Hace ya varios años, durante la época en que aún me
dejaba deslumbrar por las actitudes superficialmente rebeldes, me
parecía lógico pensar que el desnudo, ya fuera masculino o femenino,
conllevaba una intrínseca carga subversiva y liberadora. Se
trataba, al fin y al cabo, de la España del destape, recién
salida de una larga temporada en el autoritarismo nacionalcatolicista
más mojigato. Después, con el paso del tiempo, uno se da cuenta
de que el desnudo puro y duro tiene en realidad mucha menos carga
erótica que las imágenes sugerentes. De ahí que nadie recuerde tal o cual
escena porno en particular y, sin embargo, la imagen de Marilyn Monroe con las faldas en el aire
haya dado la vuelta al mundo y todavía sea un icono de erotismo tantos
años después de haber sido filmadas.