Euskadi: sin la paz nada es posible
Txiki Benegas & Pedro Altares
Argos Vergara, Barcelona (España), febrero 1984 (1984)
223 páginas, incluyendo índices y anexos

Este volumen pertenece a la Colección Primera Plana que la editorial Argos Vergara sacara a la luz allá a principios de los años ochenta. Yo los solía comprar cuando mis padres me llevaban de visita a la tienda de El Corte Inglés de la Plaza del Duque en Sevilla casi todos los sábados por la tarde. Aquellas visitas se convirtieron prácticamente en una tradición familiar. Más que ir de compras, sencillamente íbamos a disfrutar del aire acondicionado del citado centro comercial —como tantos y tantos otros sevillanos por aquellas fechas—, darnos un garbeo por sus plantas y, de paso, merendar algún que otro delicioso "palito de nata" en la cafetería. Eso sí, yo aprovechaba para echarle un vistazo a los libros de ocasión y comprarme casi todo lo que tuvieran sobre temas de política y filosofía. Y así es cómo acabé con varios volúmenes de esta colección en mi biblioteca personal. No se trata de nada del otro mundo, la verdad sea dicha, pero en aquella época de mi despertar a la política me parecían interesantísimos —junto a los de la Colección Época de Plaza y Janés.

Euskadi: sin la paz nada es posible recopila las conversaciones que tuvieron lugar entre el periodista Pedro Altares y Txiki Benegas, quien en su momento liderara el Partido Socialista de Euskadi y, si la memoria no me falla, fuera también Secretario de Organización del PSOE. Tal y como puede deducirse por el título, las conversaciones giran todas en torno al terrorismo de ETA, sin que ni siquiera se entre a hablar de cualquiera de los otros temas que, en buena lógica, debieran preocupar igualmente a los vascos por aquella época: el paro, la educación, la sanidad, la cultura... Nada de esto puede encontrarse aquí. El diálogo entre Altares y Benegas comienza, se desarrolla y termina en el mismo lugar: ETA. No puede negarse la importancia que el terrorismo etarra pueda tener para quienes se ven obligados a convivir a diario con el dogmatismo criminal de la izquierda abertzale, pero tampoco podemos evitar cierto sentimiento de hastío al apreciar que es casi imposible leer ningún libro ni artículo periodístico sobre el País Vasco que no se centre en el tema. En este sentido, lo que me preocupa es que se nos esté vendiendo una imagen unidimensional de aquellas tierras y su gente, con todo lo que ello implica de simplificación de una realidad que ha de ser, por fuerza, diversa y variopinta, como en cualquier otro sitio. Espero que no se malinterprete esto como una propensión a transigir con la violencia política, claramente inaceptable y de corte totalizante, que practican los sectores de Herri Batasuna, pero me molesta cuando los medios de comunicación recurren al simple esbozo de toda una tierra en cuatro trazos de brocha gorda. La realidad es siempre mucho más rica y compleja de lo que se nos hace ver desde los consejos de redacción.

En cualquier caso, Altares y Benegas hacen un repaso a la vida de éste último, comenzando por su infancia en Caracas, pasando por los años de oposición al franquismo y la transición a la democracia hasta llegar a 1984, año de publicación del libro. Y por encima de todas las preguntas y respuestas, por encima de todas las reflexiones y comentarios, siempre sobrevuela el sangriento espectro de la violencia etarra, lo que no hace sino subrayar la excepcionalidad política de Euskadi cuando se le compara con el resto de España, incluida Cataluña. Lo que convierte al País Vasco en diferente no es, en realidad, su identidad cultural o lingüística, sino fundamentalmente la presencia amenazadora del terrorismo de ETA. Ésta es, mucho me temo, la razón fundamental de que los sectores que simpatizan con ellos se nieguen a abandonar la violencia: una vez desaparezca ésta, buena parte de la singularidad vasca se diluirá también como un azucarillo. Ellos prefieren verlo como la "función movilizadora" de la "lucha armada" para consolidar la "conciencia nacional". Yo, por el contrario, lo veo como la imposición de un dogma político que solamente difunde la conciencia de estar sometido a la arbitrariedad criminal de un grupo de iluminados. En otras palabras, la "excepcionalidad" vasca no sería, en este sentido, nada distinto de la "excepcionalidad" siciliana como consecuencia de la presencia asfixiante de la Mafia en su vida cotidiana.

