Bélver Yin
Jesús Ferrero
Plaza y Janés, Barcelona (España), segunda edición, julio 1988 (1986)
207 páginas.

Hace ya mucho tiempo que compré esta novela y la leí por primera vez. Si no recuerdo mal, fue allá a finales de los años ochenta en la Cuesta de Moyano de Madrid. En aquella época, mis años de estudiante universitario, me acercaba a la Cuesta de Moyano con bastante asiduidad y, aunque mi preferencia personal era (y, por lo general, sigue siendo) el ensayo, algunos de los años que pasé en Madrid me acerqué a la novela y la poesía con bastante entusiasmo. Eran los años, por lo demás, en los que se hablaba mucho de la nueva narrativa española. Ya se sabe lo que sucede con esto de las etiquetas. Lo que ayer podía considerarse nuevo (al menos relativamente) hoy ya no lo es tanto. Se trata, a fin de cuentas, de etiquetas más útiles para el marketing y el consumo que para otra cosa. Junto a Jesús Ferrero solía meterse en el mismo cajón de sastre a gente como Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Javier Marías, Juan José Millás o Lourdes Ortiz, entre muchos otros.

Pero, ¿había realmente algún elemento unificador entre la gente de la nueva narrativa española? La verdad es que se hace difícil reconocer alguno. Si acaso, los elementos comunes eran más de carácter sociológico (o, quizá, de mentalidad o actitud) que otra cosa. Por ejemplo, quedaba claro que se movían en un ambiente que bien poco tenía ya que ver con el de la Dictadura. De hecho, hasta la Transición había quedado ya atrás con la victoria electoral de Felipe González en 1982. Si acaso, éstos eran los hijos de la Movida madrileña. No sólo eran libres para expresarse sin temor alguno a la censura o a la represión, sino que además se sentían conectados con lo que sucedía más allá de los Pirineos, concibiendo que una España integrada en Europa era de lo más normal del mundo. Así se explica uno cosas como la abierta sensualidad de muchos pasajes de este Béver Yin, de Jesús Ferrero:

Llevaba los cabellos sueltos y adornados con mechas rojas, y sus cejas señalaban todo lo que había de vivo y refinado en su mirada. En torno al cuello serpeaba un collar, de oscura y variable trama, del que pendía un exagrama negro siempre a punto de deslizarse entre sus menudos senos. La túnica, holgada en los hombros y en los brazos, se iba ajustando según descendía por su cuerpo hasta definir sus caderas con la misma precisión que la piel, aunque con más cautela.

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, pp. 19-20)

Lo mismo se aplica, por supuesto, al toque de exotismo oriental que se extiende por todo el libro:

La imaginaba diciendo obscenidades con voz húmeda o levantándose suavemente la falda negra. Nitya le daba sed, y é quería tener sed todavía, pero necesitaba algo que se la provocara, un narcótico fuerte muy difícil de encontrar y que sólo en aquella niña había entrevisto: el bien y el mal fundidos, la inocencia y la corrupción estaba en Nitya Yang, sólo en ella. Aire pútrido y aire fresco para los pulmones ajados, deshechos, de Samuel.

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, p. 39)

Sencillamente, nada de esto era posible en la España de antes de la democracia, cuando aún imperaban las actitudes castizas, el Spain is different y el patriotismo cerrado. En tan sólo unos cuantos años habíamos pasado de la sal gorda del cine del destape a la integración en Europa gracias al acelerado proceso de modernización económica, política, social y cultural que tuvo lugar durante la década de los ochenta.

Bélver Yin narra la historia de dos hermanos que viven un amor platónico pero casi incestual aunque la vida les separe cruelmente en algunas ocasiones. Las circunstancias de la época que les ha tocado vivir (la China de principios del siglo XX, todavía influida por las guerras del opio) no hace sino colocar obstáculos en su camino, pero ellos siguen una existencia centrada en la sensualidad y el amor mutuo. En un ambiente tan fluido y violento, entran a formar parte de una secta nacionalista, la secta del Nenúfar:

Lim Yao, uno de los antiguos letrados fundadores de la secta, explicaba que el Nenúfar era comparable al alfabeto chino. Cada sectario representaba un ideograma viviente. Entre todos formaban el gran alfabeto del Nenúfar: todos juntos eran la Verdad; mas, tomados por separado, eran una letra sin sentido, un garabato en el agua. Por eso debía de haber, en cada ciudad, una o dos personas capaces de sostener, en sí mismos, una parte de ese alfabeto. Esas personas debían poseer los dones contrarios de la transparencia y la opacidad. Saber conservar los secretos y saber adivinarlos, saber penetrar en los otros siendo ellos mismos impenetrables.

