Necesitamos un centro radical
[Fri Aug 8 10:25:02 CDT 2014]
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Hubo un tiempo, allá por los años ochenta, que se se puso de moda en un cierto sector hablar de una política New Age inspirada por politólogos o políticos estadounidenses como Mark Satin o John Vasconcellos que vendría a transformar el antiguo eje izquierda-derecha desde un recién etiquetado (y, todo hay que reconocerlo, algo elusivo) centro radical. Al igual que sucedió con tantas otras modas desde entonces, ésta duró más bien poco. Lo suficiente para que alguien vendiera un buen número de libros y se metiera el suficiente dinero en los bolsillos ofreciendo sus servicios de consultoría. En esto del asesoramiento son unos linces aquí en los EEUU y los "nuevos paradigmas" se suceden unos a otros con una rapidez vertiginosa dejando más bien poca huella. Y, sin embargo, quizá haya llegado el momento de retomar aquella vieja idea que, en realidad, se remonta a la tradición del liberalismo radical y republicano de principios del siglo XX.

Veamos. El antiguo eje izquierda-derecha, aunque aún vigente en buena parte, no es lo suficientemente flexible como para reflejar la enorme variedad de posiciones que se dan entre los ciudadanos de cualquier democracia representativa contemporánea. Cierto, haciendo un esfuerzo podemos llegar a reducirlo todo a una opción entre quienes prefieren conservar las líneas maestras del sistema económico, político y social existente (esto es, los partidarios de la derecha), por un lado, y aquellos que desearían transformarlo (es decir, quienes simpatizan con la izquierda). Sin embargo, una clasificación tan burda hace poco honor a una realidad tan compleja como la que nos encontramos en las sociedades de capitalismo avanzado, altamente desarrolladas, postindustriales o como quiera que optemos por llamarlas. Las clases sociales aún existen, pero son mucho más amorfas que antaño y las fronteras entre ellas son más difíciles de identificar. En la era de la precariedad, el trabajo ya no es la categoría social central en torno a la cual podemos construir nuestra identidad. Y, por otro lado, el individualismo campa a sus anchas, la institución familiar está sufriendo grandes cambios y la gente tiende a ver las opciones políticas como algo parecido a los numerosos productos que encuentran en oferta en las estanterías de los supermercados. Si pudieran, elegirían el yogur de una marca, la leche de otra y el queso de una tercera. Y, sin embargo, a la hora de votar, el sistema político continúa ofreciendo lo mismo que hace siglo y medio: una única papeleta por la que entregamos nuestra confianza a una organización política que va recogiendo reivindicaciones de aquí y allá, intenta dotarlas de un marco interpretativo con algo de solera y las traduce en medidas más o menos populares. En buena parte, la crisis de la política tradicional a la que estamos asistiendo (el auge de los populismos y las amargas críticas contra la "casta política") hunde sus raíces precisamente en esto.

El caso es que, aunque aún muchos no se hayan dado cuenta, la amplia mayoría de ciudadanos tiene mucha más educación que hace tan solo unas cuantas décadas y son capaces de distinguir entre las distintas propuestas de una manera algo más razonable y discriminatoria que en el pasado. Las etiquetas siguen funcionando, sin duda. De hecho, el discurso político oficial está trufado de ellas en esta era de la imagen. Y, sin embargo, la gente ya no acepta mazacotes ideológicos que ofrecen la solidez del granito pero también nula plasticidad para adaptarse a un mundo en permanente cambio. O, lo que es lo mismo, la mayoría de la gente (no toda, ni mucho menos) huye de los discursos cerrados y los dogmatismos. Pero huye también de las soluciones mágicas y cerradas. Son conscientes de que la realidad social, política y económica es mucho más versátil, fluída y cambiante que en el pasado. Por tanto, no debe sorprender a nadie que pidan una actualización de las instituciones y los discursos para ponerse al día y adaptarse a esta nueva situación.

