Aunque no tengo el enlace a mano, ayer mismo leía en la web del diario estadounidense The New York Times que el mero hecho de usar o no máscaras para protegerse del COVID-19 se ha convertido aquí en los EEUU en un indicador de simpatías partidistas: los demócratas lo consideran algo esencial, pero los republicanos lo ven más bien como una intromisión en sus derechos y libertades individuales. Hasta tal punto llega la cosa que son numerosos los comercios del país regentados por simpatizantes conservadores que ya anuncian a través de carteles en las puertas de acceso que queda terminantemente prohibido el entrar en sus locales con máscara. En algunos casos van incluso más lejos y animan a los clientes a estrechar la mano y darse abrazos. El grado de partidismo, polarización y cerrazón ideológica en el país está llegando ya a niveles paroxísticos. Peor aún, niveles auténticamente ridículos. En un clima social en el que absolutamente se convierte en mera excusa para afirmar la identidad propia, no hay manera de llevar a cabo un debate político medianamente productivo. Ignoro hasta qué punto esta obsesión por la identidad propia pueda estar extendiéndose a otros países, pero no me cabe duda alguna de que está transformando a la sociedad estadounidense para peor. Una vez trasladado el debate al ámbito de la identidad, todo se convierte en innegociable y el diálogo sobra. {enlace a esta entrada}