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Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio)
Exhortación apostólica
E-book
Ediciones Palabra, Noviembre 2013 (2013) 224 páginas (279 KB)
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Hacía ya muchísimos años que no leía un documento oficial de la Iglesia Católica. Al menos desde que leí una encíclica de Juan Pablo II durante mis años en la Universidad. Sin embargo, este nuevo Papa Francisco ha levantado tantas expectativas que me sentí atraído hacia esta exhortación, sobre todo después de leer algunos artículos publicados en la prensa aquí y allá en los que se dejaba entrever que el contenido era poco menos que revolucionario. ¿Mi conclusión después de leerlo? Evangelii Gaudium contiene ciertamente bastantes elementos para confirmar que este Papa no es como quienes le precedieron estas últimas décadas. Pero, al mismo tiempo, me temo que tampoco hay aquí razones de peso para pensar que se esté gestando revolución alguna en el seno de la institución eclesial. De hecho, habría que comenzar subrayando que este libro es una mera exhortación papal, es decir, un llamamiento a los cristianos del mundo que se identifican con la Iglesia, y no un documento donde se establezca doctrina alguna, ya sea religiosa o secular. Por tanto, nada de lo que escribe aquí el Papa tiene condición de dogma, doctrina o creencia, sino que habría que interpretarlo más bien como mera recomendación a los fieles. El título completo del escrito deja bien claro de qué se trata: Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) del Santo Padre Francisco a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual. Y, por supuesto, de eso se nos habla ya desde el mismo principio del documento: Se trata pues, como decía, de un simple llamamiento a los fieles cristianos. Evangelii Gaudium es algo así como un documento interno de la Iglesia, como quien dice. No es un sesudo tratado filosófico o teológico, ni tampoco un intento de resumir las posiciones de la institución en esta segunda década del siglo XXI. Su objetivo, debe quedar bien claro, es bastante humilde. No obstante, la exhortación ha levantado muchas expectativas, tanto entre los fieles como entre quienes no se sienten identificados con la Iglesia pero observan con ilusión un cierto cambio de actitud que parece llegar desde Roma tras tantos años de flirteo con posiciones ultraconservadores que caracterizaron los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta que ya desde el principio podemos leer cosas como lo siguiente:
En otras palabras, Francisco apuesta por recuperar el sentido de comunidad, tan caro a las comunidades cristianas primitivas, en contraposición al individualismo de la sociedad liberal capitalista. Con ello, entronca directamente con la tradición de la doctrina social de la Iglesia (¡ya iba siendo hora!). Esta nueva misión evangelizadora a la que llama el Papa deberá realizarse, según expone, en tres ámbitos fundamentales: lo que él llama el ámbito de la pastoral ordinaria, el de "las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo" (esto es, quienes, aún habiendo sido bautizados, viven al margen de la Iglesia), y, finalmente, en el mundo de quienes jamás han sido expuestos a la doctrina de Cristo. Obviamente, no hay nada nuevo ni revolucionario ahí. Pero, en cualquier caso, ¿en qué consiste esta tarea evangelizadora? El Papa dibuja algunas líneas, aunque también aclara que cada comunidad debe tomar su propia decisión:
Francisco reivindica una Iglesia que salga de sí misma, que no le tenga miedo a encontrarse con el mundo tal y como es, en toda su diversidad y complejidad. Se trata, al mismo tiempo, de un ímpetu evangelizador dispuesto a plantearse cambios en la Iglesia misma:
Ello exige, como es lógico, que las parroquias se sientan como algo cercano a la gente, como parte de la vida cotidiana del pueblo, y no como "una prolija estructura separada de le gente" o "un grupo de selectos que se miran a sí mismos (location 237 of 2480). Pero, aparte de las parroquias, Francisco también ve utilidad en otras instituciones eclesiales (comunidades de base, movimientos, etc.) que a menudo se han visto como algo externo o separado de ella. Predica, pues, un cierto regreso a los modos de las primeras comunidades cristianas. Y esta transformación, según nos dice, incluye a la institución del Papado misma:
Para ello, propone una descentralización de la actividad cotidiana de la Iglesia, así como mayor audacia y creatividad para alejarse de la actitud del "siempre se ha hecho así" y una fuerte conciencia de comunidad. Asimismo, siguiendo a Tomás de Aquino, explica que las obas de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia del Espíritu (algo que, si me preguntan a mí, recuerda más a los postulados de la Teología de la liberación) que a las líneas seguidas por sus inmediatos predecesores:
Se trata, obviamente, de una Iglesia más humana:
Ciertamente, hemos oído este mismo discurso sobre los pobres de la boca de otros altos prelados de la Iglesia con anterioridad, pero el caso es que este Papa tiene algo más de credibilidad, no sólo porque su actitud y su estilo parecen ser claramente diferentes, sino también porque ha tomado los pasos necesarios para vivir una vida bastante más humilde de lo normal en el caso de los papas. No les falta razón a los críticos que afirman que quizá haya llegado el momento de que el Papa Francisco demuestre sus buenas intenciones con acciones y decisiones, en lugar de usar tan sólo buenas palabras, pero no me cabe duda de que incluso esto solamente ya es un enorme avance comparado con lo que vimos bajo Juan Pablo II y Benedicto XVI, claramente anclados en el sector conservador y tradicionalista de la Iglesia. El segundo capítulo de la exhortación está dedicado a un somero análisis del contexto social y cultural en que debe desarrollarse la actividad evangelizadora que reclama el Papa de sus fieles. Esta parte es, quizá, la que más protagonismo ha adquirido en los artículos publicados en los medios de comunicación de masas sobre este documento. Se trata, después de todo, de la parte menos comprometida con un dogma religioso determinado y, por tanto, más asequible a cualquier lector, ya sea creyente o no. Francisco comienza parafraseando a Pablo VI en su llamamiento a "estudiar los signos de los tiempos" poco antes de hacer él mismo un sucinto análisis:
Pero, ¿cómo puede ser posible que en un mundo tan sobrado de riqueza material tengamos esta situación que retrata Francisco? Aquí es donde parece poner el énfasis en unos aspectos sobre el que sus predecesores preferieron pasar más bien de puntillas:
Si la diatriba de Francisco recuerda a lo que hoy en día suele conocerse como ecosocialismo es porque eso es precisamente lo que es. Eso sí, imbuido de un evidente espíritu cristiano. O, para decirlo de otra manera, uno diría que el Papa Francisco ha llegado desde el cristianismo al mismo punto de llegada (o, quizá, de partida, pues ahora habría que construirlo) al que otros hemos llegado desde el socialismo. El caso, sí, es que el capitalismo nos está llevando a la destrucción. Sin embargo, es igualmente importante subrayar que no se trata solamente de unas estructuras económicas determinadas, sino de todo un modo de vida, una mentalidad, una ética. La transformación, si se produce, no puede limitarse únicamente a la esfera económica o política, sino que ha de extenderse a nuestras propias cabezas, a nuestro modo de vida. Debe ser una revolución espiritual al tiempo que económica, social o política. Aquí la conexión con Erich Fromm es evidente. Pero, si cabía alguna duda de hacia dónde apunta Francisco, lo deja bien claro a continuación:
Las que él llama teorías del "derrame" no son sino el neoliberalismo rampante que se adueñó de nuestras mentes y nuestras sociedades con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y no debemos olvidar que contaron con el apoyo casi incondicional de una amplia mayoría de creyentes cristianos identificados con el conservadurismo más rancio y egoísta, por no hablar de la inestimable ayuda de Juan Pablo II. Francisco clama contra "la idolatría del dinero", el consumismo, la concentración de la riqueza, la financiarización de la economía, los privilegios del capital o la inequidad social. En fin, todos ellos aspectos que se han visto reforzados precisamente gracias al éxito del neoliberalismo desbocado de las últimas décadas. El problema de fondo es que la fe en el crecimiento ilimitado, el materialismo sin fin, el capitalismo desbocado y el individualismo consumista acaban corroyendo los cimientos mismos de nuestras sociedades. En otras palabras, el problema es que estamos fomentando unos valores que destruyen el concepto mismo de comunidad, sin el cual no puede entenderse el ser humano mismo:
La raíz del problema, nos dice Francisco, es una cultura dominante demasiado preocupada "por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio" (location 486). O, como dice en el mismo lugar, "lo real cede el lugar a la apariencia". Se trata de algo que achaca, al menos en parte, al proceso de secularización, que niega cualquier transcendencia y produce, por tanto, "una creciente deformación ética" (location 508) y un aumento del relativismo que afecta, sobre todo, a las generaciones más jóvenes. La verdad es que tengo mis dudas que una visión secular de estos asuntos deba conducir necesariamente a lo que indica Francisco. No obstante, a la vista de lo que tenemos, no queda más remedio que reconocer que, en buena parte, ha sido así. O, para explicarlo de otro modo, la secularización podría haber contribuido