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[Thu Jun 26 19:40:28 CDT 2014]Hace ya aproximadamente año y medio que me sucedió algo interesante en el transcurso de una visita a la escuela de secundaria de mis dos hijos mayores. Estaban celebrando una de esas jornadas de puertas abiertas que tanto gustan por aquí en las que los chavales se reúnen en el gimnasio, montan unas cuantas mesas con unos paneles y se disponen a mostrarle a las visitas (fundamentalmente los propios familiares, como es lógico) cualquier trabajo que hayan hecho durante los últimos meses. En este caso, se trataba de mostrar los resultados del proyecto personal en que se habían embarcado unos cuantos meses antes. La temática era bastante libre, así que podía uno encontrarse de todo: un album de música de guitarra, un análisis de la violencia en el mundo de los cómics, otro sobre la ingeniería de las naves espaciales de la serie de La guerra de las galaxias, una serie de recetas de cocina tradicional Hmong, etc. Pues bien, ahí que me dispuse yo a caminar entre las mesas y a entablar alguna que otra conversación con los estudiantes para ver de qué iban. En un momento determinado, me encontré con unos paneles que mostraban fotos de chavales en un hospital mientras les ofrecían galletas, leche chocolatada y otras cosas. Como quiera que las fotos me llamaron la atención, me detuve a hablar un rato con la chica que las estaba exponiendo. Según me explicó, su proyecto consistía en trabajar de voluntaria en un hospital local para echar una mano a los niños autistas. Entre otras cosas, se dedicaba a repartir galletas y zumos entre ellos. La idea me pareció interesante, llena de buenas intenciones y compasión, por lo que le pregunté si quizá quería dedicarse a estudiar Medicina o Psicología y tenía un interés especial por el autismo. Y ahí fue cuando, para mi sorpresa, me respondió ni corta ni perezosa que no tenía ningún interés especial por los niños autistas, pero le habían dicho que incrementaría las posibilidades de que la aceptaran en una Universidad si podía añadir algo así a su currículo. Ni que decir tiene que la respuesta me dejó un poco descolocado. No tuve más remedio que callarme y proseguir mi camino algo bajo de ánimo. En definitiva, que no sé si los adultos que me rodean son conscientes del daño que le pueden estar haciendo a las generaciones más jóvenes y, sobre todo, al futuro de su propio país con esta actitud fría y calculadora, enormemente competitiva, que lo pervade todo. La obsesión por ser aceptado en la Universidad se está convirtiendo en la razón que lo justifica todo. En parte es debido al altísimo coste de las matrículas por estos lares, que casi obliga a los chavales y sus familias a esforzarse todo lo que puedan por conseguir algún tipo de reducción en forma de beca de cualquier tipo. Y, por otro, como está sucediendo en todos sitios, el mercado laboral cada vez está más difícil, el empleo cada vez es más precario, la competencia global es aplastante y, por supuesto, el estrés de toda la sociedad no para de aumentar. Sea como fuere, me parece preocupante. Entiendo las razones por las que buena parte de la sociedad está comportándose de esta forma, pero me parece preocupante. Repito: el mensaje que estamos enviando a las nuevas generaciones no es el correcto. {enlace a esta entrada} [Wed Jun 25 20:28:50 CDT 2014]El País publicaba ayer un artículo de opinión de Andrés Ortega y Ulrike Guérot titulado Contruir Europa como República que me llamó la atención sobre todo por la frase que encabeza su segundo párrafo: Esa frase ("los ciudadanos sienten que pueden elegir entre políticos, pero mucho menos entre políticas") viene a sintetizar maravillosamente, creo, la crisis de la democracia liberal representativa a la que estamos asistiendo en todos sitios. No hay que engañarse, la crisis es mucho más evidente en aquellos países (como España o Grecia) donde la crisis económica y las políticas de austeridad impuestas por los mercados se están cebando con la población más humilde e indefensa, pero, en realidad, la crisis de legitimidad se extiende por todos sitios. Sencillamente, allí donde todavía se puede medio vivir, mal que bien, la situación es algo más llevadera y la gente está más dispuesta a transigir con los tejemanejes de las élites políticas. Pero, como decía, no conviene engañarse. En líneas generales, los ciudadanos tienen bien claro que, como bien dicen Ortega y Guérot, las elecciones nos ofrecen la oportunidad de elegir a quienes van a aplicar las políticas que ya vienen marcadas por el poder económico. En otras palabras, que podemos elegir a quienes nos gobiernan, pero no cómo nos