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As Web Challenges French Leaders, They Push Back
Starting with the example of a French homemaker who posted some comments
online disparaging a Secretary of State for the Family who was apparently
caught in video in an untruth regarding her presence at a 2007 conference,
the author discusses the overall French attitude towards the new media
born with the Internet.
Accustomed to a certain deference from citizens and the news media, members of
France’s political elite have been caught off guard by the cruder sensibilities
and tabloid flavor of the online world. They have mounted a broad
counteroffensive.
Politicians here have filed lawsuits like Ms. Morano’s, organized in-house
Internet surveillance teams —Mr. Sarkozy receives a nightly report
detailing the day’s online chatter— and roundly denounced the Web as a
breeding ground for disinformation.
“The Internet is a danger for democracy,” said Jean-François Copé,
parliamentary chief for the governing party, the Union for a Popular Movement,
in a recent radio interview.
More than anything, perhaps, the Internet has proved to be an exasperating
source of embarrassment for this country’s ruling class. In particular, a
stream of widely popular online videos has repeatedly exposed French
politicians at their least stately, including an apparently inebriated Ms.
Morano —she has had more Web-based troubles than most— bumping and
grinding with youthful male supporters.
Mr. Sarkozy was caught rebuking an ungrateful citizen; the interior minister
cracked what may have been a racist joke; and the immigration minister, Éric
Besson, grinning, made an obscene gesture to a cameraman. The clips have
enthralled a French public accustomed to dignified leaders of a certain solemn
good manners.
“It’s changing the relationship between the politician and his fellow citizen,”
said Frédéric Dabi, a French commentator and public opinion director at the
polling agency Ifop. The Internet is “desanctifying” a once untouchable
political class, according to Mr. Dabi, who said, “We now have politicians who
are scared.”
“I find we’re entering a strange society,” said Henri Guaino, one of Mr.
Sarkozy’s closest counselors, speaking on French radio in September. “We can no
longer say anything, we can no longer do anything. It’s absolute transparency —
it’s the beginnings of totalitarianism!” His comments came amid an uproar over
the online video involving the interior minister, Brice Hortefeux, one of Mr.
Sarkozy’s closest friends.
Menos virtuales y más virtuosos
Una vez anunciado el anteproyecto de Ley de Economía Sostenible,
trascendió a la opinión pública que el texto podía
tener como consecuencia la creación de una comisión con poderes
para cerrar aquellas webs que incurrieran en posible delito al fomentar el
intercambio gratuito de datos bajo protección de las leyes de
propiedad intelectual. José Andrés Torres Mora, diputado y
Secretario de Cultura de la Ejecutiva del PSOE, escribió el presente
artículo que se publicó en las páginas de El
País y generó una buena controversia entre ciertos
sectores.
Es difícil confundir una medida dirigida contra las páginas que se apropian sin
permiso y para lucrarse de las obras de otros, con la desconexión de los
internautas que accedan a esas páginas. Es difícil confundir la actuación de
una comisión a instancias de un autor que denuncie que alguien ha colgado sus
obras en Internet sin su autorización, con la de una policía cultural que nos
vigile como un gran hermano de Internet. Tampoco es fácil confundir la petición
de la identificación del titular de una web con la petición de información
sobre su vida privada. Por último, no es fácil confundir la libertad de
expresión con el robo. Demasiada confusión para ser fruto de un malentendido.
Sin duda estamos ante un debate sobre la libertad, pero no sólo. También
asistimos a un debate sobre el poder y sobre la propiedad. La extensión de
Internet ha coincidido con la hegemonía política del neoliberalismo y su
concepción de la libertad como no interferencia. Una concepción de la libertad
que confía tan ciegamente en el mercado como desconfía de la política y del
Estado. Lo que defienden los neoliberales para Internet es lo mismo que hemos
visto defender a los Gobiernos del PP para la sociedad española, por ejemplo
cuando predicaban la seguridad para quienes pudieran pagársela. La exclusión
del Estado en Internet no es diferente de la expulsión del Estado de las
calles, de la salud o de la educación. No se trata ni exclusiva ni
principalmente de un debate tecnológico. La batalla es política, y bastante
antigua. Frente a la Internet neoliberal, particularista, privada, habitada por
vecinos, por idiotes, deberemos levantar una Internet republicana,
universalista, pública, poblada por ciudadanos, por polites.
