Pleamar
Rafael Alberti
Seix Barral, Barcelona (España), marzo de 1978
(1944)
313 páginas

Hacía ya mucho tiempo que no leía poesía. Como es lógico, me he topado aquí o allá con un poema al que presté atención durante unos minutos, pero leer poesía, lo que se dice leer poesía (esto es, sentarme tranquilamente a degustar todo un libro de poemas en un ambiente propicio a ello), hacía ya años que no lo hacía, a pesar de que nunca me ha parecido acertado el olvido de lo poético que caracteriza a nuestra sociedad contemporánea (ver, por ejemplo, la entrada en mi bitácora personal de 2 de octubre de 2004). Las razones de este olvido pueden ser (han de ser) múltiples: los acelerados tiempos que nos han tocado vivir, el exceso de ofertas de ocio de todo tipo, la omnipresencia de la dichosa televisión (por cierto, que aunque cueste trabajo de creer, tiene una presencia mucho más opresiva aquí que en los EEUU, piensen lo que piensen los españolitos), la falta de atención al lenguaje, la dictadura de lo práctico y funcional, etc. En fin, que no leía poesía desde mis años de estudiante universitario. Y es que, a lo mejor (o a lo peor), la lectura de poesía va también unida a un espíritu radical, extremo, idealista, propicio a los excesos, romántico en el sentido original del término, en definitiva, y por tanto mucho más afín a edades tiernas, sentimientos exagerados y grandes sueños. ¿Quién sabe?

Por lo que hace a Rafael Alberti, la verdad es que jamás le había leído tampoco (aparte de algún poema suelto aquí o allá, por supuesto). Su fama de poeta comprometido siempre me había echado para atrás, hasta en mis años de más rabioso izquierdismo. La verdad es que nunca fui muy aficionado a la literatura puesta al servicio de las causas políticas, ya fuera de derechas o de izquierdas. Y he de reconocer que me ha sorprendido muy gratamente con este libro que habré de añadir a mi biblioteca personal tarde o temprano.

Primera obra de Alberti escrita íntegramente en el exilio, Pleamar es una extensa colección de poemas que abarca muchísimos temas y tiene, como era de esperar en un libro de poemas de esta extensión, sus altos y sus bajos. El libro está subdividido en diferentes secciones independientes entre sí: Aitana, canto a la esperanza en la hija; Arión, lacónico y cuasi oriental en su forma, dedicado al mar y, para mí, sin lugar a dudas, lo mejor de la presente colección; la Égloga fúnebre dedicada a Miguel Hernández, muerto en la cárcel de Alicante en 1942; Cármenes; Tirteo; e Invitación a un viaje sonoro. Pero, como decía, son los poemas dedicados al mar los que me han llegado más hondo, quizás porque sea precisamente donde se note más claramente la nostalgia del poeta hacia su Cádiz natal (nació en el Puerto de Santa María, a la ribera del río Guadalete, y uno de los destinos preferidos de miles de sevillanos que acuden a la playa durante los fines de semanas y las vacaciones para difrutar de las mismas aguas a las que canta Alberti). Se trata además de uno de los elementos del paisaje andaluz que más eché de menos durante mi residencia en los EEUU —el mar— por lo que puedo entender perfectamente su canto melancólico. Pero es que, además, Alberti también asombra en lo que hace a la forma, escribiendo unos cortos versos libres que nos hacen recordar los haikus orientales en toda su capacidad para expresar una enorme carga poética en unas cuantas líneas de apariencia tersa.

¡El ritmo, mar, el ritmo, el verso, el verso!
(p. 27)

Me siento, mar, a oírte.
¿Te sentarás tú, mar, para escucharme?
(p. 31)

Equivocado, el mar suelta una golondrina.
(p. 35)

Rompe el mar tamarindos en su espuma.
(p. 36)

Igualmente fascinante me parece la serie de poemas que dedica a la muerte del mar, intentando escribir un epitafio ideal que finalmente no acierta a encontrar:

Yace aquí el mar.  Ni él mismo
supo jamás el número de olas
que deshizo su sueño.
(p. 43)

Yace aquí el mar.  Hubiera
querido ser marino desde niño.
(p. 44)

Yace el mar.  Nadie tuvo,
como él, una caja
clavada con estrellas.
(p. 45)

¿Quién será, mar, capaz de escribir tu epitafio?
(p. 49)

El mar como espacio ideal para los juegos infantiles:

Hoy, mar, amaneciste con más niños que olas.
(p. 52)

El mar como elemento central de la biografíp;a propia, de la persona del autor, de sus recuerdos, su historia, su vida. El mar como sujeto con quien ese puede entablar un diálogo nostálgico sobre tiempos pasados...

De niño, mar, ¿no sabes?
yo te pintaba siempre a la acuarela.
(p. 57)

... o incluso como amigo del alma a quien dar consejos:

Después de todo, mar, una cerveza
te vendría muy bien bajo las lonas
rayadas de estos toldos.
(p. 68)

Alberti y el mar son una y la misma carne. No puede entenderse el poeta sin el mar:

Vivir en pleamar, seguir viviendo...
(p. 74)

Nunca morir en bajamar; no, nunca...
(p. 75)

El mar de Alberti es multifacético, proteico, informe, mítico. Se trata de una figura que ayuda a representarlo todo, un elemento casi panteísta:

A veces, sabe el mar a desconsuelo,
a desesperanzadas nostalgias, a infinita
certidumbre de no poder dejarlo.
(p. 83)

Sabe también el mar a niño solo,
niño chico que pide de comer a su madre.
(p. 84)

Y comprobé también que el mar sabía
a desesperación de mujer esperando.
(p. 85)

Otras tardes, el mar tiene gusto a familia
asomada a la playa.
(p. 86)

Y en la noche, de pronto, diríase que el mar
tiene sabor a encías sin descanso.
(p. 87)

El mar en Alberti se convierte, finalmente, en recuerdo mismo del destierro:

¡Si me dijeras, mar, la suerte que me aguarda
a mi regreso a Europa!
(p. 89)

Tirteo, por su parte, contiene más referencias al mundo que dejó atrás, a la guerra:

¿Qué tienes, dime, Musa de mis cuarenta años?
— Nostalgias de la guerra, de la mar y el colegio.
(p. 234)

Vi marcharse mi Musa en traje de soldado.
— Ahora, ten esta voz.  Si la sostienes,
la verás verdecer, luego, en las nubes.

¡Oh, Musa!...
                              Una humareda
me la quitó dejándome este acento.
(p. 235)

Musa mía, te vi, ya entre dos luces,
pisoteada, magullada, herida,
torcer, por las afueras de la muerte,
al campo solo, al mundo solitario.
(p. 236)

Una bala y dos metros de tierra solamente
— les dijeron.
                Y el campo
dio en vez de trigo cruces.
(p. 246)

Y, como era de esperar, el poeta en el exilio no puede sino sentir amargura en la derrota. Se trata de una amargura, sin emabargo, que se expresa ahora con un grito de desesperación lejos de la patria querida:

En el día de la ira,
las bocas de las madres bajarán a los vientres.
(p. 241)


Factor artístico: 7/10