5. PRISIONEROS
Los tres estaban muy asustados. Acababan de caer en una trampa, y un
extraño monstruo con la cara helada les miraba mientras soltaba una
horrible carcajada. Oyeron un sonido fuerte, gélido y cortante como
el de un trueno, y poco después de ver una luz resplandeciente se
dieron cuenta de que había aparecido una sólida escalera de
hielo que les conducía hacia afuera.
— "¿A qué esperáis? ¡No tengo todo el
día para estar aquí!", dijo el monstruo.
— "¡Vamos, subid!", dijo Nicolás.
— "Pero a mí no me gusta ese monstruo, ¡me da miedo!",
protestó Sophi.
— "¿Y qué podemos hacer? No tenemos otra elección",
contestó Nicolás.
Los tres salieron del agujero, subiendo lentamente por la escalera de hielo
para no resbalarse. Tan pronto como llegaron arriba del todo, el monstruo
les cogió del brazo y les metió dentro de una jaula. Estaban
rodeados de lobos que se relamían los labios mirando a los tres tiernos
y sabrosos niños mientras los ojos les brillaban bajo la luz de la
luna como si tuvieran fuego en la mirada. Uno de ellos aulló de
alegría:
— "¡Auuuuuuuuuuuu!"
Un eco tenebroso parecía extender el aullido de árbol en
árbol a través del bosque entero.
— "¡Vamos, vamos! ¡Primero hay que llevarlos a la cueva
con nuestro otro invitado! ¡Ya veremos después qué hacemos
con ellos! ¡Pero a lo mejor os encontráis con la cena servida!"
— "¿Quién eres tú?", preguntó Nicolás.
— "¡Santa se va a enfadar cuando vea lo que nos estás
haciendo!", dijo Benjamín.
— "¡Jaaaa, ja, jaaa! Soy el Demonio de las Nieves, niña
preguntona. Y no, no me preocupa nada lo que me vaya a hacer Santa. Me
parece que él tiene otras cosas de las que preocuparse ahora mismo".
Todos se echaron a reír. El Demonio de las Nieves y los lobos no
parecían temer a Papá Noel. Emprendieron el camino hacia las
montañas. La jaula estaba encima de un carro tirado por un par de
bueyes. El frío y la nieve se colaban por entre las barras de metal,
y los tres niños se acurrucaron como pudieron para calentarse el uno
al otro mientras duraba el viaje. Sólo podían ver
árboles y más árboles, y después, conforme se
acercaban a la montaña, roca y más roca.
A las pocas horas, llegaron a un saliente entre las montañas desde
donde se divisaba todo el valle bajo la nieve. El Demonio de las Nieves les
ordenó parar allí, y entró en una enorme cueva. Una
luz pequeña y anaranjada salía de la grieta en la montaña.
El lugar daba miedo. Mientras esperaban, vieron salir una banda de
murciélagos, y justo a la entrada había un par de buitres
durmiendo. Oyeron risas dentro de la cueva, y unos cuantos seres trolls,
feos y malolientes salieron, abrieron la puerta de la jaula, y empujaron a
los tres niños hacia dentro de la cueva con sus lanzas puntiagudas
entre chistes y risotadas.
La cueva era gigantesca, y tenía antorchas aquí y allá
para iluminar los pasadizos. Los trolls les llevaron hacia la parte de
atrás de la caverna, bajaron unas escaleras y les empujaron dentro de
unas mazmorras húmedas y sucias. Se sentaron en el suelo.
— "¿Y ahora qué?", dijo Sophia. "¿Cómo
salimos de aquí?".
— "No sé, pero tiene que haber alguna manera", contestó
Nicolás.
— "¡A lo mejor los elfos encuentran a Papá Noel y nos vienen
a rescatar!", dijo Sophia con algo de esperanza.
— "¿Cómo?", preguntó Nicolás. "Ni siquiera
saben que estamos aquí, ¿recuerdas? Los elfos se piensan que
volvimos a casa, que es precisamente lo que debíamos haber hecho si
no se te hubiera ocurrido a ti la brillante idea de volver".
Benjamín notó que había alguien más en la
mazmorra, sentado justo a su izquierda. Primero vio unas enormes botas
negras, y después un traje blanco y rojo rarísimo. Por fin
le dió por mirar un poco más arriba, y descubrió una
simpática cara sonrosada con una gran barba blanca y un
graciosísimo gorro coronado por un cascabel.
— "¡Jo, jo, jo!".
Los tres niños pegaron un salto y se pusieron de pie. No se lo
podían creer.
— "¿Santa? ¿Eres tú?", preguntó Sophia.
— "Sí, soy yo".
— "¿Qué haces aquí? Dentro de dos días es
Navidad, y los elfos te andan buscando por ahí fuera", le dijo
Nicolás.
— "Es una historia muy larga, pero mientras iba a Rangild a recoger
más madera para hacer juguetes, el Demonio de las Nieves me
tendió una trampa y me hizo prisionero. Llevo aquí ya dos
días. Pero no os preocupéis, los elfos me encontrarán
tarde o temprano".
— "¿Pero que pasará si tardan demasiado en rescatarte,
Santa?", preguntó Benjamín. "¿Qué pasará
con las Navidades y con todos los regalos que los niños están
esperando?".
— "Hmmmmm. No sé. Supongo que si eso sucede no habrá
regalos este año."
Sophi sonrió.
— "¡O a lo mejor sí!"
Todos se acercaron a ver de qué hablaba. Sophia señaló
a la pared de la cueva, justo enfrente de las mazmorras. Las llaves de la
celda brillaban junto a la mesa donde se sentaba uno de los trolls que les
vigilaba.
— "¡Las llaves!", exclamó Benjamín.
— "¿Y qué?", preguntó Nicolás. "Están
muy lejos. No podemos alcanzarlas".
— "Es verdad, nosotros no podemos llegar ahí, pero Mousy sí
que puede", dijo Sophi sacando a su mascota del bolsillo.
Esperaron a que todo el mundo se fuera a dormir, y Sophi ayudó a Mousy
a salir de la mazmorra abriéndole la portezuela por la que les pasaban
la comida. Mousy corrió hacia la mesa, subió, y logró
descolgar las llaves con sus pequeñas patitas. Le fue un poco
difícil arrastrarlas hasta la mazmorra, pero una vez que estaba cerca
Santa se encargó de cogerlas y abrir la puerta. Todavía
tenían que salir de la cueva sin que les viera nadie.