[Sat Jun 25 08:49:00 CDT 2016]

No cabe duda de que el tema del día (¿del mes?, ¿del año?) ayer fue el referéndum británico sobre la permanencia en la UE, en el que acabaron imponiéndose quienes están a favor de la salida. Quizá convendría observar, en primer lugar, que, aunque en una democracia parezca lo más lógico y hasta razonable, las consultas populares a menudo tienen efectos contraindicados. Sencillamente, un buen número de votantes no responde en realidad a la pregunta que se les hace, sino a cualquier otra cosa que les preocupa. Se trata de algo que sucede igualmente, por supuesto, con las elecciones comunes, donde el votante a menudo ni siquiera conoce el programa electoral, pero tiene sus preferencias basadas en mera imagen, un asunto concreto que le preocupa especialmente (o sobre el que se ha hecho más ruido durante la campaña) o, como suele decirse, acaba votando con las tripas. Sin embargo, las consecuencias de los referendos suelen ser bastante mś profundas. En este caso, todo parece indicar que un número bastante alto de partidarios del Brexit votó pensando más en la inmigración que en la UE. Si el populismo xenófobo ya se estaba extendiendo por Europa (y los EEUU) en los comicios generales, los referendos son incluso terreno más propicio para este tipo de actitudes. En otras palabras, que no da la impresión precisamente de que la mayoría del voto a favor de la salida se haya decidido de una manera razonada. Por el contrario, todo parece indicar que nos encontramos ante un episodio más de enfado generalizado ante la falta de perspectivas tras la crisis financiera del 2007-2008, combinado con un ansia de revancha frente a quienes no han sufrido el impacto directo de los cambios que se han ido experimentando últimamente y, por supuesto, el consabido uso y abuso del inmigrante como cabeza de turco cuando las cosas no van bien.

Entrando ya a analizar los datos, la cosa es incluso más triste. Según parece, quienes han votado mayoritariamente a favor de la salida de la UE son quienes tienen más de 50 años, en tanto que los jóvenes se han decantado masivamente a favor de la permanencia. La paradoja aquí es que quienes van a tener que vivir con las consecuencias del Brexit son precisamente quienes no han votado por él. En otras palabras, la consulta ha puesto en evidencia una brecha generacional de la que es bien posible que ni siquiera los políticos británicos fueran completamente conscientes. Habrá que ver cómo proponen enmendar la herida en el futuro, pero yo diría que, al menos a corto plazo, las consecuencias directas de la salida de la UE no va a hacer sino profundizarlas. Pero es que, por otro lado, también tenemos una clara división territorial, pues el voto a favor de la salida ha provenido principalmente de Inglaterra, en tanto que Escocia ha votado claramente a favor de la permanencia e Irlanda del Norte también, aunque en menor medida. De momento, los escoceses ya están hablando de la posibilidad de un nuevo referéndum de independencia que podría poner fin al Reino Unido tal y como lo conocemos. Conviene no olvidar, además, que la libertad de cruzar la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda es un componente esencial del proceso de paz que se está viviendo allí. No es que sea imposible reproducir la misma legislación, pero ello conllevaría un nuevo proceso de negociaciones con la consiguiente incertidumbre.

Y, por último, tenemos que considerar cuál pueda ser la respuesta del resto de estados miembros de la UE. Aquí habría que comenzar por reconocer que es bien evidente que el Reino Unido jamás acabó de creerse esto del proyecto de integración europea. Desde 1973, estuvieron, pero nunca estuvieron del todo. O, lo que es lo mismo, estuvieron, pero amenazando cada dos por tres con bajarse del tren cuando no se hacía lo que ellos querían. Tan es así que Margaret Thatcher y John Major ambos cayeron precisamente como consecuencia de sus políticas europeas (y ahora David Cameron también ha caído víctima del mismo asunto). En este sentido, cabe pensar que el Brexit pudiera profundizar el proyecto de unión. Sin embargo, hay dos temas que conviene considerar en este sentido. En primer lugar, guste o no, sigue habiendo un fuerte apego a los sentimientos nacionales en todos sitios. En unos países es más fuerte que en otros y, como es lógico, va fluctuando en el tiempo. Pero, en cualquier caso, el Reino Unido siempre sirvió un poco de útil contrapeso ante quienes planteaban una unión demasiado rápida que no siempre contaba necesariamente con el apoyo popular. Ahora, ese contrapeso ha desaparecido. Segundo, y precisamente debido al hecho de que el sentimiento antieuropeísta tiene más que ver con las circunstancias de incertidumbre generalizada que vivimos a principios de este siglo XXI que con el proyecto integrador en sí, lo cierto es que otros estados miembros bien pudieran considerar seguir el ejemplo británico (países como Dinamarca, Holanda o Francia se me vienen a la mente inmediatamente). Ni que decir tiene que las consecuencias de algo así serían impredecibles. Tal y como está el patio, en estas circunstancias de volatilidad económica, social y política en todos sitios, lo mismo sucede que el Brexit acaba siendo poco más que la primera ficha de dominó en caer en una larga ristra de fichas que bien pudiera incluir países como Suecia, Finlandia o Polonia. Otro aspecto a tener en cuenta sería que la salida británica viene a trastocar el equilibrio de fuerzas dentro de la UE que se había desarrollado desde los años setenta. Desde entonces, Alemania era inequívocamente el motor económico del proyecto, Francia el motor político que venía a eliminar las suspicacias ante la posible hegemonía germana, y el Reino Unido servía de contrapeso a ambos. La unificación alemana y la expansión de la UE hacia el Este ya vino a trastocar ese esquema y fortalecer a Alemania, pero la salida del Reino Unido lo desequilibra aún más. No creo que haya que temer fantasmas del pasado, en el sentido de que la Alemania de hoy no es la Alemania de la primera mitad del siglo XX y, además, se encuentra inserta en un proyecto de integración que cuenta con un buen entramado institucional. No obstante, las suspicacias nacionales y las dudas ante el poder germano están ahí y, de una u otra forma, hay que encontrar otro equilibrio de fuerzas nuevo que aún está por definir.

De momento, los mandatarios de la UE están haciendo lo que había que hacer. Han hecho un claro llamamiento al Reino Unido a que inicie los trámites de salida cuanto antes, han tratado de calmar los ánimos, han reafirmado la viabilidad del proyecto de integración y, de hecho, parecen incluso estar por la labor de profundizarlo. Conviene no olvidar que la UE representa un proyecto único en la Historia en el que diversas naciones-estado soberanas e independientes acuerdan libremente compartir áreas de poder y elaborar un proyecto común al tiempo que eliminan barreras y fronteras. El camino está sin explorar y, como era de esperar, tiene algún que otro obstáculo que sortear. Hasta cierto punto, todo esto entra dentro de lo normal. {enlace a esta entrada}