Es una batalla por el poder político. De ahí la paradójica actitud de la
derecha española, tan proteccionista con la propiedad inmobiliaria, y tan
ambigua, cuando no abiertamente crítica con los derechos de propiedad
intelectual. No se encontrará una explicación en la filosofía, en el derecho o
en la economía para semejante contradicción. El ataque de la derecha a la
propiedad intelectual es un ataque político. La derecha condena la politización
de la cultura, en especial del cine o de la música, porque quiere una cultura
ideológicamente neutra y políticamente neutralizada. La simple visión de los
equivalentes españoles de Scarlett Johansson, Kate Walsh o Herbie Hancock
cantando Yes we can, les resulta insoportable. Por eso no han dejado de
intentar intimidar a quienes apoyaron a José Luis Rodríguez Zapatero, o a todos
los que se opusieron a la guerra de Irak. Las organizaciones que defienden los
intereses de los creadores culturales y los sindicatos son dos objetivos que la
derecha no dejará de batir con toda su artillería política, económica y
mediática.
Es una práctica poco liberal arrasar y sembrar de sal los campos de los
adversarios políticos. La politización de la cultura forma parte de la libertad
de expresión, pero la politización de la propiedad intelectual es un ataque a
la libertad de expresión. Los mismos que han sometido al conflicto banderizo la
lucha antiterrorista lo hacen ahora con los derechos de propiedad. Ni el
respeto a la patria, ni al patrimonio, detiene a la derecha española.
(...)
La mayoría pensamos que el desarrollo tecnológico ofrece posibilidades de
extensión de la información, la cultura y el conocimiento a toda la Humanidad,
posibilidades que no pueden ser desaprovechadas. Un editor no puede, por
capricho o por desidia, dejar que una generación entera se quede sin leer a
determinado autor, o sin ver determinada película. La propiedad debe atender a
sus deberes sociales. Tampoco parece razonable que la evolución de los precios
sea tan indiferente como hasta ahora al abaratamiento de los costes de
reproducción y distribución de libros, música y películas. Y es verdad que
cuando se ve el desarrollo de los programas de intercambio, alguien podría
pensar con un clásico de la sociología como Robert K. Merton que cierto tipo de
delincuencia no es más que una forma de innovación. Pero nada de eso justifica
el robo, y ningún modelo de economía sostenible se puede basar en el robo.
El plataformismo: ¿ocaso de la partitocracia?
Tomando como punto de partida el compromiso político de Aminetu Haidur con la
autodeterminación del pueblo saharui, el autor reflexiona sobre la
crisis de los partidos políticos y la creciente popularidad de las
ONGs como alternativa a los mismos.
Hoy día la única solución pasa por el individualismo y el activismo temático en
cualquiera de los movimientos sociales: la lucha contra el cáncer de mama, el
ciberactivismo contra el control de la red, el lazo rojo contra el Sida,... El
futuro, que nos han dejado a la gente que en cierto modo no vemos posible
trabajar en la estructura partitocrática actual, es el del "plataformismo". La
plataforma en la que a nivel individual y junto a organizaciones sin ánimo de
lucro político, te puedes encontrar con gente en la que sabes a ciencia cierta
que no van a sacar nada por aquello, que defienden la plataforma por la idea,
aunque sea simplemente que no coloquen un edificio en una playa o que pongan un
tranvía en tu ciudad, pero que son personas que no buscan un "carguito" o que
le enchufen a su hijo en Diputación por el hecho de trabajar a ese nivel de
activismo. Porque, no olvidemos, que en el fondo, el auge de este tipo de
movimientos implica un declive de la democracia, porque es el declive de los
instrumentos voceros de los ciudadanos, cuyo descrédito es cada día más
evidente en partidos y sindicatos mayoritarios. Es duro lo que digo,
especialmente por mi trayectoria personal en partidos y sindicatos, y es duro
lo que dice Vicente Verdú en el artículo que hacíamos alusión en esta entrada
del blog de que ya no interesan los partidos a nadie. ¿Habrá solución o
simplemente habrá que esperar que se desmorone el sistema?
Why your boss is incompetent
The idea that high-level incompetence is inevitable was formulated in the 1969
best-selling book The Peter Principle: Why things always go wrong. Its authors,
psychologist Laurence Peter and playwright Raymond Hull, started from the
observation that while jobs generally get more difficult the higher up any
ladder you climb, most people only come equipped with a more or less fixed
level of talent that corresponds to their intelligence, knowledge and energy.
