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El origen de la familia, la propiedad privada
y el Estado
Diario Público, Madrid, España, 2010 (1884)
255 páginas.
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Aunque sí que he leído directamente varias obras de Marx, lo cierto es que nunca me había atrevido con ningún libro de Engels. He de reconocer que, en buena parte, Engels no me atraía debido al prejuicio de que se trataba de un autor menor, mero divulgador de la obra de su gran amigo y, si acaso, culpable principal de la vulgata marxista que pronto se extendería entre las fuerzas de la izquierda. Y, sin embargo, ahora, después de leer este Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, he de reconocer que me he tenido que replantear la idea que tenía de él. La lectura es relativamente amena y entretenida, y Engels hace una buena cantidad de apreciaciones y reflexiones que merece la pena anotar mentalmente y considerar. Comienza Engels explicando en el prefacio que la presente obra pueden considerarse, en cierto modo, un testamento de su buen amigo, Karl Marx, puesto que él no está haciendo sino poner punto final al trabajo de investigación que aquél comenzara:
Pero, ¿en qué consiste esta "interpretación materialista de la historia"? El mismo Engels nos lo explica en la página siguiente: Nos encontramos, pues, con dos afirmaciones interesantes sobre la interpretación materialista. Tenemos, en pimer lugar, una sucinta descripción del materialismo histórico en su primera frase: a fin de cuentas, el "factor decisivo" (nótese que Engels no lo llama "determinante", ni tampoco "único", que será como dicha idea llegará a incorporarse a la vulgata marxista posteriormente, sino que lo definie como "decisivo") es "la producción y la reproducción de la vida inmediata" (esto es, las relaciones económicas). Pero es que, en segundo lugar, tenemos también en la última frase del mismo párrafo una magnífica y acertadísima predicción de lo que posteriormente sucedería a la institución familiar dentro del capitalismo. En este sentido, Engels delimita claramente la frontera entre la interpretación materialista de la familia y la interpretación idealista defendida, entre otros, por la Iglesia católica. Mientras que la Iglesia achaca a la pérdida de la fe y la progresiva secularización la crisis de la institución familiar, pero sin acercarse jamás a explicar por qué pueda estar dándose dicha tendencia, la interpretación materialista acierta a explicar ambos procesos sin mayor problema: se deben a la evolución de la esfera de "la producción y reproducción de la vida inmediata". Sencillamente, conforme la riqueza de la sociedad ha ido aumentando, hemos asistido también a un progresivo debilitamiento de los lazos familiares, algo que no se observa en aquellas sociedad donde la riqueza ha crecido en menor proporción. Ha sido el mundo de la producción, con su imparable incremento de la riqueza media, el que ha sentado las bases para, en primer lugar, permitir un mayor grado de autonomía de la mujer y, segundo, romper los lazos de dependencia del individuo con respecto a su unidad familiar. La familia entendida como red de protección social no desempeña un papel tan vital cuando la sociedad ha alcanzado un determinado nivel de riqueza que prácticamente garantiza un ingreso mínimo. He ahí la auténtica explicación del incremento de la tasa de divorcios y familias monoparentales en los países avanzados, más que las razones puramente idealistas que aducen los comentaristas conservadores y los popes religiosos. Todo esto, obviamente, requirió en su momento una ruptura con el pensamiento tradicional: ¿A qué se debió dicha ruptura epistemológica? Una vez más, no fue fruto de la mera casualidad. Tampoco puede señalarse que se debiera al repentino avance intelectual de la Humanidad. En Historia, los hechos de este calibre raramente se dan de forma aleatoria, sino que se producen en un contexto social y económico determinado, que es lo que los explica. La realidad es que entre los siglos XVII y XIX, el saber humano avanzó sobremanera gracias a la adopción del método científico, el cual a su vez no puede entenderse sin el contexto en que nació, esto es, el del nacimiento de una nueva sociedad burguesa centrada en el mundo del trabajo y el capital, y no en el de la propiedad de la tierra y las relaciones feudales. Esta nueva sociedad, para sortear las trabas a su propio e imparable desarrollo material, necesitaba poner fin a la verdad revelada, el opresivo dominio de la tradición y una estratificación social excesivamente rígida. No es casualidad, por tanto, que en un momento determinado se comenzara a analizar la institución familiar no como una creación divina que hunde sus raíces en la noche que precedió al nacimiento de la civilización, sino como un producto más de la creatividad humana, abierta por tanto a análsis, debate y reforma. Hablando en plata, el capitalismo, para desarrollarse sin cortapisas, necesitaba desbloquear la institución familiar de tal manera que sus