Duración del mandato en el Congreso de los EEUU
[Fri Jul 23 13:38:22 CDT 2021]

No tengo ni idea quién lo escribió primero, pero recuerdo haber leído en algún sitio que la mejor vacuna contra el nacionalismo es viajar. Quizá sea cierto. Pero lo que sí tengo bien claro es que la mejor cura contra el complejo de inferioridad que tenemos en España es vivir en el extranjero por un tiempo. Yo, entre una cosa y otra, llevo ya cerca de 18 años viviendo en los EEUU, aunque no de forma continuada. Y, con el tiempo, me he ido dando cuenta de que, a la hora de elegir, prefiero sin duda el sistema de democracia parlamentaria al sistema presidencialista que tienen por acá. Sí, a pesar de que, ciertamente, la legendaria separación de poderes es, sin duda, mucho más nítida por aquí. Y es que no hay que engañarse: la separación de poderes, llevada al extremo, también puede tener sus problemas, sobre todo en la forma de un sistema disfuncional que malamente se atreve a avanzar en el campo legislativo. La verdad es que hace ya muchos años que los avances legislativos en EEUU no se deben a la acción del Congreso, sino más bien a las sentencias de los tribunales federales o el Tribunal Supremo, que hace a menudo las veces de poder legislativo en un sistema en el que aprobar cualquier medida en el Congreso y conseguir que la firme el Presidente es casi imposible debido al exacerbado partidismo.

El caso es que, por una u otra razón, el sistema político estadounidense dejó de funcionar de manera satisfactoria hace ya muchísimo tiempo. Y, cuidado, no es que lo diga yo. Se trata de algo tan extendido entre la población que los niveles de abstención alcanzan la estratosfera y populismos como el de Donald Trump se ensañan con las instituciones sin temor alguno y con el desparpajo de quien sabe estar aporreando un espantapájaros. Hoy, sin ir más lejos, leí un artículo firmnado por Richard H. Pildes publicado en The New York Times sobre algunos de estos problemas:

Just a few months into a new administration, as the country grapples with issues of economic recovery and renewal, Congress’s actions are being shaped not by the merits of policy alone but also by the looming midterm elections. It’s not just the fall 2022 election; many incumbents are also calculating how best to position themselves to fend off potential primary challenges.

In nearly all other democracies, this is not normal.

The two-year House term has profound consequences for how effectively American government can perform — and too many of them are negative. A longer, four-year term would facilitate Congress’s ability to once again effectively address major issues that Americans care most about.

For several decades, party leaders in Congress have come largely to view the first year of a new administration as the narrow window in which to pass big initiatives. In a midterm election year, leaders resist making members in competitive districts take tough votes. In addition, much of “policymaking” discussion in Congress — particularly when control of the House is closely divided — is about parties’ jockeying to capture the House in the next midterms.

The president’s party nearly always loses House seats in the midterm elections. Since 1934, this has happened in all but two midterms. Yet it cannot be the case that all administrations have governed so poorly they deserve immediate electoral punishment.

So why does it happen so regularly? Presidential candidates can make vague appeals that allow voters to see whatever they prefer to see. But governing requires concrete choices, and those decisions inevitably alienate some voters. In addition, 21 months (Jan. 20 to early November of the next year) is too little time for voters to be able to judge the effects of new programs.

(...)

Moreover, in most democracies, candidates do not have to fund-raise all the time to run; governments typically provide public financing to the political parties. The two-year term, combined with primary elections and the constant need to raise funds individually, generates exceptional turbulence and short-term focus in our politics.

Por supuesto, dado el clima político del país, parece ingenuo siquiera pensar que nada de esto pueda tener arreglo. El proceso de reforma de la Constitución es tan difícil que prácticamente garantiza que nunca tendra lugar. De hecho, son tantos los apartados en los que habría que cambiar el documento, que casi merecería la pena reescribirlo todo de una vez. Pero, en un país donde tanta gente idolatra a la Constitución y los padres fundadores han sido elevados a los altares de una extraña religión laica (de hecho, en un país donde dicha idolatría forma parte íntegra del patriotismo constitucional), ¿quién piensa que esto vaya a ocurrir? Mientras tanto, el sistema se pudre. La democracia estadounidense está gravemente enferma y no parece que nadie vaya a atreverse a arreglarla. {enlace a esta entrada}