gobiernan. Eso, sobra decirlo, tiene bien poco de democracia. Podremos llamarlo recambio de élites. Podremos llamarlo turnismo. Podremos decir que se trata de una libertad similar a la del consumidor que puede elegir entre distintas maras de productos con más bien poca diferenciación sustancial y, por supuesto, proporcionados igualmente por grandes corporaciones multinacionales cuyo interés primordial es, por supuesto, el mero beneficio y no nuestra salud. Pero, desde luego, lo que no podemos llamarlo es democracia. En ese sentido, aunque estoy de acuerdo en general con lo que escriben Ortega y Guérot, creo que yerran. El problema va mucho más allá de las fronteras europeas. El problema es global. Como digo, sucede simplemente que, debido a las circunstancias del momento, el conflicto está a flor de piel precisamente en Europa. Pero nadie puede asegurarnos que mañana mismo no se extenderá a otros lugares, incluyendo a los EEUU. Por aquí hace ya mucho tiempo que la amplia mayoría de la gente dejó de tener confianza en las élites políticas y saben perfectamente que las urnas sirven únicamente para cambiar el rostro de quien aplicará las mismas políticas de costumbre con alguna que otra ligera variación. De ahí el alto nivel de abstención que se viene viendo en las elecciones estadounidenses desde hace ya décadas. No es casual. La gente está bien harta y aspira a otra cosa. El problema, claro, es que de momento nadie sabe muy bien en qué pueda consistir esa otra cosa. He ahí precisamente la esperanza y, al mismo tiempo, el motivo principal de preocupación. En el pasado, fue en momentos como éste en que lo mismo se dio un gran salto adelante hacia un nuevo estadio de desarrollo humano que nos hundimos en el más miserable caos social. Ya veremos qué será esta vez. {enlace a esta entrada} [Mon Jun 23 09:09:51 CDT 2014]Parece que las declaraciones de Pablo Iglesias Turrión acerca de ETA en el desayuno informativo del hotel Ritz ha levantado algo de polvareda. Sin embargo, no acabo de entenderlo del todo, la verdad. Se ha limitado a decir que "el terrorismo ha causado dolor, pero también tiene explicaciones políticas". Podrá gustar más o menos, pero ¿es que alguien duda que es cierto? Me he encontrado con gente en Facebook que, a raíz de las declaraciones, se les ocurre afirmar que "un eurodiputado justifica los asesinatos de ETA". ¿Pero en qué mundo vivimos? Si se ha pasado del titular, se podrá leer que Iglesias dejó bien claro que el terrorismo no le parece justificable. Pero es que, se mire como se mire, ¿alguien puede pensar honestamente que un fenómeno como el terrorismo etarra, teniendo como siempre tuvo el claro apoyo de un buen sector de la población vasca (repito: guste o no; la realidad es la que es), puede surgir de la nada? ¿Quién es el idiota que considera esto una justificación del terrorismo? ¿Acaso cuando los historiadores hablan de la humillación del Tratado de Versalles y de la crisis económica para explicar el éxito del nazismo en la Alemania de los años treinta están justificando el holocausto? Por favor, un poco de madurez. ¿Cómo diantres queremos solucionar nuestros problemas si ni siquiera tenemos el valor de afrontarlos con honestidad? {enlace a esta entrada} [Wed Jun 18 16:21:58 CDT 2014]El País publicó hace un par de días un artículo del catedrático Antonio Elorza sobre Podemos titulado La ola que, a decir verdad, me parece ramplón, simplista y hasta escandaloso, a pesar de que no le falta tampoco un punto de razón (quien me conoce sabe de sobra que no me gusta nada el verlo todo en blanco y negro). Comparando el éxito de la operación electoral de Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias con la película de Dennis Gansel que se estrenara allá por 2008, Elorza cree ver bastantes puntos en común entre el fascismo del filme y las maneras que se gastan los seguidores de Podemos en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Vayamos por partes. El artículo de Elorza está, como digo, repleto de simplismos, toques de brocha gorda y, sobre todo, tiene un cierto resabor a envidia académica, a mal rollo dentro del departamento para el que trabaja en la Facultad. Quien ha estudiado en la Universidad y se ha implicado en el mundillo de la representación estudiantil sabe de qué hablo. Uno tiene la sensación, la verdad, de que lo que peor le sienta a Elorza es que estos advenedizos hayan ganado tanta popularidad y, peor aún, hayan sido capaces de montar una candidatura que ha prendido la mecha de la ilusión ciudadana en una sociedad abrumada por la crisis. ¡Y cómo se las gasta! Llega incluso a comparar a las huestes de Monedero e Iglesias con los camisas