El origen de la familia, la propiedad privada
y el Estado
Friedrich Engels
Diario Público, Madrid, España, 2010 (1884)
255 páginas.

Aunque sí que he leído directamente varias obras de Marx, lo cierto es que nunca me había atrevido con ningún libro de Engels. He de reconocer que, en buena parte, Engels no me atraía debido al prejuicio de que se trataba de un autor menor, mero divulgador de la obra de su gran amigo y, si acaso, culpable principal de la vulgata marxista que pronto se extendería entre las fuerzas de la izquierda. Y, sin embargo, ahora, después de leer este Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, he de reconocer que me he tenido que replantear la idea que tenía de él. La lectura es relativamente amena y entretenida, y Engels hace una buena cantidad de apreciaciones y reflexiones que merece la pena anotar mentalmente y considerar.

Comienza Engels explicando en el prefacio que la presente obra pueden considerarse, en cierto modo, un testamento de su buen amigo, Karl Marx, puesto que él no está haciendo sino poner punto final al trabajo de investigación que aquél comenzara:

Las siguientes páginas vienen a ser, en cierto sentido, la ejecución de un testamento. Karl Marx se disponía a exponer personalmente los resultados de las investigaciones de Morgan en relación con las conclusiones de su (hasta cierto punto, puedo decir nuestro) análisis materialista de la historia para esclarecer así, y sólo así, todo su alcance. En América, Morgan descubrió de nuevo, y a su modo, la teoría materialista de la historia, descubierta por Marx cuarenta años antes, y, guiándose por ella, llegó, al contraponer la barbarie y la civilización, a los mismos resultados esenciales que Marx.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 9)

Pero, ¿en qué consiste esta "interpretación materialista de la historia"? El mismo Engels nos lo explica en la página siguiente:

Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata. Pero esta producción y reproducción son de dos clases. De una parte, la producción de medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie. El orden social en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra. Cuanto menos desarrollado está el trabajo, más restringida es la cantidad de sus productos y, por consiguiente, la riqueza de la sociedad, con tanta mayor fuerza se manifiesta la influencia dominante de los lazos de parentesco sobre el régimen social.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 10)

Nos encontramos, pues, con dos afirmaciones interesantes sobre la interpretación materialista. Tenemos, en pimer lugar, una sucinta descripción del materialismo histórico en su primera frase: a fin de cuentas, el "factor decisivo" (nótese que Engels no lo llama "determinante", ni tampoco "único", que será como dicha idea llegará a incorporarse a la vulgata marxista posteriormente, sino que lo definie como "decisivo") es "la producción y la reproducción de la vida inmediata" (esto es, las relaciones económicas). Pero es que, en segundo lugar, tenemos también en la última frase del mismo párrafo una magnífica y acertadísima predicción de lo que posteriormente sucedería a la institución familiar dentro del capitalismo. En este sentido, Engels delimita claramente la frontera entre la interpretación materialista de la familia y la interpretación idealista defendida, entre otros, por la Iglesia católica. Mientras que la Iglesia achaca a la pérdida de la fe y la progresiva secularización la crisis de la institución familiar, pero sin acercarse jamás a explicar por qué pueda estar dándose dicha tendencia, la interpretación materialista acierta a explicar ambos procesos sin mayor problema: se deben a la evolución de la esfera de "la producción y reproducción de la vida inmediata". Sencillamente, conforme la riqueza de la sociedad ha ido aumentando, hemos asistido también a un progresivo debilitamiento de los lazos familiares, algo que no se observa en aquellas sociedad donde la riqueza ha crecido en menor proporción. Ha sido el mundo de la producción, con su imparable incremento de la riqueza media, el que ha sentado las bases para, en primer lugar, permitir un mayor grado de autonomía de la mujer y, segundo, romper los lazos de dependencia del individuo con respecto a su unidad familiar. La familia entendida como red de protección social no desempeña un papel tan vital cuando la sociedad ha alcanzado un determinado nivel de riqueza que prácticamente garantiza un ingreso mínimo. He ahí la auténtica explicación del incremento de la tasa de divorcios y familias monoparentales en los países avanzados, más que las razones puramente idealistas que aducen los comentaristas conservadores y los popes religiosos.