Así pues, ¿merece la pena el libro? ¿Aprendemos algo de él? ¿Comparte Benegas algo que llame la atención por su agudeza? Me temo que no. Estas entrevistas nos dejan entrever un político coherente y honesto, con unas ideas bastante sólidas en lo que respecta al terrorismo etarra y cómo debería insertarse el País Vasco en España, pero que para nada puede catalogarse de brillante o carismático. Las ideas de Txiki Benegas suenan bastante sensatas pero, precisamente por ello, no llaman la atención. Por ejemplo, con respecto a la reacción del régimen franquista a los primeros atentados de ETA declarando el estado de excepción y recurriendo a la represión indiscriminada de toda la oposición democrática, explica:

Es algo insoportable. Insoportable porque no se puede combatir una situación de violencia haciendo pagar a toda la población los primeros atentados de ETA; ese es para mí el resumen de los estados de excepción en el País Vasco. (...) Si lo que se pretendía era tratar de contrarrestar la acción de ETA se estaba cometiendo un gran error, se estaba involucrando a toda la población en la represión.

(pp. 34-35)

Aunque parezca mentira, el mismo Manuel Fraga de mediados los años ochenta todavía estaba convencido de que la mejor solución el problema del terrorismo consistía en sacar los tanques a la calle, como declaró en más de una ocasión. Sin embargo, ya para aquella época (e incluso antes) la mayoría de los líderes políticos a derecha e izquierda (al menos los de la dercha más sensata y civilizada) habían asumido que la represión franquista indiscriminada contra la oposición democrática vasca en bloque fue un tremendo error que no hizo sino extender su influencia social. Y digo esto como mero análisis de la situación, que no como justificación moral de los crímenes etarras. Por consiguiente, aunque la derecha más cavernícola pudiera sin duda pensar que Benegas le hacía el juego a los etarras, la verdad es que sus palabras no debieran sorprender a nadie con dos dedos de frente.

Sus observaciones más interesantes, si acaso, se refieren a los intentos de negociación con la banda terrorista:

Se intentó. Más que creer, más que estar convencidos que el diálogo podía ser la salida, creimos que era necesario agotar esa página. Se trataba de ver si una organización terrorista nacida en el régimen anterior y que, por su propia dinámica, no había dejado de actuar con la llegada de la democracia, ofrecía la posibilidad, mediante la vía dialogada, de poner fin a aquello. No solamente lo decíamos nosotros, en aquel momento lo decía prácticamente todo el mundo. Hay declaraciones de Tarradellas, de Laizaola, de Areilza, del que fue Jefe Superior de Policía en Bilbao... Mucha gente pensaba que había ver si mediante el diálogo o la negociación se podía acabar con el terrorismo. Todavía no se había aprobado la Constitución, hablo del verano del 78, de un periodo comprendido entre abril y agosto del 78. Todavía, quizás, se podía discutir políticamente una salida al problema de la violencia sin vulnerar el sistema constitucional, el ordenamiento democrático.

(p. 105)

Se trata de un vano intento que se ha repetido en varias ocasiones desde entonces, bajo gobiernos de izquierda y de derecha, con Suárez, Felipe González, Aznar y Zapatero. Y todos y cada uno de esos intentos partieron de la misma base: a pesar de lo improbable de poder poner fin al terrorismo vasco mediante una salida negociada, merecía la pena intentarlo. Sentarse a dialogar con un asesino (aunque sea un asesino por motivos políticos) repugna a cualquiera, pero cuando uno lo hace es bien consciente de que salvar las vidas de futuras víctimas es un argumento de mucho más peso que la repugnancia moral que uno pueda sentir por sentarse a hablar con ellos. Eso no debiera ser tan difícil de entender, la verdad.


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