La democracia sectorial. ¿Un nuevo proyecto de democracia?
[Sun Dec 17 08:12:25 CST 2017]
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Hace ya unos cuantos meses, durante el verano, tuve una conversación con uno de mis hijos sobre sobre el concepto de democracia. En particular, su preocupación era con el sistema de democracia liberal representativa, a la que ve bastantes defectos y que, la verdad, parece estar haciendo aguas una vez más, al menos relativamente hablando. No hace mucho, con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, prácticamente todos pensábamos que la Historia había llegado a su fin (Fukuyama dixit) y, mal que bien, no había otro sistema político que pudiera superarlo. Sin embargo, apenas veinte años después, en un contexto de crisis generalizada (inestabilidad financiera, crecimiento económico débil, dificultades para las clases medias, imparable proceso de globalización que parece escapar al control de cualquier entidad política, cambio climático, un estilo de vida consumista que pone en peligro el futuro de nuestra especie en el planeta, crisis de relaciones personales y familiares, inmigración masiva, inseguridad causada por lo que parece ser un terrorismo permanente de baja intensidad, etc.), ya no parece que lo tengamos tan claro. Las nuevas generaciones no acaban de sentirse cómodas con una democracia que les parece limitada, inflexible, encorsetada y, lo que es peor, manipulada por los grandes intereses económicos. Nada nuevo bajo el sol, cierto. Mis críticas hacia la democracia representativa cuando yo era joven, allá por la década de los ochenta, venían a ser más o menos las mismas. De hecho, por lo que recuerdo, incluso la generación de mis padres compartía muchas de esas críticas, por más que fueran capaces de apreciar el paso adelante inequívoco que suponía con respecto a la dictadura franquista que le precedió en nuestro país. Sea como fuere, es bien evidente que, una vez más, tal y como ya sucediera en los años treinta del siglo pasado, los defensores de la democracia dan pasos atrás mientras avanzan otras fuerzas políticas. Entonces fueron los fascismos y los comunismos, mientras que ahora la amenaza parece llegar más bien de los populismos de diverso pelaje (por cierto, me parece bien razonable ver al fascismo y al comunismo como expresiones del populismo).

En cualquier caso, las limitaciones de la democracia representativa son de sobra conocidas. No creo necesario explayarme aquí sobre ese aspecto. Y, sin embargo, como oímos una y otra vez hasta la saciedad, tampoco es menos cierto que se trata del "sistema menos malo" que hemos conocido. Se mire como se mire, con todas sus limitaciones y errores, no podemos culparle de cometer crímenes de lesa humanidad (al menos dentro de sus propias fronteras) y, además, por lo general, ha contribuido al bienestar de la mayoría de la población, ha proporcionado al mismo tiempo estabilidad y un cauce para llevar a cabo reformas y cambios de todo tipo de manera pacífica y, todo ello, sin grandes aspavientos. En fin, que también tiene sus puntos fuertes, la verdad. Sobre todo cuando la comparamos con las alternativas que se han puesto en práctica a lo largo de la Historia, sobre todo en el siglo XX.

Veamos. Las dos alternativas más conocidas a la democracia liberal representativa que pretendían superar sus limitaciones al mismo tiempo que mantenían (teóricamente, sólo teóricamente) unas mínimas cotas de libertad individual fueron la democracia orgánica y la democracia popular, asociadas una a los fascismos de diverso pelaje y la otra al comunismo. Pero, como explicaba, tanto la una como la otra dejaron mucho que desear en su aplicación práctica hasta el punto de que cuesta trabajo verlas como democracias más allá del nombre. De hecho, ambas nacieron como reacción a la democracia liberal y casi podemos decir que emplearon el término democracia más que nada para justificar sus pretensiones de ser una superación al estilo hegeliano (esto es, incorporando los aspectos positivos del estadio anterior) de aquella. La realidad, como digo, era muy diferente. Tanto la democracia orgánica como la democracia popular demostraron ser poco más que un envoltorio más o menos atractivo para ocultar despiadas tiranías personales o de partido.

¿Existe, entonces, una alternativa a la democracia liberal representativa? ¿Un sistema que, manteniendo sus aspectos positivos (libertades individuales, pluralismo políticos, separación de los poderes del Estado...), venga a superar al menos algunas de sus limitaciones? ¿O quizá lo único que podemos ofrecer a las generaciones futuras es más de lo mismo? Esa es precisamente la reflexión en que me embarqué al finalizar la conversación con mi hijo. Y, creo, he llegado a esbozar las líneas generales de tal sistema. Cuidado, porque no pretendo haber descubierto la pólvora. Se trata únicamente de un boceto que necesita mayor definición y trabajo pero que, me parece, bien pudiera servir como idea inicial para una alternativa realista y posible. Mejor aún, aunque su puesta en práctica implicaría entrar en un nuevo proceso constituyente, se trata más bien de una reforma que de una revolución, con las ventajas que ello conlleva.