At some point, then, they will be promoted into a job they can't quite handle.
They will, as Peter and Hull put it, "reach the level of their own
incompetence". And there they will stay, fouling up operations until they
either retire or some egregiously inept act gets them fired.
[Economist Edward Lazear] postulated that every worker's ability to do his or
her job well is determined by their basic competence plus an additional
transitory component determined by circumstance. There is no guarantee that
this transitory component will be maintained after a promotion, especially if
the new position requires different abilities. An electrician doing excellent
work on the factory floor might not have the interpersonal skills needed to
manage a team of electricians. A skilled and sensitive doctor might flounder
when faced with the multitudinous difficulties of running a hospital. A cabinet
minister prudently managing the finances of a nation might not necessarily be
the best choice to step up and lead it.
In other words, following promotion a person is likely to regress to their
baseline competence, losing that extra something that prompted their rise. That
baseline might be above or below the degree of competence demanded in the new,
high-level job. If in a particular workplace the staff who are promoted
consistently fall short in this respect, promotion can become the dominant
force driving pervasive ineptitude, Lazear's mathematical models showed.
(...)
But what happens if the conventional idea is false and employees' ability to
perform at higher levels has no link to their competence at lower levels? The
result is profoundly different, as you might expect. Promoting the
best-performing employees merely takes people out of positions where they are
doing well and pushes them upwards until they arrive at a position for which
they lack the requisite skills. Their promotion history then comes to an end:
the Peter principle wins out.
"The system locks incompetence into place," says sociologist Cesare Garofalo,
one of the authors. "This might happen in any organisation where the tasks of
the different levels are very different from each other."
As he points out, companies often try to avoid this outcome by giving employees
extra training before a promotion, in the expectation that this will supply any
missing skills. But the new analysis suggests that there may be another way to
achieve a similar end: subvert the seemingly inescapable logic that the best
should always be promoted, and at least sometimes promote the poor performers
too. By removing people from jobs for which they have low competence, such a
strategy increases overall organisational efficiency, measured as a weighted
average of employee competence, with higher-level positions counting for more.
Of course, such a strategy is not without its dangers. Doing your job badly is
all too easy, and a promotion paradigm that obviously rewards underperformance
would spell disaster. Garofalo suggests how to work round this problem and
still use promotion to release poorly performing employees from jobs unsuited
to their skills. "This is obviously counter-intuitive," he says, "but the best
promotion strategy seems to involve choosing people more or less at random."
Star Trek Stops Women From Becoming Computer Scientists
New research published in the December Journal of Personality and Social
Psychology suggests that the stereotype of computer scientists as unwashed
nerds may be partially responsible for the dearth of women in the field, as
shown by National Science Foundation statistics.
"What this research shows is that the image of computer science —this geeky,
masculine image— can make women feel like they don't belong," says lead author
Sapna Cheryan of the University of Washington.
(...)
Previous research has found that a person can get a good sense of what another
individual is like just from spending a few minutes perusing that person's
bedroom. Cheryan wondered if the same was true of classrooms.
"You can get a message about whether you want to join a certain group just by
seeing the physical environment that that group is associated with," Cheryan
says. "You walk in, see these objects and think, 'This is not me.'"
Cheryan and colleagues tested this idea by alternately decorating a computer
science classroom with objects that earlier surveys pegged as stereotypically
geeky —Star Trek posters, videogames and comic books— or with objects
that the surveys found to be neutral —coffee mugs, plants and art posters.
Thirty-nine college students spent a few minutes in the room, then filled out a
questionnaire on their attitudes toward computer science.
Women who spent time in the geeky room reported less interest in computer
science than women who saw the neutral room. For male students, however, the
room's décor made no difference.
¿Y si Zapatero no vuelve a presentarse?
Algunas razones para un cambio semejante son estructurales a la democracia
española. Primera, la opinión pública tiene como desiderátum la alternancia de
partidos en el Gobierno. Aunque a la izquierda le pueda parecer injusto, pues
implica dos pasos adelante y dos atrás en el avance de sus ideales, este deseo
está firmemente arraigado en el imaginario democrático por fenómenos como la
corrupción o el agotamiento del ímpetu político, que la población asume, con
lógica, que empeoran con los años de un partido —cualquier partido— en el
poder. A diferencia de las elecciones autonómicas y municipales, donde el
clientelismo es más poderoso que este principio, en el Gobierno de la nación no
es muy probable que un partido pueda governar más de tres legislaturas
seguidas, y el PSOE de Zapatero ya va camino de dos, ambas de enorme desgaste.
