La casa en llamas
[Wed Apr 22 11:29:34 CDT 2020]

Leo hoy en la web de Público un inteligente artículo de Lucas Sánchez titulado No vas a hacer nada contra la emergencia climática si no ves la casa en llamas en el que se nos explica muy bien por qué es bastante improbable que vayamos a hacer nada para solucionar el problema del cambio climático hasta que sea demasiado tarde. La respuesta está en la propia naturaleza humana:

El problema es que ver esos datos no es ver el cambio climático. Para hacer algo, ese dato debe cuadrar con la experiencia personal, con nuestra propia evidencia. Nos es más fácil ver la casa en llamas cuando realmente vemos la casa en llamas. También nos ha sido más fácil ver el virus cuando hemos sido testigos del sufrimiento de nuestros enfermos. El cambio climático y esta pandemia nos ponen delante de un espejo en el que los humanos no quedamos reflejados como seres tan racionales: entender es secundario, la experiencia es clave.

(...)

Tenemos grandes dificultades para juzgar la frecuencia y la magnitud de los eventos, ya que nos fiamos más de lo último que ha sucedido, porque es lo que mejor recordamos. A este proceso lo bautizaron como sesgo de disponibilidad.

De su mano también aprendimos que tenemos una aversión a las pérdidas en el corto plazo e indiferencia en el largo plazo. Si le añadimos cierto grado de incertidumbre, el efecto se agrava. Tampoco es algo nuevo: el alcohol puede generar cirrosis ya de mayor. El tabaco quizás cáncer de pulmón. Ese "puede" y ese "quizás", esa cirrosis y ese cáncer, se parecen mucho a la enfermedad que afecta a nuestro planeta.

Por eso nos negamos a saciar nuestras ganas de filete de hoy a cambio de un ahorro energético o económico en el futuro. Por eso y porque se juntan con otros sesgos, como el sesgo optimista: tendemos a pensar que corremos menos riesgos que otras personas. Vamos a tener más suerte que los dinosaurios, extinguirse se extinguen otros. Esto no es China. Nuestro sistema sanitario es mejor que el de Italia.

Ahora que la epidemia ya está aquí hay mucha gente enfadada. Ahora. Las semanas previas circulaban memes y chistes que se burlaban de lo que podría venir. Pero, ¿habéis visto a alguien enfadarse muchísimo por culpa del cambio climático? No digo enfadarse por que el cambio climático se esté produciendo y ya veamos sus efectos, o por la inacción de otros. Me refiero a enfadarse visceralmente hasta que te salta la vena del cuello y rompes a llorar contra el Señor Cambio Climático. Yo, nunca. Y eso es porque no existe el Señor Cambio Climático. No lleva un uniforme, no mata a niños, no sigue un patrón predecible.

(...)

Pero supongamos que lo conseguimos. Que logramos poner a un grupo de personas delante de una casa en llamas, la ven en llamas y la sienten en llamas. Tocaría entonces empezar a apagar el fuego. Pues resulta que, aunque nos queme el fulgor de las llamas en la cara y escuchemos el crepitar del fuego, nos giraremos y esperaremos a ver qué hacen los demás.

Si alguien coge un cubo de agua, nos pondremos manos a la obra. Si nadie se mueve, nos quedaremos embobados mirando el incendio. Esta reacción tiene que ver con la cooperación condicional y el efecto espectador. Si somos los únicos que presenciamos un incidente, actuamos. Si lo sabe todo un colectivo, esperamos al consenso social.

Incluso cuando vemos y actuamos, ni siquiera hacemos todo lo que podemos. La mayoría sufrimos el sesgo de acción única. Parece que realizar determinadas acciones nos impide hacer otras igual de positivas y complementarias. Por ejemplo, usar bombillas de bajo consumo, reciclar o usar bolsas de tela ya nos hace sentir que hacemos algo significativo. En ocasiones es incluso peor, porque compensamos nuestras actitudes sostenibles con otras que pueden incluso emitir más carbono. Como las personas que queman las calorías de media caña de cerveza corriendo y ese día se toman dos en vez de una, ¡que han salido a correr!

Finalmente, aunque hayamos vivido la casa en llamas, tenemos una capacidad muy limitada para preocuparnos. Crisis financieras en distintos países muestran que la preocupación por estos fenómenos hizo que el porcentaje de individuos preocupados por el cambio climático disminuyera.

Los científicos le llaman el banco finito de preocupación. Una crisis, la pérdida del empleo, la enfermedad de nuestros familiares... no podemos preocuparnos por muchas cosas graves a la vez. De hecho, es complicado publicar una columna como esta en días en los que hay una pandemia y las UCI están llenas de gente luchando por sobrevivir.

En fin, me recuerda bastante a múltiples conversaciones que he tenido durante los últimos treinta años en los que, respondiendo a las preguntas de amigos y conocidos, siempre respondía que, a pesar de lo claro que se ve que nuestro estilo de vida (nuestro sistema económico... ¡nuestra civilización entera!) no es sostenible y acabará por hundirse por su propio peso a medio y largo plazo, lo más probable es que no llegáramos a hacer nada al respecto hasta que comencemos a sufrir los efectos. Si acaso, uno tiene la esperanza de que, una vez suframos el trompazo, seamos capaces de tomar medidas y sepamos reaccionar. Pero estoy convencido de que antes vamos a sufrir mucho. Los asuntos a los que estamos haciendo frente funcionan a muy largo plazo, pero nuestra capacidad de atención está limitada al corto plazo. No se trata de estupidez, ni tampoco de cerrazón. Se trata, simplemente, de naturaleza humana. {enlace a esta entrada}

