Sobre el solipsismo ideológico
[Sat Nov 21 09:50:00 CET 2020]

A raíz de las elecciones presidenciales de EEUU, se han venido publicando diversos artículos en la prensa estadounidense (sobre todo en The New York Times y otros medios de la onda liberal progresista) en los que se nos advierte sobre los peligros del solipsismo ideológico que parece estar apoderándose de la izquierda en aquel país. El análisis, creo, se queda corto, pues tampoco es que en las filas conservadoras podamos ver un buen ejemplo de apertura ideológica, tolerancia y diálogo. De hecho, el solipsismo como tendencia general general y el dogmatismo como actitud personal parecen caracterizar a buena parte de la cultura de nuestros días. En cualquier caso, podemos destacar como ejemplo de este tipo de artículos Groupthink Has Left the Left Blind, firmado por Bret Stephens:

What, today, is leftism, at least when it comes to intellectual life? Not what it used to be. Once it was predominantly liberal, albeit with radical fringes. Now it is predominantly progressive, or woke, with centrist liberals in dissent. Once it was irreverent. Now it is pious. Once it believed that truth was best discovered by engaging opposing points of view. Now it believes that truth can be established by eliminating them. Once it cared about process. Now it is obsessed with outcomes. Once it understood, with Walt Whitman, that we contain multitudes. Now it is into dualities: We are privileged or powerless, white or of color, racist or anti-racist, oppressor or oppressed.

The list goes on. But the central difference is this: The old liberal left paid attention to complexity, ambiguity, the gray areas. A sense of complexity induced a measure of doubt, including self-doubt. The new left typically seeks to reduce things to elements such as race, class and gender, in ways that erase ambiguity and doubt. The new left is a factory of certitudes.

Como decíamos, mucho me temo que no se trata de un monopolio de la izquierda. Al contrario, la simplificación demagógica, el dogmatismo, la cerrazón, el espíritu de cruzada... todo ello se está extendiendo por nuestras sociedades como una sucia mancha de aceite. Lo peor de todo es que basta echar un vistazo al pasado más cercano (la misma historia de nuestro siglo XX) para observar que las consecuencias de este tipo de actitud no suelen ser nada positivas. {enlace a esta entrada}

Caóticas elecciones presidenciales en EEUU... nuevamente
[Mon Nov 9 12:44:52 CET 2020]

Los EEUU nos han vuelto a regalar con unas nuevas y caóticas elecciones presidenciales. La verdad es que ya no nos pilla de sorpresa. Lo hemos visto antes. Y también hemos visto antes una ciudadanía tan tremendamente dividida que el bando perdedor pone en cuestión la legitimidad del candidator ganador. Si acaso, la diferencia es que en esta ocasión ha habido ya muestras claras de malestar social y hasta enfrentamientos en las calles entre uno y otro bando. Esto, no olvidemos, en un país en el que abundan las armas. Como nos explican en la web de El Diario, EEUU es un país partido en dos con todos los riesgos que ello entraña, sobre todo en un contexto como el actual. Seamos claros, la división social irreconciliable no viene bien nunca. Pero es que en estas circunstancias de pandemia global, freno del comercio internacional, disrupción de las cadenas de suministro, bajo crecimiento económico, altos niveles de deuda, trabajo precario y transición a una economía completamente globalizada las estructuras de todo tipo son, si cabe, aún más frágiles de lo normal. Por si todo esto fuera poco, ahora resulta que el triunfo electoral de Biden en las urnas puede contribuir a que los demócratas caigan en cierta satisfacción y ni siquiera pasen a hacer una mínima autocrítica sobre lo sucedido la última década. Sin embargo, como se explica en el artículo de El Diario el triunfo del populismo de Trump en 2016 tiene unas raíces bien hondas que conviene tener presente:

En 2016 eligieron a Trump por toda una serie de razones muy serias que pronto se convirtieron en la explicación de consenso: se sentían ignorados; sus trabajos y sus comunidades habían desaparecido; y pensaban que otros estaban siendo favorecidos, incluidos los extranjeros. Querían que alguien hablara por ellos y los demócratas parecían haber dejado de ser el partido que los representaba.

En 2020 eso no ha cambiado demasiado, o no tanto como muchos demócratas habían querido creer (muchos medios de comunicación también lo quisieron creer). Hubo demasiados reportajes en los que no se tomaba lo suficientemente en serio a Trump y a sus votantes. Pero esa queja visceral del que se siente dejado atrás, excluido, ignorado o despreciado como alguien desechable estuvo todo el tiempo ahí, profunda y definitoria.

Trump supo responder a esa queja de formas que Biden no supo, aunque en algunos aspectos lo hizo mejor que Hillary Clinton. El resultado de Trump en esos estados, mucho mejor de lo previsto, nos dice que la experiencia determinante de estas elecciones no fueron la COVID-19 ni la muerte de George Floyd. Fue la economía y, detrás de ella, las desigualdades y el trauma aún vivo del colapso financiero de 2008.

En otras palabras, en EEUU, como en Europa, conforme la izquierda con posibilidades de gobernar se ha corrido hacia el centro en materia de política económica (no estamos hablando aquí de aquellos asuntos tan caros al progresismo contemporáneo: minorías raciales, asuntos de género, etc.) en medio de un proceso globalizador que no ha hecho sino incrementar las desigualdades sociales, un buen sector del electorado se ha ido sintiendo abandonado a su suerte y, al menos de momento, parece haberse entregado a una auténtica orgía populista y anti-establishment. En algunos países (los menos: Venezuela, Grecia), la izquierda radical supo responder a esos movimientos con un corrimiento hacia el populismo izquierdista, pero, por lo general, lo que hemos visto ha sido un ascenso prácticamente imparable de un populismo de derechas fuertemente conectado con los movimientos reaccionarios y hasta fascistas del pasado. No se trata, precisamente, lo que pensábamos ver a estas alturas del siglo XXI, pero eso es lo que hay.

En cualquier caso, los problemas en EEUU son mucho más profundos aún de lo que muchos imaginan. Como leemos en otro artículo publicado también en la web de El Diario, algunos de esos problemas hunden sus raíces en el propio nacimiento del país. Tanto han ido posponiendo la resolución de estos asuntos (el problema racial, la segregación social, la desigualdad económica, la corrupción política y, por último, un sistema electoral auténticamente disfuncional) que ni siquiera parece probable que sean capaces de debatirlos en serio, mucho menos intentar solucionarlos. Se mire como se mire, y a pesar del eslogan preferido de Donald Trump, todo parece indicar que EEUU es una potencia en serio (e imparable) declive. Quede claro: el país había llegado tan alto que, en principio, el declive no tiene porqué suponer un hundimiento (aunque todo depende de cómo lo gestionen sus líderes y sus ciudadanos). Si acaso, lo que cabría esperar, creo, es que en pocas décadas los EEUU se encuentren al mismo nivel que muchos otros países en la escena internacional. Ciertamente, con más potencia militar que muchos, pero incluso en ese ámbito diría yo que no le faltarán dos, tres, o incluso más competidores. {enlace a esta entrada}