Todo esto, obviamente, requirió en su momento una ruptura con el pensamiento tradicional:

Hasta 1860 ni siquiera se podía pensar en una historia de la familia. Las ciencias históricas hallánbase aún, en este dominio, bajo la influencia de los cinco libros de Moisés. La forma patriarcal de la familia, pintada en esos cinco libros con mayor detalle que en ninguna otra parte, no sólo era admitida sin reservas como la más antigua, sino que se la identificaba —descontando la poligamia— con la familia burguesa de nuestros días, de modo que parecía como si la familia no hubiera tenido ningún desarrollo histórico; a lo sumo se admitía que en los tiempos primitivos podía haber habido un período de promiscuidad sexual.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 14)

¿A qué se debió dicha ruptura epistemológica? Una vez más, no fue fruto de la mera casualidad. Tampoco puede señalarse que se debiera al repentino avance intelectual de la Humanidad. En Historia, los hechos de este calibre raramente se dan de forma aleatoria, sino que se producen en un contexto social y económico determinado, que es lo que los explica. La realidad es que entre los siglos XVII y XIX, el saber humano avanzó sobremanera gracias a la adopción del método científico, el cual a su vez no puede entenderse sin el contexto en que nació, esto es, el del nacimiento de una nueva sociedad burguesa centrada en el mundo del trabajo y el capital, y no en el de la propiedad de la tierra y las relaciones feudales. Esta nueva sociedad, para sortear las trabas a su propio e imparable desarrollo material, necesitaba poner fin a la verdad revelada, el opresivo dominio de la tradición y una estratificación social excesivamente rígida. No es casualidad, por tanto, que en un momento determinado se comenzara a analizar la institución familiar no como una creación divina que hunde sus raíces en la noche que precedió al nacimiento de la civilización, sino como un producto más de la creatividad humana, abierta por tanto a análsis, debate y reforma. Hablando en plata, el capitalismo, para desarrollarse sin cortapisas, necesitaba desbloquear la institución familiar de tal manera que sus componentes pasaran a convertirse en individuos capaces de suscribir contratos libremente (esto es, a motu proprio, sin que les venga impuesto por la tradición). Sin ello, no hay sociedad liberal burguesa que valga.

Partiendo de esta base y del trabajo de Lewis Morgan, La sociedad antigua, Engels pasa a analizar el origen de la familia como institución social. Mediante el estudio de las tribus de los nativos americanos, Morgan especula sobre el concepto de gens y, de ahí, salta a estudiar el paso del matriarcado al patriarcado. Al basar sus estudios en la observación empírica de las tribus amerindias, en lugar de extraer sus conclusiones de cualquier libro sagrado o los prejuicios heredados de la tradición, Engels ve en la aproximación de Morgan a la antropología una clara (y necesaria) aplicación del método científico a las ciencias sociales:

La gens de los indios americanos le sirvió, además, para dar un segundo y decisivo paso en la esfera de sus investigaciones. En esa gens, organizada según el derecho materno, descubrió la forma primitiva de donde salió la gens ulterior, basada en el derecho paterno, la gens tal como la encontramos en los pueblos civilizados de la antigüedad. La gens griega y romana, que había sido hasta entonces un enigma para todos los historiadores, quedó explicada partiendo de la gens india, y con ello se dio una base nueva para el estudio de toda la historia primitiva.

El descubrimiento de la primitiva gens de derecho materno, como etapa anterior a la gens de derecho paterno de los pueblos civilizados, tiene para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología, y que la teoría de la plusvalía, enunciada por Marx, para la economía política.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, pp. 26-27)

Engels procede a hacer un breve resumen de las distintas etapas que distingue Morgan en el tránsito de la barbarie a la civilización:

Por el momento, podemos generalizar la clasificación de Morgan como sigue: Salvajismo: período en que predomina la apropiación de productos que la naturaleza da ya hechos; las producciones artificiales del hombre están destinadas, sobre todo, a facilitar esa apropiación. Barbarie: período en que aparecen la ganadería y la agricultura y se aprende a incrementar la producción de la naturaleza por medio del género humano. Civilización: período en el que el hombre sigue aprendiendo a elaborar los productos naturales, período de la industria, propiamente dicha, y del arte.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 41)

Una vez sentadas las bases generales que nos introducen al estudio de Lewis Morgan, Engels entra a analizar cómo se produjo, según el antropólogo estadounidense, el origen de la institución familiar como tal. Al contrario de lo que a menudo se asume, comienza subrayando que:

Como vemos, la sociedades animales tienen cierto valor para sacar conclusiones respecto a las sociedades humanas, pero sólo en un sentido negativo. Por todo lo que sabemos, el vertebrado superior no conoce sino dos formas de familia: la poligamia y la monogamia. En ambos casos sólo se admite un macho, un marido.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 51)

