor debemos guardarnos de aquellos oradores que cosechan demasiados aplausos en sus intervenciones. Lo mismo no son precisamente quienes hacen las mejores propuestas sino al contrario, quienes se limitan a expresar lo que la gente quiere oír. Conviene tenerlo presente, me parece. {enlace a esta entrada} [Sat Sep 20 14:57:08 CDT 2014]Ayer conocimos los resultados del referéndum de independencia en Escocia, donde el 55% de los votantes se han decantado por la respuesta negativa. Y, como era de esperar, en lugar de interpretarlo en su contexto, no son pocos los tertulianos y líderes políticos españoles que han preferido verlo como una especie de hecho directamente relacionado con nuestro debate sobre la independencia de Cataluña. Craso error, me parece. Que no se me malinterprete, sin embargo. Hay, sin duda, cierta relación entre uno y otro debate, como es lógico. Para empezar, nos encontramos en ambos casos con un buen segmento de la población que se muestra a favor de la independencia. Proponen, además, hacerlo por medios pacíficos e intachablemente democráticos. Ambos, Escocia y Cataluña, son territorios con una identidad nacional bien establecida, se encuentran en Europa y en estos momentos están integrados en estados democráticos y desarrollados. Ahora bien, el mero hecho de que los escoceses hayan tenido la oportunidad de expresar su opinión en las urnas mientras que los catalanes aún están luchando por que les dejen celebrar un referéndum viene a indicar bien a las claras que también hay diferencias entre ambos casos. El problema, me parece, es que las diferencias se deben más a la forma que han tenido sus respectivos Gobiernos centrales de afrontar el debate que a otra cosa. Vayamos por partes. De entrada, todo parece indicar que el Gobierno del conservador David Cameron (quizá por la influencia de sus socios de gobierno, los liberal-demócratas) ha mostrado mayor disposición al diálogo que la de su correligionario español. Eso parece bien obvio. No solo se accedió a dialogar, sino que también se convocó un referéndum para oír a los ciudadanos, se escuchó durante el debate y, como consecuencia, a pesar de que haya ganado el bando que se oponía a la independencia, Cameron ya ha anunciado una reforma para profundizar el sistema autonómico británico. Todo ello, por desgracia, a años luz de lo que vemos en nuestro país, donde unos y otros parecen más interesados en imponer su opinión en medio del griterío que en dialogar y llegar a acuerdo alguno. Uno no puede evitar, pues, la sensación de que el "debate" sobre la independencia catalana debe más al oportunismo político y al cálculo electoral de unos y otros que a la intención sincera de discutir el asunto y hacer algo al respecto. Es decir, que unos y otros se han limitado de momento a agitar banderas, hacer declaraciones de cara a la galería, echar mano de sentimentalismos patrióticos y poco más. Rajoy, como hace con casi cualquier otro tema, ha preferido sentarse a verlas pasar. En lugar de coger el toro por los cuernos, optó por aplicar una vez más su proverbial indefinición sempiterna. Y, con ello, no hizo sino permitir que la bola de nieve siguiera creciendo. O, para expresarlo de otra forma, me da la impresión de que Mas ha sido culpable por acción y Rajoy por omisión. Pero hay que andarse con cuidado. Tampoco conviene idealizar a los políticos británicos, como a menudo hacemos en España (bueno, en realidad tendemos a idealizar a los políticos de cualquier país desarrollado a quienes siempre creemos muy superiores a los nuestros... yo no lo tengo tan claro, la verdad). Para empezar, Cameron accedió a convocar el referéndum porque estaba convencido de que su bando iba a ganar por goleada. El problema es que, con el paso del tiempo, el voto a favor de la independencia parece que iba aumentando a pasos agigantados y aquella decisión ha estado a punto de costarle un buen disgusto. Pero es que, además, conviene observar que la solución que Cameron propone ahora para restañar las heridas no es en realidad sino algo bien parecido al Estado de las Autonomías que tenemos en España desde 1978. Habría que preguntarse si para ese viaje hacían falta tantas alforjas y, sobre todo, si era necesario convocar un referéndum que a punto ha estado de costarle un disgusto a los británicos y de desestabilizar todo el proyecto de integración europea precisamente en un momento de crisis como el que vivimos. La