{Última actualización: 6 Julio 2005}

Introducción

Pocos filósofos hay hoy tan controvertidos como Jacques Derrida. Vilipendiado sin fin por la derecha temerosa de su concepto de deconstrucción (¿cuánto tiempo hacía que no conocíamos el temor a un mero concepto filosófico?), y considerado un incordio por una izquierda que no acierta a ver cómo sus herramientas pueden ser empleadas para la lucha política diaria, Derrida puede considerarse casi el paradigma contemporáneo del filósofo inquieto, molesto, escrutador, difícil de encasillar en nuestras cómodas y predefinidas categorías. No obstante, cabe considerarle como el pensador más influyente de los últimos cuarenta o cincuenta años. Uno puede estar en desacuerdo con sus planteamientos o entender que su obra contiene elementos útiles para interpretar nuestra sociedad, considerarle una mera farsa parisina envuelta en un lenguaje oscuro e intraducible o un genio del pensamiento occidental, pero lo que está claro es que Derrida no deja a nadie indiferente. Cuando eso sucede, cuando la mera mención de un filósofo lleva a unos al paroxismo adulador y a otros a echar mano de la pistola, sabemos que nos encontramos ante alguien que ha dicho algo importante. Pues bien, ése es el caso de Derrida.

Bibliografía

Libros:

Red:

Reflexiones

Derrida y la cuestión del amor [Wed Jul 6 19:23:57 CDT 2005]
Recientemente, mientras veía el documental Derrida (2002), tuve ocasión de oír las interesantes reflexiones del filósofo acerca del concepto del amor. En esencia, y sin expandirse mucho sobre la idea que esbozaba (contestaba a la pregunta más como consecuencia de la tremenda presión ejercida por la entrevistadora que por necesidad), Derrida aclaró que la cuestión del amor puede reducirse a la pregunta sobre cuál es su objetivo final: ¿se trata de amar a alguien o a algo? En otras palabras, cuando decimos que amamos a alguien, ¿queremos decir que amamos a la persona como tal, o más bien que amamos ciertas características personales del otro? Si lo primero, nos planteamos la compleja y siempre inacabada cuestión del ser; si lo segundo, ¿qué sucede una vez esa persona adquiera otras características? ¿Qué sucederá cuando descubramos que, de hecho, la persona amada no tiene las características que pensábamos que tenía, si éste llega a ser el caso? No se trata de que la respuesta de Derrida sea particularmente acertada (de hecho, no da respuesta alguna), sino más bien que, como suele suceder en el caso del resto de su pensamiento, nos ofrece un enfoque distinto, original, sobre un tema ya tratado por multitud de otros filósofos. En este sentido, Derrida no es tanto un proveedor de respuestas como un auténtico interrogador de nuestro tiempo.