La demagogia vociferante de Vox
[Wed Apr 22 11:05:56 CDT 2020]

A lo peor está uno muy equivocado, pero cuesta trabajo pensar que la demagogia vociferante de Santiago Abascal y Vox en general no les pase factura en las urnas aunque, todo hay que decirlo, de aquí a que se convoquen las próximas elecciones quizá llueva mucho y la corriente se lleve con fuerza toda la basura que están lanzando en las últimas semanas. Se mire como se mire, acusar al Gobierno de "convertir España en una inmensa cárcel chavista que funcione con cartillas de racionamiento" desde la mismísima tribuna parlamentaria tiene su cosa. Les importa un comino que estemos enmedio de la peor pandemia en un siglo, ni tampoco que otros países de nuestro entorno hayan tomado decisiones similares, sea cual sea el color de su Gobierno. Lo de esta gente va de ensuciarlot todo y, por supuesto, pescar en aguas revueltas a ver qué sale. Le queda a uno la esperanza de que, cuando llegue el momento de votar, se les castigue duramente por su demagogia. Y, cuidado, que estoy de acuerdo en que convendría preguntarse sobre las consecuencias que todo esto pueda tener sobre las libertades de todos nosotros pero, precisamente por ello, sería conveniente que alguien lo planteara en términos menos infantiles para que pudiéramos tener un debate serio y constructivo. Lo de Vox, por el contrario, se parece más a la locura de quienes esparcen bulos sobre conspiraciones inverosímiles que al discurso de una fuerza política con representación parlamentaria en un país desarrollado. {enlace a esta entrada}

Jürgen Habermas sobre Heidegger y el nazismo
[Fri Apr 10 14:21:55 CDT 2020]

El País publica hoy un interesante artículo sobre el pensador Jürgen Habermas en el que se nos narra la siguiente anécdota sobre la reacción de Habermas tras leer en 1953 la recopilación de las clases que había impartido Martin Heidegger en 1935 en Friburgo:

Jürgen Habermas suele recordar que lo que convierte a un sabio en intelectual es la capacidad de irritarse. Él fue lo segundo antes de ser lo primero. En 1953, cuando ultimaba su tesis doctoral sobre Schelling en la Universidad de Bonn bajo la dirección de Erich Rothacker —que en 1933 había pedido el voto para Hitler—, Habermas recibió un regalo de manos de su amigo Karl-Otto Apel: el nuevo libro de su pensador vivo favorito, Martin Heidegger. Se trataba de Introducción a la metafísica, las clases que el autor de Ser y tiempo había impartido en Friburgo en 1935. La reedición no tenía notas aclaratorias y las apelaciones a “la verdad y la grandeza internas de este movimiento [el nacionalsocialismo]” indignaron al doctorando.

Aquel “curso impregnado de fascismo” lo llevó a enviar un artículo al Frankfurter Allgemeine Zeitung cuyo título lo dice todo: ‘Pensando con Heidegger contra Heidegger’. Uno tenía 63 años, el otro, 24. Más que el desprecio del viejo pensador por el igualitarismo democrático, lo que molestaba al joven era su negativa a la autocrítica y la posibilidad de que ese silencio contaminara su filosofía: “¿Puede interpretarse también el asesinato planificado de millones de personas, del que hoy ya no ignoramos nada, como un error que nos fue deparado como un destino en el contexto de la historia del ser? ¿No es la principal tarea de los que se dedican al oficio del pensamiento la de arrojar luz sobre los crímenes que se cometieron en el pasado y mantener despierta la conciencia sobre ellos?”.

Heidegger tardó dos meses en contestar. Lo hizo en una carta a Die Zeit para aclarar que el movimiento al que se refería no era el nazi, sino el encuentro entre el hombre y la técnica. Sonaba a salida por la tangente, pero cuando en los años ochenta y noventa recriminarle su proximidad al nazismo se convirtió en tendencia, Habermas volvió a la palestra para recordar que su reproche no se dirigía tanto a esa cercanía de 1933 como a su negativa a reconocer su error a partir de 1945. “La discusión acerca del comportamiento político de Martin Heidegger no puede ni debe servir al propósito de una difamación y desprecio sumarios”, escribió en 1991. “Como nacidos después, no podemos saber cómo nos habríamos comportado nosotros en esa situación de dictadura”.

No solo me parece sensata su advertencia, sino que creo que le llena de honra. Entiendo perfectamente que muchos recordarán cómo el propio Habermas había desfilado con las Juventudes Hitlerianas hacia el final de la guerra o que su padre era un convencido nazi. Pero creo que la actitud de Habermas en este asunto tiene poco que ver con nada de eso. Sencillamente, a toro pasado, es mucho más fácil analizar las cosas (lo estamos viendo en estos momentos con respecto a la epidemia del coronavirus: parece obvio que el Gobierno debiera haber tomado medidas de aislamiento antes, pero eso es bien fácil de ver ahora, cuando ya es demasiado tarde). Se mire como se mire, la verdad es que ninguno de nosotros (yo, el primero) sabría decir a ciencia cierta cómo actuaría en circunstancias tan extremas. Por supuesto, me gustaría pensar que encontraría las fuerzas para hacer lo éticamente acertado, por más que me acaerrara una fuerte dosis de sufrimiento personal. Pero, para ser sinceros, no puedo estar seguro de ello. Nadie puede estarlo. Y, sin embargo, no nos engañemos, esto no quiere decir que todo valga y el comportamiento de Heidegger haya de quedar exculpado. Para nada. Su comportamiento fue, sin duda, cobarde e inmoral. {enlace a esta entrada}