negras de la Italia de 1922 (por cierto, que fue entonces cuando Mussolini llegó al poder tras su Marcha a Roma, y no en 1920, como erróneamente afirma Elorza). Dicho esto, tampoco me queda más remedio que darle la razón en algunos asuntos. Por ejemplo, no cabe duda alguna de que, al menos de momento, las propuestas de Podemos son más bien difusas. Sabemos a qué se oponen. Sabemos qué es lo que no les gusta. Pero no sabemos qué proponen en su lugar, con la salvedad de unas cuantas ideas más bien vagas que, sin duda, suenan bien, pero que todavía han de detallar. En estas cosas, como suele decirse, el diablo está en los detalles, y mucho me temo que en cuanto hagan un esfuerzo por concretar sus propuestas comenzarán las divisiones internas. En fin, suele suceder con los partidos-protesta. Pero es que, además, tampoco le falta razón a Elorza al apuntar los modales cuasi-totalitarios de un buen número de seguidores de Monedero e Iglesias en la Facultad de Políticas. No es nada nuevo, por otro lado. Yo estuve allí en la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa, y ya era más o menos así. Sencillamente, les encanta reventar los actos a los que se invita a cualquiera con quien no estén de acuerdo. Elorza habla de Rosa Díez, pero ha habido otros muchos casos. Basta con que alguien proponga ideas con las que estos elementos no están de acuerdo para pasar a ser catalogados automáticamente de "fascistas". La libertad de expresión no es, desde luego, su fuerte. Y, claro, es cierto que los medios de comunicación de masas siempre dan la voz a los de siempre. No lo pongo en duda. Lo que no acierto a ver es cómo puede eso justificar que solamente los representantes de la izquierda "de verdad" puedan hablar tranquilamente en la Facultad. Peor aún, la facilidad con la que estos elementos se arrostran la representación de la totalidad de los estudiantes sin pasar por las urnas es, sin duda, propia de un grupo de iluminados con tendencias totalitarias. Y eso es preocupante.. En definitiva, que no creo justificado que Elorza juzgue a todos los miembros de Podemos (y mucho menos a sus votantes) tomando como excusa el comportamiento de unos elementos extremistas que pululan por la Facultad de Políticas y cuya presencia se ha hecho sentir desde hace décadas. Pero ello no quita para que comparta uno su incomodidad y su desconfianza ante los modales que se gastan estos individuos con la complacencia aparente de gente como Monedero e Iglesias. {enlace a esta entrada} [Sun Jun 15 11:01:02 CDT 2014]El País publicó hace unos días un artículo de Joan Subirats sobre Enrico Berlinguer que debiera preocuparnos porque, según leemos, ya a principios de los ochenta estaba más o menos claro que algo andaba mal con el sistema de representación política. Subirats cita extensamente a quien fuera líder del PCI, el partido comunista mas poderoso de la Europa Occidental: Ya me dirán si la reflexión no es de completa actualidad. {enlace a esta entrada} [Fri Jun 13 08:38:50 CDT 2014]Quien necesite un claro ejemplo que venga a ilustrar bastante bien los problemas de la socialdemocracia en estos inicios del siglo XXI no tiene más que leer la noticia que publica hoy El País sobre el anuncio de la candidatura de Eduardo Madina a la Secretaría General del PSOE. Aparte del hecho de que, una vez más, el debate se está quedando en una mera cuestión de nombres, merece la pena hurgar un poco en la noticia para darse cuenta de que el discurso de Madina está trufado de términos vacíos como "shock", "modernidad" y "renovación" bajo los cuales no acierta uno a ver contenido alguno. Estamos ante los tópicos de costumbre. El vacío de siempre. Hace ya tiempo que la socialdemocracia viene transitando por arenas movedizas. Al menos desde principios de los años ochenta. Aquel socialismo mediterráneo de gente como Mitterrand, Soares, Papandreu y Felipe González parece que fue la última esperanza de renovación. Y todos sabemos cómo acabó aquello. En el mejor de los casos, sirvió para medio modernizar (que no del todo, como estamos viendo precisamente ahora con esta crisis) las sociedades del Sur de Europa. Y, en el peor, para desmovilizar la presión social que por aquel entonces se estaba dando en las calles y confiarlo todo a los siempre escurridizos representantes políticos, consolidando así a la misma élite que había detentado el poder en esas sociedades desde tiempos inmemoriales. En cualquier caso, me parece mucho más acertado el análisis que hace Juan Andrade, profesor de Historia en la Universidad de Extremadura, en un reciente artículo sobre los cambios en la izquierda española a raíz de las elecciones europeas. En concreto