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{Última actualización: 2 Mayo 2005}
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Introducción
Parece haber un consenso bien generalizado que sitúa el origen de la filosofía durante el siglo VI AC precisamente en la ciudad jónica de Mileto, cuando se inició este tipo de reflexión general sobre el hombre, sus circunstancias y el mundo que le rodea que tan importante lugar ha ocupado en nuestra civilización occidental. Por aquel entonces, Mileto era un asentamiento griego en la costa de lo que hoy es Turquía, una región repleta de islas y bendecida por un maravilloso clima que raramente conoce extremos. La zona había sido colonizada por los griegos bastante antes, hacia el siglo XII AC, casi al tiempo que colapsaba el imperio micénico. Es aquí, precisamente, donde vio la luz esa forma política que hoy en día conocemos como polis o ciudad-estado, una urbe de tamaño humano que favorecía el intercambio de opiniones y la comunicación pero, lo que es aún más importante, quizás por primera vez en la Historia de la Humanidad permitiera cierto grado de comodidad e incluso ocio, requisito indispensable para la reflexión desinteresada. Así pues, fue aquí donde surgió lo que después llamaríamos la Escuela de Mileto, cuyos máximos representantes fueron Tales, Anaximandro y Anaxímenes, padres fundadores de la filosofía. Tales
Tradicionalmente considerado uno de los siete sabios de Grecia, Tales es también para muchos el padre de la ciencia occidental. Parece probable que hubiera vivido en Egipto durante un tiempo, de donde supuestamente habría tomado algunas ideas sobre astronomía y matemáticas que dejarían cierta impronta en su pensamiento. Asimismo, y de acuerdo a las variadas anécdotas que se han conservado sobre su vida, parece que estuvo directamente implicado en la vida política y comercial de Mileto, ejerciendo el papel de lo que quizás hoy en día llamaríamos un consejero. Pero en el campo de la filosofía, la principal aportación de Tales fue su intento de explicar la naturaleza de la realidad sin recurrir a lo sobrenatural, marcando así distancias con cualquier reflexión previa sobre el tema. En otras palabras, podemos considerar a Tales como la primera figura que intenta pensar más allá del marco mitológico, fuera del ámbito religioso, iniciando así quizás la separación entre lo divino y lo humano, entre lo religioso y lo secular, que vendría después a marcar nuestra civilización occidental. Se trata, por supuesto, de explicaciones bastante primitivas, pero no obstante claramente indicativas de la progresiva emancipación de la razón. Así, por ejemplo, la cosmología de Tales coloca al agua como elemento primordial y originario de la realidad tal y como la conocemos. Para él, los seres individuales nacen y desaparecen, pero el agua perdura aunque sea convirtiéndose en elemento sólido o evaporándose. La idea como tal no es tan extraña, sobre todo si tenemos en cuenta la larga tradición que ya existía en el mundo mitológico egipcio y babilónico de concebir la existencia de aguas primordiales antes de que surgiera de ella la tierra firme. Tales estaba interesado prácticamente en todas las esferas del saber, proponiendo teorías que explicaban fenómenos en los campos de la astronomía, las matemáticas, el conocimiento, la geografía, la política o la ingeniería. En este sentido, Tales era un filósofo en el sentido que el término tuvo en la Grecia clásica, es decir, alguien que reflexionaba sobre los fenómenos de la naturaleza, casi un sabio, en lugar de un individuo únicamente entregado a elucubraciones metafísicas como solemos entender el término en nuestros días. Así, preguntándose sobre la causa de los terremotos, avanzó la teoría de que la tierra flotaba sobre agua lo que explicaba su inestabilidad y el movimiento de tierra. Aunque dicha teoría pueda parecernos bastante primitiva desde nuestra perspectiva contemporánea, lo cierto es que suponía un enorme avance comparada con la creencia homérica de que los terremotos eran debidos simplemente al enfado del dios Poseidón. Supone, en definitiva, el uso de la razón para explicar los fenómenos naturales, en lugar de recurrir al mito, y, por consiguiente, nos introduce en un nuevo grado de conciencia en el cual el ser humano adquiere la capacidad de interpretar el mundo que le rodea y actuar en consecuencia. He aquí, precisamente, uno de los primeros rasgos distintivos de la civilización occidental, para bien y para mal. Anaximandro
Aunque algo más joven, Anaximandro fue contemporáneo de Tales, viniendo a
morir hacia el año 546, fecha en la que los persas, liderados por
Ciro II el Grande
conquistaron Jonia, causando el exilio de numerosos filósofos que
extenderían la nueva disciplina por el Mediterráneo oriental.