Al mismo tiempo, las nuevas mayorías sociales han vivido lo suficiente como para darse cuenta de que quizá ninguna de las ideologías tradicionales tenía el monopolio de la verdad, sino que tiene mucho más sentido combinarlas de una forma más o menos creativa. Así, parece razonable pensar con los conservadores que aquellas tradiciones que han ido evolucionando durante cientos de años y se han mantenido más o menos vivas deben llevar consigo al menos un grano de verdad, o pensar con los liberales que ciertas cotas de libertad personal son estrictamente necesarias para que podamos vivir una vida feliz y para que nuestras sociedades creen riqueza, o estar de acuerdo con socialistas y socialdemócratas que la desigualdad social no debiera exceder ciertas cotas y que una sociedad cohesionada solamente puede ir de la mano de la solidaridad. En fin, que a lo mejor resulta que todas esas ideologías tenían parte de razón dependiendo del asunto particular que tratemos y quizá tenga más sentido verlas como herramientas interpretativas que aplicar en distintas circunstancias. A ello habría que añadir, por supuesto, otros temas y valores que hemos venido descubriendo en las últimas décadas y que, en verdad, tienen difícil encaje en las ideologías políticas tradicionales: derechos civiles, anti-racismo, feminismo, pacifismo, ecología, inmigración, respeto por la diversidad cultural, etc.

En principio, uno tiene la impresión de que la ecología política debiera ser la encarnación perfecta de este nuevo tipo de sensibilidad sobre la que estamos escribiendo. Sin embargo, lo cierto es que los partidos verdes, que allá en los años ochenta, se lanzaron al ruedo con un vigor inusitado, han acabado más bien por integrarse en el mundo de la antigua política. Aún hay diferencias entre verdes y todos los demás, pero también ellos debieran hacer cambios profundos para poder representar esta nueva corriente de la que hablo. Sobre todo, debieran volver a enganchar con la tradición de reformismo radical que tenían en sus primeros años. Sin miedos al que dirán. No me estoy refiriendo, obviamente, a la actitud extremista, sino radical. Se trata de ir a la raíz de los problemas sin perder tiempo parcheando lo existente, lo cual exigiría transformaciones profundas y, sobre todo, una mentalidad abierta a experimentar y probar cosas nuevas.


Nueva andadura
[Wed Jan 1 20:30:44 CST 2014]
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Dos años después de regresar a Minnesota de Sevilla, hace ya tiempo que mi afiliación al PSOE expiró. Por consiguiente, ha llegado el momento de poner fin a Socialismo ciudadano y comenzar una nueva andadura. Aún no sé cuándo acabaré regresando a España pero, conociéndome, sucederá tarde o temprano. Mientras tanto, mi objetivo es explorar un poco las características que pudiera tener una nueva política en este todavía incipiente siglo XXI. Y, tal y como está la cosa, prefiero hacerlo sin ataduras a tal o cual partido. Siempre me he esforzado por mantener mi propia autonomía e independencia intelectual a cualquier precio, incluso en las épocas en que he militado. Pero, ahora, la lejanía facilita todavía más la labor. Además, prefiero dejar todas las posibilidades abiertas, incluyendo la posibilidad de que uno acabe concluyendo que los partidos políticos no son la herramienta más adecuada a las necesidades de nuestras sociedades. En definitiva, que estoy dispuesto a explorar y discutir cualquier idea, por descabellada que parezca. Estoy convencido de que hoy, más que nunca, debemos estar dispuestos a explorar nuevas ideas, pues todo parece indicar que hemos llegado a un callejón sin salida. Las respuestas de ayer ya no nos valen, en parte porque las preguntas han cambiado bastante. Por consiguiente, que nadie se sorprenda si algunas de las cosas que vaya escribiendo en estas páginas pueden sonar algo disparatadas. La bitácora que hoy mismo inauguro es un cuaderno de bocetos, un laboratorio experimental.