El problema es nuestra civilización misma
[Tue Aug 23 17:06:59 CDT 2022]

De un tiempo a esta parte no paramos de oír hablar sobre el cambio climático, los estragos de la sequía, la destrucción del Amazonas, la contaminación de nuestros ríos, los estragos causados por la agricultura y la ganadería industriales, la extinción de especies, la pérdida de la biodiversidad... la lista es interminable. Al mismo tiempo, tampoco faltan los mensajes esperanzadores en nuestros medios de comunicación apuntando a tal o cual tecnología (por ejemplo, las energías renovables o los coches eléctricos), tal o cual tendencia social (por ejemplo, el vegetarianismo) como posibles soluciones. El caso es que, de una u otra forma, tenemos fe en que la ciencia y la tecnología nos saquen las castañas del fuego y vengan a obrar la solución milagrosa. No debiera sorprender a nadie, por supuesto. Vivimos en una cultura que idolatra a ambas, la ciencia y la tecnología. Hemos alcanzado el momento culmen del proyecto de civilización que comenzara con el Renacimiento, después profundizado por la Ilustración y la Revolución Industrial. Hace tiempo que dejamos atrás no ya sólo lo espiritual o religioso, sino hasta lo ético o moral. La productividad económica y el beneficio del capital justifican cualquier desmadre que queramos cometer en nombre de la ciencia y la tecnología. Todo se supedita, pues, a los intereses de un crecimiento material sin fin, pues sin él los inversores jamás verían multiplicarse su inversión original. El entramado económico-científico-tecnológico contemporáneo obra a diario su particular milagro de multiplicación de los panes y los peces, cual nuevo profeta religioso. Y, como era de esperar, la sociedad en su conjunto le rinde pleitesía en nuestros altares seculares (esto es, los centros comerciales y, cada vez más, las webs de compras). Pero no hay más que echarle un somero vistazo a las noticias cualquier día para observar que el edificio se está desmoronando a marchas forzadas. Tan mal está la cosa que están cayendo cascotes por todos lados. Así, nos encontramos fácilmente con la noticia de que el lago más grande de China está tan seco que el Gobierno está cavando para sacar agua y usarla en los campos de cultivo, como si tamaña insensatez no les fuera a pasar factura tarde o temprano; o con la que nos habla de la muerte masiva de peces en el río Oder, que nadie acierta a explicar de momento, pero que algunas autoridades achacan a "un cóctel de productos químicos" que, "de manera inesperada", quizá puedan haber dado lugar a algo enormemente tóxico. Y, como decía más arriba, esperamos que estos problemas se solucionen intentando provocar lluvias de forma artificial en China (porque, como todo el mundo sabe, el clima es un sistema tan simple que podemos manejar a nuestro antojo sin temer consecuencias inesperadas) o desalando agua en España, a pesar de que se trata de una alternativa ineficiente energéticamente y con consecuencias negativas en el medio marino. Pero claro, nada de eso importa. Lo único que importa es continuar con el crecimiento frenético hasta que caigamos todos por el precipio. Ya no debe quedar mucho para eso, me temo. {enlace a esta entrada}

La otra cara de la Internet
[Wed Aug 10 09:48:15 CDT 2022]

De un tiempo a esta parte parece claro que hemos comenzado a ver la otra cara de la Internet y las nuevas tecnologías. Allí donde hasta hace bien poco todo parecía que eran promesas de autonomía y liberación, soluciones milagrosas que venían a solucionar los grandes problemas de la humanidad, ahora vemos sus aspectos más negativos. Y, como suele suceder con estas cosas, supongo que la posición correcta es observar que no se trata ni de lo uno ni de lo otro sino que, más bien, debemos adoptar una posición intermedia dependiendo siempre del asunto en concreto y el contexto. Viene todo esto a cuento de un artículo de opinión titulado I Didn’t Want It to Be True, but the Medium Really Is the Message escrito por Ezra Klein y publicado en la web del New York Times. Basándose en la lectura del libro The Shallows, escrito por Nicholas Carr, Klein reflexiona acerca de aquella famosa frase de Marshall McLuhan según la cual "el medio es el mensaje". Pues bien, a partir de ahí, Klein se adentra, creo, en un camino bien sugerente que debiera hacernos reflexionar:

We’ve been told — and taught — that mediums are neutral and content is king. You can’t say anything about television. The question is whether you’re watching “The Kardashians” or “The Sopranos,” “Sesame Street” or “Paw Patrol.” To say you read books is to say nothing at all: Are you imbibing potboilers or histories of 18th-century Europe? Twitter is just the new town square; if your feed is a hellscape of infighting and outrage, it’s on you to curate your experience more tightly.

There is truth to this, of course. But there is less truth to it than to the opposite. McLuhan’s view is that mediums matter more than content; it’s the common rules that govern all creation and consumption across a medium that change people and society. Oral culture teaches us to think one way, written culture another. Television turned everything into entertainment, and social media taught us to think with the crowd.

All this happens beneath the level of content. CNN and Fox News and MSNBC are ideologically different. But cable news in all its forms carries a sameness: the look of the anchors, the gloss of the graphics, the aesthetics of urgency and threat, the speed, the immediacy, the conflict, the conflict, the conflict. I’ve spent a lot of time on cable news, as both a host and a guest, and I can attest to the forces that hold this sameness in place: There is a grammar and logic to the medium, enforced by internal culture and by ratings reports broken down by the quarter-hour. You can do better cable news or worse cable news, but you are always doing cable news.

Lo cierto es que, se mire como se mire, lo que hemos llamado nuevas tecnologías están haciendo un enorme daño tanto a nuestras mentes como a nuestras sociedades. Y sí, entiendo perfectamente que se me puede acusar de reaccionario, de nostálgico anclado en el pasado e incapaz de reconocer los avances o, peor aún, temeroso de ellos. Sin embargo, la crítica sería, creo, errónea. No me opongo por completo al uso de estas nuevas tecnologías pues, de lo contrario, ni siquiera estaría aquí escribiendo estas líneas. Pero sí que estoy convencido de que no debieran desempeñar un papel tan central en nuestra cultura. Son herramientas, pero las hemos convertido en auténticos dioses hasta el punto de que idolatramos tanto a las tecnologías como a quienes las crean y expanden (ahí está el culto de gente como Elon Musk que, por otro lado, me parecen denostables desde un punto de vista mínimamente ético). Es esta centralidad a la que me opongo. {enlace a esta entrada}