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{Última actualización: 29 Abril 2005}
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Apenas era yo un muchacho barbilampiño cuando ya me atraía la idea de consignar los conocimientos que iba adquiriendo en cuadernos de notas con la esperanza de que, tarde o temprano, lograría poner en pie una ambiciosa enciclopedia vital. Aún recuerdo, pese al tiempo transcurrido, la emoción que me embargaba al sentarme a tomar notas manuscritas en aquellos largos "cuadernos de anillas" cuidadosamente titulados con el nombre de las distintas parcelas del conocimiento: Filosofía (sin lugar a dudas, mi favorita), Física, Química, Geografía, Latín, Literatura... Como suele suceder con tantas y tantas otras cosas, la mayor parte de ellos jamás pasaron de una veintena de páginas conforme mi febril ansia de conocimiento se movía fugazmente de un área a otra, de un proyecto a otro. Mucho me temo que, en este sentido, poco hayan cambiado las cosas, y lo cierto es que a estas alturas casi me he convencido de que mi legado no será sino una enorme cantidad de escritos deslavazados, papeles desperdigados por aquí y allá, fragmentos de filosofía, piezas de un puzzle que nadie querrá nunca recomponer, ni tan siquiera mis familiares más allegados. En fin, no hago esto sino porque me gusta. De igual forma que a otros les puede gustar pasear en bicicleta, ir al cine o ver partidos de fútbol, a mi me apasiona leer y escribir, y nada puedo hacer para sustraerme a sus cantos de sirena, por más inútil que me parezca todo. Pero lo cierto es que este afán enciclopédico no estuvo siempre presente en mi conciencia. La verdad, desde mi más tierna infancia ya era bastante lector, casi seguramente debido a la influencia de mi madre. No es que tuviéramos muchos libros en casa. Creo recordar que todo se reducía al siempre presente (aunque poco leído) Quijote que nunca falta en un hogar español, una Biblia de los Testigos de Jehová (es una larga historia, pero en resumidas cuentas lo que sucedió es que mis padres, que nunca fueron practicantes, le pidieron a un cliente de su tienda bastante conservador, tradicionalista y simpatizante de la Falange que les comprara una, y el muy buen señor acabó comprando la Biblia "equivocada", de lo cual ellos ni siquiera se enteraron hasta que yo comenzara a usarla muchos años después y me diera cuenta del desliz), Por quién doblan las campanas, unas cuantas novelas que no conoce nadie y, por supuesto, una enciclopedia ilustrada de Plaza y Janés en doce tomos. Ni que decir tiene que fue precisamente ésta la que me abrió las puertas de par en par al mundo del saber, y a partir de ahí pasé horas y horas tomando notas y leyendo sobre otros países, religiones, científicos, banderas, regímenes políticos, economía, historia, literatos... Aquello no parecía tener final, que es precisamente de lo que se trataba. En todo caso, una cosa es la lectura y otra bien distinta aspirar a escribir una pequeña enciclopedia personal, por más que me atrajeran aquellos doce tomos de Plaza y Janés. ¿De dónde proviene entonces la idea? Me parece que dio sus primeras bocanadas de aire allá cuando todavía cursaba el sexto curso de educación básica y me encontré por la calle con un libro medio destrozado de la asignatura de Historia Universal del séptimo curso (supongo que algún estudiante desesperado por la dificultad de aprobar la asignatura había decidido acabar con sus problemas destrozando el libro; la basura de uno se convirtió en tesoro del otro). Ojeando sus páginas, me encontré con la lección sobre la Ilustración y el proyecto de la Enciclopédie de d'Alembert. Todo fue leer acerca del proyecto y enamorarme de él. He aquí un grupo de individuos que no sólo se propone aprender de forma sistemática sino que además se disponen a compartir dicho conocimiento con el resto de la Humanidad. Por añadido, los enciclopedistas veían el conocimiento como algo liberador, como poderosa arma contra el mundo de la superstición y la superchería que hasta entonces se había adueñado de la Humanidad. Fue precisamente la Ilustración la que introdujo (o quizás reintrodujo, inspirándose en el mundo clásico y el Renacimiento) el concepto de progreso que tanta importancia tendría durante los siglos venideros y que ha caracterizado a la sociedad moderna hasta nuestros días. Así pues, me propongo con esta Enciclopedia Esquemática retomar aquel proyecto de juventud y resumir en unas cuantas páginas buena parte del saber humano, usando como herramienta fundamental este medio digital que tanta importancia ha cobrado en años recientes. Para ello, he decidido organizar la información como una enciclopedia temática, dividiendo el conocimiento en diferentes campos o disciplinas. Esta división, por supuesto, es bastante artificial, pues a menudo estas distintas esferas han visto entrecruzarse sus caminos llevando a la influencia mutua. El ser humano, después de todo, no es unidimensional. Pero una vez tomada la decisión de proceder con una organización interna basada en las distintas disciplinas del conocimiento, hube de considerar qué orden darle al contenido. Fue entonces cuando me planteé cómo es más probable que el ser humano como tal se hubiera planteado el conocimiento de la realidad circundante desde tiempos primitivos, y llegué a la conclusión de que quizás fuera la religión (en forma de mitología al menos) la que iniciara al ser humano en la emocionante aventura del saber, y de ahí que me decidiera a comenzar mi aventura particular por el mismo camino. A continuación nos planteamos otras áreas del conocimiento y la experiencia humana que probablemente siguieron a la especulación religiosa o teológica propiamente dicha: la filosofía o especulación racional, las artes como representación e interpretación de la realidad, el análisis de lo social y la mejor forma de organizarse en comunidades y, finalmente, el estudio científico. No pretendo insinuar que la ciencia sea la culminación del conocimiento humano, pues lo cierto es que todas estas disciplinas aún continúan su andadura de forma paralela tras tantos siglos de existencia. Una vez más la naturaleza humana es multidimensional y diversa, y cualquier intento de forzarla a aceptar una sola premisa o creencia está condenado al fracaso ya de entrada. El orden en que introduzco los distintos campos del conocimiento humano está más bien indicado, como decía algo más arriba, por el orden en que probablemente el ser humano se tornó hacia ellas en busca de explicaciones sobre el mundo que le rodeaba. Soy consciente de las limitaciones de esta organización interna de la obra, así como de lo controvertido del orden específico que he elegido, pero por algún lado había que empezar. Una advertencia final: junto a la mera exposición de ideas y saberes, también podrá el lector encontrar aquí mis propias reflexiones sobre los temas tratados. En otras palabras, no se trata de una enciclopedia puramente técnica como las que solemos ver estos días, una obra de referencia, sino más bien un proyecto en la vena de aquella Enciclopédie de los ilustrados franceses que por tanto refleja los intereses y pareceres de su autor. |