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, p. 59)

Aunque, como suele suceder con este tipo de organizaciones, la secta se entrega a numerosos negocios de dudoda legalidad, todo se hace en nombre de un nacionalismo casi racista y excluyente:

En las crónicas de la secta se afirma que "la guerra del Nenúfar contra los extraños es eterna, y que en ella no cuentan los lazos humanos, ni las ganancias ni las pérdidas: cuenta China, su alfabeto y sus emblemas, sus dragones y sus dioses".

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, p. 75)

Pero es precisamente este exotismo orientalista (algo que, por cierto, gusta mucho a Ferrero) el que en ocasiones se convierte en punto débil de la obra. No son pocas las veces que se leen ciertos comentarios o acciones que en realidad no pasan de ser meros estereotipos sobre la supuesta actitud oriental. Por ejemplo, la siempre recurrente personalidad traidora de los asiáticos:

— Pero ahora necesitas dar el segundo paso y ejercitarte en esa guerra fría que para ser efectiva ha de disimularse tras una malla de acogedora cortesía. ¿Me entiendes, hijo?

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, p. 80)

Otro claro ejemplo sería la ambivalencia de la actitud oriental, el mito de la enigmática personalidad que oculta mucho más de lo que deja entrever:

Ya de viaje hacia Nankín, donde esperaba hacerse cargo de Góel, Bélver Yin estuvo pensando en sí mismo mientras sentía que el barco se alejaba del muelle. ¿Cómo poner orden en ese caos perpetuo en el que le sumía su hermana una y otra vez? ¿De quién era el mensajero y en qué consistía su locura? ¿Era so locura Nitya, o era la creencia en ese adagio en el que Durga aconsejaba hermanarse al agua? "El agua —le había dicho antaño su madre— corre involuntaria y a todo molde se doblega, al contrario de la piedra cuya rigidez la condena a agrietarse en sus mismas entrañas". No le importaba ser agua y deslizarse por la vida con el mismo fervor indiferente, pero a veces le molestaba esa actitud evasiva tan parecida, paradójicamente, a la obediencia.

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, pp. 153-154)

Quizá relacionado con este orientalismo simplista,la novela incluye asimismo un buen número de pasajes con una fuerte carga poética, imágenes que sin duda contribuyen a aumentar su carga de exotismo:

La noche se había adensado en torno a él, envolviéndole como las fibras de una voluminosa placenta. (...)

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, p. 107)

Y, pese a ello, Ferrero cae también en ocasiones en algunos errores que sólo pudieran catalogarse como de principiante, propios de alguien que presta más bien poca atención al lenguaje:

— Habla más despacio, puede oírnos.

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, p. 126)

Y, por supuesto, como era de esperar en una novela inspirada en el mundo oriental, tampoco pueden faltar las lecciones de sabiduría más o menos profunda:

El secreto es necesario cuando revelarlo daña al otro, cuando revelarlo en lugar de acercarnos nos aleja. Yo, señor, guardo mis secretos, y es seguro que usted también, todos lo hacen para soportar la vida, pues la vida sin secretos no es vivible, y por eso la existencia transparente de las bestias no nos resulta casi nunca deseable. Un acólito de la secta del Nenúfar blanco afirmaba que todo hombre es, en sí mismo, una completa sociedad secreta: toda una tribu de bestezuelas se reparten las alcobas de su alma, y hay partes de ella que ignoran lo que piensan las otras, siendo a su vez estas últimas ignorantes de todo cuanto pasa en las primeras. Por eso, cuando el azar nos coloca ante una encrucijada, hemos de ver bien lo que se estaba operando en ella y qué parte del alma estaba, en ese instante, trucando los naipes para ganar la partida que había establecido previamente con las otras partes.

(Jesús Ferrero: Bélver Yin, pp. 182-183)

En definitiva, que Bélver Yin combina una temática y un estilo abiertos al mundo, tolerantes y sin complejos, como parecía corresponder a una España que se sumaba al carro de la modernidad, junto a un buen número de estereotipos y lugares comunes propios, precisamente, de quienes apenas comenzaban entonces a ver el mundo. Se trata de una lectura fácil y entretenida. Una novela escrita más o menos bien en líneas generales. Pero, se mire como se mire, tampoco se trata de nada del otro mundo.


Entertainment Factor: 7/10
Artistic Factor: 6/10