componentes pasaran a convertirse en individuos capaces de suscribir contratos libremente (esto es, a motu proprio, sin que les venga impuesto por la tradición). Sin ello, no hay sociedad liberal burguesa que valga. Partiendo de esta base y del trabajo de Lewis Morgan, La sociedad antigua, Engels pasa a analizar el origen de la familia como institución social. Mediante el estudio de las tribus de los nativos americanos, Morgan especula sobre el concepto de gens y, de ahí, salta a estudiar el paso del matriarcado al patriarcado. Al basar sus estudios en la observación empírica de las tribus amerindias, en lugar de extraer sus conclusiones de cualquier libro sagrado o los prejuicios heredados de la tradición, Engels ve en la aproximación de Morgan a la antropología una clara (y necesaria) aplicación del método científico a las ciencias sociales:
Engels procede a hacer un breve resumen de las distintas etapas que distingue Morgan en el tránsito de la barbarie a la civilización:
Una vez sentadas las bases generales que nos introducen al estudio de Lewis Morgan, Engels entra a analizar cómo se produjo, según el antropólogo estadounidense, el origen de la institución familiar como tal. Al contrario de lo que a menudo se asume, comienza subrayando que:
Ignoro si esta afirmación sigue siendo relevante hoy día, pero no me sorprendería lo más mínimo que así fuera. Aunque evidentemente pervive un sustrato animal en la psique humana, no por ello es menos claro que, como especie, hemos sido capaces de lanzarnos en un salto al vacío que nos ha permitido construir algo inédito en el resto del mundo animal: la realidad cultural y, basada en ella, la civilización. Vivimos en una época de claro resurgir de las concepciones naturalistas que reivindican la raíz animal del ser humano, debido sobre todo a la popularidad del ecologismo. Sin embargo, ello no debiera conducirnos a engaño. Por supuesto, existe una innegable base animal o natural en el ser humano y nuestra conexión con el medio ambiente es de una importancia fundamental, algo que no debemos perder de vista cuando nos planteamos cómo organizarnos como sociedad. No obstante, cabe el peligro de que caigamos en un exceso no menos peligroso que la mentalidad productivista tan criticada por el movimiento ecologista. El ser humano es, sin duda, algo más que un animal. Tenemos unas necesidades que van más allá de lo meramente animal y que solamente pueden satisfacerse en un entorno social y cultural. Si acaso, el estudio del comportamiento social de los animales sí que puede servir en este contexto (es decir, el contexto de la familia) para probar irrefutablemente que ciertos comportamientos considerados aborrecibles y anti-naturales por el conservadurismo más acérrimo (por ejemplo, la homosexualidad o la bisexualidad) se dan de hecho en el medio natural. Una vez más, la concepción materialista de la historia no le hace ascos a una aproximación científica a los hechos que pudiera parecer completamente aborrecible a quienes apuestan por una metodología tradicional. Así, por ejemplo:
O, lo que es lo mismo, Engels no le hace ascos al relativismo cultural que vamos descubriendo conforme exploramos otras culturas. Frente a la posición conservadora tradicional, que suele despreciar al otro como primitivo, subdesarrollado o, en el peor de los casos, un infiel del que se puede prescindir y a quien solamente corresponder evangelizar, Engels (y, por ende, también Morgan) adoptan un punto de vista bien distinto. Para ellos, corresponde, en primer lugar, aprender de estos pueblos recién descubiertos, pues precisamente de ellos podemos extraer conclusiones sobre nuestro propio pasado. Pero es que, además, como acertadamente señala Engels en el párrafo arriba citado, nuestra inserción en el seno de una determinada cultura nos ciega a determinados comportamientos que son, en principio, tan arbitrarios y debatibles como los que despreciamos en culturas lejanas y exóticas. Esa es una de las lecciones de la antropología que todavía no hemos acertado a digerir del todo en Occidente. Y, que conste, esto no tiene por qué conducir a un relativismo absoluto, ni tampoco a la desorientación del observador que se queda sin referencias. Las distintas culturas han desarrollado ciertas ideas e instituciones para adaptarse a sus respectivos contextos. Ello no quiere decir que, conforme dichos contextos cambien, no sea necesario quizá modificar las concepciones e instituciones que las sustentan o que, por tanto, no puedan darse problemas de ajuste a la realidad circundante. De hecho, eso sucede constantemente. Ahora bien, lo que sí significa es que nuestra civilización no es para nada una excepción en este sentido. En otras palabras, nuestras instituciones y conceptos son también consecuencia directa del contexto material en que nos movemos y, por consiguiente, están tan sujetas a cambio como cualesquiera otras. No nos encontramos en posesión de la verdad absoluta. No somos la unidad de medida universal. Ahora bien, ¿cómo se pasa de la familia a la gens?