creo que da en el clavo cuando apunta lo siguiente acerca de la socialdemocracia europea: En el caso de Andrade, parece obvio que su análisis se escribe desde el punto de vista de un simpatizante de IU. Pero, de todos modos, creo que tiene toda la razón al afirmar lo que afirma en ese párrafo. Mientras hubo una clase obrera sólida y homogénea, organizada en sindicatos potentes, los partidos socialdemócratas pudieron servir de portavoz en las instituciones políticas y hacer presión para introducir derechos laborales y sociales a través de los parlamentos. Sin embargo, una vez decayó el empuje de esa fuerza social, se vieron incapaces de hacer frente a la ofensiva neoliberal y comenzaron a perder los rasgos distintivos de su identidad. La realidad es que, hacia mediados de los años noventa, las diferencias entre los partidos socialdemócratas y aquellos que se adscribían a la tradición de un liberalismo con tintes más o menos sociales (por ejemplo, el Partido Demócrata estadounidense) eran más bien inexistentes. La vía socialdemócrata es ya cosa del pasado. No queda más remedio que aceptarlo. Ha llegado el momento de construir algo nuevo. Debemos aprender, por supuesto, de los errores y los aciertos que cometimos durante esas décadas de apogeo socialdemócrata. Y, por descontado, lo que construyamos ahora no tiene más remedio que extraer las lecciones de los excesos cometidos por las dictaduras comunistas en la segunda mitad del siglo XX. Pero, de una u otra forma, nos vemos obligados a construir algo nuevo. No veo cómo pueda ser de otra forma. Y, por lo que hace al PSOE, me temo que ha llegado el momento de aceptar que la escisión es más o menos inevitable a medio plazo. Por un lado irán los liberales de centro-izquierda. Por otro quienes estén dispuestos a construir esa nueva alternativa de izquierdas. {enlace a esta entrada} [Mon Jun 9 13:48:45 CDT 2014]Mientras el sistema de bipartidismo imperfecto que ha caracterizado a esta Segunda Restauración bornónica se hunde por momentos ante una sociedad que parece haberle dado la espalda, leemos en la prensa que los barones del PSOE trabajan denodadamente para un congreso "de unidad" en torno a Susana Díaz. O, lo que es lo mismo, que los dirigentes del PSOE no se enteran de qué va la cosa y siguen haciendo lo de siempre, maniobrando tras las bambalinas para que todo cambie sin que cambie nada y, sobre todo, que ni militantes ni votantes tengan siquiera derecho a voz en el futuro de su partido. Yo me lo guiso y yo me lo como, al estilo de Juan Palomo. Y es que no se enteran de la misa la media. Los ciudadanos no quieren un mero recambio. Los ciudadanos ya no se contentan con un simple cambio de caras en los carteles electorales. Peor aún, los militantes tampoco. Sencillamente, ni unos ni otros creen ya en la amplia mayoría de dirigentes y políticos socialitas. Les ven como parte del problema. Les identifican —y con razón— con el régimen que ha imperado durante las últimas cuatro décadas. Los ven directamente relacionados con la corrupción, los tejemanejes y el enchufismo. En parte —sólo en parte— es injusto. Después de todo, los socialistas también construyeron el moderno (y único, históricamente) Estado del Bienestar en España a partir de los años ochenta, además de haber sido los principales adalides de la modernización del país y artífices de la anhelada integración en Europa, el sueño dorado que perseguimos durante siglos. El problema, por supuesto, es que l agente no olvida que gobernaron 21 de los 37 años de democracia, por lo que son los responsables principales también del edificio institucional que ahora se desmorona, por no hablar del modelo económico que se nos ha desintegrado entre los dedos. La losa es demasiado pesada, me temo. Y ellos no parece que estén haciendo demasiado por renovarse y deshacerse de esa pesada herencia. Más bien al contrario, se empeñan en seguir por el mismo camino. No sé, o mucho me equivoco o la crisis que estamos viviendo puede condenar al viejo partido al rincón empolvado de la Historia. No creo que desaparezca, pero bien pudiera acabar en partido minoritario. Ya ha pasado en otros países. Bien podría suceder también aquí. {enlace a esta entrada} [Wed Jun 4 15:36:23 CDT 2014]La noticia del momento en España es, sin lugar a dudas, el anuncio de la abdicación del Rey Juan Carlos I. Sin embargo, a pesar de la polvareda que parece estar levantando tanto en los medios de comunicación como entre muchos ciudadanos, casi estaba decidido a ni siquiera mencionarlo aquí. No sé, me parece que hay asuntos más importantes de los que preocuparse. No hace falta que lo repita aquí. Ya lo sabemos todos. El país