Ignoro si esta afirmación sigue siendo relevante hoy día, pero no me sorprendería lo más mínimo que así fuera. Aunque evidentemente pervive un sustrato animal en la psique humana, no por ello es menos claro que, como especie, hemos sido capaces de lanzarnos en un salto al vacío que nos ha permitido construir algo inédito en el resto del mundo animal: la realidad cultural y, basada en ella, la civilización. Vivimos en una época de claro resurgir de las concepciones naturalistas que reivindican la raíz animal del ser humano, debido sobre todo a la popularidad del ecologismo. Sin embargo, ello no debiera conducirnos a engaño. Por supuesto, existe una innegable base animal o natural en el ser humano y nuestra conexión con el medio ambiente es de una importancia fundamental, algo que no debemos perder de vista cuando nos planteamos cómo organizarnos como sociedad. No obstante, cabe el peligro de que caigamos en un exceso no menos peligroso que la mentalidad productivista tan criticada por el movimiento ecologista. El ser humano es, sin duda, algo más que un animal. Tenemos unas necesidades que van más allá de lo meramente animal y que solamente pueden satisfacerse en un entorno social y cultural. Si acaso, el estudio del comportamiento social de los animales sí que puede servir en este contexto (es decir, el contexto de la familia) para probar irrefutablemente que ciertos comportamientos considerados aborrecibles y anti-naturales por el conservadurismo más acérrimo (por ejemplo, la homosexualidad o la bisexualidad) se dan de hecho en el medio natural.

Una vez más, la concepción materialista de la historia no le hace ascos a una aproximación científica a los hechos que pudiera parecer completamente aborrecible a quienes apuestan por una metodología tradicional. Así, por ejemplo:

Antes de descubrir el incesto (porque es un descubrimiento, y hasta de los más preciosos), el comercio sexual entre padres e hijos no podía ser más repugnante que entre otras personas de generaciones diferentes, cosa que ocurre en nuestros días, hasta en los países más mojigatos, sin producir gran horror.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 53)

O, lo que es lo mismo, Engels no le hace ascos al relativismo cultural que vamos descubriendo conforme exploramos otras culturas. Frente a la posición conservadora tradicional, que suele despreciar al otro como primitivo, subdesarrollado o, en el peor de los casos, un infiel del que se puede prescindir y a quien solamente corresponder evangelizar, Engels (y, por ende, también Morgan) adoptan un punto de vista bien distinto. Para ellos, corresponde, en primer lugar, aprender de estos pueblos recién descubiertos, pues precisamente de ellos podemos extraer conclusiones sobre nuestro propio pasado. Pero es que, además, como acertadamente señala Engels en el párrafo arriba citado, nuestra inserción en el seno de una determinada cultura nos ciega a determinados comportamientos que son, en principio, tan arbitrarios y debatibles como los que despreciamos en culturas lejanas y exóticas. Esa es una de las lecciones de la antropología que todavía no hemos acertado a digerir del todo en Occidente. Y, que conste, esto no tiene por qué conducir a un relativismo absoluto, ni tampoco a la desorientación del observador que se queda sin referencias. Las distintas culturas han desarrollado ciertas ideas e instituciones para adaptarse a sus respectivos contextos. Ello no quiere decir que, conforme dichos contextos cambien, no sea necesario quizá modificar las concepciones e instituciones que las sustentan o que, por tanto, no puedan darse problemas de ajuste a la realidad circundante. De hecho, eso sucede constantemente. Ahora bien, lo que sí significa es que nuestra civilización no es para nada una excepción en este sentido. En otras palabras, nuestras instituciones y conceptos son también consecuencia directa del contexto material en que nos movemos y, por consiguiente, están tan sujetas a cambio como cualesquiera otras. No nos encontramos en posesión de la verdad absoluta. No somos la unidad de medida universal.

Ahora bien, ¿cómo se pasa de la familia a la gens?

En cuanto queda prohibido el comercio sexual entre todos los hermanos y hermanas —incluso los colaterales más lejanos— por línea materna, el grupo antedicho [la familia punalúa] se transforma en una gens, es decir, se constituye como un círculo cerrado de parientes consanguíneos por línea femenina, que no pueden casarse unos con otros; círculo que desde ese momento se consolida cada vez más por medio de instituciones comunes, de orden social y religioso, que lo distinguen de las otras gens de la misma tribu.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 62)

Y, poco después, se pasará a una reducción del círculo dentro del cual es posible encontrar pareja:

Por tanto, la evolución de la familia en los tiempos prehistóricos consiste en una constante reducción del círculo en cuyo seno prevalece la comunidad conyugal entre los dos sexos, círculo que en su origen abarcaba la tribu entera. La exclusión progresiva, primero de los parientes cercanos, después de los lejanos y, finalmente, de las personas meramente vinculadas por alianza, hace imposible en la práctica todo matrimonio por grupos; en último término no queda sino la pareja, unida por vínculos frágiles aún, esa molécula con cuya disociación concluye el matrimonio en general. Esto prueba cuán poco tiene que ver el origen de la monogamia con el amor sexual individual, en la actual concepción de la palabra.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, pp. 68-69)