Mi proceso de reflexión comenzó, de hecho, con la propuesta antigua de la democracia orgánica (que, por cierto, aunque cobró fama de la mano de los fascismos, también fue defendida por unos pocos pensadores progresistas en algunos momentos del siglo XX). Aquella propuesta de sistema político pretendía organizar la representación social a través de aquellas relaciones sociales que se consideraban fundamentales o "naturales" al ser humano (por ejemplo, la familia, el trabajo o el municipio). No hay que meditar mucho sobre al asunto para observar que las sociedades del siglo XXI han alcanzado tal cota de complejidad que parece bien difícil canalizar su representación a través de dos o tres cauces que podamos considerar "naturales" (o, de hecho, incluso a través de un parlamento único, que viene a ser precisamente uno de los problemas de la democracia liberal realmente existente en estos momentos). La fragmentación de nuestras sociedades imposibilita esa aspiración. Y poco más o menos lo mismo viene a suceder con los partidos políticos, entidades que se organizan en torno a ideologías más o menos homogéneas y aspiran a expresar los intereses de unos sectores de la sociedad cada vez menos cohesionados. Estamos lejos ya de los partidos de clase de antaño y, por lo que hace a los partidos atrapalotodo, cada vez encuentran más difícil redactar un programa de gobierno mínimamente coherente en sociedades tan atomizadas como las nuestras. Y, sin embargo, la presencia de formaciones políticas con propuestas contradictorias es fundamental para el pluralismo, elemento fundamental en cualquier democracia digna de ese nombre.

Pero la idea central que me condujo casi inexorablemente hacia la solución que aquí vengo a esbozar fue la observación de que hace ya bastante tiempo que quienes diseñaron las instituciones de la democracia liberal representativa moderna en el Reino Unido y en los EEUU sintieron la necesidad de evitar la representación unívoca de la soberanía popular y optaron, de hecho, por el bicameralismo. Si parece aceptable crear una segunda cámara de representación de la aristocracia (en el caso británico, sin duda bien desfasado) o de los distintos territorios (en el caso estadounidense, inspirado en el federalismo), ¿por qué no llevarlo un paso más allá y permitir un mayor número de cámaras de representación? ¿Acaso no podría contribuir eso a introducir un mayor grado de flexibilidad en un sistema demasiado anquilosado en unas estructuras rígidas y homogéneas?

Comencemos, pues. ¿Y si, en lugar de limitar el parlamento a una o dos cámaras, habilitáramos un mayor número de ellas (de menor tamaño, por supuesto, limitada cada una a 25 miembros más o menos) con un carácter sectorial? Para decidir cada uno de los sectores de representación podemos tomar como modelo la organización de los distintos ministerios en la mayor parte de nuestros gobiernos (con algún que otro cambio para no extender el número de cámaras en exceso): economía, industria y hacienda; defensa y asuntos exteriores; educación y ciencia; sanidad y medio ambiente; seguridad e inmigración; etc. Cabe la posibilidad incluso de dejar la lista de cámaras fuera del documento constitucional y detallarla en una ley orgánica, lo cual nos permitiría mayor flexibilidad. Cada cámara se encargaría no solamente de definir las políticas dentro de su ámbito, sino que además elegiría al ministro del ramo. Por su parte, el Gobierno quedaría formado por la suma total de cada uno de estos ministros, con el añadido de que la presidencia del Consejo de Ministros (es decir, lo que ahora equivale a la figura de Primer Ministro o, en el caso español, Presidente del Gobierno) seguiría el modelo suizo, ejercería más bien una función de mera coordinación y tendría un carácter rotatorio entre todos sus miembros. Sin embargo, para ciertas decisiones (por ejemplo, los presupuestos generales), todas las cámaras debieran reunirse en sesión conjunta.

Obsérvese que, además de introducir elementos que vienen a disminuir la personalización de la política en la figura de tal o cual líder, este sistema aún presupone el pluralismo y tiene además la virtud de que permite el voto fragmentado entre los ciudadanos, de tal manera que alguien puede votar a un candidato progresista en asuntos educativos o sociales al mismo tiempo que también puede votar por un candidato conservador en asuntos de política de defensa o exterior. En otras palabras, permitiría expresar unos matices en el voto individual que hoy por hoy no existen, lo cual viene a ser de hecho una de las mayores frustraciones entre los votantes. Asimismo, cabe también la posibilidad de que dicho sistema fomente un mayor pluralismo político segmentado por áreas, en lugar de construir ideologías y propuestas que aspiran a una homogeneidad en buena parte artificial y forzada. Y, por último, al socavar el personalismo político e implantar un voto segmentado por áreas, cabe la posibilidad de que fomente un debate político centrado en las ideas y propuestas, en lugar de en los nombres de los candidatos.

En fin, como digo, se trata solamente de un mero borrador de propuesta que habría que elaborar mucho más y que, por supuesto, convendría discutir en un proceso deliberativo lo más amplio posible. Sin embargo, estoy convencido de que algo así podría prefigurar una democracia representativa y plural que, manteniendo los aspectos positivos de la democracia liberal representativa, va un paso más allá en su adaptación a la realidad social y cultural de este siglo XXI.