{Versión original: 14 Septiembre 2012}
{Última actualización: 14 Septiembre 2012}

  1. Prólogo
  2. Primera parte: un tren desbocado
  3. Segunda parte: Principios para cambiar de rumbo
  4. Tercera parte: Esbozos para una salida
  5. Epílogo

Prólogo

Seamos honestos. Hace ya bastante tiempo (demasiado tiempo) que lo sabemos perfectamente: nuestro estilo de vida es insostenible al medio y largo plazo. Somos pasajeros en un tren auténticamente desbocado que se dirige a velocidad de vértigo hacia el hondo precipicio que todos imaginamos. Todos los indicadores lo dejan bien claro. La amplia mayoría de expertos (los que no están pagados por quienes se benefician del status quo, por supuesto) lo llevan repitiendo hace ya tiempo. Aunque no lo queremos ver ni aceptar, lo sabemos. Los viejos hábitos mueren difícilmente, sobre todo si trajeron la era de mayor desarrollo material de la Humanidad. No es nada fácil decir no a las comodidades y a las posesiones, a las rutinas que hemos venido siguiendo durante poco más de un siglo. Y tampoco es nada fácil decir no a la herencia recibida, a los prejuicios heredados, plantar cara a la sociedad en su conjunto y afirmar, firme y claramente, que el camino por el que transitamos solamente conduce al desastre y preferimos bajarnos del tren en marcha. Pero, sea como fuere, la verdad es que todos sabemos que esto es así.

Hay quienes trazan el origen de nuestros problemas (el pecado original, por así llamarlo) a la Ilustración y el proyecto de la Modernidad. Otros prefieren señalar el dedo acusador hacia el capitalismo más depredador o el proceso de industrialización. Y tampoco faltan, claro está, quienes ven el origen de nuestros males en la apuesta que hicieran nuestros antepasados de la Grecia clásica por la razón como herramienta fundamental para andar por el mundo, en el surgimiento de la agricultura y la civilización o, por último (no pretendo que la lista sea exhaustiva), quienes culpan de todo a la propia naturaleza humana, hundiéndose así (¿hundiéndonos?) quizá en un pesimismo paralizante que lo fía todo a un más allá supuestamente liberador. No voy a entrar en inútiles polémicas sobre cuál de estas hipótesis me pueda parecer más correcta. De hecho, creo que lo más probable es que cada una de ellas contenga parte de verdad. Y, en todo caso, no queda tiempo para entrar en disquisiciones teológicas sobre el número de ángeles que puedan caber en la cabeza de la aguja cuando parece bien probable que dentro de poco (a la vuelta de la esquina, como quien dice, por lo menos en términos históricos) no haya ni aguja de la que preocuparse. Por el contrario, prefiero centrarme en lo más práctico: el reto de superar la crisis civilizatoria que enfrentamos en estos momentos. Y, para ello, estoy convencido de que es mucho más inteligente aprovechar lo que de aprovechable pueda haber en las distintas tradiciones que los seres humanos hemos ido creando durante miles de años. Sencillamente, no es el momento de andarse con tonterías, perder el tiempo en nimiedades y fomentar las divisiones estériles mientras, a nuestro alrededor, el edificio que hasta hace poco cobijaba a la Humanidad se viene abajo de forma irreversible.

Esta obrita, por tanto, no pretende sorprender con una profundidad que, sin duda, no tiene. Mi objetivo no es adentrarme por los recovecos de la teoría sociológica, la macroeconomía ni la historia de la filosofía. Sólo pretendo clarificar ideas, hacer un somero análisis de los problemas que nos acucian, esbozar algunas posibles salidas y, sobre todo, hacer un llamamiento a la acción para poner en marcha el cambio que necesitamos. En la primera parte, entro en una somera descripción de la grave crisis que afrontamos, intentanto verla desde varios ángulos (el económico, el social, el ecológico, el moral...). Se trata, sin lugar a dudas, de la parte más sombría del libro y también de la sección en la que haré mayor uso de cifras y gráficas para ilustrar la seriedad de la situación. Sin embargo, en una segunda parte pasaré a hablar de los rayos de esperanza que aún quedan a nuestro alrededor, por más que no los veamos entre tanta sombría perspectiva (los medios de comunicación de masas, con su mórbida atracción por el sensacionaismo, no ayudan a que sea de otro modo, ciertamente). Después, en una tercera parte, hablaremos de los principios generales que pueden inspirar una nueva civilización que logre superar los problemas que tenemos planteados para, en la cuarta y última parte, atreverme incluso a esbozar algunas propuestas prácticas, aplicables aquí y ahora a nuestra vida cotidiana, que nos pongan, creo, en el camino correcto. Pero debe quedar bien claro desde el principio que no hay solución predefinida alguna. La respuesta a los problemas que tenemos planteados ha de salir de nosotros (de todos nosotros), no de ninguna mente privilegiada. El presente libro se presenta, pues, más como excusa para lanzar un debate que como solución a nada. Yo mismo he comenzado sólo recientemente a transformar humildemente mis propios hábitos para ponerlos más en consonancia con los nuevos horizontes que aquí esbozaremos. Se trata, pues, de un proyecto en construcción que, seguramente, estará repleto de trampas y contradicciones. No queda más remedio que aceptar que la perfección no existe, al menos no en el mundo humano.