La sombra del águila
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La sombra del águila
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara, Madrid (España), 1998 (1993)
151 páginas, incluyendo índice

[Julio 2003]

Arturo Pérez-Reverte es uno de esos autores a quien se odia o se ama, o al menos eso parece desde la lejanía de mi "exilio" estadounidense. Hay quien recomienda sus libros hasta la muerte, sosteniendo que quizás se trate de la narrativa más original de la nueva generación de escritores españoles. Otros, por el contrario, sospechan de su enorme popularidad y afirman sin lugar a dudas que Pérez-Reverte es un autor sobrevalorado. La sombra del águila no va a venir a dilucidar si se trata de lo uno o lo otro, pues como el propio autor aclara en una advertencia previa al inicio del libro

La sombra del águila no es una novela, ni siquiera una novela breve. Se trata de un relato ligero e informal, escrito en vísperas de cubrir como reportero para TVE el conflicto de Bosnia, y destinado a publicarse exclusivamente como folletín por entregas en el suplemento de EL PAÍS durante el verano de 1993. Pero, a menudo el autor propone y los editores disponen. Que eso conste a su cuenta y en mi descargo.

Así pues, no sería justo basar nuestra opinión acerca de Pérez-Reverte en esta obra. Sin embargo, tampoco se trata del único libro del autor que he leído, por lo que supongo que hasta cierto punto ya va siendo hora de aclarar mis ideas acerca del autor. Y en este sentido, como en tantas otras cosas, no me queda más remedio que situarme un poco hacia el centro de la disputa. Me explico: en líneas generales, la narrativa de Pérez-Reverte no me quita el sueño ni es santo de mi devoción, pero por el otro lado me parece que en el odio primario hacia el autor hay un mucho de esnobismo barato y envidia por el éxito que ha alcanzado.

La sombra del águila nos narra una historia ficticia pero basada en un hecho real: durante la campaña napoleónica de Rusia en 1812, un batallón de antiguos prisioneros españoles que fueron obligados a alistarse con las tropas francesas intenta desertar pasándose a los rusos. Sin embargo, situado en la colina desde donde observa todas las maniobras con su Estado Mayor, el Emperador cree estar ante un acto de heroísmo y ordena una carga de caballería que vuelve las tornas en el campo de batalla. Pérez-Reverte nos cuenta todo con la ironía y el cinismo de los españoles del batallón 326, convirtiendo lo que podría sonar como una historia intranscendente en un entretenido relato con bastante sentido del humor. En definitiva, lo convierte en un buen relato de verano, que es al fin y al cabo lo que era originalmente.

Quizás lo que menos me guste del estilo de Pérez-Reverte (y esto sí que se ve en otras obras del autor, por lo que no puede achacarse a la falta de cuidado en la redacción de La sombra del águila) es su excesivo recurso a un lenguaje supuestamente llano o popular que, sin embargo, no termina de encajar en el contexto de la obra. Por ejemplo, el libro se abre con la siguiente descripción de Napoleón observando la batalla de Sbodonovo:

Estaba allí, de pie sobre la colina, y al fondo ardía Sbodonovo. Estaba allí, pequeño y gris con su capote de cazadores de la Guardia, rodeado de plumas y entorchados, gerifaltes y edecanes, maldiciendo entre dientes con el catalejo incrustado bajo una ceja, porque el humo no le dejaba ver lo que ocurría en el flanco derecho. Estaba allí igual que en las estampas iluminadas, tranquilo y frío como la madre que lo parió, dando órdenes sin volverse, en voz baja, con el sombrero calado, mientras los mariscales, secretarios, ordenanzas y correveidiles se inclinaban respetuosamente a su alrededor.

(p. 13)

¿De verdad es necesario incluir ese "tranquilo y frío como la madre que lo parió" en medio de la narración? ¿Qué es exactamente lo que añade a la descripción que, por otro lado, me parece bastante buena? Desde mi punto de vista, no hace sino quitarle calidad al introducir un elemento altisonante que no puede por menos que llamar la atención y distraernos de lo que de verdad importa: la figura del Napoleón, catalejo en mano, escudriñando el campo de batalla con una perfecta frialdad mientras una multitud de arribistas mariposean a su alrededor.

Tres cuartos de lo mismo puede decirse de este otro pasaje:

No se puede ganar siempre, había dicho el general La Cimbel, que mandaba la división, cinco segundos antes de que una granada rusa le arrancara la cabeza, pobre y bravo imbécil, toda la mañana llamándonos muchachos y valientes hijos de Francia, tenez les gars, sys y a ellos, la gloria y todo eso. Le Cimbel tenía el cuerpo tan lleno de gloria como los otros dos mil infelices tirados un poco por aquí y por allá frente a las arruinadas casitas blancas de Sbodonovo, mientras los cosacos, animados por el vodka, les registraban los bolsillos rematando a balazos a los que aún coleaban. La progresión entorpecida. Agárreme de aquí, mi coronel.

(pp. 15-16)

Que conste que tampoco se trata de que a mí me disguste en demasía el uso de los tacos cuando se consideren necesarios. El problema es que Pérez-Reverte casi parece usarlos con la sonrisa picarona del jovencito pre-adolescente que quiere llamar la atención. En fin, que no puedo evitar verlo como un rasgo de inmadurez que no aporta absolutamente nada ni a la historia ni al estilo. Cuidado, que no faltará quien piense que me estoy ensañando demasiado con el autor, pero es que el libro completo está cubierto de ejemplos como éstos. Basten estos dos ejemplos para así evitar el llenar hoja tras hoja con citas similares. También soy consciente de que más de un lector puede ver el uso de este tipo de lenguaje como algo positivo, llano, claro y popular. ¿Qué se le va a hacer? A mí me parece infantil, inmaduro y, sobre todo, completamente innecesario en el contexto en que lo usa Pérez-Reverte. Por cierto, que lo de "la madre que lo parió" parece aplicarse a casi todo, y vuelve a usarlo en la página 27 para describir a un "chusquero" que era "duro como la madre que lo parió". Lo que son las cosas de la vida.