a una visión del ser humano inserto en su contexto social y natural (y, por tanto, podría haber fomentado una cierta conciencia de lo transcendente), pero la realidad es que, en su mayor parte, lo que ha hecho ha sido fomentar el individualismo extremo y el consumismo egocéntrico. Como digo, no tiene por qué ser así, pero así ha sido, al menos hasta ahora. Y, cuidado, porque también la fe religiosa que promueve Francisco tiene sus peligros de sobra conocidos para todos. Quizá ha llegado el momento de superar ese viejo debate y concluir que lo que importa no es tanto la contraposición entre religión y secularismo como la actitud particular que se adopte con respecto a los temas y, sobre todo, si se tiene conciencia de estar integrado en algo mucho más grande y superior, independientemente de cómo lo llamemos. Francisco continúa desgranando los otros aspectos en los que la sociedad contemporánea se encuentra en crisis: el excesivo ruido mediático, que nos satura de información; la crisis de la familia y la concepción del matrimonio como "una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno" (location 528); el individualismo postmoderno y globalizado, que "favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares" (location 528), etc. Por todo ello, piensa Francisco, se hace necesario lanzar una ambiciosa campaña evangelizadora, que es precisamente lo que le llevó a escribir esta exhortación:
A partir de ahí, Francisco se adentra en los retos que supone la sociedad contemporánea para este proyecto evangelizador. Así, las culturas urbanas suponen un cierto desafío precisamente porque implican una abigarrada mezcla de culturas y proyectos de vida no siempre compatibles entre sí. Todo ello "requiere imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas para los habitantes urbanos" (location 579). La Iglesia, pues, ha de reinventarse. Y debe hacerlo sirviendo como puente de diálogo entre los diversos microcosmos que se forman en los ambientes urbanos. Pero, además, el objetivo es reconstruir unas comunidades que a menudo han sido corroídas por un individualismo lacerante. Esta evangelización, prosigue Francisco, debe realizarse con una clara "alegría misionera" (algo que, dicho sea de paso, uno observa más en las iglesias protestantes, sobre todo evangélicas o mormonas que en la católica), optimista, que sale de sí misma para unirse a los otros. Se trata, por tanto, de una Iglesia abierta al mundo, imbuida de espíritu social y comunitario, callejera casi. Al mismo tiempo, Francisco advierte contra los peligros de lo que él denomina la "mundanidad espiritual", un nuevo fariseísmo que presta más atención a la apariencia que a otra cosa:
Por cierto, que ambas actitudes conectan perfectamente con el narcisismo de nuestra sociedad contemporánea, más interesada en consumir "espiritualidad" (es decir, un producto que no conlleve compromisos ni sacrificio alguno) que otra cosa. Entre las actitudes que tienen que combatir los católicos en el seno de su propia comunidad para poder llevar a cabo esta tarea evangelizadora se encuentran las divisiones, envidias, odios y rencores, así como lo que Francisco llama "un excesivo clericalismo" (location 784) que no permite a los laicos implicarse lo suficiente en su comunidad. En este sentido, aunque hace un llamamiento a "ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia" (location 794), deja también claro que el sacerdocio queda "reservado a los varones" (location 804). Parece que su reivindicación de la figura femenina, pues, sigue más bien la línea católica tradicional de defender el papel de María. El progresismo del nuevo Papa tiene, obviamente, sus límites, aunque éstos se dejen entrever en un documento relativamente desconocida, como es el caso de esta exhortación, en lugar de verse reflejado en los medios de comunicación de masas. En cualquier caso, esto es más responsabilidad de una industria periodística totalmente entregada a lo que llama la atención y al beneficio a corto plazo que responsabilidad del Papa mismo. Después de todo, sus posiciones no parecen haber cambiado un ápice. El capítulo tercero está dedicado al anuncio del Evangelio. Y aquí lo que prima es, fundamentalmente, el mensaje de que la evangelización no es responsabilidad únicamente de la Iglesia, sino que los propios creyentes deben arremangarse y comenzar a trabajar sobre ello:
El mensaje conecta, obviamente, con la idea que tiene este Papa de la necesidad de reconstruir una Iglesia auténtica, con sólidas bases, que realmente llegue a cada pueblo y a cada casa. En este sentido, casi se diría que el proyecto de Iglesia que tiene el Papa Francisco entronca más y mejor con el sueño de las comunidades cristianas de base que con la alta jerarquía eclesiástica que ha venido imponiendo su voluntad durante siglos y siglos. Tiene razón, creo, al afirmar que la evangelización debiera ser tarea de todos, y no solamente de una estructura institucional de sobra anquilosada. La Iglesia, pues, debiera entenderse no como estructura de poder, como jerarquía, sino más bien como comunidad de creyentes. El problema, sin embargo, es que uno no acierta a ver cómo pretende este Papa poner todo esto en práctica. Las palabras suenan bien, sin duda. Su discurso gusta. Pero nadie sabe cómo diantres puede siquiera comenzar a aplicar el revolucionario programa del que tanto habla. Las palabras bonitas están muy bien. Pueden incluso inspirar a mucha gente, lo cual nunca está de más. Pero, al final, se mire como se mire, lo que importa es lo que se haga. Y, seamos sinceros, Francisco lleva algo más de un año en Roma y, de momento, no se han visto grandes cambios. Lo mismo esta historia puede acabar como el desengaño con Obama. Este pueblo de Dios de que habla Francisco se caracteriza, según explica él mismo, por una extraordinaria diversidad cultural. De ahí la importancia que concede a lo que él mismo denomina "piedad popular", esto es, las manifestaciones concretas de la fe cristiana en cada contexto cultural. Pero, en cualquier caso, la base de la predicación debe ser siempre el propio texto bíblico: Eso sí, uno se pregunta hasta qué punto esta actitud paciente y perseverante pueda ser compatible con un mundo entregado a la vertiginosa velocidad de la transmisión de los bits. Pero ésa es una cuestión bien diferente. La exhortación continúa con una serie de páginas que contienen recomendaciones sobre cómo leer la Biblia de la manera adecuada y, a continuación, algunos comentarios sobre los métodos pedagógicos que pueden usarse para predicar ("aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes", location 1205; o un mensaje que "se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida", algo más abajo; uso de un "lenguaje positivo", location 1225; etc.). Pero, en todo caso, el llamamiento a la evangelización no consiste exclusivamente, según nos dice Francisco, en la mera formación doctrinal, sino que también debe implicar un crecimiento personal de aquellos implicados en dicha actividad. Se trata de lo que él denomina una catequesis kerygmática (location 1244):
Se trata, en definitiva, de un camino de aprendizaje basado en la mirada respetuosa al prójimo, lo cual fomenta la compasión y, en última instancia, la maduración del creyente. El capítulo cuarto está dedicado a la dimensión social de esta evangelización de la que habla Francisco, y es precisamente la parte de esta exhortación a la que más atención prestaron los medios de comunicación. Comienza, de hecho, con una afirmación que en boca de un Papa puede considerarse casi revolucionaria (si en verdad se hace un esfuerzo por llevarla a la práctica, claro): "Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios" (location 1344). Nótese que no se habla de un futuro etéreo y que nadie puede llegar a definir. No. Se refiere al presente. Al aquí y ahora. Francisco está afirmando que la evangelización cristiana consiste en construir el mundo de Dios aquí y ahora, entre nosotros. Y, para ello, afirma, hay que comenzar por aceptar el contenido social de la verdad revelada:
En otras palabras, Francisco no entiende el cristianismo como mera salvación individual ni como propuesta egocéntrica de cruzada moral. Por el contrario, parece entenderlo como experiencia compartida con la comunidad, hundiendo sus raíces en lo social. Apuesta por un compromiso con la fe que va unido a un compromiso social y en ese sentido, una vez más, marca un poco las distancias con sus predecesores. No en el sentido de que quienes le precedieron apostaran por un catolicismo privado, ni mucho menos, sino más bien porque entendían lo "social" como defensa de la tradición, en tanto que Francisco parece ver el compromiso social más bien como defensa decidida de los pobres. De ahí que afirme sin ambages:
Esa visión le lleva a hacer un llamamiento a favor de "la inclusión social de los pobres", defendiendo además la "función social de la propiedad", en la mejor tradición de la doctrina social de la Iglesia:
Sin duda. Se trata, en realidad, de lo que ya vimos en el siglo XX cuando triunfaron las revoluciones comunistas aquí y allá. Los cambios estructurales valen de bien poco si no van acompañados de un cambio de mentalidad y, sobre todo, de comportamiento, de los individuos. Y, sin embargo, el mero hecho de que este Papa afirme que necesitamos cambios estructurales supone ya un soplo de aire fresco en una institución que tradicionalmente ha apostado por los ricos y poderosos y que, no olvidemos, se ha venido identificando desde hace ya mucho tiempo con el conservadurismo más empedernido, cuando no abiertamente reaccionario. De ahí que haga un llamamiento en favor de "una Iglesia pobre para los pobres":