(...)
La segunda razón para recomendar un relevo es que la generación de un líder
capaz de gobernar un ciclo de dos o tres legislaturas requiere casi otras
tantas de aprendizaje en la oposición. Y ello tanto para asentarse en el propio
partido y ser conocido por la opinión pública como par articular unas líneas
maestras de acción de Gobierno y generar un sentido de inevitabilidad respecto
al cambio.
(...)
Para afrontar hoy esta cuestión, hay también una razón específica a Zapatero:
ya no tiene nada sustancialmente nuevo y distintivo que ofrecer. Lo que no ha
tenido más remedio que hacer ya lo ha realizado: resistir en sus primeros
cuatro años los intentos de deslegitimiación de su triunfo del 14 de marzo de
2004; resistir en la segunda legislatura la laminación de derechos laborales
bajo excusa de la crisis que pretenden los conservadores. Y lo que siempre
quiso hacer, el epicentro de su visión del mundo y la clave de su
posicionamiento electoral, esto es, los avances en derechos de ciudadanía, ya
lo ha implementado en buena parte. Pero ahora es tan inverosímil imaginar a
Zapatero liderando en la próxima legislatura un cambio de modelo productivo
como a Rajoy encabezando la lucha contra la corrupción.
El PSOE tiene dos opciones. La primera es resignarse a la alternancia, sin
tomar la iniciativa, que es lo que más conviene a Rajoy. Si éste vence a
Zapatero en las próximas generales —a la fecha, el supuesto más racional para
la formulación estratégica electoral—, la sucesión en el socialismo será
enormemente complicada, al tener que efectuarse desde fuera del Gobierno y con
la dificultad añadidda de dos vacíos: el de poder que dejaría Zapatero por su
ejercicio personalista del liderazgo y el ideológico de la izquierda. La
izquierda, al haber pasado de usar la clase social como referencia de
representación al vago concepto de ciudadanía, tiene retos de construcción de
coaliciones sociales y de desarrollo de ideas-fuerza electorales muy
complicados.
(...)
Por el contrario, lo que el PSOE puede hacer antes de las elecciones no lo
puede hacer el PP: utilizar la carta de la sucesión en el liderazgo para tomar
la iniciativa y cambiar la dinámica competitiva, algo que la derecha sólo puede
realizar en un improbable horizonte de desastre en las próximas elecciones
municipales y autonómicas.
Portrait of a Multitasking Mind
Media multitasking has become increasingly common in today's digital society.
However, although most people usually think of the ability to multitask as
something positive, it is far from clear whether it increases our productivity
or it merely forces us to spin the wheels. New research by Eyal Ophir,
Clifford Nass and Anthony D. Wagner, from Stanford University, suggests that
people who multitask suffer from weaker self-control ability.
The researchers asked hundreds of college students fill out a survey on their
use of 12 different types of media. Students reported not only the number of
hours per week that they used each type of media, but also rated how often they
used each type of media simultaneously with each other type of media. The
researchers created a score for each person that reflected how much their
lifestyle incorporated media-multitasking.
They then recruited people who had scores that were extremely high or low and
asked them perform a series of tests designed to measure the ability to control
one's attention, one's responses, and the contents of one's memory. They found
that the high- and low- media-multitasking groups were equally able to control
their responses, but that the heavy media-multitasking group had difficulties,
compared to the low media-multitasking group, when asked to ignore information
that was in the environment or in their recent memory. They also had greater
trouble relative to their counterparts when asked to switch rapidly between two
different tasks. This last finding was surprising, because psychologists know
that multitasking involves switching rapidly between tasks rather than actually
performing multiple tasks simultaneously.
It seems that chronic media-multitaskers are more susceptible to distractions.
In contrast, people who do not usually engage in media-multitasking showed a
greater ability to focus on important information. According to the
researchers, this reflects two fundamentally different strategies of
information processing. Those who engage in media-multitasking more frequently
are "breadth-biased," preferring to explore any available information rather
than restrict themselves. AsLin Lin at the University of North Texas puts it in
a review of the article, they develop a habit of treating all information
equally. On the other extreme are those who avoid breadth in favor of
information that is relevant to an immediate goal.
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