Asimismo, aunque también se implicón en los acontecimientos
políticos de Mileto, igual que hiciera Tales, jamás alcanzó
la fama de aquel en este campo. Pasó a la historia, sin embargo, como
el primer autor de un mapa del mundo hasta entonces conocido, para el
cual se basó en las descripciones de viajantes y marineros. Sus
intereses, como era de esperar en la época, abarcaban un amplio
abanico de disciplinas: cosmología, cosmogonía, astronomía, meteorología, estudios sobre el origen de los
animales...
Anaximandro también favorecía la idea de una materia primigenia de la cual se derivaría toda la existencia pero, al contrario que Tales, prefirió no centrarse en ningunos de los componentes habitualmente considerados como fundamentales (esto es, fuego, aire, tierra y agua), sino que prefirió ver la última causa de lo existente en algo indeterminado que denominó apeiron, cuyo concepto no queda nada claro pero casi podríamos definir como algo sin forma exacta, sin principio ni final, quizás infinito. Según su opinión, si el agua (como establecía Tales) o cualquier otro componente fuera de verdad la materia primordial de todo lo existente lo más lógico sería pensar que fuera tan preeminente que ninguna otra materia hubiera podido nacer. Así pues, la opción por algo tan ambiguo e indeterminado como el apeiron se presenta ciertamente atractiva. Pero Anaximandro fue un poco más allá que Tales, y no se limitó a hablar de la materia primigenia sobre la cual se construye la realidad circundante, sino que también avanzó algunas ideas sobre cómo podría haberse dado el proceso mismo de la creación: de igual forma que un remolino de agua o aire expulsa hacia los límites las materias más ligeras y concentra las más pesadas en el centro, un vórtex similar en el seno mismo del apeiron causó el movimiento de lo más pesado (la Tierra misma) hacia el centro y la expulsión de los elementos más ligeros (aire, fuego, etc.) hacia la periferia. Se trata, pues, de una concepción geocentrista del universo que, nuevamente, puede parecernos enormemente primitiva pero al maneos aventura una explicación racional en lugar de limitarse a exigir el asentimiento a un dogma. Anaxímenes
Pitágoras
Heráclito
Parménides
Zenón
Protágoras
Empédocles
Anaxágoras
Leucipo
Demócrito
Bibliografía
Libros:
Reflexiones
En estos tiempos de zozobra y desorientación generalizada, no faltan quienes pretenden retornar a tiempos pasados supuestamente mejores mediante la reafirmación de los valores religiosos cristianos como supuesta columna vertebral de nuestra civilización occidental. Sin embargo, echamos en falta en estas interesadas interpretaciones un elemento esencial que también ha caracterizado a Occidente desde sus primeros días: el esfuerzo por explicar el universo recurriendo a la razón y no al mito. Cabe argumentar que tan central es el corpus judeocristiano como la tradición filosófica clásica para entender nuestra propia identidad como civilización, y cualquier intento de subrayar solamente las raíces evangélicas (como suele suceder en los EEUU) no puede conducir sino a un callejón sin salida. Occidente es la Biblia, Cristo y la Iglesia, pero también es el uso de la razón como herramienta fundamental para explicar la realidad, mucho más allá del mundo de lo sobrenatural que había ocupado la posición central hasta la llegada de Tales de Mileto, y probablemente no podremos entenderlo sin el uno o la otra. |