Hay que ser conscientes, sin duda, de que algunos de los conceptos que manejaron tanto Morgan como Engels se han demostrado después erróneos. Así sucede, por ejemplo, con el concepto de familia punalúa, supuestamente derivado de las prácticas llevadas a cabo en los sistemas hawaianos de parentesco, según la cual un grupo de varios varones hermanos se desposaban con varias mujeres hermanas en lo que, a fin de cuentas, no era sino un matrimonio en grupo. No obstante, debemos apreciar cómo dichos conceptos en realidad no afectan a lo sustancial del análisis de Engels: en primer lugar, que las distintas prácticas en el campo de las relaciones familiares prueban su carácter meramente cultural y relativo; y, segundo, que dichas prácticas institucionalizadas guardan una estrecha relación con el sustrato material en que se producen (esto es, están íntimamente relacionadas con la organización económica de la producción). Por lo demás, como es lógico, sí que nos encontramos con un progresivo refinamiento de las distintas teorías e hipótesis que se han ido estudiando conforme la antropología se ha ido asentando como disciplina científica.

Pero lo que más llama la atención desde nuestra perspectiva contemporánes es la sagacidad con que Engels se empleó en numerosos pasajes del libro a la hora de enjuiciar el papel que desempeñan las mujeres en la sociedad capitalista. Hay que tener en cuenta que escribió estas líneas a finales del siglo XIX, lo cual no fue óbice para que expresara rotundamente ideas como la siguiente:

Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue esclava del hombre. Entre todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en los estadios inferior, medio y, en parte, hasta superior de la barbarie, la mujer no sólo es libre, sino que está muy considerada.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 70)

O, como viene a afirmar en la página siguiente:

La división del trabajo entre los dos sexos depende de otras causas que nada tienen que ver con la posición de la mujer en la sociedad.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 71)

Lo que no quita para que, aún en nuestros días, bien entrado ya el siglo XXI, haya ultraconservadores (y no solamente musulmanes) que defienden que el "lugar natural" de la mujer es su casa, a pesar de toda la evidencia antropológica que hemos ido acumulando durante los últimos ciento y pico de años. Tiene mérito, pues, que Engels tuviera ya entonces la honestidad intelectual de ver la realidad como es.

Igualmente certero me parece el análisis que hace Engels de la aparición de la esclavitud, recurriendo una vez más al utillaje teórico que le proporciona su filosofía materialista:

La esclavitud había sido ya inventada. El esclavo no tenía valor alguno para los bárbaros del estadio inferior. Por eso los indios americanos obraban con sus enemigos vencidos de una manera muy diferente de como se hizo en el estadio superior. Los hombres eran muertos o los adoptaba como hermanos la tribu vencedora; las mujeres eran tomadas como esposas o adoptadas, con sus hijos supervivientes, de cualquier otra forma. En este estadio, la fuerza de trabajo del hombre no produce aún excedente apreciable sobre sus gastos de mantenimiento. Pero al introducirse la cría de ganado, la elaboración de los metales, el arte del tejido, y, por último, la agricultura, las cosas tomaron otro aspecto. Sobre todo desde que los rebaños pasaron definitivamente a ser propiedad de la familia, con la fuerza de trabajo pasó lo mismo que había pasado con las mujeres, tan fáciles antes de adquirir y que ahora tenían ya su valor de cambio y se compraban. La familia no se multiplicaba con tanta rapidez como el ganado. Ahora se necesitaban más personas para la custodia de éste; podía utilizarse para ello el prisionero de guerra, que además podía multiplicarse, lo mismo que el ganado.

(Friedrich Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 79)

Por cierto, que se plantea uno si acaso la actitud contemporánea hacia el inmigrante, basada sobre todo en la preocupación por la competencia de mano de obra que pueda suponer con su presión de los salarios a la baja concomitante, no tiene también una evidente raíz material similar a la que aquí nos plantea Engels con respecto al esclavo. Obviamente, no pretendo decir que en la sociedad capitalista avanzada se vea al inmigrante como a un esclavo, sino que me estoy limitando a señalar que el prisma desde el cual vemos al inmigrante está tan enraizado en nuestro contexto material como el de los casos arriba mencionados. Otro tanto puede decirse, por ejemplo, de la preocupación por el coste adicional que los inmigrantes puedan suponer para los servicios públicos de un Estado de Bienestar ya sometido a numerosas presiones políticas para reducir su grado de protección o, tal vez más evidente, de la defensa que en ocasiones se hace desde las instancias económicas de la aportación de la fuerza de trabajo inmigrante a una sociedad como la nuestra con tan bajas tasas de natalidad. La metodología materialista tiene, como puede verse, interesantes implicaciones y ayuda a clarificar bastante el análisis de la realidad que nos circunda.


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