verdad, el comportamiento de Cameron y compañía no se me antoja muy responsable, sino más bien algo supeditado al mero interés partidista, igual que en cualquier otro sitio. A lo peor es que la política en una democracia representativa es así, independientemente del país del que se trate. En fin, ¿qué implicaciones tiene todo esto para Cataluña? Pues no me queda nada claro, la verdad. Por un lado, los escoceses han tenido la oportunidad de expresar su opinión con respecto al asunto de la independencia y nadie les ha chantajeado con el argumento de que "como todos vamos en el mismo barco, todos tenemos derecho a decidir al respecto". En otras palabras, que los británicos han dejado que sean los escoceses quienes expresen su opinión a solas, en lugar de convocar una consulta donde ingleses, galeses y norirlandeses pudieran expresarse al respecto también. Se me dirá lo que se quiera, pero a mí eso me parece lógico. Cuando una esposa quiere el divorcio, que yo sepa, no se celebra una consulta con todos los miembros de la familia a quienes se concede poder de veto al respecto. Se escucha a todos, sin duda, pero la decisión final está en manos de ella. Me parece lógico y normal, me guste o no me guste el resultado final. En España, en cambio, se afirma una y otra vez que los catalanes no tienen derecho a expresar su opinión al respecto, sino que debieran ser, si acaso, todos los españoles quienes celebraran una consulta para ver si le conceden graciosamente la independencia a Cataluña. Sencillamente, no veo cómo eso pueda tener sentido alguno. No solamente en Escocia, sino tampoco en Quebec o cualquier otro sitio se ha hecho así. No tiene lógica alguna. Repito: digo esto independientemente de que yo prefiera una Cataluña integrada dentro de España. En cualquier caso, todo parece indicar que la única forma de desactivar una crisis que hace ya tiempo que se nos empezó a ir de las manos (y, como decía arriba, en buena parte debido al comportamiento irresponsable tanto de Mas como de Rajoy) va a ser profundizar el autogobierno de Cataluña. Y, a su vez, esto implica la reforma de la Constitución. No veo cómo pueda hacerse de otra forma. Peor aún, lo más probable es que, como consecuencia de todo esto, vascos y gallegos se sumen a la demanda de poner fin al café para todos que consensuaran UCD y PSOE allá a principios de los ochenta. Se mire como se mire, me temo que nos quedan unos cuantos años de cierta inestabilidad política. {enlace a esta entrada} [Fri Sep 19 17:34:20 CDT 2014]Ya casi está finalizando la tercera semana de este mes y aún no he añadido ninguna entrada a esta bitácora. Diversas obligaciones del trabajo, incluyendo un viaje al estado de Georgia que se extendió a diez días, me han mantenido ocupado y sin tiempo suficiente para publicar mis reflexiones aquí. Sin embargo, hace ya tiempo que quería escribir unas palabras sobre el artículo de José Luis Puerta, titulado La universidad a la que vuelve Rubalcaba, y que publicó el diario El País el pasado 3 de septiembre. Como acertadamente afirma el autor ya en el primer párrafo, aquí hay algo que no acierta uno a entender del todo: Y, sin embargo, ahí le tenemos regresando a la enseñanza universitaria tras décadas dedicado a la política. Todo perfectamente legal, por supuesto. Todo de acuerdo a la normativa vigente, sin duda. He ahí, precisamente, el quid de la cuestión: tenemos un sistema universitario que más parece un departamento cualqiuera de la Administración Pública que otra cosa. Y, me parece, algo anda mal cuando el profesorado universitario no se diferencia mucho del funcionariado en general. Bien está garantizar la libertad de cátedra. Bien está, también, defender los derechos laborales del profesorado. Pero tiene uno la impresión de que hace ya mucho tiempo que llevamos las cosas a un extremo casi ridículo. Se mire como se mire, cuesta trabajo entender que alguien pueda "ganarse" una plaza de catedrático en una Universidad, abandonar el desempeño de sus funciones académicas durante varias décadas y, después, de buenas a primeras, retornar al mismo puesto de trabajo porque de alguna manera la legislación vigente garantiza que uno la tiene "en propiedad". Sencillamente, son conceptos bien difícil de entender, más propios de un entorno decimonónico donde únicamente cuentan los privilegios y la vida fácil del rentista sin oficio ni beneficio. Así no vamos a ningún sitio. {enlace a esta entrada} |