Un amigo en Facebook subió el enlace a un artículo sobre François Hollande publicado en el diario El País, junto a un comentario preguntando si era posible siquiera hacer políticas de izquierdas hoy en día. Otro conocido respondió que es bien difícil realizar una política reformista en el marco de la globalización. El asunto me sirvió como excusa para reflexionar sobre el futuro de la izquierda y la necesidad de rediseñarla por completo, incluso si es al precio de dejar de llamarla izquierda.

Estoy de acuerdo con lo que apunta Marlet, quizá con algún matiz o añadido. Hace un par de días yo mismo pegué esta noticia junto a un comentario muy similar al tuyo. Me da la impresión de que demasiado a menudo cometemos el error de personalizar en exceso a la hora de hacer el análisis. Me estoy refiriendo a comentarios sobre tal o cual estadista, o incluso sobre "los políticos" en general, pero siempre subrayando un supuesto defecto en la actitud ética del individuo. Nos hacemos flaco favor a nosotros mismos, me temo. Cuando uno ve que un político tras otro parece tener buenas intenciones pero acaba poniendo en práctica las mismas políticas (al menos en el ámbito económico porque, eso sí, hay que reconocer que no todos son lo mismo en otras cuestiones como libertades civiles, aborto, derechos de las minorías, etc.), quizá convenga plantearse si el problema es mucho más profundo (y complejo) que la mera imperfección de quienes nos dirigen.

En fin, que me da la sensación de que lo que en realidad tenemos que plantearnos es la crisis (quizá la muerte definitiva) de la izquierda moderna, la que está ligada a la sociedad industrial, el Estado-nación y los conceptos culturales asociados con la modernidad. Esto incluye no sólo a la socialdemocracia, sino también al socialismo de corte clásico, por no hablar del comunismo. Y no estoy implicando que haya que echar el pasado en saco roto. Para nada. Hay que aprender de las experiencias del pasado y, sobre todo, mantenerse fieles a los principois y valores. Pero parece llegado el momento de cambiar las herramientas, las tácticas y las políticas. Lo siento mucho, pero me temo que la única manera de salir adelante va a ser abandonar los antiguos métodos y estructuras, por duro que sea.

Y, como soy consciente de que quizá lo que escribo suene a loco o radical, permitidme que saque a la palestra tan sólo dos ejemplos. Primero, como correctamente indica Marlet, tenemos el hecho de que el proyecto socialdemócrata se basaba en la preeminencia del Estado-nación y su capacidad para administrar un Estado del Bienestar que garantizaba un cierto nivel de igualdad de oportunidades. Pero esto ya no es posible en el contexto de una economía globalizada en la que es bien fácil llevarse el capital a otro sitio. Puede no gustar, pero es así. La realidad es así. ¿Que habría que construir entonces instancias de gobierno supranacionales? Pues quizá. Pero el hecho es que, hoy por hoy, no existen. Peor aún, incluso si nos ponemos de acuerdo en construirlas, la tarea llevará un tiempo. Segundo, tenemos el hecho de que el proyecto socialdemócrata (permitidme, por cierto, que subraye que, en mi opinión, fue el proyecto de izquierdas que más se acercó a alcanzar el objetivo de justicia, bienestar y libertad para todos que caracterizó a la izquierda, muy por encima de las soluciones socialistas, comunistas o anarquistas) basaba su fortaleza en una alianza entre partido y sindicato que hoy día se ha venido abajo. Sin aquella alianza y, sobre todo, su capacidad de movilización social, no era posible llevar a cabo medidas auténticamente progresistas desde el Gobierno pues, no nos engañemos, el poder económico tiene un buen margen de control sobre el poder político. Pues bien, esa alianza, como digo ya no existe. La desconexión entre representantes políticos y movimienos sociales es absoluta.

En conclusión, que estoy convencido de que tenemos que construir algo nuevo. ¿Que en qué consiste esa nueva propuesta? Pues no lo sé, la verdad. No me parece muy positivo confiar en líderes carismáticos, la verdad. La respuesta la tendremos que buscar y encontrar entre todos/as. Pero lo que sí tengo claro, repito, es que el modelo de izquierda que hemos usado hasta ahora ha periclitado. Ha llegado el momento de ponernos a construir algo nuevo. Y me importa un pimiento que se llame izquierda o no. Lo que me importa es que conserve los principios y valores, aunque las formas sean distintas.