Otro elemento central del estilo literario de Pérez-Reverte es su tono medio irónico y medio satírico cuando trata los grandes temas de la vida. Me refiero a esos valores que otros espíritus más tradicionalistas suelen considerar centrales para cualquier sociedad que se precie. Así, las palabras que pone en boca del Emperador francés cuando se da cuenta de que el batallón español marcha hacia las líneas enemigas tiene un transfondo claramente irónico:

Son soldados, ¿comprende?... Soldados franceses de la Francia. Héroes oscuros, anónimos, que con sus bayonetas forjan la percha donde yo cuelgo la gloria... --sonrió, enternecido, casi con los ojos húmedos--. Mi buena, vieja y fiel infantería.

(...)

El heroísmo ajeno siempre conmueve una barbaridad.

(p. 20)

La verdad es que no sé si calificar esto de ironía o simple cinismo, actitud muy europea por otra parte. Como ya estamos de vuelta de casi todo, no nos queda la ingenuidad suficiente para tener fe en nada. La Europa contemporánea es escéptica y agnóstica por naturaleza. No puede ser otra cosa. La esperanza en el futuro y la inocencia virginal se la dejamos a los estadounidenses, que aún no han vivido de la misa la media, pobrecitos ellos. ¿Que también esta actitud tiene sus aspectos positivos? No me cabe duda alguna. Sin embargo, estoy seguro de que hay formas mucho más ricas y complejas de presentarlas que con el ataque facilón, como el que puede leerse sobre estas líneas. Por otra parte, el mismo autor incluye de cuando en cuando unos comentarios que suenan a españolismo populista y ramplón, como si ciertas características positivas fueran unidas al hecho de haber nacido en España.

Finalmente, y para terminar este somero repaso al estilo de Pérez-Reverte, hay otro elemento que me llamó la atención sobremanera. El autor usa y abusa del gracejo (lo que en mi tierra andaluza denominan grasia). ¿De qué otra forma puedo describir párrafos como el siguiente?

Total. Que estábamos allá abajo, a dos palmos de las líneas rusas y aguantando candela mientras intentábamos pasarnos al enemigo como el que no quiere la cosa, y desde su colina, sin percatarse de nuestras intenciones, el Estado Mayor imperial nos tomaba por héroes. Los generales se miraban unos a otros sin dar crédito a lo que estaban viendo. Regardez, Dupont. Oh-la-la les espagnols, quien lo iba a decir. (...) Oh, les espagnols. Que son braves, los tíos. Quién nos lo iba a decir, Dubois. Vivir para ver. Togueadogues, eso es lo que son. Unos togueadogues.

(pp. 38-39)

Todo ello aderezado con menciones a "los ruskis", los franceses con sus "anfansdelapatrí", Napoleón mascullando "algo del tipo mascalzone dil fetuccine de la puttana" (p. 43), sables que "hacen riis-ras al salir de la vaina" (p. 62), tovarich tovarich, niet niet y otras insensateces por el estilo.

Pero, bueno, ¿no quedábamos en que mi opinión con respecto a Arturo Pérez-Reverte se situaba más bien hacia una posición neutral en la disputa? De momento no he hecho sino lanzar puyas contra su estilo literario. Y es que su estilo es precisamente lo que menos me gusta de Pérez-Reverte, pues tiene por otra parte el arte de contar historias interesantes manteniendo la tensión narrativa y el interés del lector. Sus libros se leen con gusto e interés, y parece tener un magnífico dominio del ritmo narrativo. Nos sumerje con una enorme facilidad en la que parece ser su época favorita, situada entre los siglos XVII y XIX, y precisamente ese estilo medio irónico medio satírico, ese gracejo descriptivo, viene a añadir ligereza a sus obras. Los libros de Arturo Pérez-Reverte son ideales para leer durante las vacaciones veraniegas, sentados en una hamaca junto a la playa y tomando pequeños sorbitos de una piña colada. No se trata, desde luego, de un Galdós, ni tampoco de un Julián Marías, pero sí que es capaz de escribir unas obras entretenidas, sin más pretensiones profundas, que alimentan el placer de leer.


[Noviembre 2004]

Si hace ya más de un año escribí unas palabras bastante duras sobre el estilo que Pérez-Reverte usó en esta obra hoy, releyendo números viejos de Ajoblanco, me encuentro con una entrevista al autor en la que menciona entre otras muchas cosas la diferencia fundamental entre sus novelas y sus columnas y otros escritos para la prensa:

No tiene nada que ver con mi lenguaje literario. En mi columna escribo tacos, expresiones callejeras, utilizo argot, a veces hasta de delincuente.
No hay que olvidar que La sombra del águila se publicó originamente como novela por entregas en las páginas de El País. Sin embargo, no estoy tan seguro que esto constituya una sólida defensa de lo que considero, la verdad sea dicha, un estilo redomadamente malo y facilón. Después de todo, y por lo que leo en la crítica más reciente, también en su última novela hasta el momento hace uso de lo que algunos prefieren describir como "un lenguaje concreto, plagado de onomatopeyas". Ya advertí en su momento que no puedo hablar de sus otras novelas, pero cuesta trabajo entender que la prosa dicharachera de La sombra del águila no sea algo auténticamente intrínseco a la obra de Pérez-Reverte.


Factor entretenimiento: 8/10
Factor artístico: 5/10