Obras completas
Epicuro
Cátedra, Letras Universales, Séptima edición,
Madrid (España), 2007
123 páginas

Epicuro debe ser uno de los filósofos más malinterpretados de la Grecia clásica. Se le suele asociar siempre al hedonismo más ramplón, a pesar de que no hay más que leer sus escritos para darse cuenta de que su ética tiene bien poco que ver con el placer sin límite que a menudo se reivindica desde ciertos sectores de la modernidad intelectual. Por lo demás, su obra no se limita únicamente a la ética, sino que también hace aportaciones interesantes al campo de la filosofía natural e incluso la epistemología.

Nada más comenzar la Epístola de Epicuro a Heródoto, leemos una afirmación que bien pudiera aplicarse a nuestra propia situación hoy día:

...tenemos una necesidad suma del enfoque global, y, en cambio, del parcial no tanto.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Heródoto", p. 49)

Reivindicación que ha de entenderse en el contexto de una época —no muy distinta a la nuestra, todo hay que decirlo— en la que se echan de menos sistemas filosóficos amplios y sólidos, superados ya tanto el platonismo como el aristotelismo y percibiéndose los inicios de una clara crisis en el ámbito cultural helenístico. Es decir, que Epicuro filosofa en un contexto marcado por la desorientación y fragmentación, algo no muy distinto de nuestra realidad postmoderna. Es quizá por ello que podemos sacarle incluso mayor partido a su pensamiento que quienes vivieron otras épocas. En definitiva, también nosotros estamos necesitados del "enfoque global" de que hablaba Epicuro.

Pero, como decíamos más arriba, Epicuro no sólo merece ser recordado por su ética, sino que también hizo meritorias aportaciones, por ejemplo, en el campo de la filosofía natural o física:

Y hay que dar por garantizado también que unos cuerpos son compuestos, y otros aquéllos a partir de los que se forman los compuestos.

Estos últimos cuerpos son los átomos, que deben ser indivisibles e inmutables si es que no han de estar condenadas todas las cosas a consumirse reducidas a lo que no existe, sino si, llenas de resistencia, han de subsistir en medio de las disoluciones de los cuerpos compuestos, en un estado de plenitud de su naturaleza si son cuerpos que no disponen de medios o maneras de ser disueltos. La consecuencia obligada de esto último es que los principios indivisibles o átomos son realidades del grupo de los cuerpos.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Heródoto", pp. 51-52)

El hecho de que ya entonces (siglos III a IV antes de Cristo) hablara de la existencia de átomos no debiera magnificarse, creo yo. La tradición filosófica del atomismo hunde sus raíces en filósofos como Leucipo o Demócrito, y nunca he sido partidario de explicar estas cosas recurriendo a mitos irracionales sobre supuestas fuerzas sobrenaturales o una maravillosa intuición capaz de conectar directamente con las musas. Por el contrario, me parece obvio que, después de reflexionar sobre la realidad que nos circunda durante miles de años, y teniendo en cuenta que ha habido respuestas para todos los gustos, alguna de ellas tenía que acercarse bastante a lo que después iríamos descubriendo a través del método científico. Así pues, no me interesa dilucidar si Epicuro y demás atomistas fueron genios adelantados a su tiempo, sino hacer ver que su física tiene unas raíces claramente materialistas, lo cual está estrechamente relacionado con su ética del gozo.

A partir de este atomismo, pues, Epicuro reivindica una epistemología claramente materialista, que rehúye de las explicaciones míticas tan populares en su época (y, da casi vergüenza decirlo, entre mucha gente de la nuestra):

La única condición es que sea excluido el mito, y será excluido si uno, perfectamente consecuente con los fenómenos visibles, toma éstos como indicios de los invisibles.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Pítocles", pp. 80-81).

Es en ese momento, una vez establecidas las bases de una física atomista y una epistemología materialista, que Epicuro se adentra en el mundo de la ética, planteándose, entre otras cosas, el asunto de la muerte, que solventa con sus famosas aseveraciones:

Acostúmbrate a pensar que la muerte no tiene nada que ver con nosotros, porque todo bien y todo mal radica en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. De ahí que la idea de que la muerte no tiene nada que ver con nosotros hace gozosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo infinito sino porque quita la ansias de inmortalidad.

(...)

Pues no hay nada temible en el hecho de vivir para quien ha comprendido auténticamente que no acontece nada temible en el hecho de no vivir. De modo que es estúpido quien asegura que teme la muerte no porque hará sufrir con su presencia, sino porque hace sufrir con su inminencia. Pues lo que con su presencia no molesta sin razón alguna hace sufrir cuando se espera. Así pues, el mal que más pone los pelos de punta, la muerte, no va nada con nosotros, justamente porque cuando existimos nosotros la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente entonces nosotros no existimos. Por tanto, la muerte no tiene nada que ver ni con los vivos ni con los muertos, justamente porque con aquellos no tiene nada que ver y éstos ya no existen. Por otro lado, el común de las gentes unas veces huye de la muerte por considerarla la más grande de las calamidades y otras veces la añora como solución a las calamidades de la vida.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Meneceo", p. 88)

En otras palabras, que el temor a la muerte le parece un sinsentido a Epicuro debido, sencillamente, al hecho de que su realidad es completamente imperceptible para ninguno de nosotros, al menos en primera persona. Nadie puede experimentar la muerte y regresar de ella por lo que, si nuestro conocimiento, si la base misma de nuestra vida no es sino lo que percibimos directamente a través de nuestros sentidos y lo que podemos pensar a partir de esas experiencias, no tiene sentido alguno preocuparse por la muerte. Nótese, una vez más, la raíz claramente materialista de la reflexión. No tiene nada de extraño que, muchos siglos después, el pensamiento de Epicuro llamara la atención de un joven filósofo alemán, Karl Marx, quien llegara a publicar un estudio sobre el tema titulado Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, que sería su tesis doctoral 1.

