Tus piernas eran finas y tus pechos pequeños...
      Todo tu encanto estaba en tus ojos sombríos;
      tu enorme cabellera de luto me llenaba
      de su cascada suave de raso entristecido.

      Abrazdos a mí, tus bracillos de niña
      matemente morenos, pálidamente tibios
      como tallos de rosa, retenían mi alma
      para que respirara tu perfume divino...

      La carne no fue gala de aquel amor sin tedio...
      Tu desnudez suave era sólo un motivo
      para que nuestras almas inmensas e inefables
      se perdieran, soñando, en sus dos infinitos.