Y, poco después, se pasará a una reducción del círculo dentro del cual es posible encontrar pareja:
Hay que ser conscientes, sin duda, de que algunos de los conceptos que manejaron tanto Morgan como Engels se han demostrado después erróneos. Así sucede, por ejemplo, con el concepto de familia punalúa, supuestamente derivado de las prácticas llevadas a cabo en los sistemas hawaianos de parentesco, según la cual un grupo de varios varones hermanos se desposaban con varias mujeres hermanas en lo que, a fin de cuentas, no era sino un matrimonio en grupo. No obstante, debemos apreciar cómo dichos conceptos en realidad no afectan a lo sustancial del análisis de Engels: en primer lugar, que las distintas prácticas en el campo de las relaciones familiares prueban su carácter meramente cultural y relativo; y, segundo, que dichas prácticas institucionalizadas guardan una estrecha relación con el sustrato material en que se producen (esto es, están íntimamente relacionadas con la organización económica de la producción). Por lo demás, como es lógico, sí que nos encontramos con un progresivo refinamiento de las distintas teorías e hipótesis que se han ido estudiando conforme la antropología se ha ido asentando como disciplina científica. Pero lo que más llama la atención desde nuestra perspectiva contemporánes es la sagacidad con que Engels se empleó en numerosos pasajes del libro a la hora de enjuiciar el papel que desempeñan las mujeres en la sociedad capitalista. Hay que tener en cuenta que escribió estas líneas a finales del siglo XIX, lo cual no fue óbice para que expresara rotundamente ideas como la siguiente: O, como viene a afirmar en la página siguiente: Lo que no quita para que, aún en nuestros días, bien entrado ya el siglo XXI, haya ultraconservadores (y no solamente musulmanes) que defienden que el "lugar natural" de la mujer es su casa, a pesar de toda la evidencia antropológica que hemos ido acumulando durante los últimos ciento y pico de años. Tiene mérito, pues, que Engels tuviera ya entonces la honestidad intelectual de ver la realidad como es. Igualmente certero me parece el análisis que hace Engels de la aparición de la esclavitud, recurriendo una vez más al utillaje teórico que le proporciona su filosofía materialista:
Por cierto, que se plantea uno si acaso la actitud contemporánea hacia el inmigrante, basada sobre todo en la preocupación por la competencia de mano de obra que pueda suponer con su presión de los salarios a la baja concomitante, no tiene también una evidente raíz material similar a la que aquí nos plantea Engels con respecto al esclavo. Obviamente, no pretendo decir que en la sociedad capitalista avanzada se vea al inmigrante como a un esclavo, sino que me estoy limitando a señalar que el prisma desde el cual vemos al inmigrante está tan enraizado en nuestro contexto material como el de los casos arriba mencionados. Otro tanto puede decirse, por ejemplo, de la preocupación por el coste adicional que los inmigrantes puedan suponer para los servicios públicos de un Estado de Bienestar ya sometido a numerosas presiones políticas para reducir su grado de protección o, tal vez más evidente, de la defensa que en ocasiones se hace desde las instancias económicas de la aportación de la fuerza de trabajo inmigrante a una sociedad como la nuestra con tan bajas tasas de natalidad. La metodología materialista tiene, como puede verse, interesantes implicaciones y ayuda a clarificar bastante el análisis de la realidad que nos circunda.
Factor entretenimiento: 6/10 |