Pero, y esta es la parte de la Exhortación que más ilusión despertó entre los sectores progresistas, Francisco va aún más allá, pues identifica a la hegemonía incontrolada de la ideología de mercado como la raíz de los males que aquejan a los pobres:
¡Ese párrafo casi suena marxista! Nótese que Francisco no defiende solamente el Estado del Bienestar —que también—, sino que va mucho más allá y exige cambios estructurales. Además por si eso fuera poco, lo hace criticando la "autonomía absoluta de los mercados", así como la "especulación financiera". Ambos son, hay que tenerlo bien presente, dogmas del neoliberalismo que se impuso durante los años ochenta. De la misma manera, lanza un alegato en favor de los emigrantes:
Igualmente hablan de las mujeres, a quienes considera "doblemente pobres" (location 1607) porque "sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia" y también "porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos". Habrá que ver si este Papa logra pasar de las palabras a la acción y acierta a defender un papel más activo, más central, de la mujer en la Iglesia. En fin, frente a este mundo repleto de injusticias, apuesta por un cambio estructural en el que la unidad prevalezca sobre el conflicto (location 1683), con las raíces firmemente hundidas en la realidad en lugar de un mundo de las ideas demasiado lejano a veces (location 1703) y donde se entienda que el todo es superior a la parte (location 1723). En definitiva, apuesta por el diálogo como contribución a la paz social (location 1752). Se trata, además, de un diálogo que extiende a la ciencia y a las otras religiones (el "diálogo ecuménico"). Y no es que nada de esto esté mal, por supuesto, pero uno puede preguntarse qué le lleva a pensar que esta vez el diálogo vaya a funcionar mejor que en el pasado. Más importante quizá, habría que subrayar cómo el diálogo no es un bálsamo de fierabrás que lo cura todo, sino algo que se produce en un contexto social y político determinado en el que, por tanto, no todos los participantes están en pie de igualdad. Entramos así en el capítulo quinto de la exhortación, dedicado a los "evangelizadores con espíritu". Francisco nos explica inmediatamente a qué se refiere con eso de "con espíritu":
Se trata éste de otro tema siempre presente en el discurso del Papa Francisco: la necesidad de que la Iglesia salga fuera de sí misma, se exponga al mundo y se mezcle con la gente de la calle, sea creyente o no. Ya Juan Pablo II lanzaba un mensaje similar, pero mientras aquél lo hacía con una intención claramente proselitista nada interesada en oír a los demás, uno tiene la impresión de que la actitud de este otro Papa es bien diferente. No obstante, como hemos dicho en otras ocasiones, solo queda esperar a ver si las palabras realmente se convierten en acciones. Pero eso, por desgracia, no depende únicamente de la voluntad del Papa, sino también de la de sus feligreses, incluyendo a quienes tienen interesados creados en el entramado institucional de la Iglesia que hemos conocido hasta ahora. En cualquier caso, el evangelizador "con espíritu" toma como modelo, una vez más, a Jesucristo. Se caracteriza por el amor y la entrega, además del gozo interior asociado al "gusto espiritual" y la entrega a su comunidad. Así pues, de manera coherente con el ressto de la exhortación, Francisco vuelve a subrayar la vertiente colectiva o comunitaria de la labor evangelizadora, en lugar de poner el énfasis en el dogma de fe o la perfección moral. Una vez más, esto supone un refrescante cambio. Por último, en la segunda parte de la exhortación, Francisco nos habla de la Virgen María, "Madre de la Iglesia evangelizadora" (location 2082). Sin embargo, aunque se ha hablado algo de la intención de Francisco de abrir las puertas de la Iglesia a la mujer para modernizar a la institución y ponerla al día, lo cierto es que estas páginas no dejan entrever nada que no hayamos leído ya en otras reflexiones de la tradición mariana de la Iglesia. En definitiva, como decíamos, quien se acerque a este libro pensando que va a encontrarse un volumen de reflexión social o política sobre la crisis del capitalismo financiero se equivoca. El Papa critica los excesos del sistema económico, ciertamente. Pero, como no podía ser menos, critica igualmente el materialismo excesivo de una cultura relativista y consumista que, según él, no podía haber acabado de otra manera tras abandonar la fe. En otras palabras, que estamos, es obvio, ante un escrito de naturaleza religiosa y dirigido a un lector creyente. Es lógico. Se trata, después de todo, de una exhortación a la comunidad católica, no de un tratado sociológico o político, como muchas noticias de la prensa nos daban a entender.
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