está siendo sacudido por la mayor crisis económica en décadas, las cifras de desempleo son abrumadoras, los escándalos de corrupción aparecen cada dos por tres, la confianza de los ciudadanos en las instituciones (todas las instituciones, cuidado) está bajo mínimos... De todos modos, se pongan como se pongan los partidos de izquierda, dudo mucho que haya siquiera la oportunidad de votar sobre el futuro de la Monarquía, por muy democrático que nos pueda parecer. PP y PSOE lo tienen todo atado y bien atado, al menos de momento. Eso sí, no parece fácil decir qué puede suceder siquiera a medio plazo. Que el país va necesitando ya una segunda transición parece bien evidente. Es algo que yo mismo he defendido aquí en numerosas ocasiones. Que cuando llegue el momento los ciudadanos deban decidir también sobre la forma de Estado que prefieren me parece razonable. Pero, de todos modos, no me gusta nada esta idealización de la república en la que parece estar cayendo tanta gente. Igualmente, no me gusta nada que se defienda un concepto de república que va claramente unido a otros principios que le son caros a la izquierda de nuestro país (laicidad, federalismo...). Y, cuidado, no es que yo no comparta esos valores y principios, sino que estoy convencido de que conviene evitar los errores del pasado y, si vamos a construir una nueva república, hacerlo de manera inclusiva y con el suficiente consenso. Si hubiera una Tercera República no puede ser una república, una vez más, construida por media España contra la otra media. Eso ya lo hicimos en el pasado y, creo, todos recordamos en qué acabó la historia. Por tanto, prefiero apostar por la sensatez y la moderación, en lugar de dejarme llevar por los sentimientos de exaltación republicana. Ya sé que no está de moda, pero ¿qué le voy a hacer? Yo soy así. {enlace a esta entrada} [Wed Jun 4 15:05:38 CDT 2014]Hace un par de días leíamos una noticia en El País en la que se nos informaba de que España figura a la cabeza de la UE en privatización de la escuela. Oh, sorpresa. Al parecer, el único estado-miembro de la UE que nos supera en este aspecto es Bélgica. Sin embargo, uno no suele oír comentarios al respecto cuando se debaten los resultados del Informe PISA y todo hijo de vecino se queja de lo que consideran un pésimo sistema educativo. Digo esto porque, al fin y al cabo, los expertos parecen estar de acuerdo que un sistema tan dual como el español redunda en una mayor desigualdad. En fin, que parece curioso que todo el mundo apunte al sistema finlandés como ejemplo y se olvide de que la amplia mayoría de estudiantes por allá (el 98 aproximadamente, si recuerdo bien) acude a la escuela pública. Evidentemente, hay datos que preferimos ignorar cuando se habla del tema de la educación. {enlace a esta entrada} [Tue Jun 3 09:43:20 CDT 2014]Hace unos días leía un artículo publicado en Babelia, el suplemento cultural de El País, sobre la literatura comprometida del que me gustó especialmente el último párrafo: No estoy para nada convencido de la capacidad que pueda tener la literatura comprometida (o el arte comprometido, en general) para cambiar el mundo. Me temo que se trata, en realidad, de mera superficialidad. Y tampoco se trata de una convicción a la que haya llegado ahora, en mi edad madura, sino que vengo pensándolo desde hace ya bastantes años. Lejos quedan aquellos años juveniles (que no llegaron más allá de los veintipocos, en el mejor de los casos) en el que verdaderamente creía que el discurso (ya fuera artístico o de cualquier otro tipo) tenía el potencial de cambiar las cosas. Se mire como se mire, la transformación social solo puede venir de un cambio material de las condiciones de vida. O, para explicarlo de otra forma, de un cambio real en la manera en que abordamos la vida cotidiana. Lo demás no son sino discursos. Palabras bonitas que se lleva el viento. Algo que, por desgracia, menudea hoy en día. Y, cuidado, no estoy lanzando aquí una acusación contra nadie. No mantengo que todo el mundo que escriba una canción o un libro comprometido esté meramente haciendo una pose. Lo más probable es que incluso lo hagan honestamente, convencidos de estar haciendo algo útil para cambiar la sociedad a mejor. Pero, como acertadamente dice Sergio Ramírez, creo que los libros sirven mejor para plantear preguntas y dibujar escenarios posibles que para cambiar nada. En aquellos casos en los que pensamos que tal o cual libro contribuyeron a cambiar nuestra actitud no fue tanto responsabilidad del libro en cuestión como de un impulso, una actitud que ya estaba presente en nosotros y que, si acaso, el libro no hizo sino ahondar. {enlace a esta entrada} |