Curiosamente, el ideal de sabio al que alude Epicuro tiene mucho en común con el del budismo:

Pero el sabio ni rehúsa vivir ni teme no vivir, pues ni le ofende el vivir ni se imagina que es un mal el no vivir. Y de la misma manera que de la comida no prefiere en absoluto la más abundante sino la más agradable, así también disfruta del tiempo no del más largo sino del más agradable.

El que ahorta al joven a que viva bien y al viejo a que termine bien es necio no sólo por lo apetitoso de la vida sino también porque el entrenamiento para vivir bien y para morir bien es el mismo. Pero es mucho peor incluso el que asegura "hermosa cosa es no haber nacido y, de haber nacido, franquear lo antes posible las puertas del Hades".

Pues si dice esto convencido ¿cómo no se va de la vida? Ya que esa solución está a disposición suya, si es que era cosa firmemente decidida por él, y si lo dice por hacerse el gracioso resulta un estúpido para quienes no se lo admiten. Debemos recordar que el futuro ni es nuestro totalmente ni totalmente no nuestro, para que ni lo aguardemos como que inexorablemente llegará ni desesperemos de él como que inexorablemente no llegará.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Meneceo", p. 89)

La base del ideal de vida es, pues, la imperturbabilidad. Algo que, como decíamos, entronca perfectamente con la tradición oriental o, si acaso, con el misticismo occidental.

Por consiguiente, el gozo debe considerarse la base de una vida feliz:

Debemos darnos cuenta, por un acto de reflexión, de que los deseos unos son naturales, y otros vanos, y que los naturales unos necesarios y otros naturales sin más. Y de los necesarios unos son necesarios para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, y otros para la propia vida.

Pues una interpretación acertada de esta realidad sabe condicionar toda elección y repulsa a la salud del cuerpo y a la imperturbabilidad del alma, ya que éste es el fin de una vida dichosa. Pues todo lo que hacemos lo hacemos por esto, para no sentir dolor ni temor. Y una vez que este objetivo se cumple en nosotros, se disipa todo tormento del alma, al no tener la persona que ir en busca de algo que le falta ni buscar otra cosa con la que se completará el bien del alma y el del cuerpo. Pues tenemos necesidad de gozo sólo en el momento en que sentimos dolor por no estar con nosotros el gozo, pero cuando no sintamos dolor ya no estamos necesitados de gozo. Por esta razón afirmamos que el gozo es el principio y el fin de una vida dichosa.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Meneceo", p. 89)

Pero conviene no confundir esta afirmación del gozo con el mero hedonismo, como a menudo se hace, erróneamente, al hablar de Epicuro. Él mismo lo aclara más allá de cualquier duda:

Así pues, todo gozo es cosa buena, por ser de una naturaleza afí;n a la nuestra, pero, sin embargo, no cualquiera es aceptable. Exactamente igual que también todo dolor es cosa mala, pero no cualquiera debe ser rechazado siempre por principio.

Al contrario, procede considerar todas estas cuestiones por comparación y examen de sus ventajas e inconvenientes. Pues en determinadas ocasiones hacemos un uso malo del bien, y otras por el contrario un uso bueno del mal.

También consideramos el propio contento de las personas un gran bien, no para conformarnos exclusivamente con poco, sino con objeto de que, si no tenemos mucho, nos conformemos con poco, auténticamente convencidos de que sacan de la suntuosidad el gozo mayor quienes tienen menos necesidad de él, y de que todo lo natural es fácil de procurar y lo superfluo difícil de procurar. Y los gustos sencillos producen igual satisfacción que un tren de vida suntuoso, siempre y cuando sea eliminado absolutamente todo lo que hace sufrir por falta de aquello.

El pan y el agua procuran la más alta satisfacción cuando uno que está necesitado de estos elementos los logra. Así, pues, el habituarse a un género de vida sencillo y no suntuoso es un buen medio para rebosar de salud, y hace que el hombre no se arredre ante los obligados contactos con la vida, y nos dispone mejor hacia lo suntuoso cuando después de una falta prolongada nos acercamos a ello, y nos hace intrépidos ante el azar. Así pies, cuando afirmamos que el gozo es el fin primordial, no nos referimos al gozo de los viciosos y al que se basa en el placer, como creen algunos que desconocen o que no comparten nuestros mismos puntos de vista o que nos interpretan mal, sino al no sufrir en el cuerpo ni estar perturbados en el alma.

(Epicuro: Obras completas, "Epístola de Epicuro a Meneceo", pp. 90-91)

O, como nos encontramos en las Sentencias vaticanas:

La necesidad es un mal, pero no hay ninguna necesidad de vivir sometido a la necesidad.

(Epicuro: Obras completas, "Sentencias vaticanas", p. 99)

Se trata, una vez más, de una actitud muy budista, que trata de huir tanto del ascetismo como de los excesos de la carne. O, lo que es lo mismo, se busca un camino medio alejado de los extremos. Todo esto tiene bien poco que ver con la idea que de Epicuro y el epicureísmo tiene la mayoría de la gente hoy día.


Factor Entretenimiento: 5/10
Factor Intelectual: 7/10


Notas:

[1] La tesis doctoral, en su versión en inglés, puede leerse aquí. Asimismo, pueden encontrarse las notas y bosquejos de Marx sobre la filosofía de Epicuro aquí.