4. ATRAPADOS EN LA NIEVE
Todos los elfos se apelotonaron alrededor del sillón donde se
encontraban Sven y los niños, dejando atrás sus sacos, sus
herramientas, tazones de chocolate caliente y todo lo demás.
— "¿Cómo?", preguntó Sven incrédulo.
— "Santa ha desaparecido", dijo el elfo que parecía liderar el
grupo de recién llegados. "La última vez que se le vio dijo
que partía hacia Rangild, la aldea en las montañas, para recoger
algo de madera para los juguetes, y no se le ha vuelto a ver. Hace poco Olaf
descubrió el trineo y los renos junto al pajar, pero no había ni
rastro de Santa. Ha desaparecido".
— "¡Precisamente ahora que quedan tan sólo unos días
para Navidad! Habrá que organizar una batida y buscarle por las
montañas. Olaf, tú ve a avisar a los otros elfos que se
marcharon al pueblo esta mañana. Johan, tú encárgate
de buscar trineos para la batida. Y tú, Olsen, por favor conduce a
los niños de vuelta a la cueva. No tenemos tiempo que perder".
— "Pero nosotros también queremos ayudar", protestó
Sophia tímidamente.
— "No puedo dejaros, es demasiado peligroso", dijo Sven. "El Demonio
de las Nieves habita en las montañas, y no puedo permitir que os
acerquéis allá".
Olsen hizo señas a los niños para que le siguieran, y
éstos obedecieron. Les condujo hacia la puerta, donde les
devolvió sus abrigos, guantes y gorros, y salió con ellos.
Todos caminaron de vuelta por el camino que conducía a la cueva a
través del pequeño bosque, y cuando ya se disponían
a entrar vieron a dos elfos llegar corriendo.
— "¡Olsen, Olsen!", gritaba el que parecía más
joven de los dos. "Nos hace falta ayuda, por favor. Necesitamos que alguien
ate los renos a los trineos".
— "De acuerdo, esperad un momento", contestó. "Lo único
que tenéis que hacer es entrar en este túnel, seguir todo recto,
y empujar la puerta muy fuerte cuando lleguéis al final,
¿entendido?", dijo mirando a los niños.
— "Sí", contestaron los tres a coro.
— "No tengáis miedo porque ahí dentro no hay nadie. Los
muerciélagos son nuestros amigos. Buena suerte. A lo mejor nos veremos
algún día".
Dicho esto, Olsen se marchó con los otros dos elfos a ayudarles con
los renos y Nicolás y Benjamín entraron en la cueva. Pero
Sophia se quedó un poco rezagada.
— "¡Vamos, Sophi! ¡Ya has oído lo que nos han
dicho! Solamente tenemos que caminar rectos hasta llegar al final del
túnel", dijo Nicolás.
— "No sé", dijo Sophia dudando un poco. "¿Y si no pueden
encontrar a Santa? ¿Qué pasará con las Navidades
entonces?"
— "No te preocupes, seguro que le encuentran".
— "Sí, ¿pero y si no pueden? ¿Qué
sucederá entonces?".
— "No sé", reconoció Nicolás.
— "¡Oh, no! ¡Entonces nos quedamos sin regalos!",
gritó Benjamín algo preocupado.
— "¿Sabéis qué?", preguntó Sophia con aire
de haber encontrado ya la respuesta. "Mientras caminábamos por el
bosque con Olsen pude ver una señal que decía Rangild en letras
bien grandes. Ahí es donde ha desaparecido Santa. A lo mejor podemos
ayudar a encontrarle".
— "No sé, no sé", dudaba Nicolás. "¿Y el
Demonio de las Nieves? Ya oíste lo que dijo Sven del Demonio de las
Nieves. Él vive en las montañas".
Pero a estas alturas, Sophia ya estaba otra vez de vuelta en el sendero, y
Benjamín la había seguido también. Cuando Nicolás
se quiso dar cuenta, los tres andaban ya camino de Rangild. La tormenta
aún continuaba incansable: el viento gélido soplaba y casi
cortaba la piel, la nieve caía en grandes copos, y hasta el aliento
casi se les congelaba en medio de aquel frío polar. Pero los tres
continuaron caminando por el sendero, cogidos de la mano para no perderse.
Ni siquiera hablaban, de cansados que estaban, y aparte del sonido del viento
soplando se oía bien poco, al menos hasta que un horrible aullido
retumbó entre los árboles.
— "¡Auuuuuuuuuu!"
— "¿Qué ha sido eso?", preguntó Benjamín
con ojos de miedo.
— "¡Son lobos!", gritó Nicolás.
— "¡Corred!", dijo Sophia.
Los niños se echaron a correr para escapar de los lobos, pero no
acertaban a ver el camino entre tanta nieve como caía. Simplemente
podían oír el sonido de algo corriendo justo detrás de
ellos mientras se lanzaban hacia adelante, los tres, cogidos de la mano,
escapando a ciegas. De pronto, algo crujió bajo los pies del que
corría primero.
— "¡Craack!"
— "¡Aquí hay un hoyo! ¡Me caigo!", gritó
Nicolás a sus hermanos.
Pero todos iban muy juntos, y casi no se veía nada, así que no
había forma de evitarlo. Todos cayeron al hoyo, uno tras otro, y el
ruido de los lobos persiguiéndoles desapareció por completo.
Se hizo el silencio. Unos pasos de alguien que se aproxima. Los niños
miran hacia arriba con miedo, y ven una cara de hielo que les mira con una
tenebrosa risa.
— "¡Ja, ja, jaaaa! ¡Jaaa, ja, ja, jaaa!"